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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

Parlamento

CRECIMIENTO


Hace tres semanas que felizmente te enterramos. Por desgracia hubo de ser en el cementerio donde yace toda mi familia, porque como somos muchos y con tendencia a morir jóvenes, me hicieron rebaja. Dudé si pagar más por mantenerte lejos, pero ganó la economía. Pedimos que excavasen el hoyo más profundo que permitiese la ley, o el precio que pagamos. Ya hacen ocho las veces que he ido a visitarte desde entonces. No es nostalgia, es sólo que me gusta comprobar que sigues bien hundido en la tierra. Fantaseo con olvidar todo esto y no volver, pero en los últimos días he presentido un algo, un manto gris, una mancha rasposa que trepa por tu lápida, que me intriga y me sigue en mi camino a casa, permaneciendo a mi lado como un hilo que me recuerda el trayecto  que he de volver a recorrer si no quiero enloquecer. Ayer por la noche me sentía sola, pero yo no tengo miedo a la soledad. Sólo a ese tipo de abandono apenas temporal, al cabo del cual se presiente un regreso violento. Así me sentía, como si estuvieras a punto de llegar desde tu retiro, siguiendo el hilo, con la tormenta pegada a tus talones. Puse la radio, que siempre ha sido mi compañera cuando la ansiedad empieza a hacer crecer un nosequé en mi garganta, pero sólo pude sintonizar un programa religioso. Una frase pronunciada por uno de los contertulios me llegó adentro. En medio de una alocución apocalíptica, dijo: "La corrupción del alma, que acaso sobrevive a la muerte y contamina los objetos cercanos, la piedra y el polvo del suelo, cualquier cosa fría que llegue a tocar."
Con cada visita el cambio en la superficie de la tierra donde yaces se hace  más evidente. Aquel rastro de aspecto mucilaginoso ha ido creciendo hasta volver casi ilegibles los trazos excavados que identifican tu tumba, mientras su textura se ha ido volviendo familiar y tan desagradable como un lavado con agua fría. Es pelo, es tu pelo. Son tus barbas tentaculares que se estiran para recibir un poco de la luz que el resto de tu cuerpo ya no puede sentir. Te has convertido en semilla y abono de hediondos cabellos rizados que señalan en todas direcciones, sin decidirse hacia donde crecer, con la misma indiferencia que siempre tuviste. Es repugnante que hayas elegido semejante forma de aferrarte a la existencia, de seguir estando presente en mi vida. No puedo soportarlo y empiezo a arrancar colgajos a tirones, a puñados. Quiero cortar tu resto de vida. Quiero afeitar tu vanidad. Quiero matarte otra vez hasta que te quedes quieto...
Un vigilante me ha visto y me lleva aparte suavemente, con la práctica de quien lleva tiempo tratando con los que han perdido a alguien. Lloriqueando protesto que apenas he conseguido eliminar la mitad de aquel rastro. Asegura que se encargará de que la tumba vuelva a estar limpia, pero cómo va a estar limpio algo que sólo contiene porquería. Le sugiero que recurra al fuego; pero él no sabe y no me entiende, me mira muy serio y casi parece triste, aunque dudo que alguien que se dedique a semejante trabajo pueda preocuparse realmente por mi situación. Quizá es cierto que no estoy  bien, me laten los oídos y me pican las manos bajo la piel. Decido tomarme  tres días de descanso mental antes de volver otra vez, pero me los paso soñando con hombres melenudos, barbudos, incluso de pies peludos. Al llegar compruebo que el vigilante ha hecho un buen trabajo, pero  a pesar de todo el esfuerzo una sombra de aspecto capilar vuelve a insinuarse a ras de suelo. Disimuladamente, con parsimonia, recojo un palito del suelo y me inclino ante la tumba.  Empiezo a escarbar, vigilando a mi alrededor, nadie se fija en mi. Rasco despacio y pedacito a pedacito voy arrancando islotes de musgo pinchudo. Escarbo y limpio desde la zona más alejada de la lápida, encima de donde deben de estar tus asquerosos pies, y me voy acercando hacia la cabeza, donde el vello se vuelve más lacio y resistente, cada vez más difícil de eliminar. Pero a mitad de camino algo me detiene, como un muro que no deja que el palo siga removiendo la tierra. Cavo más profundo para ver  que es, que son , y las saco a la luz; una, dos, tres piedrecillas amarillentas, puntiagudas y algo curvadas hacia mi, colocadas apuntando hacia el cielo. Me producen una impresión de degradable conocimiento, de algún modo esa mezcla de sucios tonos y formas me resulta familiar. Cavo y cavo y cavo y las manos me sangran pero no puedo parar ante lo que asalta mi cabeza y no, no, no, hay más, cinco, seis...¿ocho? No...son diez.... son diez como imaginaba y se que ya no hay más, nadie tiene más...son diez piedrecillas...diez uñas.

Sinfonía Numérica
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LA VERDADERA REALIDAD


En cierta ocasión, en un lugar que no se sabe muy bien donde está, pasó algo espectacular. Por primera vez en la historia de la Tierra, se dio algo nunca visto, realmente sorprendente e impactante, en cierta ocasión, en un hormiguero... bueno, mejor pensado, no sería bueno empezar por ahí, ¿no? Comenzando entonces desde el principio, esta historia empezaría por algo así:
Érase que se era una historia peculiar, en un hormiguero donde sólo había una reina. Esta, al ser invierno, tenía que dejar de poner huevos y entrar en una fase de latencia, como si hibernara, sin embargo, había algo que quería hacer antes de eso. Quizás fuera sorprendente, pero esta reina, pese a serlo, nunca había salido de su palacio, y no por voluntad propia, sino por consejo de sus fieles ayudantes. Al principio no le importó, amedrentada por la infinitud de accidentes, narrados por sus consejeros, que podrían ocurrir si salía de su gigantesco palacio; pero ya estaba harta de imaginarse cómo sería su reino, guiada sólo por las descripciones de sus hormigas mas acérrimas. "Su reino se extiende tanto, que sus súbditos no pueden ir de un extremo a otro ni en una semana", "hemos tenido tan buena recolección este año, que ni una hormiga pasará hambre este invierno, y todo gracias a su mandato, le doy mi más profunda enhorabuena" le decían, y la reina se maravillaba a diario de lo próspero que era su hormiguero. Sin embargo, un día esto cambió, la reina se hartó y, sin previo aviso y ante la sorpresa de todos los que estaban en sus aposentos, salió de estos, de su palacio, y cogió el primer túnel que vio. Debido a lo inesperado del asunto, nadie la pudo seguir y, rápidamente, la perdieron de vista.
-Bien, conseguí salir –dijo, pero su alegría cesó al ver a su más fiel consejero, Gofred, frente a ella.
-Mi reina, ¿qué hace aquí? No puede abandonar su palacio.
-¿Y quién se supone que eres tú para darme ordenes, Gofred? Te recuerdo que soy la reina –dijo con tono severo.
-Sí, por supuestísimo, alteza –respondió agachando la cabeza-. Pero, mi reina, no sabe la de cosas que puede acarrear su salida de palacio, si acepta mi consejo, estaría mucho más segura y cómoda en...
Fue a continuar, pero la mirada seria de la reina lo calló.
-Al menos déjeme guiarla, no se vaya a perder –dijo al fin, resignado.
-De acuerdo, Gofred.
Este asintió y se puso delante de ella, dispuesto a guiarla por aquellos túneles tan enrevesados. Ella, contenta por poder ver su reino al fin, lo siguió mientras observaba ilusionada todo aquello. Por increíble que pudiera parecer, pocas veces había visto un túnel, desde que tenía memoria había permanecido en su palacio.
Estuvieron andado un buen rato, mientras la reina se maravillaba de lo bien hechos que estaban aquellos pasajes, así como lo maravillosas que eran las casas que allí se encontraban, casi tan grandes como sus aposentos.
-Me encanta mi reino, Gofred –dijo la reina entusiasmada.
-Y todo es gracias a usted, majestad.
¡Valiente adulador este Gofred! Ella sonrió y siguieron caminando en medio de aquellas hermosas y lujosísimas mansiones. Estuvieron andando otro rato y, finalmente, la reina se acabó parando, extrañada.
-Gofred, esto ya lo he visto.
-Perdone mi descortesía, pero creo que se equivoca, mi reina.
-No, estoy segura de que estas casas ya las he visto.
Reinó el silencio durante unos segundos, mientras Gofred se ponía un poco tenso. Creo que te han pillado, pequeño Gofred.
-Mil disculpas mi señora, pero tiene razón, volvimos al principio. De todos modos, creo que sería mejor si volviéramos a...
Pero era tarde, pues al girarse, la reina no estaba detrás de él, sino que había ido por otro camino y ahora se dirigía a un pequeño hueco que conectaba con otros túneles.
-¡No mi reina! ¡No debe ir por ahí! ¡Es peligroso!
Rápido como una bala, se plantó frente a la reina, impidiéndole avanzar. ¡Cómo de rápidas son las hormigas cuando les interesa!
-¡Déjame pasar ahora mismo, Gofred!
-No puedo, mi reina, es peligroso ir ahí sin protección.
-¿Por qué razón?
-A veces se cuelan en el hormiguero  otros insectos y se comen algunas hormigas. Las hormigas soldado controlan la entrada, pero no pueden con todos los intrusos –a eso se le llama agilidad mental.
-Sé defenderme por mi misma, déjame pasar, además, ahí no parece que haya ningún insecto extraño.
Sin embargo, pese a eso, Gofred no se movió. La reina, haciendo gala de su impaciencia y su mayor tamaño, lo apartó de un golpe y siguió avanzando. Si es que uno no se puede enfrentar a una hormiga que es varias veces más grande.
-Pero alteza, no debería ir –dijo, detrás de ella.
Sin embargo, fue en vano. Entró y, al girar una esquina, vio algo horrible. Estaba en una gran sala, con un agujero en el techo del que no paraban de entrar hormigas con alimentos a la espalda, que iban depositando en un sitio específico, volviendo luego a salir. Sin embargo, aquello no era lo espantoso, lo que la había horrorizado eran las hormigas soldado que había allí, con látigos en las patas. En una ocasión, una pequeña hormiga paró, exhausta, y como recompensa se llevó cinco latigazos y varios gritos, volviendo a trabajar al instante. ¿Qué era aquello? ¡Ella no había mandado que se hiciera algo así!
-¡¿Qué se supone está pasando aquí?! –Gritó furiosa, y fuera de sí.
Todo en ese momento se paró, tanto obreras como soldados, y miraron con sorpresa a la reina, muchos de ellos nunca la habían visto, pero la reconocieron al instante, pues ese tamaño descomunal no lo tenía cualquier hormiga. Ella los observó a todos y una angustiosa sorpresa la invadió cuando, al verla, en vez de notar alegría en los ojos de sus súbditos, sólo vio tristeza, desprecio. No la querían.
-¡Qué alguien me dé una explicación ahora mismo!
Miró atrás, pero no vio a su consejero.
-Tú, soldado, dime qué pasa aquí.
El soldado, sobrecogido, tardó unos segundos en poder articular palabra.
-E-Estamos regulando la recolección, mi reina.
-Ya es invierno, la recolección debería haber parado la semana pasada.
-Pero los altos mandos nos comunicaron que, por orden suya, todavía no se parara, que no hacía frío suficiente.
-Yo no he dicho eso.
-Nosotros sólo obedecemos órdenes, alteza.
-¿Aquí se acaba el hormiguero?
-Sí, mi reina.
Aquello le impactó.
-¡¿Y los vastos túneles? ¿Y las grandes mansiones de todas las hormigas? ¿Dónde está la prosperidad? ¿Dónde está mi reino?! –Les gritó a todas, desesperada.
-¡Tú nos has robado todo eso! –Gritó una voz entre la multitud.
-¡No podemos cavar nuevos túneles por ti y tus cortesanos, por construiros vuestros palacios y mansiones!
-¡Es todo culpa tuya!
-¡No pasamos el día recolectando comida para vosotros!
-¡Mi familia hace dos días que no come, y no paramos de trabajar!
De repente, todo se convirtió en un griterío constante, y las hormigas soldado comenzaron las represiones a latigazos, latigazos que provocaron la respuesta de las trabajadoras, que contraatacaban con mordiscos o con lo que tuvieran a mano. En cuestión de segundos, la revuelta se extendió y todo aquel lugar se inundó de gritos, golpes y conflicto. La reina comenzó a llorar, no era aquel el reino que ella gobernaba, su reino era próspero, feliz, donde todos trabajaban y obtenían su recompensa por ello, un paraíso.
Salió corriendo, tenía que encontrar algún culpable, alguien que fuera el causante de todo su engaño. Vio a lo lejos a Gofred, que entraba en un lugar que debería ser su casa. Lo siguió y, tras varios segundos que tardó en llegar, entró. Aquel lugar era excepcional, bellísimo, pero la reina se dio cuenta de a costa de qué había conseguido él aquello. Recorrió el inmenso lugar y vio, al fondo, una gran cantidad de alimento, una montaña exagerada que bien podría alimentar a toda la colonia durante algunos días. No podía creerse lo que veía. A su lado, había una puerta entreabierta.
-Gofred... confiaba en vosotros, me habéis engañado –dijo, más con angustia que con rabia.
Decidió ir por aquel camino y, a lo lejos, vio un agujero y cómo todos sus consejeros, con toda la comida que podían llevar a su espalda, escapaban por aquel pequeño agujero que había en el techo. La reina, sorprendida, lo miró, se suponía que sólo había una entrada al hormiguero.
-¡Esta aquí!
Gritaron de repente a su espalda. Al girarse, vio una hormiga que la señalaba y cómo multitud de ellas entraban de golpe en la casa. Al parecer, las obreras habían ganado la batalla.
-¡Lo siento! ¡Yo no sabía nada! ¡Por favor, creedme! –gritó la reina, desesperada.
-No esperes que ahora confiemos en ti, alteza -la última palabra la dijo con sorna.
La reina, con pavor, al ver que no atenderían a razones, corrió tanto como pudo, intentado llegar a aquella entrada, o mejor dicho, salida de emergencia. A mitad de camino, miró hacia atrás, y vio como las obreras le estaban ganando terreno. El miedo le hizo correr más rápido, llegando allí en cuestión segundos. Al instante y sin pensar, subió tan rápido como pudo hacia aquel orificio que la llevaría a la superficie, consiguiéndolo justo antes de que una obrera la agarrara. Alarmada, salió al exterior y se encontró con unas finas y largas hierbas alrededor. Se dio cuenta de la estupidez de su idea nada más salir. Nunca había estado en el exterior, se había criado siempre en su palacio, no sabía nada de fuera. No sabía qué hacer, se había quedado bloqueada, su vida había pasado de ser un paraíso a ser un caos en cuestión de minutos, no podía creerse lo que estaba sucediendo, todo aquello... tenía que ser un mal sueño. Sentía desesperación, miedo y mil cosas más que no supo definir, y allí, sin saber qué hacer, la reina se quedó parada, mientras veía cómo sus súbditos la rodeaban.
-¡Acabaremos con tu tiranía! –Gritó uno.
Los demás gritaron de emoción y entre unos cuantos la cogieron. La reina lloró y, sin oponer resistencia, dejó que la llevaran a donde fuera. Miró al cielo y vio a varios humanos, uno muy bien vestido, subido a una estructura, hablando sin parar, mejor dicho gritando, y sacudiendo las manos a su vez, mientras que los otros lo miraban y aplaudían cuando hacía una pausa. Miró a los ojos de aquel hombre que gritaba para todo aquel público, y para su sorpresa vio que, aquellos ojos, eran iguales que los que había tenido ella durante todo ese tiempo, aquellos eran los ojos de un ignorante, ignorante de las necesidades de su entorno, ignorante de la verdadera realidad, sumido en un mundo aparente, su lujoso mundo aparente, y de repente, mientras era apresada por su pueblo y la llevaban de vuelta al hormiguero, sintió una gran compasión por él.

El pequeño doctor
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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BRITO


   Cada vez que pasaba por el túnel de Cibeles, Brito agarraba la mano de su madre una pizca más fuerte de lo normal, cosa que su madre no percibía pues siempre iba con prisa y pensativa. Brito, recién salido de la infancia regordeta y aún sin cuerpo desgarbado de adolescente, observaba refugiado en esa mano adulta a los mendigos tapados con mantas, tumbados sobre cajas deshechas o colchones pringosos, unos despiertos, otros dormidos, alegremente borrachos o sobriamente tristes, de ojos inquisidores. Los miraba ávido; los contaba y tomaba nota mental de sus cambios y evoluciones, siempre procurando no encontrarse de vuelta con miradas de reproche o de superioridad, que de todo había. Las peores pupilas, las más llenas de razones, se las clavaba un mendigo guapo ¬¬–sucio, pero guapo– al que faltaba una pierna pero que parecía manejarse mejor que el resto. Brito se imaginaba cada día una historia diferente para aquella pierna perdida, siempre en circunstancias prácticamente heroicas: por ejemplo salvando a un niño de un tiburón, saltando con un bebé en brazos desde un balcón incendiado o rescatando víctimas de un tremendo terremoto. Y no se podía explicar cómo semejante valor natural había ido a parar a un túnel mojado, donde se colaba la lluvia y también se colaban nuevos pobres todos los días.

   En esos días de lluvia intrusa Brito ponía especial cuidado en no pisar charco alguno, no fuera a ser más bien pis en vez de agua de lluvia, porque incluso el pis de un héroe sigue siendo pis al fin y al cabo. Como esta operación le hacía dar saltitos o pasos cambiados a menudo, su madre le decía hijo qué pesado eres, quieres andar bien, no ves que llevo prisa.

   Fue una de esas veces en las que Brito -mirando siempre al suelo- intentaba evitar un charco sospechoso, cuando al subir la vista para caminar a paso normal casi choca con uno de ellos, brazos en jarras frente a él, sonrisa de oreja a oreja. Precisamente uno de los que dormían en colchón: semejante privilegio, se decía Brito curioso, un colchón donde otros no tenían ni manta siquiera. Al sentir su aliento cerca del pelo, Brito pegó un respingo tal, que su madre, que sí había visto desde lejos al mendigo e inconscientemente se disponía a rodearlo, soltó de golpe la mano atenazada de Brito y del susto dejó caer el paraguas que llevaba enganchado al brazo. Por Dios Brito, qué susto, pero qué tonto estás, de verdad, le decía, recuperando paraguas, cartera e hijo rápidamente, haciendo caso omiso de la mueca de estupor en Brito y también de lo que la había causado, el mendigo sonriente, el mendigo privilegiado. Brito echó a andar de nuevo torpemente, mano más fuertemente agarrada, pero sin dejar -esta vez- de mirar al mendigo, volviendo la cabeza.
   Saliendo del túnel, Brito hablaba a su madre. Mamá. Mamaaaaá. ¡Mamá! Queeeeé, Brito. Que ese señor se reía. Qué señor, hijo. El del túnel. Qué señor del túnel. Ese, el que estaba delante de nosotros. Pero Brito, delante de nosotros iban cincuenta personas. No, jo, el señor pobre. Brito. No se dice los pobres. Se dice los mendigos. Pues eso, el mendigo que se reía y los pobres no se ríen nunca. Bueno, Brito, los mendigos te he dicho; que no pasa nada, que cuando llueve se mete ahí la gente que no tiene casa.
Venga, vamos, qué es tardiiísimo.

   Brito se preguntó muchas veces aquel día por qué aquel pobre se reiría. En el patio dejó pasar un par de ocasiones de gol estupendas; en casa no se concentraba repasando los ríos y montañas de la Comunidad y tampoco acertaba a pasar de nivel en la Nintendo, como solía. Aquel pobre se había reído en sus narices y eso era muy misterioso. Tal vez era una especie de jefe de todos y por eso tenía colchón. Tal vez controlaba quién comía y qué se comía. Tal vez era el mayor enemigo del héroe guapo y cojo. Tal vez le había ganado a éste el colchón jugando a los dados. Tal vez por eso se reía.
(...)
Al día siguiente, mañana lluviosa y repetida de otoño, Brito miró mucho de frente a pesar de los charcos, la vista bien dirigida al pobre que se reiría, que se iba a poner de un momento a otro delante de su madre, de él, de toda la humanidad riendo y con los brazos en jarras. Y, efectivamente, el pobre apareció. Y su madre lo vislumbró y ya estaba para rodearle cuando, riendo sin parar, el pobre, ese pobre de risa retorcida y siniestra dijo Eh tú, chaval, que has perdido la cartera por el camino.
La madre dijo extrañada Gracias señor y a continuación Brito, hijo, pero qué desastre qué desastre, con lo tarde que es y la prisa que tengo; dando media vuelta en dirección contraria y tironeando a Brito del brazo, que, perplejo, no dejaba de mirar al pobre que otra vez se reía un montón...
   
   Un poco más adelante y ya en dirección a la boca del metro, una mendiga llamó poderosamente la atención de Brito. Era aquella mujer que tanto podía tener la edad de su madre como ser mucho más vieja y que Brito caracterizaba mentalmente como la que nunca se peina y además canta. Una de las pocas mendigas que osaban situarse entre el gran grupo de hombres, pareciendo encontrar su hueco sin bravatas. Que a veces se rodeaba de muchísimas cajas de cartón y las descomponía, sin duda, pensaba Brito, para hacerse una cama mejor. Se notaba a la legua que aquella mendiga, mujer y superviviente, tenía su espacio vital definido y preciso, producto de tiempo, le parecía a Brito, mucho tiempo, pero estaba claro que había conocido otras comodidades, a ver si no por qué reproducía una habitación con tanto ahínco, reservando su intimidad: que más daría allí, donde cualquiera podía asomarse o retirar sin más una de las cajas, pensaba Brito; donde de todas maneras se oía lo que decían todos, lo que hacían todos, incluso lo que sentían  todos. La mendiga ahora parecía dormitar y apoyaba la cabeza en una mochila igualita a la suya. De hecho, era la suya. No cabía duda. Era una mochila de marca Acep estupenda, pero sin ruedas como esas de ahora, que se quedaban para los niños pequeños, cosa que él ya no era ni lo quería ser. Con sus escudos y distintivos de sus equipos de baloncesto y fútbol favoritos. Con su firma en una esquina e incluso con la mancha de grasa en la parte de abajo, cómo se había enfadado su madre al encontrar un sándwich de salchichón estrujado en el fondo.
   
   Brito se paró en seco y su madre, más nerviosa, le volvió a soltar la perorata de que llegaban tarde y que era un desastre y eso. Pero Brito ni se movió, vista fija en SU mochila. La madre entonces volvió la vista en la dirección en la que Brito miraba y reparó en la mochila, Huy, Brito, pero si esa es TU mochila, pero bueno, ¿cómo es que la tiene esta señora? Hay que ver, de verdad... Y ya se dirigía a hablarle, a reclamarle a aquella mendiga lo que pertenecía a su hijo cuando éste se agarró de su brazo más fuerte que nunca y tiró hacia atrás, hacia él, lejos de la mendiga y su sueño placentero. Hijo, ¿qué pasa?, ¿por qué haces eso, hombre? ¡Tenemos que recuperar tu mochila! Ya me dirás cómo se te ha caído y cómo es que no te has dado cuenta, hijo, con lo que debe de pesar, que siempre la tienes llena de cosicosas, y de chuches, que te he dicho, Brito, que no puedes comer tantas chuches, ni tantas pipas, ni tantos donuts, ni... Mamá, interrumpió Brito muy sereno, que no, que ya no me los voy a comer, que te calles, jopé.
Era evidente: alrededor de la mendiga se adivinaban los papeles de caramelo y los envoltorios de bollicao vacíos, las cáscaras de pipas, los trozos de albal. Los libros y cuadernos, sin embargo, perfectamente ordenados en un montón, con el plumier encima, al lado de unos tetrabriks vacíos, algunos con monedas y otros, no. La madre miró alternativamente a Brito y a la mendiga dormida. A Brito le pareció que la escrutaba con más atención de la que se suele poner cuando uno observa a un desconocido,  por extraño que éste nos parezca. Incluso notó un ligero temblor en la mano de su madre, y un brillo extraño en su mirada. Durante dos largos minutos, su madre no acertó a hacer o decir nada. Luego se recompuso enseguida, y sin mirar su reloj de pulsera, como solía, soltó a Brito de la mano y recogió con cuidado el montón de libros, cuadernos y plumier, que puso en manos de Brito, sin decir una palabra. Pesaba, pero Brito no dijo nada y dio media vuelta, con su madre, en dirección a la salida.

   Qué más llevabas en la mochila, Brito, le preguntó su madre tras un rato de silencio. El chándal viejo de gimnasia, Mamá. Bueno, está bien, le decía su madre en tono calmado pero serio, no pasa nada. No pasa nada. Parecía más pensativa de lo normal. Justo al salir del túnel se cruzaron con el pobre guapo y cojo, que se ponía en pie con no mucha dificultad. La madre se detuvo por primera vez desde los muchos meses que llevaban haciendo juntos ese trayecto y observó también aquellos ojos profundos, melancólicos, durante un largo instante. Después cogió la mano a su hijo, más fuerte de lo que Brito acostumbraba a notar y marchó hacia las escaleras. Miró luego a Brito seria y le dijo tomándole de los hombros, Mañana estrenas el chándal nuevo y ay de ti como no me saques un sobresaliente en gimnasia y también en matemáticas, Brito, ay de ti.

   Brito se percató al llegar a casa de que su madre, por primera vez desde hace ni se sabe el tiempo, buscó la agenda de teléfonos vieja, que gracias al móvil ya casi nunca usaba, y buscó entre sus páginas un número, nerviosa. Pensó que debía meterse en su cuarto y hacer los deberes, que no estaba bien escuchar conversaciones de mayores. Antes de hacerlo sin embargo, acertó a oír a su madre con voz entrecortada algo como soy yo, tu cuñada... que le extrañó mucho, porque un cuñado de su madre sería tío suyo y que él supiera, no tenía tíos. Pero decidió no preguntar y en su lugar, se propuso como fuera averiguar cómo había perdido su héroe guapo y mendigo la pierna, tenía que saberlo.

Australia
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL AGUJERO


Los gritos lastimeros del niño resonaban en el claro, se elevaban en sollozos desgarrados procedentes de los lindes del sendero y el hombre se apresuró. Al llegar, observó al niño asomado a un derrumbe, un pozo ciego de escombros profundo y oscuro. Con alarma creciente, comprobó la peligrosa inclinación del chiquillo y, en cuanto estuvo a su altura, lo apartó. Entre lloros, el niño le explicó que su hermanito Juanjo se había caído hacía ya un rato.
El hombre, consternado, empezó a llamar al pequeño a gritos, pero sólo le respondía su propio eco. Sin pensárselo, resolvió bajar. Lo que distinguía del fondo cubierto de maderas verdosas enmohecidas y de piedras rotas se le antojaba lejano y tuvo unos vergonzosos segundos de dudas antes de introducirse, agarrado a unas raíces sobresalientes profundamente enterradas en la tierra sedienta alrededor del agujero que parecían resistir su peso. Despacio, colocando poco a poco los pies ciegos y utilizando las raíces gruesas y secas, se deslizó, el corazón encogido, a través del acceso obstruido por los restos de cascotes, piedras y otros desechos abandonados desde tiempos antiguos.
A cada paso lento, se paraba para animar al chiquillo y elegir cualquier protuberancia o hueco en la pared irregular de tierra donde asegurar el pie. Las gruesas raíces, ensortijadas como ramas polvorientas de un árbol fantasma escondido bajo tierra, empezaron a crujir, a temblar bajo su peso y terminaron por ceder, arrastrándolo, mudo a pesar del espanto, a la oscuridad abarrotada de restos viejos y recuerdos ominosos. Cayó sobre bloques de piedras afiladas, sepultadas bajo matojos salvajes.
Dolor, sangre, inmovilidad, el bombeo loco del corazón que intenta sobrevivir, la mente aterrada que registra cualquier detalle para salvarse. Apenas unos segundos para que se imponga la temible verdad. Su vida dependía de un rescate rápido, del niño que se había quedado ahí arriba y al que oía llamarle en débiles "señor, señor".
Pero a pesar del sufrimiento y del miedo, no olvidó el motivo de su bajada. Agudizó todos sus sentidos para distinguir al niño a buen seguro desesperado, malherido o tal vez muerto. Percibió una débil respiración algo ronca que le llegaba como un oleaje interrumpido en medio de su dolor. Iba y venía mientras perdía y recuperaba la conciencia, acompañada por el sonido de unos breves gemidos que retumbaban con un eco ligero en el fondo de lo que se convertiría en su ataúd terroso si no llegaba alguien pronto. Pero poco a poco, las inhalaciones ligeramente sibilantes e irregulares se fueron apagando mientras el malestar también menguaba. Comprendió entonces que la respiración moribunda le pertenecía. Hizo un último esfuerzo para balbucear llamando al niño y le asaltó una horrible sospecha, ¿y si el tal Juanjo y su hermano le habían gastado una broma? Moriría sin descubrirlo nunca.
Arriba, el niño siguió llamándolo un rato más, hasta que se cansó. Empezaba a tener hambre. Miró su reloj, último regalo de papá para su cumpleaños, y comprobó que se acercaba la hora de comer. Rebuscó en la mochila, encontró una botella arrugada de zumo ya caliente y se puso en marcha. La mañana había sido un poco aburrida hasta que se le había ocurrido el juego tan tonto con Juanjo de asomarse a ver qué había en el fondo del pozo de escombros. ¡Cómo se habían reído al ver al hombre ese bajar! Todavía debía de buscar a su hermano, pero él no tenía tiempo de comprobar si volvía a subir. A medida que avanzaba en la mañana brillante, se fue olvidando del hombre, y apresuró el paso.
Mamá se ponía hecha una furia cuando llegaba tarde, además se preocupaba por todo, menuda pesada estaba hecha, eso es lo malo de ser hijo único.

Malomar
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

TENDENCIAS ESPECTRALES

I
Miércoles a 23 de febrero del 2010. Ingreso aceptado. El paciente muestra un cuadro de hipertensión arterial, fiebre alta, sangrado nasal y vómito continuo. Carece de identificación personal y no tiene un centavo al bolsillo (esto es lo peor de todo).  Si he aceptado que lo metieran es porque el seguro social me paga por esta clase de trabajos en los cuales una no tiene otra cosa que ganar más que el orgullo de haber salvado, en algún momento de la vida, a otro ser humano. Pero esto no es lo grave, sino que presenta de entrada un cuadro de traumatismos en la parte occipital del cráneo, como si alguien hubiera intentado meterle ideas  a la fuerza, en su cabeza. Por la misma parte donde una guarda los recuerdos y los momentos en que fue desdichada. Quizá –y esto es lo más probable- es que es una de esas sobredosis de drogas, porque los tiempos en que se volaba viendo el cielo y volar a los pájaros, ya pasó, no existe, es solo un triste destino que fue marcado más para los pájaros que para los hombres. Le han asignado la cama 302, al lado del viejo con cáncer al pulmón, que ya no debe durar más de dos o tres días. Y, como en estos hospitales, las camas están de cuatro en cuatro en cada sala, las camas van oliendo a muerte postergada después de que cada paciente se va. Especialmente de aquellos que por azares de la vida, lograron salvarse de lo que se presumía una muerte segura. Tal era su inmovilidad que las dos enfermeras del otro pabellón tuvieron que ayudarme a desvestirlo y ponerle la túnica blanca. Oxígeno, eso es, oxígeno es lo que le falta, y por eso le puse el respirador. Y con el alcohol antiséptico le borre las manchas de sangre que tenía regadas por el cuerpo; de los moretones, como casi de todo, se ocupara a su tiempo, el tiempo. Cuando estaba en la facultad me dijeron que cosas así iban a pasar, por eso una debía tener el estómago fuerte y los nervios templados.
Ya en la cama y con todos esos cables dentro del cuerpo uno debe sentirse como un aparato, que si se desconecta se apaga, pero la diferencia es que al volverlo a conectar para encenderse de nuevo, este aparato ya no se enciende de nuevo. Dentro de su inmovilidad física sé, que su cabeza como un engranaje, sigue su curso, las sinapsis siguen su trabajo, pensando, tal vez en lo último que vio, o en algún recuerdo metido entre golpe y golpe. Por ello es bueno hablarles, dicen, para que se sientan vivos, sino puede que se les olvide y se den a la muerte como comida para perros. Así se justifica la venida diaria de aquella monja que habla las tardes, leyendo pasajes de la biblia y frases de motivación. Almohada, sábana, control de los ojos. Todo listo, me voy porque aún fuera de esta parte de mi vida, tengo un par de bocas a las que alimentar, y ellas me esperan, como deben esperarlo a él, pero a diferencia que éste no va a llegar. O quién sabe, tal vez.
II
-   Esto se ve y se siente en mal plan. Deben creer estupideces. Y aún no puedo abrir los ojos, se ve todo azul o rojo, y yo que me había creído que en estos instantes se vería todo negro, negro. Pero nada. Creo que esa última chela estuvo mal, debí coger mis tereques e irme, la loca esa debe llamarme desesperada. Mejor. Así le cobro los celos que me dan cuando imagino las porquerías que hace cuando no estoy con ella.
A ver, a ver, qué ***** pasó aquí? El cielo? No, no. El infierno? Tampoco. Salí, si. El poste de luz donde me arrimé a vomitar. La sangre. Si *****, ya le cogí el hilo, vomité sangre y me preocupé. Pedí ayuda y nadie me hizo caso, Oí esos: borracho de *****, que vergüenzas, y todo lo demás. Ya. Los dos tipos que se acercaron. El golpe en la cara, la sangre ahora de la nariz, mi celular, ***** y eso que no lo tenía más de un mes. Entonces es la verdad, las cosas no me duran nada a mí. La patada en el estómago, el manotazo que lancé al aire y el palazo en la cabeza. Je. Ya decía yo. En dónde estoy? Mi casa? Casa? Je. El cuartucho en donde duermo. No. Aire, solo siento aire dentro de mí, un aire dulzón. Los ladrones. Esos fueron. Tal vez estoy muerto, pero aún no me doy cuenta. Y sigo pensando, debe ser que me estoy preparando de a poco, pero no veo el túnel largo, uh, eso si es para jalarse los pelos. 21 años y ya viendo las cosas como viejo, la edad me pegó con fuerza, la edad y las chelas. O el cuartucho, o la muerte.
Escucho el sonido de la tos de alguien a mi derecha, una tos ronca y hueca. Unos pasos que suenan cada cierto tiempo, digamos que cronométricos. Los pasos digo, no el tiempo, aunque también. Conclusión. Estoy en la morgue y por eso oigo aquella tos. Dicen que los muertos recogen los pasos, éste, tal vez, vino a recoger su tos. Qué pena. Debió haberla querido mucho. Escucho. Se acercan esos pasos, pero es raro, esta vez presiento que tardaron un poco menos de lo común.
Mis cabellos: los están revolviendo. Odio que hagan eso, me hacen sentir como un chiquillo. Je. Eso le decía a la loca esa. Y por cierto que será de ella?. Bueno, al punto. La mano es delicada, ahora se pasea por mi rostro, por mi nuca, por mis brazos. La muerte me está tocando para ver la calidad de muerto que se lleva. O sea que es una escogedora. Inteligente muchacha, no sea que le toque un muerto que ya esté muerto, y le salga el tiro por la culata y no tenga el gusto de matar a su muerto. No, es una mano transparente, lo sé, lo siento, no es la fuerza con que me recostaron aquí. Es suave, un viento, digámoslo así. Viento, qué será de la loca esa? Estará bien, en este momento me disculpo de las veces en las que la traté mal. Se siente bien esta mano. En el pecho, los brazos.
No puedo abrir los ojos aún. Pero sé que miro todo por el aire que entra en mis manos. Estoy en un hospital, la que da esos pasos debe ser la enfermera. No hay otra respuesta. Pero la mano de ayer no es la misma. Claro. Obvio. La mano de mi dulce mocosa de besos ácidos, es diferente, por supuesto. Pero entre manos, opinamos luego. Espero. El aire tiene una carga de alcohol y saliva.
Ya no hay tos, a mi tercer día, ya la tos se acabó. Tal vez movieron al enfermo a cuidados intensivos, porque debió agravar, su tos cada vez era más fuerte, como un martillazo. Y la mano estuvo puntual, es alguien que se sienta, me toca y de a poco me va  haciendo liviano el cuerpo. Papá. Es su mano, la reconozco, hace tanto tiempo que no tengo esa mano sobre mi rostro. Papá. Si conocieras a la muchacha de los ojos saltarines, te agradaría conversar con ella de las tradiciones de la ciudad. Ojalá, papá, llegues esta noche para conversar. No con la boca, porque tampoco la puedo abrir. O no. Intentemos... no, no la puedo abrir. Pero con el aire que sale de las manos, con ese sí. Raro que se te olvide que estabas muerto y me visites todas las noches. Raro que se te olvide algo a ti. Te espero... o me esperas. Ojalá las cosas salgan bien. Ojalá llegue la mano transparente de mi papá al que se le olvidó la muerte. Ojalá la muchacha de los ojos saltarines esté bien. Ojalá...
III
El hospital estaba casi lleno el día en que ingresó el muchacho. El papel que contenía la información personal, necesaria para poder dejarlo ahí como a un par de zapatos viejos, descansaba ya en la carpeta que algún día será archivada en el desván. Así se archivan los cuerpos de los muertos dentro de la tierra, que los recibe, pero no los diferencia, ni los organiza. Debido a los evidentes retazos de violencia que pasaron por su cuerpo, ingresó –por decirlo de alguna manera- directamente a cuidados intensivos, ya que el doctor había dicho que las afecciones eran graves, y que por algún motivo metafísico, el paciente perdía fuerzas a diario, como dice el refrán: "No hay peor enfermo que el que no quiere curar".
Las enfermeras van y vienen en un desfile descomunal por las tardes. Merodean los corredores y las camas, puede ser que alguno se les murió dentro de esa leve capa de silencio, en un suspiro final atronadoramente callado y mudo. Van y vienen. La monja que llega las tardes a veces no tiene el más mínimo deseo de llegar, se entretiene en alguna estantería de la ciudad mirando vestidos que le hubiera gustado ponerse en alguna ocasión especial, que no va a llegar. Se para en el medio y empieza sus rezos, mariposas de alas suaves que no se escuchan, abre la biblia y sigue con su diatriba infinita. Incluso las enfermeras, se paran y se santiguan una o dos veces por semana.
La encargada del pabellón donde está la sala de cuidados intensivos, mira a todos con una ternura maternal que a ratos se torna en desprecio amoroso. En especial con aquellos barbajanes que no tienen una identidad específica en la habitación. En especial con aquel muchacho que yace en la cama, conectado a los aparatos, muriéndose un poco todos los días. A diferencia del anciano de la cama 301 que murió de un severo cáncer al pulmón, inevitable, soberano. El anciano ha elegido su muerte. Eso se llama democracia final o mortuoria. Piensa la enfermera. Mira los párpados cerrados del muchacho, cama 302. Las extremidades inmóviles y la sangre ya seca en las marcas de los golpes.
Por la noche algo singular acaece en la habitación. Tiene cuatro camas. Por el momento solo está ocupada una. Las demás... la muerte, ya se sabe, es un proceso natural. En la noche, entre el delirio del sueño y la amargura de que después de un solo día de asueto, le han dado de nuevo el turno nocturno, se frota los ojos con demencia animal. Imposible. Parece que en el borde de la cama hay una luz con forma de persona. Nadie puede ingresar al hospital después de las cinco de la tarde. Nadie. Por ello, bosteza un poco, da un sorbo al agua embotellada que tiene a la derecha de la silla, y retoma su sueño. Es evidente, nadie viene a visitarlo, nadie entra en el hospital después de las cinco. Ridículo. Nadie.

IV
Madre mía, se nos va el joven, se nos va, y me parece que ha sonreído un poco. Está feliz de morir. Déjenlo entonces. Ese resplandor de las noches que viene a acariciarle el pelo, se lo lleva. Déjenlo al pobre, se rezará un poco. Nadie ha venido a preguntar por él, en ya una semana entera que lleva aquí. Se nos va, se nos va. A quién? No sé. Tal vez a mí. Pero no es seguro.
Me acerco. Ya no tiene pulso. Ha muerto despacito. Casi sin dar molestia. Esa sombra blanca de las noches ha venido y se lo ha llevado, lejos, donde ya no huela a cama de hospital, ni a alcohol antiséptico. Se nos fue. Llenar de nuevo los papeles y dejar que se lo lleven para que con lo que queda de él, estudien anatomía los de la facultad. Jesús, el círculo se cierra. Y yo no sabía de dónde traían esos esperpentos con los que yo aprendí.
Es la noche, no hay nadie, y es mi último turno nocturno. Ya he tendido las camas, pobre joven, como que empecé a tomarle cierto cariño. Qué es eso?... la sombra... pero la cama está vacía. No. Son dos sombras, sentadas en la cama 302, mirando a la pared. Alma bendita! El joven. Ahí está, sentado, apoyando su cabeza en la sombra. El destino. Aquí se reencuentran. Aquí han de terminar sus días de humanos. Los muertos tienen suerte. Se ve que siguen ahí, revolviéndose los cabellos. Casi se puede escuchar sus risas. Pero no son risas. Destino. Han venido aquí, no les molestaré, dejemos que sigan esperando su algo triste, tal vez el carruaje de la muerte que ha de venir por ellos, pero se ha tardado un poco –un par de días para ella, no es más que unos microsegundos para nosotros- déjenlos, esperando... para siempre.   

Canio
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

THÁNATOS


I
Era noble, un joven de buena cuna nacido entre el chirriar de espadas, el rugir de tambores y los cánticos estremecedores de clarines y trompetas. Ya de niño servía como paje y escudero del noble de Borghese, con el que habría de aprender las técnicas de combate. Al llegar a la mayoría de edad tomaría su oficialidad con una grandeza y desparpajo jamás vistos, y de ahí en adelante serviría a su Rey, Alfonso X, como el más grande de la ciudadela castellana que en mármol le envolvía.
Después de arreglarse el cabello, Roger, heredero de la casa de Béarn prepara el baño del que emergerá sin rastro de pecado. Con firmeza toma su túnica blanca y una capa púrpura que representa su sangre, la que está dispuesto a derramar por Dios y por la iglesia.
A la salida le esperan sus zapatillas marrones, del color de la tierra a la que todos volverían, para recordarle que hay que estar dispuesto siempre a bien morir.
Con una sonrisa despidió a su madre que terminaba de equiparle con su cinturón blanco, y una espada, con sus dos filos iguales, representantes de la justicia y lealtad que defendería a los oprimidos.
"...mantente alerta, con confianza en Cristo y loable en tu fama."

II
Las muchachas del lugar volvían con sus cántaros sobre el regazo, recitando alegres cánticos al son de las aguas que respondían hipnotizadas a sus plegarias. Sus sedosas melenas se fundían con los sueños de los maleantes que lanzaban sus cadenas con las miradas ardientes en deseo y lujuria.
Sin duda, ella era la más bella, solitaria sonreía al reflejo de la luna. Sus ojos, carceleros del inmenso océano, traían la claridad de su luna marmórea. Sus labios, tinteros de amapola, jugaban en la cárcel de los ojos de mil amores soñados.
Eran sus manos de porcelana y jazmín blanco, de olas profundas surcadas en espuma y melancolía.
Era ella, el sueño, el amor platónico jamás ideado. La tela blanca se ceñía a su cuerpo, y entre el misterio y el recelo la modelaba a su antojo en hilos finos de niebla y cristal enredado. Suspiraba el viento, pues apenas alcanzaba su piel desnuda, revoloteando cansado por sus pies descalzos.
Solitaria, caminaba por estaciones de humo, por versos del ocaso, y de cuando en cuando se la oía apaciguando los aullidos atroces de los temblorosos árboles atrapados por la noche.
Nadie sabía su proceder, ni tan siquiera su nombre, a pesar de los intentos de los curiosos incapaces de romper la armonía que sustentaba entre sus dedos. Intentar acercarse a ella, no sé, era como naufragar en un desierto.

III
La noche se había cerrado sobre Sara que aguardaba impaciente a su enamorado en una plaza desierta a las afueras de la ciudad. La fuente extendía sus aguas en un manto de cristal que tintineaba con el viento incauto que se atrevían a rozar su superficie.
Los árboles cercaban el lugar entre sombras sinuosas que se desperezaban entre los susurros de las hojas.
Unos pasos chapoteaban contra el barro que se modelaba entre huellas. La voz quebrada de Roger formaba su eco contra los querubines de la fuente, que inertes observaban a su prometido.
Sollozos y súplicas amargas comenzaron a perderse en la espesura de los árboles del Cerro de los Ángeles.
-   ¿Roger?- El miedo comenzaba a apoderarse de la joven. A medida que los pasos se iban acercando, las voces del bosque se iban difuminando
-   Sha...rr...a. – Las palabras se arrastraban de su boca, como heridas en batalla tragaban bocanadas de aire que no sanaban su respirar.
-   Amor, rompe esta distancia, déjame tocar este momento, algo de tu aliento sofocado, del efluvio que columpia el aura nocturna de tu boca. En tanto tus dimensiones tiemblan y no hay nada que no sea el eco de tu mirada. Dime ¿qué cruza por tus ojos sin aliento, ausentes y apagados?  ¿Es acaso que ya no me amas?
-   Sa...ra, yo...puedo jurar... que te busqué en la fragancia de las rosas, en el amor platónico, en mis noches, qué se yo, en el fuego trémulo de los deseos. Y así, tu luz invade esta cárcel extraña y yo confieso que mi amor es eterno.
Lágrimas cruzaron las mejillas sonrojadas de la muchacha. Sus cabellos de bronce bailaban en su pecho. Sus manos se extendieron frágiles por la nuca de su amado, el aire se agolpaba contra sus siluetas, en un intento desesperado de salvar distancias y en su fallido intento, un beso sonó en la noche.

IV
En ese estado de recogimiento que debe ser el de la vigilia, se le informará de todos los trabajos y sufrimientos que ha de pasar al tomar la caballería. Acto seguido se pondrá a orar de rodillas, todo lo que pueda, pidiendo el perdón de sus pecados y la asistencia divina en la tarea que se le presenta.

El alba despuntaba las copas de los árboles que se mecían con sigilo. Sara dormía plácidamente sobre un banco de piedra. La seda malva envolvía su perfecta silueta que despertaba con los primeros rallos de sol. A tientas palpó a su lado, pero su amado había desaparecido en secreto, al igual que su amor.
Se asomó a la fuente, cuyas aguas le devolvieron una sonrisa angelical. Se mojó el cabello para recogerlo en una trenza que caía por su espalda y se dirigió al castillo de los Borghese.
Al llegar al patio pudo ver a su padre, el Señor Borghese instruyendo a un joven perteneciente a la baja nobleza, de ojos cristalinos y mirada elocuente, Roger de Béarn.
Los últimos días habían sido una tortura. Ocultar sus miradas, sus gestos, sus escapadas a altas horas de la noche del mundo circundante. Su amor era una fuerza incontrolable que se debatía por ser liberado, como la furia encerrada lucha por cruzar lares inhóspitos.
-   Hija mía, se hace tarde y estarán esperando al señor Béarn en casa, será mejor que le acompañes a la puerta- dijo el Señor Borghese cruzado por el cansancio.
-   Sí padre- la señorita Borghese inclinó la cabeza antes de alejarse de su padre y adentrarse en la espesura de sus jardines. La cosecha había florecido y los lirios cantaban alegres canciones al viento. Roger sostenía su mirada en el horizonte.
-   ¿Así es vivir aferrado a tu recuerdo, que viene como agujas, tramitaciones, algas trenzadas en el fondo de mi océano?- las palabras manaban de su boca independientemente de su mirada, que seguía aprisionando el horizonte.- Sara de Borghese, dame tu mano y levantemos el telón que separa nuestras vidas
-   Mi padre.... mi destino de él pende, pero mi amor será siempre tuyo, infinito como los segundos que pasan si no estás a mi lado.
-   Se escribirán canciones que relaten nuestro amor, jamás un hombre amará de tal forma a una mujer.
-   Esta noche, cuando la última sombra recoja sus andares, volverá la vida a mí, y con ella, mi amor. En la espesura del bosque, frente al suspirar de las aguas de la fuente, nos juraremos amor eterno.
-   Entonces, rezaré por que termine el día entre tus brazos con mi corazón en tus manos.

V
El crepúsculo comenzaba a extender sus brazos vaporosos sobre las empinadas calles de piedra. A la derecha del tortuoso sendero que conduce a la fuente de los ángeles se alzaba la cruz elevada por las paredes marmóreas de la catedral. En su interior un joven enamorado suplicaba clemencia y perdón.
-   Credo in unum Deum Patrem omnipotentem, factorem cœli et terrae, visibilium omnium et invisibilium...
-   Hijo mío, la iglesia debe cerrar sus puertas, no obstante, si pudiese ofrecerle cobijo sería un grato placer servir a los hijos del señor.
-   Gracias padre, ya marchaba.
-   Tienes mala cara hijo, ¿seguro que no puedo ayudarte en nada?
-   Mm....Gracias padre, pero no se requiere nada. Que descanse.- la mente manipulaba cualquier palabra de auxilio que tratase de formular, quedándose atrapada en su cabeza: "Padre, mi amor se ve amenazado por una mujer divina, quizás Afrodita. Todo en ella me lleva al delirio, su voz, sus manos, su cuerpo... todo deseo rompe mi lógica y me incita a desearla más que a mi propia vida"
-   Ve con Dios hijo mío.
Aquella misma noche juraría amor eterno a la mujer de su vida. Aquel sería el día que había aguardado con paciencia y ninguna diosa desalmada o delirio de su imaginación podría impedirlo.
Un susurro rompió el hilo de sus pensamientos. Levantó la mirada, quizás esperando encontrar a su prometida, Sara, y sin embargo le acarició una suave sonrisa mecida por infinidad de aromas primaverales. Su voz se acurrucaba en sus rincones embalsando su mente en una botella de cristal que naufragaba a la isla del desenfreno y la locura. Sus labios se abrían y se cerraban en movimientos sensuales, desvarío de la pasión cegadora. Sus manos se acercaban, peligrosas por ostentar la tentación entre sus dedos de porcelana. Y al igual que la noche que les encarcelaba, él sabía que daría su alma por poder besarla.
-   Silenciosa, de plata y marfil, yo te he visto aspirando distraída  el aliento que la tierra emana. Yo, aspiré un día aromas que tus campos abrían, como fantasmas de un mal sueño, rutas de melancolía.
-   Estoy convicta, amor, cómplice de tus besos, sin dormir, recelosa de sus ojos de ébano. – su voz se deslizó por cada rincón de su mente, su melodía se prolongaba regocijándose en el placer que lo encharcaba todo. Sus notas son y fueron celestiales, su canto es envidia de ruiseñores, de la brisa del mar o del silbar de las hojas primaverales.
-   Hay tanta luz, y tan sombría en tus dimensiones, donde no camina el viento ni respiran las hojas. Hay pétalos en los días de tus vestiduras, que se desvisten de sus corpiños ajustados al caer la primavera en abanico desterrado. Y no es eso, es  algo que cae, una rosa inundada, una huella confusa sin sonido ni sombra, unas manos que ondulan palpitando sobre el musgo de sus caderas sin descanso.
-   Cada vez más ausente, como ráfaga de mar que va y viene, y se arrastra lejos del silencio.- Ella jugaba con cada palabra a su antojo. Su voz comenzaba a tomar parte de una melodía inducida por las aguas cristalinas que corrían por las alas de los ángeles que reían ajenos a su amor delirante.
-   ¿Qué buscas de mí?
-   Sara – concluyó al fin su musa que con una caricia  fundió la piel en su mirar.

VI
Una sombra se movía entre los árboles, Sara vio hecho realidad el peor de sus temores. Una mujer esbelta, de largo y ondulado cabello que mecía el viento, rozaba con sus labios de rubíes el torso desnudo de su amado. Sus ojos feroces simulaban mares de tormenta, sus manos recorrían ávidas de sed sus brazos desnudos y su pecho se deslizaba entre la niebla que les envolvía.
El tiempo se paraba, sólo oía las gotas de agua que emanaban de la fuente de ángeles. Todo se volvía oscuro y su cuerpo pesado tiraba de ella sin control.  Eran aquellos ojos los que atravesaban las ondas de su cintura, diligentes, estimulaban el ferviente fuego de sombras. Aquellos ojos, los que bebían en delirios, ambrosía del alma, arena y mar de la espuma de sus playas.
Sara perdió la conciencia, de ella tiraba la corriente del óleo cristalino que dibujaba su  lecho. Su amor sigiloso y quedo rompía en estallidos de agonía y dolor, sus gritos se ahogaban entre las notas en armonía que bailaban entre las ondas de las aguas que bebían de su débil voz. Y sólo quedaron recuerdos, recuerdos y...nada.
VII
Apunta el alba sobre un rostro desfigurado por la sed de almas extraviadas en el Cerro de los Ángeles. Sus cantares ya han cesado y sonríen al joven mutilado por delirios. Él la mira, Sara yace en el fondo de las aguas sin vida, entre sus manos se enreda el cabello cobrizo que brilla a la luz de la tenue luna.
-   Tú me has quitado la vida con tus ilusiones. Bestia, Dios te salve de tu desdicha. ¿Quién eres?- gritaba el joven desgarrado sin apenas aliento a la figura sin nombre que fundía la niebla de las aguas en sus labios ensangrentados.
-   Mi nombre.... Thánatos
-   Tú... mujer de tinieblas, llévate contigo mi vida.
Y así, al caer la noche, los gritos sentenciados de un alma vagan por los rincones en busca de su enamorada.

Madison Esepunto
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

VENGANZA EN DIRECTO


Reconozco que era una traición con alevosía, pero los malos tratos de Álvaro me llevaron aquella tarde de primeros de octubre al límite de lo humanamente soportable. Como en otras ocasiones, llegó malhumorado a casa pero esta vez agitando una factura del banco en la mano y montó un número violento con la excusa de que se pagaba mucha electricidad. Tiró los portafotos de nuestra boda contra el suelo destrozando los marcos y los cristales saltaron por el aire, maldiciendo su mala suerte en la vida culpándome de ello. Luego descargó en mi cara un bofetón con tal violencia que me dejó casi sin conocimiento apoyada contra la puerta del salón. Se marchó dando un portazo diciendo que cuando volviera no quería verme.
Recogí en una maleta pequeña con ruedas ropa para unos dos o tres días y llamé, a punto de llorar, al hotel desde la calle sentada ya en el coche. Reservé en Alicante una habitación con terraza, en lo más alto del hotel, orientada al mar.
A las nueve de la noche llegué a mi destino, un hotel moderno y muy discreto entre la ladera de un cerro y la playa, alejado de la ciudad y a doscientos kilómetros de aquel animal. Pedí que me subieran a la habitación tila con mucha agua caliente y unas galletas. También pedí unas velas de olor y un mechero.
Álvaro me llamó repetidamente al móvil y me mandó varios sms pidiendo perdón por la última agresión que unas horas antes me había dejado acorchada la mejilla izquierda y medio sorda. No admitía, de ninguna forma, que le hubiera dejado. No respondí, pero puse el móvil en silencio.
Estaba decidida a no volver con él y llevar a cabo mi venganza planeada desde hacía varios meses antes, cuando Álvaro inexplicablemente me tiró del pelo y me insultó al llegar de madrugada con un fuerte olor a tabaco, alcohol y a Pachuli, con el pretexto de que no estaba suficientemente atractiva para hacer el amor. Fue la primera de una serie de malos tratos físicos en los últimos tres meses y que aquella tarde decidí poner fin aprovechando que él ya "no quería verme". Los moratones que llevaba en las piernas por sus patadas y en la espalda por sus puñetazos no deberían salirle gratis. No se lo merecía.
Después de tomar la infusión, y antes de bañarme en agua tibia con sales minerales, encendí las velas perfumadas, las puse por varios sitios de la habitación y en el baño y apagué la luz. Esa atmósfera de meditación y recogimiento era un sosiego para el alma. Sólo oía el oleaje del mar en la playa cercana y una ligera brisa llegaba a mi mejilla desde la terraza. El vapor mentolado de las sales, el silencio y el roce de mi cuerpo con el agua lograron apaciguar mi ruina interna. Dejé de sollozar castigándome por el tremendo error que había cometido casándome y por haberle consentido inútilmente tanto maltrato. En otro tiempo, le quise hasta mi propia anulación personal, dejando trabajo y familia para vivir con él. Hoy no había ni rastro de la persona que fue, ni tampoco le tenía ningún cariño. Era inútil pensar en aquella fiera en la que se había transformado por las drogas, el alcohol o lo que fuera.
Me senté en la terraza arropada con el albornoz. Las velas parpadeaban al capricho de una ligerísima brisa, proyectando en las paredes siluetas extrañas que me adormecían. En el horizonte oscuro, las luces de barcos alejándose de la costa, amplificaban mis deseos de huir muy lejos. No podía soñar en eso en este momento. Tenía que hacer una llamada importante.
Sobre las 22:45 llamé a Óscar, un hombre juvenil de misma edad, mago profesional que recorría locales de Mallorca presentado su espectáculo de ilusionismo. Siempre mantuvo la esperanza de vivir conmigo y siempre lo rechacé diciendo que si era mago que hiciera la magia necesaria para que su deseo se cumpliera. Él me decía que alguna vez daría con el truco. Lo cierto es que no tuve nunca ningún detalle con él más allá de la pura amistad, de lo que en estos momentos estaba arrepentida. Siempre demostró ser fiel a sus sentimientos hacia mí aún cuando me casé con Álvaro. No le invité, pero él averiguó dónde me casaba y estuvo presente en la ceremonia religiosa. Me felicitó en la puerta de la iglesia y desapareció de mi vida dos años hasta que coincidimos en una actuación suya en Valencia y él me dio su tarjeta de mago sin ninguna pretensión. Hasta esta noche y a pesar de mis últimos problemas, sólo hubo llamadas esporádicas intranscendentes de corta duración y muy espaciadas en el tiempo.
Cuando escuchó mi voz, balbuceó y no acertaba a decir una sola palabra coherente. Le puse al corriente de mi situación. Quería verme urgentemente. Terminaba su show a las 23:15. Consultó su ordenador y dijo que el primer avión a Alicante salía a las 7 de la mañana.
-   No... demasiado tarde...tiene que ser esta noche o nunca.- Contesté frustrada.
-   Lo siento. No puedo ir. ¿De vedad quieres que esté contigo esta noche, precisamente en la que tu estás al límite? Si nunca me has hecho caso.
-   A lo mejor he dado con el truco que andas buscando.
-   Te llamo en unos minutos.- Respondió Óscar temblándole la voz.
Me llamó a los 15 minutos. Había un vuelo nocturno. Un avión de hélices de una agencia de transportes, pero admitía de forma clandestina, hasta diez pasajeros. Llegaba a las 2 de la mañana a Alicante. Estaría en el hotel sobre las 2:30.
Me puse ropa interior erótica aún no estrenada, perfume dulce sobre la piel y encargué una botella de cava y algo para comer. Estalló una euforia en mis venas que no sentía desde los veinte años. Un silencioso mareo y un subidón de adrenalina atacaban mis instintos básicos desde lo más profundo. 
Óscar llegó puntual. Nervioso y desaliñado. Lo mandé a la ducha en cuanto me abrazó y olí su chaqueta. Él quería besos, pasión urgente, pero le empujé al cuarto de baño. Estaba harta de acostarme con una persona oliendo mal.
Mientras se despojaba de su ropa sudada y barba de todo el día, visualicé mi delirio: antes de los juegos iniciales con Óscar sería el momento exacto de mi venganza. Me sorprendí de la sangre fría que me estaba poseyendo. No sentía ningún remordimiento por ser infiel ni por lo que había tramado contra Álvaro.
Sentada al borde de la cama le pedí a Óscar que fuera lento, muy lento como la caricia de una pluma al aire cayendo al suelo. Eso era muy importante. Que me hablara bajito, que me manejara como un mazo de naipes: arriba, atrás, vuelta de cara o boca abajo, pero lentísimo para que yo pudiera sentir hasta en los huesos magia, prestidigitación, sorpresa, misterio, éxtasis, escalofríos en todo el cuerpo. Teníamos toda la noche o toda la vida o toda la muerte. Me dije que quería estallar de libertad, gemir, enloquecer, gritar con sus dedos deslizándose por mis valles resecos y ríos sedientos de amor.
Iniciamos a navegar entre flores eróticas de muchos colores, frutas dulces recién cortadas, volteretas de campana en domingo y naipes de muchos rombos.
Álvaro debió abrirse las venas, porque le llamé en el momento exacto de empezar la singladura con Óscar. Al escuchar su voz, no respondí. Dejé el móvil, sin colgar, deliberadamente, sobre la mesilla junto con el lápiz de labios y la copa de cava. Una hora después, aún seguía el móvil sin colgar, pero los estanques de mis sentidos ya se habían llenado de luz y mis labios eran peces de colores. Apagué el móvil y al amanecer lo tiré al mar.

Clavel de nieve
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

AQUELLA ÉPOCA


Si me preguntas que es lo que eliminaría de aquella época, te contestaría que nada. Todo lo que viví en aquel momento, mereció la pena vivirlo, incluso lo malo fue tan bello que no borraría nada.
A mis diecisiete años conocí a Pablo. Era el amigo de un chico con el que se enrolló una chica que solía salir con nosotras los sábados, ni siquiera era una de mis mejores amigas. Por aquel tiempo se decía de esta chica, que era un poco ligerilla. Por lo que puedes imaginarte cual fue mi actitud cuando Pablo se presentó, me comporté a la defensiva con él.
Pablo era un chico de gran estatura, pelo moreno con unos ojos marrones muy oscuros, casi negros, no era muy guapo pero a mí me gustó.
Lo que sentí aquella tarde de marzo, no podría describirlo con palabras, recuerdo que un gusanillo iba recorriendo todo mi cuerpo, un gusanillo inquieto, nervioso, todo era nuevo para mí nunca había sentido nada igual. Me enamoré al instante de él, de su alegría, de su forma de ver la vida, de sus ganas de vivir, a su lado cada cosa era un mundo diferente por descubrir. Pablo vivía en el barrio de Salamanca de Madrid, pertenecía a la clase alta, imagino que no tenía ningún tipo de preocupaciones de ahí su alegría. Yo pertenecía a una familia humilde,  nuestros mundos eran muy distintos.
Empezamos a salir juntos, a quedar los sábados, siempre solíamos salir con amigos, faltaban dos meses para las vacaciones de verano y ambos pasaríamos todo el verano en la playa en zonas muy distantes, debido a ello la relación nunca se convirtió en algo serio sino más bien en algo espontáneo, yo creo que por eso nunca pude olvidarle.
Nos despedimos a finales de junio, y no volvimos a vernos hasta septiembre, nos llamamos un par de veces durante el verano pero aún no existían los móviles y en las casas de verano no había teléfono, había que llamar a un bar o a casa de un familiar desde una cabina, por lo que las llamadas fueron pocas, los dos lo estábamos pasando muy bien, aunque cada uno en su playa.
Llegó septiembre y el momento de volvernos a ver, recuerdo que nos encontramos en el mismo sitio donde nos conocimos, nada más verme me dijo que el vestido que llevaba era horrible, me hizo sentir insegura, la cosa no pintaba nada bien, venía acompañado de un amigo. Nos sentamos en un asiento de la sala y me dijo que cortaba conmigo yo comencé a llorar sin poder parar, no podía controlarme, estuve como una hora llorando, no me imaginaba mi vida sin él, mis amigas no sabían que decirme, su amigo Antonio me consolaba haciéndome reír, él se sentía culpable, pero no daba marchar atrás, imagino que aquel verano habría conocido a otra o quizás pertenecíamos a mundos diferentes y para él era más latente que para mí. La causa no la supe nunca.
Yo era muy orgullosa y no volví a llamarle nunca, él llamó una tarde, pero coincidió que no estaba en casa y la llamada no volvió a repetirse.
Yo sólo soñaba con volverle a ver, encontrármelo por casualidad cualquier tarde de sábado en alguna discoteca con sus amigos. Me imaginaba que al encontrarnos todo volvería a ser como antes, divertido, alegre.
Me pasé un año entero con esa idea en la cabeza, el resto de chicos no existían para mí. Me senté a esperar a que él volviera, pero nunca ocurrió nunca me lo volví a encontrar ni volví a hablar con él.
Veinte años después me detectaron un cáncer, la cosa no pintaba bien, visité a varios médicos y tras pedir varias valoraciones comencé un tratamiento en un Hospital privado.
Empecé con la quimio, y uno de los días que acudía al hospital, el día de mi cuarta sesión, llegué antes de la hora, por lo que decidí tomarme un café en la cafetería del hospital antes de comenzar la sesión. Me senté con mi café en una mesita un poco apartada de la barra a leer el periódico del día. Levanté la cabeza y lo vi allí en la barra, vestido con una bata blanca. Al principio me decía para mí no puede ser él, un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo, me quede inmóvil y no sabía qué hacer, si acercarme, saludarle, decirle algo, mientras dudaba, el terminó su café y salió del bar.
Yo me odiaba a mi misma por no haber sabido reaccionar, como podía haber dejado escapar una oportunidad así, pero me decía a mi misma que no tenía palabras que decirle. Los siguientes días llegué todos los días pronto tomé un café y observé detenidamente a todas las personas que entraban y salían de la cafetería sin ningún resultado. El destino jugaba otra vez conmigo.
Acabé el ciclo de quimio y vinieron unos días de descanso, mis visitas por el Hospital cesaron, ¿qué podía hacer?, montar guardia las veinticuatro horas del día en la cafetería. Me convencí a mi misma de que había sido un espejismo, de que no era él y continúe con mi vida.
El primer ciclo de quimio no me ayudó mucho y comencé el segundo ciclo, mi ánimo había cambiado, las esperanzas de que remitiera mi enfermedad habían disminuido, ya no pensaba en Pablo sino en poder sobrevivir.
En el mes de marzo volví al hospital, un nuevo tratamiento, una pequeña esperanza, caminaba hacia la sala cuando me crucé con él, de frente, cara a cara, era él, me reconoció. Nos paramos, nos miramos, miradas dulces, me quede sin palabras, Pablo inició la conversación, ¿Qué tal?, ¿Cuánto tiempo?, ¿Tomamos un café?. Yo por supuesto no podía en ese momento, pero resultó que Pablo trabajaba allí de Pediatra, de modo que retrasamos nuestro café hasta dentro de dos días.
Los dos días fueron interminables para mí, mi cabeza daba vueltas y vueltas, miles de ideas pasaban por mi cabeza, qué significará ese café, estará casado, que pensaría de mi, mi aspecto con la quimio era horrible. En el fondo de mi misma solo deseaba oír una explicación, saber que ocurrió porqué le perdí aquel día.
El jueves a la hora indicada me dirigí a la cafetería, ese día cambié mi sesión de quimio, eran demasiado emociones para un solo día, tenía la esperanza de no acabar llorando como una magdalena, habían pasado veinte años, pero me sentía tan frágil. Al entrar lo vi sentado en la misma mesa en la que hace unos meses le había visto por primera vez, no quise decirle nada de aquel día.
Nos pusimos al día de nuestras vidas, su padre falleció de cáncer al poco de separarnos y su vida cambió radicalmente, se dedicó a estudiar primero la carrera, y después las oposiciones, no había tenido tiempo en su vida para casarse, sin embargo le encantaban los niños, se habían convertido en el eje de su vida. Una sonrisa invadió mi cara, es curioso después de veinte años, me alegraba de que no tuviese pareja. Mi vida había trascurrido semejante a la de él, estudie mi carrera de Empresariales y tras varios trabajos conseguí un puesto de Directora Financiera en una gran empresa, lo que me convirtió en una persona de vida acomodada, mi inferioridad de aquellos años me había empujado a ello.
Tras ese café vinieron otros, como puedes imaginar le oculté mi cáncer, pero poco a poco empezó a remitir hasta que desapareció, debió ser las ganas de vivir junto a él. Él lógicamente había investigado con sus propias fuentes y el día que me dieron mis resultados, esa noche tenía una reserva sorpresa en un precioso restaurante donde los camareros eran cantantes de ópera. Fue el comienzo de mi nueva vida.
Una vez leí que el primer amor nunca se olvida, yo creo que lo que te hace sentir es tan hermoso que te llena de vida invadiéndote con su fuerza para combatir lo imposible.

Mrives
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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MI SILENCIO


Ella estaba parada frente a mí, me observaba impacientemente, con esa eterna dulzura reflejada en sus ojos, con esa mirada que aun no logro olvidar y que me despierta en las noches gritando su nombre. Su palpitar era pausado; me analizaba.
Ese día solo quería estar a su lado, ahogarme en su aliento y despertar en sus brazos. Pero la tarde era fría, no se escuchaban los pájaros cantar, y yo estaba hechizado por su mirada, parecía una flor disfrazada de mujer,  me senté frente a ella y callé, callé como calla el condenado a la hoguera sabiendo que cualquier palabra que diga, solo adelantaría su muerte.
Una ráfaga de viento levantó las hojas rompiendo el silencio a mí alrededor. Ella se acercó unos centímetros y sentí su respirar pausado, coloco sus manos sobre las mías.
—Es un gusto estar aquí—la oí decir. Le creí, claro que le creí, para mi también era un gusto estar a su lado, aunque solo le contesté con una sonrisa.
—¿Por qué no hablas?—dijo de nuevo, volví a sonreír y deslice mi vista sobre su hombro para recorrer su cuello y luego caer sobre sus hombros. Ella me sonrió.
Aun sin poder decir una palabra, sin siquiera intentar cambiar mi futuro con ella, pude sentir sus labios besar mi rostro, un beso de despedida mojó mi frente, yo estaba condenado a la hoguera, en medio de mi silencio entendí, que todo había acabado. Y de nuevo el silencio, evidencio mis sospechas de un último beso.
Sus hermosos ojos, sus labios rojos y sus suaves manos, su cadera que parecía guiar el resto de sus curvas cuando caminaba, todo lo bello de ella lo guardé ese día para siempre en mi corazón. Mi deseo era llevarla al cielo; pero me vi llegar al infierno por su ausencia.

Ben brito
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA PARADOJA DE UN CRIMEN


La penumbra obscura que alberga mi horizonte sin frontera, no es mas que un espejismo oculto entre la masa de las sombras de la gente que alguna vez pasaron a mi alrededor y que sin querer hoy no vuelven mas y me lastiman; hasta aquí llegue con mis sueños  que dieron triunfo a la cárcel de mis sentimientos y es ahora en que mi excitación hacia la gloria es un perfecto éxtasis de lo que en cierta ocasión llame venganza.
Es momento de creer que estoy en el filo de mí ser, y sin querer estoy preso pero nunca prisionero de mis recuerdos y deseos que me mataron en vida y que con un poco de sangre hoy tomaron el camino que por azar del destino y por amar a esa persona se encontraron y decidieron dar fin a esto. El corazón fue el perfecto enlace a un crimen y no es de nadie, es mío, solamente mío.


Ya van tres días del asesinato y solo llevo un sospechoso: la novia. Pero la investigación tomo un rumbo diferente. La tarde de ayer mientras me encontraba en el departamento del susodicho, encontré una carta en que le escribía a su amigo que decía lo siguiente:

¡Hermano amigo!
La mañana de ayer descubrí que mi novia me es infiel, me miente y engaña vilmente con mi primo, sabiendo lo de mi boda, y temo a algo: que atenten contra mi vida; puesto que saben ya lo de la fortuna que me heredo mi madre antes de morir, y no sé si son ellos los que me quieren hacer daño o mi propio padre que se sirve de artimañas para manipularlos contra mí.
Quiero irme de viaje, ya estoy preparando todo para alcanzarte, pretendo pasar unos días con mi hermano del alma, y después veré que haré con todo esto, por el momento mañana en la noche llega Paula, para cancelar la boda, e inmediatamente tomo el vuelo para verte.
Por el momento es todo, nos vemos pronto.

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No dejo firma, es lo más raro y no alcanzo a mandar la carta, sin duda alguna la asesina es la novia, que junto con el primo y el padre ayudaron.
¡Un momento!, esta carta no es la única, fueron impresas muchas, ¿pero con que fin?, si estaba ya muerto cuando se recibieron, tal vez hay alguien que me quiere llevar a la pista del asesino, pero sin duda no es la Paula.

Son las 3:00 p.m. y ya van 5 días del suceso, parece ser que esto es más complicado de lo que creía, resulta que el primo esta muerto; murió el día de ayer, y a su lado se encontraron más cartas impresas; la novia una vez más dio parte a las autoridades del suicido, según informaron; es muy sospechoso, pero más aún el no haber dejado una nota suicida; se agregan más puntos a favor de Paula como la novia asesina, que mato a su prometido pues al enterarse del engaño decide terminar todo, matándolo, y después de ello como el primo no deseaba ir a la cárcel decidió delatarla y ella encontró la manera de arreglarlo todo, matándolo también pero fingiendo un suicidio.

El caso ya casi estaba cerrado, pero de pronto una llamada anónima me informo que estaban por asesinar al padre de la primera víctima, inmediatamente llegue al lugar de su residencia, y me percate que una vez más llegaba tarde; estaba muerto.
Sin embargo lo que me llamo la atención fue otra cosa.
El asesino había dejado huellas que se dirigían hacia el fondo de un cuarto que quedaba al fondo de la casa, era un sitio atroz como nuca me imagine ver algo así; eran cientos de fotos que rodean el lugar, me sentí dentro de la penumbra más terrible que pueda existir, eran las caras de niños que aparecían desnudos, ensangrentados y muertos, iban desde los 5 años hasta los 12 años de edad; es algo que ni en mis pesadillas pudiese formar. Pero no es todo, habían videos en los cuales aparecían esos mismos niños siendo degradados sexualmente, gimiendo y llorando, varios de ellos morían la finalizar la escena;  y así encontré cosas que ni en el mismísimo infierno se hayan. En un rincón más se encontraba la foto de un niño en especial: su hijo del extinto.
Esa foto era diferente, estaba como reliquia, pero formaba parte de otra familia, de la cual fue arrebatado el cual lo hizo pasar como hijo suyo mintiéndole a el y a su esposa. Entre esta y muchas más se encontraban decenas de casos así, con pruebas, como nombres de altos funcionarios, poderosos y gente sin escrúpulos que eran participes de ello, pero que formaban parte de alta sociedad que nunca se puede tocar, pues no hay pruebas o se hacen ciegos ante esto; y todo ese crimen apunto de ser eliminado pero que fue rescatada por alguien.

Inmediatamente se inicio la investigación de todo lo que se encontró ahí, y los asesinatos habían sido resueltos, puesto que la novia a pocos instantes de su tercer asesinato trato de huir y en su fuga es atacada por un asaltante que la mato a golpes y sin querer no le quito nada. Luego me entere que ella tenia muchos motivos para asesinar, pues Paula, era una de esas niñas que fue robada de un ceno familiar y violada tantas veces quisieron, lo único que hizo fue tomar venganza por su propia mano; y por ello no la juzgo ya que a estas alturas ese tipo de crímenes siguen siendo algo normal para la sociedad.

Miércoles 25 de Agosto
Esta es mi carta suicida, no puedo más y deseo contarlo todo:
La noche del 16 de Agosto, llegué temprano a la ciudad, quería verlo, me moría de ganas por abrazarlo y decirle cuanto lo quiero; sin querer lo encontré estaba triste se había enterado del engaño de su prometida con su primo, le comente que lo sabía y se enfado aunque luego de ello se tranquilizo y salimos a cenar a su restaurante favorito de comida italiana; llegamos cenamos y después de un rato fuimos a mí apartamento.
Me menciono que estaba depresivo pues no entendía porque su novia lo engaño y lo peor es que le revelo un secreto, de que su vida era una falsa, sus padres no lo eran, fue robado de pequeño y el que representaba ser su padre era de lo peor y que si casaba con el era por el simple hecho de vengarse, pues no lo amaba y sabía lo que pasaba entre nosotros dos. El tuvo miedo de que ella dijera algo, miedo a que la sociedad lo viera mal o que lo discriminaran, no lo aguantaría, o  por lo menos no hasta que tuviera los 23 años edad cumplidos y se casara, para que se rompía la cláusula y así recibir el dinero que le dejo su madre adoptiva, de esa manera podría subsistir a pesar de lo que la gente dijera sobre su manera de amar.
Desafortunadamente todo fallo, ella se lo comento a su primo y una vez que el supiera estaría en boca de todos; yo no lo podía permitir así que lo mate, y a ella también. Todo estuvo arreglado, hasta la muerte de Orlando, el amor de mi vida. Decidimos, hacerlo pasar por muerto, o al menos que lo creyera Paula.
Todo estaba saliendo bien, solo quedaba ir pedir una explicación a su padre falso. Al llegar lo encontró en el cuarto de siempre, donde se pasaba horas sin salir, pero nunca le intereso entrar hasta este día en que vio un video en el cual aparecía alguien a quien conocí muy bien: era Yo.
Cuando era pequeño quede huérfano, y al cumplir los 12 años escape del orfanato, decidí tener una nueva vida; me tope con el, me ofreció ayuda, pero nunca imagine que esa apoyo significaba sufrimiento. Así pase mi vida durante un mes, en el cual era abusado cobardemente, por hombres o mujeres, o ambos, me hacía hacer cosas que me dolían, nunca se satisfacían y tenía que obedecer, hasta el día en que huí, y fui a dar al hospital por una hemorragia y graves daños físicos. Pase una semana ahí, hasta que me devolvieron al orfanato. Cuando cumplí los 18 años pude salir, fue entonces cuando decidí entrar a la Universidad, y un día cuando estaba comiendo en un restaurante italiano al que me agrada ir, visualice a un chavo que estaba también solo, después de un tiempo el me miro, y yo pague la cuenta y salí. Al poco rato me siguió, me invito a tomar un café y platicamos, tiempo después nos volvimos amigos; éramos como hermanos hasta que me confeso lo que sentía y yo le dije lo mismo, entonces inicio un romance prohibido y oculto, y fue lo más hermoso que me pudo pasar.
Después vinieron complicaciones y enferme, estaba desahuciado, fue cuando él decidió pedir el dinero que su madre le había heredado, para de esa forma pagar un tratamiento y poder vivir un poco más, pero tenia que casarse. De esa manera conoce a Paula y pide que se case con él, pero la vida, nos desafió y no supimos enfrentarla.
De un momento a otro su padre llego él lo cuestiono y pelearon, fue entonces cuando llegaba Paula a contarle el secreto de Orlando y vengarse, al ver que estaba vivo y que peleaban decidió llamar a la policía, le dije que no, pero me golpeo y llamo; cuando me reincorpore le intente quitar el teléfono, se negó y colgó, de repente saco una pistola y alcanzo a dispararme en el brazo, yo la golpee con el arma que alcance a quitarle y sin querer ella estaba muerta.
De repente entre a la casa, cuando le dispara a Orlando con el arma que guardaba siempre y con la que en ocasiones me asustaba de pequeño; al ver esto me interpuse y la bala me alcanzo a dar en el corazón, Orlando toma la pistola que le había quitado a Paula y le dispara a su padre, matándolo.
Salimos de la casa y me llevo a un hospital, de repente se nublo todo y me desvanecí.
Después de un tiempo desperté y no lo vi, solo me dejaron una nota  en la cual me decía que me amaba y que no tuviera miedo a nada y que siempre me iba a esperar, al lado el número de cuenta del banco donde tenia todo su dinero, las llaves del coche y de una casa que había comprado para irnos a vivir juntos.
No entendí que paso, hasta que observe mi mundo y no estaba él, me salvo la vida, a cambio de la suya, es por ello que lo llevo en el corazón que es el suyo, pero llego el momento de seguirlo.

P.D.: Todo el dinero junto con los bienes los he donado a orfanatos, a una asociación que se encarga de proteger y buscar a niños robados, cree un centro de atención para adolescentes homosexuales que necesiten un lugar donde vivir y protección.
Hace falta educación hacia las mentes del hoy que se niegan a la existencia de un amor diferente y de proteger a los infantes del mundo que los ultraja, ambos tienen miedo a que los lastimen por no ser hombres.

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La investigación sigue siendo un desastre, no hay culpables y no hay pistas. La noche de ayer me llamaron para aclarar este hecho pero sin querer apareció un sospechoso más, es algo raro pero cierto de quien menos se espera se debe sospechar más, y así fue; la novia de la victima no dio muestras de ser la asesina, sin embargo ella fue la que llamo y la primera que se entero de que su novio estaba muerto, es extraño, siendo que estaba de viaje, asi mismo le agregamos que su versión no coincide con los hechos, ya que afirma haber llegado a las 9:00 p.m. y su prometido murió a las 9:30 p.m.; menciona que no hablo con él que solo lo encontró tirado.

Pero mi raciocinio se confunde ante la avidez en el manejo de los hechos que no encajan en nada, es algo aniquilador, tal y como murió el chavo de 22 años de edad, si fue por dinero o por celos, fueron bastantes claros en decir que lo odiaban. Su mejor amigo, no sabe nada de este acaecimiento puesto que se hallaba de vacaciones y justamente se iban a reunir a los dos días siguientes en que era su boda, el esta ayudando a la recopilación de hechos y se muestra sumamente preocupado y colérico contra el suceso, era más que su amigo de infancia, era casi su hermano.

Charl90
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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...Y LA VIDA CONTINUA
      

La estación de tren Del Norte todavía transmite el encanto de otra época. El encuentro de ánimos opuestos (de despedidas y llegadas), parece haberse incrustado en sus desgastadas piedras. Nada parece haber cambiado más allá de los comercios. Al pisar sus andenes, la esencia de la melancolía pretérita de diez mil viajes sin retorno, llena el espacio que junto al grisáceo mármol macael, abrasado por huellas viejas y nuevas, estimula la nostalgia. Sebastián solía llevar la mochila de Eliseo hasta el mismo andén dónde permanecía hasta que el tren desaparecía de su vista. Hubiese querido tener más descendientes y Eliseo algún hermano o hermana, pero María no pudo cumplir las ilusiones de ambos y murió a los dos años de su nacimiento. Sebastián se convirtió de la noche a la mañana en su madre y hermano mayor, y Eliseo, además de ser su único hijo fue para él, el único nexo de unión con María. Hasta ese momento había rehuido de reuniones sociales, si no eran necesarias. Desde ese día se esmeró en asistir a los cumpleaños en los que Eliseo era invitado, un sobreesfuerzo que asumió como un deber. Un deber que se transformaba en empresa cuando se trataba del cumpleaños de su hijo. En contadas ocasiones faltaba algún amigo del colegio que hubiese sido invitado. Ponía todo el empeño para que acudiesen a la celebración y no se conformaba con cualquier excusa; las madres lo temían por su insistencia. Pero la misma convicción e ímpetu de las vísperas se desvanecía el día del aniversario. No fue diestro llenando el vacío de María en esos encuentros. Fue torpe relacionándose con ajenos. Vigilaba su apariencia pretendiendo escuchar las palabras que antes de ser emitidas ya las consideraba huecas, vacías, insípidas, pero sobre todo, intrascendentes. Su sola intención era ser visto por Eliseo, junto a los otros padres. Aprovechaba estas ocasiones para viajar, por medio de la mente, a su mundo de curiosidades. Su limitado tiempo no deseaba despilfarrarlo en conversaciones banales: "nuestro tiempo es nuestro único tesoro, adminístralo sabiamente", le repetía una y otra vez. Por esa misma razón, se obsesionó con darle todo su tiempo, más del necesario. Evitar la sensación de desamparo. Crear una familia, aunque reducida a la mínima expresión, pero una familia, se lo tomó como una obligación prioritaria, como la misión de su vida cuyo fracaso no hubiese podido soportar. Con el paso de los años, como la fruta que cambia de color a uno más esplendoroso, así sucedió con Eliseo. Pero las circunstancias, no las climatológicas como en la fruta, afectan al desarrollo. Sebastián comenzó a facturar a su hijo como si de una maleta se tratara con apenas doce años. Se desvivía para que conociese otras culturas y experimentase estar solo en el mundo. En su mochila siempre incluía dos libros cuidadosamente escogidos que debían comentar a su regreso. Fue la madurez la que tiró de la cortina que no le dejaba ver las verdaderas inquietudes de su padre: la moral y la ética. "Ambas son difíciles de comprender por medio de las palabras, los hechos son su medio natural de penetración", le decía su padre. Moral y ética, que con recta educación y con muestras de amor intentó transmitirle. "Pronto, muy pronto" -le decía- "antes de lo esperado, el mundo te presentará papeles que firmar, decisiones que tomar, y riesgos que asumir, cuyas consecuencias afectaran no solo al inmediato, a la segunda o segundas personas, sino también a terceros. Y el más trascendente será tu matrimonio. Un acuerdo de por vida ante tu mujer y ante terceros", le recalcaba. "De esos terceros, los que más se verán afectados no están presentes el día de tu compromiso; tus hijos. Es entonces cuando la ética dejará paso a la moral", le decía como padre, como hermano, y como amigo. El último verano de Sebastián Eliseo cumplió quince años. Ese verano le permitió ir de viaje con sus compañeros de colegio. Cuando el tren dio el silbido de partida, todos los padres habían desaparecido del andén a excepción de Sebastián. Eliseo se ruborizó pensando que sus amigos verían a su padre solo en la estación agitando su mano de forma notoria, esperando ser respondido. El tren se alejaba y no cedía en su empeño hasta que Eliseo le correspondiera la despedida. En ese momento alzó el otro brazo pensando que no le veía. Cuando lo perdió de vista Eliseo se dio la vuelta y sus ya enormes manos velaron la única parte de su rostro que no puede disimular las emociones. A la vuelta, nada más pisar el andén, sintió un frío repentino que ensombreció la luz procedente del techo traslúcido. Se cruzó con rostros que le parecieron inanimados, como actores de relleno que ocupaban la estación sin ningún destino. Entre ellos no apareció el de su padre. Al llegar a casa lo encontró en cama. Sebastián no quiso preocuparle, pero fue en vano. Eliseo no intentó averiguarlo, temía a cualquier noticia, y, fuere la que fuere, buena no sería. Sus miradas dijeron más que el sonido de cualquier palabra. Al día siguiente por la mañana llamaron a la puerta. Era el médico con el que esa noche soñó Eliseo. Como en el sueño, le dio idéntico diagnóstico: cáncer terminal. "Es un milagro que todavía viva", le dijo el médico sin apartarle la mirada. Y en ese instante cayó en la cuenta que Sebastián se quiso despedir aquel día en el andén sin querer estropearle sus vacaciones. A los pocos días Sebastián falleció. Los últimos días de su vida los llevó con entereza y serenidad. Alegre de morir junto a su hijo, pero sin poder disimular la tristeza de su mirada. En esos días lo que le ocupó su mente fueron sus futuros nietos a los que ya daba por nacidos. "Diles como me llamaba. Cuéntales cómo aprendiste a subir en bicicleta, tu primera hucha y el primer regalo que me hiciste, ¿te acuerdas? Cuéntales el cuento preferido de tu infancia que tanto me hacías repetir, el de los dos mastines enamorados, Duna y Oto ¿lo recuerdas? Cuéntales que aunque ya no me podrán ver, yo ya los vi en ti".
   Todavía hoy se despide de él, como no lo hizo aquel día que el tren se alejó de la estación.

   Eliseo aguardó mientras María los arropaba y finalizaba el ritual de cada noche con la luz apagada.
Albert estaba a punto de cumplir los cuatro años y apenas le llevaba once meses a Eduard. Eduard acababa de cumplir los tres, ambos habían nacido el mismo año.
   -Escuchadme bien los dos –les dijo con tono severo sentándose en la cama de Albert-. No esta bien jugar con los muebles de casa ¿me entendéis?
   -Sí, papi –contestaron a la vez.
   -Para jugar están los juguetes, no los muebles.
   -Peo papi... –se decidió Albert a replicarle.
   -Ni peo, ni pea. Obedece. Punto y final. No hay explicaciones, sólo obedece a los mayores, sin peros.
   -Sí –contestaron de nuevo.
   -Mañana os levantaré una hora antes para ordenar la sala. Colocareis cada cosa en el mismo lugar dónde estaban antes. Y si no sabéis cual es su sitio yo os ayudaré. ¿Lo habéis entendido?
   -Si –contestaron ambos, con tal premura que a Eliseo le dio la sensación que los dos estaban esperando su retórica pregunta.
   Antes de salir de la habitación, tenía por costumbre subirles la manta hasta sólo dejarles asomar sus diminutas cabezas. Cuando  se acercó a la cama del mayor: Albert, éste se atrevió a romper el silencio de nuevo. -Papi...
   -¿Si?
   -Mía –le dijo al tiempo que sacaba debajo de la almohada un diminuto muñequito, de no se sabe que personaje de aventuras infantiles; Eliseo ya se perdía con tantos. Con el resplandor de la luz del pasillo, le pudo ver la cara de lucha que tenia el temible guerrero.
   -¡Ah...! ¡Anda qué chulo! ¿Quién te lo ha dado?
   -Un amio.
   -No, e veda. Sa quitao a Caos. –dijo la voz de Eduard al fondo, que estaba siguiendo con atención el relato.
   -¿Eso es verdad, Albert?
   Albert dudo que decir. Finalmente, dijo titubeando:
   -¡Caos e mi amio!  –le reprimió a su hermano pequeño.
   -¿Carlos? –le preguntó Eliseo.
   -E mi amio -repitió.
   -Albert eso no está bien –le dijo con voz grave; lo suficiente para que ambos se diesen cuenta de que estaba otra vez enfadado-. No se roba, las cosas no se quitan, se piden.
   Albert puso más cara de enfado que de arrepentimiento.
   -Mañana quiero que le devuelvas el muñequito a tu amigo, ¿vale? –insistió.
   -Sí, Papí –contestó con voz temblorosa.
   -Mira –le dijo su padre mientras le daba su pequeña caja llena de diminutos guerreros y monstruos que guardaba bajo su cama-, guárdalo aquí en tu cajita –le ayudó.
Albert no quiso entregárselo, temía que su padre se lo llevase, y pretendió dejarlo el mismo en la caja pero sin llegar a soltarlo.
   -No cabo -dijo mirándole, mientras el temible guerrero seguía firme en su mano.
   -Es verdad, no cabe –le tranquilizó.
   Tuvo la impresión que abandonaba a Albert en una contradicción. Dejarlo con el disgusto de tener que perder a su nuevo compañero de batallas, sin darle una razón convincente, le dio una sensación de abuso de autoridad, que no obstante consideraba irrenunciable, pues lo contrario sería una dejación de responsabilidad. Recordó las palabras de su padre cuando le insistía diciéndole que debía aprovechar los momentos de calidad con sus hijos, para sacar el máximo beneficio y, éste era uno de esos momentos.
   -Cueta u cueto pofa....-se oyó la voz angelical de la diminuta cabeza de Eduard que asomaba desde la otra cama.
   -¡Eso, un cuento! -dijo para su coleto-. ¡El cuento del abuelo! –exclamó liberando su pensamiento y sus emociones-. Cuando era tan pequeñito como vosotros -aunque no os lo parezca yo también fui pequeñito- vuestro abuelo Sebastián me contaba mi cuento preferido –les dijo incorporándose y acercándose a la cama del diminuto Eduard-. El cuento se titula, Duna y Oto.
   A Eliseo no le gustaba adornarse en las escenas, pero se guardaba de no precipitar la cadencia natural del cuento, marcando los silencios y acentos en los momentos oportunos. A los pocos minutos, Eduard, ya estaba en el quinto cielo soñando con Oto.
   -Y colorín colorado......-dijo aproximándose a Albert para que finalizase el cuento, pero éste ya se había despedido del mundo por hoy- este cuento se ha acabado –le dijo dándole un beso en su frente. Albert abrió tímidamente un ojo y vio como su padre se alejaba y al tiempo que se arrollaba le preguntó:
   -¿Oto etá en e sielo con Duna? –le preguntó, como si el Cielo fuera la última esperanza.
   -Claro hijo.
   Apagó la luz. Al salir, su voz apenas perceptible, camino del sueño con el rebaño de Oto y Duna, volvió a preguntarle:
   -¿Cómo ea abue?
   -Igual que el pastorcito del cuento –le dijo mientras una lagrima brillo en la oscuridad.

Sebastián
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LOS LLORONES


   Paciente lector, si preguntas a los de Almonacid de Zorita cual es su gentilicio, más de uno te mirará con cara de póquer. Pero si quieres saber por qué apodo se conoce a los que se han criado en este maravilloso pueblo de la Alcarria Baja, todos sin excepción te dirán que son conocidos por "Los Llorones".
   Después de sudar lo mío intentando averiguar el origen de este mote tan plañidero, lo único que saqué en turbio es que en él intervienen tres protagonistas: una torre con un reloj, una planta comestible y un burro... o burra, que para el cuento cuenta lo mismo. Pero como la historia se las trae, me gustaría antes ponerte en antecedentes para que, una vez asimilada toda la información que modestamente te pueda aportar, no te quede más remedio que dar por bueno lo contado.
   Empezaré hablándote del pueblo más cercano: Albalate de Zorita; uno de los cuatro que interviene en ese dicho tan maloliente que dice: «En Albalate, la ***** baten; en Almonacid, la van a freír; en Zorita, se la comen frita y en Sayatón, con cucharón». A los que baten esa *****, en los tiempos en que las horas no corrían tan deprisa como ahora —todo lo más, iban en mula— y con el fin de que los almorcileños no pudieran oír el sonido de sus albalateñas campanas que repiqueteaban desde la iglesia de San Andrés, no se les ocurrió otra cosa que rodear el campanario con una alambrada en la creencia de que, con ello, el metálico sonido no podría traspasar los límites del pueblo y que, por lo tanto, sería de todo punto imposible que pudiera viajar los escasos dos kilómetros que lo separa de aquellos que freían lo que ellos batían. Y no digo yo que la idea fuera mala, el problema es que los remuevemierdas no contaron con que los freidoresdecacas, ávidos de campanas ajenas, cuando se enteraron de la maliciosa idea de sus vecinos, se deshicieron en el acto de las arrobas de cera que les taponaban sus oídos para, así, poder atrapar mejor el escaso sonido que llegaba hasta ellos. Y desde aquel día histórico, a los de Albalate de Zorita se les conoce por "Los del reloj"; aunque creo que mejor les hubiera casado el apelativo de "Los alambrasones", pero, como buen caballero que soy, mi deber es ser fiel a mi señora la Verdad y a su hija, la Exactitud.   
   Claro que, al menos los de Albalate no llegaron a romper el fabricante de horas que adornaba su iglesia como sí hicieron "Los tontos" de Alovera porque el muy sinvergüenza nunca marcaba las trece. Ni fueron tan brutos como "Los de la viga atravesá" de Valdeconcha, cuyos tozudos habitantes quisieron introducir por la puerta de su iglesia una atravesada viga, ayudados de treinta arrobas de manteca que disminuyeran la obligada fricción en su imposible empeño. Ni tampoco llegaron nunca a la altura que lo hicieron "Los abubillos" de Yebes aquel día en el que, creyendo que una abubilla cantarina, que se había posado en lo más alto de su campanario, era la Virgen que venía a visitarles, tuvieron la feliz ocurrencia de construir una torre de cestas de mimbre para bajar a la Madre de Dios de tan altas cimas; y a punto estuvieron de conseguirlo, de no ser porque a la torre le faltaba una cesta, que fue inmediatamente sustituida por la que besaba el suelo.
   Pero si piensas, incrédulo lector, que confundir a una abubilla con una Virgen es el colmo de las confusiones, pregunta a "Los balleneros" de Archilla y te hablarán de aquel día lejano en que todos los archillanos vieron con sus propios ojos una ballena que bajaba por el río Tajuña. Pregúntales y te dirán que, cuando estaban a punto de arponerarla en comprobaron atónitos cómo se transformaba de pronto en la albarda de burro más albardada y más burrera que jamás se había visto por aquellos lugares. Claro que si alguno de ellos hubiera conocido al loco más cuerdo de todos los tiempos, sabría en el acto que el culpable de esa transmutación no era otro que uno de los muchos encantadores que suelen deambular por La Mancha que, huérfanos de trabajos más productivos, se dedican a trasformar castillos principescos en simples ventas, yelmos mambrineros en bacías barberas, Vírgenes celestiales en abubillas burguesas y ballenas aceitosas en albardas borriqueras.
   Pero todas estas hazañas quedan tamañitas al lado de la que se cuenta de los que, en el dicho famoso, degustan la ***** con cucharón. Si tus escrúpulos te lo permiten, curioso lector, puedes asomar tus huidizas narices sobre esta mierdenda y advertirás que, justo al lado del que se la está zampando, descansa un embudo. Si después de esto, todavía no te has desmayado y quieres saber por qué el hombre tiene este instrumento a mano, no tendrás más remedio que agarrarte conmigo bien fuerte a la capa del Tiempo y dejar que nos lleve hacia el pasado tan deprisa como tu imaginación lo permita...
   ...Venancio, el hojalatero, montado en su borriquilla, dejaba ya Sayatón. Era la primera vez que visitaba el pueblo y, por el escaso negocio que había hecho, estaba seguro de que sería la última. «Sólo un miserable embudo», se lamentaba mientras se alejaba meditando en su único encargo de esa mañana. Aquel hombre se le había acercado y...
   —Güenas... ¿Me pué vender un embudo?
   —Me san acabao —le había informado Venancio que acababa de vender el último en Almonacid.
   —Pos mace el favor de traéme uno pa la próxima vez que venga pacá.
   Venancio dudó. No estaba de humor. Aunque las ventas en los pueblos de alrededor no habían sido malas, llevaba todo el día en Sayatón a palo seco. La gente se le acercaba, miraba y requetemiraba la mercancía para, después de tanto mirondio, irse sin comprar ni un triste orinal. Por eso, cuando el paisano, que con su boina calada hasta las cejas, le había hecho el encargo, no se lo podía creer. Para una cosa que le pedían...
   —Bueno..., pero tendrá que esperar.
   —¿Cómo cuanto?
   —Un año... Pa estas fechas.
   —Trato hecho —dijo el de la boina calada, al tiempo que escupía en su mano y se la ofrecía a Venancio.
   Ahora, el hojalatero se alejaba restregando de vez en cuando su palma derecha sobre el lomo de su borrica... De pronto oyó que alguien, detrás de él, gritaba a lo lejos. Al volverse despacio, pudo divisar a un hombre que, desde lo alto de una peña, gritaba como un poseso. De inmediato reconoció al del embudo y volvió a restregar rápidamente su escupitejeada mano sobre la borrica... Al principio, no pudo entender las palabras que el otro le lanzaba a través de la distancia, y a ello colaboró un algo su montura, la cual, desde la aparición del sayatonero, no había cesado de rebuznar. Conocía muy bien a su Chula y sabía que sólo le faltaba hablar; como que era la más espabilada de toda La Mancha; si lo sabría él que casi la había criado bajo sus pechos. Por eso, aquellos rebuznos más le parecieron a Venancio risotadas asnales que otra cosa. Es más, casi podría asegurar que la burra se estaba tronchando de risa.
Cuando por fin la hizo callar y pudo escuchar las palabras empeñadas que el hombre le gritaba desde su alta peña, comprendió en el acto el motivo de la juerga que se traía la borrica y, de no haber sido por ella, que en ese momento le sujetó con el hocico, sus espasmos de risa hubieran dado con su cuerpo en tierra. 
   —¡¡¡Fulanoooo.... y que el embudooo seaaa huecooooo!!! —había gritado a los tres vientos el de la boina desde lo alto de la piedra Mateo —que así se llamaba la roca que fue testigo de tan famosa advertencia— mientras el único viento que faltaba, transmutado  quizás en aliento hilarante, se llevaba a la Chula y a su amo para siempre jamás.
   Cuentan que, cuando, muertos de risa, los dos llegaron a Pastrana —que de allí eran—, todavía tuvieron que transcurrir sus buenas cuatro horas para que se detuviera el baile de sus mandíbulas. Sólo un buen trozo de jamón acompañado de un cantero de pan candeal, que ambos compartieron, logró limpiarles las alegres lágrimas de sus mojados rostros; que no todas tiene que correr por el surco de la pena.       
   Como el olor del jamón me ha despertado el hambre, creo que va siendo hora de que regrese a Almonacid de Zorita, donde me están esperando unas gachas que la sabrán dormir como Dios manda. Pero antes quisiera detenerme un rato en Zorita de los Canes para ver si queda alguno de los bravos mastines que custodiaban esta antigua fortaleza calatrava y que, en su día, le prestó el apellido a pueblo tan singular y el mote a sus habitantes, aunque tal vez debiera decir "plural" porque, aunque de escasas casas, los perros eran muchos, y de muy malas pulgas; y tan grandes debían ser las ganas que tenían estos salvajes de probar la fuerza de sus dentaduras que, cuando el alcalde de entonces —un tal Zorita—, los soltaba de noche por el lugar, no encontrando donde hincar sus colmillos, se mordían los unos a los otros hasta despedazarse entre ellos.
Al fin, paciente lector, estamos de regreso en el pueblo de "Los Llorones" y podrás saber de una vez por todas el por qué de su bien llorado, digo, bien ganado mote. Así que, acompáñame. Sólo tienes que traspasar conmigo el Arco de Zorita, torcer a la derecha por la calle del Monasterio hasta llegar a la Plaza del Ayuntamien... Pero, un momento, ¿qué sucede al pie de la Torre del Reloj? Un borrico y dos hombres miran hacia arriba con verdadero interés. Al imitarles, me doy cuenta de que una planta con flores azuladas crece deprisa en lo alto de la Torre. «Es la mielga», oigo que dice alguien detrás de mí. «Habría cacer una torre de cestas de mimbre pa llegar arriba y cogéla», dice otro. «No digas sandeces, hombre..., lo más apropiao sería derrumbar la torre pa que cayera la mielga», apunta el que parece más listo del grupo. Mientras tanto, uno de los acompañantes del burro, el más joven, sube hasta lo más alto de la Torre y, una vez arriba, lanza una soga cuyo extremo recoge el de abajo. «¡Átesela al burro al cuello, padre, que yo aquí ya la tengo bien amarraíca!», grita el mozo. Quiero reaccionar y avanzar hacia ellos pero una cortina de siglos me lo impide. Ante mi impotencia, me percato de que el reloj comienza a dar sus campanadas muy lentamente, como si no tuviera prisa por marcar la hora. Me vuelvo hacia el grupo que apiña a mis espaldas y, con voz angustiada les digo:
—Pero... ¿no sería más fácil arrancar la planta y bajársela al pobre burro?
En el acto, todos apartan sus ojos de la Torre del Reloj para posarlos en mí, contemplándome como si yo no estuviera en mis cabales. «Debe ser un poco falto, el pobre muchacho», dice uno. «A lo menos, una miaja pedazo la sesera debe fáltale al hombre», añade otro. «Pos yo creo que tié más razón cun santo», dice un tercero al que miro con ansiada esperanza. Pero unas babas le bajan por la barbilla como reguerillos de sabiduría perdida... 
Cuando devuelvo mi atención a la Torre del Reloj, compruebo que ya el burro ha ascendido un buen trecho. Con la lengua fuera y enseñando toda su dentadura ―que más parece estar compuesta por fichas de dominó que por dientes―, me observa con expresión angustiada. «Paice a mí que el borrico se está afisiando», escucho decir tras de mí. «¡Me cago en la patena, qué se va a afisiar, no ves que se relame de gusto!», oigo que protesta el de las babas...
El final es bien sabido por todo el mundo: el burro llegó arriba pero no pudo comerse la mielga. Y no porque no tuviera hambre —que eran tiempos en que sobraba— sino porque estaba más tieso que el palo las horas. Desde el momento en que el mozo que le esperaba arriba comprobó el triste final de su pollino, sus lágrimas empezaron a manar de su rostro de tal manera que más parecía el caño de la Fuente Vieja que chorrillos de pena. Cuando el agua llegó hasta abajo, su salpicado padre le imitó hasta tal punto que, si en esos momentos no hubiera empezado a llover, todos los allí presentes hubiéramos creído que Noé se había instalado para siempre en Almonacid de Zorita con su diluvio a cuestas. En fin, como las lágrimas son más contagiosas que la peste, todos los que habíamos contemplado la muerte del burro comenzamos a llorarla tan amargamente que, ni aunque la misma Virgen de la Luz se nos hubiera aparecido para consolarnos, hubiéramos dejado de hacerlo.
Entre mis lágrimas pude atisbar por última vez el rostro del burro y, de no ser por la cortina de agua, hubiera jurado que me guiñaba un ojo.         
—Ya dicía yo que me daba que el nudo estaba mu apretao —dijo  alguien entre sollozos.
La última campanada acababa de sonar.
De la Torre del Reloj, como una lágrima alargada, una soga solitaria colgaba del vacío.

El caballero del verde gabán
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LA META


   En quince segundos se dirimía mi futuro. Jornadas exhaustivas de entrenamiento, dolorosas dietas, inhumanos sacrificios. Diez años que tendrían sentido en esos quince segundos o que se vendrían abajo. Si lo conseguía, claro, porque no estaba nada seguro de lograrlo. Había vencido en diversas competiciones, era el campeón de España de los cien metros lisos, lo era también de Europa. Dentro de un breve intervalo de tiempo sabría si lo sería del mundo. Y el mundo estaría a mis pies.
   Miro a mi alrededor. Los corredores toman posiciones en sus calles, con las piernas relucientes y pantalones de lycra ajustados a sus cuerpos. Yo corro en la calle 3. Mi número preferido. Tres, de trilogía. Tres, de triángulo. A los 3 años fui feliz. A los 33 estaré en plena forma física. Hay cinco corredores negros que serán mis más directos adversarios. Johnny X, el norteamericano, piernas largas, tórax cuadrado, mirada felina, se remoja la cabeza con agua, la traga y la escupe con fuerza. Boloubi, un kenyata, hace ejercicios respiratorios mientras tensa los músculos de sus piernas. Thompson es un canadiense de origen jamaicano, un cuerpo perfecto, una máquina bien engrasada capaz de pulverizar los récords de quien se dice insistentemente que toma anabolizantes que no son detectados en los múltiples análisis a que nos someten.
   - Tony, tranquilo. La carrera es tuya. ¿Me oyes?
   Durante esos diez años Nelson el gordo, el argentino, ha sido mi sombra, mi entrenador personal. Yo he corrido, yo he musculado, yo me he sacrificado, pero ha sido como si Nelson hubiera siempre estado a mi lado, un ángel de la guarda o una maldita mosca cojonera que ni siquiera mueve las piernas cuando yo me mato corriendo y dando vuelta tras vuelta al estadio de Barcelona. He llegado a odiar a Nelson muchas veces, he tenido ganas de golpearle, de insultarle, por cada vez que me ha vejado - Señorita, que corres como una damisela. -, que me ha gritado que debo de correr más - Tú puedes, boludo, porque eres el mejor- , que he de perfeccionar la zancada de salida, que tengo que adelgazar esos dos kilos que me sobran para que el corazón mueva con precisión la maquinaria y mis piernas pisen la meta. Los cien metros en quince segundos los he alcanzado en tres ocasiones, sin presiones, pero ahora debo hacerlo aquí, en este marco, ante los mejores del mundo que me van a pisar los talones o me van a dejar atrás.
   La gloria es eso, subir al podio y levantar los brazos haciendo el signo de la victoria con una mano mientras posas con la mejor de las sonrisas para los fotógrafos y entras en la historia del deporte. Miro a mi alrededor. Los ojos de Nelson, los labios temblorosos, sus manos apretando los músculos de mis piernas, masajeándome, haciendo que la sangre corra libremente por mis venas. Miles de espectadores que aplaudirán mi triunfo aparecen sentados, ocupando las gradas del estadio. Porque yo voy a ganar. Si has de ganar, tienes que convencerte de ello. Yo gano, yo gano, me digo una y otra vez. Miro las cabezas diminutas de los espectadores. Sé que, entre ellos, están mis padres, mi mujer. Sofía se ha sacrificado, también, como yo. Diez años dedicada a mí, diez años pesando la comida, hidratándome, controlando mis deseos sexuales, controlándolos con espartana firmeza.
   - El sexo como recompensa - me decía Nelson -. Harás el amor con Sofía después de haber ganado la carrera. ¿Me oyes? Ten su imagen mientras corres. Vívida. Buena hembra, tienes, boludo, que no te mereces semejante pastel.
   Los corredores resoplan en las calles vecinas. Estiramos las piernas, flexionamos las rodillas, movemos los brazos a derecha e izquierda, respiramos hondo. Como caballos relinchando y pateando la tierra, a los que miman las patas un ejército de entrenadores personales. Una hora antes de empezar la carrera nos han hecho un exhaustivo análisis de sangre: limpio. Cuando acabe tendremos uno de orina. Al canadiense nunca lo cogen. Y todos sabemos que hace trampa. Tiene la musculatura redondeada por los anabolizantes.
   El norteamericano cruza una mirada conmigo. Tiene las pupilas rojas, dilatadas. Tiemblan sus anchos labios descubriendo una doble hilera de marfil perfecto. Está seguro de ganar.
   - No pienses sino en ti mismo. No hay nadie. Corres solo. Piensa en Sofía, en tus hijos, en tus padres, en ti, sobre todo. Pero da el máximo de ti. ¿Oyes? Llega hasta la línea roja, hasta un paso de la muerte si es preciso. 
   - Claro, oigo.
   - No quiero el bronce - me coge del brazo y me zarandea escupiéndome a la cara -. Tú estás hecho para el oro. El bronce lo tiras, ¿me oyes? No me he pasado los mejores años de mi vida para que me jorobes en el último instante.
   El juez avanza unos pasos. Delgado y enjuto, de mirada severa, de piernas largas y pantalones cortos por cuyos bajos asoman calcetines blancos. Se hace el silencio. Grita: ¡Concentración! Un silencio brutal se impone en el estadio. El juez empuña el pequeño revólver. Todos a una, los corredores flexionamos una pierna, la izquierda, abatimos el tórax, respiramos hondo. Un grupo de caballos a punto de correr el Grand National. No, unos hombres que van a dar lo mejor de si mismos, que pueden demostrar que casi son tan rápidos como la luz, que harán temblar de emoción a los diez mil espectadores del estadio, a los mil millones que siguen el evento por las televisiones del planeta.
   - Uno, dos, tres.
   Suena el disparo, diáfano, y la nubecilla de humo se disuelve en el cañón del arma. Salto, vuelo, salgo como propulsado hacia delante por un muelle tensado que es liberado en un instante. No hay nadie, no veo a mis contrincantes, no los oigo respirar, maldecir. Yo solo, corriendo por mi calle. Una zancada que parece partirme el cuerpo por dentro, un dolor en la ingle, en donde confluyen mis muslos abiertos. Salto como un bailarín de ballet. Luego, las puntas de las zapatillas hoyando, sin pausa, la ceniza de la pista, con un rumor ahogado. Cuento. Han pasado dos segundos. Los brazos siguen el mismo ritmo de las piernas. El corazón golpea con fuerza mi pecho. Cierro los ojos, aprieto la mandíbula, respiro rápido. No miro. Cada vez corro a más velocidad. Escucho el ruido de mis zancadas, me ciega la propia ceniza que levanto al correr. Y el corazón golpea como un martillo mis costillas. Y mis pulmones se hinchan y desinflan como un fuelle. La meta. Dos zancadas y la sobrepaso. Pero antes recibo en el rostro una buena porción de ceniza y veo la pierna oscura del norteamericano enfilando hacia la línea de meta.
   Rujo. Cruzo la meta. Me desplomo desfallecido en el suelo. Espero panza arriba, mientras me recupero, la voz de Nelson.
-   Muchacho, lo conseguiste.
- ¿El bronce? - chillo, sin voz, desahuciado.
- El oro, boludo, el oro. Has estado genial. No corrías, volabas, eras un pájaro.
Lloro. Me arrastro por la pista de ceniza. Busco el hombro de Nelson para alzarme. Y trastabillando asciendo los peldaños del podium seguido del norteamericano y del kenyata que jadean agotados. Estoy mojado de arriba abajo, y muy feliz bebiendo mi propio sudor. Sueño cumplido. Meta asumida. Un clamor popular resuena en todo el estadio. Y ahora ¿qué?, me pregunto mientras me ciegan los flashes de los fotógrafos y agacho la cabeza para recibir la medalla de oro.

José Luis Muñoz
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL CAMINO POR EL CHIRRI


Ella se acercaba a la cita, cogió por la calle ancha, camino de la iglesia, allí, pasando los altos chopos, empezaba la senda hacia Oteruelo, donde en mitad del camino, el la estaría esperando, después de un duro día de trabajo en el campo, de hacer las tareas del hogar y atender a los animales del corral, por fin llegó su hora, la hora del amor.
El pasó por la calle de la fragua hacia la plaza, pasando el bar empezaba la senda hacia Alameda, donde a mitad del camino estaría ella esperando, el también había tenido un día duro, al amanecer, ordeñar las vacas y llevarlas a la dehesa, luego cavar una tabla de patatas y después todo el día segando el prado con la guadaña, pero ahora por fin llegó su hora, la hora del amor.
Ella se arrebujó en la rebeca que había recogido en casa, las tardes de Junio en la sierra suelen ser todavía frescas, además la proximidad del río Lozoya hacía que enseguida las plantas se cubriesen de un fino rocío, tenía que tener cuidado, ya estaba anocheciendo y tendría que cruzar una cacera, algo más adelante, como siempre, para evitar miradas indiscretas, había dejado el candil en casa.
El se caló la boina y se estiró el pantalón de pana algo ajado por el uso, para el invierno siguiente tendría que comprarse otro, con la siguiente cosecha estaba seguro que le alcanzaría para ese dispendio, estaba ahorrando para comprar la casa de Toribio, un par de años mas y podrían casarse.
Ella se iba acercando a la curva del camino donde quedaban siempre, también pensaba en la boda y en el traje de novia que perteneció a su madre, con pocos arreglos le quedaría de maravilla, allí a lo lejos vio el rojizo fulgor de lo que solía ser dos cigarros encendidos, aunque estaba mal visto que las mujeres fumasen, el la esperaba siempre con un cigarro encendido para ella, se acercó pero no le conseguía distinguir en la oscuridad, le llamó quedamente un par de veces mientras veía acercarse aquellas dos brasas encendidas lentamente, poco a poco ella acortaba el camino, hasta que de repente aquellas dos brasas se desplazaron súbitamente hacia su cuello.
El silbaba despreocupado, pasó el cementerio y se acercó a la curva donde siempre quedaban, iba pensando en las cuatro cosas que le diría en su encuentro, era iletrado como todos en el pueblo y apenas tenía parla, pero con el corazón encendido de amor, pocas palabras bastan, llegó a la curva y prendió el mechero para encender dos cigarrillos como siempre y allí vio con horror el cuerpo de su amada tendido en el suelo y los ojos fosforescentes del lobo que atenazándola del cuello, segaba la vida que juntos iban a compartir.

Jose antonio
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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FUSIÓN  


Iván, era uno de nosotros cuando nos preguntó un día si cabríamos los tres en uno sólo.
El comentario fue acogido con sonrisas torcidas y miradas extrañadas que buscaban sus ojos. Últimamente nunca bromeaba y nosotros tampoco.
Media hora más tarde, el comentario se transformaba en teoría sobre una servilleta de bar y una hora después llegamos a la conclusión de que había que intentarlo.
Los motivos; nadie tiene motivos cuando se es transparente.
Ángel se había levantado a las seis de la mañana el día anterior para encontrar un espacio dónde aparcar su coche. A Iván nadie recordaba haberle visto dormir, y a mí me habían descubierto guardando colas burocráticas marchándome cuando llegaba mi turno. Además, no sólo éramos invisibles, también estábamos cansados.
Así que a la de tres y con la esperanza puesta en nada, bebimos el trago de whisky canela y leche que, según Iván, nos debía fusionar en uno sólo. Esperamos unos segundos, en silencio, escudriñando con disimulo en los vidriosos chupitos vacíos. Nada. Seguíamos siendo tres.
Iván aseguró que estábamos cerca de conseguirlo y que únicamente era un problema de orden y cantidad en los ingredientes de la dosis. Así que probó esta vez depositando primero la canela y añadiendo después la leche y el whisky por partes casi iguales. Mientras preparaba frenético la definitiva combinación del mejunje fusionador, recordé por qué creíamos en todo lo que nos decía por disparatado que pudiera parecer a todo aquel que no le hubiera conocido.
Iván tenía visiones, "resplandores" como le gustaba llamarlo, estos "resplandores" le llegaban no en las escasas horas de sueño que tenía, sino en sus particulares estados de vigilia. La imposibilidad de dormir lo necesario era tan constante en él, que su insomnio ya no le resultaba perturbador, pues hace tiempo que le importaba un bledo que se resintiera su vida social y laboral por sus continuos accesos de sueño durante el día.
Estos accesos se dividían en dos; los lentos, que le mantenían aletargado y sedado en su rutinaria vida gris de ciudadano, y los intensos, que le arrebataban el espíritu en desnucamientos de sueño que le transportaban a esa zona de lucidez donde lo onírico se funde con la consciencia trazando formas de viajar en el tiempo y lo imposible.
De ahí extraía Iván sus "resplandores". Siempre habían funcionado.
Alzamos los brazos, lo justo, chupitos abrazados por dedos desesperados chocaron derramando parte del líquido blanco que contenían. Canela, whisky y leche había sido esta vez el orden de los mismos ingredientes. Nuestras nueces se alzaron y descendieron como  ratas viejas sobre tuberías. Esperamos la fusión y mientras esperamos, recordé todas las veces que los "resplandores" de Iván no se equivocaron...
No se equivocó aquella madrugada de frió invierno en la que llamó para advertirme que mis muertos no resucitarían por mucho que soñará con ellos, ni siquiera tú. Su voz se escuchaba entrecortada al otro lado del teléfono, como un pésame tardío.
Tampoco se equivocó la noche de la profanación, en la que me confesó haber soñado con barrotes oxidados que al golpearse dentro de un nicho desocupado, mostraban, entre chispas llameantes, la silueta de su próximo inquilino.
Y de repente...
Nadie pensó en empezar a contraerse, pero eso parecía sucedernos. Nos miramos sorprendidos, buscando una respuesta en el humo del cigarro que Iván observaba hipnotizado ¿Se oscilaba y desaparecía con la misma rapidez que su enamorada dejó de hacerlo ante él?
Definitivamente nos estábamos contrayendo.
"No sé si ésta es la idea que tienes por fusionarnos, Iván, pero no me está haciendo ninguna **** gracia, me estoy ninguneando." Me escuche decir. Mientras, Ángel comenzaba a sonreír ante la avalancha de sensaciones y cierto cosquilleo que prometía la nueva situación.
"¡Está empezando!" "¡Funciona!" grito Iván saliendo de su letargo,  y apretó los dientes tan fuerte que el pelo pareció erizársele. Yo no acababa de darme cuenta de que habíamos disminuido unos quince centímetros y que nuestros cuerpos tenían una ligera capa translucida, como si nuestra epidermis se hubiera convertido en plástico de envolver bocadillos grasientos.
Cinco minutos después, comenzamos a sentir una gravedad desconocida que tendía a concentrarnos hacía el centro de la pequeña y destartalada mesa que ocupábamos en la bodega. Concretamente hacia un punto. Ángel no cesaba de reír de forma desagradable y de repetir con la mirada perdida mientras me apretaba el brazo; "a tomar por culo, nos vamos a tomar por culo...".
La situación, debo reconocerlo, empezaba a producirme cierto terror, pero también excitación y vértigo ante la novedad de redescubrir una sensación olvidada que cortaba mis labios como cuando te besaba y no estabas.
Pese a todo, constaté en una fugaz mirada a la repleta bodega donde nos encontrábamos que nadie, como siempre, nos miraba. Nadie parecía darse cuenta del colosal espectáculo que estaba empezando a producirse.
Tres seres iban a dejar de ser tres invisibles otros, para fusionarse en un soberano YO.
Alzamos la mirada casi al unísono por el sonido de algo que parecía un chiscar de dedos eléctricos.
Nuestros pelos se erizaban oscilantes tendiendo a unirse en un punto que les atraía como un ovillo de enredaderas carnívoras. No en vano llamamos al invisible punto flotante "El carnicero". No sabíamos lo cerca que estábamos de no confundirnos.
Cuando bajamos la vista parecieron haber pasado siglos. La fina epidermis plástica que nos envolvía se había hecho más espesa y formaba una capa gelatinosa que fundía nuestra propia carne. Por dentro los huesos se disolvían como flanes sobre fuego. No nos sorprendió demasiado comprobar que nuestra nueva piel se desprendía  elevándose en finísimas tiras hacia un mismo punto de no retorno, orbitando atraída por la gravedad salvaje de "El carnicero."
Al instante oí flotar una risa estridente, inhumana, que lo transformó todo en pesadilla incluso antes de mirarle. A mi derecha Ángel temblaba y el eco de su risa, ralentizada y metálica era la de un loco conservado en latas.
Lo último que recuerdo es mirarle y encontrarme con un esbozo sobrenatural de su rostro cubierto por la capa gruesa y adiposa que nos envolvía. Se habían borrado sus rasgos humanos. Era aquel el rostro de un proyecto de hombre que no había llegado a existir. No tenían pestañas ni pupilas sus ojos enteramente blancos y desorbitados, no tenía su sonrisa de ultratumba separación entre los dientes sino que formaba la amplitud  espantosa del marfil. Grite. Y antes de desmayarme supe que no había salido sonido alguno de mi boca, pues mi rostro, como el de Iván, ya era el suyo. Siempre habíamos sido el mismo.

Gwynplaine
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente