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V Concurso de Relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Abril 23, 2013, 15:22:11 PM

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Relatos FM

Los hijos que no tuvimos


"Los hijos que no tuvimos, se esconden en las cloacas...". Le había escrito él a ella, como parte de una carta de amor. Naturalmente, se trataba de unos versos agregados que no eran suyos, pero ella no lo sabía al principio y fueron a propósito los que más le llamaron la atención. Ya estaba acostumbrada a recibir esos embates con pretensiones literarias pero éste particularmente le parecía que se había salido del carril. Había en toda la extensión del texto que él le había enviado una sustancia para nada artística pero que implicaba, aun desde los espacios donde no había palabras, un diálogo inusual entre ellos y que nunca se hubiera imaginado con nadie.
Lo interpretó como un diálogo porque no terminaba de entender lo que él refería con su testaruda declaración de amor y sin embargo se sorprendía a si misma haciendo un enorme esfuerzo por descifrar aquél intrincado discurso que iba más allá de las palabras y tomaba la fuerza de un gesto compulsivo que ella no podía obviar.
Con todo, no dio respuesta.
Pasó algún tiempo. Ella iba en el ómnibus, quien sabe a dónde. Hacía viajes tan largos que por momentos olvidaba su destino. De pronto interceptó una música. No el sonido, sino unas palabras cantadas que habían migrado hasta su oído. "Los hijos que no tuvimos, se esconden en las cloacas...".
Algo se abismó en su ser. Miró por la ventana. No había afuera. Sólo un alejarse de las cosas y un sentido oculto que se propagaba. No sabía que recordaba tan bien la carta. A excepción de aquellos versos de la canción. Los había olvidado. Aquellas no eran las palabras de él, pero él se las había apropiado. Sintió un mareo. Ya llegaba.
Pasó algún tiempo más. Cuando reaccionó, estaba parada en medio de la calle. Se había detenido a observar un enorme cactus que estaba junto a un muro en la vereda.
La planta se extendía en un grupo de varios tamaños, por lo que ella se imaginó una familia. Todos de la mano. La pareja al centro y los niños pequeños a cada lado. Alguna que otra flor blanca que se abría entre las púas le ayudaba a completar una imagen tierna. Sintió un ligero dolor de cabeza. Como un pinchazo. Luego el mareo. Salió de la calle. De cerca creyó escuchar una corriente líquida en el interior de la planta.
Pasó algún tiempo todavía. Ella no recordaba nada del asunto. Había soñado con una mancha en la cara. Estaba en el baño mirándose el rostro. Luego se lavó los dientes y sintió un pinchazo. Escupió un hilo de sangre. Se mareó. Se mojó la cabeza. Dejó correr el agua caliente. El vapor subió junto con un sonido que venía del caño de la pileta. Como una música. Como una letra con música que por fin comprendió. Abrió la boca. Recordó que una vez le dijo a él que su semen era el de sabor más fuerte que había probado en su vida y comenzó a dejar salir una burbuja. Como si inflara un globo. El glóbulo fue creciendo.
Tenía gotitas de su sangre que iban estirándose como pequeñas venas dentro de una ampolla. La sentía latir sin despegarse de su boca. La esfera enrojecida vibraba y se estremecía. Ella pensó en un sonajero. Tuvo una arcada y la bola le salpicó la cara. Mientras se lavaba, el espejo le devolvió la visión de una niña pequeña con la cara sucia de un algodón de azúcar.  Siguió restregándose hasta volver a su palidez adulta. La música de la cañería retrocedió.

TAMINO FAULKNER

Relatos FM

EL DESTINO

(20 de enero de 2010)

Se apagaron las luces. El reloj dejó la hora marcada en el vértice amargo del destino. Atrás quedó la noche con su respirar inquieto y con el llanto de un suspiro invisible. Se abren las ventanas y los pájaros despliegan sus alas a la ruta esplendorosa del día, cuando Juan se dispone a preparar su desayuno. Cada mañana igual, un café intenso y una tostada de tomate con unas gotas de aceite de oliva. Vive solo en un apartamento muy pequeño desde que, hace unos años, decidió que había llegado el momento de dejar la casa de sus padres; no porque en casa se sintiese mal, sino porque creía de justicia que sus padres, ya jubilados, deberían vivir más para ellos y no vivir siempre tan pendientes de él. Cuando tomó esta decisión tenía 32 años. Sus padres lo apoyaron en todo momento, a pesar de que, para ellos, ésta era una decisión muy dolorosa. Después de desayunar sale a la calle con la esperanza de que hoy por fin le sonría la fortuna aunque muchas han sido las entrevistas y las esperanzas frustradas. Son alrededor de dos años en el paro y los ahorros ya están dando sus últimas bocanadas. Durante siete años había trabajado como químico en una bodega dedicada a la elaboración del vino. Camina hacia su coche, un Seat Ibiza ya viejo y destartalado, que tiene aparcado frente a su apartamento. Lo pone en marcha e introduce un CD en el radiocasete. Sube calle arriba y después gira a la derecha tres veces hasta entrar en una carretera estrecha que lo llevará a la ciudad donde hará la entrevista de trabajo. Conduce mientras suena la melodía de Karunesh Heaven and Earth, pensando que la vida se detiene detrás de cada puerta, con la esperanza de que exista una mano a la que poder agarrarse. Ahora llueve. El parabrisas va de un lado otro del cristal a una velocidad inesperada, como queriendo anunciar que la vida pueda detenerse cuando el reloj nos arrebate de golpe los últimos sueños. Mientras conduce revisa mentalmente si ha metido en su carpeta todos los documentos que le exigen en FOTESA – una empresa que se dedica a la limpieza y recogida de basura de algunos municipios – su curriculum vitae, el informe que le avala como buen trabajador de su empresa anterior, el D.N.I. y el certificado del Inem. La lluvia cada vez cae con más intensidad. Deja de sonar la melodía de Karunesh, al que tanto admira. Su música ha sido su mejor compañía durante estos años sin trabajo; ella siempre le ha levantado su estado de ánimo, dándole fuerzas para seguir luchando. Apaga el cigarrillo y a continuación, sin pensarlo, extiende su mano hacia la guantera del coche para extraer la cajetilla  y sacar un nuevo pitillo. En ese instante conduce con una sola mano, cuando de pronto el coche derrapa. Intenta controlarlo, pero el automóvil ya no responde a pesar de la destreza y la frialdad que Juan mantiene en estos momentos de apuros. El coche sale fuera del asfalto dando unas vueltas de campana. Todo transcurre en unos segundos y también, en unos segundos, se oscurece el cristal transparente de la vida, dejando que la sangre corra lentamente a través de la arista misteriosa del destino.     

(20 de enero de 2010 en las oficinas de FOTASA)

Son las 10:05 h. cuando una mujer de mediana edad, con unos folios en sus manos, abre una puerta y dice:
-Que pase Juan Martínez Martínez.
En la sala nadie contesta. Aún son muchos los que esperan para hacer la entrevista. Sentados o de pie, en todos se puede apreciar su estado de nerviosismo, pues son algunos cientos de personas las que optan a una plaza única para la recogida de basura.
-¿Ha venido Juan Martínez?
De nuevo silencio. La mujer ojea los folios, dando una pausa de cortesía, creyendo que la persona a la que se dirige no ha estado atenta a su llamada o está por llegar, aunque la cita de Juan ya se había retrasado quince minutos y, por lo tanto, debería estar entre las personas que esperan. Pasados unos segundos a la mujer no le quedó más remedio que llamar al siguiente:
       -Pues si no ha venido Juan, que pase Federico Gutié...



(14 de julio de 2012)

Después de aquel fatídico accidente, y de estar durante casi dos años en el Hospital Nacional de parapléjicos de Toledo luchando en la rehabilitación de su lesión medular, Juan vive de nuevo con sus padres. Esta mañana, como siempre, se prepara su taza de café intenso y su tostada de tomate con aceite de oliva. Después sale a la calle; mira al frente, en dirección a la casa vieja que hay frente a la suya y, por un momento, se deja  atravesar, por ella, como si fuese de cristal; y piensa en los días que había correteado por su interior con su amigo Luis. Cuando tenía once años, Luis y sus padres se fueron a vivir a una ciudad de la Australia meridional llamada Adelaida. Estuvieron escribiéndose durante algunos años y, poco a poco, la comunicación escrita fue enfriándose hasta llegar a su final. Desde entonces nada sabe de él. Los padres de Luis vendieron la casa antes de emigrar y ahí continúa igual, pero bastante más deteriorada. Deja de rememorar sus vivencias de niño volviendo a la realidad y, siente que, a su espalda, ya no están las miradas de inquietud de sus padres. Hasta hace unos días habían sido su ayuda para desplazarlo en su silla de ruedas hasta su kiosco de la ONCE. El haber llegado a sentir una autonomía personal casi completa le reconforta, porque todo su esfuerzo no ha sido en vano, también el de sus padres. Trata de olvidar todo y se concentra en su camino...

Darune

Relatos FM

Un pino bien plantado


   Cuando abro la puerta del ascensor me quedo mirándola, no podía esperarme este encuentro, allí permanece ella inmóvil, sola, abandonada por su dueño en el rincón de mi transporte hacia la calle, su olor desagradable invita a no entrar, pero son diez pisos los que tengo que bajar y recién levantado para ir al cúrrelo no es muy recomendable. Entro despacio al estrecho habitáculo después de pensarlo unas cuantas de veces, coloco mi espalda en la pared contraria y la apoyo en el espejo que suelen tener todos los ascensores, seguramente para ver los defectos personales cuando se sale o se llega a casa. Pegado al fondo del pequeño ascensor permanezco como el que tiene enfrente a su peor enemigo, saco de mi bolsillo un kleenex y con él me tapo la nariz, aguanto todo lo que puedo la respiración y cuando creo que ya estoy listo para el corto viaje pulso el botón de la B mayúscula, mi único deseo ahora es que no tarde mucho en hacer la bajada. Al fin se abre la puerta, pienso en los buceadores que aguantan la respiración tanto tiempo, porque yo me he tragado el nauseabundo olor cuatro veces entre los diez pisos. Salgo rápido y tomo una gran bocanada de aire, que alivio respirar el aire viciado del vestíbulo, me encamino a la calle con celeridad para dejar lejos de mí el abandonado y pestilente regalo, alguien parece acercarse, el encuentro de frente es inevitable, quiero que me trague la tierra cuando se abre la puerta del portal y entra una pareja que amablemente me da los buenos días, los dos jóvenes enamorados continúan el viaje a su fatal destino haciéndose carantoñas, levanto la mano para avisarle de lo que allí se van a encontrar, pero no me salen las palabras y ellos llevan mucha prisa, la puerta se cierra sin poder advertirles de lo que allí se encuentra. En el momento que el ascensor comienza su viaje a las alturas oigo desde dentro: ¡Guarro, asqueroso, eres un cerdo mal nacido! Como una estatua, mano alzada y con cara de tonto me he quedado, sin poder decir que yo no he sido, he intentado avisarles, pero iban muy deprisa, quería decirles que yo no he cagado en el ascensor. Espero junto a la escalera para poder oír la puerta del ascensor abrirse indicando que la pareja ha llegado a su destino, cuando esto sucede y les oigo blasfemar, diciendo toda clase de improperios grito, no puedo saber si me creerán o no, pero grito con la fuerza que uno tiene a esas horas de la mañana: ¡Yo no he plantado un pino en el ascensor! Que a gusto me he quedado, no me importa ya lo que piensen de mí, por cierto se me ha revuelto el estomago con esta insólita situación, no sé si me dará tiempo a llegar a la oficina o tendré que plantar un pino en algún lugar.

Especial

Relatos FM

Recuerdos

La abundancia de propuestas a favor de la prosa poética
Un favoritismo
En total se requeriría una base que recogiese la estética que fuese capaz de mostrar que lo único que cuenta es el estilo
Pero lo más alterable no es eso en realidad nos servimos de una muestra de coraje en nuestro esfuerzo por llegar a percibir que lo escrito es nuestro tan sólo es una señal de rasgo de marca
Pero no abundan
No
Por supuesto que no
El entronque las bases la locura que esto conlleva el mostrarse tal como uno es
Es difícil hoy en día donde sucumbe el ansia de poder más que nunca
Oh
Sí los escritores no se dejan incautar
Todo tiene un valor y es el dominio del arte de nacer como de proponer posponer la propuesta de total valentía por no decir garantía
Luego el arte no es una manera de sucumbir entre mentes mentales solamente
El arte es fuego en el agua
O un testamento un legado de alguien que resultó ser alguien

Pero esto me hace quedar en la duda
No obstante no hay que dejar a un lado que se hizo lo imposible por intentar subyugar la llama vacía del alma corrompida

Un alma en paz
No
Un alma sin arte
Oh
Esto no existe

Es lo que más abunda es lo que nadie se espera
Pero en realidad es una expectativa de futuro

Pero cuánto durará?
Hasta la muerte de la vida por entera
La vida muere?
La muerte vive?
Es por entero

Como un intento de memorizarlo
No
Como algo que se sale de la popularidad
Entonces nada me viene a la mente nada que no sea miedo

Pero lo más loco del universo no es la muerte
Seguramente
No
Es el querer vivir

Porque nacemos claro
Ah

Siniestramente se supone que vivimos mientras otros nacen y han nacido ya
Pero esto me indica me hace pensar que tiene un total de aberraciones de desesperaciones pues nadie supone que deba partir sin dejar su territorio vacío e inoportunamente despoblado

Es como un antojo
La literatura entonces ocupa este lugar
Es una desaprobación por el lado cultural
Se supone que la cultura es más que el arte
Pero la literatura es arte y cultura a la vez es un ejercicio

Es práctica

Pero no pasa nada si no practicas si no la practicas
O sea lees
Te instruyes
Investigas

Pero el arte no es una investigación ni la poesía
No y sí
Ya lo entiendo
No es que haya un alma en pena detrás de un escritor sí hay un artista

Pero escondido muy escondido

Por miedo a la muerte
Exactamente

Es una eterna lucha demostrar que está vivo sólo por unas palabras de más
Está claro que debo serlo
Está claro que nadie es menos que eso
Ya
El artista deja de serlo cuando deja de ocultarse

Pero lo hace a menudo

No puede dejarlo
No le sienta bien
Es necesario que se escuche que se haga escuchar a sí mismo mediante la escritura
Vaya
Sí es un medio después de tanto
Lamentablemente
¿pero qué se esperaba?
¿acaso la escritura iba a ser más que el escritor?
Pues vaya mecánica
No
Es una sensación de frivolidad de desencanto de destrucción de detonación
No
Es una ilusión

Pero me queda la ilusión

Pero siempre callada la literatura
No
Es contestataria siempre y cuando lleve el sello de un portavoz y de unos seguidores
Tú hablas del propagandismo

Es propaganda cuando se politiza

Pero esto es publicidad deja de ser algo selectivo y selecto

Pero no deja ser parte de lo que se conforma como arte como entrega

Pero me duele mucho
Claro
Es el arte del deber comunicador de fraguar la palabra terminar el discurso
No
El resultado
Pero lo más benefactor no es esto en sí
Se me pregunta a menudo y regularmente si el escritor ama de verdad
Es una pugna

El escritor tiene su forma de amar

Pero somos humanos todos
El escritor no lo es
Vaya

Si no escribe es menos humano
Parece que no existe en realidad
Es como una resaca
No
Mejor como una partida de tenis donde el contrincante responde siempre con el mismo golpe
Pero esto es la eternidad
No la continuidad
Es el lenguaje de la infracción de la misma retórica
El hombre no tiene tácticas?
No
Pero sin embargo se vale de ellas las usa
Pero no hay nada que ocultar sin embargo existen las estrategias

Pero lo más banal del hecho es que sin embargo se beneficia alguien sólo
Quién?
El vencedor
Quién es el vencedor?
El arte mismo
No hay comprador de arte o vendedor de arte nunca
Qué raro
Me suena extraño
No es una subasta
No es una puja
Hay competitividad apenas
No creo en ello en el arte
Suena a una difamación
No
Es tan subjetivo apenas se aprecia
El gusto
Claro
Pero me duele que se diga esto
Y a mí también
Pero es variopinto y la esperanza de llegar a ser alguien
No se
No se puede apreciar la fama tampoco
Lo más enorme de todo esto es que cuando triunfa un artista su voz queda extinguida en un lamento
No

Es como si la parte más social del artista no se atreviese a mostrarse
La palabra
La distancia
Veremos como la obra literatura no está hecha de palabras

Sonidos
Ya
Pero la palabra es real
No existe el lenguaje sin la realidad
Pero la literatura usa el lenguaje
Es una manera de enfocarse de determinarse
¿por qué escribe el escritor?
Por la fama? Por fama simplemente?
O por necesidad compañía?
Por creatividad
Es sorprendente ver creer su creatividad el mundo de la lógica de los idiomas

Un escritor es posible que sea un intelectual
Pero esto siempre sucede si sabe lo que es un idioma si no no
O sea que un escritor sabe idiomas
Todos
Si no no es buen escritor
No lo es
Lo siento
Y lo repito un escritor que no sabe todos los idiomas no es un buen escritor
Pero tu hablas de filosofía del arte
No
De filosofía de la escritura
Por dentro
Y
Por fuera
Por qué no?
No
Es que no creo en la palabra ni real tan siquiera
Ya
Esto suele pasar por un desengaño del arte como tal
Por una monstruosidad
No se te eligió por ser
Por estar demasiado erigido
Ya
O cosido
Como las hojas
Pero me enfrento ante una desilusión

Pero la conmoción tal movimiento
Para qué escribo?
Cómo debo hacerlo?
Es muy sencillo

Pero no obstante me deja una huella infranqueable insoslayable
No logro adivinar qué ha sucedido
Qué ha pasado para que el arte no diga nada ya
Que no sea dicho
Nada
La vida
La enseñanza del arte es puramente obsoleta
Uno nace sabiendo

Es algo reconocible
Pero sigo pensando que el arte no es debidamente tratado por tanto no se puede correctamente enseñar
Yo hablo de la danza

Pero lo más eterno que es la vida no se enseña
No
Se vive
El arte se hace arte siendo arte
Escuchando arte
Escuchándolo

Pero no es música
Sí es música
Sí es una voz interna

Pero no me deja totalmente convencida
No logro acostumbrarme a tener que conformarme sólo con una opinión
La revisión
El arte no es un archivo no es un sistema
Es un ciclo entonces
No
Es tan paulatino
Tan ajeno
Pero no está loco sin embargo tiene que aparentarlo
Ya
Pero aparentar algo tan inverosímil
Si no estuviese loco no sería comercial
No
Pero el arte no se come arte no se alimenta de arte?
Bien es verdad que el arte para llegar a donde ha llegado el solo debe haber sido un caníbal de si mismo
Pero no de los demás
No es un parásito
Bueno a veces

Lo entiendo
De la historia sí
Pero la sociedad la sociología del arte la psicología del arte
Hay personas que escriben por necesidades mentales
O por aburrimiento
Pero la soledad
No se siente compañía escribiendo?
Realmente sí
Es anormal un escritor casado

Del todo no probable

El hecho es que nacer para dedicarse a pensar pero es lo más normal lo más existente lo que más continuidad ejerce en este laberinto sin vida que es el arte
Si no tiene vida es porque el artista está muerto
Claro
Porque vive fuera de la vida

Vive dentro de su arte
Pero no molesta
No
Pero habla
No
El escritor no habla escribe
Solamente
Esto es como haber encontrado el motivo por el cual seguir existiendo seguir mostrando la cara que me haría desencadenar en la enajenación total
En la molestia de tener que seguir fingiendo hasta la muerte
No
No estoy diciendo que sería poco más o menos como seguir paulatinamente este desenlace después de probar de existir
O sea que el artista se hace artista porque al probar la vida ve que no le gusta como tal ni el amor existencial
No
Es algo que le repugna le asusta tremendamente
La vida?
El hecho de tener que vivirla como tal
Es un asunto demasiado enjuiciado
Es lamentable
No
Es un modo deplorable de conducirse por los caminos de aquellos viejos derroteros de aquellos que abandonaron el poder económico por un simple modo de escapada de evasión
Y perder los dineros?
Todo
Por nada
Ya
Pero esto en balde es demostrar que merece la pena vivir en el parnaso
O en el limbo
Pero dejando atrás la catarsis humana de tener que buscar responsabilidades allá donde no las hubo

Pero me destruye tanto
El reconocerlo?
El saber quién eres?
Sin embargo yo creo que es constructivo

Pero me refugio en ello
En la verdad?
No
En el lenguaje
Es un juego de todas formas
Un detenimiento

Pero no te consuela pensar que no vas a salir nunca de el?
No
Veras soy temible
No tengo miedo
Ya
Pero de una cosa a la otra no va tanto
Es lo mismo
Pero me hace daño pensarlo
Qué?
Nunca voy a ser como los demás
No
Ni como se supone que hubieses sido en la niñez
Pero esto no es lamentable
Sino un cambio de viraje de expresión de derechos

De emancipación
Pero el escritor no tiene que apostar por nada ni por nadie
El bueno
Si lo hace corre el riesgo de perderlo todo
Todo?
Me refiero su forma de ser
Nada es tan inquietante como labrarse el futuro apostando por una soledad que después de todo puede ser acusada de marginal

Pero el espíritu
No
No es nada a desgana por arte de magia
Pero lo más crucial es que se me viene a la cabeza que el deseo de ser escritor viene con la enseñanza

Se aprende mucho escribiendo
Es vida
Pero no otra cosa
No debo hacer otra cosa que vivir para escribir se puede pensar o no pero vivir
Ya
Te puede o no gustar te debe cautivar o no pero la fechoría del lenguaje atroz de la maldad de las modas

Pero enfatizar el desánimo por tener que hacerlo demostrar quién eres plasmado entre líneas
No es necesario
No
Es parte del lenguaje pero el lenguaje en sí
Por eso si se miente escribiendo es porque la vida prima pero el arte coordina o la palabra tiene otra forma
Si es más inteligente el artista puede que sea intelectual
Puede que lo más sensible del arte sea solamente el hecho del mecanismo irreal de un flujo espontáneo que no tiene dirección
De todas formas para eso existe el tiempo o la moda la gimnasia constructiva de un modo de escribir que indica señales de existencia
Nada incierto

Eva

Relatos FM

Los Macachines


Lucio le dice a su hermana:
-   Otra vez mamá esta haciendo mazamorra, yo no quiero volver a comer otro día más.
-    Ni yo tampoco, contesto Lucia, pero que podemos hacer.
-   ¿ Si le sacamos algunos huevos a las gallinas? 
-    Mamá se va a dar cuenta, porque sabe la cantidad de huevos que ponen, contestaba Lucia.
-   Vamos para el monte, algo vamos a encontrar, decía Lucio entusiasmando a su hermana.
Pero Doroteo el hermano menor que ellos, dijo:
-   Yo también voy con ustedes, porque son capaces de volver a comerles los huevitos a los pájaritos, saben que papá no quiere.
-    Este es medio loro, decía Lucia, capaz que cuenta todo.
Llegaron al monte, vieron que detrás había un campo lindero, donde un chacarero estaba arando la tierra, se arrimaron a la tierra arada y contemplaron la gran cantidad de macachines, grandes y gordos, los tres se abalanzaron sobre ellos, los limpiaban un poco en sus ropas y se los comían con avidez. 
- El chacarero les decía:
- Lavénlon bien antes de comerlos, les puede hacer mal, sus padres los van a castigar.
- Si señor lo limpiamos bien, gracias. contestaba Lucio.
Cerca de medio día iban llegando a su casa, su madre los esperaba con la chancleta en la mano, porque se habían ido sin permiso, ninguno de los tres se animaban a entrar, se metieron en uno de los pozos que la gente de la UTE, estaban haciendo, para colocar las columnas del alumbrado público que en ese entonces estaban por poner la luz eléctrica en el pueblo.
Desde allí miraban los movimientos de su madre, quien les puso un plato de comida en la puerta, si tienen hambre van a entrar pensaba, pero no sabían que sus hijos estaban llenos, no tenían más ganas de comer mazamorra.
Iban pasando las horas, los muchachos no salían, pero al más chico, le empezó a picar el hambre.
Se acercó despacito, cuando fue a agarrar el plato lo agarraron, los niños oyeron el llanto del gurí.
-   ¡Que bobo! Decían los hermanos mayores.
-   ¿Y nosotros que hacemos? Preguntaba Lucia a su hermano.
-   Ahora nos conviene esperar a papá, o nos salva o la ligamos doble, decía Lucio.
Paliza más chica o más grande era lo mismo, total ya estaban perdidos.
Se pusieron de acuerdo y decidieron esperar a que su padre llegara del trabajo.
Ya eran la cinco y media, cuando vieron venir a su padre y corrieron a alcanzarlo, le dieron un beso y se le prendieron del pantalón, contaron a su
manera lo que habían hecho.
-   Mamá esta con la chancleta en la mano esperándonos.
-   En que lío me meten, les decía su padre, me van hacer pelear con mamá, Si los defiendo es capaz se quedan sin papá o sin mamá.
-    Pero nosotros nos quedamos contigo, decían sus hijos.
-    Bueno vamos a ver que podemos hacer, dijo su padre.
Llegaron los dos prendido de los pantalones de su padre, su madre en vez de darle un beso a su marido fue derecho agarrarlos a ellos, el padre dijo.
-   Primero dame un beso, después arreglas cuenta con ellos, la abrazo.
-    No los vayas a defender, son unos bandidos, no se merecen que usted los defienda.
-   Anda  tráeme un mate y tranquilízate.
Mientras la madre aprontaba el mate, los dos se sentaron en las rodillas de su padre y miraban desafiantes a su madre.
El padre buscaba la forma de convencer a su mujer:
-   Pobrecitos, están sin comer todo el día, por hoy perdónalos, bastante penitencia tuvieron, todo el día metidos en ese pozo.
-    Pero el chico ya se la ligo, decía la madre, ellos que son los inventores de las diabluras, se van a quedar sin castigo alguno, no es justo, decía.
-   Bueno, dijo el padre a sus hijos, si ustedes me prometen no hacer rabiar más a mamá y se van a portar bien, su madre los va a perdonar.
-    Si, dijeron los dos al mismo tiempo.
-    Bueno denle un beso a su madre y pidalén perdón.
Los dos  fueron sobre su madre besándola y pidiendo perdón, así que ella no tuvo más remedio que perdonarlos.
-   Pero eso si dijo su madre, se van a lavar bien las caras y las manos, me comen la comida, se van a dormir, no los quiero ver hasta mañana.
-   Miren esas ropas todas sucias, parecen unos mendigos.
Calladitos se fueron a  lavar a comer la mazamorra, antes de acostarse vinieron a pedirles la bendición a sus padres, como hacían siempre.
El padre les dio la bendición, haciéndole una guiñada a su hijo mayor.
La madre dijo.
-   Ustedes no se lo merecen, porque parece que quieren más al diablo que a  Dios, les doy la bendición, pero eso si se hincan de rodilla ante la virgen que estaba colgada en el cuarto, les rezan, pidiéndole perdón a Dios.
Así lo hicieron, Lucia y Lucio se abrazaban y decían.
-   Viste como papá no salvo de la paliza.
Mientras, su hermanito más chico aún tenía la cola caliente, por los chancletazos de su madre.

El Abuelo

Relatos FM

Abandono


Lucía sabe que lo va a dejar. Su mirada lleva escrita el abandono, aunque Manuel no lo quiera leer. Todos saben que lo va a dejar. Pobre Manuel. Pobre por ser el abandonado, pobre por no haber sido jamás querido por Lucía, pobre, sí, pobre por no haber removido, ni una sola vez, la pasión de su mujer. Lucía lo mira conmovida, siente lástima, la misma que sintió cuando se casó, la misma que sintió cada noche cuando se entregó a sus brazos, encuentros cada vez más ficticios, la misma que siente cada vez que se acerca. Ahora se miran, y los ojos de Lucía se enredan en el desconsuelo, como si una araña hubiera caído sobre su retina y tejiera su mirada con hilos de tristeza. Sin embargo, no solo ella siente tristeza, Manuel también, y contiene las lágrimas, y traga varias veces porque los nervios le han atascado la garganta, y suspira moderado deseando que hoy tampoco sea capaz de dejarlo. Lucía se acerca, y el abandono sale de sus ojos, y Manuel se aleja unos pasos evitando, por todos los medios, que se apodere de él.
La mujer que habla por los ojos no quiere pensar. Otras veces se propuso el abandono, muchas, pero en ninguna de ellas fue capaz de llevarlo acabo. La memoria le traicionó y todos los recuerdos le taparon la boca, la envolvieron persuasivos y borraron las letras de sus ojos.
Tres años de noviazgo y siete de matrimonio, todos cargados al lomo de Manuel que arrastró de ellos, complaciente, regalando, con sus formas, el corazón a puñados. Un hombre ejemplar, un buen hombre, un hombre capaz de satisfacer las ilusiones y deseos de cualquier mujer, sin embargo, Lucía no lo quiere, nunca lo quiso y el tiempo, por desgracia, no jugó en su favor. Por eso esquiva el pensamiento, y aprieta los ojos con fuerza intentando que los recuerdos no borren su mensaje.
Manuel la mira, sí, la mira porque la ama, porque es su mujer y fue capaz de conseguir lo que más quiere. Recuerda cada momento a su lado: tantos y maravillosos. Recuerda todos los besos que le dio, recuerda como sus dedos hurgaron en su cuerpo, recuerda su olor y la suavidad de su piel le estremece el alma. Aún la adora, aún vibra cuando la siente cerca, aún...Pasaría toda su vida junto a ella, pero sabe que lo va a dejar.
Lucía avanza unos pasos, pero Manuel ya no puede retroceder porque la pared del dormitorio está detrás. La araña continúa su trabajo, aún queda más tristeza por tejer. Lucía extiende sus brazos y se los ofrece a Manuel. Entrelazan las manos, se regalan caricias, las últimas, las que sellaran la despedida. Se abrazan, lloran, suspiran. Manuel la rastrea como un animal, sabe que lo va a dejar y necesita disfrutar lo que jamás volverá a tener. Lucía se deja. Sin romper el momento se quita una pinza del pelo y permite que Manuel lo acaricie. Ahora llora, llora más, sabe que Manuel es bueno, y sabe que ya lo va a dejar. Maldice su suerte, por lo bajo, maldice no ser capaz de amarlo, maldice lo inoportuno de la vida. Llora y se deja acariciar. Se miran. Por primera vez desde que unieron las manos, se miran y Manuel lee los ojos que tiene enfrente. Los dos vuelven a llorar. ¡Ya está bien! El hombre abandonado ofrece una sonrisa forzada mostrando su aprobación. El amor es tan grande, el amor entiende de sacrificio, esta sonrisa es el mayor sacrificio que ha hecho Manuel.
Lucía abre el armario y llena dos bolsas con su ropa, no necesita más, todo se lo dio Manuel y ahora todo se lo deja. Solo quiere su vida, la que sacrificó por pena, la que se enredó en un remordimiento atorador, la misma que hoy vuelve a ser suya. Se ha quedado sola en la habitación. Manuel ha preferido salir y no ser testigo del abandono. No es capaz de ver como cierra la puerta y su cuerpo desaparece tras la madera, fuera de su hogar, ajena a lo que un día llenó de voces y vida, lejana, ya, de unos años convertidos en recuerdo.
Lucía se marcha. Con una bolsa en cada mano sale de lo que fue su casa. Solo lleva ropa, unos cuantos trapos que le pertenecen, solo equipaje, porque los recuerdos no los quiere, los ha dejado entre las paredes que abandona, todos allí, recogidos, encerrados, desahuciados y obligados a ser revividos a cada momento por Manuel que los revolverá a su antojo. El tiempo les ofrecerá algo de paz, podrán estar tranquilos y solo, en fechas señalas, serán recogidos por su amo. Manuel se queda con lo suyo, todo lo dio, y ahora todo le vuelve, los recuerdos también.

Nayra

Relatos FM

LA AVENTURA DE LA PRINCESA BAILARINA: NACIONAL


Cariñosamente abrazados uno al fuego que abrasa en abrazos, otro al aire que sopla en versos rosados, y en la verde esperanza florida unos pies desnudos que andan descalzos. Margaritas desojadas en el suelo, juventud que dio paso a grandes adultos y tras los pétalos blanquecinos que vuelan a ras del suelo, sencillos murmullos  que llegan a un pino, son pétalos diminutos que arañan la robusta corteza y sisean silenciosamente pensamientos fugitivos que rehúyen de ser expresados en voz estridente: me querrá, no me querrá, es el más hermoso con el me he de casar, y si lo niega y rechaza un mordisco clavara vampiresa bestia nocturna que en la noche desvelará, a una y cientos de  muchacha, la más bella y también a la mujer fatal, ¡mirad si es que es un caballero! miradle de soslayo nada más, es fuerte, y es robusto, y es altanero, y sin dudar todo un galán.
Como mariposas, ya que moscas queda muy feo, le arrullamos y acusamos, si es lo que tiene el buen gusto, que todas lo queremos igual. Jamás soñé esos iris, esas pupilas, esas pestañas y esas cejas, y tampoco ese semblante que hiela y tirita ante la luz luminosa y enérgica. Y gracias a Dios no tiene señora, y tampoco en los dedos lleva una alhaja preciosa, es la piedra. Con el pasar de los años de la juventud me desprendo, despojándose con ella los pétalos jugosos y tiernos, no hay que tener muchas prisas, tampoco quedarse en piedra estatuada en las orillas del viento corriendo que lleva, pasionarios pececillos nacidos de cueva y cavernas hasta el delta de un gran río, cruzando sierras y tierras que al olor de las fragancias enloquece los corazones, y cuando salen de caza arrullan las bellas flores. Desatenta de las cortinas que el nubarrón no me borré el juicio con ambrosia y esencias del humor sarcástico y  el verdor del humor burlón y torpe. En el pelo una semilla de garbanzo era la piel, y fue un escarabajo y una mariquita del revés. No hacen pareja por nada, los quitaré y me peinaré. Por siempre Hay que estar muy guapa, bella, hermosa y con café, para no dormir en urnas de cristales de oropel, dónde la mala maga bruja enredé hechizos sin piedad y ya sin acordarme de él, olvide el destino de amorosos fugitivos, de amantes bandidos, de bestias acérrimas enamoradas, de mutantes transformados en suntuosos tortolos enloquecidos, paranormales amores fecundos y bravos hasta que la pasión desgarre. Y yo aquí deshojando margaritas, cual inocente salvaje, que al fin y al cabo son las cosas, de dios no hay quién te salve, no es infantil, es el coraje, que se ausenta para salvarme, de un no amargo negando sueños de amor estival.
Es su complexión atlética, como cualquier artista de novela, estrella de la canción o modelo de pasarela. A veces las musarañas nos juegan una mala pasada viendo espejismos que tan solo el alma y el corazón entiende y que nos dejan sin palabras, en lo más horrendo muero por destrozar dicha faz y el corazón responde sincero y sereno, ¡Aquí no pasa nada!, su belleza mora adentro, sentimientos y palabras y el espejo grita entero, ¡Quita esa cara!, ¡Quita esa horrible cara de mi plata enamorada!, no es la luna de los cielos, no es la poesía de Lorca es un espejo esférico teselado de diminutos purpureas teselas.
El vestido recubierto de jazmines dibujados casi como la acuarela sobre el lienzo. Y en el silencio contenido todo el dulzor de la vida.
Una bella y joven muchacha desatándose las sandalias nos recuerda a la gran Niké y a la estola póiquele, bueno y así ella sobre verdes prados primaverales  se rodea de petirrojos o robines de los bosques, cantores, despreciando el ruido en marabunta de las grises  y alguna otra paloma blanca, en la fuente pececillos rojos saltas moviendo la cola en el aire, un gato sin conseguirlo intenta subirse casi a una girola ornamentada con querubines tallados con un realismo que parecen auténticos bellos jóvenes descendidos de los cielos, La hierba está limpia, húmeda, el barro ya se ha secado esta fresca, pero no hay barrizales ni charcos, los estanque están señalados con rodales perlados casi con una película tranparente y las espinas como en todo cuento no se dejan ver, las rosas están preparadas para arañas a los forasteros únicamente por sorpresa. Y en este paraje tan idílico nuestra joven descalza toma una bocanada de aire que refresque su ansia interior para aportar vida a su espíritu, su juventud le permite tejer en mente mil tapices a cual más en mar arañado, rico y ostentoso, sobre posibles amores y futuros hijos, en cada uno de los cuales deben pintar del Olimpo los más bellos semblantes jamás vistos por la humanidad. ¡Pero que era ese culto al cuerpo! Las revistas de miss mundo y miss universo no ocupaban ningún lugar en su vida y a pesar de ser alta no daba la talla, uno ochenta, pero coleccionaba revistas de modas y colecciones de las que después ella confeccionaría sus propias perchas de armario con estilo propio.
Pasaban por aquel camino perdido y no tan perdido excursiones de caballos ruines, flacos y en su mayoría de poca belleza y todo el mundo que se paraba preguntaba por la zona preguntaba por el castillo del gigante Furia Blasón, Ella no creía en esas leyendas populares y aún menor si se trataba de  mitos con personajes fantásticos, de pequeña había leído mucho con libros de príncipes y princesas pero la vida le había dejado claro que la mayoría de los príncipes se hallan solo y únicamente en los cuentos.
Se levanto por sorpresa un babi, cervatillo de pelo castaño rubio, había asomado la cabeza por detrás de un hayedo. Lo que marcó la diferencia fue  la llama blanca que salió como mancha luna de la frente de este, algo que no había ocurrido hasta entonces en su vida, El resplandor marcaba el rostro de las bayas coloradas de los setos, una precaución excesiva se hizo dueña de su mente y razón, Recogió piedrecitas del camino y con miedo de adentrarse por terrenos angostos y desconocidos para ella  repartía lo que eran grandes rubíes bermellones por la senda que ella misma iba pintando por el camino inventado, tenía muy claro que en cuanto se le acabaran  se daría media vuelta y se fugaría a casa pitando, antes de que cante el gallo. Un gallo que sin dudarlo era tan bello, como una cometa con cola de cientos colores y guirnaldas, en sí tan pomposa que a lo lejos pareciese el rosetón de una catedral gótica francesa .Bueno pero al gallo lo dejamos tranquilo, no es hora de llevarlo a la cazuela y tampoco lo llevarían tan joven, era un despertador muy puntual. Detrás de nuestra muchachita siete conejitos rosas le siguieron el paso pensando que eran fresitas lo que iban tirando, y para lo que a un corriente conejo las zanahorias le sientan de maravilla a un conejito rosado un rubí le sabe tan dulce como una fresa. Escondidos detrás de los setos, con cuidado de que no fueran zarzas, ya los conejos saltando y dando trotes decidió cantar el himno de la madriguera, siempre que una joven muchacha estaba a punto de vivir una historia de ensueño cantaban alta esa canción, lo que quería decir  que el cuento en este caso de ogros estaba a punto de dar comienzo. Todos los días recorrían el mismo camino con las mismas costumbres y los mismos momentos divertidos y ociosos, nunca les faltaba el alimento porque en la mansión, fortaleza y castillo del señor  Bruto Fruto Trufa, más conocido por los humanos como Furia Blasón. Aunque este señor gigante y engreído era muy antipático con los huéspedes que allí se alojaban, era un gran amante de los animales y los conejitos rosados podían disponer de un buffet libre todas las tardes  y si así lo deseaban con solo llamar a la puerta ya tenían el plato servido. Puesto que ya se sabía a que venían de excursión de conejos parlanchines y tan cantarines, en contadas ocasiones eran groseros y un poco vanidosos, todo hay que decirlo. Esos conejos recibían en el Bosque escuela una educación un poco que brillaba por su ausencia. La bella muchacha se deshizo de la capa para trepar un árbol de dimensiones colosales, desde allí pudo ver una colección de inmensas casetas con puerta de relojes, en las que se enredaban petirrojos y ruiseñores colocados en fila, con una forma un tanto peculiar, parecían pitusos voladores entre aquellas buganvillas magentas de primavera renaciente, ilusionada se emocionaba y soñaba con llegar aquel lugar, sin divisar en el horizonte ningún camino que condujera hasta el pequeño pueblecito de montaña. Avergonzada  se deshizo del tronco que la sujetaba dejándose caer de una altura de tres metros y medio pensando en un acto reflejo que estaba al lado de  un desconocido hombre, sin pensárselo un segundo  aturdida por el golpe en brazos y piernas, se dispuso a regresar antes de que una mala compañía se hiciera cargo de ella llevándola a la fuerza. No tenía constancia de que tan cerca de allí pudiera haber esas contracciones tan modernas y vanguardistas, A lo mejor era una obra de Salvador Dalí ,aún por descubrir, el caso es que clavándose una espina y enredándose ella sola por la sorpresa, quedose  atrapada entre las zarzas, se arañó el tobillo y los brazos. El calor era sofocante y gracias a Dios no se había dado un golpe en la cabeza, pero la caída la había dejado muy aturdida. Ahora podía regresar a caso o buscar por dónde acceder aquella idílica rodeada por tapiales de pizarra. El rostro a la luz de los claros, se podía apreciar tan bello como siempre, entonces dispuesta a no seguir caminando si no encontraba un cartel, encontró uno casi en mitad de un claro, tallado en un roble del cual colgaba un cartel informativo, Si quiere dirigirse al castillo de furia Blasón, usted lo tendrá en 7 kilómetros en dirección norte, Si quieres ser la princesa rescatada por un príncipe, gira tres veces hacia la izquierda y baila un vals hacia la derecha. Si eres tan moderna y atrevida y no te importa irte a la deriva por los siete mares y terminar el trabajo de todo un siglo de retraso, escala cinco veces el árbol del cuco. No estaba interesada en ninguna de las opciones y volvería a su casa, desde luego no estaba nada convencidísima de que aquellas bobadas fueras a dar ningún resultado. Además, los ojos le quemaban como platos y pensaba que se le estaban quemando, cocidos, la verdad es que el sol al verse en sus pupilas parecía ser la yema y la clara la formaban los rayos color café. Pero de camino de vuelta decidió subir al árbol una vez más, allí se acercó un arquero buscando su flecha, esta se clavó en las ramas y ella sin darse tiempo a reaccionar cayó de lo alto, y este muchacho la cogió en brazos, nunca había visto un muchacho tan guapo. ¡A salvo! De una trágica caída, pero desconozco cuando bailó el vals. Un corcel blanco apareció de la nada al galope, y los dos montaron en él, Se quedó dormida y en el sueño se  desveló varias veces teniendo fuertes pesadillas, momentos de caídas y algún que otro golpe, no obstante al despertarse pudo comprobar que estaban recargadas de simbolismo, al despertarse simbolismo. Al despertarse había llegado aquel pueblo de el reloj de cuco daba la hora habían llegado a Weltgröβte. (Ueltgroste). Fin

Escarlata

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Leticia y su perro


Me llamo Leticia y soy de un pequeño pueblo del sur, donde el sol calienta la tierra y el aire trae el frescor del mar cada mañana. No he tenido una vida fácil. Mi padre era afilador y mi madre costurera, personas honradas que luchaban por seguir adelante. Ambas profesiones dejaron de ser rentables con la llegada del siglo XXI y el dinero dejó de llegar a casa con la misma frecuencia. Los problemas y las peleas llegaron cogidos de la mano como una macabra pareja de amantes. La falta de ingresos me obligó a dejar mis estudios en la universidad y empecé a trabajar en un bar del pueblo, malgastando los encantos de mi juventud en sacarles propinas a los clientes trajeados.

   En ese momento de mi vida encontré a Tobi. Un perro callejero en busca de comida y un sitio donde dormir caliente. Su mirada adorable cautivo mi corazón, que le acogió con los brazos abiertos.Tobi venía a buscarme al bar todas las noches y al terminar mi jornada me acompañaba a casa, ladrando a los borrachos si se acercaban a mi.

   Pasaba mis horas de trabajo en el bar esperando que terminara mi turno para poder ver a Tobi. La situación en mi casa era tal, que el tiempo que pasaba paseando con el perro era el más feliz de mis días. Empecé a tardar cada vez más en llegar a casa del trabajo, paseaba con tobi por el parque y nos tumbábamos a la luz de las estrellas. Yo le acariciaba el pelo y el aullaba a la luna, como si quisiera anunciar nuestra felicidad a los astros.

   Pero siempre tenía que volver a casa, donde no podía estar cerca de Tobi. El perro se había transformado en un pilar maestro que sujetaba el edificio en ruinas en el que se había convertido mi vida. Me apoyé en su alegría y su lealtad para poder seguir adelante, para dejar atrás todo lo que me hacía sufrir y tener la vida que quería, lejos de los problemas.

   Nueve años más tarde me encontraba casada, con dos hijos adorables y una casita alquilada en las afueras del pueblo. Mi hijo Tomás era el mayor, con seis años. Y Cristian el bebé de la casa, con quince meses. Eran lo que más quería en mi vida, un niño revoltoso y un bebé llorón ¿Como no los va a querer una madre? No podía pasar tanto tiempo con ellos como quería, aún seguía trabajando en el bar y servir copas me quitaba muchas horas de mis días.

   Tobi seguía a mi lado, como mi compañero guardián. Cuidaba de la casa cuando yo trabajaba y siempre me lo encontraba meneando el rabo al volver. Durante mucho tiempo llegue a pensar que mi vida se encontraba completa, que seguirá así mientras veía crecer a mis hijos y verlos convertidos en hombres de bien. Pero tarde o temprano los cielos azules se cubren de nubes de tormenta.

   El bar cerró por falta de clientela y perdí el trabajo que había hecho durante una década. Los primeros días me mantuve firme, saliendo cada mañana a buscar trabajo y mostrándome alegre ante mis hijos para que no se preocuparan. Me había criado en un hogar destruido por las peleas, no quería que mis hijos vivieran lo mismo. Tobi seguía a mi lado como en los viejos tiempos, apoyándome cuando más lo necesitaba.

   El tiempo pasó y seguía sin encontrar trabajo. Poco a poco mis ánimos se fueron deteriorando y mi conducta comenzó a amargarse. Llegaba a casa derrotada cada mañana, pasaba cada semana por todos los comercios del pueblo y algunos días andaba hasta los pueblos vecinos con un puñado de currículums bajo el hombro. Tobi dejó de recibirme en la puerta de casa y pasaba los días tumbado en su sillón como si tuviera el doble de su edad. Cada vez que lo miraba veía como su alegría desaparecía a la par de la mía.

   Al principio intenté animarle, esperando que el me animara a mi después, como había hecho durante tanto tiempo. Pero la situación fue a peor. Cada día que pasaba Tobi estaba menos activo y yo me sentía cada vez más débil. Finalmente deje de buscar y me centré en mis niños, los que me preocupaban y me alegraban todos los días. Suprimimos los lujos en casa y poco a poco nos fuimos separando de nuestro círculo de amistades.

Víctimas de la exclusión social, nuestro hogar se torno de un gris triste y melancólico, similar a esas grabaciones antiguas de los tiempos de posguerra. Pasábamos los días esperando una recuperación que no llegaba, perdiendo las ganas de vivir y acumulando botellas vacías por la casa. Tobi se tiraba días enteros ladrando desde su sillón, como si exigiera más de la vida.

Llegamos a gastar más en el perro que en resto de la familia. Usando el poco dinero que teníamos para mantener los caprichos de un animal cada vez más agresivo y dominante. Pude sentir en mis carnes como se puede empezar a odiar algo que en otro tiempo había amado con toda mi alma. Que me había ayudado a seguir adelante y no rendirme.

Pero ahora todo había cambiado. Tobi reflejaba en su ser todos los malos cambios de mi vida. Cada vez que lo veía tumbado en su sillón, imaginaba sus pensamientos como un montón de ***** egocéntrica. Había pasado mi vida cuidandole, pagando sus caprichos y trabajando para que él tuviera una vida feliz. Tratandolo igual que a mis hijos.

Una tarde me trague mi orgullo y fui a pedirles comida a mis padres, con los que no hablaba desde que abandoné mi casa. A pesar de que seguíamos viviendo en el mismo pueblo. Ellos me acogieron con los brazos abiertos y me dieron la comida sin juzgarme por los errores pasados. Volví a casa con los ojos llenos de lágrimas y en la puerta me encontré a Tomás, mi hijo mayor, tirado en el suelo medio inconsciente con un ojo hinchado.

Corrí con él al hospital. Llame a mis padres para que me acompañaran y tuve que responder a muchas preguntas, sufriendo las miradas acusadoras de los médicos, que intentaban que confesara que había pegado a mi hijo. La policía abrió un caso por el accidente. Las heridas de Tomás y las constantes compras que hacía de alcohol en el supermercado, fueron suficientes motivos para una denuncia y la obligación de ir a juicio a defender la custodia de mis hijos.

Yo sabía la verdad. La verdad que mi hijo Tomás no se atrevía a admitir. Volvimos a casa  y él seguía ahí, tirado en su sofá como si el mundo le hubiese sido cruel. Empezó a ladrar como un loco al verme, cada ladrido me echaba en cara cosas horribles que ninguna madre tendría que oír. Tobi se levantó del sofá ladrándome cada vez más fuerte, haciéndome sentir insegura y asustada. No quería estar allí, en ese momento solo pensaba en desaparecer, en despertarme de la pesadilla.

El perro saltó sobre mí, tirándome al suelo. Sentí un gran dolor y una sensación de cansancio invadió mi cuerpo. Deje de tener ganas de vivir y desee quedarme allí tirada para siempre. Hasta que vi como Tobi subía las escaleras, hacía mis hijos. La única razón por la que aún seguía viviendo. Saque las fuerzas de la necesidad y la desesperación, del amor y del odio. En ese momento no era yo quien sujetaba el cuchillo. No fui yo quien degolló al perro antes de que llegara al cuarto de los niños.

Fueron las ganas de vivir, de luchar por lo que con mucho esfuerzo había conseguido y de dejar atrás todo lo que me hacía daño. Tobi representaba el dolor, y lo saque de mi vida antes de que él me la destrozara. Me quede junto a su cuerpo hasta que llegó la policía. Parecía que estaba en un sueño profundo, tranquilo y alegre como era antes. Sentí como si su vida le hubiera resultado tan dañina a él como lo fue para mi. Mis padres tenían razón, fue el peor perro que podía haber tenido. No me arrepiento de matar a ese animal.

- Señora Leticia, no estamos hablando sobre ningún animal - Dijo el agente de policía que se sentaba frente a ella en al mesa de interrogatorios. Donde Leticia había contado toda su historia - Estamos hablando de su marido, Tobias Gonzalez

- El era un perro - Le respondió leticia - Un animal egoísta que se aprovechaba de mi para poder emborracharse y no tener que trabajar. Una alimaña que me chupo la sangre durante años. Un maltratador no merece ser llamado de otra forma. No merece vivir como un hombre - Los ojos de Leticia se llenaron de lágrimas - Merece morir como un animal rabioso.

CazaTortugas

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LAS CAJAS MAGICAS


      David es un niño con el pelo pincho y unos ojos negros como el alquitrán que todo lo quieren mirar. Es delgado, muy delgado, con menos carnes que un filete dibujado. Es muy tímido y apenas le gusta jugar, prefiere pasar muchas horas leyendo en el desván de su casa.  Allí junto a montones de libros tiene tres cajas muy especiales; una es de madera y está llena de deseos, la  segunda es un arcón forrado en cuero que contiene gotas de agua, sí gotas de agua, y la tercera y más particular es una caja de cartón forrada con papeles de colores que contiene besos.
      David es un niño muy peculiar y afortunado porque tiene la suerte de soñar muy a menudo. Le gusta mucho salir del desván y viajar por el mundo a lomos de una nube, siempre acompañado por su buen amigo Jairus. Un tigre de pelo blanco que lleva un "pañuelico" rojo anudado al cuello.

      Hoy están pasando por encima de un país africano, un lugar donde hay poca vegetación y donde los niños lloran porque apenas tienen para comer. La culebrilla del hambre les hace daño en la tripa y sus lágrimas pintan churretes en sus caras.
      Inmediatamente David y Jairus comienzan a moverse encima de la nube y esta provocada por las cosquillas empieza a soltar una incesante lluvia que riega los campos de tan desértico país. Cuanto más se mueven los amigos, más se ríe la nube y más lágrimas deja caer.
      Junto a los goterones de agua también está cayendo un ejército de espantapájaros en paracaídas que al llegar al suelo se pone a trabajar la tierra. Quizás dentro de unas semanas los campos empiecen a dar fruto y los niños puedan dejar de llorar.

      Más tarde y empujados por el viento han llegado a una ciudad del norte de América. Se trata de un gigante de hierro, cristal y cemento donde habitan en rascacielos millones de personas de todas las razas del mundo. Desde lo alto pueden ver como un hombre chino y otro de habla hispana discuten en medio de la calle entre taxis amarillos que no paran ni un segundo de ir de un lado a otro.
      Tras un rato pensando la solución, David abre una de sus cajas y comienza a regar la ciudad con gotas cargadas de paciencia, ilusión y sonrisas. «Qué bueno sería que un relojero fabricase un reloj mundial más lento, como un reloj con freno y una máquina de querer que funcionara a la máxima potencia» pensó David.

      Poco después y tras dejar aquella ciudad donde la gente vivía como hormigas, sobrevolaron unas islas donde sus habitantes tenían los ojos rasgados y las caras muy redondas y amarillas. Sus ciudades estaban llenas de chimeneas que escupían humo, un humo negro que casi tapaba el sol.
      Jairus agarró de un lado y David de otro y así, estirando entre los dos, consiguieron abrir una ventana en el cielo para que entrasen los pájaros y el sol en aquellas islas. En aquel momento un hermoso panorama se desplegó ante sus ojos.

      Siguieron volando y esta vez desde lo alto divisaron a un pastor muy pobre, tan pobre que tenía más perros que cabras y los niños medio desnudos que estaban a su alrededor no jugaban, tenían la sonrisa congelada, estaban enfermos de tristeza. No podían ir al colegio, sus padres no tenían medios económicos, no sabían contar, no sabían leer, tenían que trabajar y no podían jugar.
      Para solucionar el problema de aquel país junto a las montañas más altas del mundo. David abrió su caja de besos y a falta de dinero, dejó caer suavemente millones de libros, millones de lapiceros y millones de flores con olor a lalalá.

      La noche comenzó a cubrirlo todo, ya era hora de dormir y a David empezó a vencerle el sueño, así que tenía que bajar a su habitación para dormir. Pero antes de bajar habló con las estrellas y pidió a las más brillantes vigilar el mundo. Había mucho trabajo por hacer y para él, a pesar de tener las cajas mágicas resultaba imposible y muy cansado estar pendiente de todos los problemas del mundo.

      Los cuentos sirven para dormir a los niños y para despertar a los mayores. El fabulista de la Patagonia. 

El fabulista de la patagonia

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Violencia de locos

                       
El director del centro psiquiátrico me obsequió un traje para mi primera salida, ésta fue el sábado. La verdad es que no recuerdo como llegué aquí pero con la atención que he recibido me siento bastante mejor y mucho más cuerdo, eso permitió el poder salir a dar un paseo por los alrededores. Subí por una calle y bajé por otra que me devolvió a mi morada. El director me había llevado antes en su automóvil para mostrarme el recorrido.
Iba contento, la mayoría de las casas tenían jardines, también habían edificios; de algunos balcones me miraban con curiosidad, me veía elegante, vestido con aquel traje, además quise usar un pequeño sombrero, obsequio de un cantante quien nos visitó para una fiesta, si mal no recuerdo, creo que fue un "Día del Padre". Quizás los locos en los balcones pensaban que yo era  residente de la zona; no me detenía para ofrecer algo, por tanto no debían verme como vendedor y no parecía sospechoso de ser un loco ladrón.
Había recorrido unas dos cuadras, cuando algo llamó mi atención. Una camioneta   estacionada frente a una casa donde se notaba un gran movimiento. Unos locos bajaban mesas y sillas y las introducían en la casa. Me detuve a mirar y vi como adentro otros locos las vestían con manteles de alegres colores; había globos entrelazados, amarillos, blancos, verdes. Formaban arcos, otros colgaban de las matas. La fiesta era en un patio lateral de la casa. De esta salio un loquito vestido de tortuga a quien todos abrazaban y besaban. Atrapó mi atención una gran tortuga a quien colgaron por las orejas, que extraño, los cuerdos colgamos por el cuello pero ¡los locos lo hacen por las orejas!  Dejaron a la pobre tortuga con sus ojos desorbitados, guindada a un lado del patio.
Para no causar desconfianza me recosté disimuladamente a un árbol desde el que tenia una amplia visión de lo que pasaba. Poco a poco comenzaron a llegar muchos loquitos, el lugar se hizo insoportable. Yo, acostumbrado al silencio y la tranquilidad, ahora me encontraba presenciando, no tomando parte, de un gran escándalo, con gente que iba de un lado a otro, locos que llevaban bandejas a las que se acercaban otros locos y loquitos como enjambres, devorando su contenido y empujándose unos a otros.
En un lado del patio estaba un loco con un extraño peinado, imagino que debe llamarse "loco erizo", se movía detrás de unas cajas negras, manipulando unos botones de los cuales salía música, haciendo que varios loquitos se movieran como si los picaran las hormigas. La mayoría de los locos dejaba a los loquitos y se iban. Los loquitos llegaban cargando paquetes decorados con llamativos papeles y lazos. Se los entregaban al loquito vestido de tortuga y este a su vez se los daba a alguno de los locos adultos. Ya me estaba cansando de tanto ruido, me disponía a continuar mi camino, y entonces pasó algo increíble. Los locos reunieron a los loquitos alrededor de la tortuga que seguía colgada de un árbol, con un pañuelo le taparon los ojos al loquito tortuga, le entregaron un palo, le dieron unas vueltas y mientras un loco subía y bajaba  la cuerda con la tortuga, ¡el loquito vendado hacía lo posible por darle con el palo al animal! No podía creer lo que veía, el resto del grupo celebraba cuando la pobre e indefensa tortuga recibía un golpe, pero si ésta seguramente ni entendía lo que estaba sucediendo, yo mismo vi cuando la colgaron, ¡no hizo ningún gesto de oposición! Dios, ¿que clase de humanos son esos que disfrutan gritando, saltando y cayéndole a palos a un pobre e indefenso animalito? ¿Que cultura siguen con esa muestra de tanta violencia? Se iban pasando el palo y el pañuelo entre los loquitos y lo peor fue ver como se peleaban por ser el siguiente en dar golpes. Con razón hay tanta violencia entre la gente de las películas que a veces vemos (solo cuando esta de guardia el loco Manolo) si desde niños la misma familia hace lo posible por incitarlos a ella. No quise ver mas, seguí mi camino imaginando que al final la pobre tortuga caería destripada a palos...Mientras caminaba algunos locos me señalaban desde sus automóviles, los loquitos me miraban con cierto temor y unos locos me gritaron... "Eso loco... ¿y esa pinta, que?"...                                       

Rosa de la Trinidad Ylarraza

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La Gata


El patio de la casa olía siempre a meada de gata. La gata se llamaba gata y se quedaba preñada frecuentemente. En el patio escuché yo por primera vez la palabra, el epíteto, el despectivo. Menuda **** la gata, anda con la gata que furcia nos ha salido, **** con la fulana, si es que es una pedazo de jodetriz. En el patio había una escalera falsa que fue donde se mató el primo Eloy hace ya muchos años, cuando yo aún no había nacido. Las tías golpeaban con furia el cristal de la puerta del patio por si yo tenía intenciones de subir la escalera falsa. Yo tenía el azogue de subirla pese al peligro, esa cosa común en todos los niños que, imagino, el primo Eloy hubo de sentir también antes de matarse. El primo Eloy, a quien conozco sólo por el retrato que hay en el salón, hubo de ser un niño atrevido. Desde que se mató, la escalera ya sólo la bajan los gatunos que maúllan a la fulana. Las tías temían que la prole de la gata se hiciera interminable. Hasta que una tarde salí al patio y hubo un silencio desértico. Le pregunté a las tías qué había sido de la gata, por qué no estaba ya debajo de su banqueta, y me respondieron con el pecho henchido que a grandes males, grandes remedios. El silencio del patio me procuró una tarde introspectiva, aunque yo no supiera aún qué era una tarde introspectiva. Estuve un buen rato mirando la foto del primo Eloy hasta que de súbito empezó a ensombrecerse el retrato y de golpe todo el salón. Pensé que habría sido una de esas nubes que oculta el sol de repente. Pero al girar la vista hacia el patio, me sorprendió una legión de gatos irguiéndose militarmente por la barandilla de la escalera falsa, decorando de negror las macetas, la cornisa de las ventanas, con sus miradas gatunas sin pestañeo, inexpresivas. Para mí fue como asistir a aquel duelo multitudinario del primo Eloy, y del que tanto hablaban las tías en la sobremesa. La legión gatuna se hacía ya cataclismática. Había gatos hasta colgando del tendedero. Después de que la abuela gimoteara un poco, nos fuimos yendo cada uno a la cama, esperando a que a la mañana siguiente hubiese al fin cesado el maullido de los gatos.

Fermín Valdés

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Lo que sólo el viento sabe


Una suave brisa hacia mecer mi pelo sobre la cornisa de aquel alto rascacielos. Los segundos se hacían eternos en espera de una respuesta por parte de mi maltrecha voluntad. El cuerpo no parecía estar dispuesto a obedecer, pero la decisión ya había sido tomada, quizás avalada a su vez por una mente insana. No quería mirar atrás, no debía mirar atrás, pues es allá de donde vengo, allí de donde deseaba escapar, y hay momentos en los que las cosas cambian para no volver atrás. Uno de esos momentos fue sin duda cuando mi voluntad, hasta ahora ausente, hizo su trágica aparición. Y fue esta, acompañada por una fuerte insensatez, la que exigió a mi trémula forma dar el paso al vacío y comenzar a caer, desde aquel incontable número de plantas a una velocidad vertiginosa. El suelo aún estaba distante.
Cerré los ojos, pues estos no podían soportar la fuerza con la que el aire los azotaba en la caída. Un aire instantes atrás sereno, cuya tranquilidad le fue arrebatada por el siego de mi cuerpo en alud desde las alturas, y mis ropas se agitaban cual bandera que ondea a media asta en día de fuerte tormenta. No tardaron en aparecer frente a mí las imprevistas dudas. ¿Por qué se dignan a aparecer también en este momento, cuando ya no hay marcha atrás, cuando la decisión ya ha sido tomada? Pero sorprendentemente no venían solas, sino acompañadas por mi conciencia, la cual me miraba con tristeza mientras negaba con la cabeza. Me pareció ver una lágrima deslizarse por su rostro.
—¿Por qué? —me preguntó.
—Sabes mejor que nadie el porqué de esto —le respondí fríamente.
—Sé de tus pesares, mas no sé el porqué de tus inconscientes acciones.
Quizás mi conciencia no era consciente en estos momentos. Puede que la dejara de lado para poder afrontar una decisión.
—Ha sido decisión mía, el por qué ya no vale de nada —espeté intentando eludir su pregunta.
—El por qué siempre importa, el porqué es la causa, la raíz del árbol de las acciones —alegó mi conciencia.
—No puedo decirte el porqué. No delante de ellas... —dije señalando a las dudas.
—Puede que la razón sea que temes conocer el grado de acierto en tu acto, ¿es ese tu dilema?
—Es posible —musité.
—Sintiéndolo mucho, he de decir que, jamás me separaría de ellas. Ni en la más lúcida de mis disyuntivas, pues la única verdad es que nada es realmente cierto. Las dudas no me confunden, las dudas solo aconsejan. La decisión es siempre tuya.
Todo quedo en silencio. Ella desapareció como lo hicieron sus dudas de pronto, y fue cuando entendí que nada dentro de mi turbulenta mente podía actuar con normalidad, no cayendo desde tamaña altura. Todo en ella se había quedado en blanco. Intenté abrir los ojos con gran dificultad para poder apreciar como todo allá abajo cada vez era más claro. El suelo ya se podía apreciar con esa claridad. Sentía latir mi corazón cada vez con más y más fuerza, hasta el punto de sentir más allá del propio latir, en ese momento escuché a mi corazón. Incluso pude verlo, como un gran señor postrado en un trono desgastado por el intratable tiempo. Y su latir se tornó en palabras.
—Es grande el dolor que acarrean mis cansadas espaldas, ¿no crees? —dijo mi corazón.
—Lo sé, has sufrido demasiado, has aguantado demasiados problemas, demasiadas injusticias y frustraciones, es por eso que intento aliviarte ese dolor —respondí.
—Pero mayor aún es mi capacidad para soportar su peso, y eso también lo sabes. Podrías haber buscado con más ahínco una forma de aliviarme, no tomar la cobarde decisión de la que ahora empiezas a arrepentirte.
—Lo intenté por todos los medios, lo he intentado durante mucho tiempo sin obtener justa recompensa.
—Yo jamás he dejado de latir. ¿Crees que el privarme de mi principal función si es justo? Aún restaba tiempo para seguir intentando.
—¿Y por qué me dices esto ahora?
—Nunca has intentado escucharme.
—Lo siento, puede que tengas razón.
—No es a mí a quien deberías dirigir tus disculpas, después de todo sólo soy un esclavo.
—¿Un esclavo?
Pero no obtuve respuesta. Por un instante, el tiempo quiso detenerse antes de que me estrellara estrepitosamente contra el suelo. El latir se desvaneció como lo hicieron mis sentidos, la claridad se hizo inconmensurable y aun así noté una presencia, mas no podía distinguirla.
—¿Quién eres? —le pregunté.
—Lo único que te acompaña en esta nada carente de vida física.
—Entonces, ¿Estoy muerto?
—Es una posibilidad. La muerte tan sólo es un nacimiento.
—¿Un nacimiento?
—Exacto, el nacimiento de una ausencia. Con tu muerte solo crearás un vacío.
—¿Ya no hay marcha atrás?
—¿Para qué volver atrás cuando puedes seguir avanzando?
—¿Quieres decir el ir al más allá?
—¿El más allá?... no quiero que te imagines alados ángeles danzando felizmente por verdes jardines... imagina mejor personas con problemas y preocupaciones paseando por jardines donde las flores se marchitan.
—¿Te refieres volver a la vida?
—Jamás te has ido de ella, sólo es cuestión de empezar de nuevo.
—¿Qué debo hacer?
—En tu triste caso arrepentirte, por no haber sabido aceptar la realidad de la vida física. Eso en primer lugar...
—Estoy arrepentido, ¿y en segundo lugar?
—Arrepentirte en verdad. Y aceptar la vida para no volver a cometer otro acto de sin razón de tal magnitud. El principal objetivo de la vida es respetar la vida misma, tanto la tuya como la de los que te rodean en cada momento.
Y no era falso mi arrepentimiento, desde el momento de tomar la decisión supe que era un error, pero intenté negármelo a mí mismo olvidando mi sentido común y mi comportamiento coherente. Así mismo obligando a mi cuerpo a actuar, sabiendo que sólo puede acatar órdenes mías, su único señor. Creía que era el único modo, la única manera de dejar atrás los problemas y olvidar, no caí en la cuenta de que el tiempo siempre está de mi parte, y que el hado a veces toma senderos inesperados en su camino hacia un final adecuado. El destino no nos conduce a nuestro final a su antojo pues junto a él, fuertemente agarrado a su mano caminamos nosotros, y nuestros actos volitivos en ocasiones hacen virar su dirección.
—Estoy preparado para volver a empezar —dije seguro de mí mismo.
—Nunca se puede estar completamente seguro de sí mismo —pareció interpretar la presencia, como si ella formara parte de mí— , pero la inseguridad es tan solo otra de nuestras virtudes.
—Creo que estoy preparado para empezar —corregí.
—Aprendes rápido, espero que en la próxima vida lo sigas haciendo, pues de esta solo en los sueños podrás recordar fugazmente la más mínima sección de tu inmensa memoria.
—Entonces ¿Cómo haré para no volver a cometer el error que me privó de esta vida?
—El viento...
—¿El viento?
—Sí, sólo él sabe las ideas que aquí estas asimilando. El aire no es tan sólo un conductor de partículas, si no de recuerdos, ideas y sentimientos. Él es más sabio incluso que la propia tierra que recorre.
—No le di importancia, no supe escucharlo... la claridad me ciega... quiero descansar mis ojos.
—Adelante pues.
Todo oscureció...

Ella subía las escaleras que conducían a la azotea, con las piernas tambaleantes por una mezcla de impotencia e ira contenida. Su rostro reflejaba temor, y sobre todo una profunda tristeza. Entre las heridas producidas por los golpes en la cara, una fina lágrima ennegrecida por el rimel de ojos recorría su faz lentamente. Sus desgarradas ropas y su despeinado cabello le daban un aspecto luctuoso. Para ella todo acabó, pues el que había sido su único apoyo en la asfixiante vida que tenía que soportar, se derrumbó cual añejo pilar tras fuerte seísmo. Trastabilló con el último escalón antes de salir a la cima de aquel que había sido su hogar durante tanto tiempo, una oscura terraza en una oscura noche. Se acercó a la cornisa, desde la que de tantos atardeceres había sido testigo mudo. Se acercó al filo del saliente, desde donde podía apreciar el vacío que conducía a un suelo distante. Allí esperaba a su voluntad, que sería la encargada de dar la señal para llevar a cabo la decisión que había tomado. Pero antes de eso... una suave brisa hizo mecer su pelo, su fresco aroma le hizo respirar profundamente, y un leve siseo recorrió su oído. Cerró los ojos y sintió sensaciones que jamás había sentido, como si el calmo viento susurrara directamente en su propia alma. Sólo fue un instante aunque pareciera que el tiempo se hubiera parado. Le hizo entender cosas, le hizo olvidar otras, también le hizo ver aún sin haber abierto sus cansados párpados. Cuando la brisa hubo desaparecido, siguiendo su camino, su voluntad actuó... retrocedió dando un corto paso, giró sobre si misma secándose la oscura lagrima con la mano, y con los pasos más firmes con los que jamás había caminado, se dirigió a las escaleras. Tras ellas ya no aguardaba temor, ni desesperanzas, solo la firme idea de seguir luchando, para afrontar una nueva vida y que cualquier problema pasado o futuro, con ayuda o sin ella, sería incapaz de derrocar su renovado espíritu.

Ema N. Goka

Relatos FM

La Duda


Estoy despierto sobre la cama, mientras todos duermen. Fuera anocheció hace tiempo. El silencio sólo es roto por el tenue gruñir de los motores que se deslizan por las calles deshabitadas.
Pienso en el silencio.
En nuestro día a día es imposible captarlo; salvo, quizás, cuando estás embebido en el torbellino de tu imaginación. (Especialmente, si el reloj de la mesilla marca las dos y cuarenta y tres de la madrugada).
Encerrado, en la habitación opresiva.
A la deriva, en la mar profunda.
Colgado, en la arboleda violeta.
También pienso en los conductores de esos vehículos que, de vez en cuando, me devuelven a la esfera de lo real. Imagino sus vidas.
¿Qué harán despiertos a estas horas? ¿Saldrán del trabajo? ¿Empezarán turno? Quizá algún familiar haya enfermado repentinamente y lo hayan llevado a Urgencias. O, si no, serán los maridos adúlteros que aceleran escapando de la cárcel de su rutina. Sus amantes aguardan ocultas bajo el manto de una ciudad sin estrellas: demasiadas farolas, demasiado humo.
Sin embargo, imaginar estas cosas me cansa al poco rato.
Froto mis ojos y me desperezo.
Regreso al manuscrito.
Observo la primera farola.
Algo me impide avanzar.
Tiemblo.
...
Y entonces me doy cuenta.
Lleva ahí todo el rato, y no la había visto. (Para abstraerte de lo que te rodea, lo mejor es mirar por la ventana a altas horas de la noche).
Ahora sé que no soy el único despierto en este cuarto.
Ella es translúcida, suave, preciosa. Se recuesta grácilmente sobre mi escritorio y, desde allí, me contempla, con esa mirada suya tan cargada de una perpetua melancolía. Sus dedos son fríos y delicados, y sujetan mi mano con una fuerza imposible de creer.
El bolígrafo ha dejado de bailar sobre el papel.
La tinta ya no mana a borbotones.
Tal vez nunca lo haya hecho.
Durante un fugaz instante, todo permanece inmóvil.
La Duda sigue observándome.
Entonces, me retuerzo, intento luchar, seguir escribiendo. No he de mirarla. Tengo que olvidar que está aquí, a mi lado, impidiendo que las palabras fluyan con coherencia. Sus nudillos atenazan los míos. El bolígrafo se astilla a causa de la presión.
La batalla es silenciosa y desigual. Su frío me traspasa. No tardo en darme por vencido. Exhausto, musito un "por favor" roto.
—¿Cuándo has vuelto a creer en ti, oh Poeta?
Su voz es un arrullo capaz de pudrirte las entrañas.
—Sólo intento expresarme.
—¿De verdad supones que tienes talento? ¿Consideras que a alguien le va a interesar lo que escribas? —suspira, con gesto abatido.
Pretende avasallarme.
Hacerme retroceder.
Trago saliva con dificultad.
—Te conozco. No eres más que un reflejo de la sociedad en la que me ha tocado vivir; y, como tal, debes mostrarte escéptica ante cualquier manifestación emotiva. No te culpo, forma parte de tu naturaleza. Pero voy a decirte algo. No, no tengo ningún talento especial para la escritura; ni tampoco considero que exista nadie, en su sano juicio, al que puedan interesarle mis historias.
Una leve sonrisa aflora en sus labios.
Afloja la presa.
Quiere intervenir.
Se lo impido.
—Pero voy a seguir adelante. Se lo prometí a un chaval que seguro que te conoce, y te derrotó tiempo atrás. Él creyó en mí. Y con que una persona me considere capaz de vencer a La Duda y rellenar hojas y hojas con mi infame letra, con que una lo haga, me basta. Mira, esta libreta azul es un regalo suyo. La acabo de estrenar.
No ha sonado muy convincente.
La Duda me examina, sin comprender lo que digo.
—Así pues, tengo que pedirte que te vayas. Déjame solo, que es como prefiero estar. Tal vez dentro de unas semanas regreses victoriosa y me sonrías con desdén, como a ti te gusta. Como has hecho tantas veces hasta ahora. Sí, es posible; pero antes de rendirme, voy a intentarlo.
Una gota color perla nace de su lagrimal, discurre entre los pechos desnudos y muere en el interior de su ombligo.
—¿Quieres que me marche?
Ahora es ella la que tirita.
Vedijas de vaho anhelante brotan de sus labios de escarcha.
¡Qué perfidia la suya!
¡Qué belleza!
¡Qué delirio!
¡Rugiría por encima de los motores, los ermitaños, los náufragos y los ahorcados!
Maldigo las noches en vela que me ha regalado, a lo largo de mi patética existencia.
Con gusto aplastaría esos crueles sarcasmos contra el germen de sus besos.
Un glorioso estallido de placas de hielo.
...
Suelto el bolígrafo y sostengo su mano entre las mías.
—Por favor...

Y no hay rencor en mi susurro.

Juntaletras Clemens

Relatos FM

Vocaciones


El olor de aquella habitación era el recuerdo más nítido que conservaba de su abuelo. Por muchos años que pasaran y vueltas que diera su vida, el olor a medicamento, a instrumental esterilizado, era aún más potente que su imagen en una fotografía. Pero aún se volvía más claro cuando todo ese aroma a hospital se confundía con la arena, con el puro, con el miedo, en cada tarde de toros.
En los días de descanso, para cualquier colega de profesión aquel hospital en miniatura no hubiera sido más que una sala de curas a la espera de recibir al primer inconsciente que se pasara de listo en cuanto se abrieran las taquillas. Nunca intentó hacerles cambiar de opinión. Mentira. Al principio de sus prácticas tuvo un par de encontronazos y pensó que no valía la pena. Pero a nadie le gusta que los de fuera opinen sobre lo que pasa en casa de uno y, para ella, aquel rincón raquítico chapado de blanco era más que eso. 
De las paredes aún colgaban los títulos de Medicina de quienes la precedieron en el árbol genealógico. Habían pasado más de 80 años desde que los Fernández Conde decidieron dedicar su vida a salvar las de los demás en ese extraño escenario que es el ruedo. Pero con su nacimiento y la fuga de sus hermanos varones al extranjero en busca del correspondiente certificado de idiomas, la familia pensó que había llegado el momento de ceder la hegemonía de la enfermería a nuevos talentos.
Ella, que había visto al toro desde la barrera y desde el tendido, desde el sol y la sombra, en tardes para el recuerdo y para el olvido, que recorrió el callejón sin aliento cada vez que las cuadrillas acercaban a hombros al diestro herido para acabar encontrándose siempre con el mismo cartel "Enfermería. No pasar", entendió que debía poner al servicio de la familia taurina lo que su abuelo le dijo que era la vocación.
Debía de tener unos seis años, había perdido un par de dientes de leche y, por tanto, tenía más que dificultades para morder el bocadillo que le habían preparado en la cafetería unos minutos antes de que empezara el festejo. "Niña, que en los toros se merienda en la media parte, como en el fútbol", le dijo Concha, la cocinera, pero el abuelo convenció a esa buena mujer de que la nieta no aguantaría hasta pasadas las seis y media de la tarde. "Como quiera, don Manuel, su niña es un animal de costumbres", le espetó Concha, a medio camino entre la gracia y el reproche. El abuelo no tenía su día y decidió no discutir. Con un "gracias" se cerró la conversación.
En aquella época, a punto de llegar al metro y medio de estatura, Marta Fernández tenía pocos recuerdos fuera del coso. Su familia siempre había vivido en la casa construida a 10 metros de la plaza y sus amigos eran los chavales que se sacudieron la juventud con los revolcones de la inexperiencia, en interminables clases de toreo de salón. La niña manchó todos sus uniformes del colegio con arena del albero y cuando le preguntaban qué iba a ser de mayor dudaba entre torero o médico de toreros. En casa sabían que ninguna de las dos posibilidades se llevaría a término y educaron a la niña para que estudiara Derecho o Dirección de Empresas. Siempre podía aspirar a un despacho tranquilo en un barrio acomodado. Pero sólo uno de sus familiares, el abuelo médico, confió en su valor aquella tarde de marzo en que Marta andaba recogiendo las migas del bocadillo interminable de su trenca azul marino cuando el sonido del clarín rompió su ensimismamiento.

Habían pasado más de dos décadas, pero mientras se abotonaba la bata blanca heredada se acordó de aquella tarde, de aquel bocadillo y del frío del hormigón en la localidad de sombra desde la que vio el primer paseíllo de su vida. Pasó el índice sobre el bordado del bolsillo. Acarició las letras grabadas con hilo azul y volvió a sentirle muy cerca pese a que hacía tanto que estaban tan lejos. "M. F.". Compartían iniciales, hasta en eso coincidían pensó recordando aquella tarde.
El abuelo ya no ejercía. Le dijo que había cedido "los trastos" a papá cuando se sentaron para disfrutar de un cartel que se presumía histórico. Era su primer día fuera de la enfermería y confió en que los seis morlacos perdonaran la vida a los espadas para que su hijo tuviera una tarde más que tranquila y, de paso, él también.
En el ecuador del espectáculo bajó a la enfermería y regresó al tendido después de comprobar que todo estaba controlado. No estaba disfrutando de las faenas, no porque no cumplieran las expectativas, sino porque mientras la niña no dejaba de preguntarle cómo se llamaba éste y el otro pase y si se podía quedar uno de los caballos, él sólo hacía que descontar el número de toros que todavía aguardaban su hora en los chiqueros. Aunque desconfiaba bastante de la voluntad de los de arriba, se encomendó en silencio al santoral al completo para que aquellos chavales envueltos en hilos de oro salieran airosos del cuerpo a cuerpo con el animal y así su hijo no tuviera que manchar de sangre su currículum, aún por estrenar, de cirujano de la enfermería de la plaza.
Uno menos, pensó mientras las mulas arrastraban al cuarto de la tarde entre los pitidos del tendido. Si es que aquellos toros ya no eran como los de antes. Estaba convencido de que les alteraban la sangre para hacerlos más dóciles, si se puede hablar de docilidad en estos casos. El tendido de sol coincidía con él, sus compañeros de sombra estaban entre la decepción y la indignación. "Al año que viene no renuevo el abono" se había convertido en un tópico que seguía sin cumplirse pese a que las ganaderías aportaban animales de vergüenza año tras año. Toros rajados, que iban de más a menos o que, sencillamente, no veían más salida que regresar a toriles en busca de una huida imposible. Y él, pese a que nada tenía que ver con la elección ganadera, se sentía responsable del fraude. Al fin y al cabo, aquella también era su casa.
Eso andaba diciéndole a la niña cuando salió el siguiente. "Mira Marta, ahí va el quinto de la tarde. Y no hay quinto malo". "No hay quinto malo, abuelo? ¿Cómo lo sabes?". Él, claro, no lo sabía, y le explicó a su nieta que se trataba de una frase hecha, un tópico de las plazas que relanza las expectativas cuando la tarde está a punto de llegar a su fin. Las palabras del abuelo siempre despertaban el interés de la niña y aquella no fue una excepción. Volvió a sentarse sobre las rodillas de don Manuel mientras éste se giraba a recibir las felicitaciones del vecino de la fila de atrás por su reciente jubilación. "Muchas gracias, hombre, ya tocaba", respondió el abuelo, que hubiera dado cualquier cosa porque su primogénito hubiera optado por otra profesión.
Perdió la batalla desde bien pronto. Nadie mejor que él sabía que no todos estamos preparados para soportar la presión de la medicina. Como los toreros a los que él salvó de tantas embestidas, el médico también sufre entre la vida y la muerte del paciente, y en esa delgada línea roja hay quien sobrelleva mejor la adrenalina y quien, definitivamente, no puede. Su hijo entraba en el segundo grupo. Así se lo intentó explicar al afectado, a su mujer y a un entorno que no estuvo dispuesto a que desaprovechara la oportunidad de continuar con una saga de médicos que había reportado suculentas ganancias y una relevancia social a los Fernández Conde desde tiempos ya lejanos. No hubo manera. Se marchó a una universidad privada y regresó con el título bajo el brazo y ganas de demostrarle al padre que sí valía. Desde entonces le acompañó en la enfermería de la plaza, se convirtió en su sombra y allí se quedó, en la sombra, con la llegada de los pacientes porque apenas pasó de tomar la tensión y obligar a cuadrillas y apoderados a que aguardaran fuera al primer parte médico. El padre estaba convencido de que algún día podría demostrarles que llevaba la razón y que el de médico no es un empleo que escoger, sino que él te elige a ti. Lo dejó por imposible y esperó a que el tiempo, como él decía, pusiera las cosas en su sitio.
Seis años después dejó la enfermería en sus manos, se sentó en el tendido y vivió con su nieta la primera tarde de toros de ambos fuera del recinto sanitario. Pero el quinto de la tarde apuntaba maneras desde que saludó al respetable arrancando un trozo de burladero. Las astillas de madera cayeron sobre la arena con la misma rapidez que el médico jubilado presintió que algo malo estaba por venir. La puya siguió la liturgia, los picadores regresaron al patio de caballos y el torero se encontró con 600 kilos de furia. El capote se le enredó y el animal cumplió los peores pronósticos a la segunda verónica.
Los gritos se apoderaron del tendido y el abuelo apenas tuvo unos segundos para decidir si debía taparle los ojos a la niña o salir corriendo hacia la enfermería. No hizo falta. Marta, ya de pie, le estiró de la chaqueta y sin decir una palabra se encaminó hacia las escaleras. Estará a punto del colapso. En cuanto se quede con el chaval en la camilla le da algo. Mira que avisé a su madre. No está preparado, se lo dije, se lo dije a todos... Todo esto andaba pensando don Manuel en el trayecto que le separaba de la enfermería. Efectivamente, al nuevo doctor de la plaza le faltaba el color en la cara, idéntico al de la bata. Todavía no se había manchado ni los guantes de látex y la cuadrilla empezaba a perder la paciencia ante el espectáculo de la sangre sobre el suelo inmaculado. "Aparta papá. El abuelo y yo tenemos que ayudar a este señor". Ni reaccionó. Como si fuera normal que una niña de seis años, apenas un metro de valor y la escasa trayectoria de la vida, dejaran en cuarentena todos sus títulos universitarios.
La cornada no fue nada y el torero salió de la enfermería por su propio pie gracias a una cura de lo más superficial. La niña vio cumplido su sueño infantil al sujetar una bolsa de suero y con el herido ya recuperado le dijo a su abuelo que le había encantado "jugar a los médicos". "No has jugado hija, le has salvado la vida". "¿Al señor, abuelo?". Y el abuelo ninguneó con la cabeza y abrazó al hijo que acababa de tirar a la basura la bata, los guantes de látex inmaculados y un sueño a contracorriente. 

Carmen Rivera

Relatos FM

YO ESTUVE ALLÍ


Para ese día tenía programado un viaje desde hacía ya varias semanas y no podía echarme atrás. Estaba esperando esa fecha como un niño espera el día de Reyes Magos.
Así es que la tarde anterior al viaje preparé mis maletas y me fui a sacar los billetes.
Al día siguiente, muy temprano, tomé el tren que me llevaría hasta Atocha. Accedí a mi vagón y me senté en mi plaza. Tras unos segundos, el tren comenzó a andar. Pocos minutos después pude ver, a través de la ventana, que las calles de mi pueblo me iban diciendo adiós, hasta luego, vuelve pronto y una pequeña lágrima salió de mi ojo derecho como queriendo decir que el destino es caprichoso y, quizá, ese día fuera el último que veía las calles de mi pueblo.
No quise darle más importancia a aquel pensamiento estúpido y me acomodé en mi plaza lo mejor que puede para echar un sueñecito hasta llegar a mi destino. Cuando iba cogiendo el sueño una voz salió de los altavoces del tren:
-Señoras y señores pasajeros, estamos llegando a Ciudad Real. Les rogamos que no abandonen su asiento hasta que el tren esté totalmente inmovilizado. Muchas gracias por utilizar Ave RENFE.
-Vaya, -pensé-, ahora que iba cogiendo el sueño.
Pero me volví a colocar hecho un cuatro y me volví a dormir. Es curioso, ahora que lo pienso, pero los humanos tendemos a tomar la postura que alguna vez tuvimos en el vientre materno, es decir, a estar en postura fetal.
Allí estaba yo, en el asiento 14c del coche 2, clase turista, de un tren de alta velocidad, viajando hasta Madrid, más dormido que un lirón en tiempo invernal. Y el viaje, que apenas sobrepasaba los diez minutos de la hora, se me hizo cortísimo. Claro, si estaba dormido... ¿no te jode? Se me pasó en un suspiro.
La misma voz que se escuchó en el tren llegando a Ciudad Real se volvió a oír por los altavoces:
-Señoras y señores pasajeros, dentro de unos minutos llegaremos a Madrid. Les rogamos que no olviden en el tren ningún objeto personal. Les rogamos que no abandonen su asiento hasta que el tren esté totalmente inmovilizado. Muchas gracias por utilizar Ave RENFE.
Y, en efecto, a los pocos minutos el tren detuvo su marcha.
Pero, apenas nos habíamos levantado del asiento, todos los pasajeros escuchamos una detonación muy fuerte, como si dos trenes hubieran chocado entre sí o alguno de ellos se hubiese salido de la vía o eso, al menos, es lo yo pensé en un primer momento, pero no, no fue eso. En cuestión de segundos, o minutos, no sabría concretarlo tal era mi estado (y el del resto de pasajeros), volvió a sonar otra detonación. Y pude ver, a través de la ventana (por la misma por la que mi pueblo me decía adiós hacía algo más de una hora) humo, mucho humo. Un humo que impedía ver a la gente salir corriendo, gritando, atropellándose los unos con los otros.
- ¡Dios mío! ¿Qué había pasado? ¿Qué es lo que era aquello?
De repente unos agentes de la Guardia Civil entraron en el vagón gritándonos que nos bajáramos cuanto antes, que mantuviéramos la calma pero que no nos demoráramos en bajar. Habían estallado varias bombas en diferentes estaciones de Madrid y había que ir saliendo de allí, había que apartarse del peligro.
Fuimos bajando como pudimos, con lo que nuestra propia intranquilidad nos iba dejando, pero lo hicimos atropelladamente. Recuerdo que descendí del vagón y el olor a dinamita era insoportable. Había un ambiente enrarecido por el humo. Olía a dinamita, a sangre, a miedo, a muerte...
Todo el mundo nos preguntábamos qué era aquello. Que quien había podido hacer una cosa así. La Guardia Civil y la Policía nos iban guiando hacia la salida y conforme íbamos saliendo pude ver varios vagones hechos añicos, hechos un amasijo de hierro. ¡Dios mío! ¿Cuánta gente había allí adentro? ¿Estaban todos muertos? Pensé que sí. Pensé que, viendo el amasijo de hierro, no podía haber ningún superviviente. De haberlo, sería un milagro. Pero un milagro.
A lo lejos, se oían las sirenas. No sé si de bomberos, policía o ambulancias, pero serían de todos, porque aquello era increíble. Aquello no podía estar ocurriendo, a no ser que fuera alguna película que estuviesen allí rodando los americanos. No podía ser cierto todo aquello, me repetía a mi mismo.
Recuerdo que me escabullí de mi grupo. No podía estarme allí, quieto, sin saber qué hacer pues podría ser útil en cualquier otro lado de Atocha. Mi condición de médico cirujano hizo que buscara alguna explicación para prestar mi ayuda. Ser útil de alguna forma. Me acerqué al primer agente de la autoridad que encontré a mi paso y le pregunté qué era aquello, que me diese alguna explicación.
-¿Dónde va? Márchese de aquí -me contestó.- Intente no estorbar mucho y deje paso libre para las ambulancias y cuerpos de seguridad. Esto es un atentado terrorista y nos va a hacer falta despejar todo esto.
-Soy médico... -contesté.- Acabo de llegar en uno de esos trenes. Creo que puedo ayudar...
-Bien, en ese caso, quédese aquí conmigo pues nos hará falta.
Le pregunté al agente todo lo que se me iba ocurriendo y me fue dando explicaciones. Me dijo que aquello llegó muy lejos. Hubo explosiones en el Pozo del Tío Raimundo y la estación de Santa Eugenia.
- ¡Madre mía! ¿Quién podría haber hecho esa masacre? ¿ETA quizá? No, no lo creo. Aquello era demasiado fuerte para ETA. En cualquier caso, de ser la banda terrorista, se le había escapado de las manos. Además no era su estilo...
ETA era más del tiro en la nuca o explosivos en cualquier coche. Aquello resultaba demasiado grande, no sé...
Por el walkie del guardia, escuchamos que hacían falta médicos en la calle.
El agente me condujo hasta una especie de hospital de campiña que habían levantado a modo de botiquín de primeros auxilios y entré. El paisaje era desolador. Los que mejor estaban eran los muertos pero los heridos... era terrible. No le deseo a nadie, ni a mi peor enemigo si es que lo tuviera, que viviera en sus propias carnes una imagen de semejante jaez.
Un médico (supuse que tenía este rango porque vestía bata blanca) me preguntó qué sabía hacer.
-Soy médico... ¿En qué puedo ayudar?
-Bien, en ese caso, ponte con estos heridos. Son los más graves, a ver qué podemos hacer –me contestó.
Llegué hasta el que encontré más cerca de mí y empecé a curarle las heridas. En un momento dado, el herido (tenía las pintas de ser hombre aunque no podía asegurarlo pues tenía quemado todo el cuerpo) me agarró del brazo con una fuerza tal que pensé que me lo iba a romper y me dijo con apenas un hilo de voz:
-Mis hijos... iban conmigo... ¿Dónde están?
Se me quedó mirando fijamente a los ojos y, sin darme tiempo para contestarle, murió entre mis manos. Un sentimiento de impotencia y de pena me inundó los ojos que empezaron a lloriquear.
-***** –dije enjugándome las lágrimas- empezamos bien. El primero se me muere.
Grité para que entraran los de la funeraria a retirar el cadáver y seguí con mi trabajo...
Estuve, así, todo el día... intentado salvar a aquellos heridos, pero todos se me iban muriendo entre las manos. Lo único que conseguia, si es que eso puede calificarse como éxito, era mantener las constantes vitales de tan solo unos pocos. El resto se me fue muriendo conforme intentaba salvar sus vidas.
Cuando tuve un rato, que fue por la noche y tras varias llamadas perdidas a mi móvil que no puede atender por estar intentado salvar a las víctimas, pude llamar a casa para decir que estaba bien. Que no había sufrido ni tan solo una herida y que me había pasado todo el día intentado curar aquellos enfermos...
... ahora, siete años después, es cuando más vueltas le doy a todo aquello. No pienso en que pude ser yo alguno de esos heridos o alguno de esos muertos. Simplemente porque, tarde o temprano, la muerte nos tiene que llegar a todos. Solo pienso en aquellos heridos... en aquellos muertos.
Recuerdo aquellas heridas, aquellas miradas de terror, de pánico, de miedo... Pude ver en los ojos de aquellas personas el miedo, la impotencia, la rabia..., ese pánico indescriptible que no se puede contar con palabras... que solo se puede expresar con gestos de dolor...
Todos esos sentimientos... todos esos miedos... toda esa impotencia tiene cara... tienen rostro... tienen ojos... tienen cuerpo... expresión facial... pude ver todo eso en la cara de aquellos heridos, entre los cuales pude estar yo. Me libré por cuestión de tiempo... por unos pocos minutos... por unas décimas de segundo...
Pude ver todo esto que cuento, porque lo demás ya lo sabemos... 192 muertos... 1.000 y pico heridos. ¿¿...manifestaciones...?? Muchas manifestaciones... quizá demasiadas... mucha pancarta: "Todos íbamos en ese tren". Yo no iba en ese tren, ni los de la pancarta tampoco, pero sí que estuve allí.... muy cerca... quizá demasiado cerca...
Porque si hubiéramos ido nosotros en ese o esos trenes, ahora estaríamos muertos o heridos y seríamos nosotros los que tendríamos la expresión del miedo en el cuerpo, en la mirada, en la cara.
Y no solo el miedo sino también la rabia, la impotencia, la muerte... y eso nunca se olvida.
Ahora, cuando han pasado ya siete años, sigo teniendo pesadillas. Sigo viendo esas miradas, sigo escuchando aquella frase:
-Mis hijos iban conmigo... ¿Dónde están?
Un médico psiquiatra, amigo mío, que trabaja en mi mismo hospital, me tiene bajo tratamiento desde entonces porque no paro de repetirme:
-Yo estuve allí. Yo estuve allí.

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A la memoria de las víctimas del 11 de marzo del 2.004

Melitón González Crespo