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II Concurso de relatos Fórum Montefrío

Iniciado por Parlamento, Marzo 10, 2010, 17:13:53 PM

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Eventos Vinculados

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DOS LÍNEAS PARALELAS SE TOCAN LEJOS


Las olas incesantes lo arrancaron de su inconsciencia. Entreabrió los ojos y descubrió que la noche envolvía sin clemencia a la costa, testigo furtivo de la tempestad silenciosa. Confundido y con gran esfuerzo, se puso en pie, sosteniéndose con dificultad sobre sus piernas que temblaban con arrítmica fuerza. Sentía la arena mojada asentada en su cara, y en la boca, el sabor amargo del agua salada. Quiso recordar, pero fue en vano: su pasado era borroso e inconciliable. Estaba desorientado y le fue difícil mantener el equilibrio al coordinar su cuerpo, pero se decidió a caminar por ese sendero de arena que se anunciaba incierto a orillas del mar. Era una noche sin cielo: las estrellas brillaban sin censura y la luna alumbraba con una intensidad imperturbable; a sus espaldas se proyectaba una sombra que copiaba con lealtad sus movimientos. Su desconcierto no le permitía advertir que su ropa húmeda le pesaba, ni que llevaba un puñal en la mano, y hurgaba vagamente en su memoria la sucesión de recuerdos que explicara su situación. Se sentía observado. A su derecha, bailaban imponentes las olas impecables de azul marino, que se elevaban hasta donde vuelan las aves, y descendían con furia y soberbia hacia la arena. A su izquierda, se encontraba la vegetación ignota, la selva verde, la flora expectante. Su ansiedad se intensificaba con los ruidos de la noche, provenientes del mar inquieto y del follaje clandestino. Gotas de sudor emanaban vacilantes de sus poros, su mirada nerviosa tropezaba con imágenes del pasado y de a ratos corría y se detenía para mirar atrás, pero sólo alcanzaba a ver la playa solitaria manchada de un camino de huellas y su sombra, enervante y simétrica a su posición. Se tranquilizaba pensando en que pronto amanecería y que entonces todo sería más claro, pero el tiempo transcurría, y la oscuridad se dejaba aglutinar por la luz de la luna que se arrellanaba en la noche eterna. Su cuerpo, efigie de la paranoia, resentía el cansancio que le implicaba desplazarse en esas condiciones, pero en su momento le pareció descabellado y absurdo descansar en medio de lo incierto; mejor hubiera sido renunciar.
Nunca divisó indicio alguno de civilización en donde pudiera pedir auxilio, y si siguió avanzando, fue por puro instinto, pues el hambre y el delirio comenzaron a carcomerle la conciencia. Y se sintió débil e indefenso cuando al voltear hacia atrás, su sombra, con puñal en mano, levantaba hipnotizador el brazo oscuro y lo blandía con elegancia, nefasto e impío, ante el grito de horror ahogado en la arena, mojado de espuma y sangre.

Jerónimo Cienfuegos
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

NI SE COMPRA NI SE VENDE
                                                         

Mi pueblo está situado justo al pie de una gran montaña rocosa. Es un lugar
privilegiado, incomparable...Ni el mejor fotógrafo,  ni el mejor pintor del mundo
podrían  plasmar tanta belleza en sus obras. El aire puro, el canturreo de los pajarillos, el
aroma  a tomillo y romero impregnan el paisaje.
A la gente del pueblo les gusta ir a la montaña  a pasear, a recoger espárragos,
palmitos...Los niños del colegio van de excursión y la romería también la celebramos
allí. ¡En fin! Todos disfrutamos de tan bello lugar.

Un día  llego al pueblo Don Tiburcio, un señor  muy rico y poderoso, con su
administrador.  Tenía grandes mansiones, hoteles, coches de lujo y también era  gran
aficionado a la pintura. Le gustaba  coleccionar cuadros. Todo lo que se proponía lo
conseguía , ¡Claro, con tanto dinero!
Este señor  quería comprar la montaña, para construir una cantera  y multiplicar su
fortuna. Fueron a hablar  con el alcalde del pueblo y el alcalde les respondió:
-Mire usted, Don Tiburcio, la montaña  es del pueblo, por lo tanto no es  competencia
mía, es competencia de los habitantes el pueblo.
El administrador  le dijo  a Don Tiburcio en voz baja:
-A estos paletos, en cuanto le hables de dinero, seguro que dicen que sí.
Entonces, Don Tiburcio, le propuso al señor alcalde  reunir  a todos los habitantes del
pueblo, para hablar con ellos del tema de la cantera .
El día de la  reunión acudimos todos los habitantes del pueblo,  mayores, jóvenes y
niños. Todos escuchamos muy atentos  la propuesta de  Don Tiburcio pero no  nos
convenció.
Don Tiburcio insistía. Que si nos pagaría mucho dinero... que si la cantera crearía
muchos  puestos de trabajo... que si tal, que si cual. De pronto se levantó  un anciano  y
le preguntó a Don Tiburcio:
-Señor , he oído  que  usted es aficionado a la pintura.
Don Tiburcio respondió:
-Sí, la verdad es que me apasiona.
El anciano le dijo a Don Tiburcio:
-Entonces seguro que habrá visitado el museo del Prado.
Don Tiburcio respondió:
-Pues claro que sí.
El anciano le dijo:
-Usted habrá observado que en el museo del Prado  hay guardas de seguridad  para que
nadie  toque los cuadros, no le  hagan fotografías y no se deterioren ya que
forman parte de nuestra historia y tenemos que procurar conservarlas lo mejor posible.
Pues aquí, en este pueblo, nosotros somos los guardas de seguridad  que cuidamos de
nuestra montaña para que no se deteriore, ya que forma parte de nuestro pueblo y de
nuestra historia y  sepa usted, Don Tiburcio, que hay cosas que no se pueden
comprar con dinero. Para nosotros la mejor herencia que podemos dejar a nuestros
hijos, es conservar este lugar , porque esto sí que es Patrimonio de la Humanidad.

TeDeCal
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EPITAFIO


Volví de las lejanas tierras de Egipto nada más conocer la noticia de la grave enfermedad de mi padre. Mientras nos acercábamos a las costas de mi país natal, tenía la esperanza de encontrarlo, aún, con vida para poder narrarle mis viajes y lo mucho que había aprendido junto a aquellas gentes.
Lo que más me fascinaba era su creencia sobre la existencia, además de un cuerpo, de dos elementos espirtuales. El llamado "BA" o alma, y el " KA"  o doble cuerpo. Al llegar la muerte, se producía la separación del elemento corporal de los espirituales, pero el Ka para sobrevivir necesitaba del cuerpo por lo que era necesario desarrollar algún tipo de técnica de conservación, la cual llamaban embalsamamiento.
Adoctrinado por varios sabios había presenciado varias momificaciones. Y desea contar a mi padre el procedimiento por el que se extraían los órganos y se vendaba el cadáver antes de ser introducido en su sarcófago donde reposaría rodeado de figurillas, denominadas " USHEBTIS", que estaban destinadas a servir al difunto. La momia junto con sus objetos más preciados eran depositados en una tumba, desde donde comenzaría su viaje hacía el juicio con Osiris, y su camino al Más Allá.
Desembarqué y tuve el presentimiento de que llegaba demasiado tarde. Uno de los siervos que vino en mi busca, me anunció que mi padre había suspirado por ultima vez, unas horas antes.
Cuando llegamos a casa mi madre con otras mujeres se dedicaban a bañar, y ungir con aceite su cuerpo enjuto. No me dejaron acercarme hasta no haberlo envuelto en un sudario, que dejaba al descubierto su rostro desencajado. Como era su único hijo varón, me aproximé a colocar sobre su boca una moneda.


Recé una plegaría mientras rozaba sus labios amoratados. Le deseé una buena travesía junto a Caronte, por el río del Infierno.
Mi madre tenía los ojos llenos de lágrimas. Había sido educada para servir a mi padre desde que la prometieron al cumplir los 12 años. A la muerte de sus padres recibió una gran fortuna que mi padre administró, mientras ella se encargaba de las labores de la casa ayudada por sus fieles esclavas a las que trataba con cariño.
En los últimos años que pasé en mi casa paterna, vi como mi madre, convencía a mi padre para que las liberara y, algunas nos abandonaron, quedándose las más ancianas ya que se consideraban parte de la familia. Mi progenitor nunca tuvo concubinas y, aunque les separaban más de15 años de edad, siempre se amaron como el primer día. Por eso, en aquella hora, mi madre se lamentaba de que los Dioses no la llevaran con su esposo.
Al día siguiente expusimos el cuerpo con los pies dirigidos hacía la puerta y comenzó el lamento. Varias mujeres ataviadas de negro y con el cabello recogido, se golpeaban el pecho mientras entonaban cánticos. Delante de la casa un vaso con agua lustral traída de una vivienda vecina, servía para que se purificasen los que habían acudido al velatorio a dar el último adiós a mi padre, o a cerciorarse de su fallecimiento.
Al tercer día, antes de la salida del sol, tomé del brazo a mi madre, que se tambaleaba sin dejar de sollozar y nos dirigimos por las calles secundarias de la ciudad hacia la necrópolis. El difunto, sobre el mismo lecho en el que había estado expuesto, se movía, a un lado y otro, del carro que los transportaba. Durante la procesión, hube de detenerme un par de veces, para dar de beber a mi madre y limpiar el sudor de frente.




Su palidez iba en aumento, y en algún instante, temí por su vida. Le susurraba palabras de consuelo, pero al divisar las murallas, exhaló un suspiro y se desplomó a mis pies. Un corro de plañideras vino en mi ayuda,
El cortejo se detuvo unos minutos. Cuando recobró el aliento, nos pusimos en camino hasta la tumba. En lo alto de un montículo había una pira funeraria. Las llamaradas nos calentaron el rostro y secaron las lágrimas de mis mejillas. Algo de polvorilla me entró en el ojo y me separé unos pasos de mi madre. Fue el tiempo necesario para que saliera corriendo de mi lado. A todos los presentes nos pilló desprevenidos. Cuando quisimos darnos cuenta era demasiado tarde,
Sin poder detenerla, mi madre se arrojó sobre la hoguera y se abrazó a su amado esposo. Los dos fueron devorados por el fuego
Recordé uno de mis viajes, donde la viuda, por ley era entregada a las llamas y pensé en sus rostros de horror. Mi madre, sin embargo, se había convertido en pasto del fuego sin el menor temor.
Recogí sus cenizas en una vasija y regresamos a casa. Nadie se atrevía a pronunciar palabra. Estaban aún conmovidos por el sacrificio. Cuando llegamos al patio los sirvientes se encargaron de las ceremonias de purificación. Me lavaron todo el cuerpo, y sirvieron la comida fúnebre. A medida que pasaba la tarde, la casa se fue quedando en silencio.
Durante la noche, me dediqué a contemplar las estrellas. Ya no tenía nada que me retuviera allí. Había barajado la idea de quedarme con mi madre hasta que se repusiera, del dolor de la muerte de mi padre, pero ahora no era necesario.



Tal vez, ella sabía lo mucho que añoraba el mar y mi viajes, y por eso no había querido convertirse en una carga. O puede que los Dioses le tenían preparado ese destino desde su nacimiento.
En los días siguiente liquidé las deudas, vendí mis pertenencias y repartí entre la servidumbre algunas monedas. Mi herencia era cuantiosa y me permitía vivir holgadamente.
Compré un pasaje en uno de los barcos que zarpaban al atardecer. En la necrópolis tomé unas cuantas piedras y debajo de un pequeño montículo cavé un hoyo donde deposité las cenizas. Deposité las piedras, unas sobre otras, y escribí un pequeño epitafio para que en los años venideros, los caminantes que pasaran por aquel lugar, recordaran a mi padres:
"dos amantes en vida, cuyo amor  ni siquiera la muerte pudo matar"

Ana y yo
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

DIENTES, DUDAS Y SUPERHÉROES


El día que confundí a mi padre con un superhéroe había dormido poco. Estaba intranquilo y no paré de dar vueltas en la cama jurándome a mí mismo que esa noche descubriría toda la verdad. Resulta que durante la cena, un mordisco a la manzana Reineta que tomaba de postre había hecho que me despidiera de mi primer diente de leche, uno de mis paletos para ser más exactos. Mis padres, todo ilusionados, se sonrieron y me dijeron que si lo guardaba bajo la almohada, esa noche me visitaría el ratoncito Pérez. Había oído hablar demasiado de él como para no saber quién era y, qué demonios, ahora que podía, estaba dispuesto a llegar al final del asunto.
Cuando ya no soportaba a mis padres cuchichear con esa cara estúpida, haciéndoseles la boca agua porque su ojito derecho crecía a pasos agigantados, me levanté de la mesa y fui al baño. Subido al taburete, me miraba en el espejo y no le veía la gracia por ningún sitio. Era una auténtica catástrofe. Una desgracia en toda regla. Aquel maldito hueco, que no era superior a un grano de arroz, iba a ser mi ruina. Por si no tenía ya bastante con las gafas de culo de vaso que me habían puesto hacía dos semanas, ahora esto. No estaba dispuesto a pasar por algo así de nuevo. Lo pensé un instante y decidí actuar. Eché el pestillo de la puerta y viendo el pegamento para la dentadura de la abuela, pensé que si era capaz de pegar algo como eso, no tendría problemas con un simple dientecito. Así que me eché un buen chorro por toda la boca. ¡Puf, qué ascazo! La boca me sabía a mamá cuando se levantaba de esas siestas ruidosas que se echaba con papá los domingos. Me enjuagué rápidamente pero no había forma de eliminar el sabor a cuarto de la abuela de mi boca. Como soy una persona bastante racional, deduje que si lo que quería era hacer desaparecer el mal olor, qué mejor remedio que contrarrestarlo con una dosis de otro más agradable. Miré alrededor y sólo vi el frasco de Baron Dandy del abuelo. Hubiese preferido algo más fresquito y juvenil pero no estaba para exigencias y le di un buen trago. Algo no debió funcionar del todo bien, una sensación de plenitud en mi boca, como si me hubiera comido tres polvorones de una tacada, me inundó hasta salírseme por las narices. Qué mal rato. No lo pasaba tan mal desde aquel verano que fuimos a Torremolinos y el abuelo y yo nos quedamos atrapados en el ascensor del hotel. Con los nervios del momento le dio su famoso ataque flatulento y lo que empezó como algo divertido se convirtió en un auténtico drama. Cuentan que cuando el técnico consiguió abrir la puerta, yo había perdido la conciencia, mi abuelo, con la mirada perdida, conjugaba el verbo ser en francés y el técnico, dos recepcionistas y treinta y cuatro curiosos, entre los que se encontraban mis padres, tuvieron que ser atendidos por el SAMUR por intoxicación de la nube virulenta.
Así que, como eso no funcionaba, fui derecho a la caja de herramientas de papá y cogí el Superglú. Jolines, qué rapidez de pegado. No me dio tiempo llevar el diente a la boca cuando ya se había adherido al dedo. Estuve haciendo el tonto un buen rato y pasando el diente pegajoso de una a otra mano como el juego de la patata caliente hasta que en una de las ocasiones se me cayó al lavabo y casi me da un infarto viendo cómo a punto estuvieron de irse por el sumidero todas mis esperanzas de volver a la normalidad. Total, que cabreado, recuperé el diente y lo sujeté con las pinzas de depilar de mamá, puse el tapón al lavabo por si acaso, le apliqué un poco de pegamento y me lo coloqué rápido en el hueco apretando con fuerza. Cuando me di cuenta que lo estaba poniendo de canto tiré hacia abajo pero solté inmediatamente por el dolor. Me miré aterrado al espejo viendo cómo las pinzas colgaban pegadas del diente torcido. Estaba a punto de llorar pero tuve que contenerme porque mamá llamaba a la puerta del baño. No podía dejar que me viera así. Primero, porque pensaría que tenía un hijo subnormal y para eso ya estaba mi hermano Pablo y segundo, porque como dije anteriormente, se supone que yo heredé los genes racionales de la familia y era todo un desagravio. Tenía que volver a arrancar el diente. Al ver el hilo dental, se me ocurrió anudar un extremo a mi diente y otro al pomo de la puerta. Me senté en la taza del váter frente a la puerta y la abrí destensando el hilo y la volví a cerrar de golpe antes que me viera mamá. En serio, nunca hagáis esto. El hilo se rompió pero las pinzas cayeron al suelo junto con mi diente y una lagrimilla, que se animó a acompañarlos. Decidí desistir y pensar una solución desde la cama. Cuando abrí la puerta mi madre me miró con cara de perro pero cuando utilicé mi recién estrenada sonrisa se enterneció y pareció olvidarse lo que quería gritarme. Con la mayor de sus sonrisas pero extrañada, colocó el diente bajo la almohada, sin preguntar de dónde había surgido la costra de pegamento y sangre que tenía alrededor.
Mi intención era la de permanecer despierto como ya hiciera en navidad cuando los que me visitaron fueron los reyes magos. Esos tres vejestorios no podían escapárseme, tenía demasiadas preguntas para ellos: ¿Por qué narices van todavía en camello si todo el mundo sabe que el metro es mucho más rápido? ¿Por dónde entran? ¿Tienen llaves de todas las casas? ¿Puedo ver el llavero? ¿Por qué no dejáis las coronas y las pieles y vais en chándal que es más cómodo? Si sólo trabajan una vez al año qué hacen el resto... Pero lo que más me molestaba era cuándo me iban a traer lo que les pedía en mi carta no en la que mamá hacía por mí.  Lástima que el sueño pudiera conmigo y en la única cabezada que recuerdo llegaron, dejaron los regalos y se fueron. Hoy no pasaría lo mismo. Pensé que a lo mejor, si pudiese hablar con él y plantearle mi situación el ratoncito Pérez fuese un tipo comprensivo y me dejase quedarme con el diente. Así estuve, matando el tiempo, pasando la lengua de un lado al otro del nuevo hueco y de vez en cuando metía la mano bajo la almohada para asegurarme que allí seguía. Hasta que me dormí.
Me despertó un ruido y abrí los ojos sobresaltado. Miré a mi alrededor, recordé mi propósito y palpé bajo la almohada. Al tantear el diente me sentí aliviado. Entonces ocurrió, una sombra bajo la puerta me mantuvo alerta. La figura del ratoncito Pérez volvió a mi cabeza, me levanté y a través de la cerradura observé una inmensa y oscura silueta con capa que no paraba de cruzar el salón de mi casa de un lado al otro. Jolines con el ratoncito Pérez que crecidito estaba- Pensé. Luego, más calmado, todas las piezas del puzzle encajaron en mi cabeza. El ratoncito Pérez tenía demasiado trabajo esa noche, así que, para poder llegar a todas las casas decidió pedir prestado a Batman su batmóvil. Desgraciadamente, como era muy pequeño no llegaba a los pedales y Batman tuvo que hacer de chófer mientras él cambiaba los dientes por regalos. Estaba claro, al menos era la única conclusión racional para explicar que Batman estuviese deambulando por mi salón. Preferí no tentar la suerte y puesto que el tal Pérez no tardaría en hacer su aparición me volví a la cama para preparar mi discurso. Mientras me arropaba, el pomo de mi puerta cedió. Rápidamente cerré los ojos y contuve la respiración hasta que me percaté que lo que pretendía simular era que estaba dormido no muerto. Noté cómo unas poderosas manos me incorporaron y removieron la almohada. De inmediato supe que Batman no sólo estaba conduciendo al ratoncito Pérez de casa en casa, si no que le estaba ayudando en su trabajo. Mientras oía sus pasos alejarse hacia la puerta entreabrí los ojos y cuál fue mi sorpresa al ver a mi padre enfundado en su bata negra de guatiné saliendo de mi cuarto. Entonces fui presa de la duda y a mi cabeza asaltaron infinidad de preguntas. ¿Qué hacía mi padre con Batman y el ratoncito Pérez? ¿Acaso les conocía y les estaba echando una mano? O espera, ¡cómo no se me había ocurrido antes! ¿Era mi padre Batman? ¿Acaso se dedicaba a ir repartiendo mamporros cada noche, ataviado con su batín negro? ¿Lo sabría mi madre? ¿Qué pensaría el abuelo de esto? Me levanté de un salto y corrí hacia la puerta dispuesto a acribillarle a preguntas. A este paso seguro que mi tío Paco era Robin... Sin embargo, recordé lo del diente y decidí regresar para recogerlo. Tal vez, ahora que mi padre le estaba haciendo ese favor, podría hacer la vista gorda con mi diente y devolvérmelo. Es lo más lógico. Volaba hacia la almohada y no pude detener mi imaginación infantil, al levantar el almohadón descubría el mapa de un tesoro pirata escondido, o mejor todavía, las llaves del batmóvil de mi padre para poder ir al colegio y presumir delante de todos... Puf, ya veía los ojos de envidia que pondrían. Seguro que Chemita se lo pensaría dos veces antes de hacerme la zancadilla en el recreo. Bueno, y Jimena, si le daba una vuelta por el barrio seguro que por fin me haría caso y quién sabe tal vez hasta me dejaría ser su novio. Cuando lo que encontré fue un triste euro perdido entre las sábanas, se me quitaron todas las ganas de descubrir la verdad, me metí en la cama y pensé que si eso era todo lo que podía darme Batman o mi padre o ese ratoncito de *****, el oficio de superhéroe estaba muy mal pagado.

Loret
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

                                                       
LOS ROSTROS DE AVA
                                                             
                                                           
Los ojos en la playa observan los cadáveres sin querer creer lo que ya sospechaban o sabían, negándose a aceptar la única explicación posible porque es demasiado fantástica y estas cosas no ocurren así, no pueden. Lewin y Cardiff no nos muestran los rostros en la arena, pero asentimos y nos conformamos con imaginar que esa mano extendida es de Pandora, la que murió porque un holandés errante necesitaba su amor para por fin descansar y poder ponerle un final a la historia.
        ¿Pero dónde encuentran entonces su lugar los incrédulos, o los poetas, o los rastreadores de leyendas? Algunos siguen negándose a aceptar que fuese el cuerpo de Pandora Reynolds el que hallaron en aquel puerto del Mediterráneo, y hacen correr rumores sobre otro destino, sobre otra vida y otra muerte. Cuentan que la voluble Pandora pensó que su belleza aún merecía iluminar otros guiones, y que decidió abandonar en el primer puerto al sorprendido holandés, que no encontró a quién pedir explicaciones. Cuentan que tiempo después fue vista  en un tablao de Madrid, y que allí bailaba y hacía soñar a los que sólo les estaba permitido conocer de ella su nombre, María Vargas. Pero siempre hay quien no se conforma con soñar la belleza y necesita poseerla, encerrarla en un plano, y así el cine volvió a llamar a las puertas de Pandora o María. Adoptada por un director venido a menos, de nombre Harry o Joe y con aspecto de detective privado, la descalza María volvía a ser el centro del universo ficticio, regresaba para alumbrar la oscuridad de las salas de cine y los deseos de los hombres. De los hombres, excepto los de Harry, porque un cineasta sabe que sus historias siempre acaban perteneciendo a otros. Y así vivió María, dejándose adorar como un ídolo lánguido y ceniciento, esperando al príncipe que le calzara el zapato de cristal. Y al fin halló a quien habría de amarla siempre, pero, lamentablemente, éste sólo disponía para ello de todo su corazón, lo cual lejos del cine nunca es suficiente. María olvidó que la vida siempre llega a tiempo de estropear el guión, y de nuevo murió para que podamos ponerle fin a la historia, aunque siempre aparecerá algún incrédulo, o poeta, o rastreador de leyendas que lo ponga en duda.
        Llueve sobre una tumba en Italia y, al otro lado del mundo, un holandés inmortal y triste llora por María Vargas y continúa vagando eternamente.

Los Inocentes
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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VIERNES, OTRA VEZ


   Hoy es viernes, viernes desidioso. Unos treinta y ocho grados corretean por las calles entre los coches, las motocicletas y los autobuses de línea. Si miras al horizonte, puedes ver cómo la realidad deja de ser estática y se vuelve de un material maleable, vaporoso.
   Es viernes y como cada tarde estoy trasegando café, con el iceberg que hundió al Titanic flotando en mitad del vaso, en la terraza del bar de al lado. Como cada tarde, dispongo de una media hora para el ritual del café en soledad. Jornada de reflexión, palomas sobrevolando peligrosamente las cabezas, cielos despejados, la sombra de un buen toldo, jóvenes con barba, piernas de mujer...
   Es viernes y la camarera está harta. Resopla a mi lado y dice para sí que no puede más. Pregunto por simpatizar y me cuenta que ella sola ha montado la terraza y que ella sola la ha de desmontar, que está perdiendo peso, que se mira al espejo y se ve desmejorada, que pesaba cuarenta y cinco kilos y que ya debe rondar los cuarenta y dos, que va a exigir una baja por depresión para tirarse en la cama e hincharse a comer chocolate, a ver si engorda... Yo asiento con la cabeza y sonrío. Me gusta que las camareras se tomen ese tipo de confianzas. Bastante soportan ya. No está de más permitirles que abran la tapa de la olla a presión, de vez en cuando. La observo cuando se da la vuelta, de regreso al interior del bar. Fijo la vista en su trasero, que ya es un viejo conocido, y pienso que tiene razón: ha debido perder peso.
   Es viernes y parece ser que hoy juega España y que ha habido un tremendo accidente en una estación de trenes. Leo ese par de titulares, al revés, en un periódico gratuito que alguien dejó olvidado sobre la mesa. No me molesto en saber más, no me interesan los futbolistas, ni los muertos. Ni los futbolistas muertos. Las palomas siguen sobrevolando la terraza. Una desciende a tierra para picotear algo cerca de mí. Posee un plumaje negro brillante y sus ojos inquisitivos se clavan en los míos. Nos miramos el uno al otro, juzgándonos.
   Hoy es viernes y nada es atípico. Las estudiantes en minifalda cotillean y critican a otras estudiantes en minifalda. Hay un grupo de guiris que se está poniendo las botas a base de patatas grasientas, pescado y cerveza. Una pareja de modernos con grandes gafas de sol pasea a un perro color canela. El perro tira de la cadena haciendo que su dueño acelere el paso. El perro ladra a la paloma. La paloma aletea y emprende el vuelo. Se va sin despedirse, la hija de ****.
   Hoy es viernes y un hombre de unos cincuenta años, encorvado, con la mirada desvaída pasa por detrás de mí y se detiene:
   ―Oye chico, ¿tienes un cigarro?
   ―De liar.
   ―Bueno, se fuma igual.
   El tipo toma asiento a mi vera y empieza a balbucear algo sobre una camarera. Está borracho, es evidente. Yo le ofrezco papel y tabaco y él comienza a rular, mientras su cabeza se bambolea de un lado para otro. De repente, comienza a gritar:
   ―¡Esa camarera! Yo le he dicho... yo le he dicho... ¡Ponme un quinto! Y ella: son uno veinte... Y yo... sólo llevo un euro... ¡Y no veas cómo se ha puesto! ¡Será...!
   ―Eh, eh, no digas eso, es buena chica.
   ―Es buena chica, es buena chica... Sí, es verdad, es buena chica...
   De repente, el tipo junta los dedos de su mano derecha en una trompetilla que se lleva a la boca, me mira y se pedorrea. No puedo evitar la carcajada.
   ―¿¡Qué va a ser buena chica!?, ―insiste―, esa lo que es... es una...
   ―Eeeeh... Déjalo ya, hombre.
   Echo un vistazo alrededor y veo que la gente nos observa. Las estudiantes permanecen calladas y miran de reojo. De igual modo los guiris y hasta los modernitos del perro. Que les den, -pienso-. Este tipo está montando una escena, pero me ha caído bien, la verdad. El problema es el miedo, me digo. El de la gente, ante que un completo desconocido, borracho, se siente en tu mesa, sin pedir permiso. El de la camarera ante la pinta de este pobre hombre. Y el de él ante la cara y la actitud hostil de ella. Si eliminas el miedo, no queda nada.
   ―Oye, ―me dice, una vez que se ha calmado un poco―, me lo puedes liar tú... Yo voy ciego y no atino.
   ―Claro, hombre.
   Le enrollo el cigarro y se lo ofrezco. Busco el mechero, pero para eso sí ha sido ágil y ya le ha prendido fuego, antes de darme cuenta.
   ―En fin... ―comenta el tipo, entre suspiros―. Otro día más...
   ―Sí... ―asiento, observando el mismo paisaje de todos los días―. Otro viernes...

Spanda
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EN UN VIEJO TEATRO


Cómo le gustaba aquel viejo teatro, era el único lugar donde parecía ser feliz. Se paseaba correteando de un extremo a otro del escenario. Danzaba como un pajarillo enjaulado que es puesto en libertad. Brincaba con los ojos centelleantes mirando al techo. ¡Oh, dios! Hacía tanto que no se sentía tan libre, tan dichosa...
De pronto se detuvo. Permaneció inmóvil unos segundos con una pequeña sonrisa en su rostro. Se dio la vuelta y bajó unas oscuras y resbaladizas escaleras situadas al fondo. Poco después apareció envuelta en una preciosa capa de seda azul. Comenzó de nuevo su danza por todo el espacio, revoloteando como una mariposa de flor en flor. Estaba hermosa, a pesar de sus casi sesenta años.
Pero toda esa alegría se transformó en angustia. Sus piernas empezaron a flojear, sus manos temblaban y su expresión era de horror. Pálida y sin pestañear se derrumbó y cayó sobre rodillas en el suelo. Una lágrima rodeó su pómulo hasta llegar a la comisura del labio. Ni siquiera se inmutó.
-Otra vez no...- susurró entre dientes.
La misma melodía de siempre, aquella que la perseguía en sus sueños... 'soy sólo un actor que olvidó su guión'. Resonaba en su cabeza, una y otra vez, sin saber porqué, cómo, cuándo.
En la calle sonó el frenazo en seco de un coche. Se oyeron pasos rápidos que pisaban los charcos formados por la lluvia. Entró en el auditorio una joven. En una mano sostenía un paraguas empapado, casi tanto como su rostro bañado en lágrimas. Avanzó velozmente entre las butacas y profirió un grito ahogado:
-¡Mamá!
La señora, arrodillada aún en el escenario, levantó la cabeza.
-¿Mamá? ¿Quién eres tú?- dijo con un gesto de incertidumbre.
La joven rompió a llorar, era la viva imagen del dolor.
-Ma...má, por favor, vamos a casa, deja de darnos estos sustos...- apenas podía articular palabra. Aquella situación cada día se hacía más insoportable. Su madre, la misma que le había regalado la vida, no la reconocía, no sabía quién era, no tenía recuerdos... Se acercó a su progenitora, la sujetó con fuerza y ambas se dirigieron a la salida. Una destrozada por el dolor, la otra totalmente desconcertada, sumergida en un mundo de pensamientos vacíos...

Lía
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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VISITA NOCTURNA


La noche comenzaba a caer rápidamente sobre los rubios campos de trigo, el granjero recogía a las bestias con rapidez en el granero para que no quedaran a la intemperie. La tarde había sido muy húmeda y la noche se pronosticaba con tormenta y muy posiblemente niebla. En el interior de la casa la mujer del granjero cocinaba en el fuego de una chimenea un poco de caldo en el caldero que había heredado de su madre. Cuando el hombre termino de recoger los animales, regreso a su hogar para compartir en el calor de su salón una buena cena con su amada esposa.
Mientras cenaban, él le contaba a su esposa las experiencias vividas a lo largo del día de pastoreo en las próximas colinas del norte y ella los quehaceres diarios de la casa. Todo era normal y rutinario, al igual que todos los días del año.
Tras el caldo y un poco de queso con pan, ambos decidieron retirarse a dormir. El día había sido largo y duro, y, si los dioses querían, tendrían que volver a levantarse con el canto del gallo para seguir trabajando. La noche transcurría plácidamente hasta que unos fuertes golpes retumbaron en la casa. El granjero se despierto al oír el estruendoso sonido, pero al abrir los ojos y escuchar el ensordecedor sonido de la tormenta que se ha desatado fuera, resta importancia y vuelve a tumbarse en su lecho junto a su amada esposa. Los golpes volvieron a retumbar, esta vez el granjero supo de donde provenían.
Calzándose y colocándose un abrigo por encima, tomo una vela y comienzo a descender las escaleras. Alguien volvió a golpear la puerta y el susto casi hace caer al granjero rodando peldaños abajo. Con el cuerpo colmado por los nervios y la ira que le provoca el que alguien interrumpa sus placidos sueños en una noche tormentosa, se acerca a la puerta y pregunta...
-   ¿Quien anda hay fuera?
Pero no recibe respuesta alguna. Creyendo haberse vuelto loco, se volvió para marcharse. Pero la puerta otra vez sonó. Descolgó el cerrojo y con cuidado entreabrió la puerta de la casa.
Un anciano lo miraba con ojos tristes mientras una incesante lluvia le calaba la ropa y hasta los huesos.
-   Buenas noches buen hombre, está lloviendo y necesito refugio. No tengo dinero, pero los dioses le pagaran su bondad con migo.
-   Estáis loco, viejo. ¿Pensáis que voy a recoger en mi hogar a un desconocido? Tendría que estar tan loco como vos para hacerlo, y eso ya es bastante pues solo los más tontos se atreverían a caminar bajo esta lluvia.
-   ¿Quién es?- se oyó la voz de su esposa proveniente del piso superior.
-   Márchese anciano.- y el granjero volvió a cerrar la puerta.
Al llegar a la planta de arriba, le conto a su mujer lo que había sucedido. Ella se mostro afligida por el desconsiderado trato que su esposo le había propinado a aquel pobre anciano, pero en sus manos no estaba el poder hacer nada en contra de la voluntad de su esposo. Así que ambos volvieron a tumbarse en la cama para volverse a dormir.
Cuando el sueño ya los mecía y los acurrucaba en su cálido y acogedor pecho, una estruendosa voz resonó en todo el valle e incluso más allá.
-   Tu, granjero, osas despreciarme cual perro salvaje, tratas mejor a tus mulas que aun hombre que te pide ayuda. As de saber que yo te maldigo, maldigo tus tierras y a tus animales. Que en la penumbra de la noche, cuando el frio congele los huesos, los caídos en desgracia acudan a tu morada para saciar su hambre, que arranquen todo lo fértil que aquí habite y arrasen estas tierras para que solo la paz reine en ellos.
El granjero se removió agitado y corrió a abrir la ventana, en la cama su mujer lo miraba con los ojos cargados de pánico. Fuera no había ya nadie, quien hubiese hablado no estaba ya allí.
Con temor, el granjero volvió a la cama y se acurruco junto a su esposa. Ambos temían las maldiciones que buhoneros y gitanos regalaban sin compasión a los desdichados que por desgracia les caían mal. Entre todo aquel ajetreo, el sueño regreso y los meció con dulzura hasta que los ojos de ambos se volvieron a cerrar plácidamente.
El mugido agónico de una vaca saco al granjero de su letargo. Se calzo y corrió a asomarse por la ventana de su cuarto. Una espesa niebla lo envolvía todo. El relincho de un caballo siguió al estertor de un cochino.
-   Ramón, algo sucede hay fuera.
-   Tranquila mujer, será algún animalillo que esta asustando a las bestias en el granero.
-   Puede, o puede que sea la maldición de ese viejo. ¿Por qué no lo dejaste entrar?
-   No recojo mendigos bajo mi techo, y ese anciano no será una excepción por mucha maldición que pronuncie.
Armado con el azadón, el grajero salió de su casa camino del granero. Iluminado por una pequeña lámpara de aceite, recorría la distancia que lo separaba del lugar del que seguían proviniendo el quejido de los animales.
Se paró en seco, algo le había rozado el brazo, algo gélido y que parecía arrancarle el alma con solo su tacto. Un sonido metálico resonó a sus espaldas, algo se movía cerca de su casa. Olvidando a los animales, corrió de regreso a su hogar para comprobar que su esposa estaba bien. Una sombra aparece entre la niebla, unos ojos amarillentos lo miran y se desvanecen entre la niebla. Al llegar a la casa sentía como el frio le congela los huesos.
Corre escaleras arriba y entra a trompicones en su cuarto, sobre la cama reposa su esposa. Su piel esta blanca y de tacto gélido, sus labios morados y su cuerpo rígido, todo ha terminado para ella, aunque al menos su rostro muestra la serenidad de no haber sufrido.
El suelo crujió a sus espaldas, se giro abrumado y una sombra se desdibujaba en el hueco de la puerta. Asustado comienzo a retroceder, la sombra avanzaba rápida hacia el granjero y a cada paso hacia más frio el ambiente de la habitación. Ramón no tenia escapatoria, solo había una forma de salir de allí. Tira hacia la sombra el azadón y rápidamente se  gira y salta desde la ventana.
El suelo estaba blando gracias al agua que caía incesante desde las primeras hora de la noche, pero pese a todo se ha lastimado el tobillo al caer. Con un nudo en el pecho y con el pánico debilitándole las piernas, i tentaba correr a cuatro patas hacia el granero. Allí creía que podría esconderse, entre los animales, de aquella fatídica sombra, pero al entrar en el granero solo ve el destrozo que el gélido tacto ha causado en todos sus animales. Como estatuas de hielo se mantenían de pie, inmóviles, sin vida.
Se giro asustado y vio como la sombra caminaba hacia él en la espesura de la niebla, de pronto junto a esta aparecen tres más. Sabe que no podrá huir de aquellas cuatro criaturas, pero aun así se aferra a una última esperanza y se adentra en el granero. La temperatura aun era más fría allí que en su hogar. Se arrebujo entre dos alpacas de paja y comenzó a rezar a sus dioses. Es el fin.
Las sombras sienten su calor y caminan sin reparos hacia donde se escondía Ramón. Se acercaban, más y más. Sus gélidos dedos rozaban la piel del hombre que apretaba los ojos en un último intento de mantenerse oculto, hasta que finalmente lo agarran y siente como su cuerpo se relaja.
Un fuerte golpe en la puerta despierto al granjero. Todo había sido un sueño. Respira profundamente y se alegra de ver a su asustada esposa a su lado. Siente con cierto placer el cálido abrazo que ella le propina a consecuencia del miedo que sufre. Con calma descendió y abrió la puerta. Un anciano lo miraba desde el exterior con ojos de pena, el agua había calado su ropa y temblaba de frio.
-   Buenas noches buen hombre, está lloviendo y necesito refugio. No tengo dinero, pero los dioses le pagaran su bondad con migo.
-   Pasad buen hombre, en mi hogar podréis descansar al calor del fuego mientras tomáis una sopa caliente...-dijo mientras un escalofrío le recorría todo el cuerpo.

Anidiom
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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LOLA Y PAULA


Todo comenzó hace ya varios años. Casi no puedo recordarlo bien. Al principio  le das poca importancia y lo achacas al cansancio lógico por el trabajo y al estrés. Recuerdo cómo al comentárselo a Lola pensamos en tomar unas vacaciones, para recuperar el tono y las fuerzas.
La realidad es que poco a poco te vas encontrando peor. Es como si tu vida entrara en una hipérbole de sensaciones mezcladas entre lo físico y lo anímico. Los hombros te pesan, el cuello rígido te impide movimientos simples y el caminar se te hace cada vez más difícil. A la vez, empiezas a despertarte por las noches sin motivo aparente, tienes cambios de humor que nunca antes habías tenido y surgen los primeros problemas al hablar.
A medida que pasa el tiempo, te conviertes en el personaje principal de una película a cámara lenta, en la que los personajes a tu alrededor circulan a velocidad normal y tú sin embargo, mantienes tu ritmo cansado viendo pasar la vida e intentando alcanzar todo aquello que poco a poco se te escapa de entre las manos.
Lentamente dejas de controlar tu cuerpo. No te responde como te gustaría y empiezas a golpear insistentemente sin querer el brazo del sillón o riegas el mantel más a menudo de lo que quisieras.
En realidad, es algo que vas asumiendo paulatinamente. Cada día, una dificultad nueva se añade a las anteriores, y es ahí donde hay que estar fuerte. Tal vez no sea fácil explicar que depende de nosotros mismos el sentirnos mejor, el unir los estados físico y anímico para provocar una sensación de bienestar. Hablo desde la experiencia de sentirme bien conmigo mismo, de convivir con mi enfermedad y de encontrar un espacio de confort entre tanta sinrazón.
Como comprenderéis no puedo hacerlo solo. Necesito de los que me rodean, de los que me quieren.
Lola, la mujer con mayúsculas, la que ha compartido toda su vida conmigo; mis hijos Carmen y Alberto que a pesar de tener su propia vida lejos de nuestro hogar, me dedican buena parte de su tiempo, y por supuesto Paula, nuestra nieta.
Paula tiene doce años y es la hija de Carmen. Todas las tardes viene a visitar a "ese pedazo de abuelo", como ella me llama.
Tenemos un acuerdo firmado como un juramento de ley: cada tarde nos juntamos y hacemos nuestros ejercicios, ella de su curso de sexto de primaria y yo de mi terapia para intentar retrasar los efectos de la enfermedad. Y aquí sí que no hay excusas que valgan; cada uno a su tarea con esfuerzo, con ilusión y con dedicación, que los resultados se van viendo día a día.
Paula es una magnífica estudiante y me lo pone realmente difícil porque saca unas notas extraordinarias y yo, naturalmente, tengo que estar a su altura y debo esforzarme cada día un poco más.
Nos ponemos objetivos semanales. Ella sus exámenes periódicos de las asignaturas y yo conseguir la máxima independencia en las actividades de la vida diaria, y eso sí que me exige un esfuerzo al límite. Pero no hay más remedio que hacerlo. Es mi parte del trato.
Estoy entrenando otra vez el escribir. Ahora me salen las letras movidas y Paula se ríe, claro. Como ella tiene esa letra tan bonita y tan redonda, intenta ayudarme para que yo la haga igual. Al final, estoy seguro de que lo voy a conseguir.
Cada tarde se sienta conmigo un rato y me ayuda a realizar mis ejercicios. Tenemos preparados en una caja de plástico un montón de botes y tarros de café con sus tapas, y me ayuda a enroscarlos y desenroscarlos varias veces, hasta que me canso.
Otras veces sacamos un rompecabezas de veinticuatro cuadrados, bastante grandes, y entre los dos lo terminamos. Ya casi nos lo sabemos de memoria porque cada día hacemos una de las caras.
Pero no creáis, que yo también le echo una mano a ella. Cuando tiene que repasar alguna lección, lo hacemos juntos. Naturalmente, yo voy más despacio pero me espera y si hay algo que no entiende, intento explicárselo porque son materias que aún tengo frescas en la memoria.
La verdad es que mi disfunción es mayor física que intelectual y por eso puedo más o menos seguir el ritmo de Paula.
Es una delicia cuando suena el timbre y la veo aparecer cada tarde con esa sonrisa de ángel. Lo primero que le pide a Lola es un buen bocadillo y antes de ponerse a estudiar nos cuenta todas las cosas del colegio, de sus compañeros y de los maestros y sus motes.
Es una niña lista y despierta. Se da cuenta de todo. Cuando ve que me canso o que no soy capaz de hacer alguna de las tareas, deja sus cosas y se acerca a darme un beso o a hacerme alguna carantoña mientras me ayuda con el trabajo.
Algún día que no ha venido, la casa se transforma en un lugar triste y aburrido. Ya sabemos que no va a estar toda la vida viniendo por las tardes a casa, pero el día que falta, Lola y yo nos miramos intentando disimular la tristeza que nos embarga.
Pero yo tengo que seguir trabajando mis actividades porque al día siguiente Paula me pedirá explicaciones y resultados, así que con la ayuda de Lola me pongo la ropa de trabajo y cumplo con mi obligación.
Cuando te encuentras de frente con esta enfermedad, se levanta delante de ti un muro con el que vas a tener que convivir el resto de tu vida. Es difícil al principio asumir todos los cambios que se van produciendo, asumir que no vas a ser capaz de realizar con normalidad movimientos y esfuerzos que antes te resultaban sencillos.
Lola siempre ha intentado minimizar las consecuencias dándome todo su apoyo. Y lo consigue, porque su sola presencia me motiva para trabajar y conseguir los objetivos, las pequeñas conquistas de cada día. Qué importante es para mí que ella esté siempre a mi lado.
El avance de la enfermedad te hace reflexionar a menudo. Y piensas en silencio sobre la vida y las circunstancias, sobre los excesos y las carencias. Qué poca importancia damos a las cosas cuando las tenemos; cómo obviamos la importancia de un simple gesto, de una caricia o de una sonrisa. Ya ves, una sonrisa, un gesto tan común que ahora casi me resulta imposible realizar.
Ayer contesté mal a Lola. Siento en el alma haberlo hecho, pero esta enfermedad a ratos me vuelve loco. Intento racionalizar las cosas, pero no sé porqué a veces la mente trabaja a un ritmo diferente.
Menos mal que ella nunca se queja. Siempre la encuentro a mi lado con una sonrisa en los labios y una palabra de ánimo. Lola y Paula forman el eje de mi existencia; son como brazos complementarios de una palanca que mueve mi vida. Sin ellas no sería posible seguir adelante. 
Sus risas, sus esfuerzos, los sueños, las regañinas, el cariño...
Gracias a ellas vivo. Gracias a ellas y a las ganas de vivir, que me hacen pensar que cada día que pasa, hemos vuelto a saltar el muro que tenemos delante y que aunque haya otro detrás, mañana sacaremos fuerzas de no sé dónde, para volver a saltarlo una y mil veces.

Cartenía
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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EL TÍO ARTURO


Mi tío Arturo estuvo enamorado de aquella muchacha desde siempre. Ella era unos años menor que él y había nacido con una diabetes infantil que nunca la abandonó. Ella también lo amaba pero el temor a su padre, siempre hacia que le evitara la mirada cuando se encontraban en algunos de los paseos del pueblo, allá por los años cuarenta.
El tío Arturo se fue a la capital a terminar sus estudios universitarios y cada fin de semana, regresaba siempre con la esperanza de hablarle de alguna manera a pesar de la cara de perro malhumorado del padre.
Lo que mi tío no sabía, es que aquel padre, viudo desde que esta única hija nació, sufría diariamente la enfermedad de aquella muchacha, que en cualquier momento les podía dar un susto considerable.
Prefirió el tío Arturo dejar pasar algún tiempo, el amor todo lo puede. Ellos sabían que dos, no es lo mismo que uno mas uno, ya que el amor cuando duele mata, porque los amores que matan, nunca mueren. Uno de esos años, el tío Arturo se casó con aquella muchacha. Ella sabía que su vida se podía complicar en cualquier momento y quiso dejar un buen recuerdo de su amor para el tío Arturo. Un simple embarazo les cambió la vida y la felicidad había comenzado a caminar junto a ellos. Una bella y hermosa niña nació y su nombre fue como el de la madre, "Mónica". En su primer año de vida, le diagnosticaron la misma enfermedad de la madre, diabetes infantil.
La esposa del tío Arturo no alcanzó a ver el primer año de su hija 'Moniquita" falleció una tarde de domingo, contemplando a través de la ventana de su cuarto el paso de unas grises gaviotas de invierno, junto a mi tío que mantenía en sus brazos a su pequeña niña. El padre de la esposa de mi tío, no soportó aquel dolor y lo encontraron aferrado a la foto de su única hija, dormido para siempre en su pieza.
El tío Arturo dedicó toda su vida a Moniquita y desde siempre la atendió mejor que cualquier madre y solo era capaz de ver la vida por los ojos de su hija, donde se reflejaba el amor de su amada esposa. Algunos años pasaron por la vida de aquel padre con su hija. El tío desde pequeña la bañaba, la vestía, le daba de comer, la llevaba de paseo, le enseñaba cosas de la vida de aquel aburrido pueblo. Siempre se encontraba pendiente de cada detalle de la vida de su preciosa Moniquita. Cuando ella alcanzó su edad escolar, la llevaba y traía diariamente a la escuela a unas pocas cuadras de la casa que juntos compartían.
Al regresar en las tardes, las palabras mas dulces expresadas por un padre a su hija, era todo lo que se escuchaba en aquella humilde casita.
Una de aquellas noches, el tío Arturo como siempre, le leyó un cuento antes de que su Moniquita se durmiese. Ella no despertó y él jamás pudo sobrellevar su pena, hundiéndose en un extraño sopor. El tío Arturo jamás se restableció de aquellas dos perdidas y nunca lograron sacarlo del dolor que lo hundió en ese sopor en el que vivía rodeado de sus recuerdos.  Sigue viviendo solo, hablando con sus amores en las tardes de domingo, sentado todavía a sus casi 90 años en el mismo banco de pino verde, con aquel portarretrato viejo y descascarado con el que conversa a solas. Los que han logrado que le muestre la foto, solo han conseguido algunas lagrimas, ya que en aquel portarretrato, se alcanza a observar la imagen de un par de rosas blancas atadas por una cinta.
Una señora que con el tiempo llegó sin conocer a nadie a vivir a aquel pueblo, se sentó una tarde junto al tío Arturo. Ella si vio a sus amores en aquella foto, se la pidió prestada, le dio un beso en sus manos y salieron juntos caminando por aquellos paseos donde nadie jamás los volvió a ver.
Algunos de los más viejos del pueblo, en las noches calurosas, nunca se sientan en aquel banco de pino verde, los que lo han hecho, escuchan la voz del tío Arturo hablando con sus Moniquitas.

Paloma
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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SIPHIWE
               

El fétido olor  de su cuerpo la angustia. Su piel es una célula apagada. Sólo la esencia del ambiente le es familiar. ¿Dónde está él?  Trata de abrir los ojos pero no responden. Entonces por qué siente, por qué vive y por qué recuerda. Por qué piensa en Ebony, el Caribe, la cena antes de dormir. No entiende  por qué oye su propia voz. Quiere moverse, pero las olas la arrastran lentamente. El sol quema su piel. La arena está tibia, casi hierve. Su cuerpo inmóvil empieza a petrificarse. Qué pasará con el  alma, de la que tanto hablaron las monjas del colegio,  sus sentimientos y los recuerdos.

Ahora está en otro mundo y un futuro que no comprende. Siente algo en el pie, como si un pez  le mordiera un dedo. Quiere reír. Al lado de Armand, todo le causaba gracia.
   El mordisco se hace más fuerte. "No es un pez" La intensidad del dolor le molesta.  Si tan solo pudiera gritar y apartar al animal como lo hacía en Nairobi. "Si no estuviera aquí...",  pensó.
   Escucha voces en otro idioma. No es español, papiamento o inglés. Dos hombres recogen y cargan su cuerpo. Quiere gritarles que está viva, que los puede oír, que la salven, que la lleven con el médico.
   Las voces se multiplican. Niños, mujeres. Un perro le lame las piernas, una gallina  picotea su cabeza. Le molesta. "Apártenla"  Las manos de una mujer le remueven parte de su  ropa. Recordó entonces cuando era niña y su madre lo hacía antes de ponerle el pijama de color violeta. No le molestó. No importa  tampoco si los hombres la están viendo. La gallina ya no la picotea, ni el perro le lame. Percibe la caricia de una hoja con agua limpiándole el cuerpo. "Quieren llevarme al hospital... sí, me están bañando para quitarme el agua salada" Tiene escalofríos. Espera el cobijo.  Huele algo. Es el laurel.  Armand lo utiliza en sus guisos. Le llega otro olor. No puede detectar qué es. La mano de un hombre; no es la misma de antes. Tiene callos. La manosea. Lo siente encima. Es mucho más pequeño que ella. Quiere quejarse. Quiere que esto termine.

"Buenas noches, te amo, Siphiwe", le dijo Armand antes de dormir.

Ebony estaba anclada a cien leguas de la isla de Los Roques. Tres días antes salieron del puerto de La Guaira. El velero de doscientos cincuenta pies de eslora los llevó sin motor hasta Los Roques. Armand se enorgullecía de esto.
   Siphiwe recuerda la tormenta, la brisa, el crujido de las velas, el roce del viento. El ruido insaciable de las jarcias; la lluvia azotando las ventanillas del camarote.
    Armand tomó un valium antes de dormir. Ella no logró despertarlo. Durante la tormenta, la arboladura de Ebony se resquebrajó. Entró al camarote por la escotilla y fracturó la embarcación. Un remolino de agua mandó todo al fondo.  Siphiwe quiso salir a la superficie, pero no lo logró. Entre los despojos del velero, ella flotaba.


Se celebra una ceremonia.  Como un coro griego las voces de los hombres acompañan al hombre que ahora está encima de ella. Él la hace suya. Termina. Termina la ceremonia. Se escucha un silencio. Las manos de una mujer la tocan. "¿Y ahora qué?"
    Voltean su cuerpo, le agarran sus nalgas, sus piernas. Untan una emulsión. Es el olor a mostaza, el que no recordaba: es mostaza, laurel y sal.  La mueven. La sazonan como  las carnes que Armand preparaba en el grill de la terraza. Son varias manos. Son muchas manos que la tocan. "No estoy en Los Roques. Sentiré cuando el fuego cocine mi cuerpo, cuando la grasa que tanto tardaba en eliminar en el gimnasio se derrita más rápido" Quiere llorar, pero las lágrimas se quedan dentro de ella.
   Sus pies y sus manos son amarradas a una estaca. Si alguien pudiera ver esta escena. Si alguien pudiera ver a la niña del Country Club en una estaca como un chancho. No, nadie puede verla. Sólo ella lo sabe. El sol arde en su cara. "¿Dónde habrán quedado mis lentes?"
    Con cada paso su espalda roza la tierra seca. Le molesta el olor a laurel. Ya no tiene vergüenza, ya no la siente. Le urge  que todo  termine. Los otros gritan, parecen esperar instrucciones. Se acercan a ella y la amarran con mayor fuerza hasta que sus mejillas tocan el palo. Advierte el calor del fuego, como el que sintió hace unos días bronceándose en la cubierta  del Ebony. La tocan, la voltean. Todavía piensa. Las llamas asan su cuerpo. Le untan  más mostaza.

La retiran de las brasas y del barrote. La acuestan en un camastrillo de bambú. Otra ceremonia prosigue. Otras palabras que no entiende. Quisiera no imaginar el primer mordisco. La acuestan boca abajo. Le pinchan la espalda con un filo de madera. De nuevo hablan. Parece una discusión. La agarran del cuello. Un machete separa velozmente la cabeza de su cuerpo.
   Ya sólo puede pensar. "Soy una célula, un átomo en el espacio. Soy nada... Mi alma flota en una isla del Caribe"
Alguien arroja la cabeza a un perro. La toma, corre y se escapa entre los matorrales. Muerde su cara, le arranca un ojo y luego el otro. Sacia su apetito. Escarba un hoyo. Quiere gritarle, quiere que el perro la oiga. La tierra cayendo en lo que queda de su rostro la llevó a esos juegos con Armand en la playa. Sólo que esta vez, no puede sentir la arenilla entre sus labios.

R.A.Albarrán
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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BIANCHI


Erase una vez una persona de bien, de buen corazón, de valor y honestidad, inocente desde que nació. Esta persona era varón, de tez pálida y cabello como el tizón, tenía diecinueve años y, como nadie, había llegado a su edad sin conocer el mal. A veces se rumoreaba en la montaña donde vivía, que no era del todo "espabilado", que "le faltaba un agua", mas esta persona, de nombre Bianchi era bastante inteligente, sabía de todas las cosas malas de su mundo, sabía quién le tomaba el pelo y cuándo se reían de él, sin embargo, por principios, por puros principios, y sólo por principios, hacía como si no se diera cuenta. Algunos le beneficiaban siempre que les era posible, «se lo merece, no es como los demás», decían.

Bianchi ni siquiera mataba a los mosquitos, le daban pena; de hecho, una noche de verano, cuando iba a apagar la luz para irse a dormir vio a una avispa medio dormida en la mesita, y tanta clemencia le inundó que la dejó vivir. Al día siguiente, naturalmente, apareció con unas cuantas picaduras de notables envergaduras, sin embargo, no fue capaz de enfadarse. Ni siquiera consentía que la rabia empezara a circular por sus venas cuando sentía el dolor y la injusticia, en cambio se calmaba y seguía viviendo en limpieza como si nada.

Sus padres no estaban muy de acuerdo con su modo de ser, «hay que ser bueno, pero no tonto», le decía de pequeño su madre; «a ver si espabilas un poco, si te dejas pisar no te irá bien», le decía su padre ya más de mayor. Pero él no podía ni quería cambiar lo que era.

Había quien se preguntaba de dónde le venía la virtud a Bianchi, ¿de nacimiento?, ¿por las influencias recibidas? Tenía siete hermanos, todos ellos mayores que él, mas ninguno de ellos se le parecían en nada; algunos tenían más buen corazón, otros eran más cabezones, otros eran más impulsivos, pero a ninguno de ellos se parecía en lo más mínimo. Lo de Bianchi parecía sobrehumano, parecía como si tuviera espíritu... Sí, como si todos los demás fueran bestias a su lado y él fuera un espíritu con cuerpo de hombre.

Todo esto, que causaba admiración, reflexión y a veces hasta discusiones entre los demás habitantes de la montaña, cambió en la noche de un veinticuatro de mayo. Cuando se levantó por la mañana y fue al espejo, a lavarse la cara, como todas las mañanas, pudo diferenciar un pequeño lunar en la mejilla izquierda. No le dio mayor importancia, pero al parecer el lunar crecía por segundos, y cuando fue a desayunar, su madre llena de estrépito le gritó:

—   ¡Pero hijo mío!, ¿qué llevas escrito en la cara? —Bianchi estaba desconcertado. —Seguro que ya te han gastado otra de esas bromas de mal gusto. Anda y vete a lavar.

Bianchi se fue al baño y pudo ver perfectamente cómo se divisaban ahora varias letras en la mejilla que unidas expresaban maldiciones hacia sus vecinos, el calibre de tales palabras era tan grosero como irreproducible, eran para dejar helado a quien las leyese. Lo cierto es que sus vecinos no se habían portado muy bien, así que aunque tal vez era demasiado, de algún modo se lo merecían. Bianchi no quería herir los sentimientos de nadie, pero tenía que salir afuera, tenía que bajar al pueblo y llevar el correo a cada uno de los habitantes de la montaña, ese era uno de sus oficios, así que a pesar del calor se ató una bufanda y salió montaña abajo.

Durante su paseo observó caras de todo tipo y lamentaciones variadas, le extrañó mucho todo eso, pero siguió caminando hasta que por la noche llegó a su casa. Le recibieron las carcajadas de su padre:

—   ¡Así se hace!, ¡desde luego!, ¡cómo se nota que eres hijo mío! Le has dado una nueva lección a todos ellos.
—   Pero...
—   Venga vete, ya te puedes ir a lavar toda esa tinta. —Bianchi no sabía de qué le estaba diciendo su padre, pero, ahora que estaba parado se miró el brazo y espantado comprobó que estaba lleno de insultos, blasfemias y maldiciones. —No sabes cómo se ha puesto todo el pueblo. Como tú tienes fama de bueno, a todos los que están escritos en tu piel se les va a hacer pagar duro. Algunos dicen que en el fondo tienes mala uva, otros que es un milagro, ¡pero mira!, el que ríe el último ríe mejor, ¿eh?.
—   Pero papá...
—   ¿Qué?, ¿qué hijo?, ¿qué?
—   Nada.

Bianchi se fue a dormir aquella noche muy triste, mas su despertar fue aún más desalentador. Cuando notó que sus ojos estaban abiertos fue apresuradamente a mirarse la piel, y está no estaba blanca, sino negra, parecía como si unos garabatos hubiesen tapado a otros hasta que a la piel no le quedase otra tonalidad que la de la oscuridad. Bianchi se preguntaba el motivo de esto, no lo entendía, no lo encontraba, tal vez ni lo hubiera.

Yahuán
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

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STEPHEN Y EL BOSQUE


      Transcurrido ya cierto tiempo, Stephen trató de avanzar muy lentamente a través de aquel bosque, abriéndose camino como podía entre las grandes malezas que entre aquellos cipreses abundaban. Sobrecogido con cada paso que daba, al observar inquietante y boquiabierto que ese lugar no solamente guardaba una flora espectacular, sino que además la fauna que habitaba en esa zona era también realmente sorprendente. Lo vio al observar atónito, como un pequeño grupo de ciervos corrían a lo lejos, unos detrás de otros, brincando y pasando alegremente entre las flores y los arbustos que proliferaban del terreno. Los ciervos parecían mostrar, al igual que la vegetación, una increíble pureza y belleza a la vez, a través de sus cuerpos esbeltos, sus perfiles perfectamente bordeados y trazados a través de la suave claridad de la  luz del día, reflejando una serie de figuras contorneadas en los suelos a través de sus preciosas formas y creando de esta manera, un bonito contraste de sombras que parecían juguetear armoniosamente con la superficie del terreno en la que se encontraban.
A Stephen le dio la sensación en esos instantes, de que aquellos ciervos, se trataban sin lugar a dudas, de los ejemplares más maravillosos y extraordinarios que nunca jamás había contemplado. Pero para su sorpresa, su admiración no acabaría con dichos ciervos, sino que además, un poco más tarde, a medida que iba avanzando con paso muy cuidadoso y sigiloso a la vez, entre aquel laberíntico entramado de cipreses que parecían no acabar, llegó a observar lo que le parecía un ejemplar muy joven de jabalí, que se encontraba recostado al lado de un grueso ciprés, con la cabeza hundida entre sus menudas y finas patas, que acababan en unas pequeñas y redondeadas pezuñas. Sin duda a Stephen, el jabalí le parecía un animal realmente increíble, y llegó a recordar la verle, uno de los muchos libros que su tía le regalaba sobre la fauna en los bosques, ya que aquel animalcillo que tenía a pocos metros de distancia en frente de él, se asemejaba mucho al que aparecía en la portada de uno de esos libros que le regalaban.

      El joven Stephen, sabía perfectamente que se trataba de un mamífero paquidermo, variedad salvaje del cerdo, que se distingue por tener la cabeza más aguda, la jeta más prolongada, las orejas siempre tiesas, el pelaje muy tupido, fuerte, de color gris uniforme, y los colmillos grandes y salientes de la boca. Aquellos colmillos, a Stephen le causaban una verdadera sensación de aturdimiento, ya que cuanto más se fijaba en ellos, más parecían llegar a mostrar que irradiaban una leve luminosidad muy clara e intensa en las puntas, (como si el jabalí acabara de pasar sus vigorosos colmillos por el afilador del pueblo), y precisamente eso al joven muchacho le impactó bastante.

      En un esfuerzo que el joven chico no sabría si bien catalogarlo como valiente y arriesgado, o más bien como un esfuerzo estúpido e innecesario, trató de acercarse lo máximo posible al animal, pisando con la punta de sus zapatillas el terreno por el que atravesaba, para llegar a alcanzar de la forma mas sigilosa y discreta posible, al espléndido ejemplar de jabalí que descansaba a una distancia a la que ahora a Stephen se le antojaba muy pequeña. Cuando la distancia que les separaba ya no sería superior a dos metros, a Stephen comenzó a extrañarle enormemente que el animal no se alertara de su presencia, ni siquiera oyendo el leve ruido que se generaba con sus zapatillas, al quebrar accidentalmente algunas pequeñas ramas secas que se encontraban desperdigadas por el terreno por el que iba delicadamente avanzando.
En un estado de alerta máxima, y con los nervios a flor de piel, el chico comenzó a alargar poco a poco su brazo de cara a la pequeña cabeza del animal, que descansaba tranquilamente acurrucada entre sus bonitas patas color negro azabache. Escasos centímetros separaban ya la mano de Stephen de la cabeza del animal adormilado, y rápidamente, al muchacho le comenzaron a temblar todos los músculos del brazo y del antebrazo, pareciendo que iba a estallar irrevocablemente con tanto nerviosismo que iba acumulando y que se veía cada vez más acrecentado, a medida que la distancia era cada vez menor...y menor...y menor... ( ¿realmente querría tocarlo en esos momentos?, no lo sabía seguro, pero sí, quería comprobar su estado, y llegar a acariciarlo, como cualquier niño inocente querría acariciar a un pequeño perrito o gatito, que se encontrara casualmente por la calle de su barrio paseando sin rumbo alguno)... la distancia que le separaba del jabalí era casi insignificante, y la punta de sus finos y largos dedos parecían ya rozarlo..., y de repente...¡¡Ahhh!!...La cabeza del jabalí se irguió a una auténtica velocidad de vértigo, casi imposible de imaginar, y con ese rápido y frío movimiento, entornó sus ojos, ( rojos e inyectados en lo que parecía sangre coagulada alrededor de unas cuencas vacías y llenas únicamente de negrura, vació, y oscuridad, y más oscuridad), en el rostro del pequeño Stephen. El chico cayó hacia atrás, tropezando con sus propias piernas, que temblando tanto del miedo y del horror que estaba viviendo en aquel preciso instante, le daban el apoyo y la estabilidad de dos débiles y flacuchos spaghettis. En el suelo, mirando al cielo tras haber caído de espaldas, totalmente indefenso y esperándose encontrar de frente con aquella cara diabólica y fantasmal del animal, aguardó el momento de lo que sin lugar a dudas sería para el pequeño Stephen, el día de su muerte.

      Cuando Stephen creyó que el jabalí había huido definitivamente y que ya no estaría allí, (ya que pasó un breve tiempo sin que notara su cercana presencia), al incorporarse del suelo, su rostro se elevó lentamente desde el suelo, muy confuso y aturdido, y quedó parado a escasos milímetros del hocico del endemoniado animal, (expulsando este un olor bastante desagradable, como a quemado, a azufre o plástico ardiendo, y generando un ambiente de hedor insoportable, todo ello mezclado con el ambiente de terror y horror que Stephen vivía en esos momentos). El aliento del jabalí parecía acariciar los dulces contornos de la cara del chico, como si quisiera penetrar a través de su acaramelada piel para inyectarse en lo más profundo de su alma. Stephen, trató de alejarse poco a poco del rostro del diabólico ser, (generando en su interior, un ritmo desacompasado y brutal, de lo que parecía ser un corazón a punto de sucumbir y estallar en mil pedazos), y comenzó a arrastrarse muy lentamente hacia atrás, ayudándose con las piernas y los brazos que tenía apoyados en el suelo, para no alarmar al animal y de esta forma evitar que de alguna manera pudiera llegar a abalanzarse sobre él.

      La horripilante mirada del jabalí, parecía reflejarse a la perfección en los ojos a punto de estallar de miedo del chico, que gritaban por salir y escapar de aquel lugar. El monstruoso animal, siguió con sus ojos diabólicos, (que parecían analizar hasta la última célula del cuerpo de Stephen), todos los movimientos que este trataba de llevar a cabo para alcanzar una mayor distancia entre su cuerpo y el del animal. Un animal que parecía haber resurgido de las profundidades de los Infiernos.
      Stephen, haciendo acopio de una fuerza extremadamente sobrenatural para tratar de alejarse lo máximo posible del jabalí, giró cuidadosamente su cabeza de un lado a otro para intentar divisar algún tipo de objeto, (ya daba igual el que), y así cogerlo y, de esta forma ser capaz de poder eludir la presencia de este, bien arrojándoselo o agitándolo vigorosamente. Su búsqueda, sin embargo, fue lamentablemente en vano, ya que lo único que llegó a observar desde allí tirado en el suelo (posiblemente lo único y lo último que llegaría a observar con vida) fue, una leve mariposa que se apoyaba sobre una gran piedra blanca a escasos metros del cuerpo tendido del joven. Una mariposa que Stephen identificó rápidamente con el parecido que guardaba de sí mismo en su respectivo rostro. Mostrando en vez de su rostro lleno de dolor, miedo, terror y horror, (que era lo que sentía en esos momentos), un rostro muy humanizado, agradablemente tierno, alegre y además feliz, al saber que se hallaba fuera de cualquier tipo de peligro. Un rostro que se veía acompañado de unas hermosísimas alas de colores que la mariposa parecía desplegar con gentil y brillante sutileza. En las alas: coloreadas y brillantemente espléndidas y, llenas de lucidez y encanto; Stephen vio lo que nunca esperaría llegar a ver...El rostro de su padre en el ala izquierda de la mariposa, y el de su madre en la derecha, viendo como ambos, contemplaban con una gran y generosa sonrisa, lo que llegaría sin lugar a dudas a acontecer en unos instantes. El joven chico comenzó a gritar tratando de que en algún lugar sus gritos pudieran llegar a alertar a alguien, o a ALGO...Un espectáculo realmente sangriento y demasiado macabro para ser observado iba a comenzar. Un espectáculo de verdadero horror, indudablemente de mucho, mucho horror...



      — ¡¡Stephen, Stephen...!! ¡¡Cariño,...!! — El leve balanceo que le producían los brazos agitados y llenos de preocupación de su madre, acompañados de su tono de voz algo entristecida, generaban en ella el perfil de una pobre mujer desdichada, desesperada e incontrolada por los nervios, que se encontraba al borde de la cama de su querido hijo.
      — ¿Mamá?...¡¡Oh, Mamá!!... — Nunca antes Stephen, se había alegrado tanto al ver a su madre situada al lado suyo, tras acabar de despertarse y observando como ella, sentada junto a él en la cama de su dormitorio, le acariciaba con suavidad su tierno rostro, sudado y muy, muy asustado. El chico, que yacía muy confuso en la cama, llegó a experimentar una sensación de absoluto bienestar y de gran tranquilidad al comprender que por fin, la gran pesadilla que parecía que nunca iría a terminar, ahora solamente quedaría escondida en los recuerdos más oscuros de su infancia.
—   ¡Cielos santo, hijo, pensé que te estaban matando! Hay que ver los sustos que me has dado a lo largo de tu vida, pero que no son nada en comparación con este. Al oírte gritar y gritar tanto, pensé que realmente te estaba sucediendo algo malo, y bueno, al saber que ahora lo que habrás tenido haya seguido seguramente un mal sueño, estoy realmente tranquila cariño, ¿verdad mi amor?, un mal sueño, ¿no es así? —  Cogiendo levemente la mano de su hijo y llevándosela hasta su mejilla para después besarla, la madre de Stephen se irguió de la cama muy lentamente, y una vez en pie, se acercó a la cabezera de la cama del chico, acercando su rostro al de su hijo, para darle un gran beso en la frente y desearle también que tuviera unos próximos felices sueños para lo que quedara de noche.
—   Sí, todo fue un mal sueño. Gracias mamá...Te quiero.— Aquellas palabras por parte de Stephen sonaron realmente dulces y melodiosas. Su risueño rostro mostraba una cálida y profunda sensación de amor que parecía irradiar por toda su habitación.
La madre de Stephen se alejó hacia la puerta, parándose un momento a contemplar la cara hermosa y bella de su querido hijo, al que adoraba más de lo que el propio chico jamás pudiera llegar a imaginar.
—   Buenas noches Stephen. — Susurró la madre cerrando lentamente la puerta de la habitación.
—   Buenas noches mamá. — Añadió el pequeño joven, acompañando con su voz, el chirriante sonido que producían las grasientas y oxidadas bisagras de la puerta de su dormitorio al cerrarse esta lentamente, sumiéndolo poco a poco en la más profunda oscuridad.

Stephen se arropó todo lo bien que pudo cuando se quedó de nuevo solo en su habitación. Se tapó la cabeza hasta cubrírsela casi por completo. Todavía seguía pensando en el horrible sueño que acababa de tener, y no le haría mucha gracia volver a encontrarse con el intrépido animal correteando sigilosamente por los rincones más oscuros de su habitación.

Tratar de conciliar el sueño de nuevo iba a ser una tarea muy complicada, entonces, Stephen pensó que dejaría encendida durante el resto de la noche la pequeña luz de su mesilla de noche, para sentirse más seguro y así poder dormir tranquilo...

Vio que el tiempo pasaba y continuaba sin dormirse, así que decidió bajar a la cocina a calentarse un buen vaso de leche.
Bajó silenciosamente los peldaños de la escalera (que comunicaban el piso de arriba de los dormitorios con el piso de abajo, donde se encontraba la cocina y el gran salón-comedor). Luego siguió a través del un gran y amplio pasillo que recorría toda la planta inferior de la casa y al fondo del pasillo le aguardaba la cocina.
Entró rápidamente manteniendo el silencio con sus gruesos calcetines de lana que llevaba puestos, y acudió sin pensárselo dos veces al frigorífico. Sacó el cartón de leche, lo abrió delicadamente, vertió un poco de contenido en un vaso, y...¿A qué demonios olía esa leche, no estaría estropeada?. Stephen percibió un desagradable olor que lo echó para atrás, quitándole repentinamente las ganas de tomársela. De modo que derramó en el  fregadero el contenido de leche que acababa de verter en el vaso y, posando el vaso ya totalmente vacío cuidadosamente sobre la encimera, se giró y se topó en mitad del pasillo y sumido en la absoluta oscuridad con un par de círculos rojos que parecían surgir de la nada. Círculos en forma de objetivos oculares diabólicos, procedentes de algún ser... Dos objetivos rojos como la sangre se hallaban suspendidos en la total oscuridad de la casa, contemplándole a él. Stephen reconoció rápidamente de qué se trataba, y ahora comprendía de dónde diablos procedía el olor desagradable que atribuyó erróneamente a la leche.
Aquel entrañable animal de los Infiernos, ahora se hallaba en su propia casa...Stephen sabía que no podría tratarse de un sueño. Ese no. Lo peor de todo era que esta vez era real. Lamentablemente, demasiado,... demasiado real...

James Richard Hoffman
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

LOS CAPITANES


¡García, García! – le gritaban al capitán.
Cansados, aburridos, con la ropa hecha trizas, los cabellos empolvados, las bocas coaguladas y las almas hechas un manojo de flores marchitas, de esas que rematan por las tardes en la salida del cementerio.
Sin embargo, García no escuchaba, no quería y no podía,  sólo caminaba. Había estado así casi doce días y ellos lo sabían, le gritaban por costumbre, sin espera de respuesta.
Nadie desertaba, el camino de regreso era peor que el de ida, faltaban veinte días, quizás treinta, ojalá quince decían ellos, para encontrar al enemigo, descansado, fresco y preparado. Allí empezaría su venganza, una vez nosotros muertos, haber si aguantan el camino para casa, aunque tenemos chance de victoria, si que la tenemos, pero ¿Qué hacer? Si García ya no escucha.
Oye, ¿Cómo decías llamarte? – preguntó otro que se había olvidado el nombre.
-Nicolás, Nicolás Balbuena, si aún recuerdo el nombre te preguntarás, es por mi viejo y por mi vieja, tu me entiendes. Los domingos solía llevarlos a pasear, pero ahora que me muero, ¿Quien lo va a hacer? Así que me dije: "Si recuerdo mi nombre será más fácil que alguien me entierre en casa o al menos lleve mi fusil, así los viejos en domingo pasearían por mi tumba, el llevándola del brazo y ella con la cabeza recostada, con la cara sonriente porque no los habré abandonado". Si pensabas que quería sobrevivir y llevarme el honor y toda esa *****, eres un huevón Ricardo y mira que me acuerdo de tu nombre- le respondió y siguió la marcha. Ricardo calló le dio una palmada en el hombro y avanzó detrás de el.
Faltaban unas horas, García no escuchaba, pero al menos ya hablaba. Era un avance, casi nada, pero al menos era algo, no sería suficiente obviamente.
A lo lejos los veían: Elevados, celestiales, fusil en mano a la espera de una orden. García hecho un loco no escuchaba, no hablaba, solo gritaba y gritaba dejando tierra a cada paso, pues se había puesto en retirada, empujó a Balbuena, luego a Ricardo y a otros cinco más, quería escapar, pero no pudo. Los vencidos se habían lanzado a la victoria, ingenuos y perdidos, pero felizmente para ellos desesperados y resignados. A las tres horas de pelea finalmente habían ganado.
García abrazaba su fusil y echaba vivas a su nombre, algunos lo siguieron, otros empezaron a contar a los vencidos, no a los caídos, ellos ya eran de los cuervos, pero si a los de pie, confundidos y jadeantes, que en el silencio veían a sus padres, hermanos y a ellos mismos, desnudos, desarmados, deshonrados. Puntos que se mueven en la arena, que alguien en el cielo hubiera confundido con una ventisca.
García volvió a hablar y podía escuchar, pero no quería. Decía haber vencido adjudicándose derecho a ejecutar prisioneros, algunos  estuvieron de acuerdo, la mayoría no, se le quiso consultar a nuestros muertos, pero ya tenían suficiente con ser desnudados para meterlos bajo tierra, incluso no faltó quien le diera una nalgada al más proporcionado. García pidió ejecución para honrar a los caídos y finalmente le hicieron caso. Terminó decapitado.
Luego tomó el poder un amigo de García, que pidió calma, la calma no llegaba y terminaron matándolo, mientras los prisioneros se morían, así poco a poco alguien tomaba el poder e iniciaban el retorno a casa, pero siempre salía otro ejército al frente dispuesto a la lucha, ellos tampoco se negaban y todo empezaba.
Vencían las batallas, ya eran más de cien, se habían vuelto señores de la guerra, casi nadie moría en pelea, pero por cada batalla vencida un líder era ejecutado. Vencían por desesperación a ejércitos más grandes, tomaban prisioneros que al tiempo se integraban hacia ellos, si es que no morían aunque algunos si vivían, incluso uno de los primeros prisioneros logró ser capitán, pero también fue ejecutado.
Pasaron treinta años y solo quedaban veinte hombres, sucedieron dieciocho batallas y solo quedaron dos hombres, que vencieron a otro ejército en la decimonovena batalla, finalmente el capitán del regimiento de un solo hombre, mató a su único oficial, quedándose solo.
Al verlo así el capitán ejército que venía a enfrentarlos sintió pena y lo incorporó a su tropa. Así sucesivamente han pasado más de mil años y siempre después de cada batalla ganada muere un capitán, los hombres ganan por miseria, olvidan sus nombres y al final hasta sus voces.
¿Y los viejos de Balbuena?
-   Pues se fueron a la ***** y sino ojalá que se vayan- dijo Ricardo cuando Balbuena lo atravesaba con una lanza matando así al capitán.

Billy Fish
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente

Parlamento

SUEÑOS

Todo empezó con un sueño rarísimo. Raro porque Elena casi nunca se acuerda de lo que sueña y por alguna extraña razón esta vez sí que se acordó al despertar. La razón puede ser que este sueño puede tener significado:

I SUEÑO
  Estaba ella como en mitad del campo, sólo había un par de árboles casi secos visibles en todo aquel extenso terreno, lo demás sólo eran montículos de tierra, el sol quemaba. Estaba acompañada de una chica que conoce, la cual le extrañó que apareciera en este sueño, porque prácticamente no significa nada para ella, es simplemente una conocida. Se aproximaban a bajar uno de los montículos de tierra y justo abajo, en un llano rodeado de montañitas había una persona, la cual sabe que era un chico y de gran importancia sentimental para ella, pero no logró recordar con exactitud de quién se trataba. Ese chico tenía en sus manos algo parecido a una ballesta pero con flechas más pequeñas y apuntaba hacia ella. Le dio gran alegría al verlo y lo primero que hizo (antes de saber que era a ella a quien quería atacar) fue aproximarse a él. De repente, empezó a dispararle, le dio en la cara, sobre todo en los labios. Como es lógico, se activó su instinto de supervivencia, y empezó a correr para huir de allí. Cuando fue a buscar dónde estaba la chica que iba con ella, vio que no se había movido, tenía la mirada clavada en Elena que parecía que le decía: ¿por qué huyes? Él te importa, lucha por él aunque te esté atacando. Y fue ella quien hizo que no saliera corriendo hasta ponerse a salvo, y que luchara por esa persona que quiere. Entonces Elena se paró un momento, mirando a su "amiga", y siguió corriendo, pero esta vez en dirección contraria, en dirección de quien le estaba disparando. Estaba llena de valor, y le había hecho creer tanto en sí misma...
  Le recordó que no podía salir corriendo por puro miedo, sino que tenía que vencerlo para lograr lo que quiere. Ahora los disparos no le dolían tanto, sabía que le estaban dando en todos los lados de su cuerpo, pero no le importaba, porque más le importaba la persona que le disparaba. Lo último que recuerda es que estaba aún corriendo, ya muy cerca de él que todavía tenía su ballesta en posición de disparo. Pero se sentía bien consigo misma, porque había conseguido que el dolor no le importara más que él. Que lograra que no le siguiera disparando sería otra cosa, ya había hecho todo lo posible, pero eso nunca lo podrá saber porque se acabó el sueño...

 
  Este sueño probablemente surgió aquella noche de su imaginación fruto de su estado emocional. El cual se encontraba confuso. Debido a los típicos problemas de adolescente que todos los adultos tachan de tonterías, aunque en realidad saben que el dolor que provocan es un dolor serio). Problemas como amor, desamor, amistad, familia, estudios, futuro... Problemas que provocan gran angustia en momentos de bajón.

  Pero puede que esos sueños –digo "esos" porque no solo hubo uno- no fuesen solamente sueños. A la larga Elena se dio cuenta de que esos sueños en realidad eran metáforas de su angustia, de su dolor, de su situación.

  Hay un chico en su vida (principal sospechoso del I Sueño) muy importante para ella. Pero la relación con ese chico es bastante extraña, teniendo en cuenta que ni siquiera se conocen en persona. Es alguien que conoció hacía unos años por la red. Por aquel entonces era un chico que le transmitía la confianza que nunca tuvo en nadie; el cual le hizo sentir bien, sus conversaciones y su complicidad le hicieron pensar que tal vez ella pudiese llegar a ser alguien en la vida de los demás, y eso la verdad es que le animó muchísimo. Se puede decir que estos dos adolescentes se enamoraron a distancia, aunque eso sólo duró unos meses ya que se dieron cuenta de que era un amor prácticamente imposible en esa situación.

  Aclaro que Elena no es una chica lo que se dice normal. No tuvo una buena infancia debido a sus complejos y a la facilidad que los niños tienen para reírse de los complejos ajenos sin remordimiento ninguno. Y eso, a la larga, puede acarrear pequeños traumas que pueden manifestarse a lo largo de su vida. Aunque para ella todo esto tiene una parte buena, Elena ha desarrollado un carácter bastante personal; y pese a su excesiva timidez y al rechazo de los demás hacia esa personalidad tan única, le encanta su forma de ser tal y como es, porque es diferente a todos los demás (cuyas personalidades a veces le repugnan y mucho), y por eso nunca había podido considerar a nadie su amigo.

  Decidieron que lo mejor es que fuesen amigos. Y era una buena idea porque se puede decir que son como almas gemelas. Pasaron los años y estos dos se habían convertido en mejores amigos. Para Elena, este chico era la única persona que la tomaba en serio y que se molestaba en poder ayudarla y escucharla en malos momentos. Pero después de tanto tiempo volvieron a manifestarse esos pequeños traumas de Elena, aunque por opinión de él eso siempre había ocurrido pese a que ella no se diese cuenta. Un día él no pudo más, y tuvo que decirle todas las cosas que se había callado tanto tiempo para protegerla. Al parecer, Elena había aceptado la amistad pero sentimientos contrarios (amor) nunca habían desaparecido y los manifestaba constantemente, cosa que a él le hacía daño ya que no sentía lo mismo y no podía soportar que Elena sufriese. Finalmente acabaron sin hablarse, cosa que era lo mejor en esos momentos, aunque después siguieron siendo tan amigos como siempre.

  Entonces, Elena tuvo otro sueño:

II SUEÑO
  Soñó que se encontraba frente a una explanada cogida de la mano de su hermano pequeño. Pero era una explanada peculiar, se trataba de un campo de ortigas. Su hermano –que llevaba pantalones largos- empezó a tirar de ella para atravesar ese campo, pero Elena se dio cuenta de que estaba en pantalones cortos y le produjo gran terror la idea. Su hermano insistía y ella temía que tendría que enfrentarse a todas esas ortigas, aunque sería lo más valiente. El sueño acabó ahí, en esa situación de angustia extrema producida por el temor a atravesar el campo de ortigas.

  Puede tratarse de otra metáfora, la cual representa la necesidad que la vida le empuja a enfrentarse a todos sus temores y problemas, porque si no lo hace nunca llegará al final del campo de ortigas y no podrá alcanzar ese paraíso que hay tras él, nunca podrá alcanzar la felicidad que se esconde tras los problemas.

  Por eso, Elena decide seguir adelante, siguiendo el consejo de sus sueños, esquivando y/o eliminando todos los obstáculos para poder alcanzar su sueño de convertirse en una buena doctora que le permitirá abandonar su infelicidad de siempre (en el sentido de parecer feliz, pero no serlo en absoluto) y llegar a ser dueña de la felicidad que tanto había deseado.

Elena
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida, hacerte perder tiempo,buen humor,apetito, y todo esto sin malicia,sin remordimientos y sin razón. Estupidamente