Noticias:

Si continuas navegando aceptas nuestra Política de Cookies

Menú Principal

V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

Tema anterior - Siguiente tema

Relatos FM

VIVO Y RESPIRO AQUÍ


Vivo y respiro aquí es un elocuente argumento sobre la propia vida de las personas, de esta forma todos vivimos y por lo tanto respiramos, de este modo la vida de las personas se compone de muchas cosas algunas buenas otras no tan buenas, de este modo la vida nos precipita a la propia realidad la cual a veces nos agrada, la realidad de la vida juega con nosotros ya que a veces nos engaña otras veces no, la propia vida de las personas esta llena de sensaciones o de misterios que muchas veces se revelan como enigmas que son nada mas, de este modo la vida de las personas muchas veces es rica esta llena de regalos o de posesiones o de esencias que tenemos las propias personas, es de este modo que la vida de las personas por lo tanto nos conduce sin duda a la realidad o a la verdad, muchas veces la verdad es de dificultad de entender pero siempre que afrontamos la verdad en toda su magnitud nos sentimos mejor, es la verdad un contenido de la propia vida en la cual estamos y es de este modo que la verdad siempre se toma su tiempo, es por ello que la verdad es verdadera la verdad por lo tanto nos limite o nos conduce a horizontes transparentes donde lo podemos ver todo con detenimiento, es por ello que la verdad es siempre a veces de difícil entender otras veces no, la verdad es lo que buscamos en nuestro paso en la vida, la verdad por lo tanto nos desvela los enigmas o los secretos y es de este modo que la propia verdad ambiciona mucho, la ambicion y otras sensaciones se conjugan con la verdad, es la verdad nuestro limite en la vida, los limites nos conducen a la felicidad, los limites nos conducen por trayectorias o caminos inocentes en medio de los cuales estamos y podemos de este modo afrontarla, la verdad debe ser nuestro fin para poder asi encontrar los fundamentos de la propia vida, es de este modo que lo que nos revela la verdad es un conjunto de sensaciones o experiencias o caracteristicas con las cuales vamos a movernos, de este modo la verdad es el fin que debemos buscar en nuestro paso por la vida, de este modo la verdad es el principal contenido al cual podemos evocar o el cual debemos buscar con todas nuestras fuerzas y de manera continua, de este modo los limites de la propia vida nos acercan a lo maximo, son los limites de la propia vida lo que nos debe interesar, son los limites lo que debemos buscar con todo tipo de fuerza, de alguna forma son los limites del contenido de la vida lo que nos va a salvar, cuando conocemos los limites de algo lo podemos superar de este modo, cuando conocemos los limites o los argumentos o contenidos de algo vamos a movernos con libertad y de este modo vamos a asimilar todo mejor, de alguna forma los limites de algo juega un papel principal los limites son lo que nos van a decir todo, son los limites de algo lo que nos puede convencer lo que puede hacer que nuestro esfuerzo sea premiado lo que puede hacer que nuestro esfuerzo tenga sus recompensas, de este modo cuando conocemos los limites de algo ya no vamos a dudas vamos a encontrar las respuestas que nos lo digan todo, y cuando lo sabemos todo podemos adoptar decisiones que muchas veces solucionan cualquier problema, los limites y su contenido por lo tanto nos puede hacer adoptar todo tipo de decisiones que van a hacer de alguna forma nuestra vida mejor, el camino que vamos a seguir en la vida con los limites que ponemos o que nos ponen nos van a crear un ambiente nuevo, de esta forma son los limites que trazamos lo que nos va a acompañar, son los limites que trazamos lo que nos va a descubrir todos los secretos para que de este modo sepamos lo que tenemos que hacer, las soluciones a los problemas las podemos encontrar de esta forma, las soluciones a los problemas llegan y de que forma al descubrir esto, las soluciones a los problemas nos van a decir todo para que de este modo despertemos a la realidad despertemos al inicio, de esta forma los limites estan bien delimitados y cuando los sabemos descubrir podemos encontrar el lugar en el que movernos en el mundo, es de este modo que la verdad es lo que nos debe interesar, es de este modo que la verdad nos va a decir lo que nos esconde la maldad, la bondad y la maldad existen en nuestro mundo y es lo que da mas juego, es de este modo que el mundo en el que vivimos esta perfectamente construido de alguna forma la bondad y la maldad se mezclan y forman un conjunto a descubrir, las dos fuerzas la bondad y la maldad pueden hacer de nuestro mundo un lugar en el que vivir felizmente, vivo y respiro aquí es mi llegada a este mundo y lo que yo hago en el, vivo y respiro aquí descubre todos los enigmas que estan cerca de mi y que hacen que mi vida se limite, de alguna forma vivo y respiro aquí es el siguiente proceso que voy a seguir para poder alcanzar de alguna forma la verdad y todos los secretos que debo descubrir para poder asi triunfar en la vida, de alguna forma mi paso por la vida se une a estas consignas se une a estos argumentos o a estos principios para de esta forma estar siempre viendo lo que interesa estar siempre cerca de la verdad y del camino que debo seguir a traves de ella, de esta forma vivo y respiro aquí puede alcanzar la gloria puede alcanzar desde el principio los verdaderos fundamentos que van a hacer de mi paso por la realidad un incipiente concurrir de principios o verdades que de esta forma van a descubrir todos los secretos y pueden hacer que mi vida crezca o mi vida sea decidir lo mejor, de esta forma mi paso por la vida crea de alguna forma un sinfín de notas de interes que de esta forma pueden llegar a realizar el milagro, de alguna forma los milagros existen y caen como del cielo, los milagros por lo tanto estan ahí y descubrirlos es lo que toca, son los milagros por lo tanto el principio y fin son los milagros lo que nos lleva a los limites de algo, son los milagros por lo tanto lo que crece de manera continua y lo que termina en descubrir la verdad, los milagros por lo tanto existen y cuando llegan superan la realidad hacen de la realidad algo bueno, son los milagros por lo tanto lo que queremos descubrir para de alguna forma forman un escudo protector, de alguna forma son los milagros el camino que se va a abrir hacia la verdad y que puede de alguna forma encontrar los contenidos idoneos, son los milagros por lo tanto lo que va a llegar del cielo para que nosotros en la tierra lo disfrutemos, son los milagros la solucion, cuando empiezan a llegar los milagros podemos darnos por satisfechos, cuando empiezan a llegar los milagros salvamos el mundo, el milagro tiene algo divino, el milagro tiene a la verdad detrás, el milagro tiene un sentido ejemplar, el milagro tiene un fin conseguido de alguna forma es el milagro el principal servicio de la verdad, es el milagro por lo tanto lo que debemos trabajar, por medio de los milagros encontramos los fundamentos principales, por medio de los milagros vamos a llenarnos de atracción o de sabiduría, por medio de los milagros podemos de alguna forma acertar o afrontar la verdad de manera ejemplar, por medio de los milagros nos limitamos asentimos o hallamos la principal idea, son los milagros por lo tanto el contenido sobre el cual gira todo, son los milagros por lo tanto el principal aliciente que vamos a encontrar en la lucha principal, es el milagro el camino que se abre para de esta forma funcionar mejor, es el milagro el principal carril el cual debemos cruzar es el principal fundamento, es el milagro lo que nos va a acercar a lo principal a la verdad que es la que nos va a salvar, son los milagros estrellas mismas que caen del cielo, son los milagros por lo tanto lo que nos hace funcionar, lo que nos hace ver que todo se rige o se soluciona, son los milagros por lo tanto lo que mueve nuestra sociedad, son los milagros y la verdad lo que hay que buscar y despues moverse en los limites para poder asi entrar en el cielo, de alguna forma vivo y respiro aquí juega con esto y lo deja para que cuando trabajemos cerca podamos de alguna forma hallar la salida, vivo y respiro aquí nos une a un mundo que esta mermado a un mundo que afronta la realidad como puede, de alguna forma en el mundo hay muchos problemas que debemos solucionar, los milagros ayudan y pueden ser la solucion, los milagros por lo tanto hacen posible cualquier examen hacen posible cualquier problema llegue a su solucion, los milagros son perlas del cielo que pueden hacer de este modo que todo se solucione, son los milagros cuando llegan empiezan a caer de forma continua y pueden hacer de nuestro mundo un vergel pueden hacer de nuestro mundo un oasis un paraíso, el mundo tal y como lo vemos tiene muchos problemas que unos y otros tratan de solucionar, por medio de los milagros podemos solucionarnos solo se necesita trabajo e interes, de alguna forma los milagros pueden acabar con los problemas con todos los problemas y pueden hacer asi la realidad mas feliz, de alguna forma los milagros pueden iniciarse y se van a desarrollar de manera amplia, son los milagros lo que tienen la clave el cerrojo de la salida de la solucion, de esta forma la vida en el planeta tierra es lo mas fascinante y hermoso y podemos conseguir el paraíso para nuestro mundo de esta forma, de alguna forma el milagro aparece y cuando aparece no deja de suceder, son los milagros los que se ocultan por la maldad, son los milagros no siempre vivienda en nuestro mundo, de alguna forma los milagros por lo tanto hacen posible que nuestro mundo llegue de esta forma al contenido principal, de alguna forma los milagros nos llevan de esta forma a conseguir que nuestro mundo alcance el principal fundamento, son los milagros por lo tanto lo que nos puede llevar de alguna forma a un paraíso que esta preparado para nosotros, a un paraíso que de alguna forma puede hacer que por medio de los milagros lo descubramos, es de este modo que los milagros tal y como aparecen se pueden extender y hacerse o llegar a encontrar la solucion principal, de este modo es que los milagros cuando llegan no dejan de caer, de este modo los milagros pueden hacer un bien de gran tamaño a nuestra sociedad y por lo tanto al mundo, son los milagros por lo tanto todo lo que hace posible de este modo que nuestro mundo alcance sus limites y se eleve o alcance el fundamento principal la vision, es de este modo que el milagro o los milagros son la clave pueden tener la solucion a cualquier problema, es de este modo que el milagro cuando llega no deja de caer y podemos con este vergel llegar a un paraíso energico a un paraíso donde todo lo fundamental podamos vivirlo de manera sorprendente de manera significativa o  real, vivo y respiro aquí es la llegada hacia un mundo perfecto que podemos construir cada dia por medio de los milagros.

CUARCITA

Relatos FM

Don Segundo


   
   Encontramos la estancia no sin dificultad. Por alguna insondable razón cada vez que alguien me dice Pilar tomo  el camino a Escobar. Después de retomar la ruta, atravesamos una niebla paralizante. No veíamos más allá del parabrisas. Si nos quedábamos era peligroso, si continuábamos también. De pronto la niebla se disipó y apareció como en un encantamiento el casco de la estancia. Mis hijas y Sirvia lo tomaron como una buena señal,  como el augurio de un buen día de campo. 
   Ni bien llegamos, ni bien pasamos la tranquera, avistamos un tractor  que parecía una reliquia original, una miniatura sacada de contexto. Tenía un cartel que explicaba su utilización primera en el país. Inmediatamente después, y mientras seguíamos admirando ese juguete de campo, apareció la imagen cordial de Don Segundo. Indumentaria gauchesca, cara redonda y rojiza,  hombre de a caballo. Todo en él era una enorme sonrisa reluciente. Los reflejos de un sol generoso en su facón de plata y en su cinturón urdido con monedas de distintas devaluaciones, encandilaron a Sirvia y a mis hijas. Parecía la reencarnación del gaucho Martín.  Don Segundo nos atendió amablemente, nos preguntó nuestros nombres -que durante el transcurso de la jornada no pudo memorizar jamás- y nos señaló un almacén de ramos generales antiquísimo pero bien mantenido donde en instantes nos iban a convidar jugos, vinos y empanadas caseras. Don Segundo seguía recepcionando turistas con un don de gentes insoslayable. Cuando entramos al almacén nos encontramos con tres contingentes perfectamente diferenciados. Unos diez alemanes  vestidos  con transportador y compás, otros tantos japoneses igual de disciplinados pero con varias cámaras fotográficas y filmadoras adheridas a su cuerpo y finalmente un grupo más pequeño de nacionalidades diversas. Nos acercamos al grupo residual. Éramos los únicos argentinos que pagamos para que nos muestren y expliquen el porque del verde intenso de nuestro pasto. A los diez minutos entró Don Segundo con una bandeja gigante humeando empanadas que al contacto con los dientes estallaban con un jugo sabroso que los japogermanos trataban de contener uniendo sus manos como en una plegaria, y que de ninguna manera podían evitar chorrearse la ropa. Mientras tanto, Don Segundo mantenía su sonrisa y la fuente en alto y como un guía experto nos recomendaba algunos artículos de talabartería que estaban prolijamente expuestos en unas vitrinas contra la pared.
   -Aquí se estableció el primer almacén de ramos generales de la República -sentenció Don Segundo,  con el orgullo del que conoce su acervo-. Me pareció una afirmación muy grande... Me hubiera gustado leer una placa que diera testimonio de su comentario, algún sustento histórico que lo pudiera documentar.
   -Y  mucho antes -seguía Don Segundo- aquí durmieron los primeros dueños de estas tierras que inclusive lucharon contra los indígenas. La cara de los japogermanos era seria como si se les estuviera descubriendo una verdad milenaria, como si delante de ellos contemplaran las ruinas de la Atlántida sumergida. Asentían con respeto, se sentían delicadas exclamaciones de asombro. Yo seguía comiendo empanadas, como cuando Homero Simpson devora hamburguesas frente al televisor.
   De pronto Don Segundo se puso serio, se hizo un silencio tajante y recitò:
   Aquí me pongo a cantar
            Al compás de la viguela
            Que al hombre que lo desvela
            Con el cantar se consuela...
            Como el ave solitaria
   Pegó un alarido terrible y lanzo su sapucay potente, sonoro, enorme e interminable, como si se le hubiese caído encima el   tractor que nos deslumbró a la entrada del establecimiento. La ovación fue unánime. Los extranjeros no podían priorizar entre aplaudir y fotografiar, hubieran querido atrapar el grito de Don Segundo si fuera posible. Miré a Sirvia que distendida y feliz alentaba a mis hijas a aplaudir. Intenté sugerirle que a la estrofa de Don Segundo le faltaba algo, pero ni siquiera me escuchó en medio de tanta euforia.
   El gaucho anfitrión con un gesto amable nos señaló una pista donde se iba a realizar una carrera de sortijas. Con su amplio brazo y su poncho continuador de su brazo amigo,  nos indicò unos listones de madera que hacían de graderías. Mis hijas se empujaron disputándose una ubicación de privilegio y ahí no más Don Segundo les mando:
   Las hermanas sean unidas
   Esa es la ley primera
   Porque es el deseo de su madre
   que sean buenas compañeras
   Su  nuevo sapucay nos abrazó seguido de otra ovación generalizada, mientras las cámaras filmadoras cada vez más hambrientas, no dejaban escapar el rostro de aquel gaucho genuino, que en la mitología de los extranjeros descendía directamente del Viejo Vizcacha y entreveros maulas. Pensé que esta vez tampoco había acertado la estrofa pero la combinación fue original. Los japogermanos pedían mas y Don Segundo no se hacia rogar.
   La carrera de sortijas fue palpitante. Los jinetes con la adarga reducida en el aire parecían caballeros andantes impactando molinos pampeanos.
   A la hora paseábamos por el establecimiento que elaboraba leche de cabra. Don Segundo mandaba
    Con la guitarra en la mano
             Ni las moscas se me arriman
             Hago gemir a mi prima
             Y  sonrojar a  tía  Eleonora
   A esta altura los visitantes pedían autógrafos. Se agolpaban y Don Segundo se prestaba para sacarse fotos con los japoneses y ofrecerse con la misma predisposición a los alemanes.
   Alrededor de la una de la tarde nos indicaron el comedor. Era una fiesta de luz y sol. Lo que diez años atrás fue caballeriza de más de quince animales, juntadero de bosta y mezcladero de aserrín y alfalfa, había sido reciclado con un estilo rústico pero confortable donde se levantaban quince mesas largas de madera. En el centro del restaurante-caballeriza estaba preparado un escenario donde Don Segundo  iba presentando distintos espectáculos folclóricos. Tomamos un buen vino de la estancia; comimos hasta la desesperación y no distinguíamos si el yudoca que manipulaba las boleadoras al mismo tiempo cantaba; o si el guitarrista que lo acompañaba era ventrílocuo. En cada intermedio Don Segundo mandaba:
   Cantando me he de morir,
   Cantando me han de enterrar,
   Y cantando he de llegar
            A  tomarme todo el de vino
   como dijo un viejo amigo
   no paremos de chupar
           Quién eeeeeeeeh, se ha tomado todo el vino oooooo hhhh!
   Y movía su mano como la Mona Giménez.   
   Ahora si, me acerqué a Sirvia y le dije que  Don Segundo estaba completamente limado; que tenia una lucidez de pabellón psiquiátrico. Sirvia me lanzo la mirada breve. Me arrepentí...
   -Te das cuenta, Adrián ?! Te das cuenta?. Estamos pasando un buen momento, es un día hermoso, por una vez en la vida tus hijas  están tranquilas y vos te preocupas si pega o no pega lo que dice el gaucho...?
Después de almorzar y para bajar algo  la ingesta, nos llevaron al museo de la estancia donde nos explicaban el origen uso y  justificación de cada instrumento de labranza que perdido y oxidado en el tiempo al dueño se le ocurrió  reacondicionar y exhibirlos uno al lado del otro. Fue el momento que más me costó sobrellevar porque a mí ya clásica digestión de rumiante se le sumó la fermentación  del alcohol.
   Alrededor de las tres de la tarde nos invitaron a un paseo en carruajes antiguos, tractores y caballos. Cuando mis hijas se acercaron para una cabalgata, los varones las miraron con  desdén. Mis dos indias montaron en pelo y se perdieron en los límites de la estancia. Yo opté por el paseo en tractor y aferrado a un tablón de madera como un náufrago, oscilaba  entre el pánico a caerme y el vómito inminente. Sirvia fotografiaba.
   A las 16 organizaron un partido de polo y lo que más me impresionó fue ver a todos los caballos desaforados corriendo hacia mi lado  cuando la pelota era disputada en  esa dirección. Los gritos del gaucho Capitán parecían los de Mel Gibson cuando en "Corazón Valiente" arengaba a los escoceses a resistir.
   A las 19 el sol fichaba su retirada, cuando un gallo trasnochado intentó un  canto afónico. Don Segundo retrucó  de inmediato
   Entonces cuando el crepúsculo
   Brillaba en el cielo santo
   Y los gallos con su canto
   Nos decían que el día se iba
   Me cebaba mate mi china
   Que era un verdadero encanto
   Paulatinamente los contingentes se despedían. Don Segundo descansaba a un costado pitando un Parliament. No pude evitar la pregunta. Le dije muy bajo:
   -Disculpame Don Segundo, me parece a mí o algunos versos no coinciden con el Martín Fierro?
   -Shhhhhhh!
   Se llevò el índice entre los labios como la antigua enfermera de la Cruz Roja Internacional.
   -Calláte hermano, no abras la boca! Calláte!
   -Quedate tranquilo Don Segundo, no voy a decir nada... es sólo una inquietud.
   El Gaucho confesó:
   -Me llamo Washington Sarlanga, soy uruguayo y vivo  de la organización de eventos. Ahora nomás me cambio de ropa y me voy al Centro Asturiano,  porque tengo que animar una paella.
   Mientras nos íbamos de la estancia y mis hijas seguían alabando el día de campo, alcancé a ver por el espejo retrovisor a Don Segundo, vestido en forma convencional. Con paso lento llevaba al hombro un bolso minúsculo, mientras se dirigía por el camino de tierra hasta la parada  de "La Lujanera". Me pareció verle mover los labios; me pareció  que gesticulaba con sus brazos como si tuviera castañuelas entre sus pulgares; me pareció también escuchar como un susurro...
   -Me porté como quien soy-
    Como un gitano legítimo.
   Y no quise enamorarme
   porque teniendo marido
   me dijo que era mozuela
   cuando la llevaba al río...

Nairda

Relatos FM

PARADOJA


La rivalidad entre las mellizas se arrastraba a un final de siglo que en su adiós se llevó a la madre y las hizo crecer en una competencia tan grande que hoy subiría el marcador de cualquier sismógrafo. Poseer el lugar privilegiado en el amor paternal catalizaba agresiones de tal dimensión que se montaban en el carro del pecado.
-La bendición, papito (solicitaba Clotilde con  ostentosa genuflexión mientras presentaba la frente para el ansiado beso, al mismo tiempo que el brazo impedía el avance de la hermana).
-También para mí, padre (reclamaba Romea intentando correr a la rival del centro de la escena).
-No se empujen, mis niñas. Las dos tienen mi amor por igual. Bendecirlas es un placer. Ojalá Dios me permita hacerlo por muchos años (y terminaba tocando la frente de ambas con las dos manos al unísono para evitar berrinches).
Ese cotidiano argumento –más allá de calmar- la aversión entre ellas- les generaba los desencuentros de la Torre de Babel- era el de Don Nicanor Juncal,  dueño del poblado portador del apellido y quien se consoló pensando  -hasta el día de su muerte- que  el correr del tiempo disiparía los sentimientos hostiles de las chiquillas mimadas en exceso. Se equivocó.
Muerto el padre, las Juncal crearon fortalezas de silencios que sólo derribaban los sábados, a la hora del crepúsculo, para guerrearse tras el pretexto de jugar a la canasta. Ocasión propicia para el lanzamiento de dardos emocionales, acompañando a la malicia con canapés del mejor jamón serrano y pastelitos crujientes por el dorado del aceite de oliva. Pese a la exquisitez  la inquina no daba tregua y les acentuaba su sabor en el alma.
Todos los lados miserables quedaban expuestos en ese duelo sabatino. Entre canastas puras e impuras afilaban las lenguas para herirse cuanto podían con  reproches. Y por cierto que tenían de sobra. La envidia, el recelo –o los dos- les habían ocupado demasiado lugar en el corazón y las dos se esmeraban en refregarle a la otra cada una de sus estrecheces emocionales. Ni siquiera intentaban disimular lo que jamás podrían. Un gozo perverso hacía catarsis en ello.
Si en el juego maquiavélico Clotilde cortaba, la otra sacaba a relucir el corte obligado de su noviazgo ante la seducción fraterna. Si Romea salvaba los tres rojos, la otra le recordaba que su ganado se había salvado porque ella le había permitido  beber de su manantial. Y así transcurrían largas horas, dando al repartijo de naipes el mensaje nada oculto ante el cual la otra se retorcía en el encono
Pese a todo, jamás habían pensado en mudarse. Necesitaban de la contigüidad para seguir con ese espadeo verbal que les daba identidad; envuelto en solemnidad pero nunca distante. Cada expresión dañina asestaba en el amor propio de la destinataria y no llegaba a suavizarse con el licor de huevo casero, por cuyo oro también competían: el gesto al beberlo decía que el preparado por ella para ese tarde superaba  al de la hermana.
Todo el pueblo conocía esa enfermiza relación contagiando a los habitantes, haciéndolos tomar partido al jurar vasallaje a alguna de las dos. Sesenta y tantos años de lucha intestina habían horadado a las familias, las que esperaban con ansias la batalla canastera para felicitar o insultar –en absoluto silencio- a la triunfadora.
Tanto era así que ese día y a esa hora se paralizaba la aldea rural para dar apoyo desde la distancia a la contingente favorita y de quien, por supuesto, dependía el salario. Si la que ganaba señoreaba las tierras donde trabajaban, esa semana tendrían una pequeña recompensa monetaria; razón por la cual  la santería, manifestada a puras velas, desataba el poder en favor de una u otra.
Por cierto que también hacía de esos pobladores los mejores pagados de los alrededores. Años de canasta despiadada significaron buenos ingresos extras. De las zonas vecinas querían ir a trabajar allí pero a ningún ajeno recibían con bienvenidas. Ese encuentro avieso ponía en los moradores una cucarda de orgullo y mala vecindad.
Pero algo cambió y desencadenó los hechos incomprensibles de aquel atardecer sabatino. Romea estaba siendo carcomida por células cancerígenas que hacían metástasis en Clotilde. La verdad era que ninguna de las dos entendía su existencia sin echar leña ardiente sobre la culpa de la otra y en ese mosaico odioso la muerte de alguna ni se consideraba una opción.
-Yo empiezo (se apuró a decir Romea, enfureciendo a la hermana quien se mordía hasta las venas para no perder la mentirosa compostura).
-Siempre quisiste ser la primera en cualquier cosa. (El comentario quedó sin aparente recepción).
-Once para cada una y veintidós para el pozo.
-Hablando de eso, Romeíta, acordáte que compartimos el pozo de agua, no tenés por qué gastarla toda en tu ganado, para eso está el riacho. Mi sembradío también la necesita cuando las acequias están un tanto secas.
Romea se llamó a mudez y con aire indiferente miró su mano de naipes con poco comodines y ningún tres negro. Se le haría difícil evitar la ventaja de la melliza; suponiendo la derrota el disgusto habló en su cara mientras la de Clotilde se convertía en un parque de diversiones.
Empezó la partida. La aventajada acomodaba los juegos con gesticulación excesiva, en tanto la desafortunada masticaba bronca. Cada carta desechada hacía del pozo un botín deseado. Apenas Clotilde juntó los cincuenta puntos se adueñó de él.
-Te lo robás con el mismo desparpajo con que me robaste el tanque australiano de la parte sur.
Disfrutó de la ácida expresión recibida haciéndole recordar el fallo de la ley a su favor y la descalificó sorbiendo del licor, cuyo alcohol escondía la pena.
-Dejo el cuatro. A ver qué podés hacer con eso.
Romea, juntando aire, robó del mazo y sintió que el azar le daba una revancha.
-Un tres negro. ¡Tapa! Sigo jugando yo. (Y bebió el sarcasmo destilado en la pequeña copa)
Clotilde, callada, la dejó  imaginarse victoriosa. Ya le bajaría los humos con una jugada magistral.
-Cambió mi suerte, Clotildita, otro tres negro. ¡Tapa de nuevo! Te vas a comer todo ese montón de puntos.
-Estás de maravillas impidiéndome jugar –acotó Clotilde-. Pero se te acabará al descubrir mi estrategia. ¿No te diste cuenta que bajé poco para que creyeras justo lo que estás diciendo? Mirá: ahora levanto dos cartas y bajo mi  juego armado. (Lo sentenciado fue un hecho). Ahí van: una canasta pura, dos impuras; salvo los tres rojos y corto.
En ese momento Romea derrumbó sus defensas.
-Siempre la suerte te acompañó. Ganaste, sí, ganaste. La vida me pasó  por arriba y tanta inquina hizo crecer en mí  a un asesino. No fuiste vos sino yo mi propia enemiga.
Clotilde entendió el exabrupto emotivo, ese postergado por tantas décadas. La dejó hablar porque sus propios pensamientos se manifestaban a través de ella. Romea no guardó nada para sí. Maldijo al resentimiento, la codicia y la ignorancia por las verdaderas causas. Lamentó  no haberse encontrado en años anteriores y, sobre todo,  la falta de tiempo para reparar.
Después indicó algo sobre la herencia, los arreglos para el funeral y el entierro cerca de los padres. Clotilde tragó una linfa envenenada por inútiles animadversiones.
-No te vas a morir dejándome sin razones para detestar.
Romea sonrió.
-Ni podés imaginar cuánto me gustaría seguir siendo tu talón de Aquiles.
Las dos entendieron que entre el odio y el amor había muchos matices y ellas, en ese instante, estaban en el medio de ese péndulo alocado.
Clotilde sirvió más licor. Una. Dos. Diez copas. Caminó hacia la vitrina donde lucía la colección de armas del padre. Otra copa más y cargó el revólver.
Romea, aturdida por el alcohol y la resignación, luego de un intento por pararse cayó sobre el sillón. La hermana tomó asiento a su lado. Se entrelazaron y los dos disparos pusieron fin a esa historia de amor malavenido. Por esos laberintos en los que se pierde el ser, el último abrazo fue también el primero

BARBARELA ACUÑA

Relatos FM

Perseverancia


Visito el Museo Reina Sofía, infiltrado entre un mar de turistas:
"Aquí, en esta planta, se presenta la exposición permanente..."

La guía deleitosa tropieza con la alfombra, describe una parábola perfecta y toma tierra piernas en alto con gran revuelo de blondas y encajes. Dos turistas y un policía corren, embobados, a recomponerla.
Tiro de mi bloc y de mi bolígrafo dorado y anoto con discreción, apoyado en una columna: "Aterrizaje forzoso en el Reina Sofía. Para cuento. Toque erótico o artístico. Título provisional, El reverbero".
Ya en casa, el cielo desangelado que asoma por la ventana me anima a quedarme un rato ante el televisor. Campeonatos europeos de atletismo; es lo que dan. Durante la ceremonia de entrega de medallas apunto en el bloc: "Un tipo bigotudo y acicalado planta dos besos afanosos en cada mejilla a las tres ganadoras. ¿Por espíritu olímpico, ternura, u homenaje a la lozanía de las campeonas? Analizar aspectos sociales e higiénicos. Plasmar en un relato".
Salgo a dar un paseo. En el quiosco de la plaza compro la revista Técnicas de escritura literaria. La voy hojeando mientras camino por Recoletos. En la tercera página, sobre fondo morado, se destaca una consigna: "No empieces nunca a escribir sin saber exactamente adónde vas". Es de uno de los mayores maestros del cuento (cuyo nombre omito por no crearme problemas profesionales en el futuro).
Lo anoto, sentado en un banco. Creo recordar que tengo apuntadas en algún sitio consignas de signo contrario. Según éstas, lo conveniente es lanzarse al agua sin pensárselo dos veces, y cruzar a nado, aunque sea a estilo de perro y con salpicaduras, hasta la otra orilla del proyecto literario.
Tomo un café descafeinado con sacarina en El Velero Blanco, mi cafetería habitual, y vuelvo a casa para comprobar la contradicción de los consejos literarios.
La estantería blanca destinada a los apuntes tiene forma de herradura y ocupa la mitad del despacho; envuelve al escritorio con efusión; alberga, en perfecto orden cronológico, más de un centenar de cuadernitos repletos de notas, con pastas rojas, verdes y azules, distribuidos en decenios.
Consulto los cuadernos de los diez últimos años (que por razones de tiempo y espacio vienen a acariciarme el lóbulo de la oreja derecha). No encuentro lo que busco; tampoco en ninguna de las revistas amontonadas de manera metódica sobre el anaquel verde césped adosado bajo la ventana. "Quizá en el prólogo de alguna antología", me digo. Y esta vez acierto. Es allí, al final de la hilera que en la estantería mural está dedicada a "Varios", donde descubro las selecciones de notas que deseo.
Como suponía, los consejos son dispares, variopintos y, en ocasiones, contradictorios.
Con tenacidad de hormiga he ido enriqueciendo año tras año mi tacataca literario. Mil veces empecé a aplicar las pautas recopiladas. Es tal mi afán de perfección, y son tan variados los consejos que, al intentar seguirlos sobre el papel, rara vez he conseguido ir más allá de la primera página.
Pero me mantengo firme como una roca. No me cabe duda de que si añado unos cuantos cuadernos a mi colección acabaré por componer mi obra definitiva: el relato excepcional que será modelo insoslayable para escritores futuros.
Mis amigos están de vacaciones, mis parientes viven lejos. Un amigo íntimo conserva una copia de mi testamento. De ser obediente, como espero, a mi última voluntad, habrá de transcribir en el bloc azul, en su momento, el siguiente apunte póstumo:


         HASTA LA VISTA

Ni mentiras ni medias tintas. No es el momento. Te pasas media vida dando tumbos, cambiando de trabajo, y la otra media alimentando con datos tu verdadera afición, que es la escritura. Llenas la casa de un material de primera mano que haría morirse de envidia a escritores de campanillas. Buscas, arrimas, anotas, clasificas, ordenas, lees y relees, recortas y acaricias, podas y abrillantas. Obedeces con amor y celo el consejo de los mejores. Aspiras el perfume de la gloria futura. Paseas por el jardín de rosas que tienes tan cerca. Y ahora qué. El cardiólogo dice que me prepare con entereza. Pues por mi parte, que se vaya a paseo. Al menor descuido, volveré.

En estos tiempos, la medicina ha progresado mucho. Mi cardiólogo es algo despistado y no siempre acierta. Pero es una buena persona. Váyase lo uno por lo otro.
Por otro lado, la ingente labor que he realizado reuniendo consignas y consejos literarios no podía quedar sin futuro. Ni podía yo quedar reducido a legendario héroe de una causa perdida o ídolo inmóvil en un cementerio.
Y así, aunque en el escalafón de la existencia tal vez no haya mejor empleo que el de difunto, siete años y medio después de hacer mi testamento, con la venia de los médicos, reaparecí en Madrid, donde acabé por establecerme.
Aquí vivo con la calma de las cosas sencillas. Con la fuerza que me impulsa a seguir viviendo; a seguir siendo.

Hoy he dormido del lado derecho, en la suave oscuridad oculta bajo los cuadros azul y oro de la manta de invierno. Llegan de fuera los primeros rumores del día. Paso a paso se abre el abanico de la mañana nueva, poniendo en marcha la gran noria de la ciudad. En la habitación entra una luz grisácea a través de la cortina amarilla. Lo justo para iniciar los actos del nuevo día. Me toca ir a la biblioteca. Pasaré la mañana levantándole la falda a las palabras en el penúltimo toque a mi proyecto literario. Hay más escalones que subir. No quiero perderme el nuevo día por nada del mundo.   
***

Thor

Relatos FM

Éste era un árbol que no quería morir.


Va a cumplir cinco años conmigo. Lo elegí en el vivero. Era pequeño, esbelto, frágil, con unas cuantas hojas, aspecto muy saludable, y un gran limón sin semilla. ¡Uno!
   Yo quise volver a criar un árbol de éstos, tal como hice en Guadalajara, tierra que Dios me dio y Dios me quitó sin avisar siquiera. Deseaba que "Casa Xavier", mi nuevo hogar en su mínima expresión, tuviera un tapete de pasto verde, y en su centro habitara a sus anchas mi hijo adoptivo, que algún día habría de aliviar a la casita del abusivo sol poniente. Y otro día feliz comenzaría a corresponder a mi amor obsequiándome sus frutos jugosos.
   Pasó un año, había crecido, pero en estas cuatro estaciones no fue capaz de tener una sola flor, ya no digamos un limón. ¡Claro que lo amaba! Enriquecí su tierra, la abonaba, le hacía sentir que seríamos grandes compañeros, que yo habría de entender sus frutos, flores y aromas, su verdor, como sonrisas amorosas que alegraran mi soledad.
   Bonito, brillante, pero tal vez defectuoso. "Es que es de invierno, Don Javier", decía Lucy.
   Y el invierno pasó. A mi arbolito púber nada le faltaba. Saludamos su segunda primavera, la despedimos y no nos dejó ni un levísimo rastro de azahar. Antes de cumplir nuestro segundo año fue tirando las hojas una tras otra. ¡Gusano! Lo logramos salvar, "El Vela" y yo. Él tiene buena mano para las plantas. Retoñó pero siempre en verde, y estéril siempre. Fertilizante. Agua al anochecer. Escasas lluvias, pero nutritivas. El tapete de pasto se esponjaba, era podado, y mi árbol silencioso cursaba la adolescencia en soledad, igual que yo. Cumpleaños. Hojas enroscadas, resecas, embarradas de borra blanca... falta de brillo y alegría. Remedios van, remedios vienen; tris tras, y al día siguiente amanecía lleno de minúsculos abanicos verde claros. Él sonreía esperanzado en salvar el pellejo, que ya nos había escuchado conversar muchas veces: "¡Más de dos años y no da nada!... Hay seres que nunca tienen frutos... Además es enfermizo, débil... ¡Vamos dándole unos meses más, Don..."
   Cumplimos tres años en Casa Xavier. Ya era un joven apuesto, alto, de alegre melena verde... y sin una flor blanca siquiera en su solapa. ¿Limones? ¡¿Pero esto era un limonero?! ¿No será que el dueño del vivero le pegó aquél, enorme, con tal de venderlo?
   Su cara norte se desarrolló menos. La terquedad del viento lo fue inclinando al lado opuesto, allí todo era más abundante pero de frutos ni hablar. Y luego, volvieron a caer los tallitos más verdes y jugosos, cercenados a filo de gusano. Crecía y sus hojas volvían a crisparse con aquella manteca blanca, hipócrita. Se ponía triste y no parecía tener mucho coraje para luchar por su vida. Quien le daba consejos y lo podaba era El Vela.
   Al tercer invierno (o lo que nuestro calentamiento global dejó de él), tres días bastaron para que todo el ramaje norte se secara. Yo era dueño de medio árbol. Y no cayó al suelo gracias a la tranca, el bastón, los tirantes de alambre. ¿Le damos la eutanasia, la buena muerte? Y aquí al centro un hermoso Agave Azul Tequilana, último recuerdo de mi tierra...
   Tengo un árbol sin nombre y sin más hijo que un poco de sombra. Sólo Dios: hay vidas estériles, seres débiles, peces chicos para que los grandes sean más grandes. No le faltó amor y me parece que ya ha sido demasiado. Al fin y al cabo no es más que un árbol, hermoso, sí, pero lo compraste para comer sus limones, para llegar una noche y recibir un poco de su aroma.
   Cumplimos cuatro años en Casa Xavier. La mujer que me dio empleo me lo quitó sin expresar emoción alguna, transpirar una gota o parpadear siquiera, ella se deshizo de mí, ni media palabra ni medio centavo.
   Aquella noche al volver me pareció sentir pequeñas sombras claras asomándose por entre las hojas. La mañana siguiente se alegró con docenas de florecitas y minúsculos racimos, esperanzas de vida, por todo el lado sur. Vamos para cinco años de hacernos compañía. Al Vela y a mí nos sobran limones. Y en una se ésas, todo el lado norte está reparado, como si Dios ─el que da y quita─ le hubiera injertado, no importa el costo, una cabellera verde-limón, insolente, alegre, cantarina.   
   
   Hoy tengo un árbol completo. Nuestras almas son gemelas: de muerte en muerte,
tardíos ambos. Ni un fruto ni una flor ni una esperanza; plagas, tumbos, fríos... hasta que un día, cuando Dios quiere, nos vuelve a llenar de vida y de belleza.

Te invito a verlo, ¡hagamos limonada

Jotaerrepé01

Relatos FM

Fidelidad


Una a una las luces de la ciudad se van a pagando convocando a la oscuridad y sus admiradores a  vagar por los confines de lo oculto. Un farol en la esquina que alumbra a medias es el único sobreviviente. Las tinieblas se apoderan del escenario de la vecindad para hacer de la noche la oportunidad perfecta. Laura espera su llegada como la aurora en terrenos helados. No importan las horas que ha estado en vela, lo único que la mantiene despierta es la sensación de libertad que destila por los poros de su piel.

Laura tiene un propósito. Acabar con un alma que ganaría la lotería en el infierno. Se pregunta constantemente si su alma caería en el purgatorio en espera de una sentencia por esta resolución que adopta como la mejor actitud. Ya ni siquiera se preocupa por el final, sus deseos se juntan hacia el sello de una herida que la acompaña. Ha preparado una escena merecedora de un oscar al mejor thriller, una escena que despierta el dolor agonizante que experimenta su cuerpo desde aquel día, en espera del juicio final. El rojo y el negro, en una disputa interesante, convierten la habitación en un refugio donde ella se siente en calma.

El frío se cuela por la ventana sin pedir permiso. Laura siente apenas una brisa fresca, su cuerpo advierte un incremento del calor. La adrenalina invade su cuerpo para dar una mejor respuesta. Se encuentra de pie ante un cuerpo inerte. La hoja del cuchillo que sostiene cada vez es más fría y adormece sus dedos. Observa cada detalle de la escena, evaluando la posibilidad de mejorarla, con ojos brillantes. ¿Qué podría mejorar? Se pregunta una y otra vez. ¡Esto debe ser todo un evento!, grita histérica. Sonríe. Al fin y al cabo vale cada gota de sangre que derramé un día, piensa Laura.
Uno, dos, tres. Introduce el cuchillo en la carne fría e inerte. La luz de su vida se esfumó de su rostro hace varios minutos, la agonía de su respiración apagándose como un interruptor fue una dulce música para sus oídos. Esta noche se abre una sensación de muerte y ella pretende darle una explicación a este comportamiento. Que ha pasado es una pregunta inútil, piensa Laura. La envuelve una atmósfera insoportable. Se siente sola, pero algo en su interior la hace sentir liberada, una emoción a la que no está dispuesta a rechazar. Las incontables veces que sangró su inseguridad pasan como flaches. Siente la muerte cerca, de hecho lo está. ¿Ella ha muerto? Tal vez su mente aún no procesa esta sensación. Aquellos momentos que se convirtieron en ráfagas de dolor que trataron de aliviar con besos acuden a su mente sin ser invitados, dándole la fuerza necesaria para proseguir con su obra.

Laura cree que podría ganarse la lotería en el infierno por esto. Realmente después de dos segundos no le importa. Continúa recorriendo los escombros del pedazo de espacio donde todo gira a su alrededor como una nube molesta de odio y rencor. Varias sensaciones acuden a su cuerpo como un enjambre de abejas. La primera de ellas es de respirar por vez primera, como si volviera a nacer; transportándola a un lugar donde reina la absolución de todos sus pecados. El perdón para Laura es el premio por despertar de su peor pesadilla.

Cuenta cada segundo de las horas que lleva desgarrando la piel, lacerando miembros como si fueran pedazos de carne para comer, liberando su alma de este mundo. No siente dolor, mucho menos odio. La paz y la serenidad han tocado a su puerta para convertirse en un escudo de toda experiencia vivida. El olor de la sangre se impregna en el lugar pero no le repugna, se ha convertido en un perfume difícil de olvidar. El último suspiro de su espíritu fue una extraña melodía, aunque Laura nunca vio el arrepentimiento en su mirada. Tal vez se merecía morir de todas formas, su destino estaba escrito bajo el cuchillo que ella sostenía en su mano y que reclamaba a toda costa la sangre que ella un día derramó. No le importaba violar la libertad de un ser, estaba segura que él no merecía las horas de existencia entre los mortales. No era venganza, no. Ni odio, ni dolor, ni revancha. Solo era muerte.

Laura camina por la habitación en espera de algo sin saber qué. Solo el ambiente despierta una tranquilidad inusitada que para ella es el paraíso. Las preguntas acuden a sus pensamientos en señal de peligro pero decide espantarlas con una rabia feroz. No está dispuesta a renunciar a su hora de gloria, piensa y ríe entre dientes. Las lágrimas pretenden darle una explicación a toda esta locura y nuevamente el matiz de las cosas se hace gris hacia lo negro y sus manos le dicen que algo grave ha pasado. La habitación la traslada a una escena, la propia, que no se compara con ninguna otra. Laura es la protagonista, el personaje principal de la escena, la que nunca olvidará. La luz es tenue, las ventanas están cerradas. Se divisa un triste espectáculo. Laura reconsidera la frase. No es triste. Ha muerto un alma, pero no una cualquiera. Laura piensa otra vez, ¿Ganaría yo la lotería en el infierno?

Escenas anteriores acuden. Su cuerpo sangrando la inseguridad de su amante, sus labios sufriendo sus celos y su alma escondiendo una venganza que ha sido perpetuada. La muerte de dos almas es la mejor explicación que su mente al borde de la quiebra puede elaborar; un alma con el corazón destrozado en cuatro partes y la otra con el suyo desgarrado entre el amor y el odio. ¡Sí, soy esa alma que vaga entre el recuerdo de su amor y sus demonios!, exclama Laura en un grito ahogado. Un alma que pretende olvidar su libertad porque costó demasiado. Un alma que muere lentamente en este encierro que cobra vida.

Sí, maté a un alma, un alma plagada de miedos y errores, un alma a la que amé más que a mí misma; un alma que nació para morir apuñalada por mis ansias de libertad y escape. Un escape del infierno, un escape de las tinieblas a la que era expuesta día tras día cuando sus manos hacían una fiesta con mi cara o con mi cuerpo. La huída de un largo sufrimiento que termina en muerte. Laura meditaba con el cuchillo en la mano al cual se aferraba en silencio. Ya no desea llorar más, sus lágrimas corren como una cascada por sus mejillas y está decidida a acabar con ese repentino arrepentimiento. No puede haber arrepentimientos, piensa.

La noche es partícipe de un concurso por el premio a lo siniestro. El frío reina en la habitación haciendo de ella un pésimo ambiente. Las ventanas se mantienen cerradas para evitar a los curiosos. Entre mamparas de luz se denotan dos figuras acostadas en una ancha cama. La mujer se mueve inquieta de un lado al otro. Denota una sonrisa entre los sueños que la atormentan. El hombre se despierta y con los ojos semiabiertos, se coloca al lado de su compañera llamándola suavemente. Laura, mi amor. ¿Qué pasa?
-   No es nada, solo un sueño. Contesta Laura.
El hombre se incorpora sentándose a su lado, un brillo peculiar se asoma en los ojos de su esposa.

Tulipán Negro[/color
]

Relatos FM

El hombre que siempre usaba sombrero


El humo de algún inescrupuloso vecino quemando basura inundaba el barrio de un tremendo hedor a goma quemada. Y de entre esa nebulosa toxica apareció la primera vez que lo vi, el hombre que siempre usaba sombrero. Surgió como un ser eterno y atemporal, despojado de edad y de tiempo.
Frecuentaba el barrio humilde en que vivíamos, el cual no llegabas a ser una villa pero tampoco un country, se dice que vivía allí cerca, en una antigua esquina que falsamente creíamos abandonada, la recordábamos por un enorme y sinuoso palo borracho en el patio trasero. Impresionaba por su esquelética delgadez y por su enorme estatura, coronada por un sombrero de media copa. Siempre dé impecable ambo gris que se fusionaba con la palidez de su rostro, de serio semblante y fino bigote.
Jamás se lo vio trabajar, ni se le conoció una novia (o novio), ni una sonrisa. El hombre que siempre usaba sombrero era un completo misterio para el barrio entero, de dónde vino, a qué se dedica, usa siempre el mismo saco o tiene varios iguales, eran las preguntas que nadie podía responder. Solía recorrer las calles con paso lento, como observando, diría apreciando el paisaje pero no había allí mucho por apreciar, hasta las jovencitas eran feas. Las viejas más viejas decían que era la muerte misma, que en la casa en la cual se detuviera en la puerta habría algún fallecido; otras juraban haberlo visto robando la fuerza vital de los más jóvenes; no faltaban las que decían que era vampiro.
- ¡Tené cuidao, y ni se te ocurra pasar por la casa del palo borracho!- gritaban las madres a los niños cada vez que salían a jugar.
Era terror lo que sentía yo al verlo, cada vez que lo veía alguna pesadilla acudía a mi esa misma noche. Sentía que se me petrificaba el cuerpo, el miedo se apoderaba. Un día de invierno del '76, cuando  en una esquina nos cruzamos, todo cambió. Con sus huesudos dedos acarició mi cabellera, estaba a punto de gritar por ayuda, a punto de desmayarme, cuando de su bolsillo sacó un chupetín de frutilla.
-Cuidado con el colectivo cuando cruzas la calle.- dijo con vos grave y cargada, era la primera vez que lo oía hablar. Lo observé por unos segundos mientras se alejaba, preguntándome que misterios ocultaría ese tipo, giré la cabeza para continuar y el 502 por poco no me arranca la nariz, dobló a toda velocidad a centímetros del cordón.
A la semana volví a encontrármelo, y mangazo de chupetín mediante, me puse a interrogarlo. Si le gustaba el futbol, de qué club era hincha, si trabajaba...contestaba solo con monosílabos, hasta que le mencioné mi admiración por los trenes. Su rostro pareció experimentar algo similar a una sonrisa.
- Yo amo los trenes, en casa tengo muchos modelos a escala, los colecciono, tengo una maqueta con vías y estaciones en la que juego con las máquinas y vagones. Si tu mamá te da permiso podés venir un día y jugamos juntos.- No podía salir de mi asombro, El hombre que siempre usaba sombrero no era un mal tipo como decían la viejas, sino que compartía con los chicos y hasta jugaba.
Al otro día, cerca de las tres de la tarde me aparecí  por la casa del palo borracho, como solían llamarla. El árbol estaba siempre florecido, siempre con un tono azul violáceo que se escurría por encima del paredón, salpicando de color la calle. No le pedí permiso a mi madre porque sabía que no me lo daría, así que le mentí, le dije que iría a jugar a la pelota con Lucas. También le mentí al hombre que siempre usaba sombrero, cuando me preguntó si me habían autorizado a estar allí y le dije que sí.
Me mostró sus trenes, era increíblemente perfecta aquella porción de universo en miniatura, con valles, montañas y túneles, peatones, autos y barreras. Jugamos por horas, me dejó manejarlos con el control remoto, subir y bajar las minúsculas barreras de juguete. A las cinco en punto merendamos, se apareció con dos tazas de té y galletitas Manón, mientras mojaba una no pude evitar comentarle:
- Sabe una cosa, las viejas del barrio dicen que usted es la muerte, que se cobra la vida de las personas. ¿Puede usted creer esta estupidez?-
- Si, lo creo porque es cierto, pero ése es mi trabajo Nicolás, es lo que hago no puedo remediarlo; hace miles de años que me dedico a esto, pero que el trabajo no te impida vivir, jugar, disfrutar, es una valiosa lección que debes aprender.-
Terminamos las galletitas en silencio, jugamos un momento más y a las seis me fui de vuelta a mi casa. Jamás le conté a mi madre lo sucedido ese día.
Al poco tiempo nos mudamos y jamás volví a verlo, pero lo estoy esperando. Cuando ineludiblemente nos encontremos de nuevo, le pediré que me deje jugar con sus trenes una vez más.

Mariano

Relatos FM

Marina y el demonio feliz


Marina era un niña de preciosos ojos azul turquesa, de brillante melena castaño oscura. Su voz cantarina y su grácil forma de caminar llamaba mucho la atención. Su mirada cristalina era capaz de traspasar las fronteras del abismo más sombrío, resquebrajar muros y hacer abrir ventanas, puertas y callejones sin salida.
A veces uno se la quedaba mirándola como si fuese un hermoso sueño transparente,  que uno nunca había visto antes. Te recordaba algo muy antiguo, antiquísimo, que uno ya tenía por olvidado hacia muy tiempo. Podrías recordar su sonrisa y no olvidarla jamás.

Marina caminaba dando saltitos, alegre y bulliciosa. Algunos paseantes se giraban, se paraban unos minutos y se la quedaban mirando, asombrados. Algo les tocaba dentro de ellos mismos, conmoviéndoles.
La vida para ella, era un bello sendero lleno de poemas andantes. De relucientes dioses y hermosas diosas que se tomaban de la mano, que charlaban mientras paseaban, disfrazados con el traje que la vida les había dispensado. Marina, vivía dentro de su propio y rico mundo interior. A Marina le gustaba mucho observar a la gente, sus rostros, sus figuras y sus ademanes. Apreciaba con su mirada cada detalle. Cuando llegaba a casa dibujaba  lo que había percibido, con sumo detalle. Había oído hablar sobre ángeles y demonios y de cuando el cielo se presentaba totalmente despejado era porque la vida la estaba bendiciendo a ella.
La felicidad llevaba su rostro, la alegría de la vida era ella, el cielo y sus aves, con sus pequeñas nubes circulando libremente eran de ella, venían de ella. Cada día se levantaba temprano, al amanecer, para iluminar y dar vida a las nubes, las personas, los pájaros y el cielo.
Solía pensar que era una maga del movimiento, que con su presencia era capaz de hacer mover a un mundo entero. Que si ella no existiese, el mundo desaparecería y se disolvería como un sueño que estaba dentro de ella misma.

Mientras iba caminando mirando al mundo, y cantando, oyó una voz cercana, era un hombre que la estaba llamando. Sorprendida, se fue acercando despacio hacia el banco donde se encontraba aquel ser vestido de rojo.
El hombre de rojo tomó la palabra: Oye, no es por aguarte la fiesta, niña. Pero este no es tu mundo, y esto, niñita no es el paraíso. Así, que déjate de canciones y sonrisas. Le indicó el hombre de rostro serio.

La niña le preguntó: ¿Cómo te llamas?

El hombre respondió: Me suelen llamar el diablo, o bien si lo deseas me puedes llamar el demonio feliz. ¿Qué haces paseando por el infierno? Tú, no deberías de estar aquí. ¿Acaso te perdiste? Vuelve a tu hogar, este no es tu lugar.

La dulce niña, con tono alegre, respondió: Ya lo sé. En verdad, este no es el hogar de nadie. He venido a iluminar este mundo tan raro. He bajado porque mis amigos están aquí. Y no me marcharé hasta que me los haya llevado a todos de regreso a casa. Están dormidos. He venido a despertarlos. No saben que están soñando. También, sé que yo soy un sueño de la vida.

El demonio feliz con cara de asombro le contestó, que allí en verdad no había nadie, ya que la verdadera vida hacia mucho tiempo que se había marchado de ese planeta artificial. Y añadió: Todos son zombies, todos creen estar vivos. Los he hipnotizado a todos. Con la ayuda el tiempo también lo haré contigo. Cuando termines la escuela, ya lo estarás del todo. No tardarás en caer en mis garras. Y siguió diciendo que ahora dependería del tiempo, del espacio, de los dueños del mundo, de un cuerpo que ya no era suyo, que todo le pertenecía, y de que tarde o temprano estaría bajo la tutela del destino.

En cuanto el demonio feliz terminó su fanfarronear y farfullar, la niña aseveró: Hasta tú, vas a despertar muy pronto. ¿No sabes qué estamos en un sueño dónde tú te crees ser el dueño del universo? ¿Quién te dio a ti la potestad de un sueño?

Pero el demonio, le replicó, regañándola: No digas bobadas. Todo esto es real. Yo soy implacable, y nadie tienen ningún poder sobre mí. Soy la máxima autoridad. Soy el dueño de todo lo creado, del mundo y del universo.
Y soltó una sonora carcajada.

La niña, le respondió: No te tengo ningún miedo. Sólo eres un fantasma, un espectro, un asusta niños y asusta sueños. Eres una alucinación, un espejismo. Casi todos, creen en ti, pero yo no. Juegas a dos bandas. Al blanco y al negro. Al mal y al bien. Sabes muy bien, que esto no es para tomárselo en serio. Cuanto mas en serio te lo tomas, mas real te parece.

El demonio feliz señalándola a ella con el dedo, le soltó:

Por mucho que lo intentes, sabes que nunca encontrarán la verdad. Lo tienen todo perdido. Ya se han arrodillado, y han sucumbido a mis pies para toda la eternidad. De generación e generación, de nacimiento en nacimiento. Yo creé un imponente rayo de luz, y soy el que creó el lenguaje, los dioses de todos los tiempos, la forma y el color. Todo está bajo mi control..Sin embargo se me está escapando vuestra conciencia.
Así que, muchachita piénsalo muy bien, sino no podrás volver a salir de la rueda cósmica. Yo cree el concepto de muerte. El miedo a la muerte y a la vida. Tengo todos los poderes mágicos que te puedas llegar a imaginar. Pues lo mío es el poder de la mente. Me sé todas las triquiñuelas habidas y por haber para engañaros e hipnotizaros. No sabes lo que realmente se cuece por aquí.

Marina, dio un suspiro, y enfatizó: He oído decir a mi tía que en todas las familias se cuecen habas. Cuando sea mayor, no quiero ser cocinera, seré repartidora de consuelo, alegría y felicidad. Así, contrarrestare tus absurdos poderes.

El demonio no paraba de reírse a carcajadas: ¡Pero qué ingenuos e inocentes podéis llegar a ser todos, en especial los niños! Aunque reconozco que sois muy fáciles de manipular, vuestra sabiduría se da cuenta de todo. Te contaré un par de secretos: A los que más me cuesta hipnotizar son a las ovejas negras y a los rebeldes que ya se dieron cuenta del percal. Y a las familias que están muy unidas.
Me encantan burlarme de ustedes, es por esto que las estanterías de las librerías están llenas de libros de autoayuda.. El ser humano jamás alcanzará la libertad y la felicidad. Todo lo cree para fallar. Todas las mentes son mías. Los hombres creen que piensan por si mismos. Y que equivocados que están.
Tengo un equipo de seres pensantes que emiten pensamientos, los humanos los recogen  a través de su prisma cerebral cristalino. Les mandamos mensajes, los captan y los reproducen. En realidad somos un grupo muy nutrido de serpientes. Seres pensantes. Y tenemos todo el poder, ya que creamos este mundo, el haz de luz, en vuestro vacío, para hacernos con vuestra sabiduría, para someteros eternamente, a nuestro poder. Además, todo está pensado para que nunca podáis llegar a conseguir nada. Todo les será arrebatado y quitado. Los mantengo distraídos, con basura todo el tiempo. Los humanos lo llaman entretenimiento y cultura. Mi espectáculo de luces les ha atraído como abejas a la miel. Y después de que el demonio feliz dijera todo esto, soltó una horripilante carcajada.

La niña al escuchar todo esto, puso su manita en la barbilla, y esperó unos segundos antes de responder. Y cuando lo hizo, exclamó: ¡Tu plan ha fallado estrepitosamente! Tu castillo de naipes está a punto de caer. El mundo abrirá los ojos y verá con asombro que no hay nada real en ti..Lo sabes, has perdido. Lo único que tienes es miedo. Nadie se cree ya tus malas artes, y películas de baja calidad. Mientras terminó de decir esto, sacó una bolsita de golosinas, y le ofreció al demonio feliz. El señor del tridente los rechazó.

La tarde se estaba deslizando suavemente., el sol decaía, se oía el rumor de los árboles agitados por el leve viento. El parque se estaba quedando vacío, el bullicio de la gente se iba retirando. Aunque aún no hacia frío, la temperatura había descendido bastante.
La mirada de la niña se dirigía hacia el horizonte, a lo lejos se divisaba una figura que se estaba acercando hacia ella. Era su madre. Su rostro sonrió, y la niña dio un suspiró de alivio. Estaba a salvo de tener que seguir escuchando los sermones de aquel ser que afirmaba con engreimiento y soberbia ser el demonio.

-Marina, ¿Te he estado buscando durante una hora por todo el parque? Te has vuelto a escabullir otra vez. Estaba muy preocupada.
La madre besó a la niña. Y le dijo dulcemente: Cariño, vámonos a casa. Papá, nos está esperando, le va a encantar cuando te vea vestida de ángel. Se reirá mucho. ¿Lo has pasado bien en el carnaval del colegio? Y por cierto: (dirigiéndose al hombre que iba disfrazado de demonio). ¡Menuda pareja hacen ustedes dos! Exclamó riendo. Sonrió, quedándose mirando el traje del señor vestido de rojo.

-Mamá, este señor dice ser el demonio feliz, me recuerda a alguien que vi en la tele. Sr. Ricardo Mundo. ¿No te acuerdas de él?

-Ah, si que se parece mucho. Buenas tardes, señor. ¿Cómo está usted? ¿Estaban ustedes charlando?

El hombre de rojo, respondió con una mirada bastante siniestra: No es el disfraz. Es lo que soy por dentro. No os equivoquéis.

Y mirando hacia la niña, le dijo: Acuérdate de lo que hemos hablado. Y le guiñó un ojo. Estoy seguro de que lo harás.

El demonio feliz se dio media vuelta y sin despedirse, siguió su camino.

La madre se quedó perpleja. Mejor, pensó, de momento, no pregunto nada a Marina. Ya tendremos tiempo para hablar sobre este asunto.

-Mamá, tengo hambre, vayamos a casa. La niña cogió la mano de su madre, reiniciando el camino de regreso, y dijo: Ahora nos vamos a conectar, mirando como no es más que un sueño dentro de nosotros. Donde residimos y vivimos estamos bien todos, mamá.

¿Cómo podré la próxima vez disfrazarme de lo que realmente somos, de conciencia pura y radiante, para qué todos sepan y vean?

La madre con cara de asombro le preguntó a su hija: ¿Marina, dónde has escuchado eso?

El abuelo me contó un relato, mientras yo estaba durmiendo. Se me apareció en un sueño. Y me habló, me dijo que lo recordara. Y que cuando fuera mayor lo escribiese, para dar ánimos a la gente, para que no se dejasen engañar por las apariencias de este mundo de sueños. Me repetía una y otra vez. Es un sueño, sólo es un sueño. Diles eso. El abuelo me aseguró, que muy pronto todos despertarían, sabrán que son la verdadera sabiduría, que son puros y radiantes, y que nunca tuvieron porque aprender nada, que ya lo sabían todo, sin necesidad de pensar. Me dijo que somos la belleza, la alegría, la paz, la sabiduría, la fuerza, el poder y la gloria. Todos en uno, sin forma y sin cuerpo. Sólo necesitan que se disuelva el sueño. Como lo hace un terrón de azúcar en el café.
Mamá, le abuelo me susurraba: Nunca temas a la muerte, sólo es un engaño más, nadie muere realmente, sólo están hipnotizados, creyendo que la muerte existe, que ellos son reales. Diles que solo están mirando un sueño.

Marina levantó la vista, y cariñosamente le dijo a su madre: Mamá, escribiré un cuento sobre esto. ¿Qué te parece?

-Fenomenal, mi querida hija.

De repente una tenue neblina blanca apareció ante ellas, envolviéndolas. Y se disolvieron. Sin quedar ningún rastro de la mamá y de la niña. Una voz sin nombre resonó con fuerza en el abismo: Ellos son los diamantes, son pura y radiante transparencia.

Alma Venus

Relatos FM

MISION


     Ellos llegaron el día programado a ese planeta extraño. Sabían que el lugar era turbulento y enardecido por la violencia. Los tripulantes bajaron de la nave espacial a la hora establecida. Llevaban una misión importante que debían cumplir estrictamente. El ejercito de ayuda estaba formado por mil  soldados. Cada grupo de diez debía recorrer zonas diferentes, guiados por mapas del lugar que ellos llevaban en sus maletines. El aterrizaje fue a un tiempo determinado por los rayos del sol. Los integrantes  de esa extraña nave portaban grandes banderas y en sus trajes leyendas  con instrucciones del trabajo que debían cumplir. Todo se realizó con  exactitud. Su única función era llevar paz a ese lugar del universo. 
     
    Los tripulantes  comenzaron a caminar. Solo había soledad y  una total ausencia de sonidos. Horas y horas transitando, por espacios desconocidos y desolados. El silencio del lugar les llamó la atención porque estaban informados que escucharían  gritos, sirenas,  quejidos, bombas y explosiones. El paisaje silente mostraba una quietud extraña. El aroma que se sentía era acido y nauseabundo. El cielo era de un color gris apagado. Los ríos estaban  secos y mostraban una aridez espantosa. El ejército de ayuda caminó mucho tiempo por pasillos asfaltados y no vieron hombres, ni animales.  En las plazas, en los campos solo encontraron elementos abandonados. No existía vegetación. La tierra  era negra casi carbón. Las rocas de las montañas se desgranaban por la inmensa sequía. Solamente quedaban resabios de objetos. Estos lucían silenciosos y fantasmales. Parecían mausoleos siniestros. Uno y otro mostraban  una inutilidad enorme. Eran edificios, monumentos, cajeros automáticos, automóviles, aviones, carteles, herramientas  y tantas cosas que habían creado esos seres  que ya no existían.






Parecía no haber habitantes en el lugar. El sigiloso escenario  mostraba una orfandad de seres. A lo largo de la evolución la extinción de las especies había sido una constante. El ritmo de depredación había aumentado dramáticamente. Los hombres  habían destruido todo y se habían autodestruido. 
   
     Los distintos grupos de búsqueda se encontraron en un lugar establecido y en un tiempo que habían fijado en el momento del aterrizaje. Uno de los  grupos de salvataje, de los cien que recorrieron ese lugar, tuvo la suerte de encontrar a dos seres con vida, un macho y una hembra. Algo había para hacer. Aun quedaba tiempo. No estaba todo perdido.

SOLDAN

Relatos FM

EL TESTIGO


Maneja conversando con su secretaria, que de tanto en tanto mira por el espejo del costado del auto, más por verse el peinado  y el rostro que por estar vigilando algo.  De pronto, ella  le advierte alarmada que un auto los sigue.  Siente un malestar en la boca del estómago, varias veces le dijeron que parecía estar bajo vigilancia, lo único que hizo fue llevar la pistola y conseguirse dos policías que en sus horas libres lo vigilan en su negocio.

   Salieron temprano de la oficina con la intención de ir hasta el banco a pagar una letra; no pensó que correría ningún peligro, por eso dejó a su guardaespaldas en la tienda.  Y ahora esto.

   Con la mano libre, abre el contacto de su radio para comunicarse con la central de taxis.  El equipo chicharrea al encenderlo, después inicia la transmisión:

-   Aquí, Calvo al habla.  Me siguen en un Toyota blanco.  Vengan a darme alcance, estoy en la esquina de Morelli y Javier Prado, avisen al 105 Emergencias. – oye el gran tumulto y las voces apuradas que se alejan.
-   Aquí despachador.  Entendido Jefe, van para allá López y Pepe – la voz suena monótona y calmada pero en el tono agudo de las últimas sílabas de cada frase se delata un toque de nervios.

Mira para todos lados buscando la bendición de un uniforme policial, aunque fuera de tránsito; brillan por su ausencia.  Trata de serenarse, mira de reojo a la muchacha pálida y enmudecida que escucha la conversación.  ¿Habrá entendido de qué se trata?  ¿Podrá ser una cómplice?  Estúpido, aún no estás fuera del lío y ya comienzas a sospechar de todo el mundo.  Calma, calma se dijo, entre dientes.

   Los del Toyota comienzan a avanzar por la izquierda muy despacio; él acelera un poco, no mucho, lo justo para que no lo rebasen.  Por el rabillo del ojo divisa la sombra del taxi amarillo que, berma por medio avanza con rapidez atravesando el estacionamiento y luego se desata el infierno.

   Del Toyota brotan los balazos en la interminable cascada de una metralleta, dirigidos hacia el taxi amarillo que avanza veloz y parece clavarlo en el piso, por la brusquedad de su frenada.  Luego gira en "U" sobre la Aviación y enfila, contra el tráfico, hasta llegar a la esquina y dobla perdiéndose calle abajo.

   Es tan rápido que él casi llega a la intercepción cuando todo termina.  La gente corre hacia donde  está el auto amarillo y de él brota una figura encorvada que avanza  tambaleándose y se desploma.  El grupo de curiosos se cierra a su alrededor.


   Antonio es uno más de los curiosos que presencian el asalto pero fue el que mejor pudo ver la cara del que manejaba, ya que estaba parado en la misma esquina, justo cuando el Toyota blanco la dobló con un rechinido de llantas.  Esos breves segundos de la visión se le clavan en la retina, como una instantánea, capta la expresión de ira y decepción del rostro del chofer y la precisión con que maneja, percibiendo las cosas mínimas a su alrededor, con esa claridad que da la experiencia.

   Está seguro de poder identificar al individuo, pero no quiere meterse en problemas.  Bien sabe que quién  ayuda a la policía puede verse en enredos; quizá hasta lo acusen de cómplice, de ser campana de los secuestradores.  Duda, parado no muy lejos de la misma esquina, con las manos nerviosamente hundidas en los bolsillos.  Debería ir adonde los uniformados a informarles (ya descienden los policías de la patrulla blanquinegra, que anunció su paso a lo largo de la avenida con su aullido lastimero y opresivo).  Da la espalda al tumulto, su vista recorre, sin ver, la calle transversal por donde huyeron los asaltantes.

   Sus ojos no enfocan el Toyota blanco sino hasta que está a menos de treinta metros de su persona, más bien se fijan en el arma que le apunta con mano segura:  ¡Idiota, más qué idiota, él vio al asesino... pero él también lo vio!.

   Quiere correr pero las piernas son de plomo, una arcada repentina lo encoge y todo se disuelve en la nada cuando las balas hacen blanco en su cuerpo.  Un inmenso dolor le atenaza y es lo último que sabe.

   Los policías corren a resguardarse y responden el fuego que suponen contra ellos y cuando al fin llegan a la esquina, lo único que queda es el cadáver de Antonio.

   Lo examinan, rebuscan en sus ropas por alguna identificación.

-   ¿Será un cómplice?  ¿Por qué lo matarían?  - se preguntan.
-   No, no, ese trabaja aquí mismo en el segundo piso – aclara el vigilante del edificio que se asomara a mirar la matanza.
-   ¿Será?  Hummm, veremos –  lo tapa con una hoja de periódico que comienza a empaparse de sangre y mira a lo lejos con indiferencia.

Son demasiados los secuestros, muchos los muertos que cada semana tiene que velar a la orilla de cualquier camino, a la espera de la llegada del juez,  para que este muerto en especial le conmueva.

Llegarán los familiares llorosos, pidiendo vanas explicaciones; los periodistas con sus especulaciones; la verdad sencilla y prosaica no la llegarán a adivinar.  Ejecutaron a un testigo.


Cómplice

Relatos FM

Las palabras mágicas

                   
Llegó a la whiskería a eso de las veintitres, veintitrés y quince a más tardar, como lo viene haciendo casi todos los días desde hace dos meses.  Se peinó con la mano el pelo canoso y ralo; se acomodó la camisa arrugada dentro del pantalón y se aflojó la corbata.
Entonces la buscó entre las luces de colores: rojo en el neón, amarillo en los veladores de pantallas mugrientas y  luz negra en la barra. Hay menos humo que otros días, de manera que no le costó encontrarla con la vista. Sentada con un cliente en uno de los sillones del fondo.
Le da la espalda y se acodá en  la barra. Pide un Chivas. Paga. Espera pacientemente a que ella se le acerque. Mientras tanto saborea el whisky.
Está seguro que muy pronto dejará al tipo con el que esta. Tiene pinta de amarrete.
Nadie como él para dejar propinas generosas o pagar copas. Ella sabe. El sabe. Ninguna de las otras mujeres del bar se le arrima. No pierden el tiempo, todas saben a quien busca, a quien espera.
Al rato nomás, ella le da un beso en la mejilla al tipo y se levanta del sillón.
Camina los pocos metros que la separan de la barra, donde él está. Camina despacio, tratando que sus experimentados diecisiete años luzcan lo más sensual posible.
El sigue de espaldas, no la ve, no se mueve, sin embargo sabe que ella viene acercándose, pantera sigilosa,  la olfatea, la percibe. La siente como todas las noches.
Al fin llega a la barra. A su lado. Le apoya una mano fría en la nuca, en una caricia forzada, y le susurra al oído: Hola..., papito. Hoy tenés algo para mí.   Mientras con la otra mano le acaricia la entrepierna. 
Son las palabras mágicas que lo hacen sentir  poderoso. Deseado. Viril. Erecto. 
Ahora sí. Apura el whisky, le deja los cien pesos  entre los pechos pequeños y se va.
Hasta mañana.

FRANCISCO MARTILLO

Relatos FM

Avenida de los Presidentes


-Dany, Dany –dice un muchacho-, llevas tremendo rato en silencio. ¿No piensas abrir la boca en toda la noche?
-¿Si te beso me dejarás en paz? –dice Dany, con la mirada puesta en los bancos de madera de la avenida de los Presidentes o G, como la conocen casi todos los habaneros.
-Muy gracioso de tu parte –dice el muchacho-. Pero no me da ninguna risa, estás como un plomo.
-Míralos –dice Dany-. La gente piensa que para ser Emo hay que ser maricón, suerte que no hay viceversa. Porque eso de andar el día entero con esa ropa negra... ya bastante tengo con mi color.
-¿Qué tiene tu color de piel? –dice el muchacho, mientras prende un cigarro-. Así te ves bien y a mí me gusta. ¿Con eso no basta?
-Ojalá y todo fuera tan fácil como lo ves y tan sencillo como tu amor –dice Dany, mostrándole una sonrisa diáfana-. Pero Andrés, querido Andrés, yo he pasado mucho trabajo... muchísimo.
Andrés se le acerca y lo abraza a su pecho, Dany suelta un suspiro y le mira a los ojos:
-Eres lindo –dice Dany.
-Y tú me sonrojas –dice Andrés.
Dany vuelve al añejo balcón y esparce su mirada por toda la calle G. Siente sobre sus hombros la inquietud de Andrés.
-A veces siento que no tengo fuerzas para enfrentarme al mundo –dice Dany, sin voltearse. Su semblante palidece.
Andrés se le acerca y lo besa continuamente en la espalda. Dany permanece impávido ante las caricias. Andrés se apodera de su verga y la estimula con su boca hasta tensarla. Los pensamientos se dilatan dentro de Dany, que sucumbe hasta la gloria sexual, endulzando el paladar de Andrés con sus jugos corporales.
-¿Cómo te sientes ahora? –dice Andrés, limpiándose la boca con un pedazo de papel higiénico-. A veces pienso que voy a ahogarme con todo eso –le dice, retozando con la verga adormilada. 
Dany se aparta, un cansancio inusual se dibuja en sus músculos faciales:
-¿Hay algo de lo que deba enterarme? –dice Andrés.
-Nada –dice Dany, serenándolo con algunas nalgadas-. Hoy caminé bastante cuando salí de la universidad. Por alguna razón me sentía el ser más solitario de la Habana. Quizás fue el almuerzo que me indispuso, no sé.
-¿Por qué no te acuestas? –dice Andrés-. Mañana será otro día...
-Idéntico al de hoy –dice Dany, encaminándose al cuarto, de paso en paso. Sus sienes están más allá del apartamento, del edificio y de la Habana misma, que comienza a verter la noche sobre su espalda.

-En este país la homosexualidad todavía es un tabú pendiente, y tú deberías saberlo –dice Dany, desde la sala-. Si eres negro y grande, entonces tienes que ser un macho fuerte y bien dotado para metérsela a cuanta hembra te pase por delante, como decía papá. Pero si eres maricón y encima negro, estás bien jodido. Para nosotros no hay una segunda opción.
-¿Eso es lo que te tiene así desde ayer? –dice Andrés, abriendo las ventanas del balcón.
-Me voy –dice Dany-, que se me hace tarde.
-Apenas desayunaste –dice Andrés-. ¿No me das un beso?

La voracidad de la calle G absorbe a Dany, que avanza lánguido, como si no quisiese llegar a ningún sitio. Su mirada no se despega de la acera, evadiendo los transeúntes que pasan por su lado.
No puedo faltar hoy –piensa, convenciéndose de asistir a la Universidad.
Llega a la atestada parada y se inserta dentro de la turba que se desborda sobre la calle cada vez que arriba un ómnibus, sin importar de la ruta que sea. A su espalda una voz femenina dice: yo me guío por el prieto de la mochila, refiriéndose a él. Dany la mira con el rabillo del ojo, siente un deseo inmenso de enfrentarla y decirle hasta del mal que se va a morir. Pero en lugar de eso mete la cabeza entre las piernas y se aleja de la multitud exasperada, como una brisa imperceptible, casi incorpórea.
Atrás quedaron la parada, la gente alocada, la chica. Dany se sienta en uno de los tantos bancos de madera de la calle G. En ocasiones desaparece detrás de la humareda de los vehículos que circulan por la avenida, que en la mañana es más bien una selva asfáltica. A su lado se sienta una muchacha de aspecto metódico, que no tarda en zambullirse en la lectura de un libro. 
Vaya negro... con tremenda blanca, gritan unos constructores que pasan por delante de ellos en un camión.
Ella apenas levanta la mirada y no demora en marcharse, los ojos de Dany la siguen, quieren explicarle, decirle que no tema, que a él no le gustan las mujeres, pero desaparece tras una guagua. 
Qué asco de país –piensa-. Si pudiera correr ahora mismo hasta el malecón y marcharme a nado de todo esto. ¿Pero y Andrés, que haría con mi Andrés? Él no logra comprenderme. Piensa que estoy paranoico. Que a la vida se le mira con sangre fría. Para él todo es muy sencillo, porque no es negro. Es como si fuese un pecado imperdonable que cargo a mi espalda.
Aún subyacen en su memoria las palabras que le escuchara decir a otro estudiante universitario, cuando un compañero de aula le reveló su preferencia sexual: ¿tú me estás diciendo que aquel negro es maricón?
     
Esta vez, las escaleras son más largas para Dany, cada escalón supone un escollo casi infranqueable para unas piernas vagas. La puerta está entreabierta, alguien debate alentadamente con Andrés. Dany busca en sus archivos de voces, pero no reconoce el timbre casi apagado de esta. No quiere hacer lo que tiene pensado hacer: coloca la mochila hacia delante, se pega a la pared del apartamento y con la pulcritud de un filatelista, inclina la cabeza y afina sus oídos:
-Él es muy buen hombre –dice Andrés.
-Ay, pero lo cortés no quita lo valiente –dice la voz desconocida-. Es mucho más negro que tú. Mírate bien cariño, tú pasas por blanco donde quiera.
Dany se retira un par de escalones, aún no puede creer lo que escuchó. Secándose algunas lágrimas que incontenibles le humedecen el rostro, se reincorpora para seguir escudriñando en la conversación:
-Eso no me interesa, querida –dice Andrés, a la defensiva-. Para mí, todos somos azules...
-Pero el azul de él es bien oscuro –dice la voz desconocida-. Pero bueno, tú sabrás. Si de veras te gusta...
Un manantial de quietud anega el pecho de Dany, tranquilizado por la respuesta de Andrés.
-Buenas –dice Dany, mientras se deshace de la mochila bajo el asombro de Andrés, que sonriente lo recibe.
-No te esperaba tan temprano –dice Andrés, antes de darle un beso-. ¿Recuerdas la amiga de infancia de la que te hablé en una ocasión?
Dany se encoge de hombros.
-Marta, Dany. Dany, Marta –los presenta Andrés-. Ella es la del jamón.
-Bueno, mejor los dejo –dice Marta-. Más tarde yo les mando a una muchacha con el encargo.

-Ella es buena persona –dice Andrés, despidiéndola desde el balcón con una sonrisa promocional. 
-Sí –dice Dany-. Lástima que no le gusten los negros.
-¿Por qué dices eso?
-Lo tiene dibujado en sus ojos –dice Dany-. Parecía que estaba viendo un elefante en medio del apartamento.
-Tú y tus cosas –dice Andrés.
-En eso te doy la razón –dice Dany-. Mis cosas.
-¿No vas a explicarme por qué no fuiste a la universidad? –dice Andrés.
-Ahora voy a descansar un rato –dice Dany-, después hablamos.

El insistente sonido del timbre despierta a Dany, que antes de atender a la puerta disfruta de las nalgas de Andrés. Está chulo, se dice, repasándose los labios con la lengua.
-Ya va, ya va –dice Dany, abrochándose el pijama. 
     Se acerca a la puerta y husmea a través de la mira:
-Andrés –dice Dany, moviéndole los pies-. No te hagas el dormido y ve tú, que es la muchacha que mandó tu amiguita.
Desde la cocina, Dany presta atención a cada movimiento de Andrés, mientras cierra el negocio con la muchacha, una mulata mal vestida que solo asiente con la cabeza a cada un de sus palabras. La transacción se dilata más de lo esperado, Dany se mueve de un lado a otro de la cocina, como un átomo, los celos le persiguen, lo acorralan.
-Por fin –dice Dany, adelantándose a cerrar la puerta.
-Dios mío, pero que negrita más bruta –dice Andrés.
-Para la próxima –dice Dany, marchándose al cuarto-, dile que te mande una blanca...
-Dany, yo no quise... -dice Andrés, dejando caer el jamón al suelo.

Siglas

Relatos FM

Más allá de la vista.


No me costó mucho trabajo deducir que aún era temprano. Mi habitación continuaba sumida por completo en la oscuridad de la noche. Tanto, que no me sentía capaz de diferenciar los muebles y objetos que ocupaban la misma. Permanecí inmóvil en el rincón derecho de la cama, rodeando las piernas con los brazos, pero sin dejar de apoyar la cabeza contra la almohada. Intenté volver la cabeza hacia la izquierda para poder seguir durmiendo, pero el intermitente dolor de cabeza que estaba comenzando a sentir en aquel momento, hizo que dicha idea desapareciera de mis pensamientos. En ese instante me di cuenta de que algo no iba bien, y decidí aguardar. Tenía demasiadas cosas en las que pensar, demasiadas cosas que recordar. Reposé durante varios minutos hasta que descubrí el motivo de aquel incómodo dolor de cabeza y de aquel malestar en el que me encontraba atrapada. No tarde mucho en hacerlo. Debía enfrentarme a una realidad que mi cabeza era incapaz de afrontar. Me negaba a aceptar que Susan ya no estaba. Que se había ido para siempre. Y que, lo más probable, es que no volvería a verla nunca más. Repetir su nombre hizo que me estremeciera de forma inconsciente. Pero no pude evitar volver a hacerlo. Era Susan. Mi Susan. Mi mejor amiga. Y, posiblemente, la única amiga de verdad que había tenido.
Jamás podría olvidar el día que la vi por primera vez. Yo acababa de mudarme a aquel pueblucho pocos días atrás, debido a la muerte de mi padre. Apenas teníamos 4 años. Era una tarde de otoño. Una de aquellas tardes en las que el suelo está cubierto por hojas secas desprendidas de los árboles que ejercen su mudanza rutinaria. Estábamos en la biblioteca del pueblo que días antes hubiera descrito como tranquilo, en compañía de nuestras respectivas madres. Ya desde entonces nos sentíamos atraídas por el mundo de la lectura. Y lo más probable es, que la imaginación que había desatado en nosotras la afición por la misma, fuese uno de los pilares que hicieron que nos manteniésemos tan unidas.
Pero... tampoco conseguiría hacer desaparecer de mi cabeza los recuerdos de la última vez que lo hice. En el mismo lugar.
Salí de casa pocos minutos después de lo habitual. Me había entretenido leyendo. pero tenía que hacerlo. Tenía que acabar ese libro antes de que terminara el plazo de entrega si no quería ser sancionada por ello. Y dicho plazo terminaba ese mismo día. Cuando acabé no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa triunfal. Recogí mi habitación lo suficiente como para que mi madre no se diera cuenta del desorden y no tener que soportar otra de sus insoportables regañinas. Salí por la puerta. Bajé las escaleras a trompicones, y sin preocuparme por pisar todos los escalones. Cuando hube llegado al portal, me detuve un breve instante frente al espejo, me miré, me aseguré de que todo estaba en su lugar, y no dudé en salir corriendo en dirección a la parada de autobús. No tardé en fatigarme, con lo cual no me quedó más remedio que disminuir la velocidad. Cuando llegué a la parada no fui capaz de esperar más de cinco minutos, posiblemente estuviera debido a la impaciencia que había heredado de mi padre. Pero esta vez opté por caminar a un ritmo considerable en lugar de correr. Llegaba tarde. Había pasado más de media hora desde que había quedado con Susan. Solía caminar con la cabeza gacha, mirando hacia el suelo, como estaba haciendo en aquel momento, hasta que alcé la cabeza. Me alegró comprobar que la biblioteca se encontraba lo suficientemente cerca como para estar al alcance de mi campo de visión. Me detuve para descolgar la mochila de mi hombro, la abrí para extraer de ella la funda con mis gafas en su interior, y seguí caminando. Las coloqué sobre mis ojos y lo vi todo con la claridad que me faltaba cuando no las llevaba puestas. Volví a levantar la mirada hacia la misma dirección en la que lo había hecho antes, y me resigné al comprobar que Susan no estaba allí fuera, esperándome. Pero, a decir verdad, tampoco me extrañó que se hubiera cansado de hacerlo y hubiera decidido aguardar mi llegada en el interior. Seguramente yo hubiese hecho lo mismo, pensé. Cuando quise darme cuenta ya estaba frente a la entrada. Subí las pocas escaleras que me separaban de aquel enorme portón y llamé con una suavidad que adquirió cierta fuerza al no haber obtenido respuesta. Me detuve indecisa a observar el pomo. Era dorado, del mismo color que el marco que recubría aquella enorme e imponente puerta marrón que tantas veces había atravesado, y acerqué mi mano hasta que pude hacer que este girase. Y así lo hice. Cuando lo hube hecho, mis ojos analizaron el interior de la sala, y me extrañó ver que esta estaba completamente vacía y sumida en la penumbra. Todas las ventanas estaban cerradas y los libros colocados en perfecto estado y orden en sus respectivos estantes. No encontré ningún otro desperfecto hasta que desplacé la mirada hacia el suelo.

-¿Su...Su...Susan?- Susurré con un hilo de voz.

S.S. AIRAM

Relatos FM

EL CUENTO DE SITOCO NOBAILO


En Zyrzy había un muchacho que no sabía bailar y es famoso que en Zyrzy todo el mundo sabía hacerlo. El muchacho no sabía y por eso se murió tres veces. El primer entierro fue muy doloroso. El padre, además de quererlo mucho, era uno de los mejores bailarines, así que inventó una danza de la muerte muy imaginativa y los zyrzyanos bailaron con gran sincronización y armonía, pues aprendieron el baile en cinco minutos, ya que los zyrzyanos aprendían a bailar muy pronto. Las lágrimas inundaron la pista de baile del cementerio, la gente se mojó los zapatos de charol y los claquetistas no hacían más que salpicar a todos, pero lo peor era que Nobailo había fallecido sin saber bailar. No obstante, con esa gran tristeza bailada, lento, lento, rápido, rápido lento, todos despidieron a Nobailo.
Al día siguiente, Salsita, la madre de Nobailo, estaba bailando un merengue y haciendo una tortilla cuando apareció Nobailo vivito y coleando.  A Salsita le dió un soponcio al verlo y, sin dejar de bailar, cayó al suelo diciendo  « ¡Cielos, estás vivo; un, dos, tres; mambo! ».
- Sí, madre, y todavía no bailo.
- Voy corriendo, en un minué me presento allí - dijo Salsero, el padre de Nobailo, cuando recibió la noticia del soponcio de su mujer y de la presencia de Nobailo de nuevo en el mundo de los bailarines.
Y en un minué llegó Salsero y con un zapateado mostró su disconformidad ante las noticias que se acababan de producir.
- Nos alegra mucho que estés aquí, len, len, rapi, rapi, len, pero podías haber avisado, Nobailo.
- Ya, lo que pasa es que no bailo y muerto se está muy mal.
Hubo un baile de bienvenida que Nobailo presenció sentado en la silla mientras todos bailaban.
A los pocos días Nobailo se volvió a morir: "lo siento mucho, pero no puedo evitarlo, porque no bailo y me siento muy triste", dejó escrito en un papel.
El segundo entierro fue muy concurrido, porque poca gente muere dos veces en tan poco tiempo.  Len, len, rapi, rapi, len, Nobailo fue despedido por todos.
Poco después, en el baile del lunes por la tarde, Salsita y Salsero estaban bailando cuando, en la sala, alguien notó que la cortina se movía. "¿Qué es eso?", preguntaron todos.  Las parejas se disolvieron para formar varios grupos heterogeneos que se acercaron en corro a la ventana bailando una sardana. Alguien descorrió la cortina y apareció Nobailo detrás de ella.
-  No quería molestar pero es que estaba muy solo y al menos quería estar cerca y ver cómo bailabais, es que muerto y solo se está muy mal... sigo sin saber bailar, lo siento mucho.
- Nos alegra mucho volver a verte, sientaté si quieres.
Nobailo estaba muy contento de poder verles a todos de nuevo, pero a los pocos días, lleno de tristeza porque era incapaz de aprender a bailar, se volvió a morir.
"Lo he intentado todo, el tango, la jota, el chotis y el cha cha cha, pero no sé bailar. Me muero otra vez, no me guardéis rencor. Me gustaría tanto poder bailar con vosotros..."
En el tercer entierro ya no hubo fiesta, se bailó un flamenco muy poco animado porque se decidió guardar la alegría para cuando volviera a aparecer Nobailo.
Y así fue, porque Nobailo apareció a los dos días y lo hizo con la solución.
- ¡Familiares, amigos y desconocidos bailarines de nuestra tierra, vengo del otro mundo con la solución!.
Nobailo llevaba una pandereta en la mano, un tambor en la espalda que tocaba gracias a una cuerda accionada con un movimiento del brazo, dos platillos en los tobillos y un teclado en los pies.
- Me lo ha enseñado en el más allá un hombre orquesta que falleció al pisar un cable en un concierto. Puedo hacer música con todos estos instrumentos. Así, los músicos pueden dejar los suyos para seguir bailando y no se cansarán tanto, porque aunque en Zyrzy no lo sabíamos, me he enterado de que se puede tocar música sin bailar al mismo tiempo y yo sí puedo hacerlo porque no sé bailar.
- ¡Bien, que viva Nobailo, que viva!. Desde hoy ya no te llamarás Nobailo, te llamarás Sitoco Nobailo.
Y se hizo un baile en honor a Sitoco Nobailo en el que los que más disfrutaron fueron los músicos porque, como Sitoco tocaba tantos instrumentos a la vez, ellos podían dejar los suyos y seguir bailando con más comodidad, sobre todo Tocolatuba Sibailo, de quien se pudo observar que no tenía la cabeza roja de nacimiento.
Sitoco Nobailo tocaba al mismo tiempo el acordeón, la guitarra, la flauta y varias percusiones con los pies. Por primera vez en su vida estaba contento y disfrutaba emocionado de ver cómo todos los zyrzyanos bailaban al son de su música.
En cambio, no todos los músicos estaban contentos y pronto el flautista Soplolaflauta Sibailo - los Soplolaflauta han sido siempre muy envidiosos – se puso verde de envidia porque Sitoco tocaba la flauta mejor que él, y cuando la gente estaba distraida bailando la Conga y Sitoco Nobailo estaba contentísimo tocando y viendo a todos bailar, el envidioso Soplolaflauta, con una astuta danza del vientre, se fue alejando disimuladamente del grupo que bailaba la Conga y, con un rápido Charleston, sin perder el paso, se acercó a Sitoco y le asestó tres golpes con la flauta en la cabeza a ritmo de chá chá chá. Sitoco Nobailo dejó de tocar, mientras caía a la pista de baile desde lo alto del escenario.
Entonces, cambiando la Conga por un vals muy melancólico, todos se acercaron adonde había caído aquel a quien ya no sabían con qué nombre llamar, aunque viendolo caído en el suelo algunos le llamaban Nitoco Nibailo. Con las pocas fuerzas que le quedaban, el muchacho movía lentamente los brazos tratando de imitar la danza del cisne. Cuando la última lágrima cayó de sus ojos, aún trataba de esforzarse por bailar y por parecerse a los demás porque creía que le habían golpeado por no ser como ellos.
Durante días, semanas, meses, se esperó a que aquel muchacho sin nombre volviera a aparecer, pero no lo hizo nunca y no se volvió a saber nada de él. Poco a poco fue desapareciendo el recuerdo de su presencia, de sus soledades sentado en la silla solitaria esperando con ilusión el día que por fin sus pies aprendieran a moverse al ritmo de la música, mirando cómo bailaban los demás y, sin nadie que les viera bailar, también todos fueron olvidandose de los pasos y los ritmos de sus bailes. A medida que se alejaba el tiempo en el que el muchacho olvidado había vivido, cada vez bailaban peor sin saberlo y, poco a poco, empezaron a pisarse los pies, a chocarse las cabezas, a perder el ritmo sin darse cuenta, hasta que acabaron sus días sin saber bailar, caminando errantes por la vieja sala de baile.

Tilbus Dawkins

Relatos FM

Un héroe absurdo


Esta disposición a explicarse, a comunicar y exponer motivos, es una expresión atrofiada del deseo de posteridad. Analizar, crear y trascender, sobrevivir de algún modo, convertir nuestro trabajo en una promesa, en la posibilidad de ser recordados cuando haya pasado nuestro tiempo. Evocados en la mente de extraños, en sus corazones, convertidos en un puente hacia la eternidad. ¿Acaso no es la muerte nuestro único problema? La vida quiere vivir y solo se vive si es para siempre. El tiempo es la espera de la muerte, la imposición grotesca, la ofensa original. El peor mal es la nada, el mayor abismo la desaparición; la impenetrable oscuridad de los que son olvidados. El vacío, infinitamente frio y solitario.
Vivía con su madre, su abuela, dos tíos y su hermano mayor en un apartamento sin agua potable ni energía eléctrica. Dormían juntos en un cuarto demasiado pequeño. Frente al espejo, la mirada triste se abraza a la resistencia sostenida por la esperanza. Acaricia con sus manos las paredes, convencido de que ese no es su destino.
¿Por qué? ¿Dónde encuentra el material para fabricar sus sueños?
El mundo lo oprime y parece cerrarse frente a él, pero insiste arrojado por la voluntad de la apuesta. Ya la ha hecho aunque no lo sabe. Ha elegido la esperanza en el sentido y la confianza en la recompensa. Desde sus entrañas está llamado  a consumar aquello para lo que ha nacido, pensar y escribir. Es solo un niño de Argel, delgado, de frente amplia y ojos grandes, con una mirada que tienen los que no saben parpadear. Ámbar, como la resina que atrapa a los insectos, revelan un proyecto imposible al que no le alcanzará el tiempo.
- "Albert, es tarde. No hay tiempo para desayunar" dice su madre. Él apenas asiente con un vaso de leche entre sus manos. Recoge sus cosas y se prepara para salir, cada mañana camina diez minutos hasta la escuela. Le gusta bañarse en el mar cuando la tarde es roja, azul, violeta y naranja, y colorea el agua de metales fundidos, como el brillo del oro sobre un universo líquido.
Cierra los ojos; en su cuarto, acostado. En la mesa, mientras espera sentado, en el autobús, junto a la ventana, durante el receso, mientras todos hablan. Primero llega el silencio, y luego la suspensión de los otros que lentamente se van desvaneciendo en medio de juegos y parques. Entonces puede escuchar el viento y el rumor de la marea de puntillas sobre la arena del fondo.  No se resiste a la atracción de la corriente, la orilla desaparece detrás de las olas, una y otra vez y cada vez más lejos, comienza a nadar y siente el agua fresca deslizarse por su cuerpo. Las gotas y la espuma rebosantes de luz como explosiones de estrellas. El sabor de la sal y las arrugas en los dedos. De noche abre los ojos y es aguijoneado por la duda, una duda que crece arraigada por el sedimento del tiempo, a profundidades desconocidas sobre las que no se atreve a pensar. Como una colonia abisal de algas y corales filosos mortalmente tóxicos.
Ahora es más flaco y se le ha amargado un poco la saliva. Los domingos sale a pasear por el boulevard y se sienta a tomar café con leche. La apuesta lo ha mantenido cerca de la gente, todavía siente el deseo de buscarlos.
- "Mi padre murió en la Primera Guerra Mundial, en Charleroi. Era miembro del quinto ejército francés" dijo el hombre aspirando un cigarrillo mientras sostenía la tasa de café en la otra mano.
- "Yo tenía nueve años, todavía me acuerdo de él..." fumó un poco, Albert lo observaba.
- "Nada especial" continuó, "un recuerdo tonto de esos. Me llevaba con él a comprar pan, leche y huevos. Yo no recuerdo el lugar, pero me veo caminando con él en la calle, íbamos a la bodega. Tenía un pantalón gris y llevaba chaqueta. Eso es todo..."
- "Mira ese perro", dijo Albert señalando hacia adelante donde un perro negro con manchas blancas intentaba abrir una bolsa de basura con los dientes, la mordía y sacudía la cabeza de un lado a otro.
- "Es un callejero ladrón" comentó el hombre observándolo mientras exhalaba el humo. El perro finalmente rasgó la bolsa y sacó un hueso de pollo. Luego se marchó acelerando el paso y pronto se perdió entre la gente.
- "Cuando mi padre no regresó mi madre me dijo que las pérdidas habían sido enormes y que todos estaban arruinados. Lo bueno era que no volvería a pasar, decía ella."
- "Siempre sobreviven ésos. Hasta que alguien los mata...", dijo Albert mirando al perro alejarse en la distancia.

"Como una roca enorme que tritura tus hombros.
Hay sangre y heridas y el castigo del sol, los poros duelen abiertos: el sudor en tu frente, en tus ojos y en tu boca.
En tus brazos y en la piedra el peso insoportable, las rodillas quebradas, los pies destrozados llenos de polvo y arena. La pendiente: larga, imposible. La pendiente larga e imposible. Tus músculos arden; la tensión vertebral y la piel desgarrada. El olor mineral de los montes desiertos. Cae la noche.
En nueve días llegarás y habrás de cargarla nuevamente, por primera vez y para siempre. Volver a comenzar para siempre.
Debes imaginarte feliz, y entonces serás un héroe".

Murió años después en un accidente absurdo, más cerca de la fe que da la duda que lo angustió toda su vida. Porque es imposible deambular en el azar sin sentido, porque ningún hombre es Sísifo.
Un boleto de tren sin utilizar en el bolsillo y una propuesta que hubiese sido mejor no aceptar. Así son las cosas.

Giorgio Moroder