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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

clubpoetasmuertos

Hola,

Soy uno de los participantes en este II concurso de relatos forummontefrio. Quería darles las gracias por abrir una lanza a favor de los escritores en este duro mundo que es la literatura. Con este certamen conseguís poner Internet al servicio de la Literatura. Felicitar tanto a la asociación promotora como al ayuntamiento de vuestro pueblo por promover actividades que no solo fomentan la cultura sino que además sirven parar poner su granito de arena acercando las nuevas tecnologías al ámbito literario. Sin más se despide un nuevo forero, admirador de vuestra hermosa localidad.


Parlamento

#61
Bienvenido a Fórum Montefrío. La verdad es que el éxito de esta segunda edición a pulverizado todas nuestras expectativas. Nos están llegando relatos de todas partes de España, a un ritmo impresionante. No obstante, el mérito es solo vuestro. ¡Mucha suerte!

Un Saludo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


CONFESIÓN

Don Pedro Lobos me tiene mala. Así de frentón. Te digo que me aborrece. Lo noto en su cara y en la forma de saludar. Es que tú no has sentido cómo me da la mano. Pareciera jabonosa como se resbala y apenas con un leve apriete de la punta de los dedos. Todo el acto es obligado. Tú no te has dado cuenta, pero te juro que lo he visto balbucear después de la dada de manos. Cómo que se da vuelta cara al televisor y dijera algo que no termino de percibir. Así no se puede, de ninguna forma. Te repito que me tiene mala. Yo sé que me considera inadaptado por no participar de los asaditos que organiza con los amigos. Una vez me dijo que era irreverente. ¿Te das cuenta?  Pero mírame, con lo tímido que soy. No, para mí que hay algo más detrás. Un odio a lo que represento o a lo que hago. Si me ha tratado hasta de flojo y tu bien sabes que no es así. ¿Qué más puedo hacer para demostrar lo contrario? No se trata aquí que ande buscando la forma de agradarle. Es más, nunca lo he hecho con nadie, -de ahí mi estado calamitoso, pero esa es otra historia-  Pero sabes una cosa, pienso que en ésta ocasión no fuera solamente por como soy. Creo que el hombre me repele. Es una cuestión de piel, ¿Qué piensas tú? Yo sé que hasta de comunista me ha tildado, aunque no tiene idea ni lo que significa la palabra. Para mí que a todos los que van en contra de sus ideas los declara de ésta manera. Una forma de apartarlos y en lo posible borrarlos del mapa. Después de todo es de derecha y no por una cuestión de ideología, más bien por un asunto económico, tú me entiendes. Es que favor con favor se paga y a él le pagaron muy bien ciertos favores varios años atrás. Bueno, el hombre tiene su historial, pero a nadie le importa en realidad. A mi me cuesta seguirle la corriente. Como que me dan náuseas sólo al escucharlo. Porque te digo que todo lo que tiene empezó con esos favores que yo creo todavía le pesan en alguna parte sin dejarlo dormir.  Por esto mismo la mala que me tiene. Yo creo que el odiarme nace del desprecio que he tenido por su plata. Por que hay que destacar que el hombre la tiene y mucha diría yo. No lo sé en verdad. Pero es que no se puede andar por la vida comprando a diestra y siniestra hasta los afectos de la familia. No señor. Eso no se puede hacer. Por eso es que lo desprecio. Yo ya te he dicho que lo conozco bien y ya no me sorprende, -engaña entre nos-, ¿Puede haber algo más triste que cuando la sorpresa se acaba? Con esto te quiero decir que en un principio yo sí le creía. Existía una ilusión. Ah! Pero por favor no me digas que es por falta de tiempo que ya llevamos varios años en esto. El caso es que no nos pasamos. En el fondo para él soy un verdadero hijo de ****, aunque no lo dice, pero lo piensa lo cual es peor. Nuestros desencuentros han sido cíclicos, pasando por intermedios de absoluta ignorancia de lo que sucede con el otro y te digo que a esto no le veo solución. Imagínate que todo nos separa. No hay tema o circunstancia que logre ponernos de acuerdo. Ni siquiera tú. Como cuando se pone a hablar de política por ejemplo. Tú sabes que no me gusta tratar con él ése tema porque generalmente terminamos discutiendo. "Que el gobierno de Allende era una *****, que las colas, que gracias a Pinochet que nos rescató de ése caos atroz y que hace falta su mano dura para acabar con la delincuencia de hoy en día". ¿Sabes una cosa?, yo pienso que todo se debe al miedo. El temor que da la ignorancia. Porque don Pedro Lobos es un ignorante, un roto con plata como se dice y yo creo que vive cagado de miedo por perderla. No como uno que está habituado a vivir sin ella y a la precariedad que ello conlleva y no hablo sólo de las cosas básicas para subsistir. Sino que del abandono, la soledad, de la derrota a fin de cuentas que son parte de uno y que de seguro también las padeció. Por eso el miedo. Al hombre lo asusta hasta la sombra y estoy seguro que tiene hasta pesadillas con algún desastre en sus negocios; Entonces claro, tú me ves allí, tratando de compartir sólo lo necesario para no causar demasiados estragos, quedándome callado mejor y tratando de pasar desapercibido.  Si no soy tan miserable como aparento, aunque si desgraciado ¡no cabe duda!, -la historia de mi vida-  Pero ¿sabes?, sí hay algo que reconocerle es esa suerte de diplomacia que lo hace soportarme, a regañadientes que te quede claro; Yo se que te molesta mucho la situación. Pero hay cosas que un hombre no puede dejar de hacer -o ser-. Tenemos que ser consecuentes creo yo, sino para que estamos aquí. La vida es una sola ¡y se acaba! De verdad. No podemos andar blanqueándole los dientes a cualquiera que nos ofrezca algo a cambio. Si, si ya se que la integridad como que no está de moda hoy en día y que da lo mismo criticar a los iguales y hasta negar lo que uno es. Pero yo no soy de esa manera. Y hay que ver como todos andan como perros falderos con don Pedro. Esos son así, turbios y traicioneros y te aseguro que él desconfía de ellos también. Por todo esto es que la idea del viaje me sorprendió en un principio. Me complicaba por lo que significa un encargo de ese tipo y aquí es donde comienza la historia, aunque en realidad ya casi termina. Después de todo la ocurrencia fue tuya. Una manera de ganar puntos con el viejo, para que no digan que soy tan orgulloso como sé que piensan. A partir de ahí empezó el asunto, la maquinación inconsciente del plan. Como si hubiese estado destinado a él. No se si vas a creerme, pero nunca pensé en realizar cosa semejante. Fue algo así como instantáneo. Una suerte de revancha, de justicia diría yo. O tal vez su autoprofecía  cumplida. El encargo era serio. El depósito fue en efectivo y estaba a mi disposición para efectuar las compras de equipos que me encargó. Pero al llegar a esta ciudad pareció que todo se reiniciaba. ¿Te acuerdas cuando vivíamos aquí?  Justo antes de que don Pedro se metiera entre nosotros. De hecho recorriendo sus calles llegué a esa vieja pensión. Mira las vueltas que da la vida y fíjate que estaba desocupada la misma habitación que alguna vez alquilamos. Después vino lo de tu fuga con él, y el trabajo al hermano del norte -idea tuya claro- Y justo aquí viene la parte más cierta de la historia. Es que no me pude resistir, o más bien dejé de hacerlo. Por eso es que cuando la dueña me preguntó cuánto tiempo estaría, le pagué cinco meses por adelantado.

Gabriel
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


ENTRE CAFÉS

Con el paso de los años, he vuelto en alguna ocasión a aquel bar...sin embargo, nunca dejará de ser lo que fue, un local como cualquier otro de la periferia de la ciudad, con carteles de nuestro modesto equipo recién ascendido. Aquella tarde color sepia, un camarero taciturno repartía cañas entre los clientes, enfrascados en sus discusiones de fútbol y del programa de la noche anterior. Precisamente, fue el cobijo de ese profundo anonimato lo que por fin me empujó a disfrutar de un humeante café en la mesa más apartada que encontré disponible. Ya camuflada y envuelta en la bufanda naranja regalo de mi abuela, saqué la pequeña libreta azul en la que hacía poco había empezado a plasmar palabras desgarradas propias de un roto corazón veinteañero. En aquello años no encontraba una mejor manera de mostrar mis románticos sentimientos de desamor  que a través de las letras. "Mejor un fin con dolor que un dolor sin fin". Enfrascada como estaba en mi tarea, empecé a sentir una insistente mirada  procedente de una mesa cercana. Alcé la cabeza con cierto desaire y me topé con unos ojos grisáceos que me contemplaban con una sonrisa burlona. Su aspecto desaliñado no me llamó especialmente la atención. Recuerdo que en su mesa, repleta de cafés a medio acabar, descansaban varios libros cuyos títulos no alcanzaba a ver y un cuaderno de tapas de cuero lleno de anotaciones y borrones. Haciendo acopio de todo el rencor acumulado en aquellos últimos meses, le lancé al desconocido la mirada más fulminante de la que fui capaz..."¿Ocurre algo?"-pregunté en tono glacial. Él vaciló unos instantes antes de responder con un acento extranjero que no supe ubicar. Bebió un sorbo de su café ya frío y espetó: "Tienes una cara de personaje de cuento que abruma...Por cierto, bonita bufanda". Sus palabras me dejaron sin respuesta, y aunque sabía que no iba a volver a ser presa de otro tipo bohemio, acepté la invitación de ocupar la silla vacía a su lado. "Sin nombres, por favor"-le dije mientras me sentaba. "Veo que te gusta escribir", dijo señalando mi libreta. "Bueno, más bien me cuento mi penas", contesté con timidez. "Eso es un comienzo...".
Tras unos cuantos cafés más, decidí marcharme sin dar demasiadas explicaciones. Guardé mi libreta en el bolso y enfilé mis pasos hacia la calle, sintiendo aún en mi nuca la atenta mirada del extranjero...
Al cabo de los años, cayó por casualidad en mis manos una antología de relatos de un flamante escritor polaco. En la contraportada, junto a una breve biografía, aparecía la foto del autor. Al tiempo, me desconcertó una cara que me resultó conocida en algún lugar, tiempo atrás. Pura casualidad, me dije, un vago recuerdo...Sin embargo, la dedicatoria al comienzo del primer cuento me llenó los ojos de lágrimas: "A la chica de la bufanda naranja. Que las palabras de tu libreta azul no sean ya tan amargas como las de aquella tarde sepia madrileña.     

Sombras
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

john_andy

Hola a todos! Me llamo Andrés, he participado en el concurso, y al igual que mi compañero, quería daros las gracias por hacer esto posible. Sé que es algo tópico en estos casos, pero los amantes de la literatura y la escritura necesitamos expresarnos a través de nuestras historias y llegar a tanta gente como sea posible. Los concursos son siempre una oportunidad magnífica para ampliar nuestros horizontes y para llegar a lectores a los que, de otro modo, jamás llegaríamos. Creo que el verdadero premio consiste en disponer de esta oportunidad. Por otro lado, también creo que los certámenes animan a mucha gente a pulir sus talentos, a ser serio al respecto, a encauzar su pasión de un modo adecuado. Muchos necesitan el aliciente de un certamen para sentir que tienen algo que decir, y hay tanto talento ahí fuera, que siempre hay historias interesantes que escuchar.

Quería, también, saludar a todos los compañeros que participen en el certamen, y enviar un mensaje de optimismo. No hay mejores o peores escritores. No hay mejores o peores historias. Lo único que existe es la conexión mágica e infinita que surge entre escritor y lector en un momento determinado. Creo que todos lo hemos sentido alguna vez, y por eso estamos aquí. El mayor placer de un escritor es seducir a un lector, y el primer lector al que hay que seducir es uno mismo. Sed fieles a vuestras historias. Sed fieles al lector que lleváis dentro.

Un abrazo fuerte y ¡gracias!

Parlamento

John_andy, bienvenido a Fórum Montefrío.

Cita de: john_andy en Abril 18, 2010, 21:46:52 PM
No hay mejores o peores escritores. No hay mejores o peores historias. Lo único que existe es la conexión mágica e infinita que surge entre escritor y lector en un momento determinado. Creo que todos lo hemos sentido alguna vez, y por eso estamos aquí. El mayor placer de un escritor es seducir a un lector, y el primer lector al que hay que seducir es uno mismo. Sed fieles a vuestras historias. Sed fieles al lector que lleváis dentro.
Totalmente de acuerdo con sus palabras  :clapping:

Hago mio aquello de Si deseas ser un escritor, ¡escribe!

Un Saludo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


EL MUERTO AUSENTE

Los primeros invitados llegan al pueblo sacudiéndose mecánicamente el bagaje cotidiano. Bajan de los autos; se sacuden las arrugas y el polvo; adoptan expresiones acordes para dirigirse al umbral. En el patio, repasan la prospectiva ceremonia.
Con creciente impaciencia, en el salón principal, la rueda de sillas y parientes apunta hacia el centro, curiosamente vacío.
Tías, hermanas y cuñados, arriban desde lejanas domesticidades, suspirando apenas un opaco matiz de contratiempo. Imparten en derredor alientos de superioridad, acaso burocrática. Se mimetizan con los demás concurrentes para disimular; se enteran respetuosamente de la anomalía y fruncen las cejas de manera idéntica, para evitar cualquier malentendida contrariedad.
Al mediodía los anfitriones comienzan a impacientarse. La concurrencia, en silencioso murmullo, parece exigir el inicio del ritual. Algunos parientes se preguntan por el almuerzo, como sugiriendo, discretamente; forman línea para saludar con gravedad plástica y se largan a deambular por los interiores y el patio, como para ir ganando tiempo con los postrimeros trámites.
Los recién llegados se sorprenden al entrar al salón, con el féretro ausente; con ternura y extrañeza sortean el palco principal y entablan rumbos caóticos,  -a través de las coronas y candelabros, dubitativamente  estacionados en los pasillos-, para internarse en la amena cocina, junto a café recalentado y bebidas espirituosas de baja calidad.
La tía más vieja exclama su pena labrada desde anteriores sinsabores, que va relatando al descuido a sus casuales interlocutores, mientras recorre la casa con mirada inventariadora.

Frente a la ruta desierta, el sol se desintegra, rojo, en el horizonte, casi inmóvil. Una camioneta azul corta el aire apacible a gran velocidad. En la parte trasera del furgón llevan coronas, crucifijos y candelabros, tirados a la bartola, alrededor de un féretro transportado ilegalmente, sin el debido permiso municipal, al que han estado rastreando en la ciudad desde las cinco de la mañana. El chofer tiene cuidado en el manejo, a pesar del cansancio y el apuro; cualquier accidente les acarrearía un procesamiento por contrabando de cadáveres. Explica los contratiempos de la búsqueda al dueño de la empresa, que va sentado a su lado, revisando los papeles del portafolios.
Estuve en el hospital a las seis de la mañana  enfatiza el chofer, sorprendido,  como habíamos acordado por teléfono; y cuando llegué, ya lo habían llevado a la morgue municipal; no entiendo para qué, si la muerte no fue por accidente.
El jefe lo deja hablar sin prestarle demasiada atención, mientras anota números en los papeles con la derecha y con la izquierda trata de manejar una calculadora entre los barquinazos de la camioneta.
De la morgue nadie sale sin informe, y el forense se había ido a ver el rally  continúa el empleado ; tuvimos que esperarlo hasta las seis de la tarde. Menos mal que lo cosieron parejo y no le tira la cara para el costado, como pasa a veces.
Me extraña, Cuello,  le contesta el jefe, repasando la papelería-, tantos años en esto y todavía no te has dado cuenta. El forense es una autoridad del estado, sus informes son documentos públicos.
El chofer lo miró sin entender.
¿Qué dice el informe, de qué murió?,  insiste el jefe.
Paro cardio respiratorio.
Bueno, ahí tenés, ¿no es lo que dicen siempre? El propio sistema judicial está diciendo que murió de causas naturales.
Cuello piensa un rato largo mientras su interlocutor acomoda los papeles en una carpeta. Luego dice como para sí mismo:  Y eso de mandarlo a la morgue tan temprano...
¡Obviamente!,  lo interrumpe el jefe . Es que tú avisaste que ibas para allá, ¿no llamaste al hospital antes de ir?
La camioneta azul toma la última curva y entra al pueblo levantando polvareda; ruge en la tarde, abotargada de espera hueca, y frena ruidosamente frente a los parientes y vecinos que ya se han dado por vencidos ante las interminables horas de espera. Levantan sus manos para atajarse el sol en contra y la ola de polvo levantada por el vehículo.
Es incomprensible,  explica una tía a su prima . A las cinco llamé por teléfono al hospital y me dijeron que estaba bien, que venía mejorando, que no me hiciera problema. Cuelgo el teléfono y me llaman para avisarme que ha fallecido hace dos horas.
La monotonía se desbarata con el proceso de instalación del difunto, un tanto desprolijo con el apuro de los solícitos presentes que colaboran con los caballetes y cruces.
El empresario, entre tanto, entrega unos documentos a los anfitriones y se da a la fuga con desembozada premura. En remanso, los tapados negros, aún con bolillas de naftalina en los bolsillos interiores, agitan sus brazos con insistencia; desde el olor a spray de los altos peinados se escucha una voz arrastrada por el alcohol de la cocina que se reparte entre incautos y desconocidos; halaga al "finadito" con exagerados ademanes y luego desliza el medio metro de arena gruesa que cierta vez le prestó y viene a cobrarse.
Al mediodía siguiente se forma una caravana natural detrás del coche de las flores, rumbo a la iglesia. Igual que en los casamientos pero sin tocar bocina.
El sacerdote resume la ceremonia en quince minutos, apremiado por más muertes y bautismos en otros pueblos del circuito dominical. Un tío debilucho tropieza a la salida del recinto pero afortunadamente el cajón resulta ileso.
Rearman el séquito hacia el cementerio, donde una mujer frágil y pálida llora copiosamente un llanto anónimo, sin hombro en que apoyarse.
El difunto, previsor, había adquirido en cuotas prepagas un modesto panteón, para invertir ahorros sobrantes. Este alojamiento está provisoriamente ocupado por su padre, a quien la tumba se le ha inutilizado con la última inundación. Las aguas subidas llevaron a la familia a adquirir para el cajón flotante una propiedad horizontal más moderna, confortable y mejor ubicada, a un metro cincuenta de altura. Así que hay que hacer una interpolación de cajones antes de acomodarlo definitivamente.
Entre tanto, para entretenerse, rezan a coro y observan con postración. Luego de las palmadas y rosarios, desaglutinan el predio rumbo al almuerzo. Sólo una persona se queda frente a su tumba, durante horas, en silencio, acompañándole el olvido: el albañil contratado.

Los espera un almuerzo recogido y familiar. La tía más vieja dispara la primera frase peregrina a modo de carnada liviana. Un cuñado refrenda una anécdota risueña, distendido por el vino tinto, con que nadie presta mayor atención a la tía. Un segundo intento es abortado por el trueno unánime de los cuñandos, cuando la tía joven derrama su vaso, sin piedad, sobre "el mantel nuevo".
Cuando da a luz su tercera frase, hace un espacio y agrega "muy bien el responso, ¿no?", para disimular la ansiedad.
Los demás, entusiasmados, siguen contando cuentos; y los niños aprovechan la cortina de carcajadas para animarse a pedir monedas para los videojuegos.
Al regresar de la siesta, más asentada la congoja, enfrentan el tema directamente: "yo la casa, vos el auto y él las máquinas". La tía vieja se calma, por fin.
Se organiza una expedición conjunta a la menuda habitación, donde solía pernoctar el difunto, para evitar el viaje hasta su casa. Un tío realiza un inventario de cosas de relativo valor; otro se mide un saco sport del año setenta; una niña encuentra una radio a transistores y corre a comprar pilas. Todos sonríen encantados con los descubrimientos de esos tesoros menores. Alguien ha levantado del suelo un cuaderno lleno de tierra y lo revisa con visible sorpresa. Poemas manuscritos sin destinatario ni firma.
Una llamada de larga distancia interrumpe el atardecer. Las hermanas y cuñados, a medida que los paquetes fueron atiborrando los portaequipajes, paralelamente, han comenzado a deshabitar una amistad hieráticamente enmarcada; con cada trayecto de la casa hacia los autos, fueron disminuyendo las sonrisas, los gracias y los porfavores.
Con las últimas luces del día se encienden los motores, mientras se cruzan manos frías y besos secos. Controlan las ataduras de los baúles, saludan socarronamente desde las ventanillas, sin tocar bocina, y parten con el botín.

Herodes
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


T E S E O

A  mi Viejo Pocho.

Arriadas las negras velas, sacrificados los nueve caballos y rasgadas las túnicas por el luto y la pena de no poder hallar el cuerpo de Egeo, su hijo Teseo permitió que el lento amor de Ariadna lo penetrase y lo aliviase de éstas y de otras más terribles torturas del alma...Tenía el Rey mucho por olvidar: su primera visión del Minotauro, engañosa, fugaz como un nocturno pez, que resultó no ser más que su propia y tremenda imagen, barbuda y angosta, reproducida por un falsario espejo de bronce en el fondo de un corredor traicionero; la segunda, más angustiosa, en la que no podía ya distinguir si aquello era su propio reflejo, o el monstruo, o el reflejo del monstruo, o él mismo, transmutado en monstruo o reflejo por la confusión, el hambre y el miedo...Finalmente, su encuentro frente a frente con el engendro, que los aedas cantarían vistiéndolo del circunstancial heroísmo que contamina todo de falsedad: la espada se resbalaba de sus manos decididas antes a matar que a morir, sí, pero no por la inmunda sangre de la bestia,(pues aún no había asestado el noble metal) sino por su propio sudor, hijo de un miedo infinito. Y era verdad que gritó, pero no como gritan los héroes, para aterrorizar con ruidos al enemigo cobarde, sino de asco, al verse tan cerca de la desembozada muerte y tan amenazado por esta cosa que –los aedas no lo sabían, ya que tampoco lo supo nunca el infame Minos- era un hombre muriendo y un toro muriendo compenetrados en un único agonizante cuerpo. Algo había detenido al hombre en el toro y al toro en el hombre, y no podían tolerarse uno en el otro y no podían convertirse ninguno en el otro, y el Destino mandaba al desdichado las Parcas, y las Parcas, iniciada su tarea hacía siglos, no se atrevían a terminarla, y la espada otra vez resbalaba de la durísima piel y de las manos que la asían, de su piel temblorosa y miserable, y despertaba Teseo con cálida fiebre y otra vez Ariadna, la de los ojos de oliva, lo rescataba de un laberinto, éste entrampado de cenagoso sudor y amurallado de pesadillas.

Sólo otra cosa sabemos de Teseo, y no la cantan los hábiles aedas, ya que a ellos sólo competen los hechos de los hombres mas no las confusas ideas que sólo perturban al Demos sin enseñarle sobre su patria, y que los sofistas incuban parloteando como las cacatúas que los Faraones se hacen traer del sur por el río Egipto. (Quieren ser profundos a fuerza de oscuros. Olvidan que es la verdad como el Mar que nombró el viejo Rey con su muerte, que aúna a su gran profundidad una claridad también grande, y el que mira sabe que es profundo precisamente porque es claro, y que reluce en él la verdad que lo inunda).

Hacen bien, pues, los aedas en olvidar el segundo predicamento de Teseo, su hallazgo de otra terrible cosa metamorfoseada; pero yo no soy uno de ellos, soy Augur, y en las negras entrañas de las aves he aprendido que la Nube del Hades creció ya sobre la Cólquida y se acerca a nuestra patria conducida por el viento del Este, como si Ctonia y sus Titanes quisieran vengarse de este mundo, magro triunfo de dioses y hombres. Sé que la Nube está por llegar, lo sé ahora porque he revisado con el sagrado puñal de antiguo cobre las cálidas entrañas de mi hijo, a quien crié sin darle nombre y a quien nunca rozó Helios Apolíneo con los inflexibles rayos de su frente. Muerto mi hijo anónimo, me dispongo a morir yo también como todos los que han sido hombres, pero antes escribiré según el camino del buey lo que sé de Teseo, para que su memoria no se pierda, y para que otros hombres futuros, ignotos y ferales, puedan saber qué trabajos regían nuestros acongojados corazones, y no hallen sólo nuestros cuerpos dispersos, saltadas nuestras entrañas ennegrecidas, destruidas nuestras ciudades, muertos en esa muerte también los matadores.

T A B L I L L A    B E T A
   
   Un oráculo (al cual el nombre de mi casa no es ajeno) mandó a Teseo conservar el barco que lo había devuelto a Grecia desde la verde Creta, pero con la desusada condición de cambiar a cada nueva luna uno de los maderos del navío, reemplazándolo cada vez por una tabla joven de forma y porte similares.

   Prudente en la pena, el Rey acató la voz y durante muchos años los nuevos esclavos hubieron de acostumbrarse, como se acostumbran a la noche los niños, al trueque ritual de una orza vieja por una orza nueva, de cada uno de los rectos travesaños de remero por otros jóvenes y flexibles, de cada húmedo remo por otro, y, en una oscura noche memorable, de una terrible máscara por otra de idénticas pinturas.

   Mes a mes perduraba el barco de Teseo, pues el cambio de una pajilla no convertía a la canasta en algo distinto: anclado sobre el mar transparente, era siempre el barco del Rey, y siguió siéndolo durante dieciséis años y un mes, en que la última pieza vieja fue reemplazada. (No ha sabido darme mi vástago el nombre de esa parte final).Mudo se había mantenido el oráculo durante todos esos años, pero el fiel Teseo creyó justo reportar que había cumplido la tarea encomendada, y es fama entre los de mi sangre que la sentencia del trípode reencontró al Rey con sus pesadillas. Pues la perniciosa Ariadna, para vengar el hecho cruel de que su esposo la había abandonado a poco de volver de Creta, y a quien el Centauro había regalado colgando de los cielos su semicircular corona, se había ocupado durante esos años en conservar cada una de las piezas auténticas del barco en una caverna. Esclavos de la Fócida, algunos de los cuales pagaron con la ceguera sus intentos de huida, reconstruían el navío en la oscuridad, infamando el Destino de dioses y hombre.

   Algo debió presentir el Rey cuando su ladina esposa lo atrajo hacia la caverna que albergaba a este segundo monstruo. Teseo hubo de decirse al verlo: Algo aberrante debe haber en un objeto que existe dos veces en el mundo. Palideció Teseo, recordó su piel antiguos temblores: no podía saber si este bajel era el suyo, o el reflejo especular del suyo, o el suyo trasmutado en un reflejo cuya factura no requería del bruñido bronce, sino de la humana conjunción del tiempo y la imprudencia.
   
T A B L I L L A    G A M M A  (Fragmento)

   (...) una de las naves ha sido destruida, y cada una de sus partes minuciosamente reducidas a astillas. No vive nadie que sepa cuál de las dos es la que perdura, pero (lo sé ahora) la eliminación del segundo monstruo ha sido inútil. Los hombres hemos cometido nuestro último error, hemos ido más allá de lo soñado por el propio Prometeo, que alimenta al cuervo. Desconozco, como todos, las palabras de aquel segundo oráculo, el que condenó con Teseo a todos los hombres. Hoy sólo recibo cada aurora con el rostro espolvoreado de ceniza, listo cualquier día a ver mis esputos negros, listo a esperar vanamente al áureo carro que Apolo habrá ocultado tras la Nube para siempre.

Pocho
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


SOBRE VAMPIROS

Aquel vestido que ve el fantasma
Aquel fantasma que podrías se tú
Aquel fantasma que creaste para proveerte distancia
¿Distancia ventajosa?

Camarada

Recurrente sirena de páramos, amante del acero de los delfines
La utopía de los que permanecen en mudas opacas bajo el frío. En Rusia, en Yugoeslavia, Cracovia.


Okho

Voy a alejarme por un tiempo
Del séquito de Baco
Aquel pintado por Tintoretto
Corriendo por el bosque derramando

Será por que ayer vi. tu rostro
E intacto quiero recordarlo
Y no puedo darte lo que hubo
Menos aún lo que ahora llevo.


Resurrección

De cuando lloraba a las moscas
De cuando soñaba a esa niña, que con sus enaguas entre mis brazos hablaba, de la caducidad de ella, de su fascinación, de olvido
De cuando se alejaron los tormentos bajo el agua clara
De cuando no entendí palabras
De cuando se destrozó ese vestido de porcelana. Alguien giro el cristal y comenzó de nuevo el dragón a regenerarse desde las cenizas y el encierro.


La misma prerrogativa

De la codicia que ofrece herirme mis ojos en el mismo espejo donde lucen, rojos de fuego de los sueños del niño muerto, por  la prisión, por aquellos parajes
Del suplicante perro herido de muerte, del proyectil opaco, para  consumirlo. Los ojos de Nazareno Cruz, ausentes y divinos, donde niños como nunca pudimos.


Mientras caía en abismo ámbar
Recordaba lo que sientes
Mientras bucanero me ahogaba
Recordaba sirena tu nombre

Ignoraba, aquel pavor
De cuando te encantaron
Ignoraba, fuentes de aguas, olvidadas.


Otra vez volvió a recordar gran daneses pardos destrozando leones en el coliseo También frunció el ceño al tratar de recordar una historia sucedida. Ve en las armas voluptuosidad, reniega de las cortinas y desea destacar colosalmente a aquel perro que custodia el umbral del infierno, quiere ensombrecerlo, con historias de sus nombres.


Yo no te soñé
Soñé séquitos desconocidos
Ayer murió el centinela crema, y su hermano heredero y gemelo. El trono es de un color rosa crema, luz de aquella niña pequeña, su risa a abismos lóbregos. El se interroga sobre el amor y las oscuridades, ambos placeres que dotan de melodías y belleza a las sirenas.


A Cecilia Salinas

Un idilio perdido envuelto en llamas, un fantasma ahora desconocido, fantasmas deseando fantasmas, el fuego recorre el interrogante, y quisiera volver al pasado, a recordarla furtiva, en su luz cándida, cautiva.


Estoy cerca del espejismo
Hoy que la muerte es tan palabra,  tan muerte
Hoy que tus montañas de cóndor son bruma del ángel exterminador
Tus silencios, lo que vendrá, de espaldas a una pared sin sombra y por debajo vertical y sin rincones
Son fantasmas
Son calaveras
Son muertos

Hoy que me embriago bajo las nubes
Hoy que he destrozado el laqueado
Hoy, igual, que ayer

A pesar de las alturas
De la muerte
De todos los adjetivos que nos condujeron hacia este lugar.


Chico migraña

El chico migraña cruza los brazos ante las flores de la niña de fuego, y sueña entre sus migrañas amarla en silencio al verla alejarse
Las copas se vuelcan, filisteas, babilónicas. Las flores no se habían enjugado, mintió, y fue aquel arco, crin de caballo pagano triste y llorón
Y el chico migraña fue besado, por unos cabellos castaños por esa niña fantasma, Aquella que cumplió años una sola vez en la vida, aquella que vivía en la bocacalle,  a pasos del cementerio.


Fantasma

Algo contrajo la vela
Apagada ahora encendida
Los primeros recuerdos de la lucha en los cielos
Recién, hace instantes en los libros
Los grillos apagan el fuego
Los gallos rojos esparcidos.


Aquel príncipe de las moscas
Había vencido eternamente
Rompió los espejos
Robó la arena

El espectro que estigmatiza, lentamente se va encarnizando, el silencioso alarido.

Se recrearon salpullidos
Que desataron el contagio
Práctica que fundió fútil
Atroz repelente roce

Triste reclama un traje nuevo
Muda que vaya con el momento
Ya agotó los adjetivos pobres
Los de cúpulas de oro.


Ceremonia

Su aparición fue luego de una llovizna, sombra empapada y feliz
Eslabones de acero
En ceremonial culto, despojando en un acto grave nuestro fantasma, y en afonía, la mirada compungiva, concibiendo
Respetuoso
Gallardo
Esos matorrales pronuncian música nocturna
Aquel río se halla claro
No derrama lágrimas, es solo un can
Crónicas tristes de fantasmas.

Prometí escribir sobre las estrellas
Entre montañas sin luna
Olvidé los pesares de mi sombra bajo la lluvia torrentosa
Bebí licor rojo entre luciérnagas
Vísperas de fuego, de hogueras
El sol sumergido en el bajo fondo, donde se olvidan los amores
Yo me sentí aliado y fortalecido, mecido por el tiempo y el viento.


La mañana de bruma forjada
Escapa vacía y sin recuerdos
Al sin fin de las caídas, y las medicinas para los males de estos tiempos

La noche que sacude otros paisajes sobrevendrá a nuestras tiendas, de derrame y melancolía.

Vagabundee las cenizas que tu vestido dejaban, el hollín indisoluble de esta historia,
Suspendida y grisácea, impresionada en lo alto, sumergida como ojiva.


El agua rota en dos pedazos, para llevarme al olvido sepulcro
De mi amor
De mi criterio
Ella duerme ángel y diosa, mueve objetos, para que la sepa crédula y encendida.


Alumbra la balanza del espectro
Recogiendo cosas del pasado, se instala y transcurre el ventanal que fue el sitio.


Entre las sospechas obvias
De un deseo sin frenesí
De una rosa roja del cairo
Carmesí mecida por el tiempo

Que hay de esa noche que caímos de los cielos
Que hay de esos cabellos que encendieron nuestros ancestros
Cae la noche y las palabras se leen desde otro lugar.


Tu vestido

Vuela el cause desde las montañas
Imanta el juego azul de las gaviotas
La brisa mece a las ramas desnudas

Blanco juega sobre guirnaldas
Tu vestido de sangre
En la textura de tu piel
Divertimento fatuo entre distancias

Veo al tiempo disipado en sueños
Veo el ensueño que me arrastró hasta aquí
El mediodía entre sonatas
Al fulgor de lo que me  aguarda.

                         
Féretros pequeños, rosados y  celestes

El féretro precoz
La virgen loca
No fue culpable la arena, las sirenas
El fantasmagórico ser eleva la plegaria borracha, de hielo. De mi muerte al presente, nació un ángel, brotó una madre selva, virgen, blanca, loba, loca.


Esta carcasa ya no se refleja en los espejos ni en la arena. El mar se ha acercado hasta mis pies, me cuentan entre los que bajan al sepulcro. Se guiñan el ojo. Mi individuo de sal próximo a derrumbarse. Solo, estoy dejándome arrastrar hacia las aguas de Aqueronte. Y no elijo hoy tampoco los abismos y la oscuridad, como tampoco elegimos ponernos fuera de la merced de Dios.

Tu belleza
Tres veces fatal
Estigma seco
Resucita al fantasma
Asustado en las sombras

Tu belleza
Tres veces triunfal
Estigma, palabra, tango
Renace a las profundidades
Estremecido en las sombras de los vivos.

El bosque se sombreó de grana
Las nubes huyeron hacia el mar
No entiendo como fue lo que paso
Mi amor hacia las sirenas

La cerrazón se pierde, recuerdo nubes nevadas, y a oscuras golondrinas, volando a
Hacia el lugar que desconozco.


De niña

Dedicado a Alejandra Pizarnik

Cómo me gustaría situarte los pantalones, despertar riendo, conocerte, aunque ya hayas partido. Lo meditaste. Los días que pasé sin saber de ti, perseguí tus huellas en la arena, te soñé despierto, como mujer, como mujer entristeciendo, tus palabras fueron el séquito flor que te ocultó de la lluvia. Dale gracias a Dios, a los espejos, a lo que quieras, por que a ti se estrecharon las palabras, como una embarcación a la costa abandonada.

Mi necesidad de encontrarte en alguna estación
Otro movimiento de este ajedrez asesino, casi efímero, como flor que se eleva rezando letanías
Yo al menos te saco la lengua, me burlo y te amo
Al menos tu hechizada te olvidas.


Magia

Siento el fuego....... Pensándote
Creo son llamas de luciérnagas
Bruma la que vendrá
Espero al invierno encapuchado y con miedo

Que me hizo perder a una mujer
De cabellos rojos, cinc, y calles de tierra
Viento, hoy no hablemos de los árboles quietos, y temblores
Que estoy empezando a creer en la magia roja.


Aquellas muchachas socialistas

El pregón de la sangre
Su pátina
Su temperatura, aquel atrayente imán de quién la exigió, y la imaginó fecunda y cercana, a quien confrontó con toda sombra toda claridad. Nos excusó de aquello resumido tanto como extenso
Se tornaría negra, ojinegra, de bandera, a las rosas de los vientos, dominio pretérito, absoluto.

La siesta no presagió nada bueno al noctámbulo que quiere desaparejar su tienda, sumida en la superstición de amanecer sabiendo que no ha asesinado, la sensualidad no cabe en féretros tan añejos, si no en niños contagiados por la misma. La rima en desuso no se utiliza en incongruentes ruidos forzados, la distancia inconexa, reiterada, (procesión por las mañanas). Los vástagos con la absolución de un tiempo precoz y profundo.

Las moscas vuelan sin sentido cual epidemia compleja y subterránea.

Aquel viso violeta
Tú riza de bruja
Mi idilio hacia la música
Rosa arrancada por el Romeo no amaestrado.

Pretendí sin acción donde vería  ceder tu vestido, que se estrella fenicio y yo al ansiado abismo. Quedé tan a oscuras que termine por devorarla, de igual manera que a las ruinas donde cantaron pájaros perdidos como canes corriendo bajo la lluvia.

                                                         
Inspira

Satén raso, vertical hacia el suelo. Observada por los sátiros del séquito. Inspira terror, me exilio de este claro que enjuaga las cenizas, obvia el tormento y ríe fatal a mi sendero.
Despierto sin recuerdos, por un ángel arrepentido en un hogar pobre al lado de un castillo.


Pirexia

Pirexia, Siberia, prisión, sopa de escarabajos de Dios
Pirexia, en los ojos, oculta al niño recién articulando, y aleja, a su madre, virgen loca loba y blanca, nata de neta, nata de leche

El demonio destrozó glicina y jardín, sonó estupefacto el bandoneón, funeral entre hermosas flores del mal. No fueron tus ojos los que volaron, sino todo. Aquel perfume de la noche perdida, pérfida, la noche vestida, un ramillete de flores violadas, sombras viajando hacia el mar.
Un silencio, de niños durmiendo. Luna gris también es indivisible ella, una mujer adornándose con la luna, las dos lejanas, extrañas, sonámbulas.
La niñez de la poesía, en ella creo de amigos incorpóreos, la de otros, cementerio de animales.
La niñez ruin de la poesía, de otra niña, atada al averno, con sus ojos en un espanto tal, que vence a la tinta y  a la poesía, y, verifico que Dios no existe.


Mentiría infierno, si no veo a ella como bruma bucanera, al abordaje
Rogaría a mi alma si es que no ha marchado
Invocaría al cenit por sus ojos
Arrancaría las fauces del devenir, para agonizar.

Tengo una foto del cementerio que me aguarda
Averiguar si mi padre sigue allí
Romper el vidrio de la mañana
Dormir con espanto el sueño de los justos

Me aconsejaron no retratarte en esa tristeza
En aquel estanque, donde yacen mis pies enfermos y sumergidos
Arrebatarle el amor a las sirenas, un sacrilegio, sin séquito.


Pedazos de ángel
El derrumbe de tu vestido
El color de tu cemento

Pedazos de ángel
Del niño ciego, el de las gemas de las profundidades.

Las telarañas comparten mis rincones
Donde guardo mis miedos a las flores, un solitario helecho, maltrecho, dueño de mi insomnio y de las cosas que se alejan. Los insectos siempre desnudos, la niebla ninfa, olvidé lo que pensé de las flores, olvide al viento en nuestros encuentros.


Noción

Desde las fauces que atrapan
Con los brazos de lo que vendrá
Resucitan los ojos
Y lo primero que hallan son sombras

Otra vez descendí a los infiernos
Otra vez sin saber lo que paso
Otra vez meciéndome en el humo que trepa
Mi madre, con los ojos hundidos.

Estigma seco
Sicario, novilunio, plenilunio
Como niño envuelto en moscas
Al lado del camino.


Signos

El primer signo
El séquito de Dionisios
El influjo de Baco
Pan dormido entre la hierba

El verde que piso Atila                                                                                            
La copa de Cornelio
Las llamas de Nerón
El gran imperio de las Romas

Las uvas tintas griegas
El botín de los piratas
Sus desquiciados festejos.


Estás como el humo en mí
En ese baile arrabalero
Congeniando con el acordeón
Esta noche blanca de verano

Andrógena luna de plata
Y la arboleda fatal
Por ti en estas tinieblas
De soledad y diluvios

Y fumo, entre la niebla, en un cuarto chico, de la casa grande.

Se rompieron las estrellas
Se obscureció repentinamente
Recitando mi letanía
Resucito y la recuerdo

Ella lleva tantos años
Todo en estos segundos
De sus  vestidos sin sombra
Que me embriagaron de lejanía.


La mañana agrietó las ventanas, y la claridad abrazo la luz de mi alondra, cansada de tanto volar en un mar medido, como ensueño después de sus gestos, sonrisa que al fin me ha atrapado en un demandante lugar.


El mediodía de calor fatuo, me hace recaer en el tiempo que transcurrió. Fue el exacto para creer que todo esta intacto, y aunque pise miles de cristales, sigo escribiendo a fantasmas y a muertos, muertos de flores silvestres. Tu como reirías de todo esto.


La media tarde despierta griega
Suaves melodías del cosmos, donde vuelan mis delirios, de mis signos, para dejarte despertar en el lugar que fue engendrado benigno.

Cancerbero
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


DORMIDO SOBRE UNA OLA

I
La única manera de calmarlo era esa. Coloqué mi mano derecha en la suya, la llevamos hasta su sexo y empecé a maniobrar lentamente de arriba hacia abajo. Manuel se inquietó al principio, pero noté que le estaba gustando y esto nos tranquilizaba a ambos.
Para mí era imposible no llorar. Mi tía esperaba afuera. También lloraba. Escuché sus sollozos, aunque cuando salimos estaba imperturbable. Sonrió, me abrazó como si hubiera muerto alguien y yo le dije que habíamos ganado mucho.
La paliza que le había propinado Manuel el día anterior fue lo que me obligó a masturbarlo. Siempre alguien debe hacer eso que llaman "trabajo sucio". Ya los especialistas nos habían dicho que era la única salida.
Todavía mi tía Ana llevaba la piel marcada por su hijo. El ojo izquierdo con un excesivo relieve que le abultaba la pestaña hacia el norte y le pronunciaba las ojeras teñidas de color zarzamora hacia el sur. Un moretón en la espalda de esos que puedes ocultar con la ropa y que cuando duelen te llevan a preguntarte sobre por qué tu vida es así, por qué no puedes ser como los otros. Es que mi tía a veces olvida que la infelicidad no depende de un hijo autista, aún cuando parezca que sí.
Los guantes quedaron manchados de semen, y cuando entré al baño a quitármelos y lavarme, me manché las manos de lágrimas, luego de agua y jabón que también manchan.
Mientras lo hacía le explicaba a Manuel:
-Venga, no lo hagas tan rápido que te lastimas, un poco más lento, tómate tu tiempo chiquillo. Eso, ahora sí, con un poco más de control, eso es.
Sé muy bien que él me entiende, aún cuando no pueda hablarme. Si me pongo a ver, fue un éxito porque ahora Manuel puede hacerlo sólo y sin problemas.

II
Raquel es para Manuel como una segunda madre. Cuando pasó aquella historia de la masturbación, Ana estaba muy nerviosa y al principio se mostró en desacuerdo, pero no tuvo alternativa.
Manuel acostumbra a oscilar adelante y atrás o de izquierda a derecha, como si vivir fuera una estadía permanente sobre el mar. Si Cristo caminó las aguas, Manuel se sienta sobre ellas.
El muchacho sentía un cosquilleo en su interior, golpes de placer sin clímax. Agua represada. Río sin salida. Olas que no van hacia la orilla sino hacia el fondo del océano. La represión de un cuerpo que no sabe cómo canalizar sensaciones.
A las cinco de la tarde del siguiente día Manuel repitió lo aprendido con su prima Raquel. Misma hora, misma maniobra. Raquel y Ana sabían que a partir de entonces el número 5 con el sol por el oeste era momento del rito del niño.
Al quinto día Raquel le anticipó, a través de fotografías, el lugar donde estarían. Le mostró imágenes del supermercado. Le dijo que estarían allí un buen tiempo comprando la comida. Ocurrió a las 4.
A las cinco Manuel empezó a inquietarse. Raquel lo notó y preguntó a una cajera por el baño. Dejó el carro del súper a un lado y lo llevó. El encargado de la tienda se acercó a Raquel y le dijo que no podían aceptar esos gritos, ese escándalo: "¿Qué le pasa a ese tío?". Ella respondió que era autista, que lo dejara, que ya pasaría.
Volvieron a las compras con miradas telescópicas a sus espaldas, esas que aspiran desentrañar la vida de los otros en el segundo en que precisan el objetivo. Conclusiones definitivas como los horarios de Manuel.

III
Al decimoquinto día reunión familiar con barbacoa en la casa de Elena. Raquel no los acompañó, le tocó trabajar. Las primas y amigas contaban las hazañas escolares de sus hijos. Los avances que los llevarían de forma inminente a títulos de doctores y licenciados. Las de menores pretensiones, de acuerdo a sus propias palabras, los ubicaban como operarios y hosteleros. Manuel estuvo ausente hasta que Ana soltó:
-   Mi Manuel siempre será un autista. –Lo dijo sin resabio, sin lástima de sí misma. Sin resignación. Las demás empezaron a hablar de las ausentes, de lo mal que les iba en la vida. Muchas recordaron que veían muy poco a Ana, que pocas veces la llamaban para quedar a comer, que tenían muy poco en común. Ninguna lo dijo.
Sol de primavera a las cinco. Ana llevó a Manuel hasta un cuarto que había visto en una foto antes de salir de casa. Su madre cerró la puerta y esperó afuera, en el pasillo. Elena, hermana de Ana, decidió hacerle compañía. Antes envió a todos los niños al patio.
Los más pequeños de la fiesta empezaron a molestar a Manuel por cinco centímetros de ventana abierta. Algunos de los más mayores también se acercaron para azuzarlo. A Manuel no lo importunaban las medias palabras a media voz que lanzaban los otros. Hasta que uno de ellos metió la mano y le movió la silla.
- ¡Pajero, pajero, pajero! –gritaban los niños a coro. Zarandearon un poco más la silla.
Manuel cogió la silla y la lanzó contra la ventana un par de veces. La soltó. Empezó a morderse las muñecas como si fueran carne de barbacoa. La pared recibió su cabeza, cada vez se abalanzaba con más fuerza, dándole sentido a su euforia, buscando sangre de su cuerpo.
Al primer sillazo los niños volvieron a la música del patio, subieron el volumen, empezaron a moverse con pasos que recuerdan la danza alrededor de las hogueras, celebrando, transpirando el triunfo de los vencedores.
Las mujeres y hombres se alarmaron afuera de manera tribal.
-   ¡Hey!, ¿qué pasa allí? –La pregunta de Esther no alteró a los chiquillos.
-   ¿Qué hacían en esa ventana? –El esposo de Esther miró directamente a su hijo, el dueño de las manos que desataron la tormenta. Los niños le miraron y se encogieron de hombros. Siguieron con la danza.
-   Luis ven para acá.
-   Mariano vuelve a tu silla.
-   Enrique ¿qué hacías? –El muchacho respondió que nada mamá, nada.
Ana pasó al cuarto para convertirse en el mordisco próximo de su hijo. Elena la tomó por un brazo y la echó hacia atrás. Manuel tenía un pedazo de la piel de su muñeca colgando entre sus dientes con la sangre disuelta entre la espuma que caía a gotas al suelo.
La furia de Manuel encontró el cuerpo de su madre. Ella lo esperaba sin desesperación. No podía fallar. Era ella o Manuel. En un segundo estudió las posibilidades: la silla estaba al lado de la ventana en el flanco izquierdo de la cama, muy lejos, la mesita de noche en el flanco derecho y sobre ella la lámpara que terminó en un costillar de Manuel. Las piernas sobre la cama. El torso y la cabeza sobre el suelo. Quedó como dormido sobre una ola.
-   Elena, no puedes hacer una reunión y una sin saber que de pronto termina muerta hija –tras la indignación de Esther siguieron las quejas de otras cuatro madres, sólo dos eligieron el silencio y miraron a sus hijos entre destellos de amenazas.
-   ¡No me jodas con tonterías!, enseña al crío tuyo y los de las otras a comportarse, que ese pobre niño es un santo, no estaba molestando a nadie –Elena empezó a ordenarlo todo, a recoger las sillas. Apagó la música y las mujeres se pusieron los bolsos en el hombro, tomaron a los hijos de las manos, dieron orden de salida a los esposos y anduvieron camino a la puerta. Dos besos de despedida para Elena y un nos volvemos a ver.
La barbacoa seguía ardiendo, quemando trozos de carbón, cociendo la carnada que se compra en el súper. Atrás quedaron las cinco.

El guayanés
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


MUERTO PERO NO TONTO

Por favor sea breve, dije al párroco que continuaba con la eterna predica del adiós. Habían pasado bastantes días y cansado de tanta despedida esperaba descansar en paz en los mármoles del Mousuleo familiar del parque de las Carmelitas.
Cuando mi mujer lloraba al costado de la cama y un par de señores que nunca había visto me cambiaron ropa y me instalaron en una caja de 2 x 80, comprendí que había muerto. Dos días estuve en una morgue. Me sacaron unas cuantas cosas y me pusieron otras, para terminar la autopsia con un enorme zurcido en mi pecho y una terrible noticia: no fue causa natural. Mi mujer, actual viuda y heredera de mi preciada fortuna, me había envenenado devotamente durante años. Quien iba a pensar que el jarro de metal antiguo que me regaló en aquel aniversario y en el que acostumbraba a tomar mi té, era de plomo. Pero después de salir del depósito de cadáveres, nadie nunca supo ni se preocupó del parte de defunción. Si hubiese estado vivo me habría muerto de la impresión. Aunque mayor debió ser el sobresalto de mi viuda cuando se enteró que mi testamento estipulaba que mi fortuna en su totalidad era para las Hermanas de la Caridad.
Me instalaron mirando el altar de una vieja iglesia con unos cuantos claveles alrededor, sabiendo cuanto odiaba el olor de esas flores. Nunca supe quien estaba acompañándome en mi último adiós. Pero si pude escuchar a los que dedicaron algunas frases: "Nos deja un gran hombre", "La delantera nos lleva", "Que Dios lo guarde en su santo reino" y cosas así. Habló hasta un tal tío Harry que vino de Estados Unidos, que hasta hoy me pregunto quien es. Me sorprendió saber que tanta gente me apreciaba y cuantos más me detestaban. Al menos puedo contar mi historia, porque la corte celestial fue justa y me envió de la tumba directo al paraíso, por algo dejé más de 40 años de misas pagadas por el preciado Edén. Uno nunca sabe que puede pasar en su funeral.
Sólo el "pueden ir en paz" del cura me dio un respiro. Luego cuatro hombrecillos de riguroso luto me sacaron de la iglesia y me instalaron en una carroza. Trate de descansar un poco durante la marcha, pero comencé a notar que el trayecto estaba durando más de lo normal. Entramos en un cementerio viejo de las afueras de la ciudad. Claramente no era el Parque de las Carmelitas. Por un momento pensé que los ineptos de la carroza se habían equivocado de muerto, pero mi pomposo funeral estaba arreglado hace años. Sin embargo, la voz de mi mujer diciendo que mi última voluntad era depositar mis restos aquí, me dejó claro que de pomposo no tuvo ni un pelo. Por fin el cajón comenzó a descender, junto a mi orgullo y vergüenza por tan ordinario entierro, bajo una humilde lápida enchapada, irónicamente, en plomo: "Aquí yacen eternamente los restos de un hombre visionario".

Albertina Carrasco
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


BAJO EL FAROL

                En esa esquina, señor policía, en esa esquina, debajo del farol, ahí la conocí. Estaba oscureciendo, en ese momento de la tarde en que el cielo adquiere un color índigo, en ese instante en que aun no es de noche pero el día ya se marchó con sus prisas y empiezan los sueños.
            Yo acababa de salir de la oficina. Había pasado un día de trabajo febril, de papeleos y problemas y no tenía ganas de recogerme en el minúsculo apartamento donde vegetaba. Eso, y gracias a un sueldo decente, nada extraordinario, decente, repito, para ir tirando pero que después de dejarle una sustanciosa paga a mi mujer y mis hijos adolescentes, así como la casa, los muebles y el perro, la verdad, no me quedaba dinero para más dispendios.
         No se impaciente, señor policía, no se impaciente, que ya mismo voy al grano.
Pues como le iba diciendo: iba paseando para mi apartamento porque tenía ganas de caminar en una tarde apacible de primavera y porque no me apetecía coger el coche. Pues bien, allí, en la esquina, estaba ella, como dice el tango, bajo la quieta luz de un farol que llenaba de reflejos su larguísimo cabello castaño. Era una belleza, cuerpo esbelto pero no tan delgada como una modelo, falda corta luciendo unas larguísimas piernas y unos ojos verdes como el trigo verde, que dice la copla, que al mirarme obnubilaron mi mente y provocaron tambores en mi corazón.
        ¡No se ponga usted así, que ya acabo! Pues, eso, para resumir la historia, le diré que nos fuimos besando en cada farola ¿Qué eso es de una canción de Sabina? Ya, ya lo sé, señor guardia, pero es que era así, se lo juro por mi santa madre.
       La llevé a mi apartamento. Ella me pidió que apagara la luz porque sentía vergüenza, y entonces, bajo la tenue iluminación que entraba por la ventana entreabierta, nos desnudamos y...luego...me ocurrió algo parecido a lo que pasó en el poema de Lorca: "Que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela y resultó ser un tío".
        ¡Si, sí, señor policía! Ya sé que soy un pesado con eso de las canciones y las poesías...!no se ponga usted así, hombre, que ya termino de contárselo!
        Al principio me sentí burlado. Por eso, y en un ataque de rabia, tiré por la ventana todo lo que tenía a mano. Uno de los objetos fue, inconscientemente, se lo juro, el enorme reloj despertador que mi "queridísima" suegra me había regalado. Lo arrojé con tanta furia que, mire usted que casualidad, hombre, fue a caer en su flamante coche, con tan mala fortuna, que abolló la carrocería y rompió la alarma.
          Ahora, señor policía, y una vez que he pagado mi delito pasando tres noches en este calabozo, le digo que no hay mal que por bien no venga. Estos días he tenido tiempo de recapacitar: estoy dispuesto a volver por ella, a esa esquina donde la conocí, que no me importa lo que sea. Se ha metido en mi corazón y no estoy dispuesto a renunciar a ella...él.

De Acuario
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

J.E.

Hola a todos. Ya participé el año pasado en el certamen y veo que este año viene mejorado. Me alegra mucho ver que seguís al pìde del cañón. Un abrazo para todos y a ver qué pasa. :clapping:

Parlamento


LA VIOLACIÓN

   Jorge Lince terminó su clase de Ética. Los alumnos salieron. Todos menos Clara, que se acercó para hablar con él.
   - ¡Cuánto tiempo sin verte por aquí! – le dijo Lince.
   Clara no estaba alegre. Le costó hablar.
   - Hoy me despido. Voy a dejar el instituto.
   Lince la miró con repentina curiosidad. Era una adolescente inteligente y bonita, pero últimamente faltaba a clase, no rendía en los estudios, siempre parecía disgustada.
   - ¿Y eso por qué?
   - Han matado a mi padre. Ya no puedo aguantar más. Tendré que buscar trabajo.
   Al ver la gravedad del asunto, Lince cerró la puerta del aula para hablar en privado. Se sentó en su mesa e invitó a Clara a que se sentara al lado.
   Clara se explicó.
   Su padre, José Ruiz, había pasado los últimos nueve años en la cárcel, condenado por asesinato y violación. Hacía unos días se había probado su inocencia, porque su abogado defensor consiguió una revisión del caso y se probó que su ADN no coincidía con el encontrado en el cadáver.
   Le habían condenado por pruebas circunstanciales. La noche del crimen, una testigo vio salir a la calle desde el piso de la víctima a un tipo con pasamontañas y un ojo estrábico... y José Ruiz era un conocido ladronzuelo con estrabismo.
Su hija Clara siempre creyó en su inocencia, pero la justicia y la sociedad ya le habían condenado. Durante todos esos años, Clara siguió viviendo con su madre, aguantó en los estudios y se echó un novio hacía poco, pero siempre estuvo marcada por el trauma paterno.
Hacía unos días soltaron a su padre, demostrada su inocencia. Parecía que la herida en la familia iba a cicatrizar. José Ruiz y Clara podrían enderezar su vida por fin.
Pero dos días antes su padre apareció muerto en la calle. Al pie de una escalinata, con la cabeza reventada. Borracho, según las malas lenguas.
Clara sabía que su padre no había bebido. Apreciaba demasiado su recién estrenada libertad para eso. Y la herida en la cabeza era demasiado grande hasta para haber rodado por una escalera. Parecía más bien que se habían ensañado adrede.
A nadie le importó mucho la muerte de José Ruiz.
Había sido un desgraciado toda su vida, y como un desgraciado murió. Aún pesaba sobre él como una losa la condena por violación y asesinato de una muchacha. Los vecinos no se extrañaron. Su esposa casi se sintió aliviada en su fuero interno. Su abogado se libró del marrón. La familia de la chica asesinada vio algo de justicia providencial.
Sólo Clara derramó lágrimas por su pobre padre. Como ahora lo hacía delante de Lince. Después de aquello Clara sólo quería trabajar, casarse cuanto antes, olvidar.
Lince sintió piedad por esa joven desdichada. Y por su padre muerto. Y sintió gran curiosidad por saber quién había violado y asesinado en realidad a la otra muchacha.
- ¿Cómo había actuado tu padre – le preguntó a Clara – estos días de libertad?
- De un modo extraño – sollozó Clara –. En vez de pasarse el día con nosotros, su familia, se iba a la calle, decía que para averiguar la verdad. Para hablar con una gente que tenía que hablar. Decía que nosotros ya no le queríamos.
Y Clara se deshizo en un amargo llanto.

            *   *   *

COMISARÍA DE DISTRITO CENTRO.
EXPEDIENTE: 25.178 / 217.
LIDIA GONZÁLEZ RIVERO.
NAC.   4-7-1983.   M. 21-10-2001. 
NACIONALIDAD: ESPAÑOLA.
DOMICILIO:  PINTOR MURILLO, 27 3 C.
VIOLACIÓN Y ASESINATO.
CASO REVISADO Y SIN RESOLVER. 15-4-2010.

Lince pidió permiso al comisario Rivas para ojear el expediente.
Luego fue al piso de Pintor Murillo.
La madre de la muchacha asesinada hacía nueve años le recibió mal. La familia no quería revivir el caso. Cada recuerdo de lo ocurrido sólo echaba más sal y vinagre en la herida. De todos modos ya no podían hacer nada por Lidia. Se enteraron de la muerte del presunto autor, tras salir de la cárcel, pero tampoco querían hablar de ello.
Estos nueve años su vida hacía sido un valle de lágrimas, día a día, un esfuerzo titánico sin compensaciones posibles, una vez que su hija estaba muerta.
Frente a la madre sufridora, Lince dijo:
- Pero ese hombre era inocente. El verdadero asesino anda suelto. ¿No lo entienden? No ha pagado ni un día por su crimen.
Sólo hubo un silencio resignado.
- ¿Tiene alguna idea de quién pudo hacerlo?
La madre dijo con amargura:
- ¿Cree que si lo supiera no habría hecho nada todo este tiempo?
- ¿José Ruiz vino a hablar con ustedes?
- ¡Ni se hubiera atrevido!

La casa de Carla, en la calle Huertas.
Carla se disponía a almorzar con sus padres. Venía de la boutique de Hortaleza, y a las cinco tendría que volver de nuevo para el horario de tarde.
- ¡Qué oportuno eres siempre! – le dijo a Lince.
- Necesito tu ayuda. Diez minutos.
- Mi intuición femenina, ¿no?
- Eso es.
Lince le contó el caso. Al cabo dijo:
- ¿A quién crees que fue a ver José Ruiz al salir de la cárcel?
- Supongo que a quien le debía algo todo este tiempo.
- ¿Y ése era?
Carla dejó vagar la imaginación unos instantes.
- Por ejemplo el juez que le condenó.
- Vaya tontería. Un reo no puede hablar con su juez así como así.
- Seguramente. Ahora vete. Voy a comer.

MAGISTRADO ALFONSO JIMÉNEZ GIL.
JUEZ DE LO PENAL. N º DE COLEGIADO: 2.372.
JUZGADO DE INSTRUCCIÓN N º 12
AVEDINA DE LA CASTELLANA, 144.

El mismo comisario Rivas le mostró los datos. No estaba conforme con la deriva tan extraña del caso. Ya conocía algo a Jorge Lince, y sospechaba que era capaz de encontrar al verdadero asesino de Lidia González, con tal de devolver la serenidad a la familia y una sonrisa en el rostro de Clara Ruiz, la hija del falso culpable.

A Lince le costó conseguir una cita con el juez Jiménez Gil, que era un hombre muy ocupado. Finalmente, quedaron el viernes a la 1'30 horas.
El juez poseía un despacho amplio y bien acondicionado.
Era un hombre corpulento, ceñudo, de cabello moreno encanecido.
- ¿Y bien? – dijo impaciente.
Lince miraba distraído alrededor. Los muebles, la decoración, los archivos.
Señaló una fotografía enmarcada.
- ¿Es su familia?
- Sí – dijo el juez –. ¿Ha venido para preguntarme eso?
Lince se levantó y se acercó a la foto.
- ¿Puedo cogerla un momento?
- ¡Claro!
La estuvo examinando. Era de hacía por lo menos veinte años. El juez y su esposa jóvenes, un niño y una niña.
- Son muy guapos. ¿Es su hijo?
- Naturalmente. ¿Pero qué quiere?
- En realidad deseaba preguntarle: ¿Qué es para usted la justicia?
El juez se volvió hosco.
- Ya está bien de sandeces.
- No es una sandez. Me refería, por ejemplo: ¿Para usted, qué es más importante, su trabajo como juez o la familia?
- ¿Cómo se le ocurre? Mi tiempo es oro. ¡Fuera de aquí!
Lince se levantó. Antes de irse dijo:
- ¿Ha venido José Ruiz a verle?
El juez negó severo con la cabeza, pero por su expresión era evidente que sí.

            *   *   *

El hijo del juez.
Se llamaba Andrés Jiménez. Era fácil encontrarle ocioso, fumando yerba, por la mañana o por la tarde, en un banco del Retiro. Así se lo contó a Lince su amigo Prieto, que a veces le servía de confidente por su conocimiento de la calle.
Andrés Jiménez estaba con unos colegas. Alto, moreno, bien parecido, rascas por la espalda, ropa ancha deportiva. Se pasaban un canuto, hablaban en jerga.
Lince se acercó. Se presentó a ellos con cortesía. En cuanto le habló a Andrés de su padre el juez, los colegas huyeron como del trabajo.
Andrés reaccionó mal. Lanzó procacidades a Lince, que le dijo:
- ¿Un caramelo? Son muy sanos y relajantes.
- No, gracias – Andrés tiró la colilla del porro al suelo –. Me has espantado a los colegas con mi padre. ¿Qué quieres?
Lince le observó con atención. Luego dijo:
- Tienes unos ojos muy bonitos.
- Así que eres de ésos. No me va el rollo, tío. Lárgate.
- ¿Tenías miopía de pequeño, o hipermetropía?
- ¿A ti qué te importa?
- Tus fotos de niño. Tenías un gran estrabismo. ¿Cuándo te operaste?
- Hace años. Me daba complejo, ¿vale?
- ¿Con qué oftalmólogo?
- Un amigo de mi padre. Doctor Oswaldo, creo. Está por la Castellana.
Se notaba que Andrés Jiménez lo había tenido todo en la vida. Tanto, que no trabajaba ni estudiaba, a pesar de que ya tenía casi treinta años. No valoraba mucho las cosas, ni la vida misma, ni la de los demás.
- ¿Te manda mi padre? – dijo –. Ya me estás dando mucho la brasa.
Lince sintió casi pena por él.
- Hace nueve años Lidia González era amiga tuya, o querías que lo fuera. Una chica muy guapa, ¿verdad? ¿No cayó cautivada por tus encantos? Apuesto a que hasta entonces, nadie te había dicho a nada que no. ¿La violaste tú solo o te ayudaron algunos de tus colegas?
- ¿Pero qué dices, tío?
- Apuesto a que os deshicisteis también del pobre José Ruiz, tirándolo por las escaleras, cuando salió de la cárcel y empezó a humear.
- Tú estás fumao.
- Tu padre te protegió. Inculpó a un infeliz. Destrozó otra familia más. Eso es un delito muy grave, prevaricación, que acabará con su carrera. Apuesto a que te llevó a su amigo oculista hace nueve años, poco después de todo el jaleo, para borrar la huella. Debió de ser entonces un duro golpe para él, saber que el culpable era su propio hijo.
Andrés Jiménez miró a Lince asustado, quizá también por primera vez en su vida.
- ¿Qué vas a hacer?
Lince le dijo con tristeza:
- Ha llegado la hora de la verdad. ¿Qué vas a hacer tú?

Lince
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

#74

DAME LAS MANOS

—Dame las manos.
Ella lloraba en un silencio intercalado con breves hipidos.
Un ángel, pensó él. Debería estar muerta. Si fuera la mitad del hombre que creo que soy, pondría fin a su dolor.
—Dame las manos —insistió levantando la voz, pero con el tono suave.
—¿Eh?
—Dame las manos, confía en mí.
Le mostró sus propias manos cuadradas, macizas, sucias. Tendió los dedos hacia la niña. Y mantuvo las manos así; quietas, acogedoras. Ella las contempló y luego a él. Vio un rostro exhausto, barba de muchos meses, blanca en su mayor parte con algún parche de gris sucio. Y, bajo la hirsuta mata de pelo, relucían unos ojos en los que advirtió desesperanza y un atisbo de locura. Volvió la vista a las manos. Seguían allí, expectantes.
Ella tragó saliva con fuerza y se restregó las lágrimas con las palmas de las manos.
Un ángel, volvió a pensar él. Bastaría con tomarla por el cuello...
Las manos menudas, níveas bajo las ronchas de mugre, con dedos largos, hábiles, curiosos, se adelantaron con un ligero aleteo. Alzó de nuevo la vista hacia el rostro de él, pero volvió enseguida a bajarla. Se estremeció, hacía frío. Nevaría en unos minutos.
Las manos se posaron sobre las palmas duras de él. Las manos grandes y morenas se cerraron con suavidad.
—Cierra los ojos —susurró él.
Ella vaciló, pero un ligero apretón de él e hizo lo que le pedía.
—¿Cómo te llamas?
—Marianne.
—¿Vivías por aquí? —preguntó él, ignorando el intenso olor a quemado.
Ella asintió.
—Quiero decir antes de... antes de que sucediera.
Ella volvió a asentir con un rictus de dolor.
—Sigue con los ojos cerrados —le pidió él—. Y ahora vuelve a casa y cuéntame cómo era.
Durante unos segundos ella no dijo nada. La nieve comenzó a caer, ligera y ardientemente helada. Él confiaba en que el fuego no iría a más. El hedor a carne abrasada le daba náuseas. Ansió de repente uno de los cigarrillos que llevaba en el bolsillo. Pero no quiso soltar las manos de la niña. Se concentró en sus propias manos alrededor de las de ella y un torrente de sensaciones vibró repentinamente en las puntas de sus dedos. Recordó el tacto de una toalla limpia, la rugosidad del tronco de un árbol, el cabello de alguien a quien amas, la suavidad de un beso...
La niña comenzó a hablar. Acomodó sus manos entre las de él y su rostro, fruncido hasta ese instante, se relajó. Él se inclinó hacia delante apoyando con suavidad su frente en la de ella. También cerró los ojos. Y ella le contó cómo era su casa y el columpio que le montó su padre en el patio. Y le habló de de su madre y sus hermanos y otra vez de su padre, siempre riente y bromista, y su madre, una presencia cálida. Y de sus amigos y del chico que le gustaba... Y durante unos minutos él fue más feliz de lo que lo había sido durante los últimos dos años.
Al principio no se había alegrado de encontrar a la niña. En realidad, su intención había sido marcharse sin volver la cabeza, simular que no había oído el llanto contenido de la criatura. Los suyos debieron ocultarla en algún escondrijo cuando oyeron llegar a los carroñeros. Los carroñeros no se conmueven por una cría. Los carroñeros solo responden a sus instintos. Le habrían hecho lo que a los demás y gozado... como con los demás.
No es asunto mío había pensado cuando la vio ahí llorando. No tardará en morir y es mejor así A saber lo que ha presenciado.
Había seguido caminando, atento por si los carroñeros volvían. No solían hacerlo. Cuando asaltaban un lugar no quedaba nada detrás, era la ley de la tierra quemada. Excepto esta vez. Estaba la niña.
No es asunto mío se había dicho con rabia y le sobresaltó darse cuenta de que estaba llorando. Pensó que era más duro. Que lo había visto ya todo y un poco más... Y quizás fuera así, lo había visto ya todo, solo que eso no te hace más duro.
La nieve cobró fuerza y le devolvió al presente. Ella seguía hablando con una sonrisa en los labios. Sus manos permanecían acunadas entre las de él y la frente apoyada en la suya. Pudo oler su risa, su alegría, sus sueños y eso abrió la puerta al recuerdo, al dolor.
     Recordó una cometa en el cielo y una figura que saltaba como si pudiera alcanzarla. Y los gritos de alegría y alguien que le tomaba del hombro y susurraba que le amaba. Y la figura que reía... Y de pronto la imagen cambió por la del día que el cielo se cubrió de fuego.
La niña, Marianne, había callado, pero seguía oliendo a esperanza y sus manos se removían felices en su cálido cobijo. Retiró una de las suyas cogiendo las dos de ella en la otra. Llevó la mano al bolsillo.
—¿Sabes alguna canción? —le preguntó.
La niña asintió con la cabeza. Conservaba los ojos cerrados, aunque su rostro comenzaba a fruncirse de nuevo.
—¿Me la cantas?
Ella no dijo nada. Él dejó de rebuscar en el bolsillo y contuvo el aliento. Por favor, por favor, pensó. De pronto ella sonrió, acababa de recordar una canción. La voz era cristalina y la letra en un idioma que él no entendía. Siguió buscando en el bolsillo apartando los cigarrillos, el Zippo, una vieja foto tan manoseada que apenas se distinguían unos rostros entre la suciedad que la cubría... Por fin encontró lo que buscaba. Unas cápsulas blancas que había hallado tiempo atrás entre los restos de un hospital. Sabía perfectamente para qué eran. Se habían repartido en los días posteriores al fuego en el cielo.
Se colocó una en la lengua, luego le puso una a ella entre los labios. Interrumpió su canción y a punto estuvo de abrir los ojos.
—No lo hagas, tómatela, Te hará sentir mejor.
Tras titubear como si intuyera algo, ella acabó por tomarla en la boca.
—Dame las manos —le pidió él—. Trágatela y dame las manos.
Marianne lo hizo. Le dio las manos.
La nieve cayó con fuerza, gris y helada, como una manta sobre la tierra quemada.   
   
Romeo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente