Noticias:

Si continuas navegando aceptas nuestra Política de Cookies

Menú Principal

II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

Tema anterior - Siguiente tema

Eventos Vinculados

Parlamento

EL CUADERDO DE ASTROS
   

     Daniel ha ido aplazando, desde hace años, una decisión que sabe inevitable y un viaje que le lleva dando pereza durante media vida.  Sin embargo, hoy se ha levantado temprano, antes que la claridad de abril rompiera las sombras ambiguas de la noche, antes que los astros nocturnos abandonaran el cielo rendidos ante la pujanza del sol, incluso antes de que el sueño lo hubiese abandonado por completo, se ha levantado temprano y ha tomado la determinación de ponerse en carretera.  No está seguro de si ha sido un sueño, uno de esos  que se olvidan al despertar, o simplemente alguna fuerza extraña, quien lo empuja a tomar la decisión, pero no tiene dudas, sabe que hoy es el día, como si estuviese escrito en algún calendario imaginario y todo el tiempo no hubiese sido más que una espera para la llegada de esta fecha. 

     Toma una pequeña maleta, y se dispone hacia la estación de trenes,  con la precipitación imprudente de las situaciones no advertidas.     La estación amanece con el ritmo de los silbidos de los trenes que se aproximan o se alejan, se llena de la luz que limpia las horas cansadas de una noche en continuo movimiento.  Daniel compra un billete, comprueba que aún  le queda media hora para la salida de su tren y decide entrar en una cafetería para  sosegar un estómago al que Daniel había dejado olvidado con las prisas.

      La claridad de abril penetra hacia las calles de una ciudad que se prepara para despedirse del invierno áspero y crudo al que sólo  le quedan unos coletazos de cólera, de un invierno que se aleja a regañadientes, adueñándose aún de las madrugadas, de las atardecidas en las que se difumina el sol, de las amanecidas lentas...  La luz de abril avanza paulatinamente por las piedras de la ciudad, por sus sombras, por las laderas de los montes colindantes que parecen acercarse desde el horizonte con sus cumbres todavía recubiertas de nieve;  la luz de abril avanzaba por los sentidos de Daniel, por sus juicios, por sus reparos, por sus emociones, por todas las honduras que han quedado aletargadas durante los días grises del invierno.

     Daniel entra en la cafetería, coge un periódico, pero su cabeza está tan aturdida que no es capaz de concentrarse en ninguno de los titulares, sólo  la fecha parece acercarse a su entendimiento como si la tinta de la misma se tornara en un tono distinto, 10 de abril de 2010, y saltara hacia sus ojos.  Toma un sorbo de café,  su sabor áspero le obliga a reencontrarse con la realidad que le estaba robando la fecha del periódico y comprueba el reloj de manera instintiva.   Termina el café, suelta un periódico al que ha ojeado todas sus hojas, sin haber leído una sola línea, y se encamina hacia el andén indicado en su billete.

   En pocos minutos el tren se pone en marcha con un movimiento lento que va acelerando progresivamente hasta tomar un ritmo uniforme y acompasado que le hace retomar el sueño que dejó sin despabilar esta mañana;  cuando despierta comprueba que han pasado los kilómetros y las horas como si nunca hubiesen existido.
     Calcula que en pocos minutos se encontrará en su destino y comienza a fabricar un croquis mental de las calles y plazuelas con el fin de no perderse en un pueblo que recorrió por todas sus callejas, por todos sus campos, por todos sus montes, por todos sus rincones y todas sus estancias, pero del que apenas recuerda más que la luz de sus calles y el olor lúgubre de una casa inmensa, con escaleras de trancos muy altos, habitaciones oscuras, y un pajar repleto de trastos amontonados.

     La próxima será su parada.  Una extraña ansiedad se apodera de su ánimo y le provoca un nerviosismo desconocido.     Baja del tren, se queda de pie ante los andenes y ve marchar, con la mirada vacía, el vagón que lo ha devuelto a su territorio.  Aprieta con  fuerza la mano derecha, que empuña la pequeña maleta, y bosteza ampliamente,  intentando hacer un lapsus en el tiempo antes de comenzar a retomar la vida que dejó apresuradamente otra mañana de hace tantos años. 

     Observa su alrededor y no consigue reconocer nada de lo que encuentran sus ojos; de pronto siente miedo, es posible que se haya bajado en una estación equivocada, es posible que aquel pueblo, que él recordaba perfectamente, no fuese más que una acuarela de tintes irreales que haya crecido en su retina y en realidad nunca hubiese existido.  El entorno que lo rodea es absolutamente desconocido, tan desconocido como todos los lugares que nunca se han visitado, tan desconocido como todos los lugares que nadie ha descrito para nosotros, tan desconocido  como todos los lugares ajenos a nuestra existencia.  Respira profundo para poder controlar su miedo  y se impregna de un aire que identifica enseguida, es el aire que proviene de esas montañas cercanas a las que reconoce sus picos, sus formas, su color manchado, su arrogancia exuberante, su sombra generosa y opulenta; ahora está seguro, no ha errado  el camino, no ha despistado la estación, ni ha imaginado lo que no existía, está seguro, se encuentra en el pueblo, su pueblo.     

     Se apresura en buscar un alojamiento para pasar la noche que pronto caerá desde las montañas cercanas.   Advierte un letrero de Hostal en un edificio alto, se dirige hacia él y toma una habitación en el último piso.   Acomoda el escaso contenido de su maleta en el armario de la habitación y  observa por la ventana que al día le queda luz suficiente para acudir al lugar que tanto temen sus recuerdos.  Está inquieto, decide salir a toda prisa de la pequeña estancia y encamina sus pasos hacia la cuesta de los almendros.     

     Desde lejos la divisa,  con las paredes desconchadas y la puerta cerrada, tal como se quedó hace años.  Es la casa de su infancia, la casa de la que lleva huyendo varias décadas, la casa que dejó cerrada con su olor de muerte y a la que no ha podido volver desde entonces.   No será necesario comprobar su estado, la venderá por lo que le ofrezcan,  después de tantos años no habrá nada que recoger de su interior, no habrá nada que no se haya impregnado con el olor repulsivo de la muerte.
     Mientras se acerca hasta la casa recuerda aquella última mañana, las prisas de su llegada, aún de madrugada, tras la llamada de la tía Ángeles.  Recuerda aquella llamada que le anunció entre sollozos que su madre se encontraba en los últimos momentos.  Fue demasiado tarde, las prisas no sirvieron para nada y cuando Daniel entró en la casa sólo pudo reconocer el olor denso y plúmbeo de la muerte; sólo pudo comprobar la penumbra que velaba el cuerpo amortajado de su madre y aquel olor macabro y viscoso que penetraba por todos los rincones de la vivienda.  Un olor del que Daniel aún no ha podido desprenderse, un olor que le acosa en los momentos más lúcidos de su vida cotidiana.  Por eso ha sido incapaz de volver al pueblo, de volver siquiera para deshacerse de aquella casa sombría cuya evocación le producía el más irracional de los miedos.   

     Llega junto a la ventana donde encuentra un tiesto de tierra que levanta, haciendo un esfuerzo mental para no encontrar nada debajo, pero  fracasa en el esfuerzo y  relaja su cabeza en el último instante.  No ha contenido la suficiente energía para hacerla desaparecer y descubre, sin remedio, que la llave continúa en el lugar de siempre;  inserta la llave en la cerradura,  dejando abierta la casa apenas con un movimiento de muñeca. 

     Despliega la puerta muy despacio, siente  cómo sus pies son más veloces que sus sentidos y se introducen sin titubeos dentro de la vivienda.    Comprueba el estado casi intacto de las habitaciones, sólo un poco de polvo acumulado recuerda que la casa ha estado cerrada durante mucho tiempo.  Comienza a respirar tras superar el primer impacto y distingue, con sorpresa, un olor agradable, tan lejano al olor que él suponía.  Reconoce el olor de siempre, el de entonces, el de todos los días anteriores a aquella trágica mañana, el olor de la vida, el olor de la infancia, el olor del hogar, el olor del refugio, el olor de las amanecidas lentas, el olor de la primavera, el olor de los otoños de castañas, el olor de los inviernos junto al fuego...  No existe ningún olor macabro, ni tan siquiera el olor desapacible del vacío, ni el olor rancio de la carcoma, ni el olor del abandono... 

     Nota como  la sangre, que hace pocos momentos se agolpaba en su pecho, a punto de estallarle, se transporta hacia sus talones, vaciando todos sus miedos en  el suelo, fuera de su cuerpo.  Sube las escaleras para internarse en la planta primera, el corazón le palpita con un ímpetu que parece irrefrenable, está tan impaciente que apenas contiene el pulso firme para poder abrir la puerta, ¡es su dormitorio!

     Todo se encuentra en su lugar, como si cada cosa esperara su regreso para volver a ser útil, allí están sus fotografías, sus cuadros, las medallas deportivas del colegio, sus libros amarillentos, la caja de objetos encontrados, los cromos y las chapas, la tinta negra,  los tiralíneas, y por supuesto, lo más importante, su telescopio apuntando hacia el cielo que le procura la pequeña ventana, ¿cómo ha sido capaz de olvidarlo? 

     El recuerdo de la muerte  borró de su cabeza todo lo que en otro tiempo fue importante, lo realmente importante, tal vez por eso se convirtió en una persona seria,  sin alicientes ni motivos, desterrado de sus lugares, desheredado de  los  elementos que habían formado su propia esencia.    Se acerca hasta el telescopio, lo toca como intentando cerciorarse de  que lo tiene de nuevo entre sus manos, lo manipula con sumo cuidado, como si fuera tan frágil como sus dedos temblorosos. 

     Sobre el estribo que forma el muro en el hueco de la ventana,  descubre un cuaderno de pastas azules, que dibuja  en su portada las palabras "CUADERNO DE ASTROS".    Lo abre inquieto,  un extraño sentido le hace avanzar hacia él e introducirse en el interior de unas páginas que contienen cientos de fórmulas, de anotaciones extrañas, de cálculos aritméticos, de cómputos con ecuaciones de múltiples incógnitas.  A medida que va pasando las hojas se le hacen más inaccesibles las anotaciones, más insólitas, más peregrinas, más complicadas...   

     Es extraño, pero aquel cuaderno tiene una luz distinta, cómo  si sus hojas no se hubiesen vuelto amarillentas con el paso de los años -como las del resto de los libros-, cómo si por ellas el tiempo tuviese un transcurrir diferente, más lento, más indolente, o tal vez lo contrario, cómo si el tiempo le pasara tan fugaz que los años no fuesen más que momentos.

    Intenta detenidamente descubrir el significado de aquellos dibujos pero esas hojas apenas contienen fórmulas que quepan en su entendimiento.  Pretende con todas sus fuerzas recuperar su memoria, recuperar sus conocimientos perdidos, recuperar su pericia.

    Se concentra en un nombre, "Cometa Asley" y de repente todo comienza a tomar sentido, los dibujos coinciden con las constelaciones estelares, con recorridos de meteoritos y planetas; las endiabladas ecuaciones sólo son cálculos de órbitas elípticas de diferentes astros, cálculos que él manejaba sin esfuerzo en sus años de adolescencia cuando  solamente quitaba los ojos del cielo para trazar en su cuaderno todo lo observado, todo lo contractado,  todo lo presumible...

     El nombre del cometa se repite en las últimas hojas, bajo cada expresión de álgebra, bajo cada dibujo, y al final del cuaderno, en la última hoja utilizada, una expresión que podría coincidir con una fecha, con un momento en el universo.   Con una letra más nerviosa que la que escribe el resto del cuaderno, -pero que también reconoce como suya-, con una letra agitada, como emergida de una revelación, y subrayada con fuerza, salta a su vista una fecha, 10 de abril de 2010.      Daniel se pone intranquilo por unos momentos, intenta descubrir qué significan esos números que coinciden con la fecha de hoy, con la fecha que ha comprobado esta mañana en el periódico.  Revisa las últimas páginas, ésas en las que se repite constantemente el nombre del cometa, comprueba incrédulo que se corresponden con los cálculos y conjeturas para predecir su paso por encima de las montañas del pueblo. 

     Ahora entiende la determinación de esta mañana, posiblemente estos números  habían quedado en algún rincón de su memoria.  ¿Cómo es posible que haya conservado esa fecha en la cabeza si había olvidado por completo la existencia del cuaderno?   Daniel se queda con la duda mientras intenta repasar en su cabeza algún dato más, algún dato que le muestre una respuesta, pero es inútil, son unas anotaciones, tan ajenas a él mismo, que no logra ninguna pista; supone que la memoria es un lugar inaccesible del que extrañamente se ha escapado una fecha, de forma casual.

    De pronto lo comprende todo, Daniel sonríe entre dientes, no ha sido su memoria aletargada, ¡tal vez ha sido Asley, el cometa,  quien le ha convocado al encuentro! ¡Tal vez ha sido Asley el que le obligó a salir corriendo esta mañana para demostrarle lo acertado que estaba en todos sus racionamientos! ¡Seguro que ha sido Asley, que quiere que le observe en su paso fugaz por encima de la ventana!

     Se sienta en la cama a esperar, comprueba en su reloj que aún son las nueve de la noche. Sabe que el cometa cruzará hoy el cielo,  que dibujará su órbita por debajo de las estrellas que comienzan a  flamear; Asley irrumpirá en la oscuridad de las alturas, y él estará presente, será el testigo que confirme todas las teorías de aquel joven que pasaba sus horas descubriendo el universo, será el testigo de que aquel joven aún existe en su propio interior  y que el miedo a la muerte no le ha robado más que unos años, unos años que en el firmamento sólo son segundos, instantes que apenas entrañan.

     Daniel está seguro de que el miedo a la muerte, ese miedo irracional que le obligó a olvidarse de todo lo que fue importante, no ha logrado imponer su voluntad, no ha logrado  anular a aquel joven, no ha logrado borrar la parte de su esencia más verdadera.  Admite que ningún temor debe ser eterno, ningún recelo puede desarmar el pasado, ninguna cobardía merece apoderarse de su médula. Así ha querido demostrárselo el cometa, haciéndole correr hasta su encuentro, haciéndole recuperar las horas transcurridas  entre los cálculos de aquel cuaderno que estudiaba el infinito.   

     Asley paseará su cola de meteoritos y rayos estelares por el trozo de cosmos que le ofrece su ventana, atravesará los cielos con  su aspecto endiosado,  y él estará en el lugar preciso, en el lugar de siempre,  para  comprobarlo desde la mirilla de su telescopio. 

Daniel
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

SER UN HOMBRE


Haendel después de desayunar salió a su juego, crecía afanado en su mundo de fantasías, pero como todo niño de doce años, a veces se salía del cuidado familiar para hacer aquellas travesuras que asustan. Su padre aquel mediodía telefoneó a la casa para saber de él, pero la abuela apenas pudo responderle. Haendel, no había venido a almorzar. Varias llamadas siguieron y nada, a media tarde regresó y preocupado salió a buscarlo. Recorrió todo el barrio, hasta que finalmente lo encontró medio perdido fuera de los límites con otros chicos más liberales. Bajo regaños lo llevó a casa y castigado lo mandó a la cama con tan sólo un libro.
- ¿Por qué me castigas? ¿Ya no soy un niño? - reclamó el chico.
- ¡Sí, todavía eres un niño! ¡Mí niño! Por lo tanto te riges por las reglas de la casa. Bien sabes que tienes que venir al mediodía, asearte, almorzar y descansar para poder volver a jugar en la tarde. Tu abuela está mayor y no puede correr detrás de ti todo el día. Si no eres capaz de cumplir con eso, pasarás las vacaciones encerrado en esta casa.
- ¡Ya soy un hombre! – gritó en voz baja.
- ¿Qué dijiste? ¿Qué ya eres un hombre? - enfadado discrepó el padre.
- ¡Sí! – replicó el pequeño.
- ¡Bien!  Hoy te probarás como hombre, y mejor no digas una palabra más...
La familia comió a la mesa como de costumbre pero sin muchos comentarios.
- Toma bastante agua y vístete de campo que vamos a salir – le dijo el padre.
Ambos se despidieron del resto y salieron en sus bicicletas hacía las afuera de la ciudad, pedalearon sin detenerse hasta el borde de un hermoso y apartado valle. La tarde cedía su cortina a una noche pobre de estrellas. Desmontaron sus bicicletas y el padre muy serio le habló.
- Como ya quieres ser un hombre, me lo debes probar como lo hacían los jóvenes tribus antiguas. Vez esa gran piedra, siéntate sobre ella, te ataré esta venda a tu rostro tapando tus  ojos y aquí pasarás toda la noche, sólo. No te podrás quitar la venda ni abandonar tu puesto, pase lo que pase. Solo te la quitarás al salir el sol, ahora me iré a casa, vendré por ti al amanecer. Buenas noches.
El chico, temeroso pero firme en su credo asumió su posición, mientras oía el silbido de su padre alejándose con las bicicletas. De pronto todo quedó en silencio, hasta que el canto de los insectos irrumpió la tranquilidad de la noche. Desde su pedestal, el chico se sobresaltaba apretando los ojos bajo la venda ante cada cambio de sonido. Por su mente volaban pensamientos fugaces de juegos y amigos, que le ayudaba a lidiar con la soledad. Una lechuza sobrevoló el lugar con su peculiar chillido e hizo temblar al pequeño. La frialdad de la tenue luna se descubría en el titiritar de sus dientes. Algunas horas pasaron sobre él, que entre miedos y sueño se tambaleaba en ocasiones. Un ruido raro, como de carrera por entre la maleza le hizo saltar en su letargo, empujándolo al suelo en busca de firmeza. Allí, quedó perplejo por unos segundos alineando los oídos con el movido entorno. Subió las manos a las vendas en más de una ocasión, pero las palabras de su padre retumbaban en su conciencia. Con valor volvió a acomodarse sobre la piedra, y otras horas pasaron. El viento aumentó despertando el olor a humedad de la tierra, detrás una fría lluvia comenzó a caer. La tormenta no se hizo esperar, y bajo las vendas los ojos bien abiertos descubrían los destellos de rayos,  las manos sobre los oídos intentaban amortiguar el espeluznante ambiente.
El temporal arreció y los relámpagos caían cada vez más cerca, para el chico todo aquello era insoportable y en un ataque de pánico bajo un resplandor tronante se quitó la venda, descubriendo que allí en el suelo sentado frente a él, estaba su padre.

Yuri
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA CITA


Como cada 2 de noviembre al atardecer, Clara acudió al cementerio. Tenía una cita y su corazón rebosaba de expectación por ello ¿Cuántos años llevaba haciéndolo? Cincuenta y cuatro, si la memoria no le fallaba; a pesar de ello, aún la embargaban las mismas sensaciones que la primera vez. Braulio, su fiel chofer, había insistido en acompañarla hasta su destino, pero ella se negó. No era cuestión de ir con carabina.
Recorrió fatigosamente los estrechos caminos franqueados por hileras de lápidas, deleitándose con la belleza y los aromas de los numerosos y aún frescos ramos de flores. Sus piernas ya no le respondían como debieran y se tenía que ayudar con un bastón. Pero, ¿qué esperaba? Con casi ochenta años era afortunada de poder caminar aún con sus propios pies; y lo seguiría haciendo mientras le quedase un aliento de vida aunque tuviera que arrastrarse para llegar al lugar señalado.
Inspiró profundamente llenándose de la paz, de la dulce quietud que siempre experimentaba en aquel lugar y en ese señalado día cuando, olvidado el bullicio de la festividad anterior en la que el sagrado recinto se veía asaltado por hordas de familiares y amigos, las almas que allí descansaban volvían a su plácido recogimiento tan desconsideradamente alterado.
Sus pasos se encaminaron de forma automática hacia un lugar determinado en el que  se hallaba el imponente panteón, cuya robusta puerta labrada con primorosos relieves estaba custodiada por dos estatuas de hermosos ángeles.
La empujó con expectación. ¿Habría acudido él a la cita ese año también? La respuesta se materializó ante sus ojos provocándole un suspiro de felicidad. Allí estaba, sentado sobre la lápida de piedra y sonriéndole con dulzura.
Clara se acercó rebosante de amor e intentó acariciarle el rostro, que aún mantenía el atractivo seductor de la juventud. 
—¡Has acudido este año también, Miguel! —exclamó, nuevamente maravillada por el milagro que ese hecho suponía.
—Nunca faltaré a nuestra cita. Te lo prometí, ¿recuerdas?
Clara asintió con lágrimas en los ojos. Recordaba la promesa que él le hizo en su lecho de muerte.
—Estoy cansada, Miguel. Quisiera reunirme contigo.
—Aún no, amor mío. Disfruta por mí de nuestros descendientes. Y no temas, te esperaré hasta que llegue el momento de reposar juntos para siempre.
Clara sonrió y se dejó envolver por aquellos añorados brazos que, aunque incorpóreos, conservaban el poder de acelerarle los latidos del corazón.
Y sí, volvería año tras año a su cita mientras le llegase la hora de reunirse con su amado esposo allí donde él estuviese.

Laura lago
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Como ha comentado el compañero Selín, 24 páginas después, tras cerca de 5000 visitas y cientos de relatos, damos por cerrado el plazo de recepción de trabajos (a falta de algún despiste todo está dicho). Hemos pasado de los 40 relatos de la primera edición a cerca de 400, el salto cualitativo y cuantitativo ha sido inmenos y ello nos llena de orgullo.

Comienza el periodo de deliberación del jurado, ¡mucha suerte a todos!.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

Queda añadido el relato de Milagros, que aunque habia sido añadido a la base de datos del concurso, se nos habia pasado subirlo a la web.

!!La cifra final de trabajos sobrepasa los 360!! ¡Gracias a todos y mucha suerte!


EL ÚLTIMO CLAC


El café se enfriaba. Los churros ya lo estaban. Y los nervios se perdieron mucho antes de que todo lo anterior sucediera.

Las once, y sin noticias de Álvaro.

El repiqueteo de una manicura francesa sobre la mesa se hacía incansable, con una misma melodía: Clac, clac, clac, clac, clac. Todas las uñas, de la menor a la mayor, redoblaban ruidosamente. 

Por fin alguien se disponía a catar las tostadas ya poco apetecibles. Por fin alguien se dignaba a probar un zumo, ahora caliente. Por fin se oía el golpeo descuidado de la cuchara contra la porcelana.
La abuela dormida otra vez, los niños molestando, el padre tirante, la madre desesperada.

Álvaro llegó cuando ya todos se habían cansado de esperarle, de nuevo, como la misma cantinela que  repite una y otra vez. 

Álvaro..., Álvaro ni se percataba de la situación.

Dejó el casco maltrecho sobre el sofá y alargó la mano cogiendo un arsenal de galletas reblandecidas. Al hacerlo, se fijó que las heridas de sus nudillos habían empezado a cicatrizar: ¡Cómo le había dejado la cara a ese idiota!. No pudo evitar que la media sonrisa le volviera a aparecer. Y se metió en la cama después de una larga noche en vela, bailando, ligando, viviendo... Después iría al médico, tenía que curarse un par de rasguños, o quizá algo más.


Clac, clac, clac, clac, clac, clac...

Matías había recuperado la máquina de escribir.

Clac, clac, clac, clac, clac, clac...

Adoraba el sonido de las teclas al asestar el papel; ese golpeo metálico, repetitivo y rítmico, que oyó a lo largo de toda su infancia, cuando su padre escribía cientos de páginas, una tras otra, sin descanso, plasmando cuentos, vivencias, amores, aventuras y deseos, que se le aparecían como por arte de magia. Su incontenible creatividad siempre le había asombrado.
La Remington no daba abasto, los folios volaban entre sus dedos, era casi imperceptible la breve pausa que se tomaba para buscar la tilde que acentuaba: Matías; porque cada uno de sus relatos iba dirigido a la misma persona, al niño de sus ojos, a su pequeño Matías.
Pero éste ya no era pequeño, ni tan siquiera un niño. Los cuarenta se le acercaban peligrosamente y él lo sabía. Por ese motivo, decidió desenfundar la desgastada máquina polvorienta, aquella misma Rem-ette que, sin letras en el teclado por el contacto continuo con las yemas, conservaba en el altillo de un armario. Y Matías sólo hacía que preguntarse por qué había desperdiciado tantos años de su vida con la medicina, si realmente su pasión era la literatura. Una literatura que le manaba por las venas.


El día no amaneció tal y como a Lucía le hubiera gustado.

Tenía una corazonada, un mal presentimiento. No podría haber asegurado cuál era el motivo, pero ella sentía que algo, sea lo que fuere, no marchaba como debía.

Sus pies desnudos rozaron el suelo, buscando unas zapatillas desaparecidas, que no llegó a encontrar.
Sus brazos delineados se estiraron, e incluso un bostezo débil salió de sus rosados labios. Sacudió la cabeza, desapelmazándose la melena enredada. Se frotó los ojos, y se puso en pie, decidida a empezar un fin de semana rutinario y monótono...

Se dirigió a la cocina, todavía descalza. Nadie se había levantado aún, incluso el sol parecía adormecido entre las nubes.

Puso el cazo a calentar, rebosando de leche. Metió pan en la tostadora. Preparó café. Extendió el mantel. Sacó unas tazas del armario, procurando evitar el agudo repiqueteo al chocar entre si, aunque sin mucho resultado.
-¿Qué haces despierta, Lucía? ¿Sabes qué hora es?
-Lo siento, papá. No podía dormir más. –Inspiró profundamente, ahogando así algunas palabras que quedarían para el fondo de su ser. –¿Y tú?
-Me voy a trabajar. Turno doble. Llegaré tarde. No me esperes para cenar, cariño.
 
Ignacio besó a su hija en la frente, pidiéndole disculpas con la mirada, que desde hacía mucho tiempo no era dulce, ni tierna, ni siquiera paternal. Cogió su tazón, se echó un par de cucharadas de azúcar y se dirigió a la ducha. Sin contemplaciones.

Se recostó en la barandilla del balcón, observando como se abrían las primeras persianas metálicas de los negocios del barrio: el quiosco, la panadería, el bar...y entre las bocinas y el ruido de la calle, estalló el sonido del teléfono.
¿Quién llamaba tan pronto? Nadie en su sano juicio, por supuesto.
-¿Dígame?
-¿Es usted la señorita Lucía Ortiz?
-Yo misma- Respondió intrigada y algo irritada.
-Verá, debo comunicarle que...
Lucía no podía creer lo que le estaban diciendo. Antes de que el doctor terminara, Lucía había colgado el teléfono.
Como alma que lleva el diablo, se vistió y dio un portazo.
Clac, clac, clac, clac, clac, clac...


Corriendo de camino al hospital, solamente oía sus propios tacones apuñalar los adoquines de la acera.



Clac. Clac. Clac. Clac. Clac. Clac. Clac. Clac.
Los segundos parecían no sucederse al ritmo correcto. Eran lentos, sedientos, aburridos.
Jorge estaba en la sala de espera del centro médico, con el labio sanguinolento y el ojo morado. Sentado en la silla de plástico, con los brazos cruzados sobre el pecho, veía pasar a unos y otros, doctores y enfermeras, pacientes y familiares, servicio de limpieza, cirujanos, especialistas, internos, asistentes, sanitarios...pero nadie que le cosiera la ceja y le permitiera irse a casa.
Y por fin llegó el halo de luz que le rebajó el intenso dolor.
Lucía, más bella que nunca, con las mejillas rosadas por culpa de la maratoniana carrera, aparecía sudorosa y con los nervios a flor de piel.
-¡Jorge, por Dios!, ¿Qué narices te ha pasado? –Exclamó preocupada, acariciándole el rostro.
-Nada.
-No me mientas, solamente te pido que no lo hagas. Los amigos estamos para apoyarnos, para contárnoslo todo.
Jorge bajó la mirada, incapaz de mantenerla a la misma altura que los ojos profundos de Lucía...Amigos...Era simplemente amistad para ella...
-Lucía, yo...
-¿Cuándo sucedió? ¿Dónde?, ¿Quién es el salvaje que te ha hecho esto?, ¿Le conoces, conoces al tipo?

Antes de que el joven pudiera contestar al  bombardeo de preguntas, una voz intervino desde atrás.
-Parece ser que anoche no me expliqué con suficiente claridad, ¿verdad Jorge? ¿Qué debo hacer la próxima vez? ¿Alguna sugerencia? –Prorrumpió Álvaro amenazador, sin importarle la presencia de su novia.
-Álvaro... ¿Qué haces aquí?¿Has sido tú?
-Se lo advertí, Lucía, se lo advertí. O el imbécil éste se aparta de ti, o lo aparto yo. Encima que le di la oportunidad de escoger...qué desconsiderado. Mira, mira qué tengo por tu culpa -Extendió el brazo, mostrándole la mano herida. –Seguramente me he roto el dedo. ¿Has visto lo que has conseguido?
-No me lo puedo creer, no me puedo creer que seas tú el verdugo. ¿Pero qué  te pasó por la cabeza? ¿Estás loco? Jorge es mi mejor amigo, y le quiero como tal.
-Sí, puede. Él también te quiere, te quiere demasiado. ¿Me equivoco?
-No. Todo lo que ha contado Álvaro es cierto. Hace mucho tiempo que quería sincerarme contigo, y lamento que lo hayas sabido de esta manera tan brusca, pero es cierto, es cierto. Lucía, te quiero.

Lucía se empezó a marear. Se sentía humillada y ofendida. Su mejor amigo y su novio estaban en el hospital por un altercado machista y violento.

Clac, clac, clac, clac, clac, clac, clac.
En ese momento, una camilla de acero rodaba sobre las baldosas a toda velocidad, sucumbiendo a las concavidades entre pieza y pieza, con un redoble repetitivamente metálico y ensordecedor. Guiada por Matías, una joven con parada cardiaca luchaba entre la vida y la muerte. Guapa y esbelta, perecía débil sobre la sábana, con la utopía de reanimar sus fuerzas y salir adelante.
Los tres se miraron, sin poder pronunciar sílaba, comprendiendo que la estúpida discusión   estaba ahora más que nunca fuera de lugar.
Todo a su alrededor pareció cesar. Sobre el frío silencio solamente se oía el latir íntimo y agitado de sus corazones:

Clac, clac. Clac, clac. Clac, clac.

Milagros
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

un amigo del chat

Cita de: Parlamento en Junio 29, 2010, 16:00:03 PM
DOS LÍNEAS PARALELAS SE TOCAN LEJOS


Las olas incesantes lo arrancaron de su inconsciencia. Entreabrió los ojos y descubrió que la noche envolvía sin clemencia a la costa, testigo furtivo de la tempestad silenciosa. Confundido y con gran esfuerzo, se puso en pie, sosteniéndose con dificultad sobre sus piernas que temblaban con arrítmica fuerza. Sentía la arena mojada asentada en su cara, y en la boca, el sabor amargo del agua salada. Quiso recordar, pero fue en vano: su pasado era borroso e inconciliable. Estaba desorientado y le fue difícil mantener el equilibrio al coordinar su cuerpo, pero se decidió a caminar por ese sendero de arena que se anunciaba incierto a orillas del mar. Era una noche sin cielo: las estrellas brillaban sin censura y la luna alumbraba con una intensidad imperturbable; a sus espaldas se proyectaba una sombra que copiaba con lealtad sus movimientos. Su desconcierto no le permitía advertir que su ropa húmeda le pesaba, ni que llevaba un puñal en la mano, y hurgaba vagamente en su memoria la sucesión de recuerdos que explicara su situación. Se sentía observado. A su derecha, bailaban imponentes las olas impecables de azul marino, que se elevaban hasta donde vuelan las aves, y descendían con furia y soberbia hacia la arena. A su izquierda, se encontraba la vegetación ignota, la selva verde, la flora expectante. Su ansiedad se intensificaba con los ruidos de la noche, provenientes del mar inquieto y del follaje clandestino. Gotas de sudor emanaban vacilantes de sus poros, su mirada nerviosa tropezaba con imágenes del pasado y de a ratos corría y se detenía para mirar atrás, pero sólo alcanzaba a ver la playa solitaria manchada de un camino de huellas y su sombra, enervante y simétrica a su posición. Se tranquilizaba pensando en que pronto amanecería y que entonces todo sería más claro, pero el tiempo transcurría, y la oscuridad se dejaba aglutinar por la luz de la luna que se arrellanaba en la noche eterna. Su cuerpo, efigie de la paranoia, resentía el cansancio que le implicaba desplazarse en esas condiciones, pero en su momento le pareció descabellado y absurdo descansar en medio de lo incierto; mejor hubiera sido renunciar.
Nunca divisó indicio alguno de civilización en donde pudiera pedir auxilio, y si siguió avanzando, fue por puro instinto, pues el hambre y el delirio comenzaron a carcomerle la conciencia. Y se sintió débil e indefenso cuando al voltear hacia atrás, su sombra, con puñal en mano, levantaba hipnotizador el brazo oscuro y lo blandía con elegancia, nefasto e impío, ante el grito de horror ahogado en la arena, mojado de espuma y sangre.

Jerónimo Cienfuegos

J.E.

Hola a todos. ¿Ha salido ya el fallo? Es que no lo encuentro por ningún lado y me gustaría saber cómo ha quedado el tema. Un saludo a todos y reafirmar mi admiración por la cantidad de cosas que se hacen en Montefrío.

Parlamento

Hola J.E. El falló aún no ha salido, esperamos tenerlo en nuestro poder esta misma semana, acto seguido será publicado en el hilo del certamen.

Un cordial saludo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

A finales de esta semana tendrá lugar el veredicto final del II certamen literario fórum montefrío. Agradecer desde aquí a los miembros del jurado su dedicación, hablamos de cerca de 400 relatos, a lo que hay que sumar las fechas en las que nos encontramos.. Por todo ello ¡GRACIAS!

:clapping: :clapping:
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

J.E.

Gracias por la respuesta, temí que hubiera salido el veredicto sin haberme enterado (he estado casi aislado un mes). Pues nada, a esperar. Un abrazo a todos vosotros. :dirol:

Cita de: Parlamento en Agosto 02, 2010, 14:34:22 PM
A finales de esta semana tendrá lugar el veredicto final del II certamen literario fórum montefrío. Agradecer desde aquí a los miembros del jurado su dedicación, hablamos de cerca de 400 relatos, a lo que hay que sumar las fechas en las que nos encontramos.. Por todo ello ¡GRACIAS!

:clapping: :clapping:

Selin

Hola J.E.,

Suerte con tu participación. Esta vez no competiremos, ya que no concurso.

Hasta luego,

Selin

J.E.

Gracias, lo que pasa es que con 400 relatos...¡Uf! lo tengo complicado. :unknw:

mariposa

Ay, estoy super ansiosa.... hay novedades del fallo? Un abrazo

Parlamento

FALLO DEL JURADO II CONCURSO DE RELATOS "FÓRUM MONTEFRÍO"



En Montefrío a 21 horas del día 6 de agosto de 2010, el jurado del certamen compuesto por Dº Rafael Sánchez Gómez, Dº Francisco Ortuño Morales, Don Salvador Ruiz Caballero, Don Jose Antonio Oballe, Don Javier Camúñez Diez y Don Rafael García Ávila, tras un arduo proceso de deliberación, emiten el siguiente fallo:


1º Lunares (Andy Schiele)
2º La violinista (Rosamar)
3º Odio los Lunes (Paki)

Suplentes

1º Escapada (Caparazón)
2º Hijos del Odio (Comala)


Nuestra más sincera enhorabuena a los premiados, y un aliento de esperanza para el resto, no dejeis nunca de escribir.

Un cordial saludo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Santaella

Desde la Asociacion Cultural Forummontefrio, nuestro más sincero y profundo agradecimiento a los miembros del jurado, ya que en 15 días se han tenido que leer cerca de 400 relatos y deliberar. Puedo decir, ya que estuve presente, que el fallo fué muy complicado debido a la calidad de todos los relatos. Una vez más las GRACIAS, a todos los componentes del jurado.

Animo a todos , y para el año que viene, en vez de 400, 4000.

SaludoSS