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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento

#45

AUSENCIAS

A Andrea, siempre tan lejana

Es una hora perdida de un invierno que me arrincona contra las tripas una destemplanza que no es el frío, en una madrugada incierta en Atures. Es miércoles. Estoy casi solo en el café Los Amigos, sin los amigos de siempre, que se han ido para buscar enflaquecer en el sueño una soledad parecida a la mía, y que también los fastidia. Por la calle que se ve a través del ventanal hace ya rato que nadie cruza. El humo de mi cigarrillo porfía en espirales indecisos que se deshacen en el aire; un aire espeso que se deshace, a su vez, en olores rancios y calientes... Pido un aguardiente más al mozo, y quiero creer que es el último. Es, como he dicho, una hora olvidable y yo, en la ciudad indiferente, soy un hombre solo, desdibujado, nadie, buscando borrar de la memoria otras madrugadas parecidas a ésta.

La mirada de la luna está escondida detrás de unos deshilachados borrones de nubes. La mirada de la luna es otra ausencia...

Esa, que entra de repente trayendo el frío de la calle en la ropa, es una que no conozco. Etérea, viene directo hasta mi mesa y se sienta, sin saludar ni pedir permiso.

– ¿Ya lo sabes? –me pregunta, y pide un café con uno de esos gestos de las mujeres, pequeñitos, suaves...
La miro detenidamente, tratando de adivinar si la he visto antes en alguna parte, si es alguien que no recuerdo porque no quiero recordar, como a veces me sucede; pero no, no es una mujer que yo conozca. Tampoco sé de lo que habla. Pero es hermosa.

– Sí –le contesto igualmente, siguiéndole lo que supongo es un juego, y calculando que puede ser una de las tantas almas perdidas; una de esas que sobran en las madrugadas de Atures, como yo.

– Ah, ya lo sabes.

– Sí, sí... Ya lo sé.

– ¿Y?...

– Nada; que ya lo sé... Lo demás importa poco.

– Es verdad... Lo demás importa poco...

Llega el mozo con el café, ella lo mira y le sonríe con otro gesto pequeñito, suave. Echa después dos sobrecitos de azúcar en su taza, revuelve el café y, mirándome a los ojos profundamente, me pregunta:

– ¿Nos vamos, entonces?...

– Y sí, nos vamos. – "Qué más da", pienso.

Se levanta de la silla de madera oscura y gastada del bar Los Amigos, me tiende la mano mientras sonríe (parece que siempre sonríe) y yo me levanto para seguirla.

Mi cuerpo queda ahí... Tengo los ojos abiertos y lejanos, como si mirara por el ventanal esperando que pase alguien, tal vez alguno de esos amigos que ya se han ido. Tengo el cigarrillo todavía encendido entre los dedos. Tengo un gesto que no sé precisar y que me parece una sonrisa en la boca...

Ese aguardiente fue el último y está sin terminar. Ahora lo sé, realmente lo sé. ¡*****; sí, lo sé!... "Así que esto era todo, entonces...", me digo... Nos vamos.

Un tipo entra, se acoda en la barra (no nos ve, no puede vernos cuando nos atraviesa al entrar y nosotros salimos), pide un café y se pone a leer el diario.

Eso es todo.

Es miércoles.

Juan del Paramo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


Tiza de colores   

El sol, mucho sol y unas volubles motitas de colores. Era todo lo que veía Jack al abrir la puerta de su casa. Incluso al recorrer gran parte de su jardín las manchas le seguían allá a donde fuera su vista. Se paró al fijarse en lo sólidas que le resultaban las sombras de los árboles aquella mañana. Un día demasiado soleado para otoño.
El timbre de una bici lanzó una advertencia a Jack. Un paso hacia atrás y el chico de los periódicos pasó levantando las hojas a su paso. Le entregó el diario matutino al hombre, no sin antes lanzar una mirada indiscreta a sus pies.
    -¿Hijo, cuál es tu problema?
    Jack intentó alcanzar los ojos del joven con los suyos pero éste le rehuía.
    -¿Me oyes, chico?- No recibir respuesta siempre le mosqueaba.
    -¡Oh, Jack! Estás ahí,- la cabeza de su vecino emergió de entre unos arbustos cuidadosamente recortados. Le resultaba enfermizo. Ya podría estar quemándose el vecindario que no levantaría la vista mas que para lanzar uno de sus comentarios correosos. Después vendría aquella irritante risa sarnosa. -Hace buen día, ¿verdad?
Jack se dio la vuelta para saludar sin tener animo para ello, a lo que el chico aprovechó y se escabulló sobre ruedas. -¿Qué tal Bobby? Sí, menudo sol hace hoy.
    -Y que lo digas, parece que l-las...las...Oye Jack, ¿por qué no tienes sombra?
Jack arrugó toda la cara. Las tonterías también le mosqueaban. En silencio miró hacia abajo para darse cuenta de que, tontería o no, no tenía sombra.
    -Vaya...-Se llevó una mano a la cabeza para rascarse la nuca. Con la mirada gacha permanecó pensativo un buen tiempo. Sin embargo, por mucho que reflexionara aquello de no tener sombra no hacía más que desanimarle.
    El sol subió hasta el punto más alto, Bobby terminó con sus setos, ya comenzaba a atardecer. El tormento de Jack le dejó anclado en el sitio, sin poder preocuparse por nada más que de su imposible circunstancia. No pronunciaba palabra, tan solo se dejaba consumir en el pesar.
    -Ahora se te está yendo el color, Jack- Bobby abrió su tumbona mientras miraba ocioso    los cambios que le sucedían a su vecino. -¿Qué será lo próximo, vas a evaporarte sin dejar rastro?- Risa sarnosa. Cubrió sus desvergonzados ojos con las gafas de sol de su mujer y se tumbó de cara a Jack.
    Los niños del barrio pronto se reagruparon en las calles tras volver del colegio, aprovechando las últimas horas de sol. Divertidos por la desgracia del hombre se reunieron en torno a él. Correteaban entre sus piernas, reían, preguntaban con pequeños tirones de sus pantalones, cuchicheaban entre ellos y volvían a reír. Sobre todo reían. Con alegría, inocencia, curiosidad. Algunos aprovecharon la novedad de tener un hombre sin color ni sombra impasible en el pavimento. Con una tiza de color por niño emprendieron la tarea de pintarle una sombra a Jack. Tras más risas infantiles consiguieron una imagen deforme, retorcida, incompleta y vistosa. Una sombra de colores para un hombre gris.

Dante
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

#47

EN BUSCA DE LA RUEDA

El hombre estaba cansado. El paso de los años y la escasez le pesaban en los hombros y en el alma.
Iba por la autopista, desde Quilmes hacia el centro. La desvencijada camioneta, que había adquirido usada una década atrás, le obligaba a conducir con precaución. Se dedicaba a los fletes, era conductor, peón, patrón y lo que fuera necesario para salir adelante. Ese día llevaba un juego de sofá forrado en piel color beige y una biblioteca enjuta, alta, de formas innovadoras, por encargo de una parejita joven de profesionales que había adquirido un dos ambientes a estrenar en la mejor zona de Caballito. Había atado los muebles con nudos ajustables de soga elástica tal como le había enseñado su predecesor, el viejo Schultze. Corría el mes de enero, época durante la cual disminuía el tránsito porque la gente que podía se iba de vacaciones a la costa. Ese día en particular hacía mucho calor, un calor húmedo y sofocante.  
―La **** ―protestó el hombre para sí a la vez que se limpiaba la frente con el dorso de la mano, barriendo la transpiración―, pero qué calor.  
De pronto el tren delantero de la camioneta comenzó a vibrar y el hombre, en un acto reflejo, redujo la marcha. Pero antes de que alcanzara a detenerse, la rueda derecha delantera se salió del eje, dando brincos sobre el asfalto, escapándose atrevidamente hacia el lateral. La camioneta se inclinó como un animal herido y se arrastró sobre la orilla. El hombre se reprimió de pisar el pedal de freno y apenas sostuvo el volante; permitió que la camioneta lo llevase adonde ella quisiera. Por fin el vehículo se detuvo y el hombre se apeó y contempló el eje desnudo.
A su lado los autos se escurrían, presurosos, rugiendo a más de ciento treinta por hora. Atrajo su atención una camioneta negra, soberbia, de las todo terreno, como la que siempre soñó tener; pero ésta era un modelo nuevo, no la conocía, por el diseño semejaba más bien un auto, solo que era más grande. En la parte trasera decía Infinity. Debe ser una Nissan, pensó. La contempló pasar. El motor apenas se oyó difuminado en la ráfaga febril que le abrazó batiéndole el pelo todavía rubio.
La rueda se había fugado extraviándose a través de la línea frondosa de altos matorrales que bordeaba la autopista más allá de la banquina. El hombre atinó a ir en su búsqueda pero permaneció ahí, en el arcén de la autovía, un poco más, viendo los autos pasar.
―La **** ―renegó de nuevo y sin razón evidente se recordó cuando chico, jugando con su abuelo y escuchando las historias que éste le contaba sobre la guerra en España y cómo había venido para el sur.  
Eran las tres de la tarde, la temperatura superaba los treinta grados. Ni una nube en el horizonte. El hombre soltó un escupitajo y fue en busca de la rueda.
Cruzó la línea de los matorrales, después una zanja con agua podrida, y de seguido un conjunto informe de arbustos. Luego, ante él, principió un descampado  ondulante, pajizo, que se extendía hasta el río; recostada sobre un lado había una casilla de chapa que centelleaba bajo los rayos del sol. De la rueda ni noticias.
―***** ―espetó y ladeando la cabeza lanzó otro escupitajo con sabor a bronca.  
Tanteó el celular que llevaba en el bolsillo del vaquero, pero retiró la mano y siguió buscando la rueda. Se arrimó hacia donde se encontraba la casilla. Pensó que era improbable que la rueda hubiese llegado tan lejos. Desde donde estaba podía vislumbrar a través de los arbustos y matorrales la cajuela de la camioneta.
Entonces una mujer salió de la casilla y lo escudriñó con cierto recelo.
El hombre se acercó a la mujer, era morocha y joven, de pómulos altos y mentón fuerte, y casi tan alta como él.
―Se me rompió la camioneta ―explicó.
La mujer se mantuvo callada.
El hombre le pidió un poco de agua. Ella, sin decir palabra, se adentró en la casilla. Pero no volvió a salir.
La casilla tenía por puerta una lona hecha jirones y el hombre decidió entrar. El interior era sombrío. Se sorprendió al notar que allí la temperatura era notablemente más baja de lo que había pensado. La mujer estaba echada sobre un camastro, los ojos negros le refulgían en la penumbra. El hombre se sentó en la  esquina del camastro y la mujer se corrió y le hizo un lugar.
Al amanecer del día siguiente el hombre fue hasta la camioneta y desanudó la biblioteca y el juego de sofá. La biblioteca resultó demasiado alta para entrarla en la casilla. En cambio el juego de sofá cuadró sin dificultad.
A los tres días arribó un patrullero escoltado por un remolque. Atardecía. Ahora el cielo estaba velado por nubes rosadas y corría una brisa ligera. El hombre salió a la puerta de la casilla y observó a los policías enganchar la camioneta y asegurarla sobre el remolque. Esperó a que los oficiales se fueran con la chata. Después se retiró al interior de la casilla donde le aguardaba la mujer.

Iván Madden
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


EN AQUELLA BANCA

         Ha pasado mucho tiempo y aún vuelvo año tras año a esta misma plaza en la que un día te conté cuánto te amaba. Ya sabemos lo que pasó después, ya sabemos que yo quedé solo, lleno de congoja y con una nostalgia que aún cargo en mis hombros. Tú, en cambio, creíste ser feliz. En esta banca un tibio día de octubre nos juntamos a hablar de la vida y sus distintas aristas. Fue un día como hoy, y lo celebro trayendo una rosa que dejo aquí, en esta misma banca en donde estuvimos sentados tan cerca el uno del otro. Recuerdo tus palabras, recuerdo como te miraba, recuerdo tus gestos, recuerdo cómo te quería besar. Ese día fue hermoso, quizás fue el único día de mi vida en que las cosas adquirieron sentido, porque luego todo sería bastante oscuro. Ese día...
        -Andrea... Escribí algo para ti, quiero leértelo...si me lo permites
        -Está bien, precioso... Léelo
        -"Pequeña de cuerpito suave como un arroyo de luz/ Déjame perderme en tus aguas de esperanza azul/ Necesito amarte con la pasión de un volcán/ Necesito despertar junto a ti con el canto de un zorzal"
        -Qué lindo, lindo, lindo... Me gustó mucho... Gracias, Eric, gracias por darme tanto cariño... Tantas palabras tan hermosas...porque...no sé...
        -¿Qué sucede mi pequeña?... ¿No estás segura de comenzar algo?
        -Es que... Mira, tú no eres el problema, soy yo... Soy una persona muy inestable... No me acostumbro a la estabilidad, siempre hago algo para terminar con todo... Más encima... No me merezco tanto amor de tu parte
        -Pero, ¿por qué dices eso? A mí me basta con que estés junto a mí, no pido nada más a cambio, lo que yo te entrego es lo que mi corazón dicta y no tienes por qué sentir que no lo mereces... Es más, por ser tan bella mereces mucho más...mucho más
        -Eric... Ves el amor como algo tan ingenuo... ¿No te da miedo todo lo que te he contado? Durante todo este tiempo que ha pasado tendrías que haber huido de mí... Te he dicho todas mis locuras, todas mis aventuras... Sabes muy bien que me he comportado como una... Una chica que no merece tu amor... En serio
        -¿Pero a qué quieres llegar con todo esto?
        -Eric...

        Andrea acarició mi rostro. Quiso besarme pero se arrepintió. Estoy seguro de que pensó en él y por ello se contuvo. Yo había hecho muchas cosas bellas por ella, sin embargo hay veces en las que la belleza del sol no sirve para abrir corazones. Somos tumbas que se niegan a abrirse.
        -Yo no soy para ti- dijo Andrea triste- Yo soy una mujer mala... Tú eres muy bueno y quizás es ese tu mayor problema... A nosotras nos gusta sufrir, que un hombre se comporte varonil, que nos trate mal... Obvio, no hablo de golpes y masoquismo sino que hablo la pura verdad: así somos nosotras... Tú necesitas a una mujer demasiado madura, yo aún soy una niña que busca diversión, placer... ¿Comprendes?
        -Pero Andrea...

        Y fue entonces cuando con lágrimas en los ojos, emocionado por la belleza de Andrea, no aguanté las ganas y me le declaré:
        -Andrea, te amo... Por favor, acéptame en tu mundo tal como yo me entrego a ti... Te amo, quiero pasar el resto de mi vida contigo, quiero formar una familia, tener planes junto a ti... Te quiero amar cada día, desbordar mi pasión en tu vientre, acariciar cada rincón de tu cuerpo para hacerte feliz, quiero ser tu compañero, tu amigo, tu confidente y tu amado... Haremos el amor día, tarde y noche y despertaremos abrazados mirando cómo la luz del sol se escurre envidiosa por la pieza tratando de averiguar cómo nos amamos en la noche... Mi amor, te amo... Por favor, sé mi novia...

        Andrea quedó hacia dentro. Por dos minutos aproximadamente no quiso hablar y perdió su mirada en unos niños que peleaban por un helado. Dio una sonrisa nostálgica como si quisiese abstraerse del mundo para poder volar a otras galaxias. Respiró hondo, luego me dio una mirada sincera y por ello triste:
        -Gracias... Gracias de verdad por decirme esas cosas tan bonitas...pero estás cegado... No quieres oír lo que te he estado diciendo... Eric... No quiero tener ningún tipo de relación contigo... Lo que vivimos fue hermoso pero mi corazón pertenece a otro hombre

        Me quedé estupefacto. De pronto, algunas lágrimas brotaron de mis ojos y fueron a perderse en la inmensidad de la grieta que se iba creando entre mi corazón y mi alma. Alargué una mano y acaricié su rostro. Qué linda que era. Su nariz era fina y un tanto roma. Jugueteé un poco con ella y Andrea se puso a reír como una niña. Luego lloró. Bebí cada una de sus lágrimas. La abracé. La besé. Lloramos juntos. Acaricié constantemente esa cintura en la cual yo me imaginaba enredado junto a las sábanas entregado a la dicha de amar. Sentí sus pechos latir como si hubiesen cobrado vida gracias a las lágrimas de Andrea, que cuales gotas de lluvia, inundaban de vida todo lo que hallaban a su paso. Al beber sus lágrimas sentí que me invadió una pena tan grande que el pecho me dolió como jamás me había dolido en la vida. Aún shockeado e intentando disuadir de mi mente y de la de ella las palabras que había dicho, le dije:
         -Andrea, quiero hacer el amor contigo

         Andrea volvió a soltar más lágrimas. Besó mis mejillas, acarició mi cuello y yo sentí el fuego que recorría su cuerpo. Nuestra piel cobraba vida propia y se las ingeniaba para hacer contacto y acariciarse. El fuego de mis labios se encontró con la electricidad de su cuello. Era tan suave, tan dulce. Sabía a un exquisito manjar, sabía a delicias de infancia, a tortilla recién sacada de las cenizas, a un caramelo recién preparado. Besé una y otra vez su cuello. Ya no me interesaba que estuviésemos en una plaza y que la gente pasara por delante y por detrás de nuestra banca. Yo quería ver sus pechos brotar como flores ante mí, necesitaba sentir esa fragancia a inmensidad que brotaba de su calidez. Abrí su blusa. Su cuerpito era sagrado, no podía ser posible que hubiese sido mancillado por uno y otro hombre. Me negaba a ello. Besé sus pechos. Algunas personas miraron y se alejaron avergonzadas. Andrea rápidamente se cerró la blusa. Me miró atentamente. Las lágrimas aún no querían desaparecer de su rostro y pintaban en él, mensajes de tristeza y desolación. Luego me dí cuenta que en realidad el rostro de Andrea estaba espejeando mi propia alma, por lo que aquello que yo veía en sus lágrimas no era otra cosa que mi propio dolor. Andrea selló mis labios con un dedito pues quería que le pusiese total atención, sin interrumpir:
         -Eric... Te quiero mucho... Pero no te puedo dar mi amor... Sé que quieres amarme, sé las fantasías que cruzan por tu cabecita pero lo siento. He pensado en mi futuro y llegué a la conclusión de que con Francisco voy a lograr muchas cosas... Tú le conoces, es un hombre seguro, enérgico, lleno de fuerza y vitalidad, con él me siento segura no sólo en lo espiritual sino que también en lo material... Tiene una empresa que maneja muy bien. Tiene altos dividendos y además es muy inteligente... No quiero casarme ni nada, tú me conoces y sabes que no me gustan ese tipo de compromisos, pero quiero tener en estos momentos un poco de diversión, de placer... Y él me puede dar eso...
         -¿No me consideras seguro?
         -No... Eres como un niño... Un niño dulce y bueno...pero no tienes la seguridad que yo quiero... O sea, tienes tu propia forma de ser seguro, ¿me comprendes? Pero Francisco posee una seguridad de hombre viril... Él no es poeta como tú, ni me mueve la silla para que me siente, ni tampoco me acaricia el rostro cuando tengo pena, ni mucho menos después de hacer el amor me dice cosas bonitas al oído como tú... Pero eso mismo me atrae poderosamente de él...esa cosa ruda, de chico malo... Eso es divertido... Lo siento, pequeño, no es nuestro momento... Quizás cuando me aburra de él... Entonces quizás...haya una luz para los dos...
         -Pero yo... Yo te doy estabilidad

         Insistía como un tonto y es que estaba cegado por el amor. Aún pensaba que haríamos el amor y que despertaríamos abrazados para luego preparar un rico desayuno que comeríamos juntos en una bandeja.
         -No quiero estabilidad, Eric, quiero libertad...
         -Pero yo te doy amor... Amor verdadero
         -No quiero amor verdadero, Eric, sólo quiero amor
         -A mí no me importa que te hayas acostado con mil hombres antes de conocerme, no me importa eso...
         -A Francisco tampoco le interesa, tal como a mí no me importa que él tenga otras aventuras...
         -Yo te amo...y sólo pienso en ti...
         -Yo te tengo mucho cariño, Eric...pero soy realista y pienso en mi profesión, en mis sueños, en los viajes que quiero realizar, en tantas culturas que quiero conocer... No te obsesiones conmigo, sé independiente... No ames a una mujer más allá de la compañía... Jamás te entregues tanto... ¿Acaso no tienes sueños, Eric?
         -Mi sueño eres tú...
         -Mi sueño es conocer muchos lugares, muchos platos diferentes de comida, mi sueño es amar y ser amada pero sin traspasar el límite... Eric, una nace sola y muere sola... Piensa en eso, piensa que yo sólo seré una mujer más en tu vida... Ni la más importante ni la menos importante. Llegará otra mujer que prepare ricas tostadas y que disfrute tu merengue... No somos tan únicos y especiales... Para mí fuiste un hombre importante pero es imposible que a mi joven edad me establezca con un hombre... Olvídame, pequeño... Sácame de tu corazón... Sácame, ódiame, imagíname durmiendo en los brazos de Francisco, imagina mi sudor pegado a su piel, piensa en que él ya me ha poseído, me ha hecho suya y yo quiero que así sea... Deseo despertar cada mañana entrelazada en las sábanas de su cama, deseo que me acaricie y que con su actitud provocativa y viril me deje sola en la cama y sin despedirse se vaya a trabajar mientras yo me quedo fantaseando con él y...

        Coloqué un dedo sobre sus labios. Tenían una suavidad especial. Me acerqué a su oído y le dije muy despacito:
        -Te amo... Jamás te olvidaré
        -Eric, olvídame, hazlo por tu bien
        -Te amo...
        -Me idealizaste demasiado...pero recuerda: ya va a aparecer otra mujer... Pero no esperes que ella te jure fidelidad... Ella querrá libertad tal como la posee cualquier hombre o mujer... Yo respeto tu libertad y tú respeta la mía y la de las que vengan... Este es el modo de pensar que te ayudará a triunfar... Es como en el trabajo, hazle a los demás disfrutar y beneficiarse con tu compañía y desempeño pero a la vez sé orgulloso y míralos en menos, siéntete el mejor, siéntete poderoso

         Tomé la carita de Andrea y la besé tiernamente. Cegado por el amor le dije muy suavemente:
          -No me interesa con cuantos hombres sigas acostándote, algún día te buscaré, te encontraré y nos amaremos mucho... Entonces formaremos una familia y seremos muy felices...
          -Que tontito eres... Tengo pena por ti... Eres como un niño

          Y nos quedamos abrazados por una media hora. Durante ese tiempo acaricié con mi rostro su cuello, saboreé los lóbulos de sus orejas y besé su frente. Quería olvidar todo lo que me había dicho, necesitaba pensar que sólo era una broma. Quería amarla y que ella me amase. Luego de esa eterna y hermosa media hora nos despedimos: ella con la idea de no verme jamás en la vida y yo con el pensamiento de buscarla para amarla y hacerla feliz.
          Hoy rememoro en esta banca aquel hermoso día. Veo varias parejas de jóvenes y de personas mayores y sonrío pensando en que quizás entre esas personas la veré a ella tomada del brazo conmigo. Pero eso ya es imposible. Hoy en la mañana la fui a buscar a un departamento en donde un amigo que teníamos en común (un ex amante de Andrea) me dijo que podría encontrarla. El departamento pertenecía a un edificio de un sector exclusivo. Toqué la puerta y abrió un hombre extraño, cuyo rostro era el de un tipo lleno de odio y astucia. Obviamente no era Francisco. El tipo me miró con tanta rabia que tuve que armarme de valor por si se formase alguna gresca. El hombre dijo con voz seca:
         -¿Qué quiere? Estoy ocupado

         Oteé el departamento: alcancé a divisar la figura de una mujer recostada en un sillón. Mi corazón latió muy fuerte. Sin embargo, algo detuvo mi felicidad: la mujer se veía demacrada, pálida. En una mano tenía una botella de vodka y en un brazo una jeringa le colgaba de forma monstruosa. Se veía con un sobrepeso mórbido y sus ojos rojos estaban perdidos en el techo. El hombre, como si el que yo espiase su departamento le pusiera feliz, me dijo sonriendo:
         -Bueno, verá... Estoy ocupado porque me estoy follando a esa **** por una ganga... La saqué barata... Ya pues, ¿qué quiere?
         -No... Nada... Me equivoqué... Disculpe...

         Me dí la vuelta y me fui de ese lugar invadido por las lágrimas.
         Ahora en esta banca, rememoro ese día... Ese día en que despreciaste el amor para despreciarte a ti misma.

Anónimo7
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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Tierras de luz
         
                     Hannah ha visto la película muchas veces pero esa tarde de domingo, y porque está un poco melancólica y se siente bastante sola desde que Mario accedió a casarse con ella para que pudiera obtener la nacionalidad española, sólo por eso, decide verla otra vez.
                  "Tierras de penumbra".
   Una película que le parece preciosa y tristísima, y que le encanta.
   Y entonces, cuando Anthony Hopkins, que interpreta al profesor Jack Lewis, acaba de declarar su amor, en la habitación del hospital, a Debra Winger, que interpreta a la americana Joy Gresham, suena el teléfono.
   Hannah activa la pausa en el mando del DVD, carraspea (se le ha hecho un nudo en la garganta, por la emoción) y coge el auricular sin mirar en la pantallita del teléfono el número del que está llamando.
   -Hannah, soy yo –dice una voz al otro lado del hilo.
   Hannah se estremece.
   Balbucea:
   -¡Mario!
   -Quiero casarme contigo, Hannah. Quiero casarme contigo ante Dios y ante el mundo.
   Hannah se queda estupefacta. Son las mismas palabras que acaba de pronunciar Jack Lewis, Anthony Hopkins, en la película.
   -¿Cómo? –pregunta.
   -Por favor, no me dejes, Hannah –continúa Mario.
   Entonces Hannah, creyendo que se trata de una broma, repite a su vez las palabras de Joy Gresham, Debra Winger que se le han quedado grabadas en la memoria y en el corazón.
   -¿Sabes, Mario? En mi país existe una vieja costumbre. Verás, cuando un hombre decide casarse con una chica, se lo pide. A eso se llama declararse.
   -Lo mismo hacemos aquí –dice Mario tranquilamente.
   -¿Me lo he perdido? –pregunta Hannah siguiendo lo que  considera un juego.
   -Bueno... -continúa Mario- ¿Quieres casarte con este viejo tonto y asustado, que te necesita lo indecible y que te quiere aunque no sepa expresarlo?
   A Hannah vuelve a hacérsele un nudo en la garganta al oír las palabras de Mario, el mismo nudo que se le había hecho unos minutos antes cuando oyó esas mismas palabras pronunciadas por el profesor Lewis, Anthony Hopkins.
   -Mario... -empieza a decir.
   -¿Sí?
   -¿Estabas viendo en este momento, como yo, "Tierras de penumbra"?
   -¿Qué es eso?
   -Una película.
   -No, ¿por qué?
   -¿No la has visto nunca?
   -No.
   -Es que... Bueno, no, nada...
   -Vuelvo a preguntártelo, querida Hannah. ¿Quieres casarte con este viejo tonto y asustado, que te necesita lo indecible y que te quiere aunque no sepa expresarlo?
   Hannah conoce a Mario y por el tono de su voz sabe cuándo habla en broma y cuándo en serio, y se da cuenta de que ahora está hablando en serio, muy en serio. Entonces, si Mario no le está gastando una broma ni jugando a un juego, ¿qué está pasando? ¿Es posible que se trate de una coincidencia?
   ¿De una maravillosa coincidencia?
   Mario está esperando al otro lado del hilo.
   -¿Hannah?
   -Sí, Mario –responde por fin Hannah, esta vez con sus propias palabras y no con las de Joy Gresham, Debra Winger-. Yo también te quiero, yo también te necesito y yo también quiero casarme contigo.

Madigan
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


NO DEJES QUE SEA TARDE

Quiero hacer tantas cosas.

Tantas cosas que ya no puedo. Ayer quería estar tranquila, relajada, sin tener nada que hacer ni pensar. Quería cerrar los ojos y vaciar mi cabeza. Quería no pensar en nada de mi vida, ni de la vida, ni de la vida de nadie. Quería, tal vez, no existir.
En cambio hoy, un torbellino se ha apoderado de mí. Me levanté, abrí los ojos y por primera vez en muchos días una sonrisa se dibujó en mis labios. Casi me dolió su aparición. Tantos días con la misma expresión parece que han dejado inmóviles los músculos de mi cara.
La luz que entra por la ventana es como un pequeño haz de vida que se ha colado por mis ojos y que ha rozado lo que tenía escondido dentro de mí. Esa luz, blanca, clara, alegre, luz de vida, ha conseguido inundarme por completo y rebosar hasta salir por mis poros. Hoy lo veo todo de otra manera. Hoy no quiero cerrar mis ojos. Hoy quiero tantas cosas. Tantas cosas que ya no sé si podré.
Tengo pendientes mil asuntos que fui dejando de lado creyendo que otros eran más importantes, más urgentes de resolver y sin embargo, ahora vengo a darme cuenta que esos asuntos pendientes eran más urgentes que los otros: ver a mi hija actuando en su fiesta del colegio, visitar a mis padres más a menudo, salir a pasear y respirar el aire puro, abrazar, besar, decir te quiero, te echo de menos, te necesito; aprender a vivir y disfrutar de los pequeños detalles diarios y rutinarios en los que nunca me fijé...

Si, hoy quiero hacer todo eso pero no sé si ya podré.

Para empezar, me gustaría hacer una cosa: levantarme de esta cama, sin ayuda, abrir la ventana y sentir en mi cara ese sol que me ha devuelto la alegría de vivir. En cambio me doy cuenta que no puedo hacerlo. Mis piernas no responden, mi cuerpo ya no es mío.
Hace dos meses me mataron.
Hace dos meses me dijeron: lo siento mucho, es cáncer. Te quedan dos meses de vida.
Hace dos meses me vine abajo, me rendí, no supe reaccionar.
Hoy quiero reaccionar, hoy siento ganas de vivir, hoy quiero hacer tantas cosas que no hice... pero creo que ya no puedo, no tengo tiempo.
Hoy no quiero morir y en cambio ahí me veo tumbada en mi cama, inmóvil.

Quise hacer tantas cosas, tantas cosas que no pude

Nebulosa
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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RESURRECCIÓN DE ESCRITORES

Muchos años de historias de variados personajes, muchos siglos de culturas distintas y verdaderas situaciones vividas. Muchos escritores anónimos y otros muchos conocidos. Muchas palabras huecas, pero otras con tanto significado. Unas letras se unen con otras, y así las letras van cobrando vida y también crean personas. Esas personas que escriben para poder expresar sus sentimientos y  crear sueños, incluido dar sentido a muchas vidas de lectores.
Hubo un tiempo en que todo esto no sucedía, toda inspiración se había secado y no por gusto, sino por obligación. Cualquiera que fuese pescado con un objeto de escribir con intenciones artísticas en la mano era severamente castigado. Tampoco se podía hablar de una manera poética o con entonación cuentista. Querían crear una sociedad-robot, sin poder de decisión, sin poder de imaginación.
Por fortuna siempre hay un salvador, un héroe que finalmente consigue salvar al resto de las garras de los malos. Éste fue el caso de Aarón, no veía justo lo que estaba sucediendo, necesitaba hacer justicia en nombre de los escritores, y acabar con esa época de páginas en blanco. Vivía en Madrid, una gran ciudad, ideal para vivir en el anonimato.
Un día paseando por la Gran Vía, cerca de la Plaza de Callao sintió una inspiración compulsiva y empezó a gritar: " Mis manos están presas, pero mi boca no la callarán", justo al decir esto tenía a su alrededor cientos de personas observándole y diciéndole que se callara, que era muy peligroso. Lo siguiente que sucedió fue la policía corriendo tras él, pero tras él un suceso inesperado. Esos cientos de personas se abalanzaron sobre los represores de las letras.
Aarón se escondió para intentar localizar a algunos de sus salvadores y poder iniciar una revolución contra los anti-literarios. Se estaba iniciando el movimiento de   " Resurrección de los Escritores". Los que tenían que ayudar a que la gente leyera y pusiera algo de vida en sus mentes, sin esos sueños prohibidos.
Creyó que la mejor manera de iniciarlos de nuevo era ir lanzando octavillas con todo tipo de escritos: de pasión, de amor, de terror, poéticos, de intriga... Como hacían antes en el metro para fomentar la lectura, esas primeras páginas de libros pegadas en las paredes junto al plano de las estaciones dentro de los vagones. Ese había sido un buen sistema para crear adictos, ¿ por qué ahora no?.
Sólo tendrían que ir con precaución. Las imprentas eran grandes perseguidas, estaban consideradas como negocios de dinero negro. Lo siguiente sería ir repartiendo minúsculos libros de bolsillo para no poner en una situación delicada a nadie. Y así poquito a poquito y granito a granito se hizo la gran montaña de arena. Se hizo tan compacta que nadie la podía derribar. La gente lectora iba con carteles que ponían          " SOY LECTOR, ¿ Y QUÉ?", todo en mayúsculas para que se viera bien, y los resucitados escritores para  agradecérselo se ponían otro cartel: " SOY ESCRITOR Y SIEMPRE TE DARE DE LEER".
Jamás fueron cazados ni los unos, ni los otros. Todos estaban unidos por una cosa: " El amor a un vida inventada, lejanos a la realidad, una realidad alterna. El amor a los libros". Y entre todos lo consiguieron, se acabo la época  de escritores muertos, y  ahora están más vivos que nunca.

Mym
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


HORIZONTE DESCONOCIDO

Llovía, y descubrí que me gustaba ver a las gotas caer. Yo no fumaba, pero sí pestañaba (supuse quizá que sería el vicio más íntimo que en ese momento podía poseer, aunque no el único que de mí dependía). Recordé, entonces, algún retozo perdido en mi memoria -cuando al desplazarse una acuarelada nube- el sol ganaba espacio para presentarse impúdico ante mi vista. El viento, mientras tanto, soplaba logrando que las hojas del Sauce del cual debajo me hallaba, se sacudiesen hasta convertir mi rostro en un húmedo emblema de rocío. Su sabor, al llegar hasta mis labios, se me antojaba agrio y, por ello, pensé en mi hermosa rubia que a ocultas soñaba conmigo y en sus dulces nostalgias saboreaba otras gotas pero de cauce lagrimal. Así transcurrió mi vida, en ese breve instante; yuxtaponiéndose lo extrínseco a lo interno. Un encuentro menester aunque antagónico porque el amor es una unión agridulce. Como mi tranquilidad en la espera a que concluyera la tempestad temporal, que nada de coetánea tenía en parangón con la postura de mi pierna derecha que aguardaba en reposo, aprovechando la prominente raíz para usarla de apoyo. Pero la otra pierna; la izquierda, apeló con discreción para que el respeto le concediera análogas oportunidades. Se avasalló en el terreno (como el cobarde cansado que actúa en el preciso instante de debilidad) y optó por cambiar su posición sin pedir permiso a su compañera de apoyo. Yo, imaginé una secuencia similar para lo que me esperaba, aunque; confieso, sin el considerable tiempo que las piernas poseen para debatirse en la iniciación del movimiento. Pero decía que el gorrión que, como yo, buscaba refugio de la tormenta bajo el espacioso sauce, debía dejarse guiar por la sapiencia de las alas conductoras que en la sabiduría compartida, sabrían ejercer.
El ave se dejó transportar hasta una rama -lo bastante fina como para que en su contacto- el peso la impulsara hacia abajo. Y con un piar de regocijo y tensión, se amoldó al acto preconcebido, de un modo inconcebible para nosotros. Virtud que sólo excluye a la especie pensante.
-Le vendo un paraguas. Es decir; un parasol... usted sabrá comprender que la idea había sido otra en este pleno verano londinense. Pero no me negará que la ocasión no se presta para que uno utilice artefactos cambiándoles su función cuando la necesidad reclama asimilarse a los factores externos.
-En este momento lo que menos me molesta es mimetizar mis lágrimas con la lluvia pasajera. Pues escondo del transeúnte indiscreto mi cuita para que no se cuestione mi malestar emocional. -Le expliqué al vendedor de sombrillas como para que comprendiese que la situación no podía seducirme. Sólo necesitaba una excusa para distraer mis expectativas.-.
-No se preocupe; lo comprendo. Pero si al cruzar esa calle todo se mimetiza en sus sueños -como lo que está esperando que emerja de la escalera de Leicester Square Tubestation- considere que también poseo toallas descartables para secarse el agua que comenzará a estorbarle.
Al finalizar, lo observé, y columbré colgando de su oreja un pendiente anaranjado. Deduje entonces que lo que desentona depende de nuestro punto de vista y no de nuestras sensaciones. Por tal motivo le había dedicado aquella sonrisa (como si estuviera replicándole que si la suerte estaba de mi lado y el amor que una vez sentimos tan fuerte no se había acabado) sería una causa suficiente como para contratar sus servicios... No era posible que mojara a mis damas con mis lágrimas si estaban volviendo a mi lado.
Fue claro que el vendedor ambulante lo entendió tal cual, y por ello me dejó su tarjeta para que, en todo caso, lo telefoneara para regatear productos de mi mismo espacio-tiempo.
El gorrión dejó una huella de lluvia (cuando al piar antes de su marcha) revoloteaba en círculos para acostumbrarse al cambio perentorio. En fin; el torrente inesperado cedía, y entendí que también debía continuar con mi trayecto hacia el ignorado escenario. Dieciocho horas habían sucedido desde que mi vuelo 707 tocaba suelo británico. Mi futuro era incierto, aunque augurado, como todo lo deseado que nunca llega a cumplirse si no converge la acción previa. En este caso a mi hija estaba por conocer, tan alta se hallase en los brazos de su hermosa madre: mujer que mis labios rememoraban y ansiaban para comunicarse verbalmente en el tacto que todo dice cuando se expresa sin palabras. Pues el amor es un beso consentido. Al fin ella se distinguió de entre la muchedumbre (como si nos uniera una alfombra de esperanza). Pero me sorprendió -al cruzar corriendo la calle- la lluvia que retornaba para empaparme por completo. Y comprendí su mensaje, no todo nos sale como soñamos. Al final, la tormenta no interpretó esta nostalgia que narro, ya que los brazos de mi amada no acunaban a ninguna hija.
Venía sola, sin mi hija, hermosa y con el vestido que me gustaba; sabía que perdonaría la mentira sobre mi paternidad.

Nihilismus
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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SONATA

Dormida sueño dormida. Luego despierto a media noche. Siempre es a media noche. Escucho clarines. Escucho violines. Trompetas tocar. La luna llena añade siempre una pincelada a tu canción. Y después, en medio del claro de luna. El pianista. Sin pensar. Sin dudar. Tocando como si estuviera solo en el mundo. Y lo está. Sólo lo acompaña su música. La melodía de su soledad.
Meto mis pies delicados en las zapatillas de dormir. Salgo de mi habitación y bajo las escalaras. Sigilosa me fugo de la casa por la gran puerta blanca. Afuera mi camisón ondea bajo el viento. Al ritmo de la música. Al ritmo de tu sonata.
En el jardín todos disfrutan. Las rosas ríen. Los arbustos bailan. Los gatos cantan. Todos aman tu sonata. Voy corriendo por el sendero terregoso. A través del laberinto intentando llegar al claro. A la derecha. A la izquierda. Hoy lo encontraré. Me pierdo en la música, intentando llegar al concierto.
La música se acelera. Se vuelve violenta. Se vuelve pasional. Los violines repican furiosamente al ritmo de los tambores. Cambió mi sonata. ¿Qué es eso que inventas para mí? Una danza, ¿húngara? Me recuerdas con Brahms. Porque rompiste mi serenidad. Empujas las teclas furiosamente en un nuevo compás.
Me ahogo en un mar de emociones. Pierdo el son de a dónde voy. Me extrañas. Te exaltas sabiendo que estamos a poca distancia de nuestro encuentro. Y aceleras tu canción. Por nuestro ansiado encuentro. Planeado. Premeditado. Predestinado. Lo escribió la luna y lo recitaron las estrellas. Nos encontraremos esta noche.
De pronto te serenas. El momento a está aquí. Y la suavidad vuelve a tu sonata. Delicado. Tierno. Dulce. Nuestro encuentro soñado. Y tu pianista. Y yo danzante. Agraciadamente corriendo al ritmo de tu canción. Llego al final del laberinto. Respiro hondo.
Doy un paso. Entro al claro. Se corta mi respiración. Dejan los clarines de tocar. Dejan los violines de sonar. Pero el piano sigue. Mi pianista toca para solo mí. Mi mano se posa en tu hombro. Y tú ya no estás ahí.

La quinta musa
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA MUERTE

Dedicado a Ingman Bergman, aunque él, nunca lo sepa

Yo me siento bien, no sé por qué montan este follón. Rosa insistió tanto que, finalmente, consiguió traerme hasta el hospital. Sólo es una tonta molestia muscular sin importancia y nada más. Es cierto que vengo abusando de las grasas, del  alcohol y no hago actividad física pero por un dolorcito en mi brazo izquierdo no hay que armar tanto despliegue. ¡Joder! ¡Otra vez esa puntada! Mejor cierro los ojos así, quizás, se pase enseguida. Ya está, ya me siento mejor, era como yo pensaba, ahora a abrir los ojos, a relajarme un poco y en unos minutos estaré en casa. Pero, ¿qué es este lugar tan oscuro? Yo no estaba aquí ¿y ese cabrón? ¿Quién cuernos es?
─ Hola Roberto ¿ya estás listo? ─preguntó.
─ ¿Listo para qué? ¿Quién eres tú? ─respondí.
─ Dale, no te hagas el tonto, llegó tu hora ¿acaso no me reconoces? ─no, no lo reconocía, no recordaba haber visto alguien tan delgado, alto y, mucho menos, tan pálido.
─  No, de verdad ¿quién eres tú?
─ Soy la Muerte, ha llegado tu hora.
Tenía que reaccionar rápidamente, esto de seguro era una pesadilla y ya no me estaba gustando nada, tenía que despertar y volver a la sala de espera. El desconocido que decía ser la misma Muerte, me tomó del brazo y pude sentir cómo me arrastraba su fría mano. Si no se me ocurría nada ¡estaba fregado! Sólo atiné a gritar:
─ ¡Para! ¡Para, loco!
─ ¡Qué para ni para! Esto se acabó ─sonó fastidio.
De alguna manera tenía que ganar tiempo y zafar pero no se me ocurría nada. No podía entregarme tan fácilmente a la muerte, así que improvisé:
─ Mira, no quiero arruinarte el día pero resulta que yo vi una vez una película de Ingman Bergman donde la muerte, o sea tú, le daba una chance al protagonista para salvar su vida y...
─ Ya sé, era en El Séptimo Sello, se jugaban una partida de ajedrez pero, ¡no me jodas con eso!
─ No es justo, si tú ya lo hiciste una vez ¿porqué no me puedes darme una oportunidad? ─insistí.
─  Bueno, está bien, pero ajedrez no, ya estoy aburrido porque gano siempre, los tontos como tú que vieron esa película intentan zafar siempre con lo mismo, no saben que por perder en El Séptimo Sello me hice de unos buenos dineros. A ver, ¿a qué se te ocurre que podemos jugar?
¿Y ahora? ¿Qué podría proponerle? Debía ser algo donde tuviera alguna chance para ganarle a la parca. Los juegos de baraja de a dos son muy aburridos, una generala ¡no, jamás! La Muerte seguramente andaba derecha con los huesitos, un 21 al básquet, no mejor no, hacía como quince años que no agarraba una pelota. ¿Pelota? Eso, "un cabeza", en el barrio no me ganaba nadie. Era un juego que se parecía mucho a un desafío, solo participaban dos contrincantes, que se enfrentaban a no más de cinco metros de distancia bajo arcos imaginarios entre las paredes de las casas y los árboles de las aceras. Los tantos se anotaban cabeceando, de ahí su nombre, y yo conocía  mañas, trucos y picardías que eran de por sí una ventaja.



─  ¿Que te parece "un cabeza"? 
─  Si, dale, pero rapidito ya te dije que ando con mucho trabajo. A cinco goles sin revancha ─sentenció seguro de ganar.
─ Bueno, pero yo elijo dónde y con qué pelota ─traté de imponer algunas condiciones.
─ Está bien, ¿a ver? ¿Dónde quieres perder?
─ En la cortada formada por las calles Mandisobí y Espika, en la vereda del gallego y, si no es mucho pedirte, jugamos con "la Pulpo" de goma; parar el tiro con el pecho y rematar con el pie sin que toque el piso vale doble y se pierde el turno y si la pelota rebota en alguno de nosotros hacemos gambetas ¿estás de acuerdo?
─ ¡Pero sí! Vamos ya mismo ¡No podrás conmigo!
La pelota Pulpo era mi aliada, no podía haber olvidado cómo cabecearla, cómo bajarla con el pecho y cómo dominarla en su imprevisible y alocado rebote. Quién sabe, quizás la muerte rechace algún tiro mío y pueda eludirla. La vereda de la casa del gallego era otra ventaja, la conocía como la palma de mi mano.
La parca hizo un chasquido con los dedos y aparecimos en la vereda del gallego, él era el único vecino que nos permitía jugar a la pelota en las tardes de verano, estábamos en la misma puerta de su casa. Como para relajar el momento lo miré y le dije:
─ Dale flaco, tú eres visitante, te doy a elegir arco.
─ Bueno, me da lo mismo: elijo éste.
La muerte eligió jugar en el arco que formaba la pared de la casa del gallego y el paraíso, ese era el arco en el que ninguno de la barra quería jugar, las baldosas estaban levantadas por las raíces y la pelota picaba para cualquier lado.
Hicimos el consabido pan y queso para ver quién empezaba y por más que usé la punta del pie, el paso cruzado e hice trampas con el empujoncito para atrás, él me ganó. Comenzaba así el juego crucial.
Fui para el otro arco, me esperaba la  pared de la casa de Ceferino y un fresno, ¡ese árbol me había dado tantas alegrías! Su tronco era más grueso que el del paraíso así que tenía el arco algo más chico, no era mucho pero una ventaja tendría. Mientras la muerte iba para el arco haciendo picar "la Pulpo" vi que en el banco de la plaza se juntaban los muchachos de la barra. Los cordobeses, el Potoso, Ale, el Hugo, los Peta y el Negro, mi entrañable amigo.
La hinchada estaba de mi lado, también, ¿quién querría alentar a la parca? Me acomodé, miré a los costados como midiendo el arco y le dije:
─ ¡Listo flaco! ¡Tira!
¡Qué *****! Me la clavó abajo contra el fresno. Uno a cero. Desde la plaza escuchaba a los muchachos alentarme:
─ ¡Dale cabezón! Matalo.
Boté "la Pulpo", miré la base del paraíso, y se la clave contra la pared. Lo había engañado, si iba a ser así, parecía que venía fácil. Uno a uno. La parca, sin esperar, agarró "la Pulpo" la tiró para arriba y metió un cabezazo flojito, anunciado, muy fácil. Me agaché para asegurarla y la muy caprichosa picó en una de las baldosas, me pegó en la rodilla y di rebote. El flaco se adelantó, yo le salí,  amagó y me la tocó suavecita entre las piernas, ¡caño! Este sabía más de lo que mostraba... dos a uno. Ahora era mi turno. Tiré la pelota para arriba, mientras esperaba que cayera, le pegué un rápido vistazo a la pared para confundirlo, creí que se comía el amague porque se movió para el lado del árbol. Con el parietal derecho la tiré pegadita a la pared pero él, como un gato, pegó un salto adivinando mi intención y atrapó la pelota. No era tan fácil, seguíamos dos a uno. Los muchachos, si bien sufrían junto a mí, me hacían sentir su aliento.
─ ¡No pasa nada! ¡Vamos! ¡Vamos que se puede!
Miré a la parca y traté de adivinar cuál sería su próxima jugada pero el desgraciado no tenía cara de nada, era más que lógico. Como rayo metió un cabezazo que dio de lleno en el fresno y le cayó en los pies, otro rebote afortunado. Volví a salirle y me repitió el amague pero esta vez me quedé quietito, le puse el cuerpo firme y así se la pude quitar. Quise hacer una de más pisándosela pero el maldito pellizcó "la Pulpo", giró y remató con el arco vacío. Tres a uno. La cosa se ponía negra, el color que a mi contrincante más le gustaba. Cómo se me fue a ocurrir hacer un chiche si esa nunca había sido la mía, yo siempre fui de los que le pegan con la punta y al bulto, un pica piedras que le dicen. Había perdido una oportunidad de achicar la diferencia. Podía sentir las rayas de "la Pulpo" clavándose en mi frente. Eché una mirada al banco donde estaban  los muchachos, sentí que ya no estaban tan contentos ni tan confiados. Sólo el Negro, firme como siempre, seguía alentándome. Escuché que gritaba:
─ ¡Cabezón! Acordate.
¿De qué ***** me estaba hablando el negro? ¿A quién se le puede ocurrir pensar en mujeres justo ahora? ¡Qué Josefa ni Josefa! Yo me estaba jugando la vida y este estúpido jodiendo. Tiré "la Pulpo" para arriba y metí un cabezazo que, ni bien salió, me di cuenta que era un tirito de *****, sin confianza, al medio del arco, así que el flaco la embolsó sin problema. La cosa seguía tres a uno, yo abajo y más abajo que nunca.
El flaco parecía estar pasándola bien, después de todo él no  estaba jugando por nada, al menos nada tan importante como lo que yo tenía en juego. Con total calma pero sin perder tiempo, puso un cabezazo contra la pared que, aunque me tiré, no pude parar. Cuatro a uno, estaba fregado.
─ ¡Cabezón! Acuérdate de Josefa.
¡El Negro  seguía con lo mismo! Para mí era ahora o nunca, así que tensé el cuello y metí un cabezazo de pique al piso, justo donde estaban levantadas las baldosas. ¡GOL! Cuatro a dos. Los pibes parecieron revivir junto conmigo y comenzaron nuevamente con el aliento.
─ ¡Ahora! ¡Vamos ahora! 
─ ¡Ya estás listo Roberto! Prepárate, ésta es la última ─dijo seguro de qué era el fin.
─ ¡Dale flaco! Deja de vacilarme ¡Tirá de una vez! ¡A ver qué hacés!
La Muerte hizo picar "la Pulpo", miró el fresno y me la jugué, me tiré para ese lado y esta vez pude atajarla, sin lujos pero se la tapé. Los muchachos en la tribuna improvisada del banco se abrazaban y gritaban.
─ ¡Cabezón! ¡Cabezón! ¡Cabezón!
El Negro como poseído seguía con la misma cantinela:
─ ¡Cabezón! Acuérdate de Josefa.
Debía jugarme todo en esta. Recordé la tarde que, sin ser tan trascendente, disputé con el Hugo un juego de canicas. Estaba perdiéndolas todas en un "hoyo y quema" y, ante el asombro de todos, me jugué "la lecherita" la que era más codiciada por su extrema blancura. Con ella yo tenía mucha puntería, parecía estar hecha a la medida, entraba perfecta entre mi índice y mi pulgar.
Esa decisión, aunque costosa, me trajo suerte y pude ganar. ¡Coraje! Coraje era lo que necesitaba, así que lancé "la Pulpo" para adelante y metí una palomita que pegó en el paraíso y le fue derecho a las manos. Todas las tardes no son iguales. Seguíamos cuatro a dos. La parca tomó "la Pulpo", la hizo picar en el piso con toda su furia como para terminar con el juego. Le salió un cabezazo con alma y vida pero, en lugar de salirle recto me vino media bombeada, así que pude pararla con el pecho y antes que cayera le metí un boleo que lo dejé parado. ¡GOL! ¿Qué digo gol? ¡GOLAZO! Éste se lo grité en la cara mientras los muchachos corrieron a buscar la pelota, no sea cosa que la pisara un camión. Estábamos empatados. Cuatro a cuatro. Ya la cosa tenía otro color. Me tocaba a mí, era ahora o nunca, presentía que si me la sacaba, su próximo cabezazo sería el último.
─ ¡Cabezón! Acuérdate de Josefa.
El Negro ya cansaba con eso. De repente recordé y supe de qué se trataba. El Negro era bicho, ¡qué bárbaro! ¿Cómo podría acordarse de aquello justo ahora? Josefa era  la amiga de una novia que yo había tenido a los quince años. Al negro siempre le había gustado Josefa y ella también sentía algo por él pero, como ambos eran tremendamente tímidos, nunca se animaron a hablarse y menos aún después de aquello. Aún hoy nos reímos al recordarlo con los muchachos de la plaza. Una tarde, mientras jugábamos al fútbol en esta misma vereda, vimos venir caminando a mi novia con Josefa y esperamos que llegaran hasta nosotros para entablar alguna tonta conversación, tanto como para que el Negro y Josefa se animaran a conocerse. El Negro siempre lo negó, pero esa tarde yo creí ver que él tenía una sutil erección y, para hacerle una joda, apunté a su entrepierna y le pegué con "la Pulpo"; justo ahí.
Mi amigo acusó el golpe con un grito algo desmesurado y se agarró su entrepierna. El tema fue que Josefa, ante semejante imagen, jamás volvió a mirarlo a la cara.
Por fin los pibes trajeron "la Pulpo". La hice picar contra el suelo, lo miré de reojo al Negro y le dije:
─ Josefa ¿no?
─ Sí cabezón ¡por fin! ¡Dale de una vez! ─gritó el Negro juntando ambas manos cómo dando gracias al cielo.
Lancé "la Pulpo" una vez más para arriba tratando de medir bien el tiro y le metí un pelotazo a la muerte bien en medio de su entrepierna. Cayó de rodillas sobre la vereda y pude ver cómo su rostro tomaba un color azulado mientras hinchaba sus cachetes. Ahí estaba la muerte con sus manos ocupadas  y arrodillado en medio de la vereda. "La Pulpo" rechazada por él, vino mansita, la paré y la puse debajo de mi pie derecho. Ahora sí, mi vida tan sólo dependía de mí, por lo que sin ningún tipo de exquisiteces no dudé y apunté a media altura.
¡GOL! ¡GOL! Y ¡GOL! Partido liquidado, cinco a cuatro. ¡Increíble, había podido vencer a la muerte! Los muchachos en la plaza se abrazaban y subidos al banco gritaban con todas sus fuerzas:
─ ¡Cabezón! ¡Cabezón! ¡Cabezón!
Como es la tradición del barrio, fui hasta donde estaba la parca. Todavía seguía amasándose la entrepierna y respiraba tomando grandes bocanadas de aire. Le puse una mano en el hombro y le dije:
─ ¡La próxima vez flaco! ¡La próxima vez! Después de todo vas a terminar ganando.
Me miró y levantó su dedo pulgar diciéndome:
─ La próxima no tendrás tanta suerte ¡Chau Roberto, seguí disfrutando de tu vida!
Crucé la calle y me confundí en un abrazo con los muchachos. Había salvado mi vida y  además dejé bien en alto el honor de la barra de la plaza. Guardé un abrazo especial  para el Negro, nuestra amistad había sido de vital importancia para el triunfo. Mientras nos apretujamos sentí que estábamos a punto de lloriquear como tontos cuando él me dijo al oído a modo de confesión:
─ ¿Sabes una cosa Cabezón? Nunca te lo dije... pero esa tarde no me acertaste con "la Pulpo".
Una luz blanca me cegó de repente y quedé mirando el techo de la sala, a unos pasos de mí, estaban los médicos hablando con Rosa. Presté atención y oí que le decían:
─ Mire señora, de ésta zafó pero que se cuide, no siempre va a tener tanta suerte.

Atribulado
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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HOSPITAL

Cuando despertó no reconoció el lugar. Recordaba vagamente un sueño de ríos sucios y monstruos anfibios. La gente se tendía a la orilla o chapoteaba entre las aguas contaminadas. También aparecía una vieja casa con infinitas estancias, contenidas unas en otras como muñecas rusas. En el sueño, un artefacto misterioso en forma de obús llegaba a sus manos. ¡Dios! pero es que la realidad era peor: en absoluto reconocía las paredes blancas, ni las luces, ni las voces, ni mucho menos el olor a desinfectante y ácido que invadía la habitación. Sintió el picotazo de una inyección que le hizo perder el sentido.
Un rostro fantasmal, una bata de médico, un gotero, una bandeja de pastillas se abrían paso junto al dolor y a la paulatina comprensión.

"Ha tenido suerte mi General, podría haber sido mucho peor"

Dos meses después, el General abandonó la habitación número once. Pero algo había cambiado en él.
Todas las noches soñaba. Normal, salvo por la certeza, más que la sensación, de que no eran sus propios sueños, de que una y mil imágenes diversas que no podía recordar, le llegaban a través de otros y siempre en el mismo lugar que sí conocía.

Así que, en medio de una interminable noche en vela plagada de sobresaltados despertares, decidió encaminarse al hospital.

La puerta de urgencias se abrió como una monstruosa boca de neón. Le sorprendió no ver a nadie: ni enfermos, ni médicos... Un rumor de pasos alejándose por el pasillo y la sombra de una silueta llamaron su atención, decidió seguirla.
Al fondo del corredor, una puerta abierta: el quirófano.
En la mesa, un bulto con forma cilíndrica yacía tapado por la sábana. Despacio, retiró la ropa.
Un objeto metálico en forma de obús atrajo sus manos irremisiblemente. Lo tocó; al punto, las imágenes de miles de sueños confluyeron hasta transportarle a un paisaje salvaje y prehistórico. El río sucio del sueño fluía sordo y próximo, siguió su curso.
Descubrió a un hombre que parecía dormir a la sombra de un sauce. Dudó al reconocerlo, pues aquél hombre dormido no era otro que él mismo.
Estudió su rostro tranquilo, la respiración acompasada. Se detuvo en los párpados cerrados de su doble. Entonces el dormido abrió los ojos, o quizá, fue él quien los cerró.
Porque aquellos ojos le estaban soñando.
Después del atentado, nunca salió del quirófano si no para acabar en la unidad de cuidados intensivos, donde permanecía en coma.
Y el sauce, y el río, y el dolor, y el mismo sueño no eran más que un reflejo de aquellos ojos dormidos: de los ojos del otro.

Simovka
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA  HUCHA  DE  LAS PALABRAS

Mientras mi abuelo iba perdiendo la memoria,  me invitaba a buscar las palabras olvidadas por él. Cuando descubría alguna nueva o una que me llamaba la atención, la escribía en un papel naranja con un rotulador luminoso. Doblaba el papel y la introducía por la ranura de la hucha de barro que un día él me regaló. Las que escribía en papeles amarillos me gustaban menos, sin lógica ninguna, me sonaban peor.
   Mi abuelo decía:
__Las palabras están en los libros,  te dan libertad. Lee, tú que puedes hija, todas son necesarias, es inútil tu color naranja o amarillo.
   Así que empecé a leer y a apuntarme un montón de palabras que aprendí en poco tiempo. No fue suficiente, porque a veces mi abuelo, no solo olvidaba las palabras, si no el significado. Al lado de cada palabra, en cada papel, escribía también su definición.
   Muchas veces la memoria le devolvía a situaciones del pasado por el mero hecho de que yo dejara comida en el plato:
   __Tendrías que pasar hambre.
   Su mirada se plantaba en las sobras que yo había removido ya varias veces y comenzaba a hablar de la postguerra:
   __Cuando ya  teníamos partida la sandía, a punto de hincarle el diente,  se fue la luz. El hambre que nos devoraba las tripas, no nos dejó parar. Se oía el sorber del jugo  y nuestra ansia a oscuras. Vino la luz,  solo quedaban  las cáscaras y  las pipas negras escupidas por la mesa, la pared y el suelo. Nos mirábamos unos a otros,  limpiándonos con la mano la baba rosada que nos caía de la boca. No, tú no sabes lo que es el hambre.
    Entonces enseguida pasaba al robo de los churros: estaban colgados en un cordel, justo cuando una pareja de novios los iba a pagar, en ese momento se los arrebató de las manos al novio y corrió tanto con los churros calientes, que cuando se paró,  jadeante,  quedaban solo dos de la caña verde donde bailaban.
   Repetía cien veces las mismas desventuras,  con su voz rígida,  atrapada por el cuello de su camisa,  abrochada hasta el final, asomándose de su garganta esa piel blanquecina y pastosa que tiritaba al compás de su historia.
   Me preocupaba la mente del abuelo, no quería que me olvidara  y él no quería olvidar y por si la hucha no era suficiente empecé a leerle a él los libros que antes leía yo. Una tarde me escuchaba muy quieto,  atrapando las palabras como moscas, me interrumpía constantemente:
__Espera, que esta no la sé. __decía.
Abría de  uno en uno los papeles, con rapidez, buscando la palabra que acababa de oír, pero  una vez encontrada, le debía repetir la frase donde nos habíamos quedado, porque ya había perdido el hilo de la historia.
__ ¡Empieza otra vez! ¡Se me va la cabeza!__ decía enojado
Y al gritar se daba cuenta del vacío de su boca: no se había puesto la dentadura,
__ ¡Tú no sabes los dientes que tenía yo!,  ¡no valgo para nada ya!
Alargaba la mano, mientras se atormentaba, para coger mi tazón de cacao. Daba un trago y  se levantaba a buscar su dentadura que no sabía donde la había dejado, goteando por el pasillo chocolate y gruñidos. Encontró la palabra: "goloso, con el significado, deseoso o dominado por el apetito de algo".
__A tu edad yo no tenía golosinas. No existían. Solo quería una bicicleta que me prometió mi hermano Juan, el mayor,  que me la iba a mandar por tren decía...
Y se quedaba sin terminar, vacilando ante la siguiente frase que tenía que decir.
__ ¿Y qué pasó abuelo? __le decía yo recuperándole.
__Todos los días iba a la estación, pero la bicicleta no llegaba nunca, nunca...Juan era rojo... huía,  yo solo quería esa bicicleta...yo no entendía nada... ¿tú tienes bicicleta?
__Si abuelo, ¿no te acuerdas?, el año pasado me la compraste.
En mi grupo de palabras: "rojo, con el significado, encarnado muy vivo",  era de color naranja, de las que me gustaban,  pero en la boca de mi abuelo era oscura y negativa.  Pensaba que de manera irremediable mi abuelo perdía la cabeza.
__ ¿Por dónde íbamos hija?__ decía
Agobiado por sus pérdidas de memoria y por lo que no cesaba de recordar, el abuelo desdobló:
"Exhausto", con el significado: "cansado hasta el extremo".
Mi abuelo dijo entonces:
__Me siento exhausto.
__ ¿Por qué abuelo?
__Nunca llegó la bicicleta, ni tampoco mi hermano, le mataron, los otros, nunca llegó hija...
__Abuelo, tranquilo, aquí solo estamos tú y yo ¿Quiénes eran "los otros"?
   Él se quedaba en silencio, mirando las palabras luminosas amarillas y naranjas desperdigadas encima de la mesa,  con sus manos temblorosas, perezoso por buscar tantas palabras como tenía que decir.
Un día, no habló más,  le recuerdo así, callado,  dándole vueltas a los papeles  con los labios apretados.  Ahora sé que sus delirios  y enfados se convirtieron en mi propia memoria, que mi abuelo no guardaba sus palabras y significados en la hucha de barro,  si no en mí.
En esos últimos momentos de su vida, en el tiempo del silencio, buscó la palabra "cariño",  con  el  significado: "inclinación  al buen afecto que se siente hacia alguien", de color naranja y cogió  tres de color amarillo: "no, muerte y borrar".
En su mesilla, ordenó la frase: "muerte no borrar cariño"
Sin pronombres ni artículos, en mi hucha no cabía una palabra más.

Cleopatra
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


LUNARES

Apenas si rozaba el sol las afiladas agujas en los campanarios, y ya gimoteaban las gaviotas con voz adusta sobre el río. Los árboles desperezaban sus ramas nudosas, cuajadas las copas de rocío y duermevela. La ropa tendida ensartada en el viento, afrutado y punzante. De rojo malsano los claveles asomados al balcón con desgana. Madres que cantan a niños. Bostezos de viejas cariadas. Lágrimas sucias en las aceras. Triana rielaba sobre el Guadalquivir.

Y con qué cadencia se contoneaban sus andares, borrachos los volantes de negro y azafrán. La copla de sus tacones sobre los adoquines resonaba por las calles estrechas, con palmeo de risas y de secretos. Los bucles morenos pendían sobre el escote, húmedo y ardiente. Como una saeta el carmín deslucido, arreboladas las ganas, insinuante la sed. A la hora de los grises, la Lunares volvía a los silencios, dejándose atrás la vergüenza y el nombre. La mañana olía a Abril.

Descalzo junto al río, con el hambre en el aliento, Francisco la vio pasar. ¡Qué delirio el vaivén de su prisa repentina!, ¡con qué avidez se auguraban las curvas bajo el mantón! Él la contempló sin fuerzas, ella se deleitó con avaricia. Y en un arrebato tardío de cantaores embriagados, la Lunares le arrojó un guiño repentino, y sonrío para sí. Los cafetines hedían a achicoria.

La tarde cayó temprana sobre la ciudad, con su encaje de calima y sus golondrinas. El albero en las plazas tenía un resplandor mezquino. Farolas de medio gas alumbraban la congoja de beatas vespertinas, de gesto siempre torcido. Toreros malogrados con sabor a carajillo, duques de las duquelas, bailaores envejecidos. Y con el lucero, la Lunares se sacudía la desidia de relojes sin sentido, y enarbolando los zarcillos, volvía a Triana harta de tedio y de desazón.

¡Qué feroz cantinela de palos jondos por las esquinas! ¡Qué bulería inmunda y qué fandango fatigado! Por el tablao de los desdichados taconeaban con garbo beldades de rancia ojera y señoras de laxo criterio. Flamencos sin plumaje anidaban allá donde encontraban buen cobijo. Peinando las aceras con flecos descosidos, así cantaba la Lunares.

- ¡Vamos, gachós! ¡Habrase visto gitana con más aje! ¡Acercaos, que no os voy a comer!

Y caracoleaba sus penurias y retorcía los pesares como el que retuerce tirabuzones, en busca de un amor pasajero. La reina de las comedias sin gracia, la erudita en saberes profanos. Con su callejear se encendía la madrugada trianera.

- ¿No le vais a echar cuenta a una gachí como yo? ¿Na' más que pensáis en privar? ¡Que aquí está la Lunares, y no tiene toa' la noche!

Emergiendo de entre las sombras, asomaron dos luces brunas y un palpitar furioso. Tocado por un sombrero de alas quebradas, de un negror infausto, Francisco escupió sobre la cobardía, y creyéndose más viejo, tal vez menos perdido, dijo así:

- Buenas noches tenga usté', señora.

Un estupor ensortijado y un vuelo de faralaes indómitos. Bajo un cielo encapotado, la Lunares oteó horizontes insospechados.

- Buenas noches -dijo melosa –. Yo a ti te conozco. ¿Tú no eres el chavea que estaba ayer en el río?

- El mismo.

- ¿Y qué haces aquí?

- La estaba buscando.

- ¿A mí? ¿Pa' qué?

- Pa' conocerla.

- ¿Pa' conocerme? Anda, anda; tira pa' tu casa antes de que algún desgraciado te robe los reales que llevas encima.

- Pero, yo quería...

- ¿Qué querías tú? ¿Conocerme? Ya me conoces; yo soy la Lunares. Ea, lárgate.

- Pero...

- ¿Cuántos años tienes, mi alma? ¿Catorce?

- Quince, señora -susurró.

- Mentiroso...de catorce no pasas, que lo sé yo. Na' más hay que ver ese bericobe que tienes.

- Cumplo quince en Noviembre.

- ¿Y qué estás haciendo aquí? ¿Tú no te das cuenta de que éste no es sitio pa' churumbeles? Esto está lleno de borrachos y malajes, y como te vean las notas te las van a chorar.

- A mí eso no me da miedo -sentenció impávido-. Yo quiero ser torero y me voy a comer el mundo.

- ¿Torero?

- El más grande. No me va a faltar el parné, se lo juro. Y usté' puede venirse conmigo; irá a mi vera por tos' sitios -afirmó con su pericia pueril.

Se hizo de pronto el silencio. Parecieron los claveles palidecer turbados, desangrándose pausadamente. El ronroneo quejumbroso de las aceras quedó cohibido, aplastado bajo el yugo de fantasías ebrias. ¿Quién querría llevarla a ella a su vera?, ¿quién podría presumir de su iracunda sagacidad sino un imberbe de bolsillos vacíos y mirada enorme? La Lunares sintió un escozor en los volantes.

- ¿Y qué diría tu madre, mi alma? ¿Qué diría si te viera aparecer a la sombra de una como yo? ¿Tú crees que le gustaría?

- Eso no tiene na' que ver.

- ¡Qué me gustaría creerte! ¿Te imaginas? La Lunares vestida como las mujeres decentes, lejos de estas callejuelas y esta mala vida...¿Y tú cómo te llamas?

- Francisco.

- Ea, Francisco. Mira tú qué bien; nos hemos entretenido. Pero, ahora déjame, que tengo que trabajar. Que los sueños no quitan el hambre, mi alma.

- Vente conmigo esta noche -carraspeó con el gesto anhelante y un zapateo remoto.

- ¿Pero qué me estás pidiendo, niño? ¿Te crees que soy una perdía, una cualquiera? Si estás buscando mujeres sin dignidad, vete a una taberna, que seguro que alguna te apaga las lumbres. De mí, olvídate.

- Pero yo no quiero a cualquiera, te quiero a ti.

- ¡Si no me has visto en tu vida! -aseveró exasperada.

- ¿Y qué?, ¿y qué importa eso? Te vi ayer y me he quedado prendido, y vengo a camelarte, como hacen los buenos gitanos, porque estoy enamoriscao'.

- No me ronees, chabal.

- Por favor, Lunares, vente conmigo esta noche.

¡Qué flemática perfidia la de los que se atreven a soñar! ¡Qué arrojo de infantes listillos y novicios sabihondos!¡Y qué extenuante el bamboleo de camas desiertas y albas traicioneros! Podría ella haberse lamido las heridas, como tantas veces, por seguidillas. Podría haber arrancado flores de un jardín para encumbrarlas a la peineta. Podría haberle pedido a Cupido la cuenta, y estafado al alma con retintín. Y sin embargo, los naranjos la encontraron taciturna y contrariada. Y sin embargo, no supo decir que no.

- ¿Y adónde me vas a llevar?, si pue' saberse.

- A pasear Triana de mi percha.

- Triana...La tengo ya mu' vista. No tiene na' que enseñarme.

- Pues esta noche va a ser diferente, Lunares.

Y como dos niños perdidos, recorrieron las callejas y los corralillos, tacto con tacto, bebiéndose en la mirada del uno, saboreándose en los besos del otro. Voces afiladas hendían las horas pardas de la madrugada; un ajetreo en los patios y un quejido en las plazoletas. Marineros tiznados de sal hollaban los templos de santas impías, guitarristas de cuerdas quebradas callaban el hambre con roces sedientos. El arrabal hervía de pura solera.

Francisco sostenía gallardo a su amante infiel. ¡Qué lienzo saleroso y qué pintura relamida! Por caracoles zainos enfrascados, refulgían sus astros con brillo berilo. Olivácea tersura y ribetes rizados. Y una rosa barroca el carmín corinto. Deambularon así por la Cava vieja, dónde los árboles mugían soleás, y en los balcones de Pureza despuntaban rotas las peteneras. Se santiguaron en Santa Ana por salmos rozados y a orillas del Altozano fueron a desembocar, allá donde el Fillo mamara por bulerías.

Bajo un palio infinito de brea y estrellas, la Lunares olvidó sus sábanas y sus desaires, sus tardes de fracasos con sabor a sangre, sus llantos, sus clavos y hasta sus lunares. Un niño habría de darle lo que no supo darle jamás un hombre.

- Vamos pal río, serrana. Quiero que veas mi barca.

- ¿Tiene algún nombre, chiquillo?

- Esperanza. Esperanza se llama, que estamos en Triana.

A la orilla del Guadalquivir, plantada entre juncales y malas yerbas, esperaba corroída y farruca la barca de Francisco. ¡Cuántos besos salobres para una quilla tan desnutrida, cuánta penuria y fatigas!

- Sube, no tengas mieo'.

- ¡Yo no sé nadar!

- Tranquila, que si te caes, yo te rescato -dijo bravío.

Sentada junto a la proa, los flecos acariciaban las aguas con mesura borracha, y a cada ola se henchían y claudicaban distraídos. Una daga argenta el río en su inmaculado tránsito de titilantes luces dementes, y una luna de cuernos rizados colgada de los cirros y la neblina. Lunares oteaba los muelles de perfil, con la quietud de las santas y las perdidas. La brisa curaba con sal los bucles tiznados que flotaban a la deriva, derramándose una luz marchita por los rincones de su geografía. Francisco, compungido, contempló su belleza estatuaria, su elegancia añeja y su pena, y le corrió por la sangre con tronío una pasión sin nombre, una voracidad irremediable, un hambre atroz.

Rondó sus hechuras con la saliva acedada y sintió el ocre perfume de su melena y sus volantes. Azahar, canela y menta en sus afeites. Albahaca y jazmín en su sudor. Con el arrojo de su impericia quiso callar su voz en la de ella, quiso ahogarse con sus palabras y sus falsas promesas. Y bebió de sus besos como el sediento bebe del manantial, hasta hartarse, hasta olvidar que una vez tuvo sed. Pero apenas se fue de ella, apenas el aire en la osamenta, y volvía a morir de pura gula. ¡Que afluyan tus lunares por mis entrañas!, ¡que desemboquen tus noches en mí! Rozó bisoño sus curvas, tiritando de ardores lampiños, aterrado y consumido, tan cegado por la lumbre que no podía siquiera querer, y ella afloró como las rosas, y sus pétalos fueron escamas y puñales que lo cubrían y asfixiaban. Ajetreados bajo las ropas, se comieron sin permiso, mofándose de la luna y su soledad.

- ¡Que Undebel permita mi flaqueza -dijo sin aliento-, y seas para mí un hombre!

- Quítame el fuego del alma, Lunares. Guárdalo donde no lo vea.

Pronto no quedaba nada que decir y todo por saciar. Él conquistó sus formas, las líneas turbias donde ella terminaba, donde acababa su deseo. Correteó con apremio por sus faralaes y se impacientó en las colinas de sus ardores y en los valles de sus anhelos. Sintió el peso de la necesidad en el alma misma y quiso tragársela de un mordisco y acabar por fin con su agonía diletante. Resquebrajó la tersura de su femineidad y contempló su desnudez con hierro en la sangre. Y tocó su ansiedad, su premura. Descendió en besos por sus arcos morenos, aquellos que tantos habían hurgado y ninguno había querido. Lisonjeó el vello fino que cubría su cuerpo, el hilo sedoso de sus formas de mujer.

Y Lunares maldijo su indecencia y su destino, y cabalgó indócil por la senda de su placer. Se dejó arrastrar por la sonrisa de aquel niño amante, aquel perfecto inexperto, y esa súplica en la mirada, tan incipiente y tan abatida. Se enredó por los rizos de su pubescencia, su velada hombría. Palpó la tierra prometida que escondía bajo la camisa, el campo ignoto de su vergüenza y gimió ante la fuerza de su candidez agrietada. En su aliento encontró un fuego que amargaba sus entrañas, una furia inhóspita que no podía contener. Sabía a Abril su cuero desnudo de torero en ciernes, a madrugadas de humedad entre las sábanas y secretos por las alcobas. Sostuvo por un instante su mirada, y se perdió en el fulgor de su parpadeo. ¡Maldito seas, Francisco!, ¡maldita tu candela y tu gracia núbil! Y tu calor sobre mi cuerpo.

Sobre una barca roída, se daban el uno al otro. Se regalaban caricias y concedían abrazos. Se desalmaban incestuosos y se rendían al vaivén de la marea. Y Triana ojeaba extasiada.

- Deja que te camele, Lunares. Yo soy un buen gitano – susurró.

Así que Lunares se dejó camelar. La endrina de sus rizos se estremeció sudorosa sobre su bronce. Agarró con fuerzas su alegría y boqueando de viva gana, dio cobijo a un niño perdido. Entraron el uno en el otro, los cuerpos perdieron toda razón, y se desdibujaron sus torpes fronteras. Fueron un ardor unísono, un aleteo de besos, un crujido feroz y un cuerpo solo. Francisco insistió en su zozobra, bronco y cerril, y ahogó sus quejidos roncos en el vaho de sus collares. Dibujó su silueta a mordiscos, lamidas, suspiros y jadeos. Murió por ella y volvió a nacer. Trepó por su quemazón y se dejó las entrañas y el hambre. Vio encenderse la noche de Abril, y cuándo más hermosa cantaba la luna, vino el delirio y lo derrotó.

Y Lunares cayó también en su trampa.

Quedaron deshechos y ruines, como dos flores ajadas, como dos poemas sin rima. Francisco escrutaba sus temblores, su paz desvalida, su sesteo. Y Lunares acunaba sobre el escote dos faroles inmensos de niño grande que todo querían ver y nada querían mirar. Y soñó, soñó despierta con albas piadosos de camas templadas, con verbos gentiles en las madrugadas y amores lucidos en primavera. Con caricias. Con besos. Con llantos fecundos y bienaventurados.

La panza rosada de una nube los distrajo de su bonanza. Ardía el cielo de añil y magenta, violetas y malvas. La ciudad se desvelaba sobre la Torre del Oro y el río bullía de reflejos cansinos.

- Mira, Lunares. Está amaneciendo. ¿No es maravilloso?

Lunares apenas se incorporó. Tenía la mirada fija en Francisco, en sus facciones suaves, su pelo engarzado y su alegría. Guardaba aún su sabor en la saliva y su olor en la memoria. Quizá para ella también habría de amanecer. Quizá la luz había llegado por fin a sus tinieblas, para arrasar con dedos soleados su cuarteada melancolía. Quizá los lunares se los llevaría el Guadalquivir a la deriva, lejos, lejos de sus tardes y sus canas venideras.

Acariciando su lienzo aceitunado, bebiéndose las ganas a sorbos, respondió:

- Lo es, mi alma. Lo es.

Andy Schiele
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA PUERTA DEL TIEMPO  

¿Qué hubiera pasado si por pura casualidad me conocieras a los quince años?

Un domingo cualquiera a media tarde paseando con tus amigas por tu  ciudad.

Te  imagino con un vestido claro muy bien planchado, el pelo negro suelto 

acariciado por el viento y sorteando  onduladamente la cara, tu rostro relajado ,

sonriente y la mirada escaneando los perímetros de tu invisible estela.

Por ventura o casualidad ese día podría visitar tu barrio, no sería nada extraño

,de hecho más de un domingo ,cuando era chaval anduve por allí, es más me

encantaba pasear por las calles de ese lugar, los setos y jardines tan bien

cuidados, todo tan limpio , en su sitio,! qué envidia¡

Tropezar  inesperadamente con tu mirada, y anclar las pupilas sobre la

ingravidez de nuestros cuerpos. De seguro quedaría hipnotizado si me clavaras

tus ojos como lo haces ahora, volvería a casa con la sensación de haber

asistido a un evento  transcendental ,no sabría cómo reaccionar ni qué hacer

después, seguramente acudiría como un penitente todos los domingos a esa

misma hora y recorrer como la moviola los mismos pasos .

¿ Te despertarías de la adormecida pubertad si  escucharas

el galope de mi corazón?
Espera no digas nada , no te rías de mí. Intuyo que apruebas  la idea de la

atracción entre un hombre y una mujer  por siempre. Si ahora sientes ese

hormigueo cuando me miras, podrías sospechar que ocurriría  lo mismo en

pleno subidón adolescente. En realidad no importa nada lo que hubiera

pasado, nuestro vigor juvenil  se posó entonces en márgenes paralelos ,las

circunstancias obligaron  , muy cerca en tiempo y lugar ,pero sin la oportunidad

de un punto de encuentro.

Cuando escucho tus palabras sobre el pasado remoto de tu

infancia, intento revolverme desafiando el curso de nuestra historia 

, es posible que interiorice la creencia que un  encuentro en nuestro

despertar en la vida hubiera significado  caminar juntos para siempre. Me

llama la atención que recorrimos los mismos lugares, las mismas calles, hemos

tomado café en los mismos sitios, siempre tan próximos, siempre en otro

momento. No dejo de pensar en el desafío de modificar nuestra biografía si

el espacio tiempo se hubiera curvado a nuestro paso; esta

singularidad   habría estremecido el descomunal universo, donde nuestras

miradas entrelazadas inmensamente antes  de milésimas de segundo

nos transportarían a una dimensión desconocida tan luminosa

como cegadora .

Ahora atravieso la puerta en el contraluz de mi tiempo y te veo

caminar por tu barrio despreocupada y corriendo para experimentar la brisa en

el  rostro. Tu mirada escrutadora no advierte ninguna alerta, te muestras

confiada, tus labios dibujan una tenue sonrisa proyectando la luz del gesto en

el suave brillo de tu cara. No me ves ni sospechas nada, estás pensando 

que aún  quedan unas horas antes de sufrir nuevamente ,como todas las tardes

de domingo. A las cinco de la tarde sale el tren, tu padre te

acompañará hasta las puertas del colegio , te has prometido no

llorar, ¿de qué han servido los ríos  de lágrimas durante tantos años? A pesar

de  todo sabes de tu inagotable sensibilidad para emocionarte cuando a solas te

enfrentas con la puerta cerrada desde dentro, el miedo te hostiga y temes caer

en la desolación del llanto estéril.

Curiosamente  pasados unos años visité como médico aquel rincón de tus

pesares, una monjita anciana precisó mis cuidados en alguna noche olvidada.

Recuerdo que repasé con detenimiento las paredes, puertas y  dependencias

de aquel colegio, no había alumnas residentes ni ruidos acompañando a la

estridencia de mis pasos, alguna oscura razón me obligaba a retratar en mi

memoria aquellos instantes, me impresionaba el vacío e imaginaba el eco de

las voces de niñas corriendo por las escaleras y por los inmensos salones que

aquella noche atravesé para llegar al dormitorio de la hermana anciana y

enferma. No podía sospechar que habías estado allí, en cambio sentía que de

alguna forma misteriosa me observabas con tus ojos adolescentes. Ahora sigo

sin entenderlo , pero sostengo que en la penumbra de aquella  noche me

alojaste en la profundidad de tu pensamiento, sé que  no recuerdas nada, no te

preocupes ,ni tengas miedo .

Esa frase que nos decimos"parece que siempre nos hemos conocido" o esta

otra "es como si siempre hayamos estado juntos"¿qué interpretas cuando

después nos quedamos en silencio?. Ambos

sentimos lo mismo, no es el deseo que ello suceda ,es la creencia de un

cortocircuito en la memoria que oculta algún suceso secreto en la antigüedad

de nuestros sentimientos, extraño ¿verdad? .No sé explicar por qué veo tu cara

de niña cuando lloras, ni por qué me resulta tan familiar tu sonrisa, incluso tus

besos. 

¿ Acaso   me susurrabas en la solitaria inmensidad de aquella noche?, ¿acaso

dejaste abierta la puerta para dejarme este acertijo y poder colarme como lo

hago , a través de tus ojos en la confusión del tiempo?.

Ahora entiendo por qué me miras sin verme y  me

sonríes entregada como si me conocieras de siempre....


¿Qué hubiera pasado si por pura casualidad me conocieras a los quince años?

Un domingo cualquiera a media tarde paseando con tus amigas por tu  ciudad.

Te  imagino con un vestido claro muy bien planchado, el pelo negro suelto 

acariciado por el viento y sorteando  onduladamente la cara, tu rostro relajado ,

sonriente y la mirada escaneando los perímetros de tu invisible estela.

Por ventura o casualidad ese día podría visitar tu barrio, no sería nada extraño

,de hecho más de un domingo ,cuando era chaval anduve por allí, es más me

encantaba pasear por las calles de ese lugar, los setos y jardines tan bien

cuidados, todo tan limpio , en su sitio,! qué envidia¡

Tropezar  inesperadamente con tu mirada, y anclar las pupilas sobre la

ingravidez de nuestros cuerpos. De seguro quedaría hipnotizado si me clavaras

tus ojos como lo haces ahora, volvería a casa con la sensación de haber

asistido a un evento  transcendental ,no sabría cómo reaccionar ni qué hacer

después, seguramente acudiría como un penitente todos los domingos a esa

misma hora y recorrer como la moviola los mismos pasos .

¿ Te despertarías de la adormecida pubertad si  escucharas

el galope de mi corazón?
Espera no digas nada , no te rías de mí. Intuyo que apruebas  la idea de la

atracción entre un hombre y una mujer  por siempre. Si ahora sientes ese

hormigueo cuando me miras, podrías sospechar que ocurriría  lo mismo en

pleno subidón adolescente. En realidad no importa nada lo que hubiera

pasado, nuestro vigor juvenil  se posó entonces en márgenes paralelos ,las

circunstancias obligaron  , muy cerca en tiempo y lugar ,pero sin la oportunidad

de un punto de encuentro.

Cuando escucho tus palabras sobre el pasado remoto de tu

infancia, intento revolverme desafiando el curso de nuestra historia 

, es posible que interiorice la creencia que un  encuentro en nuestro

despertar en la vida hubiera significado  caminar juntos para siempre. Me

llama la atención que recorrimos los mismos lugares, las mismas calles, hemos

tomado café en los mismos sitios, siempre tan próximos, siempre en otro

momento. No dejo de pensar en el desafío de modificar nuestra biografía si

el espacio tiempo se hubiera curvado a nuestro paso; esta

singularidad   habría estremecido el descomunal universo, donde nuestras

miradas entrelazadas inmensamente antes  de milésimas de segundo

nos transportarían a una dimensión desconocida tan luminosa

como cegadora .

Ahora atravieso la puerta en el contraluz de mi tiempo y te veo

caminar por tu barrio despreocupada y corriendo para experimentar la brisa en

el  rostro. Tu mirada escrutadora no advierte ninguna alerta, te muestras

confiada, tus labios dibujan una tenue sonrisa proyectando la luz del gesto en

el suave brillo de tu cara. No me ves ni sospechas nada, estás pensando 

que aún  quedan unas horas antes de sufrir nuevamente ,como todas las tardes

de domingo. A las cinco de la tarde sale el tren, tu padre te

acompañará hasta las puertas del colegio , te has prometido no

llorar, ¿de qué han servido los ríos  de lágrimas durante tantos años? A pesar

de  todo sabes de tu inagotable sensibilidad para emocionarte cuando a solas te

enfrentas con la puerta cerrada desde dentro, el miedo te hostiga y temes caer

en la desolación del llanto estéril.

Curiosamente  pasados unos años visité como médico aquel rincón de tus

pesares, una monjita anciana precisó mis cuidados en alguna noche olvidada.

Recuerdo que repasé con detenimiento las paredes, puertas y  dependencias

de aquel colegio, no había alumnas residentes ni ruidos acompañando a la

estridencia de mis pasos, alguna oscura razón me obligaba a retratar en mi

memoria aquellos instantes, me impresionaba el vacío e imaginaba el eco de

las voces de niñas corriendo por las escaleras y por los inmensos salones que

aquella noche atravesé para llegar al dormitorio de la hermana anciana y

enferma. No podía sospechar que habías estado allí, en cambio sentía que de

alguna forma misteriosa me observabas con tus ojos adolescentes. Ahora sigo

sin entenderlo , pero sostengo que en la penumbra de aquella  noche me

alojaste en la profundidad de tu pensamiento, sé que  no recuerdas nada, no te

preocupes ,ni tengas miedo .

Esa frase que nos decimos"parece que siempre nos hemos conocido" o esta

otra "es como si siempre hayamos estado juntos"¿qué interpretas cuando

después nos quedamos en silencio?. Ambos

sentimos lo mismo, no es el deseo que ello suceda ,es la creencia de un

cortocircuito en la memoria que oculta algún suceso secreto en la antigüedad

de nuestros sentimientos, extraño ¿verdad? .No sé explicar por qué veo tu cara

de niña cuando lloras, ni por qué me resulta tan familiar tu sonrisa, incluso tus

besos. 

¿ Acaso   me susurrabas en la solitaria inmensidad de aquella noche?, ¿acaso

dejaste abierta la puerta para dejarme este acertijo y poder colarme como lo

hago , a través de tus ojos en la confusión del tiempo?.

Ahora entiendo por qué me miras sin verme y  me

sonríes entregada como si me conocieras de siempre....


Lucas
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento


LA LEYENDA DE ZAHRA

Azahara Espinosa, historiadora del Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, supervisa el montaje de la exposición que pronto será presentada al público: Los Omeyas y el legado andalusí.
Ella se licenció en Historia del Arte hace diez años; no obstante, sus estudios de investigación se centran básicamente en aquella dinastía que cimentó el florecimiento de Al-Andalus y que tanta riqueza cultural legó a todos los andaluces. En una de las salas se exhibirán elementos arquitectónicos relacionados con la cultura árabe: celosías, capiteles, pilastras, bajorrelieves... Y en la segunda sala, se presentarán los tesoros hallados en Madinat al-Zahra: la fuente con forma de ciervo, piezas de marfil, de oro, de plata... Sin embargo, para Azahara la figura más representativa de la ciudad de los califas es, sin duda, el cervatillo de bronce. Siempre ha sentido fascinación por él y aunque aún no ha podido relacionarlo con Zahra, la favorita del califa Abderrahman III, algo en su interior le dicta que la existencia de esa mujer no es una leyenda y que el bello rumiante y ésta están unidos alegóricamente a través de los siglos...
-Señorita Espinosa, ¿dónde quiere que pongamos el cervatillo? –le pregunta uno de los operarios de la Institución.
-Aquí... -Señala la tarima donde se ubicará la preciada figura.
Azahara roza con sus dedos la labrada superficie y durante unos segundos cree encontrarse en el taller del hábil artesano que realizó aquellas hojas y tallos con su buril... Un trabajo minucioso y muy hermoso... –balbuce ensimismada. El inquietante eco de los martillazos y el estridente sonido de varios taladros la despiertan de su ensoñación. Mateo Carrasco, su ayudante, la llama insistentemente desde la entrada, los obreros colocan jarras, marmitas, pebeteros..., en los lugares indicados; los cables se amontonan en el suelo... Nadie puede evitar lo que ocurre minutos después. Uno de aquellos jóvenes tropieza y golpea con su martillo la peana rectangular en la que descansa el cervatillo. El silencio en la estancia es atronador. Azahara Espinosa se acerca lentamente y suspira con el miedo reflejado en sus pupilas oscuras.
-Lo siento, señorita, le juro que yo no...-comienza a tartamudear el muchacho con los ojos llorosos.
-No te preocupes, Alberto, ha sido un accidente... -murmura con la garganta seca.
Mateo llega rápidamente y ambos observan el borde del pedestal. Una horrible hendidura se ha abierto en la parte izquierda... Ninguno sabe, en ese instante, que el desgraciado incidente originará un gran descubrimiento para el Museo y, especialmente, para su historiadora. Allí, entre lascas de bronce, aparece la firma del artista y también una alusión a Zahra, la preferida del Abd al-Rahman III, en la que se le aclamaba como "el cervatillo de al-Zahra", la más bella y dulce flor del califa cordobés...
El día de la inauguración, la emoción y la alegría se dibujan en el rostro de Azahara Espinosa. Tras la presentación pertinente contesta a las preguntas de la prensa y más tarde, departe con los visitantes que se acercan hasta ella. Una voz femenina recita "El collar de la paloma", los maravillosos versos de Ibn Hazm... Mateo, con una copa en la mano, le pregunta:
-¿Cómo te sientes, jefa? Todo el mundo habla de ti y de tu maravillosa exposición...
Ella le sonríe y luego le responde:
-Como si fuera Zahra...

María Coronado
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente