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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

LA ENFERMERA

           
            Madre estaba sentada junto al fuego. Su cuerpo débil y enjuto estaba consumido por la enfermedad que padecía desde que me acuerdo. Sus cabellos pegajosos se le adherían a las sienes dándole un aspecto de molusco. ¡Qué asco!
-Hacéme un té y alcanzáme la manta gruesa que me estoy helando- fueron sus órdenes, apenas se despertó de su duermevela.- Cortá  leña, que queda poco, -me siguió mandoneando.
Corrí a prepararle la infusión. Sabía que si me demoraba, iba a comenzar con el rosario de todos los días: -¡Para qué ***** te tuve, si no servís para nada! ¡Inútil como el palurdo de tu padre!
Siempre era lo mismo. Traté de no pensar  más, a ver si me animaba de una vez por todas a ponerle unas gotas de veneno en el té, o tal vez empuñara el hacha y en vez de cortar leña la cortara a ella. En trocitos. Ganas no me faltaban. Sólo coraje.
Le preparé el té como le gustaba: con miel y unas gotitas de limón, y le alcancé la manta gruesa y salí por la leña. Recuerdo cuando mi padre  trajo esa manta de uno de sus viajes al Norte. Hermosa. De colores vivos y lana cruda de oveja. Ella le dijo que era una porquería y la guardó en el fondo del ropero. Recuerdo la tristeza del viejo. Se calló la boca y bajó la mirada. Como siempre. Al poco tiempo, nomás, se nos fue. Le dio un infarto y se murió sin dar trabajo. ¡Pobre viejo! Ni en el velorio la arpía se calló la boca. Lo criticó todo el tiempo. Me daban ganas de meterla a ella en el cajón.
-Tenés que teñirte. Se te notan las canas. Y ponéte un poco de rouge. Estás blanca,-me decía mientras bebía a sorbitos, haciendo un ruido insoportable.
-¡Vieja de *****! Desde que te enfermaste te sirvo de enfermera. Si con tu pensión no te alcanza para nada. En cualquier momento me las tomo y arregláte como puedas. Lástima que son solo amenazas. Me falta valor.
-No sé para qué te ponés esas minifaldas. Nadie te va a mirar.-seguía con su cantarela. –Ni siquiera Roberto. Ese sí que te gustaba. ¿Eh? Y no te hizo caso. Se casó con la de enfrente. ¡Y eso que no le sacabas los ojos de encima! Me miró con satisfacción. Estaba disfrutando.
La dejé despotricando sola y me fui a mi habitación. Me había herido. Si de alguien me había enamorado en esta vida fue de Roberto Arzuaga. Lo espiaba cuando pasaba todos los días para el trabajo. El me saludaba siempre amable. ¡Era tan lindo! ¡Y esta vieja perversa me lo viene a recordar! No tengo escapatoria. Me asfixia. Como un animal enjaulado. Así me siento. Me tendí sobre la cama y encendí un cigarrillo, inventando sortilegios con círculos de humo. Comencé a acariciarme. Lentamente. Mis manos se deslizaban sedientas por la geografía de mi cuerpo, deteniéndose entre la tempestad de mis piernas.  Y me acaricié los genitales erguidos como templos. Un gemido salió de mi garganta mientras la imagen de Roberto Arzuaga se perdía en la neblina de mi delirio. Me gusta. Me olvido de madre y de todo lo demás. Voy a tratar de dormir. En el sueño encuentro el alivio necesario para seguir con esta doble vida. Vida de *****. Tal vez las gotitas de veneno me las tendría que tomar  yo...

Cuando entraron en la casa el olor era nauseabundo. Un vecino había alertado a la policía. El inspector se tapó la boca con un pañuelo embebido en perfume y recorrió el lugar. El novato que lo acompañaba no pudo evitar el vómito.
De la anciana que yacía sobre el sillón, solamente quedaban jirones. La habían matado a hachazos y las ratas se habían hecho un festín con los restos.
El inspector siguió recorriendo la casa. Entró en la habitación más pequeña y se encontró con el segundo cuerpo desnudo. No había sido devorado por los animales. El cuerpo descansaba sobre la cama. En paz. A pesar de su miembro flácido, tenía los ojos pintados, las cejas depiladas y los labios realzados con rouge.
Pero, ¿No tenía una hija esta señora?-preguntó el novato.
-Parece que no.-le contestó el Inspector  Roberto Arzuaga y fue por las bolsas para llevarlos a la morgue.

Peñi

Relatos FM

UNA CARTA INÉDITA
                         

― ¿Y dice su merced, señor bachiller, que esta carta que tiene en sus manos era del mismísimo don Alonso?
―Así es, señor escritor. Fue él mismo quien me la confió cuando ya moribundo, hizo salir de la habitación donde estaba postrado a todas las buenas gentes que lo acompañaban en sus últimos momentos, quedándose a solas conmigo y entregándome esta misiva, con el encarecido ruego que jamás fuese publicada, pues era demasiado personal e íntima. Hasta me lo hizo jurar y todo.
―Pero, ¿podré leerla?
―Leerla sí, pero no incluirla en ese libro que dice que está componiendo sobre la vida del señor Quijano, a quien Dios tenga en su gloria.
―Veamos pues esa tan misteriosa carta.
―Aquí la tenéis.
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                  El Toboso, a 20 de junio del año del Señor de mil y seiscientos y cuatro
Mi bienamado don Alonso:
Hace solo unas horas que nos hemos separado y ya os estoy añorando de nuevo. Para mí, y espero que para vos también, este poco tiempo que hemos estado juntos ha sido el más feliz de toda mi vida. Y es que no es para menos, pues después de estar luengos años esperando para que os decidieseis pasar por el Toboso a visitarme, al fin he visto mi sueño realizado.
Aún a riesgo de pareceros atrevida y poco acorde con el natural recato con que una dama debe conducirse, debo deciros que estoy grandemente sorprendida por vuestra audacia en nuestro primer encuentro, y la fogosidad que habéis desplegado en el tálamo, que no concuerda con la imagen que a primera vista dais por vuestras más que enjutas carnes y extrema delgadez, y vuestro aspecto general, como de hombre descuidado y por demás desaseado.
En tocante a esto, y sin querer ofenderos, os rogaría que para nuestra siguiente cita os bañéis al menos el día antes de vernos, pues los hombres aseados gustan más a las damas, y eso no va de ninguna manera en menoscabo de vuestra hombría, os lo puedo asegurar. No creo que os resulte difícil encontrar un sitio para daros un baño, habida cuenta de los parajes por los que transitáis, ya que mismamente las famosas lagunas de Ruidera son un sitio ideal para ello. 
Este descuido general del aseo de vuestra persona, lo achaco más bien a las largas temporadas que permanecéis en mitad del campo, sin más compañía que vuestro escudero Sancho, el cual, aunque no me parece mala persona, es hombre por demás zafio y primitivo, tanto por su vestimenta como por la rudeza con que se comporta en su relación con las damas.
Esto último viene a colación porque cuando vino a traerme el mensaje que me escribisteis, en el cual me solicitabais una cita, ¡nuestra primera cita!, me disgustó profundamente la manera que tuvo de dirigirse a mí. Sin saludos previos ni cosa parecida, una vez se hubo asegurado que era yo la destinataria de la misiva, me espetó un seco: "tomad esta carta de mi señor don Alonso. Leedla y apresuraos a darme la contestación, que tengo priesa".
Además, tenéis que decirle que mire lo que come, pues al mismo tiempo que me decía las anteriores palabras, me llegó un fuerte tufo a ajo crudo que por poco me tumba de espaldas. Y aunque yo sé que comer ajo es bueno para la salud, no lo es tanto para la relación con la gente, pues el fuerte olor que despide ofende la nariz de cualquier persona medianamente sensible.
Para obligar a vuestro escudero a que cuide más su aseo, atuendo, y maneras en general, he pensado que le vendría bien darse un buen revolcón con fogosa hembra, la cual de paso le quitaría o al menos rebajaría un tanto esos modales tan bruscos y el mal genio que denota, y lo dejaría suave como guante de cabritilla, pues es bien sabido que el no tener desahogos en la entrepierna, hace a los hombres y a las mujeres más intratables, huraños y secos, y si no pensad en vos mismo, ¿No os encontráis ahora, después de folgar toda la noche conmigo, como más relajado, con humor más placentero y semblante más risueño?
Por eso, la próxima vez que me visitéis traeros con vos a vuestro escudero que yo hablaré con mi vecina, la Jacinta, que aunque ya no cumpla los cuarenta es hembra harto fogosa y se muere de ganas por tener un hombre encima de ella, o debajo, que tanto da, y aunque bizca del ojo izquierdo y una más que mediana cojera de la pierna derecha, estoy segura que dejará a vuestro escudero harto contento y satisfecho. Así se les quitarán las telarañas que a buen seguro los dos tendrán en salvas sean sus partes.
Pero basta ya de mentar a vuestro escudero. Como os decía antes, estoy maravillada por el ardor con que me habéis acometido la pasada noche, que puede ser debido en parte, al mucho tiempo que llevabais ayunando de mujeres, que no parecía sino que fuera yo la primera que gozabais en vuestra vida.
En esto, algunas de mis amigas tendrán que tragarse sus palabras, pues no paraban de decirme que vos erais persona dada al romanticismo y al amor platónico, a contemplar a la mujer amada como a un ser superior e inalcanzable, y que llegado el momento del amor carnal no daríais la talla. ¡Cuán equivocadas estaban!
Quisiera pediros que no os demoréis tanto para la segunda vez, antes al contrario, mi gusto sería que vuestras visitas fueran más numerosas. Ya sé que a veces no podréis venir con la frecuencia con la que a mí y a vos os gustaría, debido a vuestro singular oficio de desfacedor de entuertos, liberador de doncellas cautivas y otros muchos trabajos a que estáis obligado, por profesar el honroso oficio de la andante caballería.
  Para remediar esto he pensado que podríais establecer vuestro campo de acción cerca del Toboso, pues por estas tierras también hay menesterosos a los que socorrer, y de este modo podríamos vernos cuantas veces quisiéramos. No hace falta que mandéis a vuestro escudero para avisarme de vuestra llegada: unos discretos golpes en mi ventana, de madrugada, me pondrán al tanto de que sois vos quien ha llegado.
Quiero poner fin a esta misiva con una recomendación que espero no la toméis a mal, pues es en beneficio de nuestros amorosos encuentros, y es que procuréis comer más de lo que ahora lo hacéis, a fin de que engordéis un poco y de esta manera no me clavéis vuestros huesos en los muslos y en las otras partes de mi persona, como en nuestro anterior encuentro, que me dejasteis el cuerpo lleno de cardenales.
Y no es que me queje, no. Solo que si estáis algo más rollizo nuestras batallas amorosas serán si cabe más placenteras, pues se amortiguarían un tanto vuestros ardorosos embates.
También os encarezco mucho que tengáis cuidado no vaya a engatusaros alguna pelandusca que se cruce en vuestro camino, porque la virilidad y el gentil donaire que emanáis de vuestra persona es como un imán para cualquier mujer que tenga ojos en la cara. Mirad que si me entero que alguna buscona trata de llevaros al tálamo para gozar de vuestros favores soy capaz de arrancarle los moños de cuajo. Disculpad mis modales, solo soy una mujer enamorada que no desea compartir a su valiente caballero con ninguna otra.
Esta carta os la mando con el padre de una buena amiga, que es comerciante de vinos, el cual va camino de Ossa de Montiel y pasará por las cercanías de la cueva de Montesinos, donde, tal como acordamos, estaréis vos esperando mis noticias.
Recibid fuertes abrazos de ésta, que vive suspirando por vuestra próxima visita. Esperando haberos causado tan buena impresión como vos a mí, y hacer honor al apelativo de "Dulcinea" con el que me soléis nombrar, me despido de vos:
Aldonza Lorenzo, Dulcinea del Toboso.
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―En verdad, señor bachiller, que sería contrario al decoro hacer pública esta carta.
―Ya os lo dije, señor escritor, ya os lo dije.

Enamorada

Relatos FM

Saltimbanqui feliz


Mi caída fue como la de un saltimbanqui de circo barato, de poca altura y en forma aparatosa. El evento fatal no aconteció  bajo una carpa colorida, sino en una tienda de impecable blanco y gris, de clientela exclusiva, donde si te caes debes hacerlo con estilo y en cámara lenta y  no en una voltereta y media. Ya me jodí, pensé para mis adentros mientras el dolor intenso no solo me quebraba la espalda sino también la esperanza. En mi escenario circense la gente no aplaudía, sino que se detenía a observar con curiosidad el trágico final de mi salto acrobático.
Los empleados del establecimiento trajeron una silla e insistieron en que me sentara y les hablara, pero debieron haberme dejado descansar sobre el piso y en silencio. Era obvio que les estorbaba el paso de la clientela así que no tuve más remedio que hacer lo que me pedían. Para mí no existía el tiempo y el dolor intenso me decía que no debía haberlos escuchado. Pero con lo incómodo de la situación y la gente circulando a mi alrededor mi hija finalmente llamó a mi esposo quien al llegar de inmediato me llevó al hospital donde el médico sin perder tiempo me explicó como si fuera muy normal que a mi edad – si, a mi edad- estas cosas suceden, y que la osteoporosis y demás algias me habían dado la bienvenida a la etapa de la  vejez. Ya usted no está para acrobacias, sino que debe mantener la mirada por donde va y tener mucho cuidado. Mi hija repetía que eso me pasaba por despistada mientras yo me preguntaba de qué edad me estaban hablando. Me había permitido soñar despierta y por eso había pagado el precio de  tener una fractura justo en la espina dorsal. Su vida ha cambiado, me dijo el taciturno doctor. De repente adquieres súper poderes mamá, me dijo mi hija como tratando de hacerme reír. Recuerda que todos los súper héroes lo fueron a raíz de un accidente. ¿Cuál súper poder  me gustaría tener? Ya los rayos equis mostraban una fractura en la espina dorsal. Sueño despierta Doctor y Ud. Me dice que eso es mortal..
De vuelta a casa me esperaban horas de interminable reposo y quizás de feroz aburrimiento. Tendría que esperar un tiempo para poder visitar la librería de siempre buscando un libro imaginario. Descubrí que a mi alrededor existía un mundo paralelo que nunca había notado. Los pájaros cantaban en dos turnos todos los días,  el hijo del vecino tocaba el saxofón sin cambiar de melodía y  pasaban las mismas películas en la tv al menos dos veces cada tres días. Pero el silencio de los abrazos ausentes era lo más terrible ya que ni podía abrazar ni hacer que los brazos de los otros se estiraran alrededor de mi cuerpo porque me dolían también las costillas. Y entonces, de a pocos, como una reacción de  un cuerpo que se resiste a ser despojado de lo que tiene por dar y recibir, sentí un impulso incontenible de reclamar mis abrazos, fuertes, interminables, esos que te cargan de vida en un instante.
Luego de unos días me tocó la visita de chequeo con el mismo doctor, quien me dijo enfadado que no entendía porque yo reclamaba el poder de mis brazos más que el de mis piernas y que seguro estaría perdiendo la razón. Pero de qué me habla, me dijo, ¿de abrazos? ¿Para qué sirven al fin y al cabo?
Volví mi rostro hacia mi hija y mi esposo. Vámonos a casa, les pedí, que aún tengo tiempo de oír a los pájaros cantar y el nuevo tono del saxofón. Sin pensarlo dos veces sentí sus brazos rescatándome de ese mundo despojado de humanidad, cubriéndome en ese abrazo tan aguardado. Soy una saltimbanqui feliz, exclamé con una sonrisa en la mirada mientras el doctor miraba asombrado que no caminaba.
Volaba.

Asiasur

Relatos FM

LA NOCHE AQUELLA


A las 10:00 am  se levantaron, se dirigieron al patio en donde me encontraba leyendo el periódico, a ninguna de las dos les importó mi presencia.
Por temor o por guardar la distancia no me había atrevido a fijar mi atención en ellas. Ahora lo hice. Sus amplias y transparentes pijamas dejaban ver sus cuerpos de porcelana, cubiertos apenas por las bragas. ¡Dios mío, cuan bellas eran! Tena, la menor tenía 15 años. Caminaba con flexible exhibición imitando los movimientos del mar. ¡Qué monumento! Su mirada no tenía fondo. Nadie podía saber dónde estaban los manantiales de su lumbre; quien la miraba una vez, sentía la imperiosa necesidad de volverlo hacer una dos veces más; si fuera por siempre, mejor. Sus labios finos y dorados tenía la frescura de la aristocracia criolla. Era alta, esbelta. Su busto erecto, cual peras llenas de ambrosía, invitaban a la pagana feligresía. La mayor, Omaira, tenía 16 años. Blanca, virginal, traducción de aurora y frescura. Tan dulce como una canción de oasis. Tenía un corazón de enardecido lucero que se derramaba por sus jubilosos ojos y sus tenues labios.  Era más bajita. Parecía un pequeño mundo en donde apenas cabían dos. Su cabellera larga y poblada semejaba un tranquilo anochecer.
_Nos vamos a baña acá en el patio para no despertar a mis padres, dijo una de ellas a la muchacha de la cocina cuando les trajo jugo de naranja.
"A mí  no me des", habló Omaira, quien se fue a la nevera y trajo un par de cervezas, una para mí, lo cual me extrañó.
_Toma, bebe, me dijo imperiosa. 
_Muy amable, pero no se hubiera puesto en eso.
_ ¡Ah!
Se sentó a mi lado. Olía a polvo y a loción de niña.
_ ¿Entonces te vas para tu tierra hoy?
_Sí.
_En vacaciones tenemos planeado ir por allá, ¿por qué no me regalas la dirección para pasar a saludarte?
_Con gusto, búsquese papel y lápiz para anotarle.
_Ahora que salga del baño.
_Para entonces ya iré lejos.
Se paró, trajo el papel y dos cervezas más.
_No me parece justo que te vayas sin despedirte de mis padres que han sido tan especiales contigo.
Me di cuenta que no era elegante ni de caballero lo que pensaba hacer, así que le di la razón y le prometí enmendar lo que pensaba hacer. Había llegado a esta casa por mera casualidad, dado que caminaba por la avenida, en busca del transporte para mudarme a mi pueblo, en Sucre, dejando mis últimos pasos en esta ciudad, que me había alojado por un año completo, trabajando en el Correo Postal, cuando de repente veo que la lujosa camioneta se da de frente con el poste. El conductor se estaba ahogando. Lo saqué y le di los primeros auxilios. Lo llevé al hospital. Estando allá llegó la señora. Cuando le dieron de alta, ambos exigieron que los acompañara a su casa. Me pidieron que pernoctara aquí, que me fuera mañana porque ya era muy tarde. 
Durante el desayuno, me paré frente a la mesa y les comuniqué mi decisión de marchar. La señora se mostró condescendiente conmigo invitándome a que me quedara otro día más para que me logara el aventón con ellos que iban para Barranquilla. Viendo que lo hacía de manera sincera, accedí. Coloqué de nuevo mi bolso en el cuarto. Por la noche me pidieron que cuidara la casa mientras la familia completa se iba a bailar al club con la orquesta de Renato Capriles.
"Ya sabe, no le abra a nadie, ni dé razón alguna de donde nos encontramos, tome, échele plomo al que sea". Me había entregado el señor un pistolón y continuó hablando. "Ahí en la nevera hay Whisky, si le provoca, hágale".

Después que se fueron saqué una de Old Par y me puse a ver cine. A las 11:00 pm, llegó Omaira con una amiga, introduciéndose ambas al cuarto. La amiga se cambió el traje por uno que le prestó Omaira, pues el suyo se había arruinado con gaseosa. Mientras se cambiaba, Omaira salió a la sala, me quitó el vaso y tomó. "¿Quién toma solo?"
_El que no tiene con quien, con los deseos se  acompaña.
Se fue a la nevera y regresó con una gaseosa. Me ordenó que le pasara el vaso. "Tiene buen hígado para el Whisky". Se quedó mirando fijo a los ojos, después de un segundo dijo:
_Creo que no soy tan vieja para que me llames de usted, bájate al tuteo y me sentiré mejor.
Antes que le contestara cualquier cosa salió la compañera.
_ ¿Nos vamos?
_Sí, nos vamos.
Al tiempo de cerrar la puerta se volteó y acompañándose de su mejor sonrisa me dijo pasito, ¿no estaré yo entre esos deseos? Salió de prisa sin esperar respuesta. Por entre la ventana contemplé su talle. Un sino alegre como arpa llanera movió su andar, bajando por su falda una corriente de ilusión inquieta y coqueta con su meliflua silueta. Quedó mi corazón como un viejo campanario, retumbando en tierras ajenas tras una esperanza engañosa. Sentí fuego en las mejillas, sus palabras habían brotado como gotas de ámbar, rociando los pétalos del corazón en el huerto legítimo del amor.
Se acabó la película, me fui a dormir. En eso escuché que se detenía un carro frente a la puerta. Descubrí que era ella nuevamente. Le abrí. Entró silenciosa y pálida. El olor de su cuerpo no se detuvo en su piel y voló hacia mí. Seguí detrás de ella para no perderme su embeleso. Se detuvo mansamente. Giró. Su angelical rostro quedó próximo al mío. El fulgor de la pantalla de la rinconera adornaba su cabeza con un reguero de estrellas y luceros. Su respiración era jadeante, parecía que el aire se le acaba en los pulmones, respiró hondo. Me miró. Su carita de diosa era un trigal maduro, listo para la cosecha. Sus labios se abrieron para decir algo; pero lo único que hicieron fue fundirse con los míos. Nos besamos con ardor, pasión y frenesí. Se volteó, la tomé por el talle, y dobló hacia atrás su tronco. La besé en el cuello, se estremeció cual potro que sudoroso es despojado de su montura. Buscó mis labios queriéndose llevar mi vida, mi alma, mi ser. Se tiró en el diván arrastrándome con ella. Su voz sonó en indulgente plegaria. Te quiero, te quiero. Bésame. Haz de mí tu noche soñada, tu dulce compañía. Sube, sube. Clama con incontenible agonía, cuando ya mi boca y mis labios le parecían poco para calmar aquella ansiedad que le devoraba. Y nos fugamos para siempre esa misma noche.

Gavilán Triste

Relatos FM

EL BASTON DE MALACA


Apoyado en el marco de la ventana, miraba al viejo sentado en el jardín. El hombre parecía pensar y estaba sentado con la espalda vencida y la mano aferrada al puño de plata labrada del bastón de Malaca mirando al cielo con los ojos ausentes, húmedos de un llanto inconsciente. Tiene la mirada de un rencor profundo como si clamara por una venganza que espera desde un tiempo remoto, y que ya no reconoce manos ni rostro, aunque permanezca el lugar y el momento, cuando el sol muere con el último brillo sobre las hojas de las casuarinas.
La mano apretada a la empuñadura del bastón y una rabia antigua le dibuja una mueca en la boca severa que no sabe de risas, apenas  un gesto casi imperceptible, cuando recuerda las noches pasadas entre amigos y mujeres ocasionales. El viejo permanece ahí, pensando, tiene los dedos crispados sobre el cabo de plata, y entra al torbellino de recuerdos que arrastra del pasado, de aquel tiempo lejano de la peste, cuando preguntó al cura: "porqué doblan las campanas por los que mueren y nunca por los que van a nacer".
-"porque al morir, nacemos a la vida eterna", le respondió el párroco, con ese gesto infalible de burócrata que a veces tienen los hombres de la fe.
Mientras piensa, el viejo va desgranando las memorias de un tiempo muerto, empeñado en la ilusión de que todo el pasado sigue viviendo y lo visita en su honradez y en su coraje. Sostiene la mirada distraída en la nada. Es la misma mirada de los tiempos idos, pero ya no convoca voluntades ni deseos ajenos, es un morir de a poco, sin resistencia ni derrota. Un convite a la muerte: "Madre, usted no se irá sola y cuando  muera, yo me iré también. ¡Calla! Que el ánima queda presa y después no puede descansar en paz". Era un niño, entonces,  pero esas palabras pudo repetirlas en cualquier momento, ahora mismo las está pronunciando, con la certeza del final. ¿Qué puedo hacer?, lo pensó mientras leía la carta, de letra fina y apretada, contándole que allá lejos todo había perdido su sentido, que los hombres se mataban y los campos y ciudades apilaban cadáveres de soldados, mujeres, niños, viejos y animales. "Deja  la lectura, tantos libros escritos para seguir desgarrándonos con las manos como en los primeros tiempos, no por hambre, sino por una venganza que no recuerda su nombre... ¡contéstame!" Era el ruego de una voz remota. El nunca respondió esa carta y el silencio se hizo dolor en la conciencia.
El hombre del bastón sigue allí, pensando, la mano aferrada y el puño firme, es lo único recio en ese cuerpo moribundo que tiene la mirada puesta en el cielo. El recuerdo de los pechos tibios de aquella mujer que lo cobijó como si fuera un hijo. La hembra de carnes firmes y mirar dadivoso en las noches de un otoño frío y ventoso: "las ráfagas heladas del infierno que te calan los huesos aunque el fuego se alce con las llamas hasta el cielo" –le decía- y él pensaba que todo iba a pasar, aunque no cejara el  frío solitario en el páramo; allá arriba, cerca de las nubes, cuando el silencio se rompe con el martillar de la carabina y los cóndores alzan vuelo detrás de la montaña.
La espalda encorvada y los ojos desteñidos que miran al suelo, la mano firme en la empuñadura de plata labrada.  No importa lo que se vea, es el oído que trae el retumbar de los cascos y el polvo seco que vuela en remolino por el galope de los caballos. Un grito áspero, uno solo, y el atropello de las bestias que se detienen ante la sombra del hombre; el silencio abre un vacío de terror en el pecho. Un tiro es suficiente, piensa,  y la mano paralizada en el arma no se moverá y el fogonazo le rozará la sien para lavar la afrenta.
Las hojas caen secas y se amontonan alrededor, una lágrima gruesa le corre por la mejilla y los ojos ya no miran el suelo, ahora imaginan y lloran, cuando el eco de un voz lejana repite la sentencia: "el dolor de la traición se siente un minuto antes de morir"; un velo blanco, como una gasa, le nubla la vista, siente el corazón en la garganta, quiere mirar y no puede.
Apenas un gesto de asentimiento y aquel hombre con la espalda vencida, afloja el puño sobre el mango de plata labrada y se deja caer junto al bastón de Malaca; el polvo se arremolina y le cubre la cara macilenta, la última lágrima le corre por la mejilla hasta la comisura de la boca muerta.

El Vigía

Relatos FM

Decisiones


Paris ya de viejo, trajinado y golpeado por la vida, no había tenido suerte en el amor, las mujeres que eligió y ellas que lo aceptaron, más que un sueño paradisíaco se convirtieron siempre sus experiencias amatorias, algunas veces en campos de concentración, otras en juicios de inquisición sumaria, cientos de expulsiones del hogar, y la perdida repetida de las pocas pertenencias que caminaban a su lado, sin contar que los bienes que denodadamente construyera piedra por piedra en un zas, quedaban bajo pleno y totalitario poder de las féminas que por esposas en su tiempo eligiera,
Sus correrías de alquiler en alquiler, sin más carga que su cuerpo y unos cuantos trapos, terminaban con su ya de por si fantasmal aspecto, una noche de esas, cuando ya casi fuerzas no habían, quedo sumido en un pesado sueño, volaba en remolino directamente hacia un agujero negro;
1988, había terminado la secundaria, y para no perder el tiempo en vagancia suprema que otros compañeros se daban su "año sabático", eligió una carrera de mando medio, a fin de no ser una carga en su hogar, a la par de estudiar por las mañanas, en las tardes trabajaba en una radio aficionado donde brindaban servicio de radio telefonía, cuando los celulares aun no hacían su saturada aparición, así trato de organizar temporalmente sus proyecciones hasta que la situación, ósea su situación mejorara,
Su familia decidió celebrarle su cumpleaños, invitaron a muchos jóvenes amigos y amigas, dentro de los asistentes resaltaban la presencia de una chica y su tía quienes por la escaza diferencia de edad que se llevaban parecían hermanas, la fiesta se desarrolló bastante amena, a él, le agrado la sobrina de nombre Esther, ella un poco reacia al principio pero le aceptaba todas las piezas de baile que le invitaba,
Cierto fin de semana, de descanso merecido fue a la casa de Esther, toco la puerta y la que abrió fue su hermana Helena, una adolescente hermosa, contorneada y de sonrisa sublimemente jovial, simplemente se quedó petrificado de su belleza, ella sorprendida y algo ruborizada, le pregunto; ¿a quién buscas? Y es aquí donde las respuestas se convierten en decisiones trascendentales, cambian la vida de aquel que las determina, en este caso para Paris, pudo en ese momento elegir tres respuestas:
Primera respuesta: Buenos días, disculpa busco a Esther, ah mi hermana, espera, así esperaría en la puerta hasta que ella recibiera instrucciones y regresara para decir; pasa, observando una impecable, brillante y reluciente casa, toma asiento, gracias, salía Esther, radiante también, hola, como estas, el, venía a invitarte a una fiesta que está realizando Rollo en su casa, no tengo con quien ir y pensé si me puedes acompañar, ella, pero sola no voy, invita a tu hermana si gustas, no, mejor voy con mi tía, ¿la conoces?, sí, claro, como gustes, bien el próximo domingo, ¿está bien?, bien, paso por ustedes, ok, un besito en la mejilla, cuídate, chau, de esta sencilla manera, con esta simple respuesta, comenzaría para Paris una odisea, que en síntesis se resumiría así, entre trabajo y estudio, pasarían tres años de noviazgo, que moneda a moneda, irían ahorrando, comprando cada artefacto, muebles, los que serían usados en su casita futura, un modestísimo matrimonio, la graduación del Instituto, un trabajo medio remunerado, casado casa quiere y el primer alquiler cuyo trabajo implicaba la provincia, familia, una bella hija, ahorros ajustados, Esther también quería su realización en lo personal, se puso a estudiar, docencia, muy frecuentemente Helena visitaba aun soltera el hogar fraterno, (ella un mañana venidero hizo su elección, un tipejo vendedor de cebo de culebra que la lleno de hijos y le quito el brillo primaveral que la caracterizaba, convirtiéndola en una, obesa y maltratada mujer, para fallecer en un mal llevado embarazo), Paris siempre en su conciencia la miraba con ojos de ternura, pero en el sumergido mundo de censuras de su mente la deseaba con pasión desenfrenada,
Al cabo de algunos años retorno a la capital, la necesidad de una casa propia, la ocasión se presentaba con buenos programas de vivienda que auspiciara en conjunto el gobierno y la empresa privada, 90 mt2, 50 mt2 construidos, hormiga trabajadora para darle a los suyos las más exigidas comodidades y Paris hacia horas extras las que se llevaban sus energías en demasía, cierta ocasión, el verdadero yo de Esther afloraba, se vestía con trajes ceñidos de reconocidas marcas de tiendas exclusivas, le sofocaba la casita pequeña que se eligiera, y sobrevino su yo interior, sabes Paris, ya no puedo seguir así, es muy poco lo que hemos logrado, yo tengo otras aspiraciones y expectativas, quiero viajar, conocer el mundo, petrificado no atinaba a decir nada, para decirle en replica ¿Qué he hecho, vengo borracho, te soy infiel, fumo, me drogo, malgasto el dinero?, acaso no he construido todo esto a base de sacrificios, ¿Por qué me pagas de esta manera?
Las leyes siempre defenderán a la mujer aun sí estas estén equivocadas o hallan dado el primer paso para destruir el castillo en la arena o incluso la torre de concreto, simplemente Paris, tuvo que irse, dejando su casa y tratando de visitar frecuentemente a su adolescente hija, nunca más seria el mismo,
Segunda respuesta, Sabes amiga, pensé que los ángeles solo eran una creación de la imaginación de los poetas, pero ahora veo que me equivoque es cierto existen, al verte a ti, crece mi fe en dios, ella del rostro serio y circunspecto, dibujo una bella sonrisa en esos labios carnosos carmesí, gracioso, ¿a quién buscas?, te busco a ti, pero yo no te conozco, Señorita entonces me presentare, me llamo Paris, estudio Administración y por las tardes de Lunes a Viernes trabajo para costear mis estudios, yo estoy en 5to de secundaria, refería ella, me llamo Helena, el caballeresco beso su mano, y le pidió le acompañara a una fiesta que se realizaría la próxima semana, ella sorprendida y cauta, le dijo, déjame consultar, ven mañana, ¿puedes?, claro, si a mí me corresponde construir el caballo de Troya para entrar en tu fortificada ciudad lo hare complacido Helena, chau, cerro su puerta, allí comenzaría una historia de amor,
El la ayudaba en sus estudios para que aprobara con buenas calificaciones la secundaria, frecuentaba su casa con consentimiento paterno, ¿Helena, si es un sueño que estés a mi lado, no quiero despertar?, tonto estoy aquí, a tu lado, quiero cimentar mi vida junto a ti, ¿aceptas?, es difícil el progreso, pero es más llevadero y cercano, si me acompañas a alcanzar juntos nuestras metas, sí, pero no me falles, pongo mi esperanza y amor en lo que podamos construir juntos en el tiempo, que dios sea nuestro testigo, así antes de comprar y proveerse de cosas inanimadas, fueron forjando en acero galvanizado, a prueba de toda corrosión su afecto, ella culmino su secundaria y el su carrera técnica, el la ayudo con sus estudios técnicos mientras trabajaba, a punto ella de culminar su carrera técnica de informática, Paris pidió su mano aconteció una boda sencilla pero inolvidable,
De allí sobrevino un puesto de trabajo mejor para él y la colocación como practicante de su esposa, y así poquito a poco iban logrando sus metas, primero la inicial para la casita, juntos solventaban los gastos familiares, como la felicidad no es plena sin los hijos, vino un bello varón, de allí dos hermosas princesas, Paris decía, "el hombre que sabe amar, embellece a su mujer con el trato, y es así que cada día que pasaba más linda, guapa, adorable encontraba a su amada esposa", como la atención de los bebes apremiaba, decidieron poner un negocio en su casita, lo de moda unas cabinas de internet, ya que ella era especialista para el rubro, así más cerca de casa y mejor cuidados los niños fueron creciendo en alegre ambiente de pujanza y progreso,
Tercera respuesta, Señorita, mil disculpas, me he equivocado, buscaba el 103, y este es el 104, hasta luego, lo miro absorta y cerro su puerta, la indecisión y un tanto cobardía lo abordaría en las decisiones imprescindibles, Paris culminaría su carrera, solterón salía a divertirse con una que otra inusual conquista, para esto ya vivía la vida loca de libertad que cree merecer, sin compromisos serios, cuando alguna joven de plantada personalidad le exigiera seriedad en la relación sentimental, simplemente huía y no más volvía a verla, pánico a las definiciones que conllevaran, estabilidad, "sentar cabeza", él se consideraba un hombre libre y así quería seguir estando por el resto de su vida, nada de ataduras, nada de formalidades, nada de canas, ni ternos domingueros, ni sacar al perro a pasear, no, el poder de la soledad es sacrosanto, la libertad de elegir, ir y caminar a donde se  le plazca, siempre, pero Paris vería que por más que pintara las canas de su cenizo cabello, con el transcurrir del inexorable e irreversible tiempo, el espejo no engaña y el rostro lozano de ayer se iba marchitando como las hojas en otoño, surcos de profundas arrugas recorrían cual carreteras de lo vivido en su faz,
Veía a sus hermanas y hermanos llenos de hijos, nietos, y en la soledad de su cuarto, el más asfixiante de los sonidos, el silencio, y una nostálgica reflexión; hubiera siquiera elegido no a la mejor ni peor, a alguien que me hiciera para estos momentos compañía, ya viene el frio, y nadie supongo ha de llorarme, no hay marcha atrás, así es la vida, que viva mi "libertad"
De la misma forma en que todos esperamos saber elegir, no siempre resultan óptimas las respuestas, todo dependerá de una sólida firmeza sostener con vehemencia, nuestra decisión y adaptarnos a ella.


Polacko

Relatos FM

SNUFF


David llevaba tanto tiempo sin trabajar que ni se molestaba en poner en hora los relojes. Su reloj de pulsera se paró y un día (cuando se dio cuenta) lo dejó en el lavabo, junto a la pastilla de jabón que llevaba siglos allí. Su móvil marcaba con descaro el horario de invierno cuando era verano o viceversa.
Al principio, cuando se quedó en paro se prometió buscar un nuevo trabajo con todo el ahínco de que fuera capaz. Mantuvo su voluntad casi siete meses. Desde entonces había pasado un año. Currículos, entrevistas, horas y horas recorriendo edificios donde todo el mundo parecía muy ocupado, donde nadie dejaba de moverse. Nunca lo llamaron. En realidad las únicas llamadas que recibía eran las de su casero (siempre enfadado porque David se retrasaba en los pagos mensuales) y las compañías telefónicas (con voces sudacas que eran las únicas que todavía lo llamaban señor y que insistían en que se cambiara de contrato).
A los siete meses de patearse la ciudad y la provincia de punta a punta, desistió. Seguía mirando en páginas de internet, donde lo único que encontraba eran ofertas para ser explotado como comercial (un mes de prueba sin recibir ni un euro, más adelante según ventas). Cuando se cansaba de no encontrar nada se metía en páginas porno y se pajeaba.
Una tarde (eran las cuatro y media y se acababa de levantar) David encontró un anuncio en una página web de ofertas de trabajo que nunca había visto. Decía:

Puesto de TRABAJO en el mundo audiovisual
para PERSONA SIN PREJUICIOS y con mentalidad ARTÍSTICA
Realización y montaje de películas de bajo presupuesto
Incorporación INMEDIATA
No es necesaria experiencia (mejor si no se tiene)

Luego añadía un número de móvil y una dirección. Era en un polígono de las afueras de la ciudad. David llamó sin dudarlo pero el número dio casi veinte tonos sin que nadie respondiera. Se apuntó la dirección en una página arrancada de una revista y se marchó hacia el polígono.
La línea 84 de autobuses urbanos llegaba hasta allí. Era una línea asquerosa. La mayoría de los que la cogían eran gitanos o rumanos que vivían en los poblados de chabolas de las afueras de la ciudad. El aire apestaba a podrido dentro del autobús. David tuvo suerte y nadie se sentó a su lado.
Tardó casi media hora en llegar al polígono. Se bajó en una parada abandonada en mitad de un descampado donde solo crecían hierbajos de color pajizo. Era un polígono que parecía haber sido desalojado porque no se cruzó con nadie. Paseó entre grandes naves de hormigón con puertas metálicas de todos los colores con manchas de óxido. Las aceras eran de cemento gris, basto y rugoso.
Finalmente localizó la dirección que decía el anuncio. Era una nave como las demás, sin ningún tipo de identificación ni cartel en la entrada. La puerta era de un color rojo intenso, que disimulaba las grandes manchas de óxido que se extendían por ella. La puerta estaba cerrada y David se quedó ante ella con las manos en los bolsillos, atento a cualquier sonido que demostrara que había alguien dentro. Después de un rato inmóvil, se encogió de hombros y llamó a la puerta. Clanc, clanc. Sonaron como dos disparos en mitad de la noche.
Tardaron tanto en abrirle que David estaba a punto de darse la vuelta y marcharse cuando la puerta chirrió y apareció un hombre de hombros anchos, y rostro blando y pálido. Lo miró con ojos cansados y preguntó:
-¿Sí?
David, con la boca seca, contestó:
-Vengo por el anuncio. El del puesto de trabajo.
-Ah, sí. Muy bien. Es aquí, me alegro que haya encontrado el lugar. La verdad es que esto está muy apartado de cualquier sitio, pero es mejor así. Mucho más tranquilo.
-Está un poco escondido –coincidió David.
El hombre lo observó en silencio hasta que pareció recordar que seguían en la entrada. Se apartó para dejarle paso a través de la puerta.
-Pero pase, pase, no se quede ahí. Tendré que hacerle un par de preguntas. Nada serio, es solo para asegurarme de que eres el adecuado para este trabajo.
-En el anuncio decía que era mejor que no tuviera ninguna experiencia. Nunca he trabajado en el mundo audiovisual.
El rostro blando del hombre se ensanchó con una sonrisa mientras lo guiaba por el interior de la nave, que estaba en penumbra.
-¡Perfecto, perfecto! Para este trabajo es lo mejor, quiero conseguir el máximo realismo posible y soy partidario de la teoría de que cuanto menos se sepa sobre cine mayor realismo se podrá transmitir.
-Eh, bien... si... -opinó David sin mucha seguridad.
Cruzaron entre las sombras, junto a muebles amontonados, grandes cajas, todos cubiertos de plásticos semitransparentes. Bajo ellos las formas eran difíciles de definir. Llegaron a un pequeño despacho donde solo había una mesa y un par de sillas. Se sentaron en ellas con la mesa de por medio.
-Soy Deodato, por cierto. Soy el... encargado de todo esto. Iba a decir el director, pero me parece falso. Cuando se rueda la verdad, la vida, no se puede ser director. Simplemente recogemos lo que sucede ante nuestros ojos.
Cruzó los dedos ante el rostro y David guardó silencio, sin saber que decir.
-Bueno, empecemos –Lope examinó varios papeles que tenía sobre la mesa. Los pasó uno tras otro y los dejó de nuevo ante él.- Veamos, veamos...
La entrevista duró menos tiempo de lo que esperaba y transcurrió sin miedos ni dudas por parte de David. Contestó con sinceridad y con rapidez. Antes de que se diera cuenta Deodato le puso por delante un papel que firmó con rapidez, sin apenas leer lo que ponía en él. David estaba lleno de alegría, sin creerse del todo lo que le estaba sucediendo. ¡Al fin volvía a tener trabajo! Para celebrarlo esa noche salió de bares y se emborrachó a conciencia. Después de todo no empezaba a trabajar hasta dentro de una semana.
El primer día fue el peor, como en todos los trabajos. David llegó a la nave donde se había entrevistado con Deodato muy temprano y listo para cumplir con todas sus obligaciones. Deodato lo recibió más nervioso que la vez anterior.
-¡Pasa, pasa! Ahora te daré un mono de trabajo para que no te manches la ropa. Es conveniente, ¿sabes? Muy conveniente. Espero que hayas desayunado ligero, como te recomendé. ¿Sí? Bien, bien.
David se cambió y acompañó a Deodato hasta una gran sala al fondo de la nave. Sus pasos resonaron sobre el cemento duro del suelo como los compases de un reloj gigante.
-Mantente siempre muy cerca de mí, ¿de acuerdo? –le instruía Deodato mientras caminaban.- Quiero planos cercanos porque es la mejor manera de captar la VERDAD.
Y al decirlo era como si las mayúsculas resaltaran en sus palabras.
Llegaron a la sala y Deodato le hizo un gesto para que esperara. Se puso un pasamontañas, empuñó un cuchillo largo como su antebrazo y asintió. David cogió la cámara con mano temblorosa y pulsó ON. La levantó, enfocó y su nerviosismo desapareció.
La chica estaba atada en una silla en el centro de la habitación. Los miró con ojos desencajados, muy desencajados en un rostro oriental, pero la boca la tenía amordazada y no podía gritar. Vestía unos vaqueros y un suéter de color claro pero tenía la ropa muy sucia. Deodato le había dicho que llevaba varios días encerrada, porque no había tenido ocasión de acabar el trabajo él solo. Afortunadamente, le había dicho, ahora entre los dos podrían hacerlo con facilidad. Y con arte, porque Deodato le insistió a David que lo que sus clientes buscaban en sus películas era el arte de la vida y la muerte en un solo filo. Como la vida misma, más real que cualquier película o novela.
Aquel primer día Deodato tardó casi media hora en acabar con la chica, de la que David nunca llegó a saber su nombre. Ni siquiera pudo saber si hablaba español porque lo único que hizo mientras el grababa fue gritar, gritar y sangrar. Deodato sabía bien lo que hacía, nunca malgastaba un gesto ni un corte. Y de una forma que David no fue capaz de entender y que lo horrorizó y asombró a un tiempo logró mantener con vida a la chica casi treinta minutos.
-Lo has hecho perfecto –le dijo al terminar, limpiándose las manos ensangrentadas en un trapo gastado y lleno de oscuras manchas. – Movimientos muy naturales, ¿verdad? Creo que podremos hacer algo grande con esto. Sí, algo grande, algo verdadero.
Le palmeó la espalda con efusividad y le pagó. Era un gran fajo de billetes. De hecho David nunca había visto tantos euros juntos.
Esa noche también busco un bar donde emborracharse, pero esta vez no había alegría en su forma de beber. David no le prestaba atención a nada de lo que le rodeaba. Con la vista fija en su vaso solo escuchaba los gritos de la chica sin nombre. No lograba sacársela de la cabeza a pesar de que no le había tocado ni un pelo. Ni siquiera había ayudado a Deodato a meter su cadáver en el incinerador que había en un rincón de la nave.
Acabó vomitando en la esquina de una calle vacía, ya cerca del amanecer. Se acostó con la intención de no aparecer al día siguiente en la nave donde lo esperaba Deodato. Sin embargo se levantó cuando sonó su despertador, se duchó, desayunó y se marchó hacía el polígono en un coche que alquiló con parte de su primer sueldo. Deodato ya se había puesto su  mono de trabajo y se enfundó con rapidez el pasamontañas. David solo pudo verle los ojos blandos y acuosos cuando le preguntó:
-¿Todo bien? ¿Listo para crear de nuevo?
David asintió con lentitud mientras empezaba a colocarse su propio mono. El segundo día solo fue un poco peor que el anterior.

Vicors

Relatos FM

MUERTO EL PERRO


Gad se revuelve inquieto en el sillón de escai. Hay un silencio incómodo en la sala, la misma sala de juntas que vio verdaderas borracheras de éxito al analizar los balances, cuando cada trimestre era mejor, mucho mejor que el precedente. Eran otros tiempos, dicen algunos en los pasillos para quitar importancia a la debacle. Nadie mira a nadie, tan solo algún osado como Muñoza trata de iniciar una conversación que enseguida muere por falta de contertulio. Gad tampoco los mira, está  avergonzado. Sus resultados hayan sido tan malos que a él mismo le resulta difícil creerlo. No los mira directamente, pero ve el reflejo de sus caras cansadas en la pulida superficie oval de caoba: unos mirando su propia corbata, otros explorando sus uñas, otros simplemente esperando la llegada de Huélamo, con la respiración entrecortada, sin hacer nada.
Gad quiere analizar, hablar con Huélamo del origen del fracaso ─palabra nunca antes proferida en esa sala─, atreverse a contradecir al jefe en público, porque no se puede achacar a la incapacidad de los vendedores si los resultados son tan generalizados. Tan solo Muñoza despunta un poco, como siempre es el que ha logrado mayores ventas. El trepa Muñoza. ¿Qué habrá hecho esta vez? ¿A qué nuevas tretas habrá recurrido? Se comenta por los pasillos: en un mercado tan feroz, donde la ética jamás tuvo cabida, Muñoza destaca por su juego sucio. Por algo es el favorito de Huélamo. Pero esta vez Muñoza tampoco está tranquilo, ha quedado muy por debajo de objetivos.
Gad lleva mucho tiempo analizando; el producto es bueno, los comerciales son expertos. Son los mejores entre los buenos, los escogidos. Es cierto que proceden de diversos sectores, y que tuvieron que superar sus naturales reticencias iniciales. Pero, como les dijo el trainer, si no has tenido escrúpulos al vender la extensión de garantía del smartphone, estás capacitado para vender cualquier cosa.
Así que lo que falla es el mercado. La clientela. Gad lo sabe, pero no va a ser tan torpe como para darle al jefe la solución. No, no se las va a dar de listillo: el jefe nunca aceptará que nadie le dé lecciones, y menos en público. Gad tiene que lograr producir en Huélamo la sensación de ha sido él mismo quien ha decidido analizar el problema de la falta de ventas para, desde ahí, partir en busca de la solución. Pero Gad tiene que elegir muy bien sus palabras, sabe que la fiera no los dejará expresarse. Hará restallar el látigo ─metafórico─sobre sus cabezas, echará fuego por la boca ─metafórico también─ , escogerá a uno que expíe las culpas por todos y al que hará rodar su cabeza, esta vez no metafóricamente. No, no se va a significar delante de Huélamo, por si lo escoge a él como cabeza de turco. ¿O sí? No sabe. Gad se debate entre seguir su propio instinto de analizar las causas para poner remedio, o mimetizarse para no ser descubierto por la fiera. Si lo hace con acierto, si encuentra la clave, se ganará el aprecio de su jefe y el respeto de los compañeros. Pero si no acierta con las palabras, si no es capaz de atraer la atención del jefe en la primera frase, será destrozado por el zarpazo del tigre.
Se abre la puerta, el silencio se hace más denso. Se cortan las respiraciones. Todos en pie. Entra Huélamo, se dirige a la cabecera de presidencia. A Gad le castañetean los dientes, se le seca la boca. Y el miedo le hace perder la confianza, el aplomo y la estrategia largamente pensada. Y se precipita, suicida, y dice:
─La culpa es de los jóvenes que están todos muertos o se han marchado del país. Ya solo consumen drogas los ancianos y se mueren enseguida también.

Olduvai

Relatos FM

Los invencibles


Mi viejo no podía caminar más. Ya había sido suficiente que se reventara todo los días durante treinta y siete años en las construcciones, nosotros ya estábamos grandes para relevarlo y asistir pues, a la ceremonia en donde nos entregarían el galardón del empleado del mes que le habían otorgado ¡treinta y siete cochinos años! después de trabajar con esa **** constructora. Pero como mi padre no podía levantarse de su cama, fui con Oriana a recibir los cagados cien mil pesos que escupían con una pequeña estatuilla de un obrero con casco y pica tallada en no sé qué cristal barato. Se la dieron, y lo sé muy bien, por lástima, porque ya el pobre hombre no podía trabajar y tenía que sostener a unos hijos muertos de hambre. ¿Mi madre? La muy hija de **** se casó con un santandereano y nos abandonó, dejó a sus seis consecuencias bajo la sangre de mi padre, sangre que derramaba junto al sudor que le escurría por entre las arrugas de la frente. Sangre que la pobre de Oriana le limpiaba con amor y tristeza cuando llegaba en las noches adolorido y con los pies ampollados. Pobre Oriana, chiquilla maldita, concebida apenas para hacer el papel de madre en una familia muerta. No nació hija, sino esposa. Oriana no nos dejaba porque la pobre era una buena hija y hermana, y nos dijo que era mejor morir antes que abandonarnos en este mundo al que sólo Dios nos trajo para castigarnos por alguna maricada hecha en otra vida.

—Pero bueno hombre, eso a mí no me importa— contestó el capataz mientras miraba a Alfonso. 
—Yo sé que no le importa —contestaba Alfonso mientras pensaba en un posible madrazo para esputar— pero deme trabajo Don Pedro, tengo cinco hermanos que alimentar y a un padre que despedir.

Riverprie

Relatos FM

Ojitos switch


OFF
Fue una noche de ironías, paralelismos y, en un descuido, hasta de dobles sentidos. Por si fuera poco, fría y brillante, como esperamos que sea la navidad.

Cientos de peregrinos de fiestas de temporada, compras de última hora o de un rutinario regreso a casa fueron hechos prisioneros por un estreñimiento vial que, en esos días, pudo deberse a muchas causas (un accidente, un semáforo descompuesto, el acto violento de cada día).

Es casi seguro que absolutamente todos los que aguardaban por su libertad esa noche desearon recibir posada, una posada real y con cimientos, con baño, cama y cocina, no motorizada, pero difícilmente alguien lo sintió con mayor fuerza que la pareja aquella que abordo de un taxi se dirigía al hospital apurada por las primeras señales de un alumbramiento.

CLICK
No habría sido algo nuevo que una mujer diera a luz en un transporte público. Sí lo fue que la ocasión y el papá de la futura criatura compartieran el sentido de la ironía, accedieran a descender y vivir el parto en el pesebre tamaño natural de una plaza pública.

El muchacho pateó al buey, puso al niño dios en el suelo y acomodó a la casi madre en la cama de paja. Levantó una tela que servía de base a las figuras y la usó de sábana y cobija para su esposa. Algunas personas también descendieron de sus coches y se acercaron.

ON
El niño nació con prisa. Una criatura sietemesina que apenas abría los ojos. La preocupación pasó a ser la de darle calor. La noche estaba helada y la ambulancia, a menos que fuera un trineo volador, iba a tardar.

Un hombre alto, de abrigo oscuro largo, gorra de esquiador y en esos momentos cálida barba quitó algo de paja del techo y les reveló una inusual pantalla en 3D. El sujeto se puso en cuclillas junto a la madre, que abrazaba con desesperación al neonato, y le mostró el cielo, profundo como sólo puede verse en esta época del año.

"Cuando un niño abre los ojos y éstos reflejan por primera vez la luz, hay un breve instante en el que se unen el cielo y la Tierra. La vida es un rayo que atraviesa el universo instantáneamente y brilla en dos lugares al mismo tiempo: unas pupilas y una estrella".

El hombre guió la mirada de la madre, y la de todos los pastores urbanos que ahí reunidos aportaban, además de curiosidad, calor, hacia el oscuro horizonte superior, y señaló un pequeño destello que poco antes no se notaba entre las constelaciones.

"Hubo un error en la traducción de la biblia", agregó el hombre, "no es que una estrella señalara el nacimiento de un niño. Fue el nacimiento de un niño el que hizo brillar a la estrella." Entonces miraron a la criatura y vieron que sus ínfimos párpados hacían el esfuerzo de abrirse. Arriba, muy arriba, una intermitencia luminosa hacía eco de dicha lucha.

"El cielo es el álbum de recuerdos de la Tierra. Deberíamos ceder los telescopios a los historiadores", dijo el tipo alto en algo que pareció ser broma, aunque nadie podría asegurarlo. Lo sí cierto era que la criatura respiraba y abría los ojitos.

"Dar a luz es encender un switch intergaláctico; esta noche todos ayudamos a hacerlo", se despidió de ellos cuando llegaron los paramédicos.

Ya en la maternidad, la mamá nueva lo recordó: ¿Quién era? Deberíamos buscarlo, darle las gracias...

Ironías, paralelismos; coincidencias y reflejos, como la iluminación navideña, que evoca la del cielo. Si cruzan el infinito, también pueden atravesar el tiempo: "¿Agradecerle qué? A ciencia cierta, sólo sé que te mantuvo tranquila con sus cuentos mientras llegó la ambulancia. Además, no creo que vayamos a encontrarlo..."

¿Por qué?

"Seguramente subió a su camello y fue a reunirse con los otros dos, el del elefante y el del caballo...".

Cincuenta

Relatos FM

Sin pena alguna


Mientras la última gota de sangre resbalaba por el filo de la tijera cerrada que acababa de sostener entre sus manos, una lágrima sin sentido lo hacía por su mejilla. No lloraba por lo que se le venía encima ni por lo que acababa de perpetrar. Tampoco lloraba de emoción ni de alegría. Era el llanto desesperado de la liberación. Era el dolor contenido en los últimos diez años el que se escapaba en cada lágrima que caía sobre el musculado cuerpo inerte, en cada grito estridente y agudo, hasta hace unos segundos anclado en la garganta, que por desgracia no podría ya atravesarle el tímpano, como le hubiera gustado.
Cuando el vecino derribó la puerta tras pulsar repetidamente el timbre sin obtener respuesta, sobresaltada, soltó el arma, que rebotó sobre el cráneo enrojecido del hombre al que mucho tiempo atrás había amado sin reservas y ahora creía odiar como a nadie. ¿Cuándo sucedió todo? El no cambió. No hubo punto de inflexión, un antes y un después. Simplemente era guapo y ella ingenua y era malo y ella ingenua. Era muy malo y ella muy ingenua. Tanto que ni siquiera una vez se sintió atraída por otro hombre. Tanto que fue capaz de soportar sin denunciar una vejación tras otra. Tantísimo que aún odiándolo seguía queriéndolo y confiaba en su palabra y en sus continuos perjurios. Cayó en sus redes y en sus labios carnosos. Cayó en sus fuertes manos que abarcaban con dulzura sus pequeños pechos y la transportaban al paroxismo. Cayó en sus zalameras palabras de amor y en la ternura de sus grandes y hundidos ojos. Cayó en todas y cada una de las trampas que el muy hijo de **** le había tendido. Y ahora aurículas y ventrículos se hallaban, sin ella quererlo, aún más indecisos y su cerebro era incapaz de imponer cordura entre sus peleados sentimientos, fieles reflejos de su atormentada relación.
La policía la juzgó como asesina nada más aparecer y ella, según sus lágrimas mudaban en mirada perdida, según sus gritos se convertían en sonrisa burlona, según sus nerviosas manos que hace unos minutos asestaban azarosas puñaladas se tornaban firmes y las palmas recuperaban su sonrojado color, también se convencía de su nueva condición criminal. Sobre el cadáver del canalla, anegado en sangre, alguna que otra tripa asomando curiosa al exterior, un forense examinaba las heridas e introducía por una de ellas un termómetro directo al hígado, mientras ella rebobinaba una y otra vez los fotogramas del asesinato. Veía al médico en su lugar, ensañándose, e intentaba pararlo. Le estaba robando la vida a su amor y... ¡no, no, piensa, mujer!, es al contrario, era el amor de su vida quien le estaba robando a ella el aliento, sin descanso, sin compasión. Víctima y asesino, ambos en una persona, ambos en dos personas. Dos muertos, uno de cada bando, uno en cada lado, asesinados.
Apenas recordaba cuál era el motivo que inflamó sus axones, cargados de gasolina desde hace años, y prendió las neuronas más básicas de su condición humana. Sólo un poco mensurable dolor vaginal dejaba entrever una pista de lo ocurrido. No era la primera vez que se lo hacía. Con un fuerte pellizco en la entrepierna la levantaba prácticamente en vilo mientras ella, de puntillas, braceaba atenazada por el dolor sin llegar a alcanzar nunca su cabeza de la que en esos momentos de tensión habría arrancado su pelo a dentelladas o vaciado sus cuencas con los dedos en carne viva por las pocas uñas que ya le quedaban. Era tal el daño que sentía que ni siquiera escuchaba la retahíla de palabras obscenas que le dedicaba mientras apretaba más y más con su brazo derecho, bien marcados uno a uno los tendones. Cuando la soltaba y caía al suelo ella gateaba para refugiarse bajo la mesa, donde le hacía más difícil la costumbre de patearla y la mullida alfombra mitigaba el dolor del arrastre, lo que a él le irritaba y terminaba, cansado, por dejarla.
Ese día, ahora comenzaba a verlo claro, estaba cortando la etiqueta que sobresalía feamente del tapiz y dejó bajo la mesa la tijera cuando sonó el timbre. Temerosa y esperanzada, como una tras otro todos los días de cada año de convivencia, fue rauda a abrir. Tenía confianza en que todo cambiara, que tras la puerta se encontraría con aquel caballero que la sedujo finamente, y lo preciosas que quedarían las rosas sobre la mesa de comedor. Que la tomaría de la mano y dulcemente la llevaría hasta el dormitorio, donde se dejaría desnudar con fingida resistencia. Todos los días, sobre las ocho de la tarde, sus ojos sonreían iluminados pensando lo mismo. Dos horas más tarde las lágrimas nublaban su mirada mientras le preparaba la cena. Esa tarde no hubo excepción. Tras el violento ritual de sadismo gratuito de su pareja, encontró el arma y se lanzó contra su ancha espalda, imposible fallar, hundiéndola una y otra vez con toda la fuerza de sus brazos, mas no de su corazón.  El apenas se quejó y enseguida cayó al suelo donde aún se llevó unas cuantas puñaladas más, muchas mortales, mientras ella lloraba sin pena alguna.

Amilcar

Relatos FM

El mundo de los vivos


Se levantó de la cama tres veces aquella noche. Él le había ordenado que no lo hiciera. Intentó no hacer ruido y sigilosamente se metió en la cocina, abriendo la nevera para sacar el cartón de leche, beber a morro y comerse uno de los pastelitos de nata.

En los últimos meses había engordado siete kilos. Y no podía parar de comer. El médico le había aconsejado cinco porciones variadas al día, dejar las bebidas azucaradas, los dulces y fritos, beber mucha agua, comer verdura y hacer deporte cuatro veces a la semana.

No podía hacerlo. Cada vez que veía algo sustancioso tenía la imperiosa necesidad de comérselo. Su marido le prohibía ir al supermercado. Los pastelitos de nata habían sido un regalo de sus sobrinos.

Detrás su marido. Con cara de pocos amigos, en pijama y diciendo ¨¿Qué haces?¨ para todo seguido cogerla de la mano y, casi a rastras, meterla otra vez en la cama. ¨Eres un desecho¨. ¨eres un verdadero desecho¨.

Se habían conocido en un campamento de verano. Estudiantes adolescentes  españoles y franceses; una bomba de relojería. Se habían gustado ya desde el primer día. Primero se saludaban con sonrisas tímidas, después con frases sueltas, más tarde largas conversaciones, un beso, tocamientos furtivos. Y el sexo.

Lo hicieron en la playa. Él estaba nervioso. Bajaron durante la fiesta de despedida. Aquella iba a ser su última noche.

Lo hicieron rápido y fugazmente. Apenas notaron nada. El placer era en aquellos momentos casi mágicos estar el uno junto al otro. Para los dos aquella sería su primera vez.

Ella francesa, de Poitiers. Él de Burgos, bien lejos. Era a finales de los ochenta y no existían los vuelos baratos o internet. Se escribieron cartas. Miles. Se escribían cada día explicándose lo que hacían en la escuela o en casa, hablaban de sus problemas de los libros que habían leído, de cine o de sus amigos. Él se acostaba con otras. Ella solo cayó una vez con un chico mayor que había conocido fugazmente en una discoteca.

Se volvieron a ver. Tenían dieciocho años y decidieron pasar las vacaciones en un punto intermedio. Torredembarra, con su larga playa y windsurfistas cortando el mar mediterráneo. La habitación del hotel tenía impresionantes vistas a la costa. Era un mes de julio bien caluroso y húmedo. Sabían que estarían siempre juntos.

El sexo los unió. Ya era adultos y se compenetraban perfectamente. Podían pasarse horas hablando sobre cualquier tema. Ella había aprendido español. Él francés. Practicaban indistintamente. Incluso en la cama.

Y decidieron que, cuando terminaran los estudios, se irían a vivir juntos.

Siguieron las visitas, tres al año, las vacaciones juntos e incluso un encuentro común con los padres de ambos, en el sur de Francia, durante un día de agosto de tormenta.

La casa se la compraron cerca de Figueres. Ella podría cruzar la frontera en poco menos de media hora si quería ir a visitar a su familia. Tenían el tren y buenas autopistas. Él siempre diría que estaba en la península y, aunque Burgos estaba lejos, con un buen trayecto de siete u ocho horas se podía plantar en casa de sus padres, sobretodo durante las vacaciones o los puentes.

Y entonces empezaron los problemas.

Primero fueron nímios como salidas de tono, pequeños enfados. Después vinieron los gritos, los insultos y algún que otro golpe mal dado, en situaciones de conflicto extremos y cuando parecía que ya no podían aguantar más.

El incremento del peso le llegó después del primer hijo. Tenía que comer durante el embarazo, le había insistido su madre que le preparaba todo tipo de platos, ya que de esta manera el niño crecería en el vientre y saldría grande y rollizo. A él ya no le gustaba. Tenía las piernas demasiado gordas, la barriga le caía como un saco y el tamaño del cuello era como el de una enorme pelota.

No estaba con la mujer atractiva con la que se había casado.

"Eres un desecho. Vuelve a la cama."

Con los carrillos reventando, y sollozando,  se metió de nuevo entre las sábanas, desplazada por su marido, que le daba la espalda y había dejado de abrazarla hacía tiempo. 

Sabía que se había equivocado y aquella noche, mientras su hijo dormía plácidamente en la cuna,  la angustia que le invadió le hizo sentirse como un animal petrificado en el universo, lejos, muy lejos del mundo de los vivos.

Vikgo66

Relatos FM

¿Dónde Está Mi Cabeza?


–Buenos días, teléfono de información municipal, le atiende Carolina ¿En qué puedo ayudarle?
–Buenos días, mire usted, ¡He perdido la cabeza! Y mire que es cosa rara, pues la última vez que me pasó, me la hice enroscar sobre los hombros. Pero el caso, es que no la encuentro ¿La ha visto usted?
–¿La ha podido perder en el autobús? Tome nota del teléfono de objetos perdidos de la empresa...
–No, no, no, nunca viajo en autobús. Le he preguntado a mi Manolo y dice que nunca la tuve, que ya estaba así cuando me conoció, que por eso se enamoró de mí, pero si nunca la he tenido ¿Cómo es que recuerdo habérmela enroscado una vez? Claro que si no tengo cabeza... seguramente me lo estoy inventando. Pero oiga ¿Cómo ha dicho que se llama?
–Carolina.
–¡Ah sí! ¿No le digo? Como no tengo cabeza... A lo que iba ¿Para qué sirven?
–¡Uy! No sabría por dónde empezar. Son muy útiles: sobre todo para guardar cosas, ya sabe: direcciones, fechas de cumpleaños, malas pasadas de los amigos, las caras de las personas que conocemos, los contenidos de los cajones de nuestra casa...
–Eso estaría bonito, o al menos distraído ¿No?
–Tiene otras funciones un poco más complicadas. Verá, nos ayudan a recordar cosas que ya nos han pasado, algunas bonitas y otras espantosamente feas y angustiosas. Pero también sirven para que podamos enfrentarnos al presente con los recursos adecuados: analizando los problemas para intentar darles solución, gestionando los asuntos pendientes en base a órdenes de prioridad, urgencia, y en el mejor de los casos, cuando ya hemos acabado con las obligaciones pendientes, por el simple gusto. Pero la función que más me impresiona de las cabezas es la imaginación. Es como un billete a cualquier parte, nos puede hacer viajar a mundos desconocidos o experimentar agradables sensaciones que no hemos vivido antes. Sin embargo, otras tantas ocasiones, la imaginación se convierte en nuestra peor enemiga, y nos sitúa en posiciones dolorosas, difíciles, nos encapsula, nos atormenta, nos clasifica y predestina a malas experiencias, porque ¿Sabe usted una cosa?
–No, no sé nada, acuérdese que no tengo cabeza.
–La vida nos lleva allí donde nuestra imaginación nos colocó primero.
–¿Y eso?
–Eso es que la fantasía es mágica, y a menudo cumple nuestros mejores y nuestros peores presagios, pero si la sabemos utilizar, a la imaginación me refiero, nos hará felices. Cada cabeza es lo que cada quien quiere que sea.
–¿Sabe una cosa? Me parece que lleva razón mi Manolo, es demasiado complicado para mí, ¡Tantas instrucciones, tan complicadas! No, mejor me quedo como estoy, vaya a salirme de Guatemala para meterme en Guatepeor.
–No sea tonta, anímese a tener una. Cada cabeza devuelve la imagen que proyectamos en ella. Cada persona es dueña de pintar lo que sea, es un lienzo en blanco, preparado para recibir instrucciones.
–Oiga ¿Y son bonitas?
–Depende, le digo que hay de todo. ¿Cómo cree que es la suya?
–No lo recuerdo, la he perdido. Pero me gustaría... una de esas hermosas, llena de rizos cobrizos que se mueven para todos los lados mecidos por el viento, con la boquita de piñón, como las vírgenes antiguas, porque ¿Sabe usted? Yo ya tengo unos añitos y no me veo con otra cosa, o al menos eso dice mi marido.
–¿Y por dentro?
–¿También se ven por dentro?
–Pues claro, lo que más gusta de las cabezas es lo que hay por dentro.
–Pues la quiero... verde. Verde, verde, verde, pero no de envidia, quiero que esté llena de esperanza, para que me ayude a soportar las situaciones difíciles. Y también la quiero... limpia, libre de prejuicios, estereotipos, pensamientos destructivos, ideas preconcebidas, curiosa como la de un niño, serena como la de un abuelo. Y la quiero... con los muebles justos, pues si tiene muchos me voy a hacer un lío paseando entre ellos, pero si son demasiados pocos quizás el vacío que sienta sea insoportable. Quiero una cabeza preparada para sentir, que tenga capacidad de sorprenderse, con unos pilares bien fuertes, listos para soportar el peso de las situaciones. ¿Tiene usted mi cabeza?
–Pues siento mucho decirle que no, Señora, pero déme sus señas que le voy a mandar algo que puede ayudarle a encontrarla.

Tres días después de la conversación, la Señora Expósito recibió un paquete. Lo acompañaba una pequeña nota en la que decía:

"Que tenga suerte.
Firmado: Carolina".

Cuando terminó de quitarle el envoltorio de bolitas de aire protectoras, se encontró frente a frente con un enorme espejo. Le sonrió a la imagen, por fin había encontrado su cabeza, y era tal y como la soñaba. Con su testera localizada y en funcionamiento, pensó que si ella tenía cabeza, quizás el problema era que su Manolo no tenía ojos.

Exso Acnuri

Relatos FM

LAGRIMAS EN LA OSCURIDAD


"...Y la muerte no tendrá señorío,
desnudos los muertos se habrán confundido
con el hombre del viento y la luna poniente,
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios,
tendrán estrellas a sus codos y a sus pies;
aunque los amantes se pierdan quedará el amor.
Y la muerte no tendrá señorío..."
                                                   Dylan Thomas


Está anocheciendo. Y la oscuridad trae un raro frío. Un frío que hiela con blanca escarcha mis fosas nasales cada vez que respiro. Me duele, me hace daño, ese respirar.
     Comienza a llover y pienso que lo mejor sería irme a casa, huir, dejarme caer de cualquier forma en el sillón delante de la televisión, mirándola sin verla, taparme con una manta confortable y luego esperar que llegue el sueño. Ésta es mi meta después de pasar a verla todos los días. . .
     Pero debo de pasar por allí. Quizá sea la oscuridad que me acoge sin preguntar; quizá sea la simple necesidad lo que me impele a estar allí...No lo sé.
¿Qué noche dejará de tener el color de su mirada?  Sea lo qué fuere, algo me obliga a pasar por allí delante. Al fin y al cabo, ésa también ha sido mi casa.
     ¡Tanto tiempo perdimos al estar el uno sin el otro! No pudimos disfrutar de la convivencia al tener distintos horarios de trabajo, lo cual me hizo distraerme en otras cosas y malacostumbrarte a dormir solo en una cama árida; por eso mismo, tampoco compartimos ninguna actividad en nuestro escaso tiempo libre. Cada uno por su lado, parece que ese respeto ambiguo e impuesto en nuestras aficiones y gustos nos pasó una terrible factura. También ella tuvo que empezar a hacer su vida en solitario. Era como si yo no le hiciera ninguna falta. ¿Para qué casarnos si ya vivíamos así? Supongo que era lo más conveniente.
     Desde un rincón donde nadie vea mi tristeza miro hacia arriba a tu casa, a nuestra casa, y te veo. Estás sentada al otro lado de la ventana, llorando por algún motivo y con la mirada perdida en la nada. Ni tan siquiera te das cuenta que estoy aquí abajo. Pareces asustada. Distingo que coges el teléfono y fuerzas una sonrisa. Acaso estés falseando lo sucedido al compartir tu vida con aquel hombre: aquel que soy yo.
     La tristeza me invade y no encuentro razón para seguir luchando al intuir la frialdad en tus sentimientos. Pareces ampararte en una nueva rutina que te haga alcanzar el olvido. Mientras yo sueño que te darás cuenta, tal vez, de tu equivocación, deseando un nuevo cambio en ti; pero no. Siempre has sido así. Te has ido y voy ahogándome, poco a poco, en mi pena. Como un náufrago me aferro a las dudas: ¿Me amaste ayer?
¿Me amarás mañana? ¿Aún recuerdas el pasado conmigo? ¿Lo has olvidado todo?
     El intenso frío nocturno me causa ya esa sensación invisible pero tan palpable en la propia piel que se hace insoportable. Necesito recuperar el aliento. Casi ni puedo respirar. Es el frío y tu amor perdido los que comprimen mi pecho. Recuerdo dolorosamente todos estos años y me doy cuenta de que la confusión me cegó la mente y el cuerpo. Y ahora, desde la distancia, tú me has ayudado a ver sin obstáculos. Cierro los ojos un momento y muevo los labios para respirar tu nombre. Me encuentro solo, mi soledad es ella misma, y no el sentir que ya está lejos de mi. Y no hago más que intentar esconder esta verdad en lo más profundo de mi ser.
     Sé que no puedo cambiarte. Sé que esto es lo que siento ya esté equivocado o no. Lástima que nadie nos haya enseñado a expresar nuestros sentimientos y emociones. Aunque a veces decimos cómo nos sentimos: bien, mal... no son nuestros más íntimos sentimientos. Alguien debería ser capaz de hacer una lista con esos sentimientos que no podemos expresar.
     De nuevo, mis ojos semiabiertos miran fijamente la negrura y te buscan. Sé que estás ahí detrás, ahí arriba. ¿O es mi mente que juega cruelmente conmigo? ¿Es ilusión o realidad? Dudo. ¿Es amor u odio? ¡Es tan tenue la línea y tan fácil poder traspasarla!
Sin embargo pienso que es mi elección. ¿Alguien podría ayudarme a lograr entenderme en mi propia contradicción?
     Otra vez el frío me hace difícil respirar, me duele el pecho, pero inspiro muy profundamente y pido un deseo al cielo. Abro los ojos y te veo mirando hacia abajo... Entonces una sonrisa se dibuja en mis labios resecos y vienes hacia mí. ¡Es tan sencillo! Suavemente te deslizas a través del hueco de la ventana, noto que me buscas, con la mirada y ves dónde estoy. Aquí abajo. De pronto advierto un fugaz movimiento. Ya estamos juntos, pero un momento, ¡Yo no lo quería así! Me doy cuenta de que ya no hay nada que hacer. Caes sobre mí. Otra vez soy la víctima. Esta noche es el final. Y si el final es así, acaso todo fue un nebuloso y trágico sueño. Pero sé que durante los últimos años luchamos contra nuestros propios egos individuales, incluso nos convencimos a nosotros mismos de que nuestra unión era posible; por tanto, esto sí debió ser real.
     Tan real como que ahora todo se viene abajo y mis ojos se niegan a ver lo que está pasando. Quería tenerte conmigo, ese fue mi deseo, ¡pero no así! Contemplo el gotear de tu sangre cuando caes y esa visión se me clava en el alma como si una daga afilada la atravesara. Sin duda, tanto aquello como esto no es un sueño. Haces un último esfuerzo y mueves la cabeza a la vez que, suavemente, tus brazos me rodean. Aunque ya no puedes hablar, tu maltrecha cabeza reposa en mi pecho y consigo escuchar, pero sin oír, tus pensamientos.
     -No digas nada, tranquila –susurro-, no te resistas o te amaré aún más.
     Ambos estamos muriendo juntos esta noche. Siento cómo tu sangre se une con la mía, y yo, tembloroso, sé que ya no hay marcha atrás. La tristeza me consume y hace que se me nuble la vista sin dejarme contemplar las estrellas de la noche. No puedo ni quiero reprocharte nada. Es el dolor de la unión violenta entre nuestros dos cuerpos el que no me deja verte con claridad, aun así, miro más allá y veo el destino que nos trajo hasta aquí, a esta fusión de miembros desencajados. Acaso sea verdad que tenemos escrito nuestro destino ya desde el nacimiento de cada uno.
     Tú callas. Envuelta en un silencio sólo roto por los estertores escarlatas que salen de tu garganta. La fatiga me agota y el silencio también es mi respuesta. Alzo la cabeza y logro ver los cristales rotos de tu ventana, de mi ventana, de nuestra ventana. Una lluvia persistente se mezcla con nuestra sangre y su olor me asfixia mientras se me cierran los ojos.
     Ahora es cuando los dos, después de todo, nos hacemos uno y nos fundimos en un solo cuerpo indistinguible, en una sola alma. Un fuerte espasmo te sacude y una solitaria gota de sangre se desliza desde tu frente hasta mi pecho, resbala por el brazo y cae al suelo sin ruido. Todo es silencio. Silencio y oscuridad.
     Al verte morir siento que yo también muero contigo. Mi corazón se llena de ese silencio cuando las voces, las de afuera y las de dentro, se diluyen en la oscuridad y sé que éste es nuestro final. Es Dios quien ha alzado la voz y ha impuesto su justicia.
     Los amantes se han perdido pero queda su amor.
Mueres. Muero. Morimos.

Tabito

Relatos FM

#104
LA RUBIA DE KENNEDY
NO INÉDITO - FUERA DE CONCURSO -


Si vas por Avenida Kennedy y ves una rubia de abrigo de piel blanco haciendo dedo, no la lleves. De lo contrario, la señorita se pondrá a gritar y llorar antes de desaparecer fantasmagóricamente de tu auto. Este caso explotó y se hizo popular en 1979 con decenas de denuncias en la comisaría de Las Tranqueras. Un año antes, una chica había muerto tras una cena con su pareja,  en un accidente automovilístico en dicho sector, en las esquinas de Avenida Kennedy y Gerónimo de Alderete ¿Coincidencia o no?. El diario "La Segunda" afirmó que un familiar de la víctima, había llamado para ratificar el hecho: La mujer era Marta Infante que trabajaba en la Corporación de la Madera, y murió el 8 de agosto de 1978.
Una de las versiones de la leyenda de "La Rubia de Kennedy", del folclor chileno urbano contemporáneo. 


Corría 1979 en Santiago de Chile, y Verónica, novia errante y bruja se aparecía y desaparecía por las esquinas de Kennedy, entre Américo Vespucio y  Gerónimo de Alderete. De ahí los diarios la apodaron "La rubia de Kennedy". Por las esquinas de la avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y  Gerónimo de Alderete. Francisco se encontró con Verónica, y se enamoró de ella, pero le contó que su padre le quitaba sus novias, entonces Verónica no fue a la cita, y de esta forma, se ve a un conductor errante que maneja un Chevrolet Opala rojo buscando a una joven alemana.

Munir