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IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

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Parlamento

Tras el éxito obtenido en ediciones anteriores, con más de 45.000 lecturas a sus espaldas, cerca de 1000 obras recibidas y relatos procedentes de los 5 continentes, tenemos el placer de anunciar, un año mas, la IV edición del Concurso de Relatos Fórum Montefrío.

El Concurso de Relatos Forummontefrio pretende facilitar- simplificar el proceso de participación, logrando promover la producción artística atendiendo a los nuevos medios de escritura, muy influidos por el uso de las nuevas tecnologías.

Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. Proverbio Hindú.







Bases IV Concurso de Relatos Fórum Montefrío
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Relatos Forummontefrio

Como amante de la literatura es par mi un honor aceptar la tarea que se me ha encomendado al cargo de esta sección. El procedimiento de inserción de relatos continuará siendo similar al de ediciones anteriores, por lo que no notareis cambio alguno. Comenzamos esta nueva andadura con un relato procedente de San Marco in Lamis, Italia.



EL HOMBRE QUE REGALABA SUEÑOS

No, no podía quedarse allí sólamente observando. Su país se estaba muriendo. Lo pensaba desde hace unos meses don Elio, o  "Sólo-Elio", como le resaltaba a su gente, cada vez más apática, gris y apagada, él un sacerdote en blue-jeans que rechazaba el "don". "¡Sólo Él es el Don! Dejémosle a los jefes este ispanismo", respondía seco a las ancianas que con insistencia continuaban llamándolo don.
   Al comienzo su ubicación en la parroquia de San José había creado cierto desconcierto entre las cuatro ancianas aficionadas al rosario de las tardes en la pequeña iglesia,
Y don Elio, perdón Sólo-Elio, había sido enviado allí, en este "Rio Bo", por el obispo quien lo había recomendado:
-"Se necesita un poco de aire fresco en el pueblo que tú sabes... ¡Cuento contigo   
Había hecho su mayor esfuerzo para renovar el oratorio, volver a barnizar y colocar aceite al juego de futbolín y ping pong y algún desecho de billar romano.
Pero la cosa más desconcertante que asombraba a Sólo-Elio, era que hasta las parejas más jóvenes no tenían hijos. Parejas cincuentonas, cuarentonas e incluso trentonas vivían sin luz, sin proyectos, sin hijos, sin futuro, sin sueños.   
He aquí la palabra clave: sueño. En el pueblo no había más sueños, la gente había dejado de soñar

***
- Excelencia, debo pedirle un favor...
- Dígame don Elio, perdón Sólo-Elio, - aquí una risita gustosa del anciano prelado, que conocía del apodo de la gente- ¿Alguna cosa grave
-_Sí, Excelencia, en el pueblo el escándalo existe: no hay futuro, no hay esperanza. El pueblo no tiene más sueños. Yo quiero partir. Mándeme a Brasil.
-¿Brasil? ¡Entiendo! La misma crisis del séptimo año. Escucha Elio ¿quieres una año sabático, que sé yo, en Mediugorje?Pero ¡cómo te vino a la mente Brasil!¿y crees que allí encontrarás los sueños?
- Sí, Excelencia, estoy seguro, me he documentado. Verán que regresaré pronto e traeré estos sueños.
- Muy bien, mi querido Elio. Así sea. ¡Entonces parte y tráenos estos sueños y un poco de sol, ese sol que llevas con tu nombre!
***
Rio de Janeiro, rascacielos y favelas, y el Cristo con los brazos abiertos sobre la bahía  de Pan de Azúcar.
Elio desde hace unos días llegó con la Ryan-Air  y vaga por un bazar de callejuelas malolientes,  entre chillidos, gritos con blasfemias, caras sospechosas y niñas prostitutas. Pero en medio de aquel infierno dantesco, Elio observa algo bellísimo: los niños. ¡Cuántos niños! Elio lo sabe, no podrá salvarlos a todos, pero algo hará por esos pequeños inocentes a quiénes Él trató con divina ternura y les prometio el Reino. Ésta es la razón por la cual Elio llevó consigo en el morral un balón su armónica y monedas que siembra detrás de él, como Pollicino, fingiendo que no se da cuenta. Y poco a poco, con furtivos cuchicheos en portugués, dos, tres y luego decenas de niños llenos de suciedad lo siguen, recogiendo las monedas que deja caer. Depués como un flautista mágico, extrae del bolsillo su armónica y comienza a sonar una samba criolla. Sabe a donde llevarlos: el prado herboso destrás de la última barraca. Aquí se detiene la samba y ¡sorpresa! Sale del morral un balón y Elio lanza la primera patada.
-¡Viva, olé!... ¿jugamos? –explota la incontenible alegría de los niños y las ganas de coordinar de nuestro cura: "¡Epa, te digo a ti, el de cabellos rojos, serás el portero!
Y comienza el partido inesperado, Elio es el árbitro y anima a los ronaldinis, los jairzinis, y los pequeños falcaos, quienes corren, chocan entre sí, se deslizan por sus jeans entre regateos y brincos. Luego vuelve la calma y mientras los niños devoran la merienda Elio dice:
- Tú, pelirrojo, ¿cómo te llamas? ¿Y tú, camisa rota? ¿Y tú? ¿Y tú?
Una niña, líder audaz, habla por todos:
- A mí me han puesto por nombre "putica", y camisa rota, para nosotros es "pipí corto"
Carcajada general. Elio se lo esperaba-Yo soy "calabaza podrida"- se ríe burlonamente un tercero. -Y yo "hedor a chinche"- grita un cuarto.
-Basta. Lo entendí todo. Ahora, escúchen atentamente...
Elio se muestra serio, como en el momento de la homilia de la misa matutina. -De todas formas veamos: todos ustedes son hijos de una gran madre, la Calle, la calle de la vida, por lo tanto son todos hermanos y tienen el mismo apellido, que será ¡SUEÑO! Ustedes son el sueño de nuestra calle, el sueño de nuestra vida.
-¿ y los nombres? ¿qué nombres tendremos? - gritan en coro -
- Cada uno elegirá una manera de decir, o un color, qué se yo, tú pelirrojo serás SUEÑO de fuego, tú, Putica, serás SUEÑO de estrellas.
-¡Yo SUEÑO de paz!
-¡Yo SUEÑO de libertad!
-¡Yo SUEÑO de amor!
Sobre el prado el sol no quiere partir. El tiempo se ha parado en ese espacio y la esperanza se asomó entre las favelas en desesperación. Elio se conmueve y hace la gran promesa:
- Vendrán todos conmigo. Tendrán un hogar, una madre les dará el beso de las buenas noches. Un padre les tomará en los brazos y les alzará al cielo frotando sus mejillas con sus bigotes.. Tendrán el pan perfumado de cada día...
Los niños se quedan callados. No creen a sus propios oídos. Depués, la enorme explosíon de un SÍÍÍ LLÉVANOS CONTIGO coro a capela.
-Pero primero nos tenemos que preparar. Partiremos dentro de un año. Mientras tanto aprenderán un nuevo idioma, mi idioma, y les enseñaré quién fue Jesús.
***
Hay una agitación en San José. Voces disonantes se esparcen por el pueblo:
-¡Don Elio ha regresado de Brazil, -
- Se dice que nos ha traído una sorpresa!-
Corren las voces por Rio Bo, pero extrañamente se llena la pequeña iglesia. Todos  están curiosos por la sorpresa que había prometido Sólo-Elio, quien esta vez se había vestido de punta en blanco, con todo casulla y capa, precedido por una fila de monaguillos, algunos blancos y otros de color chocolate,  que cantan, cantan como ningún coro había cantado antes con tanta alegría en la pequeña iglesia de Rio Bo.
   Cantan el Kyrie, el Gloria y el Aleluya, y se llega al evangelio de Mateo: "Quién reciba a unos de estos pequeños, me recibe a mí... porque de los tales es el Reino de los cielos".
   Luego Sólo-Elio desde el ambón a sus querido fieles, con la sonrisa más luminosa desde su primera misa, se dirije a sus monaguillos de color:
- ¿Tú cómo te llamas? Y tú, y tú, y tú...
- Yo SUEÑO de fuego.
- Yo SUEÑO de estrellas.
- Yo SUEÑO de lana.
Luego, SUEÑO de rosa, SUEÑO de oro, SUEÑO de paz, SUEÑO de libertad, SUEÑO de esperanza...
La Iglesia es todo un estremecimiento de alegría a las respuestas de aquellos queridos niños.
Un aplauso y muchos ojos resplandecientes y Elio, con la túnica y los jeans por debajo, tratando de frenar algunas lágrimas y de finalmente abuchear la última lengua viperina:
_Aquí está la gran sorpresa, queridos fieles, he aquí el futuro, la vida, la esperanza, todo lo que faltaba en nuestro Rio Bo.
He regresado para regalaros los SUEÑOS...

HORSEFRIEND

Relatos Forummontefrio

#3

Y ¿Por qué no?


      El lugar: el de siempre, la barra del Bar Quimera atendido por su propietario, mi compadre Gabriel. La hora: la de costumbre, la que transcurre entre la partida del último cliente y el asomo del primer rayo de sol. Los comensales: los habituales, de izquierda a derecha de la barra, Nano, Pipo y yo... Ah, y esta vez una vieja salida de no sé dónde... «¿Quién es ella?», le pregunto a mi compadre, y mi compadre me contesta que ni idea... «Llegó al bar y como si fuera socia abonada de primera línea se sentó en el reservado de la barra, pidió una botella de aguardiente que se zampó mientras tarareaba sabrá dios qué canción antediluviana y luego, peneque hasta decir ya basta, cerró los ojos y se echó a roncar sin darme tiempo de cantarle la tabla y extenderle la cuenta». Estará dormida y achispada y todo lo que usted quiera pero lo que es este pecho mío no entrará en confidencias mientras la inoportuna se mantenga mancillando nuestra intimidad. Y el pecho de Pipo tampoco, y el de Nano menos todavía... ¡Qué posma!, una barra, al menos la nuestra, es para eso, para las confidencias, aunque, al cabo de tanto torearlas, capotearlas y sanjuanearas ya no lo sean, para nosotros, quiero decir, pero sí para el resto de la humanidad y la vieja en este caso representa el resto de la humanidad... «A que no», chilla ella o parece chillar. Y Gabo dice que chilló y si él lo dice hay que creerle, que no hay mejor conocedor del hombre que un propietario de un bar. «¿Aunque en este caso no sea hombre?». «¡Aunque no lo sea!»... Sea lo que sea la vieja metiche, sin dársele un rábano nuestro derecho de pernada, de pataleo o de intimidad y curada de embriaguez como por ensalmo invade nuestro rancho... «Por mí no callen que conozco de pe a pa todo el abecedario de sus cancamurrias. Los cien mil patacones que le hacen falta a Pipo para echar a andar su proyecto de producción y venta de porno-pasteles, el valor que le hace falta a Nano para mandarse a poner las tetas que tanto anhela, y los cojones que le hacen falta a Mario para destapar la olla podrida que sazonan con tanto afán sus jefes del ministerio»... Olla podrida y gato encerrado, claro que los hay. Del lado de la vieja... «¿De dónde habrá salido? y ¿cómo diablos se habrá enterado de nuestros desaguisados?». «Yo qué voy a saber, esto nada tiene que ver con el arte de conocer el alma de los hombres». Dicho sea de paso, sea lo que sea la vieja sigue campaneando... «Toma, Pipo, los cien mil patacones». Y acto seguido, pone sobre la barra un montón de doblones relucientes. «Denuncia, Mario, que callando te apagarás. En cambio hablando, algún día serás magistrado la Corte Suprema». «Ponte las tetas, Nano, que un par de tetas tiran más que un par de carretas, no le hace que sean de silicona»... «¿Por qué mis cofrades habrían de hacerle caso a una vieja desconocida?», replica mi compadre y la vieja responde... «¿Por qué no?, el que no arriesga un huevo no saca un pollo»... Como el primer rayo de sol asoma por la ventana lo cual significa que es momento de clausurar coloquio y confidencias hasta el fin de semana que viene, Pipo, con los doblones a buen recaudo en su zurrón hace eco del cacareo de la vieja y remacha... «Eso, ¿por qué no?... Si te echan del ministerio te vienes a trabajar conmigo a la panadería... Acaso las tetas de silicona pesen y escuezan menos que esas tetas que ahora tienes pero que no se ven». «Así se habla, señor don pastelero», celebra alborozada la vieja y Gabo también celebra y ya no hay caso, sea lo que sea la inoportuna, emisaria de arriba o mandadera de abajo, ya es socia abonada de primera línea de la barra, una quimera más del Bar Quimera, la cuarta del combo si se cuenta de izquierda a derecha de la barra... En saliendo del bar, la vieja se despide con besos y promesas de nos veremos las caras el sábado entrante, pega carrera hacia la avenida central y se cuela de rondón por un hueco de alcantarilla... «Rara morada para una emisaria de arriba», afirmo yo con saña, «más parece que fuera criada del barbián de allá abajo». «¿Por qué no pensar que es un ángel?», gruñe Pipo, «un ángel algo escachalandrado y estrafalario, pero sincero, afable y bonachón». Y Nano avala sonriendo... «Eso, ¿por qué no?»... Al cabo, pensando como magistrado de la Corte Suprema, a falta de pruebas contundentes en su contra, me uno al veredicto del jurado y repito con solemnidad... «Eso, ¿por qué no?».

Macadú

Relatos Forummontefrio

#4

Hasta ahora


Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer muerta. Mientras el desprecio se diluye en su boca, sostiene en su mano el arma recién disparada. Desde el cuello un hilo de sangre ancho y caliente corre, se escurre morosamente entre los pechos. El hilo baja y sobre el sexo se acumula en una ciénaga, donde el vello se tiñe de rojo. Ella sigue sentada en la cama, con la mirada espesada por el asombro.

Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer durante mucho tiempo, mucho tiempo después de que la sangre ha dejado de fluir, mucho tiempo después de que la mano pálida se deslizara, casi tiesa, desde la pierna hasta la sábana. Piensa en cómo, a pesar de que él se ha manchado los dedos, ella sólo está surcada por ese hilo. Un hilo que la parte en dos, que marca un territorio doble a compartir. Un hilo que marca una frontera, una división desde el cuello hasta el sexo. Sólo la cabeza está exenta de esa división, sigue siendo una.
 
Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer y busca en esa imagen la explicación a su furia. Imagina que toda la vida de esa mujer, todo lo que en esa mujer era vida, está entre sus piernas, donde su sexo se ahoga con la sangre de la vida que a ella se le escapa. Y a medida que comprende en qué ha terminado su furia, se va deslizando por la pared, hasta caer.

Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer sentado en el suelo, sin soltar el arma que acaba de estrenar. Recoge las piernas y apoya sobre las rodillas la cabeza, al mover las piernas cae del bolsillo del pantalón, una bala. La escucha rodar por el piso, levanta la cabeza y ve cómo se detiene junto a un zapato. Un zapato izquierdo, cuyo compañero está en el pié derecho de un hombre que agoniza en el patio. Un zapato marrón, que bien podría ser suyo, pero que no lo es.

Juan Lisandro de la Serna mira a la mujer y nota que desde el patio ya no llegan gritos. Que un silencio pastoso inunda la casa, un silencio que sólo puede ser el anuncio del fin de todos los silencios. Con la punta del arma hace rodar la bala que se había detenido junto al zapato marrón, estira la mano y la toma. La mira con detenimiento. Compró tres. Sólo ha usado dos. Hasta ahora.


Felipa Rolón

Relatos FM


Balmaceda


   Siempre me fijo dónde pasan las cosas. Y siempre me llamaron la atención las historias truculentas, sobre todo las que pasan cerca de uno. Vivíamos en Arregui, a la altura del 1300. Luego me fui de allí por qué me casé. Mis viejos siguen viviendo en esa gran casa.
   Pero no creo que ellos se acuerden, y menos que, como yo, recuerden el apellido.
   Es una risa, porque antes de Balmaceda, vivió allí un tano, de esos tanos. La puerta que se abría en la vereda contigua a la de casa dejaba ver al pasar  pequeños departamentos, de esos a los que llaman "P.H.". Pero el que era chiquito por demás, era ese.
Por demás.
   Allí vivían el tano, la tana y sus tres tanitos. Como entraban todos no lo sé. Pero lo cierto es que el tano, mediante el pago del alquiler –dicen en el barrio que extremadamente barato-  pudo ahorrar para comprarse una casa, y justo cruzando la vereda.  Lo gracioso fue que mientras ocuparon el departamentito, el tano, con mucha maña, lo había puesto lindo, y que del mismo modo lo dejó sin nada. Se llevó hasta el juego de los picaportes.
   En ese entonces entró Balmaceda.
   Balmaceda, su señora esposa, y una hija.  Es llamativo como tienen la cara los dementes. Y a mí, no me gustaban.
   Lo primero que hizo, fue poner una puerta en medio del pasillo al que daban todos los departamentos. Agarró y corrió todas las plantas y sus respectivas macetas... afuera de la puerta. Y cerró la puerta con llave.
   A mí no me importaba mucho porque yo vivía en la casa de al lado. Pero eso no se hace. Puso la puerta y declaró la guerra a todos los vecinos. Transformó el pasillo donde podían jugar todos los chicos –incluso yo- en una trinchera.
   Don Pedro, honorable vecino del departamento 2 y padre de mi amiga, le fue a explicar que eso no se hacía.
A los dos minutos se estaban reventando a trompis. Don Pedro venia ganando, pero le empezaron a trompear dos tipos de adentro. Entonces se armó una batalla campal, con mi viejo inclusive. Pegando a diestra y siniestra, sin mucha técnica pero con unas ganas que daban miedo. Las viejas es decir, mi mamá, la señora de don Pedro y alguna que otra vecina, gritando, los vecinos se pegaron a la puerta a ver la pelea. Una vieja Doña Coca, con ánimo de terminar la trifulca lanzó un balde vacío, con tan mala puntería que le pegó a mi viejo. Papá se descuidó y ahí nomás le pegaron un puñetazo infernal.
.-¡Alto! ¡Alto! –gritó un cana que pasaba de casualidad- al ver que no paraban pidió un teléfono y llamo refuerzos. Conclusión. Todos los peleantes en cafúa. Mi viejo incluido, con la camiseta rota y una expresión.... Que yo también lo hubiera llevado.
Era un caso Balmaceda. Nadie sabía bien donde laburaba ni a qué se dedicaba exactamente. Un día nuestra gata "Brunilda" se pasó al techo de Balmaceda. Como venía haciendo todos los días. De repente, un tiro, como de un rifle de aire comprimido, la quemó.
Nosotros no vimos nada, pero de algo estábamos seguros... había sido Balmaceda
En fin. A Balmaceda, por lo poco que lo veíamos, lo teníamos que aguantar. Qué tipo raro, y que raras que eran su mujer y su hija. La chica de veía en verano con 36 grados con un saco tejido bien cerradito.
No saludaban a nadie, no hablaban con nadie. No existían.
    Recuerdo que una tarde, Balmaceda, tras varios años de vivir, silenciosamente, sigilosamente, las pelotas de todos... murió.
    Desde el día de su muerte, la vida en la casa del fondo del pasillo pareció cambiar. Es una cosa que nadie podría suponer, o tratar de explicar.
No podía relatar qué. Pero algo... estaba pasando. Les estaba pasando a su esposa, y a su hija. De su tradicional encierro se vieron obligadas a salir y comenzaron a pedir las sobras. Mendigaban, y lo peor de todo es que nunca daban las gracias. La gente, igualmente, les daba.
Luego de mendigar, se metían a la pieza y sin abrir las ventanas pasaban la tarde y las noches. A veces se escuchaban discusiones, algunas, diría, llegaban a peleas, con ruidos de vasos rotos.
Otras veces se oían llantos. Se escuchaban a las dos llorar. Se escuchaba decir "Balmaceda" varias veces, como llegando a algo. Incluso hay quienes juran, que alguien más estaba ahí.
Y más de una vez escuchamos... nada.
Y el escuchar de la nada era el más terrible para todos. Dos mujeres solas llorando y diciendo nada.... Nada.
Un día se levantaron ambas y empezaron a tapar todo. Casi nada quedó abierto. Taparon con cemento todas las salidas de aire.
Desde ese día, un frio de muerte ronda por la noche. Nadie vio por qué. Nadie razonó. Ni un habitante de Arregui miró. A nadie le importó.
Una semana después, la policía vino y comprobó lo peor. La señora de Balmaceda y su hija estaban muertas. Nadie sabe por qué, ni le importa.
Pero Balmaceda, su señora y su hija, imprevistamente se habían ido, y a nadie le importaron.

Es así no más....

Uteacher

Relatos FM


Salud y medio ambiente


Era profesor de una escuela primaria situada en una gran ciudad de un país centroamericano situada cerca del mar que contaba con un aproximado de cuatrocientos alumnos que recibían clases en nuestro centro educacional, debido al poco cuidado que se había tenido por muchos de nuestros vecinos que arrojaban desperdicios al mar y de las autoridades que no cuidaban que esto no sucediera, a menudo se ausentaban de nuestras aulas varios alumnos que se encontraban enfermos en sus casas por haber consumido productos del mar en mal estado, otros por haber recibido malos tratos de sus padres o cuidadores y muchos por haber adquirido enfermedades producto de los mosquitos por no ser fumigadas las áreas aledañas a sus casas.
Pensando en que nos encontrábamos en el mes de Enero y que el siete de Abril se celebraba un aniversario más del día mundial de la salud que fue constituida en 1948, me decidí a organizar una campaña en la ciudad para defender el medio ambiente y a nuestros hijos, sembrando árboles en nuestra ciudad, limpiando las costas, fumigando y protegiendo a los niños del maltrato que recibían de algunos de sus mayores, pero me puse a pensar:
¿Cómo lograr esto?
Con este objetivo en mente decidí visitar al alcalde de la ciudad, con el objetivo de pedirle su cooperación para enviar una carta que ya había confeccionado a todos los centros de trabajo que contaran con más de tres empleados y a que fuera publicada por la prensa radial, escrita y televisiva que decía así:
-A quien desee ayudar a que podamos disfrutar de una vida mejor todos los que vivimos en esta ciudad y brindar mayor protección hacia nuestros hijos y familiares.-                 
-Por medio de la presente me dirijo a ustedes dueños de negocios, representantes de un centro de trabajo y personas que vivan en esta ciudad, para hacerles una pregunta.- ¿Es humano permitir que nuestro medio ambiente cada día se enrarezca más por la falta de árboles en nuestra ciudad, por permitir que los peces y toda la fauna marina se envenenen cada día más,  por no limpiar nuestras costas, que nuestros niños sean maltratados posiblemente por uno de los que los deben protegerlos y no quejarse de que no sean fumigados nuestros vecindarios, no haciendo nada para resolverlo, si la respuesta es no, coopere con nosotros motivando a sus empleados y todos los habitantes de la ciudad para que acudan todos los primeros domingos de mes empezando en Febrero a sembrar árboles, fumigar, recoger todos los desperdicios de nuestras costas y por medio de charlas a todos, lograr que estos den mejor trato a los niños que trajeron al mundo, las salidas para efectuar estos trabajos se efectuaran desde el ayuntamiento de nuestra ciudad a las ocho de la mañana los días señalados anteriormente, se debe pedir que todos los padres motiven a sus hijos para que los acompañen en esta cruzada a favor de que disfrutemos de una vida mejor y que ellos cooperen si tienen un vehículo en trasladar al que no lo posea hasta los lugares donde vayamos a hacer esos trabajos.-     
Esta carta que había confeccionado aconsejaría que fuera firmada antes de ser leída por el alcalde, el  médico jefe de salud de la ciudad y uno de los sacerdotes de una de nuestras iglesias.
Al llegar a la alcaldía de la ciudad con el objetivo de motivar a la principal autoridad de la población y pedir una entrevista con el alcalde, me hicieron pasar a su oficina diciéndome este que me conocía desde que era un niño:         
-Bienvenido a mi oficina profesor, hacía bastante que no tenía la dicha de verle y hablar con usted.- ¿Dígame en que puedo servirlo?
-He venido con la idea de pedirle a usted que coopere en una idea que he tenido, mandando esta carta a todos los centros de trabajo de nuestra ciudad para poder lograr que todos ayuden en mejorar la situación de insalubridad que estamos atravesando, firmada por usted, un sacerdote y el jefe de salud pública de nuestra ciudad.- Le dije entregándole a continuación la carta que había elaborado.
Después de leerla atentamente, afirmó:
-Me parece una idea estupenda y que se puede llevar a cabo con la cooperación de todos los habitantes de la ciudad, pero le falta algo que considero muy importante que debe tener esa carta.-
¿Qué cree usted que le falte?
-La firma suya como el principal impulsor de esta tarea que usted desea lograr que se cumpla, es muy importante que la persona que haya tomado esta iniciativa aparezca también con su firma para que sea conocida su forma de pensar y quien ha sido el promotor de esta idea.-
Ya de acuerdo con la máxima autoridad en que todo se iba a empezar a hacer por la alcaldía de la ciudad, me dedique a nombrar una comisión de voluntarios para que ayudaran a organizar los trabajos que se iban a hacer, contando a los pocos días con treinta personas que se prestaron a ayudar en esta tarea todos los meses.
El primer Domingo del mes de Febrero me asombré al llegar a la alcaldía al ver la cantidad de personas y vehículos que se encontraban listas para partir a efectuar los                                                 
trabajos que se les señalaran, al encontrarme con el alcalde que venía vestido con ropas de trabajo para acompañarnos, me comentó:
-Su idea ha triunfado hay cientos de personas dispuestas a ayudarnos en esta tarea, he conseguido diez mil posturas de árboles para sembrar y diez mil bolsas para recoger todos los desperdicios que encontremos en nuestras costas, el mes que viene volveremos a hacer lo mismo que hemos hecho esta primera vez y no pararemos hasta ver cumplidas las metas que usted ha ayudado a que nos tracemos.
Al siguiente día de este trabajo que fue un triunfo para nuestra ciudad no reunimos el alcalde, el sacerdote, el jefe de salud pública y yo, en el ayuntamiento de la ciudad para hablar de las fumigaciones que se debían hacer, tomando yo el uso de la palabra, que pregunté al encargado de la salud en nuestra ciudad:
¿Cuál es el motivo de que no se fumiguen las viviendas y sus áreas aledañas en nuestra ciudad contra los mosquitos?
-No tenemos presupuesto para hacerlo aunque tenemos el producto almacenado listo para ser usado.- Fue la respuesta que recibí del jefe de salud pública.
¿No cree usted que haciéndolo en la forma que hemos hecho la movilización que efectuamos ayer podamos resolverlo?
Eso ha sido porque usted tomó la iniciativa profesor y logro movilizar a todo el pueblo en esa tarea, si lo hiciera con la fumigación sería un triunfo también y podríamos fumigar todas las casas y sus patios cada vez que lo necesitemos.-
-Muy bien.- Intervino el alcalde -El mes que viene nos vamos a dedicar una mitad a seguir manteniendo nuestras costas limpias y a sembrar árboles y la otra mitad a la limpieza a las áreas aledañas a nuestras viviendas y a la fumigación.-
Al finalizar el año habían disminuido las ausencias a clases de nuestros alumnos, nuestras costas se encontraban limpias y los árboles que habíamos sembrado crecían y daban sombra poblando nuevamente nuestra ciudad de lo que tanto necesitábamos, al comprobar que había sido un triunfo la tarea que estábamos realizando todos los pobladores de la ciudad todos los meses, llegué a una conclusión:
-Si vemos que suceden las cosas que dañen el medio ambiente y la salud de los demás y no tomamos iniciativas para que no sucedan, estamos cooperando para que todo siga igual destruyendo nuestras vidas y la de nuestros seres queridos, la solución es aconsejar a los demás para que todos pongan su granito de arena y cooperar nosotros en todo lo que podamos para servir nosotros como ejemplo a los que nos vean, no como consejeros sino como actores de este gran teatro que es la vida.- 

El Intelectual

Relatos FM


Poker de señoras


Cuando me levanto de la siesta es el mejor momento para comenzar, por eso corro al cuarto de al lado, que uso de taller, prendo el equipo de música, y comienzo.
Hoy se hizo tarde, ya son como las cinco de la tarde, no me queda mucho tiempo de luz natural para poder pintar, pero me gusta tanto mi idea, que igual comienzo.
Prendo el equipo, dudo por un instante qué música poner, pero sin duda lo mejor es poner algo de U2, será por la voz gruesa de Bono o lo que sea, pero estoy seguro que me va a  ayudar a que me salga algo muy bueno.
Con PRIDE, respiro hondo, tomo la tablilla de plástico blanco que uso para apoyar las pinturas, pongo un poco de cada pomo sobre ella y con un pincel de pelos rubios, empiezo a mezclar los colores de tal manera que comience a aparecer alguna figura.
La música me envuelve y me muevo a su medida, cuando grita yo grito tirando apurados colores sobre la tela, pero si ella me susurra yo tambien lo hago tratando de dar trazos cortos y seguros, es cuando por lo general aprovecho para corregir y dar unos pasos para atrás para poder observar si se está reflejando lo que me imaginación me ordena.
El disco sigue tocando, gira y giro con él, el sol tambien va disminuyendo, como la luz que entra por la ventana; acalorado la abro lo más que se puede, corro, salto, tiro pinturas en la superficie lisa, que de a poco lo va dejando de ser.
Con los dedos voy formando figuras también, ellos me ayudan a dar volumen a los objetos que dibujo, así puedo rasgar rostros o esfuman superficies. Mis uñas se van tiñendo de colores, quedan opacas y rugosas.
La camisa ya manchada y mojada de transpiración que no siento latir, me molesta. Me la quito rápidamente. La dejo tirada a un costado de la ventana que prácticamente a oscuras deja pasar un poco de brisa refrescante.
No veo casi nada, pero a pesar de que mis ojos ya se acostumbraron a la penumbra de mi taller al atardecer, hacen que me sienta más excitado por mi pintura. Ahora debo pintar prácticamente a ciegas.
Me obligo a no prender la luz.
Adivino lo que está pasando en la tela.
Aparecen de pronto cuatro monjas que vestidas de diferentes colores juegan a las cartas, sentadas alrededor de una mesa negra de madera, en pesadas y altas sillas. Las cuatro están con un velo difuso sobre sus caras que no deja reconocerlas.
Me encanta esa idea.
Mi pantalón sin quererlo desaparece de mis piernas, molesto, vuela hasta  otro rincón de mi taller.
Corro a buscar el amarillo que se me manchó con rojo, ese naranja no significa nada para esas monjas, no lo puedo por lo tanto usar.
Cuando pretendo delinear la curva de la cintura de una de ellas, de la que está de espaldas, ella se mueve y no me lo permite, vuelve su cara hacia mí, me grita y me ordena que me detenga, que no la moleste.
SUNDAY BLOODY SUNDAY, suena por todos los rincones, circula como una manifestación furiosa que penetra en la pintura, las anima y las perpetúa.
Ellas, cuando su líder les ordena, dejar de apostar en las cartas para salir de la quietud de la mesa de juego y corren hacia mí.
Llegan a manosearme, a besarme, a darme cachetadas cuyo ruido se entrevera con el de la música, me patean, me tiran al piso.
Allí no grito, no veo qué pasa, pero me cubren con sus velos, me torturan.
Logro despegarme de ellas. Pretendo salir del cuarto pero no me lo permiten, una de ellas me toma del tobillo derecho, me lo sujeta con semejante fuerza y maldad, que mi dolor transforma su color en sangre.
Me empuja hasta el bastidor, me deja a sus pies, desnudo, exhausto y lastimado.
No las veo, creo que han desaparecido, que tal vez volvieron a la pintura, pero no lo creo, ellas siempre estarán allí.
Salgo del cuarto, me escapo y las encierro con llave, como hago casi siempre dejando que los discos terminen de circular sin que nadie los escuche.
Me baño, me curo las heridas, como algo parado en la cocina y salgo a dar un paseo por la rambla, pero cambio de opinión casi al llegar al mar.
Corro hasta casa, entro en el taller, dejo la puerta abierta, que deja entrar un poco de luz desde el pasillo, las busco, ellas están desnudas ahora, sentadas en el piso, esperándome.
No hay música.
Me toman entre las cuatro, me destrozan, me destripan, me catapultan y yo no las detengo, no les grito ni las obligo a dejarme tranquilo, yo soy su propiedad.
A la mañana siguiente, Lucía me despierta, ya esta acostumbrada a hacerlo, estoy con  frío, como siempre estoy desnudo y rendido, pero sobre el atril están las cuatro monjas vestidas de verde, con una mueca de placer,  que juegan al póker, sobre una mesa negra de madera, iluminadas por una pantalla de luz que en diagonal ilumina sus rostros velados.

Perschak

Relatos FM


Turista accidental
   

Levantó el cierre a las nueve en punto. Pantalón negro, camisa inmaculada, delantal blanco
anudado delante, pelo reluciente y uñas limpias. Antes había colocado mercancía, precios y limpiado las cámaras y los cristales, todo a punto.
Empezaron a entrar las primeras clientas, algunas cogían directamente de los estantes los productos que necesitaban, otras se colocaban delante del mostrador:
-   Niño, dame jamón de york, doscientos gramos, y córtamelo finito –él asentía con una leve inclinación de cabeza  cogiendo la pieza que le habían indicado– que la semana pasada me pusiste unas lonchas que parecían filetes. Ahora queso de Burgos.
Así iba transcurriendo la jornada. Despachaba, cobraba y atendía con inclinaciones de cabeza las observaciones de los clientes, mientras la esperaba.
Sabia que antes o después, en algún momento de la tarde, entraría en la tienda con su mochila al hombro, haría como que observaba los productos sin saber por cual decidirse mientras esperaba su turno, e invariablemente le pediría cien gramos de mortadela con aceitunas y en días alternos, una barra de pan. Y él, sin atreverse apenas a mirarla, le diría que son dos euros, después gracias y adiós, y así, hasta el día siguiente.
A las ocho en punto echaba el cierre, si hacia buen tiempo daba un corto paseo hasta el puerto con la chaqueta al hombro, se sentaba a ver salir los barcos al atardecer, mientras la brisa le acariciaba el rostro.
Una de esas tardes, cuando ya llevaba un rato sumido en sus pensamientos, la vio llegar con su mochila, sentarse en un banco próximo, sacar media barra de pan que abrió con una navajita y llenarla con la mortadela que le había comprado esa tarde. La observaba con tal intensidad que, de repente, ella se volvió en su dirección sin dejar de masticar y le vio.
El volvió la cara inmediatamente, y se mantuvo con la cabeza baja durante un rato, recuperándose de la impresión, de pronto escuchó una voz a su lado:
-¡Hola! Tu eres el de la tienda ¿verdad?
Levantó hacia ella sus ojos rasgados por primera vez, para encontrarse con dos lagos azules en los que se hundió sin remedio. Con un hilo de voz respondió:
-   Si, el de la tienda.
-   Me encanta como habláis los chinos el castellano – contestó ella por toda respuesta – suena como campanillas.
El no dijo nada, retiró su mirada y siguió contemplando los barcos.
- ¿ Te importa que me siente? No me gusta cenar sola, aunque normalmente no me queda otro remedio.
-   Te gusta la mortadela – afirmó el sin saber muy bien que decirle.
Ella ya se había sentado a su lado y le ofreció el bocadillo, denegó con la cabeza.
-   No, gracias –le había quedado claro que esa era su cena de todas las noches y no pensaba escatimarle ni uno solo de sus cien gramos de mortadela, por otra parte, su estómago era en ese momento un nudo marinero y dudaba que fuese capaz de digerir alguna cosa.
-   Bueno no es que me encante, prefiero el jamón serrano claro, pero esto es lo mas barato – se encogió de hombros – en estos momentos es lo que me puedo permitir. Soy de un pueblo y  he venido a la costa a buscar trabajo, ahora llega la primavera y para las terrazas seguro que necesitan camareras pero con la crisis y el tiempo que no termina de asentarse no me está resultando tan fácil como pensaba, así que tengo que estirar los ahorros hasta que me salga algo.
  El no supo que decir, después de tantos días viéndose a diario y sin apenas dirigirse la palabra, se encontraba sentado allí con aquella chica preciosa contándole intimidades como si se conocieran de toda la vida, se sentía un poco confuso, no estaba acostumbrado a las confidencias de extraños, aunque no era una sensación desagradable la que experimentaba. Ella, sin darse cuenta de la tormenta de emociones que tenía sentada al lado, observaba admirada su pulcro aspecto.
-   ¿La tienda es tuya? – se sacudió las migas de los vaqueros y continuo su monólogo – es una tienda chula, tenéis un poco de todo pero tú cierras temprano, es raro en un chino que no tenga abierto todo el día.
El la miró, pero no encontró hostilidad en ella, al contrario, volvía a sonreír y parecía que todo el sol que quedaba del atardecer quería estar en su rostro para iluminarlo , se animó por fin a hablar.
-   Si, la tienda es mía, abro todo el día pero cierro temprano – tragó saliva y continuó – me gusta venir a pasear al puerto por las tardes, ver salir los barcos.
-   Bueno, si el negocio es tuyo puedes hacer lo que quieras – dijo encogiéndose de hombros y mordiendo el bocadillo– ¿ por qué vienes aquí cada día, tanto te gusta el mar?.
El meditó un momento antes de responder. Por primera vez, volvió su rostro hacia ella y le clavó sus dos rendijas negras.
-   Soy de un pueblo de pescadores. Salí de allí para buscar trabajo igual que tú – sonrió por primera vez - Todos los ahorros de mi familia se fueron en el billete de avión y pidieron dinero prestado para poder poner la tienda, tengo un primo aquí que me ayudó cuando llegué, vivo en su casa.
Hizo una pausa y se puso la chaqueta antes de continuar, estaba refrescando:
-   Llevo aquí tres años y se que nunca voy a volver, toda mi familia depende de lo que yo les mando. No me va mal – continuó encogiéndose de hombros con semblante triste – pero aunque pudiera volver ya nada seria lo mismo. Si volviera a mi tierra seria un extraño, un turista en mi propio país, no me acostumbraría a los horarios, ni a las comidas, ni a la forma de hablar, por eso intento adaptarme a esto, quiero que me acepten porque es aquí donde tengo que quedarme. Trabajo mucho y soy amable con los clientes, después vengo aquí a ver los barcos y el mar, a pensar en mi tierra y en mi familia y a imaginar  que he venido a hacer turismo y que pronto zarparé en uno de esos barcos para volver a China – enarcó una ceja y sonrió – ya se que dicen que los chinos no tenemos imaginación pero eso es porque no nos conocen bien, somos iguales a cualquiera, aunque no solemos contarle nuestra vida a los desconocidos.
      Ella le miraba, no supo que decir, entonces se levantó:
-   Tengo que irme – Dudó un instante y al final le tendió una mano abierta – me llamo Marta, encantada de conocerte.
-   Juan – respondió el estrechándosela.
Ella le miró en silencio y dando media vuelta empezó a caminar, de repente se volvió y gritó – ahora ya no somos desconocidos y si quieres mañana podemos seguir charlando, guárdame la mortadela ¿eh? .
Al día siguiente, cuando ella entró la tienda estaba llena, así que no pudieron hablar, pidió el pan y la mortadela, y se sorprendió al ver que él ya tenía la bolsa preparada, dos euros, gracias y adiós, como cada día.
Esa noche llego temprano al puerto, abrió la bolsa y corto el pan en dos mitades. Cuando sacó el paquete de mortadela y lo desenvolvió encontró en su lugar unas lonchas de jamón serrano atadas con una cinta roja, se echo a reír inclinando la cabeza hacia atrás, mientras él se acercaba por el paseo.

Silvian

Relatos FM


Los Hados


Luis Fernando Arlés se levanta temprano. Se ducha brevemente es decir con un poco de champú en el cabello y algo de gel en las partes pudendas. También en el cuello y en los sobacos. Una café bebido que dicen los cursi. Cómo ha de ser. Toma las llaves del coche y el maletín. Alcanza la escalera y el garaje. Luis Fernando Arlés enfila la Avenida de la Ilustración hasta  la Glorieta de las Reales Academias. Ah que nadie sabe que es eso. Sí. Es la llamada Plaza de los Arcos en la Vaguada. Una hermosa rotonda que los coches han de vadear siempre salvo los que circulan por el centro de la avenida. O sea una falsa rotonda. Es decir la emetreinta o Calle 30 según la bautizó Gallardón ahora Ministro de las Leyes. Pero Luis Fernando Arlés va a ser víctima de su cabezonería o egoísmo empresarial. Víctima propiciatoria o favorable a que le ocurra todo lo que le va a ocurrir. Su coche es un beemeuve blanco matrícula M-4317-SP. Pero le es fiel aunque le arruina en cada viaje. La vida. Unos políticos bajitos prometieron que al atacar con metralla de la mejor a Irak tendríamos la gasolina gratis. Pero fue mentira. Luis Fernando Arlés se ha enfrentado a los hados que también se conoce como destino o suerte o sino. La cosa fue así.
-Nos vamos a Guadalpín.
Eso es lo que dijo exactamente el día veintidós de Junio Pepita Corredor. Pepita Corredor es la mujer elegida por Luis Fernando Corredor para ser la mujer de su vida. Pero el joven se encabezonó.
-No puedo cariño.
Los hombres dicen cariño cuando quieren algo de sus elegidas o cuando quieren negar algo a sus elegidas. O sea. Es una expresión acomodaticia para hacer lo que les da la gana o lo que desean. No para hacer lo que desean las amadas o lo que impone las circunstancias.
-No me digas.
-Si te digo.
-No me lo puedo creer.
Diálogo de besugos. Es lo mismo que decía Pedro Ruíz hace años cuando criticaba que los hermanos de Alfonso Guerra se estuvieran haciendo ricos en Sevilla.
-No me lo puedo creer.
-Créetelo.
-Llevamos pensando en eso desde Semana Santa.
-Desde Semana Santa pero ahora no puede ser. Estoy ocupado hasta el dia 6 de agosto.
-No me lo puedo creer.
-Créetelo.
-Ya sabes el premio. Braguitas diminutas. Sexo en el porche. Champán como a ti te gusta. Donde a ti te gusta.
-Pues no puede ser ser. Y mira que lo deseo. Me refiero a las braguitas diminutas y al porche y el champán que baja por el canalillo en un momento dado.
La cosa es así. Guadalpín ha venido a vemos después del paso por allí de gente dispar. La gente dispar se compone de una folklórica con bigote y un exalcalde ladrón. Verdaderos impresentables. Sobre todo. También andaba por allí un inocente senador por Cantabria que no conoce Cantabria y era el tesorero de un partido importante. O sea un ladrón. Esposo de una esposa que tenía una cuenta con varios millones y que no sabía quien había puesto allí esos millones. Guadalpín había sido el paraíso del sexo fácil y sucio. Qué rico decían. Había sido la sede de la corrupción y del glamur más casposo. Propio de Sálvame y programas similares de la tedeté más repugnante. Grandes alianzas para el robo. Grandísimos amores de cheque y terciopelo. La fama comprada con el cotilleo. Pepita Corredor no quería ser menos como es lógico. Acude a su agencia de viajes y le ofrecen una estancia de quince días en tal paraíso. Tirados de precio. Guadalpín es nuestro destino estrella dice la gordita de Marsans. Y se le salen los ojos de las órbitas relamiéndose de gusto. Si ella pudiera ir con su cholito. El cholito es un inmigrante bien dotado que usa Varón Dandy los domingos y fiestas de guardar. Visa y negocio cerrado. Claro que sin previa consulta. Parecía que sí. Todo el mundo se va de vacaciones el uno de agosto aunque sea a casa de un primo segundo de Lastres. Mejor a Guadalpín por ejemplo. Y esos precios tirados...
-Pues no puede ser. Los balances tienen que estar en la mesa del Presidente el dia 6. Tenemos que ajustarnos a la Directiva Europea.
Mentira. Las directivas hablan de producción y de fomento del empleo no de balances y números. De empleo de verdad no de trabajo de humo como el ladrillo como se inventó un tal Aznar. Luis Fernando Arlés opta por los balances y deja correr el tema de las braguitas diminutas y el champán corriendo desde el canalillo hasta allí. O sea el lugar preferido por más de la mitad del género humano. Y todo ello después de una temprana cena con langosta y postre de chocolate confitado con delicias de coco y fresa de Panamá. Todo afrodisiaco. Y también afrodisica Pepita Corredor dejando que su hermosa lencería de La Perla vaya abandonando su cuerpo humano y la convierta en el de un ángel celeste prodigando más exquisito placer. Oh que pecado más completo. Pero hay que ser burro. Mira que elegir un balance. Y cambiar sin anestesia a una Pepita Corredor en su mejor momento por una Directiva Europea. Burro e inútil. Ignorante y tercermundista.
Pero Pepita no se resigna. La joven que un bombón de Hontanares no va a dejar correr lo de Guadalpín. El día dos de agosto a las siete y veinte toma el AVE en Atocha camino de Marbella. Toma todo lo que le echen con tal de llegar a Guadalpín. Lleva poca ropa puesta y menos en el maletín. Las braguitas diminutas si las lleva. Incluso varios ejemplares de tan delicada e infinitesimal prenda. Y el sujetador color carne con montículos descubiertos. Dando salida a la aréola. Lleva los ligueros negritos de película en eastmancolor y el carmín rojo sangre. No ha olvidado el frasquito de agua de azahar y el de lavanda de Selva Negra. El perfume que a Luis Fernando Arlés le embriaga nada más entrar en la habitación en que ella se encuentra. Lo necesario. Adiós Madrid que te quedas sin gente. Quedan los inútiles. Los de la Directiva Europea y algún otro iluso que cree que va a contribuir a que los países del euro salgan de la crisis. Pepita Corredor se adueña de Guadalpin. El inútil se queda con los balances.
Pero todo llega. Hasta Bush junior llegó a ser Presidente que ya es llegar. El siete es viernes. Luis Fernando Arlés ha dejado los balances en la mesa del mandamás y una nota. Felíz verano. Sin embargo algo nos dice que todo será inútil. El verano está en Guadalpín. Y el sujetador color carne. Y el tanga para antes de eso. Y las diminutas para el momento concreto.
-Ya voy cariño. Ya voy.
-Aquí estoy. Llevas cinco días de retraso.
En Chile a la uve la llaman be baja. A la be be alta no be de burro como decimos aquí. Beemeuve  adelante. No es beemeuve sino beemeuvedoble. La uve doble también es be baja. Luis Fernando Arlés llega a la rotonda frente al Imserso con un rayo de sol encima. Madrid tiene el mejor Imserso del mundo con guardias jurados que te hacen pasar por el arco detector de metales aunque sea un viejecito decrépito el que llega. Luis Fernando Arlés lleva la emoción en el cuerpo. Y cierto hormiguillo en el interior de la braguea. En ese momento bordea la rotonda. Enfila la M-30. Todos los caminos conducen a Roma o al Guadalpín. A la izquierda queda el Piramidón y a la derecha La Paz. Toca madera. De repente aparecen unos moteros. Sanglas de museo y Harleys Davidson históricas. Luis Fernando Arlés se obnubila. Los moteros dejan al M-4317-SP en medio y aceleran. El BMW acelera escoltado por los moteros un poco desharrapados. Deja la M-30 inadvertidamente y cuando quiere darse cuenta está en la A-2. Buenooo. En un flash recuerda el Guadalpín que ha visto en las revistas y en Telecinco cuando iba allí a cenar la esposa verdadera del exalcalde ladrón siendo todavía alcalde. Entonces la señora zeta ahora famosa y millonaria pimplaba de lo suyo. "Voy sin nada debajo" decía a los contertulios que andaban metiendo mano al jamón y a los langostinos y algo más suculento bajo la mesa. Sin nada debajo igual que Alma Mahler en sus mejores tiempos. Luego la señora zeta fue mostrando su pena y sus tetas gordas y lustrosas por las televisiones del mundo hispánico previo paso por las taquillas de Berlusconi. Guadalpín ya era el símbolo de la gente guapa y bien vestida.
Luis Fernando Arlés ha perdido de repente la memoria. Va directamente hacia Zaragoza y luego a Barcelona. Tal vez cruce la no frontera de una Europa en crisis y siga recorriendo Francia y un mundo a la deriva. Obnubilado por la ensoñación de las braguitas oscuras no sabe a dónde va. Mientras tanto alguien le espera al otro lado del sistema radial de carreteras. En Marbella. 
Pepita Corredor se ha dado un buen baño en agua de rosas. Espera tranquila con su mejor lencería a flor de piel. Hermosa como nunca lo estuvo. Seguirá esperando. Ardiente como la primera vez
Luis Fernando Arlés sigue su enloquecida carrera a cincuento cuarenta por hora ya camino de la Provenza. Nunca llegará ni siquiera a Córdoba lejana y sola como pronosticara García Lorca.
Son cosas que pasan. Cosas de los hados.

Guadalpín

Relatos FM


Veleta


Cuando yo era pequeño, pasábamos muchos días del verano en Valdeolivas. Allí jugábamos con dos chicos del pueblo que vivían en frente de la casa de mis abuelos. Con ellos aprendí a cazar pájaros con liga, a robar cerezas, lo que es un cólico por hartarme a ciruelas verdes subido a un árbol y otras mil virguerías inalcanzables para un niño en la ciudad.
Si buceo un poco en la ciénaga oscura de mis recuerdos, es posible que también aprendiera allí a disfrutar del miedo. Creo que todo cuanto vino después, el gusto por la noche, las visitas a los cementerios, los cuentos de terror y las películas pudo sembrarse cuando Jesús, Carlos, mis hermanas y yo fuimos a ver la casa encantada.

Estaba vacía. Se trataba de la antigua casona de una familia del lugar –no recuerdo el apellido- y un mediodía de verano, a la sombra del olmo gigante de la plaza, contemplábamos con los ojos entrecerrados su torre oscura, abuhardillada, en la que se abría una ventana negra como un cuervo. Nos miraba impávida, sin pestañear, al sol candente, justo en ese momento en que la luz deja de ser luz de por la mañana y, sin saber cómo, se convierte en por la tarde.
- En la casa hay un ánima – me explicaron.
Debatíamos por dónde entrar. La cuestión de si debíamos entrar o no estaba fuera de toda discusión. Una casa encantada. Alguien –algo- oscuro que pegaba gritos en las habitaciones vacías. Gemidos. Llantos. Nanay, ahí había que entrar como fuera.
Mirábamos ceñudos la torre. Piedras revocadas, tejas pardas coronadas por una veleta de hierro, negrarrojiza de años y de herrumbre. N, S, E, torcida hacia abajo vayausté a saber porqué O, y una vaga figura de mujer (¿una virgen? ¿una santa?) erguida señalando a algún punto indefinido del horizonte, entre S y E...
Yo no oía más que las chicharras aplastándonos de calor y un ruido ocasional de cacerolas no muy lejos.
- ¡En la ventana he visto una cara! –dijo de pronto mi hermana la pequeña - ¡que sí! ¡He visto una cara! – Mentira, que va; yo también; yo veo una cuerda que se está moviendo; no es un pañuelo; no, es una mano que se agita, que nos hace señas para que vayamos. Nos está llamando. -Todos hablamos a un tiempo, hipnotizados. El proyecto de entrar, a la vez descartado y más presente que nunca, se nos olvida mientras despacito el nudo frío que me agarra el estómago se va deshaciendo
(Es mediodía y los fantasmas no existen, eso lo sabe cualquiera).
Pero entonces pasó algo que nos envió a todos, blancos de miedo, corriendo a nuestras casas:
Bajo el sol cegador, en el calor denso en el que solo las chicharras y los niños se atrevían a moverse; sin que soplara una mota de aire, con un chirrido que llegó nítido hasta nosotros a treinta metros de distancia, la veleta giró despacio, implacable, y la bruja de metal nos señaló directamente con el dedo.

Mónica Silvestri

Relatos FM


Nacimiento


Dos palomas blancas aterrizaron en la azotea del número veintitrés. No importa la calle; las aves sabían dónde iba a dar a luz. Agarrada a los barrotes de la cama dejó sus fuerzas para que naciera el niño. Con su llanto las palomas retomaron el vuelo con movimientos sinfónicos. Allí estaba él, gordito, con ojos de bebé bueno. Su padre lo arropó entre sus brazos, lo llevó al balcón alzándolo al cielo y dio gracias por su pequeño.
A medida que iba creciendo, su tranquilidad sobresalía entre todas las cosas. Se pasaba las horas en el balcón jugando a la guerra con las pinzas de la ropa, montaba una sobre la otra formando un ejército de madera y con una pelotita las iba tirando hasta que los caballitos eran abatidos.
En su niñez cogió algunas enfermedades importantes qué tuvo que guardar cama durante mucho tiempo. En su convalecencia, dos figuras sentadas una a cada esquina de su lecho parecían inmóviles, inertes, pendientes de la evolución del niño, junto a sus padres los tebeos del capitán trueno, que alternaban uno y otro en lectura. Y salió de aquella difteria y de la hepatitis que lo tuvo tanto tiempo amarillento.
Cómo cualquier niño jugaba con sus amigos del patio a las canicas, a la pelota, a las carreras. Sus piernas arqueadas en un pantalón corto llamaba la atención, pero lo qué más lo hacía era cuando en esas noches de verano insoportables de calor se bajaba al fresquito con una silla plegable de playa y asustaba a sus amiguitos con historias espirituales.
-Dejadle sitio, porque Él va a venir para estar con nosotros-Se refería a Jesucristo- En un niño de diez años eso asustaba.
A la hora de la comida en su casa, se sentaban a almorzar sus padres, las tres hermanas y él, sin embargo el niño siempre ponía una silla más, para su invitado especial.
Todos pensaban que de mayor sería cura o misionero, monje o algo parecido, pero no fue así, esa espiritualidad se marchó con el tiempo y al final hizo unas oposiciones a funcionario del estado.
Sus tres hermanas se casaron y dejaron la casa paterna; él se quedó soltero y siguió viviendo en la casa que le vio nacer, sin independizarse, porque quiso cuidar, velar, asistir la vejez de sus padres, como un fiel misionero, como un cura su Iglesia, cómo un monje en su claustro y así lo hizo hasta sus muertes.
Dos palomas blancas revolotean la calle dónde él vive y antes de lanzarse al vuelo, se acercan al pretil de la ventana de su habitación.

Lane

Relatos FM


Poesía Erótica


Mientras mastica con apatía los últimos trocitos de su bistec, Rocío mira a su alrededor y se pregunta cómo es posible que aún esté viviendo con sus padres. Aunque le dan un poco de dinero, un par de palmaditas en la espalda y le aseguran que sus poemas eróticos son bonitos, ellos se ocupan de pagar la renta, la comida y la ropa. Rocío es, en cierto modo, un ser improductivo, es decir, una mujer que ha publicado dos poemarios en una editorial independiente y que a veces recibe un cheque de escaso poder adquisitivo. Lo peor de todo no es la escasez de billetes, ni que sus libros casi no se vendan, lo peor es que ella continúa dedicándose sólo a escribir poesía erótica. El trayecto de su identidad prueba que ha cambiado, pero la regularidad del cambio demuestra que es la misma. Y para ella la belleza, lo estético, lo realmente lindo, está en la juventud. Lo codiciado, lo sexualmente atractivo, es lo joven. Por eso es un consuelo (tonto, pero consuelo) que su cuerpo, una curvilínea silueta envuelta en blanda y a la vez muy firme carne, siga siendo punto focal de apetitos. Tantas veces (en el pesero,  en el Metro), ha encontrado al menos un par de hambrientos ojos, absortos en la contemplación admirativa de las maravillas que se adivinan bajo las telas que la cubren. El problema no es su estado físico sino el hecho de que Carlos, su hermano, se encuentre ya casado, con hijos y también con un trabajo estable. Soy un parásito, piensa Rocío mirando el reflejo de su rostro en la superficie de su plato vacío, lamentándose de que Carlos, un veinteañero, a esas alturas puede presumir de haberse cortado el cordón umbilical. Y ella, Rocío, a sus treinta años, sin pareja, habitando el cubil en que se fraguaron su infancia y adolescencia, ejecutando casi al pie de la letra la rutina impuesta por la inercia originada en un tiempo remoto y por la desconcertante imposibilidad de realizar alteraciones en su rutina. No puede afirmar que sea infeliz o que sienta demasiado arrepentida de lo poco que, según ella, ha hecho a lo largo de su biografía. Más bien se halla aburrida de que los días la sorprendan realizando siempre las mismas actividades, y extrañada de no haber cosechado ni una amistad en esa huerta de tres décadas. Y si bien cuando adolescente descubrió que el orgasmo era mejor entre tres que con un mero par y pasados los diecinueve se entregó enteramente a las delicias de la bisexualidad, la mayor parte de su juventud la ha consumido picándose el ojo sola.
Como probablemente ha hecho todo el mundo, Rocío observa a sus padres. Los dos han perdido la costumbre de conversar en la comida y degluten los alimentos sin saborearlos, con la vista fija en la pantalla de la televisión. Pero uno se tiene al otro —medita Rocío—. Al menos, sí tienen con quien ver la tele un sábado por la tarde. Rocío aprieta los labios como si la traspasara un súbito dolor, y se va a encerrar al baño, el único lugar de aquel minúsculo departamento donde puede tener un poco de intimidad.

Juan Aguas

Relatos FM


El Principio del Fin


El hombre, Juan, se encuentra sentado en su despacho, a su alrededor un montón de documentos y en un extremo de la mesa la pantalla del ordenador que indecente parpadea de una manera incansable. El hombre se siente desamparado y desorientado, no es capaz de mantener fija la mirada en el folio en blanco que se encuentra ante él y menos aún expresar en el mismo aquello que le han solicitado, lo que tiene que hacer.
   
         Ha pasado mala noche, ha escuchado todos los ruidos inimaginables, los que han sucedido, los que se ha imaginado y aquellos otros que no han ocurrido pero que él ha sentido y aquellos otros que no han ocurrido pero que él ha aceptado como propios, y ha vivido a su lado la respiración profunda de su mujer. Vamos, levántate ya- le ha dicho con un deje de desprecio cuando ha mirado el despertador, antes de que este desgranase su monótona melodía. Ya voy. –Le ha respondido ella, sabiendo que al hombre le pasa algo, aunque este no se lo haya comentado, y ella sepa que todos los problemas por duros que sean se resuelven enfrentándose a la realidad, cambiando la forma de ser y no escondiéndose de la verdad, tapando la angustia y el vacio existencial que le domina.
   
         Juan, el hombre abandona la cama cuando escucha a su mujer salir del baño. ¿Qué te sucede? Le pregunta esta antes de caminar hacia la cocina y escucha la misma respuesta en forma de gruñido del hombre, nada, déjame en paz, palabras que ya se sabe desde que se hizo patente el distanciamiento, pero con la esperanza que esta forma de ser del hombre sea un mal recuerdo, que el poso que queda después de una pesadilla se vaya por el desagüe y no vea en sus ojos lo que está sintiendo en los del hombre, el desánimo unido al desprecio, y sin embargo, se atreve a preguntar el porque de su actitud, a aconsejarle que abandone su postura, que supere esa debilidad mental, aceptando sin pudor su depresión, que reconozca el problema para de esa manera salga favorecido y fortalecido.
      
         Sabe la mujer que ser hombre no es sinónimo de ser mas inteligente ni mas fuerte y menos aún poderoso, que la igualdad de oportunidades en la vida llega a todos y siente pena por el hombre, por su marido, por su indefensión, por los sentimientos de angustia e impotencia que le invaden.
      -¿Está el café?...-escucha la mujer el grito que le llega en forma de exigencia y lo admite sabiendo que de su silencio depende la estabilidad familiar y aunque tiene que luchar para poder ocupar su papel en la sociedad, ella es solo parte de esa corriente feminista que ha recorrido un largo camino y que aún tiene que recorrer un buen trecho lleno de dificultades hasta poder encontrar el lugar que le corresponde.
   
         Juan, el hombre se encuentra mal, le duele la cabeza y a ello le achaca sus problemas de comunicación, el que tiene en casa y con sus compañeros, con el entorno, con el resto de hombres y de mujeres que trabajan y que pasan a su lado, que le es imposible a pesar de todo, aceptar los sentimientos de la gente, e incluso los suyos propios, no puede pensar con claridad, ni apoyarse en el estilo de vida que bueno o malo le ha acompañado siempre y que ahora encuentra carente de todo sentido a excepción de las palabras que le golpean, de su continua frustración y fracaso personal, carente de valores, de moralidad, de ideales, de ilusiones y deseos de triunfo.
   
         -Las tostadas están quemadas- le había gritado a su mujer. No te preocupes, te paso otras rebanadas de pan.- ¡Que mas da!...le había respondido de malos modos. Y ella había guardado silencio aunque puso el pan en el tostador, sabiendo que cuando se está en un medio desfavorable hay que huir de él y dedicar la energía a transformarlo y no a defenderse de un hecho que se sabe perdido de antemano.
          
         El hombre, Juan, aislado, guarda silencio con el temor a perder su imagen de macho viril, de duro y masculino y escuchando solo lo que quiere oir, sin saber que para ser hombre no hay que demostrar nada y que sus derechos, el de tostar el pan son los mismos que las obligaciones, que él puede hacer lo mismo que la mujer que en silencio se le acerca con la cafetera, que le salpica al depositar el café en su taza con el líquido caliente, que escucha el grito de enfado.- ¡Eres imbécil!, como si él fuera perfecto, sabiendo que durante siglos, la cultura ha legitimado el derecho que tiene de insultar a la compañera, él, solo el hombre porque de esa manera no pierde el poder, aunque en su fuero interno sepa que las decisiones, que la convivencia, que el estar al lado de una persona hace que la vida sea mas llevadera, que el deterioro de las relaciones afectivas pueden llegar al funesto camino de la violencia doméstica.

         La mujer siente deseos de hablarle, de decirle que evolucionamos, que no podemos quedarnos anclados en el pasado, que si el pantalón se ha manchado se cambia, que si se ha quemado el dolor dura solo unos instantes, que la angustia confunde y embota el cerebro y que hay que vivir que son dos días, pero no lo hace, soporta las lágrimas, soporta el dolor.
   
         Juan el hombre sentado en su despacho trata de centrarse en lo que hace, en el ordenador, en la pantalla, trata de asimilar lo que dicen los papeles, el expediente que tiene frente a él pero no puede, sabe que tiene mucho tiempo por delante, que dentro de poco se alejará del correo, que no tendrá folios en blanco frente a él y el monitor del ordenador no le guiñará indecentemente el parpadeo de la pantalla.
      
      Juan sabe que en unos instantes mas o menos lejanos tendrá que levantarse de la mesa, que será el blanco de todas las miradas y que nadie moverá un dedo para defenderle, sabe que será acusado y conoce sus derechos como conocía sus deberes, pero sabe el hombre, Juan, que el aburrimiento, que el hastío y el cansancio le han empujado y eso no son ni quiere que sean, razones para amortiguar su condena.

Mr. Fatiga

Relatos FM


Para un encuentro

Decídase. Una vez que lo haga, los acontecimientos seguirán su curso. Prepare el equipaje eligiendo minuciosamente los debidos elementos para el juego final, sin el cual el viaje no tendría sentido.  No deberá faltar ni la seda ni el encaje, ni el utensilio secreto, adquirido previamente en la farmacia más cercana.
Asegúrese de dormir durante el trayecto acunada por sus músicas sensuales favoritas, cargadas con anticipación en su Mp4, a fin de evitar que las horas de vigilia durante el trayecto den paso al arrepentimiento una vez más.
No está demás realizar la llamada anónima clave para cerciorarse de que la futura esposa aún no ha salido de vacaciones. No se olvide que otras veces ha viajado esperando encontrar al objeto de sus desvelos sin compañía y ha perdido el viaje.
Llegando a destino, descienda del bus sin vacilación y recorra las cuadras que la separan de aquella conocida morada veraniega, dándose el tiempo de disfrutar la brisa costera.
Una vez situada frente a la casa, observe el ventanal fijamente, e intente abstraerse de la belleza de la noche reflejada en los cristales, ya que esta vez el objetivo es asegurarse de que el susodicho se encuentre solo. Una vez constatado este imperativo de la operación, golpee la puerta como tantas otras veces, tratando de ahogar el desespero. Resista un poco más, aunque tiemble de sólo recordar el tono mate de su piel y la intensidad de su aroma.
Deje subir la temperatura corporal navegando en las imágenes que proyecta su mente. Deje fluir la humedad justa que aderezará el encuentro.
Cuando él abra la puerta, piérdase en el lago furibundo de sus ojos, apriétese contra su enorme pecho, goce la sorpresa de sus gestos y la urgencia de sus manos estrujándola. Entonces mientras la besa, jale de sus cabellos con la mano izquierda e introduzca la derecha en el bolsillo de la chaqueta donde guarda el utensilio secreto.
Cuidando no detener el baile de las lenguas ni el intercambio de saliva, sírvase del bisturí que aprieta en su mano derecha para efectuar sin vacilación ni tregua un corte profundo a lo largo de la garganta del susodicho.
Fiel a sus costumbres recientemente adquiridas, beba directo del chorro antes que se enfrié, procurando mancharse lo suficiente las ropas con sangre. Condimente a gusto con recuerdos de ausencias, eternas esperas, promesas rotas, abandonos continuos, solazándose sin culpa ni temor al ver desangrándose a su víctima. En tanto dura la agonía, destroce mobiliario e infrínjase duros golpes simulando una cruenta pelea, preparándose para alegar ante el jurado, que fue en defensa propia.
Luego de los últimos estertores, podrá por fin retozar a su antojo  disfrutando de la forma que estime conveniente de aquel cuerpo que tanto le fue negado.

Calia Andrade