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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Relatos FM


Un Deseo


¿Qué harías si te concedieran la oportunidad de pedir un deseo? Seguramente que pensarías rápidamente en cosas materiales y sólo para uno mismo. Eso le pasó a
Soraya, una joven estudiante de 20 años, en un peculiar sueño.
Se le apareció un chico, más o menos de su misma edad, corriendo hacia ella, en un terreno de lo más verde y frondoso jamás visto, y sin dilación le susurró: "pide un deseo, has sido elegida"; y desapareció el chico y el terreno donde estaba, sólo se veía oscuridad.
Se despertó algo sobresaltada. ¿Por qué soñaría algo así? No tenía ningún tipo de problema y tampoco tenía preocupaciones; las clases le iban bien, tenía amigos y familia que la querían,... Se pasó el día dándole vueltas al sueño, ¿fue real? Y si así lo fue, ¿qué significaba? Fue a la biblioteca municipal y cogió un libro sobre sueños. Lo leyó hasta quedar totalmente agotada y caer en un profundo sueño.
Otra vez ese chico... "¿Quién eres? ¿Porqué he sido elegida?" le preguntó curiosa. "Eres la persona elegida a pedir un deseo, un deseo mundial". Volvió a desaparecer.
Se despertó algo sobrecogida. Presintió que eso no era un sueño, era real. Buscó en el libro de los sueños algo relacionado con deseos, pero no encontró nada que la ayudara.
Llegó a casa y quiso volver a dormirse, así, posiblemente, tendría la oportunidad de preguntar. No tardó mucho en dormirse y volvió al sueño.
"Dime chico, ¿qué deseo tendría que pedir y para qué?" le preguntó. "Sólo tú sabes para
qué y para quién, no elijas mal". Soraya se quedó reflexionando unos segundos: "Deseo esperanza". Vacilante, el chico le preguntó "¿Porqué esperanza?". Soraya le contestó:
"Sé que será egoísta, pero la esperanza es lo último que se pierde y si hay esperanza, el mundo podría mejorar". El chico le sonrió y concluyó "Que así sea". Luego desapareció y Soraya sonrió complacida susurrando: "la esperanza es lo último que se pierde".

Ainivad

Relatos FM


Primavera


   Hacía días que no salía de allí. Casi había perdido la noción del día y la noche. Una luz desguarnecida dentro del foco rodaba sobre la mesa. Rodeados por el mismo caos estaban vasos, botellas de whisky, restos de pizzas, ceniceros repletos de cadáveres de cigarros, y hojas aquí y allá de diferentes diarios. Y se integraban al malestar del alma de Góngora. Hacía horas se le habían terminado los cigarros. Gordo no paraba de hacer solitarios. Tampoco paraba de murmurar una especie de cántico desvelado.
   Los ojos de Góngora viraban entre las manos enormes de Gordo, la puerta cerrada del único dormitorio del departamento, y la puerta principal. Esperaba de un momento a otro el regreso de Cleo. El imaginario vientito primaveral de la calle movía sus pensamientos.
   -¡Pará Gordo, pará Gordo! –escuchaba sus propias palabras cuando Gordo, la noche anterior, con movimientos más que rápidos y asombrosos mutiló a puñalada limpia el cuerpo flaquísimo de Augusto.
   -¡Ooooohhh! –estalló Cleo histéricamente.
   Pero Gordo ni se inmutó; una y otra vez enterró el tramontina en la vida  de Augusto hasta que cayó tal bolsa de papas sobre un lago de sangre. Pasaron segundos en los que los tres miraron sus ojos agrandados; se llevó la sorpresa para la eternidad. Gordo abrió la mano para que el cuchillo dentado diera piruetas antes de caer como un condenado por el destino. Luego volvió a su sitio en la mesa y comenzó a hacer solitarios.
   Los ojos de Góngora miraban la sangre seca en las manazas de Gordo.
   Cleo, la chica de la banda, que había intimado más de una vez con ellos, tenía fuertes sentimientos por Augusto. Le gustaba su forma electrizante de ser, sus ojos verdes, su locura aplacada y a la vez resaltada por la ingesta casi constante de pastillas. Miraba el cuerpo muerto sin creerlo, temblando de miedo, abrazada por Góngora.
   -Tranquila, tranquila, tranquila –le decía-... Ssshhh....
   Ella sollozaba sobre su pecho.
   -Tenemos que limpiar –dijo Góngora con suavidad-. Tranquila, tranquila, tranquila. Nadie quería esto –dijo mirando de soslayo a Gordo.
   Ella se fue calmando.
   Góngora fue hasta el dormitorio, donde un colchón de dos plazas era el mueble, y agarró el acolchado con flores rojas que lo cubría. Lo desplegó en el suelo y sin perturbar la cadencia desequilibrada de Gordo, arrastró el cuerpo y como pudo lo envolvió con el acolchado. Cerró la puerta del dormitorio para no volver a abrirla jamás.
   Luego ayudó a Cleo a lavar el piso. Seguía sollozando. Gordo hacía solitarios. La luz alumbraba de manera desalmada.
   -Solamente vos podés salir a la calle Cleo –le dijo al oído luego que terminaron de limpiar las cosas-. Tenés que calmarte, ir, buscar un lugar para salir de acá... Solamente vos podés...
   La fotografía de un hombre viejo muerto a tiros, junto al de un muchachón mal herido, ocupaban las primeras planas de los diarios sobre la mesa. FEROZ BANDA DE ASESINOS, CRIMINALES QUE LE HAN VENDIDO EL ALMA AL DIABLO, SERES DESALMADOS; eran algunos de los títulos. También estaba la fotografía de un cuerpo en la cajuela de un automóvil, y los rostros de Góngora y Gordo junto a las fotografías, logrados con magistral precisión por un experto dibujante.

   Era un golpe sencillo.
   Góngora se tomó casi un mes yendo día a día al cafetín que estaba frente al objetivo: la Estación de Servicio. Observaba detenidamente los movimientos de los tipos que atendían. A veces almorzaba. A veces llegaba a la noche y se quedaba largas horas bebiendo café, fumando y escuchando a diferentes viejos parroquianos contar historias de boliches. Nadie sospechaba de él. Decía que era vendedor. Que estaba de paso en la ciudad. Con Gordo habían alquilado una pieza frente al Puerto. Hacía tiempo que andaban juntos. Gordo confiaba en él. Góngora sabía que tenía un tornillo flojo. Estaba con él porque habían hecho algunos pequeños robos con buen éxito. Gordo hacía todo exactamente como él decía y nunca fallaban.
   Un día, a poco del asalto a la Estación, apareció en la pieza con Cleo y Augusto. Habían entrado al bolichón. Se conocían con Augusto desde hacía mucho. Y hacía mucho que no se veían.
   -Ellos van a estar unos días con nosotros –le dijo a Gordo; éste, que estaba sentado en la cama haciendo solitarios, apenas si gruñó-. Y vamos a mudarnos en un apartamento que ellos tienen acá cerca...
   Cleo "alquilaba su cuerpo", para usar palabras de Augusto, "pero lo hacía con amor", y se partía de risa.
   Góngora les explicó a los cuatro el plan.
   Tenían que abordar la Estación a las tres de la madrugada. A esa hora trabajaban un viejo y un muchachón alto y encorvado. Sabía que en una caja azul de zapatos estaba el grueso de la plata, y a esa hora habría mucha. Tenía que ser un domingo. Todos los datos los había recabado hablando con los viejos asiduos al bar, que con copas de más estiraban bien la lengua.
   Góngora y Gordo entrarían en la oficina de la Estación y encañonarían a los dos con la 38 de Gordo. Augusto robaría un automóvil –era bueno para eso- y puntualmente los recogería a las tres y cinco.
   -Es soplar y hacer botella –culminó la perorata ante la mesa del comedor de Cleo.
   Augusto desplegó una tranquilizadora sonrisa para pactar el acuerdo. Gordo no dijo ni que sí ni que no, pero Luiz ya conocía sus respuestas.


   Faltaban dos días para el robo cuando Augusto desapareció.
   -No te preocupes –le dijo Cleo a Góngora con suma tranquilidad-. Él va a estar ahí con un coche a las 3 y 5 del domingo.
   -No sé... Lo mejor es cancelarlo... Pero... ¿Cómo este loco puede hacernos esto?!
   -Le debe haber surgido algo –defendió Cleo-... En serio, no te preocupes, lo conozco bien, va a estar ahí...
   Contrario a sus principios actuó Góngora, y no debió haberlo hecho. Pero ahora era tarde  para lamentarse, debía pensar mejor en irse rápido de ahí. La caja azul estaba sobre la mesa, con la plata y el 38. Algunas moscas se apoyaban sobre la sangre seca en la mano de Gordo. Él ni se inmutaba. Seguía metido en su interminable solitario. Cleo había salido a buscar una pieza. Góngora, que siempre se mostraba calmado, estaba más que inquieto. Se comenzaba a sentir el aroma a descomposición. Era martes. Desde el domingo no pegaba un ojo. Una y otra vez veía las imágenes:
   Puntualmente a las tres entraron a la oficina de la Estación de Servicio. El viejo y el muchacho encorvado estaban detrás del mostradorcito. El viejo miró la cara sonriente de Góngora, y su buena facha. No se sintió amenazado. Ni por el enorme acompañante con cara de melón.
   -¿Tiene caramelos? –preguntó Góngora.
   El viejo miró al muchacho y el muchacho al viejo.
   -¿Caramelos? –dijeron a dúo.
   -Sí –dijo Góngora sin desganar siquiera un poco la enorme sonrisa-. Caramelos... Los de la caja azul...
   El viejo comprendió y le bajó el espíritu del miedo. El muchacho comenzó a temblequear. Fundamentalmente porque el personaje grandote había extraído una enorme pistola.
   -No tengan miedo, no va a pasarles nada malo si nos dan los caramelos... ¿Ok? –dijo Góngora.
   El viejo sin titubear fue hasta un lugar debajo del mostrador y entre sus manos apareció la caja azul. Góngora la abrió y comprobó que estaba repleta de dinero. Con gran calma la puso dentro de la mochila negra que llevaba para eso y miró la hora. 3:05. Augusto no apareció con el automóvil.
   -Tírense en el suelo y ni respiren –les dijo.
   Vio la cara de Gordo. Estaba nervioso. Salió a la pista de la Estación y no había peligros. 3:07. Augusto, nada. Tenía que resolver rápido. Había contado con eso. Se irían caminando. Cuando volvía a la oficina escuchó simultáneamente los bocinazos de un taxi que entraba raudamente a la pista: ¡Augusto!, y las tres detonaciones. Casi le da un infarto. Mucha gente de por ahí miraba. Gordo salió transfigurado de la oficina y se metieron al taxi. Gordo se sentó atrás. Salieron volando. Mucha gente ya corría para la Estación.
   -¿Qué hiciste Gordo? ¿Qué hiciste?? –preguntó fuera de sí Góngora.
   -Nada... Nada... Nada...
   La mirada no daba indicios de que Gordo pudiera expresar.
   -¿Y vos, loco –a Augusto-: en un taxi???
   -No pasa nada, relax, todo está bien –dijo bajando la velocidad-. El tachero está en la valija del auto.
   Góngora no podía creer lo que estaba escuchando.
   -No me digas que...
   -¿Y qué querés que hiciera? –dijo Augusto deteniendo el vehículo en la oscuridad de una callejuela.
   Góngora se bajó del taxi. Gordo también.
   -Hacelo desaparecer –le dijo a Augusto mirándolo a los ojos.


   Fue a la otra noche que llegó Augusto al apartamento. Entró con una calma bárbara, y sin saludar tiró sobre la mesa los diarios. Las caras dibujadas de Góngora y de Gordo ocuparon los sentidos.
   -Son famosos –dijo graciosamente.
   Cleo estaba apoyada en el marco de la puerta del dormitorio. Góngora vio su identikit y lo recorrió un escalofrío. Gordo se paró de un salto y cosió a puñaladas la flaccidez de Augusto. Fue todo tan rápido que Augusto no tuvo ni tiempo de desarrollar totalmente la sorpresa.

   -Gordo, nos vamos –dijo Góngora descendiendo al presente-. Tenemos que aprovechar ese escándalo repentino que hay afuera.
   Así era. De pronto había surgido un exaltado ulular de sirenas, gritos y estruendos. Tapándose la nariz entró al dormitorio. Pasó por sobre el cuerpo envuelto y miró por las rendijas de la persiana: la calle era un caos. Los bomberos luchaban contra las enormes lenguas de fuego que devoraban al edificio de enfrente.
   -¡Vamos Gordo! –gritó Góngora- ¡No va a haber mejor momento!
   Entonces Gordo dejó las cartas sobre la mesa, se puso de pie con gran modorra, suspiró y fue hasta el baño. Siempre orinaba antes de salir. Góngora guardó la caja azul. Fue hasta el baño. La enorme espalda de Gordo ocupaba casi todo el recinto. El balazo en la nuca lo lanzó contra la pared y lentamente se derramó sobre la taza urinaria.
   -No había otra, hermano, no había otra –dijo Góngora guardando el 38 en la mochila.
   Muy sigilosamente abrió la puerta. Nadie había en el pasillo. Cerró y caminó seguro hasta las escaleras. Eran dos pisos. Desde ahí los gritos en la calle eran más precisos. En el segundo tramo de escalera se topó con Cleo. Subía rápido, ansiosa y sudando.
   -¿Qué pasó?
   -Nada pasó –dijo él tomándola del brazo para continuar descendiendo-. Nos vamos...
   -¿Y el grandote? ¿Y el cuerpo de Agus? –preguntó como una madre desconsolada.,
   -Ya nada podemos hacer por ellos –dijo Góngora cuando ponían pies en la vereda.
   Allí parecía una batalla.
Humo, gritos, agua y fuego combinando en una danza imprecisa. El vientito de la primavera ayudó a avivar el incendio. Los cuerpos de Góngora y Cleo fueron desapareciendo. Testigos de ello fueron las transparentes almas que siempre revolotean en las tragedias y entonan melodías imposibles de reproducir.

Rey de Copas

Relatos FM


Sacrilegio


En el  45 las puertas del caos se abrieron. Y en ese caos se hizo fácil matar.
Con veintidós años y por premuras de la guerra, asumí un alto rango al frente de las tropas invasoras de  Berlín,  comandando a un regimiento ansioso de venganza.
La ciudad era un antro espectral, con macabro olor a muerte y llena de sombras apenas erguidas que, cual zombies hambrientos, la recorrían para encontrar  entre la mugre algo -casi nada- para comer.
Los perros deambulaban. Y  gatos casi no había por la urgencia de las ollas. Sin aire triunfador viví el compás marcial de la entrada como victoria pírrica; guardado para mí porque la paranoia del líder hacía que callar fuera conveniente.
A las pocas horas comenzó el aquelarre en el que la matanza y la violación eran  premios para los soldados rusos. De ahí en más, en brote feroz  la perversión se desataría.
Intenté en vano escapar de esa realidad teñida por la animalidad. Nada podía hacer ante la euforia descontrolada que dejaba al descubierto en los cuadros el lado más enmerdado. Eran sátrapas peleando por las mujeres, incluso ancianas.
Aquella noche el alcohol atenuante  del frío los volvió especialmente crueles. Pese a mi intento por calmarlos, con furia desencajada salieron a la búsqueda de vírgenes. Si la que tomaban no lo era, su destino de ser poseída entre varios culminaba con una golpiza brutal. Y si llegaba a serlo, el ganador del sorteo por el primer turno exponía el rojo en las hilachas de la ropa interior.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               
Fue cuando te descubrí, escondida tras puertas derrumbadas. Me acerqué y eras tan niña que llevé el dedo a mi boca para pedirte silencio pero tu infancia te delató con un llanto desesperado por misericordia.
Las bestias hambrientas lo notaron. Por protegerte apelé a mi oficialidad y, sin disputarte,  exigieron la posesión frente a todos. Quise matarlos,  tomar tu mano y salir corriendo lejos del salvajismo pero la amenaza se amotinó en los gestos e hice lo que creí mejor. No para evitar mi muerte sino la tuya.
Bajo pretexto de intimidad pretendí alejarme; no lo permitieron porque ya eran horda. Accedí con vergüenza encarnada. Tomé mucho vodka para dar coraje al genital que se negaba. No obstante, ante la arenga miserable te penetré con el rezo en la boca. Lloraba con vos y ellos lo consideraron placer.
Reteniéndote esa y otras noches, nunca más fuiste mi posesión. Alimentada con mis raciones, entrabas a mi cama sólo para dormir. La culpa hacía que te bañara y peinara para despiojarte., Lavaba tu ropa, secada bajo el frío sol. Ellos se burlaban de mí creyéndome enamorado. Se los dejé creer para que no osaran mirarte.                                                                                                                       
Luego vino el desplazamiento hacia otros destinos. Moviendo cielo, montañas y mares logré dejarte en el  precario refugio  abierto por unas monjas en una mansión destrozada.  Grité, lloré (con silencio ensordecedor) y partí con el recuerdo de tu abrazo a una  rota muñeca de trapo y el de esa mirada tuya que no entendía mi sacrilegio.                                                                                                                                                                                                                                                 
Al  poco tiempo  vino  mi huída de  ese mundo  insano,  llevando al pecado conmigo. Con joyas de saqueos y haciéndome pasar por oficial alemán compré a un obispo francés el pase por la ruta de Odessa hacia Sudamérica. Llegué con biografía inventada. Y no fue difícil porque los gobiernos protegían gustosos a un nazi. Hasta
Con metálico de sangre compré una cervecería que hice prosperar. Pero tu temblor se acostaba conmigo para cobrarse mi atrocidad. Los muertos bajo mis balas no tenían el peso de tus ojos.
En el  63, buscando alivio, dejé en  manos confiable la empresa para volar a Alemania. Acudí a todos lados: oficinas, manicomios, ciudades. Recién después de un año y mucho esfuerzo obtuve tu dirección.
Estaba bajo pánico cuando el muchacho, en el que reconocí mi herencia, abrió la puerta. El también olió los genes.
A pasos del perdón cocinabas. Supe que el pasado te cristalizó porque al verme quedaste tiesa; las manos cubrieron por segundos tu cara. Emitiste  un sonido  apagado, no supe  si de  sorpresa o de  espanto.  Tu mirada  se clavó en mí.  Temblé. Luego, sin palabras, me tomaste el brazo y no pude evitar las lágrimas. Fue el joven quien me invitó a sentar justo cuando iba a huir de tus ojos, de tu vida, como antes.
Frases tartamudas para explicarle lo que ya sabía, cenar tensos, hasta que su charla  comprensiva nos llevó a momentos  más amenos  para hablar  de presentes y proyectos. Ante cada palabra tuya fuertes sentimientos nacidos del dolor me taladraban.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         
Te pedí casamiento. Tu respuesta fue no, porque la memoria sería una mole aplastante. Te ofrecí dinero, también rechazado. Ya a punto de quedar sin salida de mi falta mortal, el muchacho -desconocido e inmediatamente amado- me abrazó. Sentí su clemencia, la cual compartiste en absoluto mutismo.
Lo acelerado del después pareció ocultar la pena. Con trámites agilizados por el dinero, a los cinco días ambos volábamos rumbo a Brasil, con la intención de conocernos, tener una vida en común y -tal vez- poder yo perdonarme mi barbarie.
Pero tus ojos quedaron llorando en el aeropuerto y dentro de mí.

                                               
Barbara Acuña

Relatos FM


Patrullando la Ciudad


Al caer la noche las calles están desiertas. Sólo queda algún rezagado al término de un frío fin de semana. Cuando llegue la mañana volverá la frenética actividad y un sinfín de coches y gentes por todas partes devolverá tranquilidad a los urbanitas. Entretanto, mi compañero y yo patrullamos la ciudad en nuestro vehículo. Le observo desde mi asiento, mientras conduce, cambiando de marchas de forma mecánica y mirando por los retrovisores alternativamente mientras me cuenta, animado, como su vecina del segundo ha ido a su casa a pedirle un poco de sal.
-¡Todo un clásico! -me dice. Me refiero a lo de ir a pedir para tener algo conmigo. Podía haber buscado otra excusa...
Sonrío embobado mientras continúo observándole, y mi pensamiento vuela a otros momentos recordando cuando yo trabajaba en los colegios como policía haciendo educación vial. Durante cuatro días permanecía en el mismo colegio recorriendo sus aulas, dedicándome a enseñar normas de circulación a los niños. Era un trabajo muy grato ya que los niños aprendían rápido y se divertían, especialmente cuando ponían en práctica la teoría en un circuito que les preparaba en el patio del colegio. Durante esos cuatro días pasaban por el circuito todos los alumnos del colegio, desde los niños de tres hasta los de doce años.
En mi familia algunos se preguntan cómo después de tantos años de servicio como policía aún patrullo las calles y no estoy en una oficina arreglando papeles. Yo les explico que me gusta la calle y que no sirvo para estar todo el día rodeado de papeles. No lo entienden; y yo no me molesto en explicarles cuál es el verdadero motivo por el que estoy en las calles.
Continuamos patrullando, y viene a mi mente el día en que entré en aquella clase de alumnos de segundo de primaria. Era la primera vez que trabajaba en  ese colegio, así que la profesora de los niños me presentó como Pedro "el policía amigo" y me dejó con ellos. Llamó mi atención un niño de grandes ojos, sentado junto a la ventana y cerca de la mesa de su profesora. Parecía tener frío ya que estaba pálido e incluso mantenía puesto el gorro, incluso dentro de clase. Quise ganarme la confianza de los chiquillos así que comencé preguntando sus nombres, y, aunque eran pocos alumnos, no pude quedarme con el nombre de todos. Él se llamaba Daniel.
Charlamos durante un rato, y antes de entrar en el programa que tenía preparado para ellos según su edad, les estuve preguntando qué querían ser de mayores. Casi todos me contestaron a la vez. La mayoría de ellos querían ser policías, futbolistas, profesores, médicos...  En medio de aquella lluvia de profesiones escuché algo que me llamó poderosamente la atención. Era Daniel, aquel niño de ojos grandes y rostro blanco, el que había respondido de aquella manera. Sin estar seguro de haber oído bien volví a lanzar la pregunta, esta vez dirigida hacia él.
-Tú, Daniel, ¿qué quieres ser de mayor?
-Nada –contestó.
Y mientras contestaba se quitaba con mano torpe el gorro que cubría su desierta cabecita.
-Yo nunca voy a ser mayor...
Aquel día despertó una relación especial entre Daniel y yo.
Mi pensamiento regresa al coche patrulla en que nos encontramos. Continúo observando, en silencio, a mi compañero. Él me mira y dice:
-Pero ¿qué te ocurre Pedro, que estás "atontao"...?
-Sabes, Daniel, me alegro de que patrullemos juntos – le contesto.
-Yo también, compañero, yo también... –me dice él.

Burn

Relatos FM


El Eremita


En una pronunciada y solitaria montaña, en un rincón del mundo, una figura luchaba contra la dura pared de roca y sus propias limitaciones. En busca de una meta casi imposible que le aguardaba en la cima.
Allá arriba, en una cueva, vivía un hombre desapegado que se había retirado de la sociedad hacía tiempo y que había renunciado a las comodidades materiales en búsqueda de una verdad superior.
Cuando el alpinista llegó a la cueva, escuchó una voz afable.
–¡Bienvenido, Sr. Cervantes! –le saludó un anciano de larga barba blanca, que se encontraba semidesnudo–. Le hemos estado esperando.
–¡¿Qué?! –exclamó sorprendido–. ¡¿Me conoce?!
Observó que el anciano levitaba, parecía estar sentado pero no tocaba el suelo.
–Así es.
–¿Cómo sabe mi nombre? ¡Nunca había estado antes por estos lugares! Y ha dicho: «Le hemos estado esperando» Creía que vivía aquí solo.
Cervantes contemplaba como levitaba el anciano. Y vio que a su alrededor parpadeaban las caras de algunos de los mayores sabios de la humanidad: Buda, Cristo, Al Issa, etc. Todos resplandecientes.
–¡Claro que sabemos tu nombre! ¡Lo sabemos casi todo! Es nuestra maldición y nuestra bendición. También sabemos por qué has venido Gabriel Cervantes. Y sabemos que nuestra respuesta no te hará feliz.
Hizo una pausa y continuó.
–Todos venimos buscando lo mismo, y lo encontramos, como lo harás tú. Pero entender esas cosas sobrepasa el poder de la descripción de las palabras. Descubrir las respuestas lleva tiempo. Sí, tiempo y paciencia. Llevo aquí treinta y cinco años, igual que mi predecesor. A ti... a ti te llevará aún más tiempo. No hay nada más que decir.
Cervantes estaba muy decepcionado, casi furioso.
–Ah veo que eso no te agrada. Lo mismo me ocurrió a mí.
–¡Exacto! ¡No me agrada! ¡Tienes respuestas y las quiero! Me espera un trabajo y mi familia. ¡No puedo pasarme toda la vida contemplando mi ombligo! ¡Dímelo, maldito anciano risueño!
Lo golpeó...
–¡Me costó mucho tiempo y dinero encontrarte, y vas a justificarlo! ¿Me oyes?
–Sabíamos que te ocurriría esto. Termina mi tiempo y comienza el tuyo. Lo primero que aprenderás es a controlar tu ira.
–Dime los secretos del universo. ¿Por qué la lluvia? ¿Por qué los animales? ¿Por qué la vida? ¿Por qué el sufrimiento? Hay tanto que quiero saber.
–Esta búsqueda debe estar guiada por la inteligencia. Aquel que busca la espiritualidad sin inteligencia no la encontrará.
–¿Dices que no soy inteligente? Soy el único que ha podido hallarte, infeliz.
–Oscuridad en tu mente hay, una concepción falsa de la situación tienes. El sabio debe buscar la Verdad, en la calma y la paciencia, apoyado por su lógica.
–¿Por qué? ¡¿Por qué?! Dime todos los secretos del universo. ¡Ahora!
Lo golpeó, el anciano agonizaba y dijo sus últimas  palabras.
–Todos necesitamos desaparecer de vez en cuando y experimentar el silencio para armonizar con nuestra voz interior. En esas condiciones podemos liberar a la mente del ruido de fondo al que nos hemos acostumbrado.
El sabio murió en ese instante.
–¡Oh, no! ¿Qué he hecho? ¿Anciano...? ¿Estás bien? No quería... perdí el control... ¡Le he matado! ¡Su saber, su sabiduría han desaparecido! Después de tanto buscar... ¿Qué haré?
«Descubrir las respuestas lleva tiempo. Si. Tiempo y paciencia. Llevo treinta y cinco años en esta cueva, igual que mi predecesor. ¡Pero a ti te llevará aún más tiempo!»
Gabriel Cervantes se dio cuenta que no había otra manera... y esperó... y aprendió... hasta que... al fin entendió.
Años después otro alpinista ascendía las montañas. Llegó a la cima y entró en la cueva.
–¡Bienvenido Diego Gallardo! –le saludó Cervantes flotando en el aire–. ¡Te hemos estado esperando! No te sorprendas. Aquí encontrarás respuestas a todas tus preguntas.
Y así termina... y así empieza de nuevo.

Apolo

Relatos FM


Azul


Del cielo azul pendía una luna redonda como una moneda de plata recién acuñada. Era una de esas noches en las que dejas que el tiempo discurra despacio mientras escudriñas figuras entre las brillantes estrellas. La calma se apodera de uno y se respira paz al contemplar el espectáculo del firmamento. Desde la terraza de Dertal vislumbrábamos aquel cielo estrellado y hablábamos fascinados sobre él.
   Aquella noche Dertal me explicaba el diferente significado de los colores. De entre todos ellos, destacaba el color azul. Para él era el color que regía la paleta de los colores y el que sobresalía claramente sobre el resto. Para mí no era un tema especialmente interesante pero a Dertal parecía atraerle de manera expresa y divagaba apasionadamente sobre el azul y sobre sus diversas tonalidades.
        Le escuchaba atentamente y de vez en cuando le interrumpía para preguntarle algo que no terminaba de entender o para que me aclarara alguna de sus profundas reflexiones. Nunca contestaba de forma apresurada. Se tomaba su tiempo y a veces permanecía en un inquietante silencio antes de pronunciar palabra alguna. Su mirada se perdía en la inmensidad de la estrellada noche y sus frases se encadenaban una tras otra formando un apasionante discurso.

-   El azul es el color más puro y genuino de todo el espectro cromático. La inmensidad del océano es azul, azul ultramarino y azul marino. También el asombroso cielo es azul, azul celeste. Es el más claro y brillante de todos los azules. Dicen que el alma candorosa de los hombres buenos está envuelta en auras azuladas. Cuentan que la mirada del enamorado es azul porque sus ojos son garzos. En ese azul se funden el rojo del corazón de las personas enamoradas y el blanco inmaculado de sus respectivas almas. Este es el azul más hermoso. El azul que pueden contemplar tan sólo unos pocos privilegiados.

-   A veces el corazón de las personas amadas es negro, de un negro abismal como el de las más oscuras tinieblas. Cuando esto ocurre la mirada enamorada va cambiando de un azul opalino a un gris descolorido y sombrío.

Dejé a Dertal sumido en sus meditaciones y regresé a casa acompañado por una tenue luz azulada. A partir de aquella experiencia el azul cobró un especial sentido en mi vida. Siempre estuve rodeado de azul allí donde mirara.

Lucién Bosán

Relatos FM


Memento Mori (Pasos en la Escalera)


Sus latidos se sincronizan con las pisadas que ascienden la escalera en el portal. Pasos de gigante que hacen ondear el agua de los vasos y arrugarle la cara en expresión de rechazo, como quién escucha disparos en la habitación contigua. Se tensa hasta el último músculo de su cuerpo. Se le había olvidado que podía ser olvidado. 
No está preparado, no ha hecho todo lo que tenía que hacer. ¡Qué poco le queda por aparecer frente a su puerta y el piso todavía sin limpiar! El suelo abandonado a la pelusa y un desorden mudo que muy poco puede decir de él. Ella se acerca, sus pasos se repetían cada dos o tres segundos para recordarle su advenimiento.
Agarra con obligada decisión la escoba y barre el polvo que ha ido acumulando a lo largo de su vida. Entre las motas, distingue restos de muchos momentos en los que fue feliz, pero en su obsesión de tener hechos los quehaceres, los desvalora y los mezcla con todo lo demás, en el mismo recogedor, en la misma bolsa. El éxtasis y la alienación desfiguran sus rasgos, su visión bifocal se convierte en un plano torcido expresionista y su esqueleto tiembla de fatiga y zozobra existencial. Todo aquello que se había acumulado durante años era inadmisible, tenía que dejarlo como los chorros del oro, como el tiempo mismo.
Los ratos en que descansa la barredora los dedica a morderse las uñas hasta tocar hueso y a mudar piel viva. Su barba ha crecido hasta clavársele en el pecho y el peso de la fatiga lo encorva. Tacha de infructuosa su ablución. Está turbado por la falta de tiempo y es conocedor de la imposibilidad de alcanzar la consecución de todas las metas. Si quita el polvo de la estantería, cae sobre la mesa, y si lo quita de la mesa, cae a un suelo recién barrido. Mientras tanto vuelven aparecer más pelusas de las que debe ocuparse en la esquina. El trabajo del nunca acabar lo agota, le agrieta la piel y corroe por dentro.
Suena el timbre. Otra vez se tensan todos los músculos de su cuerpo, hasta que el corazón se encuentra flotando en cuerdas. Él abre la puerta, extenuado, y le ofrece pasar un rato a tomar algo y debatir. Ella dice que quiere salir a dar una vuelta, que no puede entretenerse, que le importa una ***** la ***** de su piso o el arduo trabajo que ha realizado arreglándolo. No puede pararse en la casa de todos los que visita, no tiene tiempo, ni siquiera entiende de él. Mucho menos entiende de higiene, estética o decoración.
Él tose. Ha tragado demasiado polvo intentando quitarlo. Tenía que haberse relajado. Haber estado luciendo dignamente sus experiencias, recibirla con un café en la mano y una sonrisa desinteresada. Tenía que haber puesto música para eclipsar el incesante crujir de escalones y bailar y haber coleccionado con tranquilidad y dedicación las pelusas que iban creándose por cada uno de sus movimientos. Tenía que haber sido ella la que existiera por esperarlo y no al revés.

Klásico

Relatos FM


Objetivos


Cuantas noches pasadas en un hotel desconocido, oyendo caer la lluvia entre truenos y relámpagos. ¿Cómo una vida puede convertirse en semejante desarraigo? ¿En que momento se decide vivir con el único objetivo de saber donde se estará mañana? Y sin embargo, cuando se mira al futuro uno puede recordar las razones que le empujan a vivir en semejante desatino, ya que siempre hay un noble objetivo, que nos exige un sacrificio. Y por ese objetivo soportamos una vida que casi siempre resulta ingrata. Pero nunca tenemos tiempo de recordar porque un día nos planteamos ese deseo de futuro. Olvidamos la fuerza con la que emprendimos la carrera, y olvidamos también que estamos derrochando la vida en pro de un objetivo lejano. Vivimos condicionados a determinadas exigencias, para lograr algo remoto, y conseguimos olvidar el valioso precio que nos esta costando. Parece que tenemos todo el tiempo del mundo, y no dudamos en derrocharlo, mientras dejamos para el futuro lo importante mientras vivimos dedicados a lo que es, tan solo, urgente. Cojo el teléfono.
-- Hola nena
-- Hola amor, estaba leyendo el correo.¿Como estás?   
-- ¡Recién llegado!
-- ¿Es la hora de colgar la corbata?   
-- ¡Por fin! ¡Que asco de lunes!
-- Ya esta amor. Olvídalo. ¿Puedes?   
--  Lo intentaré. Porque eres tú, que si no... ¡Odio a la raza humana!
-- ¿Ves? Este es el momento de mi vida que más me he alegrado de ser tuya. No soportaría que me odiaras a mí también.   
-- Tengo un regalo para ti. Echa un vistazo a este vídeo en Youtube:
-- Iba a pegarle un martillazo a la puerta del coche que se le esta saliendo una cosa.   
-- Jajaja... ¡Eso del martillazo es poco femenino! La canción es mi regalo...
-- He intentado ponerla pero me resulta imposible escucharla ahora. Todavía está despierto el niño. Esperaré a que se haga el silencio.
-- Esta canción se escucha mejor bajito y con los ojos cerrados... Te iluminará una sonrisa mientras atravesamos el salón de casa bailando... Yo te llevo!
-- Será un auténtico placer.
-- No lo sabes tú bien...
-- Me estás empujando a que te diga cosas bonitas.   
-- ¡No, no, no, cosas bonitas no, cosas guarras! Jajajaja
-- Entonces será mejor que me calle.   
-- Jajaja... ¡Que va! ¡Hoy me siento Fred Astaire! ¡Un caballero con sombrero de copa! ¡Y bailarín!
-- ¿Sabes? Si que es cierto que hoy ha sido un día de perros.   
-- ¿Qué te pasó a tí?
-- Nada especialmente malo, solo un cúmulo de pequeños detalles. Pero de pronto no parecen tan pequeños. Bailemos cariño. Me dejo llevar por ti. ¿Sabes? Me apetece sentarme sobre ti, con muy poca ropa, y sentir tus manos paseando por mis costados mientras te miro a los ojos traviesa intentando averiguar que es lo que vas a hacerme. Me apetece moverme despacito, sobre ti. Y sentir tu excitación.
-- Cariño, no me hagas esto, que todavía quedan cuatro días para volver a casa.
-- Vamos amor, el tiempo pasará rápido y podremos bailar, vuelve pronto mi Fred Astaire.
-- Te echo de menos, amor.
-- ¿Te sientes mejor, ya?
-- Sí, cariño, siempre me siento mejor cuando hablo contigo. A veces olvido el porque de todo esto. Yo solo quisiera estar en casa contigo y con los niños, y tener una vida normal.
-- Nunca pierdas de vista el objetivo, estamos a punto de conseguirlo. Ya casi tenemos el dinero que necesitamos para ir a buscar a la niña a su país. Tendremos nuestros dos hijos. No olvides que siempre estoy contigo.
-- Gracias cariño, descansa, ya queda menos.
-- Te quiero, amor.

Cuelgo el teléfono, y me quito la corbata. Saco la cartera de mi bolsillo, y miro esa carita de ojos achinados. "Ya queda menos, mi niña" le digo mientras le doy un beso a la foto. "Aguanta un poco más, tus nuevos papas, pronto irán a buscarte"
Con un suspiro me dejo caer sobre la cama, mientras una canción sigue sonando en mi mente. Night and day...

Mamai

Relatos FM


Tristeza Infinita


Se encontraba completamente vacía,  después de  que recibiera aquella terrible noticia.    El telegrama enviado por su hermana, que le había llegado apenas dos horas antes, no dejaba lugar a dudas: "Mamá muerta. Stop. Te esperamos. Stop. Entierro martes  16:30"- Carmen.
   La muchacha se había quedado como en trance, tras leer aquel frío telegrama, que en aquellas escasas 10 palabra, encerraba la noticia más terrible que había recibido hasta ese momento en sus cortos 18 años de vida.
    Después de leerlo y volverlo a releer  su alma se quedó  agitada e  inquieta,  mientras intentaba asimilar la gravedad que aquellas palabras encerraban.
   La  joven quiso poner en orden su cabeza, pero era tan terrible el dolor que oprimía su corazón, que se sentía  incapaz de  tomar ninguna determinación, obsesionada como estaba por leer una y otra vez el dichoso papel,  para convencerse así  de que lo que estaba leyendo era cierto.
    Mientras intentaba  asumir, con una tristeza infinita la certeza que encerraban esas palabras, decidió en un pequeño momento de lucidez,  llamar a su amiga María Jesús. Estaba segura de que ella le ayudaría a organizarse y de  que realizaría aquellos trámites en otros momentos tan sencillos,  que ahora se sentía incapaz de llevarlos a cabo.
   Y es que el simple hecho de entrar por internet para comprar su billete de avión, llamar a su trabajo para contar la noticia y notificar su ausencia, o hacer la maleta, se le hacían imposibles.
   Temblando y con una voz llorosa, le dio la aciaga noticia a su amiga del alma. Esta corrió veloz a su casa para consolarla y ayudarla en todo lo que pudiera en aquel terrible trance.
    Su eficaz amiga no sólo hizo todos esos encargos, sino que también avisó a su trabajo de que iba a estar ausente seis días para acompañar a Pilar en el viaje, así como en el instante del entierro de su progenitora.
    Tras un viaje de casi 8 horas, el tiempo necesario para cruzar el Atlántico, las dos muchachas llegaron por fin a  Buenos Aires, agotadas, tristes y con aspecto desvalido.
    En la capital argentina  les esperaba el cuerpo sin vida de la amantísima madre de Pilar, y una familia rota por el dolor, que esperaba con ansia la llegada de su amiga para darle sepultura.
    Las muchachas agradecieron que en aquellos momentos la familia cercana se ocupara de todos los trámites para que ellas pudieran despedirse debidamente de la fallecida.
    En el largo velatorio las hermanas y el padre aprovecharon para recordar los felices momentos vividos en la infancia.
   También para relatarle a Pilar sus  últimos momentos, cuando rota por el terrible dolor que aquella maldita enfermedad le causaba, trataba de animar a los suyos y de transmitirle la necesidad de que siguieran unidos cuando ella faltara.
     Tras darle sepultura, las muchachas aprovecharon esos días en América del Sur, para recordar los escenarios de la vida en Argentina de Pilar, para convivir con su familia y tratar de apoyarse mutuamente.
    Y cuando por fin llegó el momento de partir, en vez de tristeza y desesperanza, sus familiares supieron legarle a Pilar un atisbo de esperanza y los mejores recuerdos que habían atesorado para ella, y que  había dejado su madre antes de despedirse definitivamente.

Saudade

Relatos FM


Quince de Julio



Unas nauseas recorren mi estómago. Mis pies a penas llegan al suelo, solamente cuando el autobús se traquetea con algún bache puedo notar la punta de mis zapatillas rozando con un trozo del vinilo con el que imagino que hace algunos años intentaron disimular un agujero que vuelve a verse.
Coloco sobre la parte baja de mi nariz las gafas de sol que compré en un chino por cinco euros. Cada vez que las miro me pregunto si será tan malo llevarlas como me dice mi abuela.
Luces y sombras abren y cierran constantemente mis pupilas, los álamos se suceden, me ponen de los nervios esos cambios de luces. Me subo las gafas al huesecillo que sobre sale en mi nariz e inspiro profundamente intentando olvidarme de ese mareo. Como este vehículo coja otro bache no lo voy a aguantar.
La gente se va levantando de su sitio me doy cuenta de que hemos parado en algún lugar entre la nada y la nada más. Miro si mi móvil está en mi bolso. Es un alivio estar en suelo firme.
Una tónica con dos cubitos y limón, por favor.
Mientras el señor de detrás de la barra trajina la nevera a la búsqueda de la bebida miro a mi alrededor. El techo es muy bajo, demasiado bajo prácticamente puedo tocarlo de un salto de metro sesenta. En una de las paredes cuelga un póster amarillento, casi sin colores, con una ilustración de la Alhambra que se funde con una cara femenina y un vaso de cerveza al pie dice "...y las maravillas del mundo de la mano van",y nada más en todo el bar. La barra está decorada con un plato de magdalenas enormes que parecen caseras.
Delante de mi aparece el señor con un vaso de tubo ralladísimo y un botellín de tónica, no hay rastro del hielo ni del limón.
La cuenta, gracias.
No hay ninguna mesa libre, me salgo a la puerta. El lugar respira decadencia y al mismo tiempo paz, solo algún que otro coche o camión a ciento veinte o más rompen esta extraña vuelta al pasado en este sitio.
Hace calor, el líquido de mi vaso empieza a calentarse, me dejo la mitad y devuelvo el vaso a su dueño. ¿Perdone, el lavabo?.
El señor pone sobre la barra un trozo de madera ennegrecida de la que cuelga una llave oxidada y me señala hacia fuera. Mientras camino hacia el exterior pienso en hacerle a la llave una foto con mi móvil, me coloco bien el pelo con las gafas de sol.
Hago equilibrios para mantenerme alejada de la taza mugrienta, con la mano derecha sujeto la puerta metálica que no está precisamente cerca, miro por una ventanita cuadrada que da a la parte trasera. La luz del sol que entra blanca, radiante. Un reflejo fugaz me deslumbra, se me caen las gafas al suelo, mi muslo izquierdo roza la taza el váter...
¡*****!.
Apoyo el codo en el filo de goma de la ventanilla y mi cabeza sobre mi mano, los álamos pasan y pasan. El sudor de mi labio superior sale a flote.
¿Conductor, puede poner el aire?.

Gato&García


Relatos FM


De Perros


Hay veces que mamá llora tanto.
No hay sábado que no juguemos a la pelota. Hugo todavía es chico, y mamá no lo deja salir todo el tiempo, aunque últimamente no le presta, en realidad no nos presta atención a ninguno, está siempre cuidando a la abuela que está media frágil. 
Néstor juega de cinco, y yo soy delantero, un nueve bien de área. Tenemos una sola camiseta, una de Boca, hacemos un partido y un partido, pero cada tanto nos peleamos por quien tiene que usarla. Había un tiempo en el que siempre pasábamos por el almacén del abuelo Carlos, comprábamos buena cantidad de pan y algo de fiambres, porque después de los partidos te morías del hambre que te daba, sin contar el tema de la sed. Pero en eso no gastábamos, tomábamos de una de las canillas que daba a la canchita. Teníamos un perro, en realidad era hembra, de Néstor y mía también, la encontramos en la calle y un día la hicimos entrar a casa y ya quedó. Y desde ese momento nos siguió a todos lados, a comprar el pan, a comprar alguna pelota cuando la que teníamos se pinchaba, a la gomería si era posible salvarla, y a la canchita, para mirar, acostada sobre lo poco que hay de pasto, como una más entre todos nosotros.
Me acuerdo muy bien de ellos, pero como me acuerdo, también nunca los volví a ver. Con su camioneta, tan blanca y sucia a la vez. Uno de ellos con una gorra de Boca, el otro con una especie de lazo en la mano, pasaban por casa, cada tanto.
La semana pasada se nos rompió la pelota, y ninguno tenía un mango para comprar otra, y eso que éramos como diez, a ninguno se le caía un peso del bolsillo, y no quedaba otra que parcharla. Ni atención le preste ese día. Mamá tampoco le prestó atención. Yo tan seguro de que no le pasaría nada. Mamá tan segura de que estaba bien. Volvimos a casa ese día, la gomería estaba cerrada, (un sábado estaba cerrada), nosotros no lo podíamos creer. Nos sentamos afuera de casa, Néstor salió y me preguntó por ella <<Ahí viene le dije>>. Y entonces trato de imaginar cómo pasó; primero el gorro de Boca, segundo, la camioneta, después el lazo en la mano,  hasta los golpes, y dejo de imaginarlo. Pienso en el abuelo, en que me diría.
Quisiera acordarme por lo menos de su nombre. Solo me acuerdo que ese día lloramos sentados en la vereda, y por un momento entendí las lágrimas de mamá. Lloramos. Sin plata, sin pelota, sin sábado. Mamá también lloraba, la abuela ya no.

Lucas González

Relatos FM


Guisantes de una vaina   


Odio los guisantes. Si una semilla está tan metida dentro de su vaina es porque el buen Dios no quería que nos la comiéramos. Voy por la mitad del saco, si sigo a este ritmo tardaré dos horas en acabarlo. Así que hoy me dará tiempo a pelar dos sacos mas, 20€ extra. No está mal. Pero odio los guisantes.

Se me meten las pieles por debajo de las uñas, y el olor amargo que se queda es peor que el de recoger las cebollas en Polonia. Pero al fin y al cabo aquí en Francia pagan más. Y he tenido suerte de haberle caído en gracia al Monsieur, y que me haya escogido para pelarlos después de recogerlos, muchas de las otras ya se están dirigiendo a Alemania para la recogida de espárragos. A lo mejor tenía que haber ido con ellas, odio los guisantes. Los espárragos son más fáciles, y apenas huelen. Pero así gano más dinero. He tenido suerte.

A ver si hablo con mi madre. ¿Habrá aprendido María el resto del alfabeto? Espero que si, hay que ver lo contenta que se puso cuando llegó hasta la M. Seguro que ya ha llegado hasta la Z. Con lo lista que es, seguro. Lo menos llegará a médico. O a profesora. Y entonces no tendrá que pelar nunca un guisante, podrá comprarlos ya listos, y solo tendrá que echarlos en la sartén. O los echará su chica, y podrá mandarla a que haga la compra, y le llamará Doña María. Y no tendrá que levantarse nunca a las 4 de la mañana, para ir a cosechar, ni compartir furgonetas con gente extraña protegiendo su mochila, ni aprender a decir "déme lo que me debe" en 6 idiomas. Y podrá ver crecer a su hija, y enseñarle ella el alfabeto.

Y yo por fin podré dormir hasta las 9 de la mañana, e iré todos los días al mercado para hacer la compra, y que no engañen a mi María, que seguro que como es más buena que el pan intentarán timarle, y seguro que su chica no hará nada. Pero yo estaré allí para evitarlo, que buena soy yo cuando me pongo.  Y los domingos iremos al parque, a dar de comer a las palomas, como me dijo mi madre que ahora hacen. Dice que se ríe cuando se le posan en la mano, y que no les tiene miedo. Quiá! ¿Por qué les iba a tener miedo? Si es una valiente, como lo era su padre.

Como lo era, porque ya Antonio no se encuentra. Me acuerdo en las fiestas del pueblo, él era siempre el primero en tirarse detrás de la vaquilla. Era el más guapo y el más valiente, todas me tenían envidia cuando me casé con él. Y ahora todo el día delante de la tele. Ojala hubiera venido conmigo, le habría hecho bien el estar trabajando conmigo. Pero no, quiere encontrar algo de lo "suyo". Como si importase de donde sale el dinero. Y menos mal que está mi madre, porque el zángano de él no se ocupa de la niña. Yo aquí trabajando como una mula, pelando guisantes, y él tirado en casa. Y sabe que odio pelar guisantes.

Pero María le ayudará. Verá que tiene que reaccionar por ella. Y que da igual de qué trabaje, que lo único que importa es ella. Entonces a lo mejor podré volver a casa, y encontraré algo allí, y podremos estar juntos. Como guisantes en una vaina.

Unza Valle

Relatos FM


Desde un Lugar Lejano


16 de Abril:
Gaby, mi amor, perdoname que no te escribí en estos días, ya sé que te prometí hacerlo más seguido, pero a veces siento que desde que llegamos acá es muy difícil cumplir con todas las cosas que se prometen. Vos vas a decir que soy un exagerado, como siempre, y que empiezo a maquinarme y que invento historias que no son. Pero aunque no quiera, está dándome vueltas en la cabeza la idea de que es mentira que van a mandarnos refuerzos para combatir. Desde que estamos en la isla, no volví a ver a los generales ni a los coroneles que nos enseñaron y nos dieron instrucción. La gente con la que vivo y duermo cada noche no tiene mucha más experiencia que yo, me pongo a mirar a mi alrededor y solo veo más de lo mismo: gente de provincia, roñas que, al igual que yo, casi no tienen sueños por delante.
Sí, sí, ya sé, me vas a decir que yo sí tengo sueños, que voy a formar una familia con vos el día de mañana, etc. ¿te das cuenta, no? Sacándote a vos, en mi vida no hay mucho más, no tengo idea de qué otras cosas quiero, salvo esa casita en General Rodríguez de la que te hablé y que me gustaría comprar para criar a nuestros hijos cuando estemos casados. Dije "hijos", sí, porque aunque yo esté tan lejos ahora, sigo pensando en todas esas cosas. Vos vas a decir (parece que mientras escribo te estuviera viendo, con esa sonrisa que ponés a veces cuando crees que te estoy cagando a bolazos): "Javi, ¿y con qué plata pensás comprar la casita esa en General Rodríguez, eh?" Bueno, espero que no te enojes, Gaby, pero te voy a contar un secreto que venía guardando. A todos los muchachos de nuestro batallón nos dijeron que nos iban a dar un premio muy importante si ganamos la guerra a los ingleses. Que nos iban a dar mucha plata, mucha, y que íbamos a poder comprar una casa, un auto, que al regresar a Buenos Aires nos iban a dar medallas de oro y a recibirnos con una cena de gala lujosa, que aunque no sé qué quiere decir eso, suena bien al menos. Ibañez, un porteño dientudo que siempre parece triste y descreído de todo, nos dijo la otra noche que él no estaba seguro de nada de eso, que para él eran todas mentiras que nos decían para tenernos acá peleando como boludos por una guerra que todavía ni entendemos. Yo no sé, me parece que discutirlo ahora no tiene sentido, sino para eso mejor desertar de antemano y listo. ¿Para qué te quejás, Ibañez? le dije yo. Si estás acá, hacé patria matando un inglés o callate la boca, loco. Pero, Ibañez, no me respondió, siguió en su mambo como si nada y no hubo manera de sacarle de la cabeza esas ideas negras que tiene, ¿a quién se le ocurre que nos quieran empaquetar así y después no nos den nada? Además nos hicieron firmar papeles y en esos papeles decía lo de la guita y la responsabilidad del Estado con nosotros.
No sé, para mi no es cierto eso de que nos van a cagar, como dice el Ibañez ese de *****. Creo que se quiere hacer notar y no encuentra otra manera. A mi no se me escapa de la cabeza la idea de tener una casita y criar a nuestros hijos juntos.
En lo que tiene que ver con la guerra, no me parece tan grave lo que está pasando hasta ahora. No vi ningún ejército enemigo por la zona, y se me hace cuento que nos manden a esos gurkas que se rumorea van a mandar. Suárez, un flaquito de Olavarría, nos contó la otra noche una historia que no sé quién le había dicho. Dice que los famosos gurkas son unos asesinos a sueldo, medio piratas y que además son putos. Sí, lo que oís. Dicen que atacan por la noche y en vez de matarte te dan una pichicata que te hace dormir como un bebé recién comido, y que cuando estás así, te rompen el culo y después te rapan. Dice que a él le pareció ver un soldado pelado, al que los gurkas se lo garcharon y cuando se despertó ya era ****, como si se lo hubieran contagiado. Algunos de los muchachos de mi batallón, los más pibes, creen en todo eso y se cagan de miedo de sólo pensar en los gurkas. Se dicen tantas cosas. Algunos están asustados de verdad. Lo que ocurre en mi caso, quizás, es que nunca tuve miedo de ese miedo. Y yo no es que me quiera hacer el guacho pistola que se las juna todas, no, para nada. Pero, la verdad me preocupan más otras cosas. Me preocupan las cosas que veo entre nosotros y que son tan terribles que se me hiela la sangre de pensarlas un rato. Vi, la otra noche, unos chicos jugando a la ruleta rusa con unos revólveres y me pregunto qué carajo le tiene que pasar a un tipo por la cabeza para jugar a ese juego, si es que puede llamársele juego. Ibañez, siempre Ibañez para llevarle la contra a todos, dijo que se trataba de valientes, que después de todo, estábamos en la misma que ellos, jugándonos la vida ahí, y que aunque no pareciera esos tipos que se jugaban la cabeza, en realidad tenían "más poder de decisión sobre sus vidas que todos nosotros juntos". Entonces yo me lo encaré de nuevo y le dije: "Che, Ibañez, y si te parecen tan héroes, ¿por qué no jugás con ellos y listo? Capaz que te volás la tapa del cerebro de una buena vez y nos dejás de romper las pelotas a los demás". Ibañez sacó un cigarrillo que venía guardando hacía unos días y me contestó que si tuviera el valor de hacerlo, lo haría. Pero después nombró a Gandhi y dijo que no iba a hacer otra cosa que esperar que los ingleses vinieran a matarlo, que ese era su destino, que los astros estaban alineados para que pasara eso. El I-Ching también se lo dijo, nos contó. A mi la verdad que ese tipo me pone muy nervioso. Y aunque haga un frío de cagarse en este lugar, cuando se pone así y dice cosas por el estilo, me hierve la sangre y me entran ganas de ahorcarlo. Si me escucha, seguro que hasta se pondría contento. En fin, lo de la ruleta rusa no es lo más grave ni me preocupa tanto, aunque la otra noche soñé con mi hermano Elvio, ¿te acordás? El que se mató jugando con la 38 de papá cuando éramos chicos. Estábamos tomando un helado en una plaza y yo era grande y él chiquito, como en una foto de cuando él tenía seis años, que todavía tengo guardada. Entonces yo le doy una chupada a mi cucurucho y como no quiero que él haga lo mismo le paso una cucharita con helado que él agarra con su mano chiquita y se lo mete en la boca. Yo miro alrededor buscando a mis viejos (en el sueño mis viejos vivían todavía) y cuando miro a Elvio veo que la cucharita es un revolver y de pronto se dispara y empieza a desangrarse, le sale de la nariz algo que se parece a dulce de leche. Cuando lo agarro a Elvio, pego un grito y me despierto todo transpirado. No sé por qué justo acá me vine a acordar de él, viste que uno no elige lo que sueña y de pronto sale eso de la nada. Para mi que tiene que ver con otra cosa que me contó Suárez. Ese Suárez tiene las mejores historias dentro del batallón, aunque me parece que algunas el hijo de **** las inventa, pero esta se la creo porque otros pibes que no lo conocían también dicen que es cierto. Resulta que un cabo se quedó dormido haciendo una guardia, se ve que estaba tan caliente que se pajeó y el coronel lo encontró en su garita improvisada con los calzoncillos bajos y las manos agarrándose de los huevos. Por cochino, ahora va a limpiar la ***** de todos sus compañeros, ¿qué quiere? ¿quiere que nos maten a todos por culpa suya? ¿acaso no sabe que la paja vuelve loco a los muchachos? Pero lo que nadie sabía era que el cabito se tenía algo entre manos. El coronel, después de darle una bolsa negra de consorcio, lo mandó a limpiar la cagada de sus compañeros. "Ya que casi nos matan a todos por su cagada, ahora va a tener que limpiar la de todos los demás, ¿me oye?" Y el cabo nada, nada de nada, como una estatua. Después de eso, lo mandó a estaquear por doce horas: lo tuvo muriéndose de frío, atado de pies y manos mirando el cielo, como Jesucristo. Doce horas. Doce horas es mucho, yo no creo que ningún ser humano resista ese tiempo al frío pero, bueno, vos disculpame que te cuente todo esto, lo que pasa es que es imposible dejar de pensar en esas cosas una vez que te las cuentan y después parece que te queman si no se las contás a alguien. La cosa es que cuando lo soltaron al cabo estaba casi muerto, tenía todas las articulaciones duras y no hablaba. El coronel lo cagó a pedos un rato más, pero el cabo no decía ni mu. Y parece que a la noche, cuando se le pasó el shock, agarró su bayoneta y se la clavó en el medio del corazón al coronel y lo mató mientras éste dormía. Después, se pegó un tiro en la cabeza delante de todos sus compañeros, como Elvio, cuando se mató hace unos años enfrente mío. Suárez es un tipo jodido, te cuenta estas cosas y después se queda callado y nos deja maquinando un montón.
Bueno, te voy dejando porque parece que en un rato, cuando sea más de noche, nos mandan a patrullar la zona. Yo creo que esto se termina pronto y antes de que me empieces a extrañar voy a estar de vuelta ahí con vos. Y cuando me den los premios y la plata nos vamos a poder comprar esa casita en General Rodríguez de la que te hablé tanto y con la que, calculo, ya te debo tener un poco cansada.

Abaddón

Relatos FM


Lo que tenia escrito el destino


Se iniciaban las vacaciones de Daniela un 2 de Enero en que el calor es duro en la zona de Talca, eran sus primeras vacaciones ya siendo una profesional, pues ya es una Doctora de Ginecología e Internista había tenido que sacrificar cuatro años de sus vacaciones de verano para lograr su propósito, ya pertenece al Hospital Clínico de Talca. Eran las 07:00 horas de la mañana había llegado 15 minutos antes de iniciar  su viaje a la casa de sus padres que Vivian en un fundo que se encontraba ubicado entre Talca y Constitución. Para muchos ese viaje era muy original pues tenía que tomar un tren que hacía el trayecto por el único ramal que queda en Chile.
    El tren que estaba ya en la vía para iniciar el viaje, se subió a un vagón pequeño pues el tren contaba con dos vagones de la década de los años 50. Escogió una ventanilla para observar el paisaje el tren viajaba a orillas del rio Maule a la derecha seguía contorno del cerro que en ocasiones se habría en valles donde existían pequeños pueblos que tenia paradero o la de entrada algún fundo como el de su familia. Mientras estaba disfrutando del paisaje cuando de acerco el segundo maquinista a recoger los boletos Ella reconoció al hombre y lo saludo.
-Buenos días Don José María.
-Buenos días niña Daniela, ¿Vuelve a casa de vacaciones o a quedarse como lo desean sus padres?
-Aquí está el boleto, solo vengo de vacaciones.
-Que sería lindo que los jóvenes como usted que son Médicos dejan un tiempo para poder trabajar en González Bastia, colocar un Policlínico aquí. Pero todos prefieren quedarse en la cuidad.
-Nunca había pensado en que se podría colocar un policlínico en este lugar
-Es que se ha pensado pero nunca hemos encontrado un medico para ello.
-¿Esa es la razón?
-Si niña Daniela, le avisare a mi colega para que para el fundo "Almendral"
-Gracias.
-Que pase unas lindas vacaciones. Adiós niña Daniela.
   Pensó en lo que había dicho el hombre el lugar que decía era un buen sector para un policlínico pues en aquella estación se cruzaban los dos trenes venían de Constitución y de Talca, era el lugar donde cruzaban rio Maule donde llegaban las personas de los alrededores. Se detuvo el tren González Bastia, aquí empezó a subirse varias personas que llevan frutas de en la Temporada aun que nadie lo creyera se sentía el aroma de cada fruta, también subían mujeres con pan casero recién horneado todos eso asía del viaje algo muy especial para el pasajero que no conocía ese viaje. Pero se dio cuenta que subían mujeres embarazadas con niños pequeños y ancianos que no llevaban nada para vender eran personas que iban al hospital a controles y a retirar su medicamentos. Pensó que todo aquello se podría hacer en un policlínico del sector para evitar que las mujeres embarazadas no pusieran  en riesgo sus embarazos, Pues tal vez tenia que venir desde sus casa  a caballo o caminando llegando a la estación Mientras miraba a la gente él tren se coloco en marcha. Sería un servicio para ese sector y tal vez habría gente que vivirían lejos, por su edad y enfermedad no tendrían atención medica murrian solo con dolor de sus familias. Cuando había pensador ser doctora desde niña era para ayudar a la gente que trabajaba en el fundo de su familia. Recordó lo que había dicho su novio de adolescencia
"Parece que la cuidad te ha robado el corazón que tenias te ha dejado un corazón de piedras y dinero, no me digas que la cuidad hay más futuro, también yo estudie en la universidad para ser ingeniero agrónomo tuve grandes oportunidades, pero nunca olvide el motivo por el que estudie que era para volver a este lugar y mirar con satisfacción las tierra de mi familia .Si no te gusta este lugar está bien es mejor decir adiós"
   Fue la última vez que le hablo, al recordar esas palabras que nunca quiso volver a escuchar. Te pronto senito que el tren se detenía miro hacia la puerta del vagón era el paradero donde ella debería bajar, pero una mujer joven se subió estaba embarazada de 8 meses o más y la mujer se despedía de su esposo.
    Se cerró la puertas, la mujer vio que estaba vacío el haciendo al lado de Daniela, se sentó. Pero Daniela la reconoció
-Hola tu eres Inés
    La mujer la miro y le sonrió.
-Hola Daniela cuando tiempo sin vernos.
-Si 4 años fue la última vez que vine de vacaciones al fundo. Mamá me habría dicho que te habías casado con Pedro, ¿crea que vivías en Constitución?
-Es que Pedro se asocio con tu hermano mayor y tu ex novio, en el aserradero de tus padres. ¿Bienes de vacaciones?
-Si – se sonrió – ¿cuantos meses tienes ya?
-Tengo 8 meses y medió, hoy me toca madrona y me dirá la fecha del parto.
-Pero es peligroso que viajes pues estas muy cerca del parto.
-Pero si lo sé porque aquí no hay matrona ni medico Pedro está muy preocupado por este viaje él quería venir pero la próxima semana tienen entregar un pedido grande para Santiago como él es que consiguió este pedido tiene demostrar que están preparado para pedidos así.
-¿Mi hermano no se puede hacer cargo ese trabajo hoy?- su voy sonaba molesta.
-Es que tu hermano hoy empezaba la cosecha de Damasco y Eduardo tu ex esta con la cosecha Ciruela.
-¿Es un varoncito?
-Si y el primero.
-No digas que eres primeriza.
-Si tiré que tengo mucho miedo.
   Al saber que Inés era primeriza le dejo preocupada al no saber cómo va ser parto.
-Yo me quedare en la casa de mis padres si te siente algo fuera de lo normal llama a la casa yo soy ginecóloga y te puedo ayudar.
-Gracias Daniela.
-Prométeme que lo harás Inés, yo te ayudare confía en mí.
-Gracias por tu apoyo.
   El tren se detuvo frente a la puerta del fundo un niño le ayudo bajar las maletas, se quedo de pie hasta que tren se puso en marcha. Se sentía culpable no haber acompañado a Inés al hospital, suspiro profundo, se dirigió a la casa de sus padres. Tomo sus maletas empezó a subir la ladera del cerro que llegar a su casa, y va pensando que hacía falta un policlínico en el lugar pues Inés no tendría hacer ese viaje para colocar fecha a su parto no pondría en peligro su vida y la de su hijo. Llevaría ese proyecto a su trabajo haría realidad su sueño de niña, un perro ladraron a visando su llegada así oyó la voz de alegría de su padre.
   Había pasado un lindo día junto a su familia y su madre le había regaloneado con lo que más le gustaba, se iba ir a dormir cuando escucho su hermano mayor que hablaba con alguien que había llegado a casa eran las 12 de noche, su hermano a pareció en la puerta de la cocina con una cara muy seria.
-Daniela llego Eduardo a buscarte pues dice que Inés va dar a luz, que tu prometiste ayudarla estuvieron llamando para acá pero siempre le sonó ocupado le pidieron ayuda a Eduardo y te viene buscar para llevarte a casa de Pedro y Inés.
    Daniela le dio escalofrió pues lo que tenia estaba sucediendo.
-Dile a Eduardo que me espere en 5 minutos estoy lista voy por mi maletín para irnos a la casa de los muchachos.
   Corrió como si estuviera en una sala de emergencia entro a su cuarto tomo su maletín unos guantes de su mochila y el delantal, se fue corriendo.
-Estoy lista si pueden llamen a Inés que salí para haya - miro a Eduardo estaba parado junto al puerta – hola ya estoy lista vámonos.- el hombre la miro y se sonrió.
-Hola vamos, ir en mi caballo por la línea del tren pues es más rápido ¿estás de acuerdo?
-No tengo problemas lo único que me importa es llegar ya- miro a su madre y le dijo- me puedes enviar algunas mantas por si las necesito.
-Ya hija que Dios y la Virgen te ayuden.
-Gracias
   Con ayuda de Eduardo subió al caballo se sentó primero bajaron con cuidado el cerro después que estaban en la línea del tren el caballo corrió a toda prisa los 2 dos kilometro que la separaban de la casa de Inés, no supo cómo llegaron.
   Corrió empujo la puerta estaba abierta entro se fue directamente hacia la pieza que tenia luz. Allí estaba costada Inés y Pedro iba saliendo a su encuentro. Inés descanso al verla.
-Aquí estoy no se qué paso con el teléfono pero cuando llego Eduardo me vine.
-Gracias por venir confiaba en ti.
-Ahora te ayudaremos Pedro puedes traer más luz y las tohallas, espero puedo contar contigo.
-Si Daniela por la lámpara más grande y tohallas- le toco hombro y le sonrio nervioso- gracias.
-Inés te revisare para ver cuando estas dilatas para saber cuándo quedar para la llegada del niño ¿cada cuanto minuto tienes contracciones?
- Cada 6 minutos.
   Daniela la examino y se encontró que ya estaba dilatada solo quedaban 4 centímetro para qué cabeza del niño apareciera, había llegado a tiempo.
- Inés nos queda nada, creo que en 15 minutos más nazca tu hijo.
-¿Tan poco queda Daniela? – y justo empezó una contracción su voz a penas se escuchaba- quiero que este Pedro ¿puede ser?
-Si él tiene que estar pues tú necesitas su apoyo y yo su ayuda- empezó gritar como si ella fuera ella la que está por dar a luz-¡ Pedro Pedro!
    El a pareció corriendo y se para en la puerta.
-¿Qué pasa?
-Tu hijo eta naciendo, no te quedes parado allí pon te junto a Inés, para que le ayudes pujar muévete ya, ¿tienes las tohallas? pero Eduardo se las paso mientras, Pedro se ponía junto a su esposa- Gracias me falta luz.
-Aquí está la luz la pondré sobre la cómoda y te dará más luz. Yo estaré a fuera si necesitas algo me llamas.
- Gracias
- Bienes otra contracción ahora puja los más fuerte que puedas Inés.
-Ya Daniela.
   Inés dio a luz aunque pensaba que iba hacer pequeño y no tuviera la madures de sus pulmones el niño era grande, a penas nació empezó llorar. Fue un llanto compartido nunca había traído al mundo a un niño en esas condiciones.
-Ahora tu Pedro toma las tijeras y corta el cordón.
    El hombre lo hizo con cuidado y emoción, Daniela tomo al niño lo limpio lo envolvió en una tohalla y en una frazada que   estaba junto a la cuna, se lo entrego en los brazos de Inés.
-Aquí está tu hijo
Gracias a ti nació bien.
   Pedro le pregunto
-¿Como esta Inés bien?
-Si todo está bien ahora debe dar el primer pecho, al niño y descansar.  Si está bien mañana iremos en el tren de las 07:15 de la mañana a Talca a la clínica donde yo trabajo para que el pediatra vera al niño y quedemos todos tranquilos y no te preocupes por el pago de la clínica corre por parte mía es un regalo para ustedes, ¡no me digas que no!
-Ya no discutamos - se acerco le dio abrazo fuerte- gracias Daniela fue un milagro que hallas estado hoy aquí.
-Es una alegría ser útil.
      Inés le daba el primer pecho a niño, le dijo.
- Pedro dile a Eduardo que esta ha fuera que todo esta bien
- Me olvide de Eduardo voy a verlo.
   Salió del cuarto para ver a su amigo, mientras Daniela empezaba ordenar y limpiar todo, después fue a ver cómo reaccionaba niño con el pecho de su madre.
- Esta succionando con fuerza que alivio, ¿Donde está ropa del niño?
- Hay un bolso sobre la cómoda.
-Lo vestiremos para que no tome frio, Después quiero revisarte de nuevo y me permites cambiar la ropa de cama si puedes darte un pequeño baño con mi ayuda así quedas más cómoda, no tomas frio no puedes enfermarte.
- Si muchas gracias Dana y le pedimos a los hombres que cambien todo mientras nosotras estamos en el baño.
- De acuerdo.
   Cuando se abrió la puerta era Pedro que regresaba.
-¿Puede Eduardo entrar para ver el niño Daniela?
- Eso lo decide Inés, si se sentirse cómoda.
-Dani el niño esta quedándose dormido en el pecho, yo me cubro, Eduardo puede ver al niño. ¿Qué dices Dana?
- Que pase.
   Llamo a su amigo y entro miro al niño que Pedro ya tenía en brazos fue ver a dos niños mirando un regalo muy especial, después de unos minutos de conversación Daniela romper el momento.
-Ya es hora vestir al niño, después revisar de nuevo a Inés la pondré cómoda ¿Pedro puedes ordenar la pieza?
-Si como digas Daniela voy cambiar colchón, me puedes ayudar tu Eduardo.
-Para ayudarles estoy aquí., Daniela tu Hermano trajo las cosas que pediste y ropa para ti El valiente se fue me dijo que lo llamaras después tu.
-Mi hermano no cambia- todo se rieron – cuando era niño asía un escándalo cuando vía poco sangre.
    Pedro ayudo acostarse a Inés,
- ¿Como te sientes, quieres algo?
   Pero Eduardo hablo.
- Se me olvido que la madre de Daniela mando un caldo para la nueva madre.
-Que bueno pues estaba pensando hacer uno yo, mi madre me gano.
- Ya has hecho mucho hoy Daniela yo calentare un poco de caldo te traigo y tu Daniela descansa.
- Me cambiare de ropa
-Si como no.
   Salió de la casa se encontró a Eduardo que estaba fuera fumando.
   El la vio le sonrió.
-¿Daniela ha sido un milagro que todo saliera bien verdad?
- Si, voy a pelear para colocar un policlínico.
     Eduardo la miro largamente luego sonrió.
    Dijo con orgullo.
- Está de vuelta mi Daniela.
   Tres semanas después fue bautizo de Pedrito los padrinos fueron Daniela y Eduardo fue la decisión de Inés y Pedro.
       Daniela había conseguido formar un policlínico con ayuda de fundos con material y los lugareños con mano de obra.
           Estas vacaciones a Daniela le habían cambiado su vida.
         
Esperanza Prado