Noticias:

Si continuas navegando aceptas nuestra Política de Cookies

Menú Principal

IV Concurso de Relatos Forummontefrio

Iniciado por Parlamento, Abril 27, 2012, 17:55:22 PM

Tema anterior - Siguiente tema

Relatos FM

Alan London


Eran las 12 de la mañana y como siempre Alan llegaba tarde, era un tipo singular, normalmente le veíamos sonreír pero a veces se le veía callado, mirando a ninguna parte, como si estuviera pensando en algo muy importante . Pero realmente no estaba pensando en nada simplemente echaba un vistazo a su alrededor, observando lo estúpido y absurdo que era todo.
Cuando se ponía así  era un poco insoportable, hasta que sugería ir a tomar un trago o pillar algo para fumar al gitano malo.
Acabábamos de llegar a Rotterdam no habíamos pasado ni 2 días en Holanda y Alan ya había desaparecido, ninguno recordábamos nada, teníamos todos una resaca bestial, estuvimos dando vueltas  por la mítica ciudad holandesa hasta que, desnudo, inconsciente y con la nariz rota encontramos a Alan en un banco enfrente de una iglesia, decidimos entrar para que el cura le diera algo de comer, pero en vez de eso le sorprendimos violando a uno de sus monaguillos, no vimos a ningún policía  cerca, por tanto, tuvimos que meterle una paliza de muerte. No dejaba de repetirnos que íbamos a ir al infierno pero finalmente, cerro el pico cuando Alan se despertó y le clavó una figurita de un santo que vendía un yonky en la puerta.
Fuimos al puerto, estaba abarrotado de gente y pasaríamos desapercibidos, allí un tipo de estos pijos insoportables con las que todas las mujeres sueñan nos preguntó si queríamos trabajar para él a cambio de comida y agua, en ese momento Alan le paso la mano por encima y se lo llevó a un especie de callejón intentó persuadirle o al menos eso nos dijo pero al cabo de un rato y después de oírse algunos gritos apareció  con las llaves de un barco y un nuevo reloj puesto en la muñeca.
Partimos inmediatamente y llegamos a las costas inglesas al anochecer, vendimos el reloj a un marroquí y con ese dinero cogimos un tren hacia Londres.
Llegamos el sábado por la tarde, "okupamos" una casa a las fueras de la ciudad por la mañana fuimos a un bar a desayunar y estaba en la tele ese canal de 24h noticias que no deja de repetir las misma noticias una y otra vez pero que la presentadora estaba siempre muy buena,  pero justo después de la absolución de todos los cargos a otro político salieron unas imágenes de una iglesia de Rotterdam y la cara de Alan con su nombre debajo como el autor de un homicidio. ¿Debimos salir corriendo? Yo quería, no podía pensar nada razonablemente sensato, y  sin que yo dijera nada Alan nos dio a cada uno un botellín y con una voz ronca dio  la señal para que empezáramos a beber brindando por lo que sería el fin de nuestras vidas.
Un par de horas más tarde nos detuvieron en el mismo bar, yo salí hace tres meses pero a Alan todavía le quedan veintidós años no debió defenderse a sí mismo en el juicio.

Lusillo

Relatos FM

Morbitorio


Socio, colega y amigo mío ,  quiero proponerte un negocio que nos proporcionará pingües beneficios,  insospechados beneficios si mis sospechas son acertadas y que será también la más altruista y canallesca de cuantas empresas se hayan acometido y financiado desde que la serpiente obtuvo el monopolio del mundo al precio ridículo de una manzana.  Quiero proponerte la creación de una sociedad anónima,  quizás Morbo s. a.  , que tendrá como objeto facilitar a los clientes que lo deseen una enfermedad asegurada,  las atenciones de un hospital para paliar y aliviar los síntomas artificiales,  una seguridad social que vele por la más agradable de las convalecencias, según la tradición y las costumbres de épocas pretéritas y en definitiva toda la adorable y encantadora parafernalia de los antiguos centros asistenciales, esperas, burocracia, incompetencia en ocasiones.
     Entre nuestros clientes he pensado que podrían establecerse diferentes categorías según la calidad patológica,  lógicamente en las pólizas tampoco existiría uniformidad.  Para las personas de un bajo nivel adquisitivo o que quieran conservar intacta la salud , propongo una cuota baja y unas prestaciones que irían desde la simulación o mixtificación de enfermedades sencillas , el antiguo resfriado común,  faringitis,  rinitis,  otitis poco dolorosa, amigdalitis, bronquitis leve, contusiones, esguinces,
luxaciones, acidez estomacal, afecciones de la piel pasajeras; el disfrute, no ya del simulacro sino de la realidad de alguna de aquellas enfermedades simples, implicaría un notable incremento del pago en una escala ascendente que podría alcanzar hasta la ficción o auténtica nosología de cáncer,  sida, lepra, infarto, derrame cerebral , trombosis, gangrena, mutilación,  paranoia, esquizofrenia, e incluso sintéticas y nuevas enfermedades tanto físicas como psíquicas de diseño original y exclusivo para los más
exigentes.
     Si se pretendiera la culminación en muerte de alguno de los procesos desarrollados debería suscribirse una póliza especial que comprendiera también  el entierro en sus diferentes variedades , te recomiendo que consultes los archivos de las antiguas compañías Hades s. l. , El Ultimo Adiós s. a. , El Eliseo s. c. c. l o la gubernamental Vacaciones para siempre , obtendrás cumplida información de tipos y categorías, ampliarás tu cultura histórica, que juzgo harto incompleta, te inspirarás , en definitiva, para reflexionar sobre las condiciones más ventajosas si decidieras asociarte conmigo en el negocio que te propongo. La empresa podrá adquirir sin duda las dimensiones de una multiplanetal, no obstante,  la prudencia recomienda que nos introduzcamos con apetencias en principio humildes , quizás algunos sanatorios extendidos puntualmente para luego, una vez comprobada la viabilidad del proyecto y disponiendo ya de una liquidez que pueda hacer frente a gastos más ambiciosos, extendernos y crear una poderosísima infraestructura.
     Las inversiones deberían centrarse tanto en la construcción de edificios como en la investigación de la simulación de las patologías o su consecución, en la síntesis de bacterias , virus y andrenas capaces de derrotar a los anticuerpos desarrollados por los grandes inmunólogos e ingenieros genéticos clásicos y en imitar con éxito las románticas enfermedades del pasado. Crearemos la profesión de diseñador morboso y haremos pases de nuevas y desconocidas dolencias de prêt à porter o refinados y exclusivos modelos. 
     Habremos de contratar a los mejores científicos si queremos reproducir la muerte nuevamente para abrir el gran respiradero metafísico a los ansiosos de nada o trascendencia.
     Devolveremos la solemnidad de las marchas fúnebres, la lánguida tristeza de los cementerios, las pálidas convalecencias y, aunque nuestra organización repose sobre un riguroso método científico y el orden más letal y corrosivo,  trataremos de dar una sensación de incompetencia en el trato a nuestros clientes que se sumergirán en la tan ansiada inseguridad como reacción a un universo demasiado cartesiano y geométrico.


     Quizás en el devenir de la historia,  que no se detiene, se hayan relevado fases en las que reina la enfermedad y se añora y se lucha por la salud, con otras, como la nuestra, en las que prevalece la inmortalidad más anodina y se ansía desesperadamente la decrepitud y la muerte. Nuestra  organización adquiriría un valor mesiánico e histórico junto al meramente crematístico que me mueve. 

     Aguardo impaciente tu respuesta para iniciar lo antes posible el negocio. Tuyo.

Marc Sil

Relatos FM

Dios Primo


Se ha ido la luz, y con ella los versos resonantes de mi retorica enredada. Tendré que buscar una vela en la habitación del lado, bueno aquí vamos, son tan solo uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete pasos. Curiosa perilla, está habitada por la estridente ánima de la tempestad que escucho no muy lejos de aquí, el piso se encuentra bastante liso, espero no resbalar, ya he caído varias veces al frio suelo por culpa del lívido mármol. Este olor, el olor de pueblo calentano, el olor de esta intoxicada muestra de humedad, bichos y roció primaveral de siete nubes que pasean por los cielos de los llanos, la mesa parece desubicada y el pequeño radio de la viuda duerme solo. 
-oye Leonardo ¿te extraviaste?
-solo ando en busca de una vela
-te ves perdido
-sé exactamente a donde voy
-¿necesitas una mano?
-una mano nunca sobra, gracias.
Enfrentando la mesa marrón que se ocultaba en la penetrante oscuridad de la habitación, Leonardo abre la gaveta con una mano, revuelve el contenido con otra y saca aliviado la vela con su nueva mano.
***
El camino hacia mi habitación no ha de ser difícil, solo debo seguir el rastro olfativo de la colonia barata que rasguña cada centímetro de mi piel. Con cuidado, espero no estrellarme con alguna pared, camino, estoy más cerca, alcanzo a ver la puerta escarlata como a unos siete metros de distancia. Qué curioso, la puerta está más abierta de lo que recuerdo, ha debido ser el rudo viento de medianoche que azota sin misericordia los infinitos corredores del pueblo llanero. La toco y la siento extraña, poseída, dispersa, un poco asustada, quizás empapada de miles de palabras y millones de trazos. La única forma de descubrir que ser ha osado salpicar de su esencia la intacta costumbre de mi puerta, es adentrándome en la penumbra que revienta mi habitación. Antes de entrar encenderé la vela. Chasqueo mis dedos y chamusco el pabilo de la vela aromática. Ya puedo ver y pronto enfrentaré al invasor. Camino un poco más. Qué cosa más extraña, es un, una, un bicéfalo, no, es un centauro, tampoco, es un ángel, no, no, es una pomposa mariposa, un pulpo amorfo con siete tentáculos, imposible, debe ser un rocín flaco y galgo corredor, más bien un par de dados eternos, tal vez un Macondo o una Comala, podría ser un excelso Guernica, quizás es un abrazo de amor del universo o la persistencia de la memoria, quién sabe, yo no sé qué es lo que mis ojos divisan entre los vestigios de luz que irradia la candela. Si mi alma no me engaña, puedo decir que hoy he visto sentado en mi cama a dios primo, el familiar extraviado de la herencia divina.
-¿Te he sorprendido?
-Un poco, ¿Quién eres?
-Ja Ja Ja Ja
-¿Qué es lo gracioso?
-Ja Ja Ja Ja
-Me confunde tu risa
Leonardo no dejaba de detallar cada centímetro, cada rincón y cada sombra que rodeaba a la imposible criatura. Al bajar su mirada vio dos brazos que se movían irregularmente, como si tuviesen vida propia. Para sorpresa de Leonardo uno de los brazos carecía de mano y pronto sintió...
Quien es usted para contar lo que sentí, lo que siento, para hablar por mi conciencia; esta tremenda osadía no hace parte de los anales benévolos de la historia, no hace falta que arroje pasajes de mis increíbles aventuras; no hay narrador capaz de traducir los dialectos enmarañados y enherbolados en los que habla mi sangre, no sienta lastima por un sordomudo caballero de los días y las noches
Siento una montaña atascada en mi tráquea. La amable criatura que me había ofrecido su mano en aquel sueño tempestivo, donde la luz cesaba en mi alcoba y debía recoger una vela de fantasías que se encontraba sumergida en la magma ardiente de la mesa marrón; es este mismo monstruo, pariente cercano de dios padre. La mano; todavía tengo esa valiente mano que dios primo me prestó. Sin remedio caigo en un vórtice húmedo.
***
En algún lugar, de esos recónditos y abandonados, vive Leonardo, un joven aventurero e inquieto que dedica cada momento de su vida a...
¡Silencio! Estoy tratando de dormir, cada vez estoy más cerca, estoy a punto de encontrarlo, no sé en cual medianoche lo he soñando, pero estoy seguro de haberlo visto; el problema es que no lo recuerdo. Por fin entenderé al...
Permíteme contar la historia...
No hay historia que contar; no seas esa musa soplona o ese ángel que da luces. La caudal de un rio no fluye por el hálito apresurado de un extraño; el rio tiene vida propia y por sus venas navega ese místico espécimen familiar cercano de dios padre, ese oscuro enigma que solo se puede enfrentarse en la sangre.
No puedo evitarlo, siento que viene.
-Cállate, charlatán, blasfemo, enfermo, no hables mas, Dios es uno y tres, padre, hijo y espíritu santo, dios primo no existe.
Si existe yo lo he visto
-Cierra la boca, no sabes lo que dices, tus palabras son vacías, vacías, vacías.
¿Cómo juzgaran mi voz? Yo no sé si es potestad de ellos discriminar las notas altas y bajas de mi voz, Y no sé si al llegar el alba, caerán los tonos melódicos de mi llanto desgarrador, cómo hago para entender el susurro castrado de la montaña  que me llama o la brevedad del desierto en lo más elevado de mi lengua.
Ya lo ven, el está aquí, está aquí mismo, golpeando mis venas abiertas.
***
Siete pasos, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. Ya estoy aquí, sacare la caja de fósforos y prenderé la vela. Ha vuelto la luz y con ella las improvisadas palabras de mi canto. Caminaré otro poco más y estaré pronto acostado en mi cama. Debo pisar con cuidado para no resbalar con los mares de sangre que oscurecen el lívido mármol. Salpicando solo un poco he llegado a mi cama ¡¿Qué es eso?! Debe ser una serpiente, de esas que viven en los llanos, no creo que sea venenosa, pero es bastante repugnante. Saco mi nueva mano, tomo mi intestino delgado y azoto con una fuerza mítica al animal.
Cual espectro de luciérnaga ensangrentada tiñendo de rojo celestial las profundas llagas del infierno, Como si el funesto desenlace de sus anhelos se tornara en la tinta indeleble que nos traza el camino.
Ha vuelto, dios primo ha vuelto.
***
Después del Verbo crear los cielos y la tierra, creo a dios primo. Un aliado en la eternidad de Luzbel antes de su transfiguración maligna. Viviendo en los espacios infinitos de las galaxias, dios primo mostro a muy temprana edad su personalidad inquietante y revoltosa. El primer revolucionario en la historia del universo y del más allá, fue dios primo. La rigidez con la que dios padre manejaba a su mundo, ya poblado por humanos, contrasto prontamente con la condición dementica y casi caótica de dios primo. Enfermo de locura y malestar, dios primo bajo de los cielos y enfrentando cualquier vestigio de orden, comenzó a salpicar de su vida a los seres humanos. El habita en nosotros, es ese empedernido rebelde que luchando en sangre rompe las reglas insignes de dios padre. Dios Primo es aquel duende que veo brillar en los ojos de las cantaoras todas las noches de faena.
Y que puedo decir; ese amorfo duende es tan amplio e incomprensible como dios padre, ni el más enardecido cabalista podría nombrar su esencia. Solo me dejare llevar por el, cada vez que irrumpa en mi alcoba y reviente sin más remedio mis venas.   


"...coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: 'Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica'."
Teoría y Juego del Duende; Federico García Lorca. Madrid, 1933

(2011)

Andrés M. Ramos

Relatos FM

Echonal


La noche no tenía escapatoria, simplemente, no la tenía. Renegaba de estar donde estaba, de haberme escapado de casa, de mi otrora actitud rebelde; y ahora, sobre todo, de haber entrado a este bar de pésimo gusto, como lo fue la idea misma que concebí y me conminó a entrar, pedirme un Capitán con coca-cola y escuchar al primer crápula que se me acercó.
Caramba, qué compendio de malas decisiones. No sé cómo se llama el vagabundo, pero lo que sin saber se nota es que es un pobre diablo, un perro de la calle, gentuza que nadie lloraría si se conoce la noticia de que ha caído abatido en alguna callejuela de la ciudad.
"Otro salud para usted, profe, por el honor..., no, válgame Dios, el honor es mío".
Mírenme, si no soy un hipócrita de campeonato. Le hablo mirándolo a los ojos, a ese par de glóbulos amarillentos con el iris negro, recio, duro, como su cabello, como su tez misma, como todo él.
Me habla; me rio. Me conversa; lo miro. Divaga; odio su aliento avinagrado. Me mira; siento lástima por él. Me miente; sé que lo hace. Me dice la verdad; no le creo nada. Me invita otro Capitán; no sé decirle que no.
"...porque yo jugador profesional debiera ser. ¡Profesional!... ¡bah!, ¿qué, no me crees?, los mejores clubes me pretendían". Lo miro hacia abajo mientras fanfarronea. Abajo porque es un petizo y porque hasta en eso me siento superior a él. Ahora que lo pienso, seguramente por eso aún no me he ido, porque me encanta sentirme superior a quién sea.
"Allá por el ochenta y dos fue que jugué para el Alianza Lima. La joven promesa era yo. El sucesor del Poeta me decían. Los mejores chimpunes me daban, los no tan gastados, los que al menos no olían a pezuña. Verdacito. Era querido en el barrio blanquiazul".
Engullo el Capitán, está amargo, sabe a basura, el muy jijuna me ha invitado un cinzano: encima eres pobre, encima no sabes darle respeto y lugar a tan distinguido escucha como yo. "...pero también, con la gloria viene la maldad, la envidia, la mano negra del que no puede ser como uno. Tú sabes, ¿no?, sabes que en el Perú cuando uno está triunfando, ahí mismo te saltan las alimañas a bajarte y a revolcarte".
Este trago maldito me ha samaqueado, me ha dejado en ese limbo entre la fatiga y la espontaneidad, entre el cansancio y la locura, o sea, entre las ganas de irme ya a dormir, o salir de aquí y comerme al mundo. Sin embargo, heme aquí, con este mequetrefe, ¿de qué rayos estará hablando este tipo?
"Había un negro, el negro Arana, terrible hijo de ****. Desde que llegué a la institución me tuvo envidia: me miraba feo, se robaba mis chimpunes, mis casetes de salsa, y hasta se atrevía a llamarme cholo creído...". Hago una mueca indignada, un mohín de pena, de lamento y de complicidad con mi nuevo amigo. Siento que debo hacerlo, siento que lo que dice apunta a granjear rictus de camaradería. "Yo lo banqueé al negro. El negro era el nueve titular, pero cuando yo llegué el profe al toque me puso en el equipo, y mandé derechito a la banca al negro. Por eso me odiaba, y por eso hizo lo que hizo..."
La cama, opto por mi cama y tomar una siesta de sus bien ganadas doce horas. Me voy, me quiero ir. ¿Cómo se lo digo?, odio no ser lo suficientemente malcriado como para largarme sin mayores rodeos. La educación, pues, la buena crianza de mis señores padres no me permiten irme como un enajenado vulgar.
"Sí, firme que lo mandé a la banca. Por eso en un partido de práctica, antes de ir a enfrentar al Ciclista Lima, me acuerdo, mientras jugábamos los titulares contra los suplentes, me tocó disputar una bola dividida. Yo, has de saber, soy de ir al choque, partidario total del cuerpo a cuerpo; y al otro lado del balón ya te imaginarás quién estaba... sí, pues, él mismo, el negro Arana jijuna la gran ****... Fuimos ambos al choque, pero el muy desleal me alzó la pata y, en vez de ir a la bola, a mi canilla fue, y entonces me torció la pierna de apoyo y me la quebró hacia atrás...".
Pobre hombre éste, se nota que ha sufrido. ¿Le dolerá si le digo que me voy, que ya nos vemos, que gracias por el cinzano? Saliendo de acá me voy a los bares de Dasso, ya lo decidí, mejor así, muy aburrido irme a dormir, ya dormiré cuando sea viejo, por ahora es mejor aprovechar la juventud.
"Tres meses y medio estuve hospitalizado. Enyesado toda la pata, doble fractura; comiendo lentejas frías y las gelatinas agrias que ofrecen en el Sabogal. Qué hospital para más *****, ese". Dile adiós, nos vemos. No, no, parece que ya va a terminar. Me va a ahorrar la tediosa despedida. En cualquier caso, agradece el trago barato y sales como un caballero.
"De ahí nunca fui el mismo. La pierna no reaccionó, qué va, no volvió a ser lo que era. Los años se me vinieron todititos encima, engordé, saqué panza, tuve a mis cinco hijos con la Delcy, mi señora, y ya, mi carrera de crack se fue derechito a la mismísima, a la gran... Bretaña..."
Levanto los hombros, como sintiéndolo, como diciendo ¡qué ***** que es la vida, caray! Y ahora bueno, es hora de despedirse, hora de decir adiós...
"Eso sí, ni creas que dejé las canchas, ¡eso sí que no, ah! Me llamaron para jugar en un club de segunda en Trujillo, porque yo ya no era lo que era, es cierto, pero algo era aún. Todavía me gustaba corretear la pelota, ser un carrilero empeñoso, un cabeceador maldito, un mete-codo bravo. Así que me convocaron de los Diablos Rojos de Churín, el equipo más bravo del norte. ¡Ah, carajo...!, ese equipo lleno de forajas estaba: ex presidiarios, gente del hampa, gente del Alto Churín. Habían querido formar un dream team de temer, un All Star de bravos, y ahí estaba yo, el nueve, metiendo pata y apoyando en cuanta bronca se formase".
Ya no lo miro más. Desgraciado, mal educado. ¿Qué no ve lo mucho que me importuna? Ni la mirada le regalo a este rapaz. Cuánto borracho en esta cantina, como cancha, a granel, y de todos a mí me tiene que venir a aburrir con su plúmbeo novelón. Malvado.
"Recuerdo la final de la Copa Interclubes que jugamos en el Complejo Chicago... ¿No te aburro, no?... ¡Perfecto, correcto!, sigo entonces... Contra el Juventus Virú jugamos, unos zambos así de grandes, unos cholones así de macetas. No te imaginas. Al final empatamos, nos fuimos a la tanda de penales, y con gol de este humilde servidor se pudo ganar la contienda. Ya de ahí se armó el deshueve, el bolondrón, ¡una sacadera de *****...!, para qué te cuento".
Todos los borrachines han volteado a ver a mi interlocutor. Cada una de las miradas achinadas son para él y para sus gestos toscos, y su voz resonante, que se exacerban mientras va contando lo que cuenta, lo que inventa, lo que vivió, o, si acaso, lo que quisiera vivir.
"A dos grandazos me tumbé, a dos a punta de puñete en la ñanga y patada limpia. Y por eso yo alcé la copa; una copa linda era, de oro de fantasía, linda".
Ya basta con esto. ¡Mírate! La gente te observa, te creen un loco desgraciado, un loco menor que se desvive haciéndole caso a un loco de ***** como éste. Cada vez es más tarde, cualquier plan será ya imposible. Nos vamos o nos vamos: "Gran historia, míster, pero...".
"¿Me esperas un ratito, sobrino?, quiero ir a meterme una achicadita brava... Mozo, un Capitán para mi compañero...Ya regreso, tómate un traguito por la espera".
Sin decir palabra alguna, el cuenta cuentos se marcha arrastrando los pies, desorientado hasta perderse entre los cuerpos ventrudos del lugar. Solo un instante después, el camarero me toca el hombro y "su trago, joven".  Empuño el vaso lleno de líquido claroscuro, con hielitos flotando como peces en el agua, nadando por ahí, haciendo del vaso uno gélido, uno glacial.
Tomo un sorbo, uno más; un trago avezado, uno aún peor, luego un seco y volteado. Y así, como quién no quiere la cosa, me he bajado el trago que me ha invitado el gentuza éste que, a propósito, ¿dónde rayos se ha metido?, ¿quince minutos en un achique? O es uno muy bravo, o este me ha timado, me ha visto la cara, y seguramente ha granjeado una historia más para su porvenir.
Viene el mozo: que si me quiero servir algo más, que la cuenta, que son tres Capitanes más ocho cinzanos que se ha tomado mi acompañante. "Valgame Dios, yo estoy en calidad de invitado, a mí no me cobre nada". Que vio a mi acompañante salir y perderse en la calle, que piña, legal nomás, paga, chino, paga y no llores, paga que aquí los traferos se van bien desmejorados, bien sacadita la *****.
Te dije, te dije vamos ya. ¿Ya ves?, ahora, pues, ahora saca a relucir tus buenos modales y tu mesura para no herir los sentimientos del primer bicharajo que te cuenta la vida. Ahora, pues. Mientras corres como un enajenado, con tres zambos atrás persiguiéndote, piensa en la cordura, en ser un buen oyente, en cómo se referirá de ti el rapaz en sus historias futuras.

Lulo

Relatos FM

Besos en la cancha


Hoy viernes te he citado para que platiquemos muchas cosas que han pasado entre nosotros, estoy nerviosa porque después de mucho planearlo por fin pudimos darnos esta oportunidad, comenzaremos hablando un poco de lo bien que te ha ido en este nuevo camino que acabas en emprender, yo por mi parte, solo escuchare con atención y de vez en cuando te sonreiré para que veas que no estoy tan nerviosa, sé que siempre hemos tenido las cartas en la mesa, pero ni tu ni yo las hemos mostrado, hemos jugado muy bien, pero ahora pago por ver, por ver que es lo que realmente soy en tu vida.
Ahora estoy frente a ti, me saludas y nervioso tomas tus manos, respiras y me dices que estas listo para responder todas mis preguntas, yo no me lo esperaba, no creí que fueras tan directo, así que te sugiero que comencemos a platicar de otras cosas, que es lo mejor en lo que se me va ocurriendo la manera de preguntarte, tengo tantas dudas, pero una en especial recorre cada parte de mi pensamiento, pero no puedo apostar todo por ahora, necesito ver tu jugada, para así saber que puedo apostar o que no, ¿Acaso lo mejor será que apueste todo de una vez, y arriesgarme a perderlo todo?
Algo que a ambos nos gusta hacer es caminar por horas, sin rumbo y platicar, mirar cada árbol, cada ave, cada persona y recordar viejas historias de películas, de libros, nos gusta mucho caminar y reír de las cosas más absurdas que la gente pudiera imaginar, cosas que no tienen sentido, pero lo son todo para nosotros, los recuerdos de la vieja escuela y los amigos son temas de larga conversación.
Cansados de caminar y viendo el atardecer nos sentamos en las canchas de fut bol jamás he visto a nadie entrenar ahí y mucho menos un partido, es un buen lugar, es solitario, el ambiente perfecto para hablar, porque estoy segura que nadie llegara a interrumpir, que solo los arboles escucharan lo que tengas que decir.
Hace mucho frio, es Octubre y de repente el viento es mas frio en esta época, yo no traje que cubrirme y me abrazas, te miro un instante y ahora si estoy lista para peguntar,
-   ¿Por qué me besaste?
El mira el atardecer
–   Jamás he hecho algo que no quiero, solo quise besarte y lo hice
–   ¿Qué soy yo para ti?
Respiras profundo y cierras tus ojos, me miras, sonríes,
-   Eres una gran amiga a la que quiero mucho, solo bajo la cabeza, finalmente me alegra escuchar eso, pero aun no terminas,
-   La verdad es que yo siento algo muy especial por ti, eres la persona más linda y tierna que conozco y te quiero mucho, como no tienes idea, pero tengo miedo de que esta amistad termine, te quiero demasiado que prefiero tenerte cerca de mi siempre como una amiga.
Me quedo fría ante aquella sentencia, yo también te quiero mucho y aunque sea un riesgo quiero correrlo, no sabes como muero de ganas de que tomes mi mano y no tengamos miedo de los demás, que todos sepan que te quiero y que tu eres la persona que elegí para estar conmigo siempre, así que respondo a lo que acabo de escuchar
-   Pero, ¿Por qué no intentarlo?
Tomas mi barbilla y después aseguras que cuando los amigos se quieren de la manera en que nos queremos siempre sale algo mal, siempre, y que aunque se suponga que después todo estará bien, no es así, el dolor siempre queda ahí y no volverás a ver a la persona de la misma manera...
No nos decimos nada mas por el momento, todo ha quedado claro, será imposible, pero coincido contigo, eso es lo mejor, después de una pequeña pausa, pongo mi mano en mi mejilla – ya tengo frio- te digo y te ríes, pongo mi mano en tu mentón -¿Sientes frio?- pregunto y dices que no, te ríes de nuevo pones tu mano en mi mentón- ¿Y yo, estoy frio?- y solo me estremezco, nos reímos y te acercas a mi, siento tu respiración tan cerca de la mía, miro tu ojos y miras los míos, es como un juego en el que nuestras miradas se persiguen se cierran tus ojos, se cierran los míos y siento el calor de tus labios, es un beso que no esperaba, tan tierno y tan dulce, nos sonreímos y nos volvemos a besar.Hoy a 25 años de ese viernes estoy aquí en las canchas que no han cambiado ni una pizca, las cosas no salieron tan bien, nos alejamos mas porque los caminos bifurcaron para siempre, yo no quise que fuera así, pero el destino jugo un rato con nosotros, te busque, pero estabas lejos, no quisiste volver y yo me senté en el camino, me quede con el primero que pasara y me devolviera una parte de mi corazón.
A 25 años aun tengo ganas de besarte, lo que diera yo por un beso tuyo, como el de aquella vez, donde nadie nos miraba, solo la complicidad de la noche, los arboles y el viento de octubre fueron los testigos de nuestros besos en la cancha...

Temari Amane

Relatos FM

Mamita, yo quiero esa muñeca


Una madre es la amiga más leal de que disponemos
Washington Irving

Estaba muy emocionada. Aún no podía creer que mamá me estuviese llevando a comprar la muñeca que tantas veces le había pedido. Llegamos al mercado que ese día estaba repleto de personas. Mamá me explicó que eso siempre pasaba la víspera de Navidad, pero yo sólo pensaba en mi linda muñeca. Muchas personas entraban y salían y unos cuantos se empujaban para escoger sus regalos. Mamá me dijo que podía tomarme todo el tiempo que quisiera en elegirla y que lo hiciese tranquilamente mientras ella se paseaba por los alrededores.
- Elige la que más te guste, hijita, y cuando estés segura ven a la entrada. No te preocupes por el precio, solo elige la que tú creas que es la mejor.
Me alegré al escucharla y al parecer era cierto lo que dijo la profesora.
...Los reyes magos le trajeron regalos al niño Jesús y lo seguirán haciendo con todos los niñitos que crean en la Navidad...
Yo sí creo en la Navidad y es por eso que a mí me trajeron esa gran sorpresa. Muchas veces pensé que esa Navidad sería la más fea de todas, pues cada vez que le mencionaba a mamá lo de la muñeca me miraba muy seria y sus ojos me expresaban tanta cólera que a mí me daba mucho miedo.
Caminé entre tanta gente y al dar unos diez pasos me asusté mucho y decidí regresar. Pero vi que mamá estaba en la entrada y me gritaba.
- Vamos, no seas tontita, aprovecha el regalo, yo estaré viendo qué compro para la cena de esta noche. Recuerda, elige la que más te guste, es tu regalo de Navidad.
Tomé mayor confianza y le sonreí con tanto amor que volví a caminar para buscar mi futura muñeca. Estaba muy feliz de que todo eso fuese real. Ya no sería la burla de todas mis amigas, quienes siempre me veían jugar con la muñeca a la cual se le paraba saliendo la cabeza y esto les producía mucha risa. Pero no abandonaría a Kriss, ella fue la muñeca que me acompañó todos estos largos años y ahora la nueva sería su hermana y no tendría por qué ponerse celosa.
Veía que iba a ser difícil buscar mi muñeca, pues todos los puestos estaban repletos de personas. Sin embargo, no se veían muchos niños entre esa lucha por encontrar un regalo. Mamá me dijo que yo ya estaba grande y que tenía que hacer mis cosas, sola. Es por eso que me sentí mejor al ver a los pocos niñitos asustados entre tanta gente y que solo buscaban las manos de sus mamás. Llegué a un puesto de juguetes y vi la muñeca que tanto me había gustado. Fue rápido encontrarla, pues siempre quise tenerla. La miraba con tanto cariño detrás de su gran caja. Sí, por fin sería mía y yo les diría a mis amigas que tenía la muñeca más linda de todas. Pero cuando estuve a punto de tocarla me puse a pensar... Mamá me dijo que elija la que más me gustase, a lo mejor había una mucho más linda que esa. Miré nuevamente a la muñeca que tanto había soñado tener que ahora me pareció tan simple y decidí buscar alguna mejor.
Caminé por todos los puestos de aquella recta. Al terminarla noté que había otros puestos más alejados y muchos más juguetes. Tenía miedo de perderme, pero vi que la muñeca que tantas veces había querido estaba en el puesto 16E así que sólo tenía que guiarme por ese número. Los stands eran muchos y además había varios hombres y mujeres que movían muchas cajas, otros que mostraban juguetes y otros que pagaban y se llevaban todo lo que había. Yo también vi tantas muñecas que cada una que encontraba me parecía más linda que la anterior. Hasta que ya no sabía por qué parte del mercado iba. Me había comenzado a doler los pies de tanto caminar y me sentía asfixiada porque la gente había aumentado. Cuando estaba por regresar, la vi... Era la muñeca más hermosa que existía. Me acerqué apresurada y al estar junto a ella vi que esa era la muñeca que yo quería. Era casi de mi tamaño, no como la pequeña que había querido antes. Tenía a un lado tres vestiditos que podría usar y un juego de peines. Además, sus zapatos eran tan brillantes que hasta me podía reflejar en ellos. Esa era la que yo quería. Me di cuenta que había tardado mucho en encontrarla y que tal vez por eso tenía mucha hambre.
El puesto era el 22K, debía de volver al 16E para buscar a mamá y decirle que ya había encontrado la muñeca de mis sueños. Seguro ella ya había comprado las cosas para la cena. Ojalá que haya alcanzado para un pollo entero y no para un pedazo como el año pasado. Aunque papá hizo un delicioso guiso aquella vez y ojalá este año también lo hiciese. Sin embargo, no estoy segura si este año será igual porque ahora pelean mucho más.
Había llegado a la puerta en la que mamá me esperaría, pero al parecer seguía comprando porque aún no estaba. La gente seguía entrando y saliendo y varios llevaban muchos paquetes para sus hijitos que esa noche serían muy felices mientras comían juntos.
¿Cuánto tiempo habría pasado? ¿Una hora, dos, más? Ya no podía seguir parada en esa entrada porque ya me dolían los piecitos así que decidí sentarme cerca a una mujer que vendía peines. ¿Me habría equivocado? ¿No era esa la entrada? Decidí volver y estar segura si era por ahí por donde mamá me esperaría. Claro, no podía estar equivocada, ahí estaba la muñeca que anteriormente había querido, exactamente en el puesto 16E. Pero entonces ¿por qué mamá demora tanto? Ya me estaba dando frío y es que me olvidé traer mi chaqueta por la emoción de escuchar que mamá me compraría mi muñeca. También tenía hambre porque ese día no había alcanzado para comprar pan ni tomar desayuno. Parecía que la gente seguiría llegando porque ahora me empujaban a pesar de que yo estuviera fuera del mercado.
Estaba oscuro y mamá no estaba. Me daban ganas de llorar, pero no podía hacer eso, yo ya era grande y mamá siempre me dijo que debía ser valiente. A lo mejor papá regresó después de varios días y trajo un poco más de dinero. Mamá había estado peleando siempre por eso con él. Decía que así nos moriríamos de hambre y que debía esforzarse más y papá no quería escucharla porque siempre que le decía esas cosas se ponía a llorar. Papá no era como los otros papás de mis amigas, él no le pegaba a mama. Lo único que hacía era llorar cuando ella le gritaba. Pero papá se había tardado muchos días en volver y mamá últimamente estaba muy molesta. No sé cómo hoy tuvo dinero para mi muñeca. Seguro me daría la sorpresa: papá había conseguido un buen trabajo y mamá ya no pelearía más por el dinero.
¡Faltan cinco minutos!
La voz de esa mujer se escuchó por todo el mercado y la gente se apresuró más y empezaron a comprar todo lo que había. Yo solo temblaba porque el mercado se había estado vaciando de a poco. ¿Mamá, por qué demoras tanto? Seguro querías darme un susto para estar segura de que yo ya era una mujercita y de que ya no lloraría por cualquier cosa. O seguro quería darme la sorpresa de decirme que la cena ya estaba lista, que el pollo había quedado delicioso y que me apresurase en elegir mi muñeca.
Diez, nueve, ocho...
Mamá, no importa, ya no quiero la muñeca grandota. Ni siquiera la que está a unos puestos de esta puerta, sólo quiero que estés a mi lado y que me abraces.
¡Feliz Navidad!
Ya no puedo más, mamá. Perdóname por llorar, pero por más que intento no hacerlo las lágrimas se me caen por el rostro. Mamá, quiero darte el regalo que te hice. Es una tarjeta que pinté con los colores que me prestó mi amiguita, la tengo aquí en mi bolsillo. Vente mamita linda, vente por favor.
_ Muévete niña.
Tengo hambre y ya están cerrando el mercado. Mamá, tú me dijiste que te obedeciese en todo, pero te fallé en varias cosas. Sigo llorando más y aunque me dijiste que ya estaba grande para orinarme, no pude aguantarme. Me duelen los piecitos y sólo quiero abrazarte a ti y a papá. Ya no quiero que reniegues más ni que papá llore. Mamá, tengo frío y hambre. Mamita, ven...
Mamita, un señor está bajando de un carro, desde hace rato que me está mirando, pero ahora se ha atrevido a caminar hacia mí. Mamita, me ha dicho que tú le has ordenado que fuese con él, que él me llevaría a casa. Mamita, ¿es esta la sorpresa? Solo querías probar que yo ya era una mujercita, ¿verdad? Mamita, me ha dado la muñeca chiquita con la que tanto había soñado. Seguro tú creías que esa era la que quería. No importa mamita, yo igual no quería la grande, a mí me gusta lo que a ti te gusta. Mamita, en el carro hay otro señor que me mira sonriendo, me ha tocado el potito, seguro se habrá dado cuenta de que me he orinado. No lo volveré a hacer mamita, en serio que no. Me ha sentado entre sus piernas y me soba mi pechito. Seguro pensará que tengo frío. Los dos se ríen y me dicen que esa será la mejor Navidad que he tenido. Gracias por el regalo, mamita linda.

Chaplín

Relatos FM

La voz quebrada


El 22 de septiembre de 1936 la población no amaneció engalanada para festejar la feria y fiestas locales. En el aire denso y caluroso del final del verano se respiraba miedo, terror y angustia. Las cosas aparecían atrancadas, mientras las mujeres miraban a través de los postigos, apenas por una rendija, viendo pasar precipitadamente a los hombres de un lado para otro. Las tropas golpistas del general Franco habían tomado la población unos días antes.
En la calle Umbrales sonaron unos golpes secos administrados contra una vieja puerta, de maderas desunidas, por cuyas rendijas se colaba la luz del corral de la casa. Un escalofrío recorrió los cuerpos de sus moradores, como presagio de una desgracia anunciada. - ¿Vive aquí Juan Serrano García? -, preguntó uno de los guardias civiles. Una anciana enjuta, limpiándose las manos en el delantal mientras encaminaba sus pasos hacia la puerta de la casa, contestó  con la imagen del terror clavada en la cara: - sí, aquí vive, para servirle -. Pocos minutos después, Juan era esposado y conducido a la cárcel del pueblo, donde se hallaban otros detenidos. Las insistentes preguntas de Andrea y Toribio, sus padres, de por qué se lo llevaban no obtuvieron respuesta.
Toribio y Andrea decidieron ir a la casa de D. Pedro, un conocido terrateniente y miembro de la Falange, a pedir clemencia para su hijo. La criada, que los recibió en la puerta de una ostentosa casa solariega, los alojó en un rincón del amplio zaguán, hasta que a los pocos minutos apareció un hombretón vestido con traje gris oscuro y encorbatado; se plantó delante de ellos y les espetó sin guardarles el máximo respeto: - ¡qué queréis!. Toribio, el padre del detenido, que sostenía entre sus manos una boina negra, doblada por la mitad, desgranó ante D. Pedro las súplicas, interrumpido por los apoyos constantes que su mujer le daba entre lágrimas y sollozos, mientras que el señorito escondía su indiferencia tras una cortina de humo que salía del enorme cigarro que fumaba.
Aquella noche, Toribio y Andrea, confundidos por la angustia y el miedo, llevaron hasta la cárcel la cena para Juan: una tortilla francesa, un mendrugo de pan y una manzana. – Ya se pueden ir -, les dijo uno de los guardias civiles que custodiaban a los presos.
El matrimonio, remiso a acatar la orden, preguntaba una y otra vez por el motivo de la detención de su joven hijo, al que proclamaban su inocencia. – Mire usted, señor guardia, si mi hijo es un niño. Él no ha hecho nada, él no tiene ideas políticas, lo único que ha hecho es trabajar desde que tiene uso de razón -. Precisamente la razón parecía haber huido de aquellos guardias, que no mostraban ni la más mínima compasión ante la desolación de los dos ancianos, y así, con evasivas y malos modales, los pusieron en la calle. Allí se juntaron con los familiares de los otros detenidos, quizás en un intento de minimizar el dolor y la angustia al ser compartida con los que estaban en su misma situación.
Durante parte de la noche y la madrugada, los familiares de los presos se arrellanaron en las inmediaciones de la puerta de la cárcel, a la espera de una imposible puesta en libertad de los encarcelados, hasta que los guardias les obligaron a marcharse a sus casas.
Toribio y Andrea no se acostaron, cómo iban a hacerlo, si la vida de su hijo pendía de un hilo y sólo un milagro podía dar la vuelta a la cruda realidad. No había amanecido aún cuando ambos dispusieron en un platito de zinc blanco y con los bordes azules dos perrunillas que cubrieron solemnemente con una servilleta, y una botella pequeña de las de anís llena de leche recién ordeñada y tapada con un tapón de corcho. Era el almuerzo para su hijo Juan, encarcelado sin explicaciones el día anterior. El matrimonio tomó la calle El Royo arriba, a pocos metros de la casa familiar, situada también ésta a escasa distancia de la cárcel del pueblo. El camino se hacía interminable a pesar de la corta distancia para ver nuevamente al hijo. Unos metros antes del calabozo, a Andrea la envolvió una extraña sensación; sintió como un desgarro en su interior que casi da al traste con el humilde almuerzo. – No pasen ustedes, aquí ya no hay nadie -, dijo con voz seca uno de los guardias que había relevado a la pareja anterior.
Las caras de Toribio y Andrea comenzaron a esbozar muecas de sorpresa y angustia, por más que la desesperación les acompañaba desde la visita que el día anterior habían realizado a D. Pedro, el cacique, quien no había prestado la menor atención a los ruegos del matrimonio. El plato de zinc con el humilde almuerzo cayó precipitadamente al suelo desde las manos de Andrea. - ¿Dónde está mi hijo? -, reclamaban desconcertados los progenitores de Juan, - ¿ dónde se lo han llevado?. - Él no ha hecho nada, mi hijo es muy bueno, no ha hecho daño a nadie -. Los guardias cerraron la puerta de la cárcel de manera súbita y dejaron fuera a los ancianos, envueltos en dolor, desesperación y lágrimas. La madre de Juan, como si se hubiera tornado en un ser de las cavernas, lanzó un aullido que parecía haber salido de las entrañas de la tierra: - ¡criminales, dónde está mi hijito!.
Las blancas tapias del cementerio habían abierto sus brazos la madrugada anterior para recibir los cuerpos acribillados de Juan y sus compañeros, cuyo único delito era haber creído en la libertad y la justicia social.
El aullido de Andrea sería el último que emitiría su garganta, que enmudeció para siempre, hasta que el 18 de enero de 1938, tras dos largos años de pena y dolor decidió reunirse con su hijo. Toribio vivió hasta el año 1947, sobrellevando la dolorosa carga de no saber dónde depositar unas flores en memoria de su hijo Juan y la pérdida de Andrea, su compañera de toda la vida.
DEDICATORIA
A la memoria de Toribio y Andrea, mis abuelos, protagonistas reales de este relato; y a mi padre, que murió sin poder encontrar el cuerpo de su hermano Juan.

Huerta

Relatos FM

Las sinestésicas y pasionales nervaduras de un espejo


Antes de que Ana Camila viera la dulce y almibarada luz de la libertad, ella, por decirlo de alguna forma, fue víctima de un hecho sumamente atroz y cruel. Desde muy pequeña, ella estuvo encerrada en un estrecho e incómodo cuarto todo lleno de espejos. Un cuarto vagamente iluminado en donde ella comenzó a sentir que los espejos no eran sino sueños en los que se habían abierto breves fisuras de realidad, y en donde ella, además, comenzó a familiarizarse con la nielada esencia de lo misterioso que generalmente se oculta en los reflejos.
Hoy por hoy, muchos años después de haber sido rescatada por la policía, Ana Camila trata de vivir una vida normal y de buscar unos acordes adecuados para la música de fondo de su vida y de sus sueños. Unos acordes que ella busca a toda costa en medio de las sinuosas y ondeantes entretelas de sus sentimientos. No obstante, es un hecho rotundo y contundente que ella ya no puede vivir sin abandonarse cada día, o cada noche, o cada que su alma así se lo pida, en el mundo seudoreal e inesencial de los reflejos que cada fracción de segundo y cada centésima ignorada de tiempo le suelen devolver los espejos.
Por esa razón, que no nos debería extrañar tanto como se podría pensar en un principio, es que ella vive actualmente en una casa toda llena de espejos. Claro, Ana Camila se volvería loca si no fuera así. Se volvería loca aun cuando la cordura nunca se alejó de ella cuando su padre y su madre murieron y una de sus desalmadas tías decidió encerrarla en aquel cuarto de espejos, sí, en aquel cuarto, tan frío, y tan lúgubre, en donde poco a poco se fue marchitando la colorida floresta de sus sueños más lúcidos y vivos.
Pero hay que tener en cuenta que la costumbre es como la piel de un espejo, tal y como le comentó cierta vez un reluciente estanque a una bella luna. Es decir, la Costumbre, con mayúscula, y los Espejos, también con mayúscula, son como una sucesión de paisajes que sólo a ellos les interesan y de olvidos que ambos desechan como si se trataran, acaso, de los despojos de una realidad indeseada. Puede que sea por eso que Ana Camila, como llevada por la pulsante brisa de un anhelo inabarcable y desconocido, ya no pueda evitar, hoy por hoy, en su vida, sentir muchas cosas que aprendió a sentir entre los espejos desde que era muy niña. De hecho, ella nunca podrá evitar, por más que se lo proponga, sentir o intuir o leer o vislumbrar siquiera un poco aquellas proféticas y extrañas escrituras que tienen los reflejos, algo que ella, entre otras cosas, aprendió a interpretar desde una muy tierna y temprana edad. Un extraño y curioso don que ella lleva encalado en las más enigmáticas y sensoriales fibras de su ser y de su alma dulce y acristalada.
De igual forma, ella siempre ha pensado y siempre pensará que cada espejo tiene su propia luz, y tan segura se encuentra de ello nuestra querida amiga Ana Camila, como de que cada nostalgia tiene su propio perfume distintivo.
Es más, si le preguntáramos ahora mismo, Ana Camila nos diría que ella conoce cada uno de los cambios de humor que tienen los espejos. Sí, ella nos diría que puede interpretar hasta el más mínimo cambio de luz y de matices en un reflejo. Nos diría, con su suave, transparente y melodiosa voz, que aquel recóndito e intrincado lenguaje que ella, y solo ella, en todo el mundo, sabe leer a la perfección, no es sino una pequeña parte de las sinestésicas y pasionales nervaduras que tienen todos los espejos. También nos diría que aquel lenguaje y todos los espejos del mundo, con sus distintas formas y tamaños, forman parte de un mismo acto de enfebrecida y hermética pasión. Y nos diría, finalmente, que si ella sabe interpretar el místico y desconocido lenguaje de los reflejos, es porque ella misma le pertenece a ellos, es decir, a los espejos. Sus únicos amigos de toda la vida.
Claro, ella suele pensar así, porque ella es de las personas que suelen creen que hay miradas que no nos pertenecen a nosotros, sino a las cosas que se miran.

Albert Harlow

Relatos FM

La ciudad de las espinas


   En un rincón de mi imaginación, existió hace tiempo una hermosa ciudad. Palpitaba de vida y alegría, y sus habitantes eran personas sencillas, trabajadoras y amistosas con todo el mundo. Al menos la mayoría.
   Más allá del río que la bordeaba, se alzaba un imponente palacio. Pocos eran los ciudadanos que habían osado acercarse al lugar, pues se contaban terribles historias acerca de su habitante.
   Stephen, era un príncipe orgulloso y frío, con increíbles dotes para la magia y hambriento de poder. Ser temido por todos era su máximo placer, pues el miedo y el respeto lo hacían sentirse aun más poderoso de lo que ya se sabía. Se aislaba a propósito, siempre estudiando cómo aumentar su magia y poder. Pero lo que en realidad aumentaba era su amargura, pues esa seguridad que parecía sentir Stephen, no era más que una mascarada, ya que algo en su interior lo hacía sentirse incompleto e infeliz.
Hacía ya muchos años que había abandonado a su maestro, mentor y amigo. Aquel viejo lo había querido como un padre y le había jurado transmitirle todo su saber. Sin embargo,   Stephen no lograba alcanzar la plenitud de poder y seguridad que poseía el anciano.
   La paciencia no era una de las virtudes del joven príncipe. Menos ahora que había acariciado el placer que otorgaba el saberse poderoso y superior al resto. Esto le llevó a exigirle a su mentor que le desvelara el secreto de su supremo poder.
   Por toda respuesta, el anciano le regaló un extraño rosal. El joven príncipe quiso saber su misterio, pero el anciano le dijo que, aunque único en el mundo, el rosal carecía de poder mágico, y que la respuesta a su pregunta debía encontrarla él mismo. Stephen se enfureció y se marchó de su lado diciéndole palabras crueles e hirientes.
   Tras muchos años de estudio, aún desconocía el secreto del poder supremo. Ciertamente, el rosal era extraño y hermoso, y ahora crecía libremente en el jardín del palacio, mostrando unas relucientes rosas de plata que se convirtieron en el orgullo y la obsesión de Stephen.
   Una extraña mañana, cuando los habitantes de la ciudad se encontraban en plena actividad diaria, algo ocurrió en el cielo. Comenzó como un extraño crepúsculo. El cielo se vio cubierto por una oscuridad sobrenatural que dejó a la ciudad sumida en las sombras. Todo aquel que miraba al cielo en busca del sol, acababa con su vista gravemente dañada.
   Aquello sólo podía ser cosa de magia y los ciudadanos sintieron pánico a no volver a ver la luz del sol que les daba la vida. No se pararon a pensar demasiado. Sólo supieron culpar al único del que sabían tenía relación con lo sobrenatural, pensando que la oscuridad que habitaba en su corazón había ocultado el sol.
   Así fue como un grupo de ciudadanos, cegados por el miedo y la rabia, se armaron con antorchas y rastrillos, y se dirigieron al palacio de Stephen. Plantados junto a la verja, ni siquiera dieron opción al mago de ofrecer una explicación. Alguien acercó la antorcha a la hiedra y el fuego se extendió en cuestión de segundos.
   Stephen fue rápido con sus hechizos y pudo salvar el palacio, pero nada pudo hacer, a pesar de su poder, por el hermoso jardín. Impotente, fue testigo de la destrucción de su amado rosal de plata. La furia y el odio que lo invadieron fueron inmensos, y, en el preciso instante en que el sol volvía a aparecer en el cielo tras su fugaz unión con la luna, su voz comenzó a tronar en los oídos de todos los ciudadanos clamando venganza. Cada día que transcurriera, él tomaría en prenda algo hermoso de sus vidas, hasta que le entregaran un tesoro que fuera capaz de sustituir en belleza y valor a su rosal de plata. 
Los ciudadanos comprendieron horrorizados que habían cometido un  error, pero ninguna frase rogando perdón ablandó el corazón del mago.
   Al principio, todos se movilizaron para dar con un tesoro adecuado a sus exigencias. Cientos fueron los regalos sorprendentes, traídos todos ellos de extrañas y lejanas tierras. Pero él los despreciaba todos con desdén.
Y así fue como todo lo vital y hermoso fue desapareciendo. Un día fueron las flores, otro la hierba, otro el perfume del campo, los pájaros, la claridad de la mañana... Todo se tornó gris y triste. La gente comenzó a enfermar de tristeza y melancolía, nada les motivaba a seguir viviendo. Los niños no cesaban de llorar y ya nada crecía en los alrededores.
Una noche, venciendo el temor, una muchacha llamada Aria, se presentó a las puertas de Stephen, suplicándole ser escuchada. Su padre, como otros muchos, estaba muy enfermo y necesitaba agua y plantas medicinales. El príncipe se sintió intrigado por la valentía de la joven y decidió recibirla. Le bastó una sola mirada para sentirse cautivado por la belleza de la mujer que, aunque demacrada y triste, brillaba con más intensidad que las propias estrellas. Entonces tomó su decisión ante el horror de la muchacha: la escogía a ella. Pero puso una condición. Por cada sonrisa verdadera que viera en sus labios, él devolvería algo a la ciudad. Pero, por cada lágrima que ella derramara, un rosal sin flores, sólo de espinas, crecería en la ciudad.
Aria trató de ser fuerte. Pero en el palacio del príncipe se sentía desgraciada. Temía por sus padres ya ancianos y por sus vecinos que vivían en la miseria mientras que a ella se la colmaba de lujos. Así su sufrimiento se tradujo en llanto, y en pocos días, en la ciudad apenas sí había un espacio libre de espinas por el que transitar.
Pero algo comenzó a cambiar en el corazón de Stephen. Ya no sentía deseos de castigar a nadie, y sólo vivía por ver sonreír a la muchacha. Sintió que cada lágrima de ella era como una espina clavada en su propio corazón. Deseó con todas sus fuerza aliviar su dolor y se esforzó por hacerla feliz. Poco a poco, comenzó a recaudar sonrisas verdaderas, tantas, que la ciudad acabó adquiriendo una belleza superior a la de antes.
Aria descubrió entonces que se había enamorado de él. Completamente segura de ser correspondida en su sentimiento, confesó su amor a Stephen y selló sus palabras con un beso.
Tanto había deseado él aquel beso, tan fuerte fue el sentimiento que experimentó, que todo su poder y su fuerza se tambalearon en un instante, y sintió algo que hasta entonces desconocía: miedo. Cobardemente, culpó de esa inseguridad a la persona que menos culpa tenía de todo, y, utilizando terribles palabras, expulsó a Aria de su lado.
Ella, destrozada, desapareció de su vida, y, aunque el hechizo de las espinas se había roto hacía tiempo, éstas volvieron a brotar y a cubrirlo todo, testigos del dolor de la muchacha.   
En el palacio ocurrió algo similar. Todo se volvió oscuro, triste y sin vida. El dolor de Stephen no era menor al de Aria.
Los días transcurrieron y el mago sintió que su vida se escapaba con cada minuto que permanecía alejado de Aria.  Se dio cuenta de que, todo el poder y el orgullo, eran nada en comparación con aquellos hermosos momentos que había vivido junto a ella. Así pues, una mañana no aguantó más y corrió en busca de la muchacha.
La buscó y buscó sin éxito durante semanas. Nadie supo darle ninguna pista sobre su paradero y él sintió que su vida se deshacía en el dolor. Con el alma destrozada y perdida toda esperanza, cayó de rodillas junto al río donde lloró durante horas, regando un hermoso rosal silvestre con sus propias lágrimas. Sólo cuando los rayos del sol de la mañana incidieron sobre el rosal, descubrió que éste era de oro puro y su brillo tan radiante como la sonrisa de Aria. No entendió qué alquimia o magia habían obrado tal milagro, pero sí entendió que aquella era Aria, transformada en rosal de oro a causa del dolor que él mismo le había causado. Caminó y caminó alrededor del hermoso rosal sin dejar de derramar lágrimas de arrepentimiento y desesperación. ¡Con todo el poder que había creído poseer y ahora se sentía incapaz de revertir aquel terrible hechizo de desamor!
Su llanto y sus gritos atrajeron a todo el pueblo que contemplaron con pesar cómo aquel joven poderoso y altanero se derrumbaba por el dolor y la impotencia. Mil veces acudió a ellos suplicando ayuda, pero nadie pudo ayudarle.
La sangre bañaba su cuerpo hermoso cada vez que trataba de abrazar el rosal, ansioso por encontrar el calor perdido de ella. Fue entonces y sólo entonces, cuando por fin fue capaz de comprender el secreto de su maestro. Aquel que hacía a un hombre poderoso y pleno. Una vida sin amargura, sin orgullo, una vida en la que el amor fuera lo más importante. Ese era el secreto que a él, consumido por la ambición, se le había escapado.  Él lo había tenido en sus manos y lo había dejado escapar.
A aquella ciudad se la comenzó a conocer desde entonces como "La Ciudad de las Espinas", a pesar de que ya jamás volvieron a crecer espinas en sus calles llenas de vida y color.
A orillas del río que bordeaba esa hermosa ciudad, se alzaban imponentes dos deslumbrantes rosales. Uno era de oro puro y otro de la plata más fina. Ambos se abrazaban para toda la eternidad, bajo un cielo testigo de un amor más allá de las normas de la magia ni la naturaleza. Sol y luna unidos en un tesoro único e inmortal que los ciudadanos custodiaron por los siglos de los siglos.

Mirsa

Relatos FM

Un 504 sin radio


En Buenos Aires hay miles de taxis circulando. Hay muchos nuevos, otros no tanto, y la mayoría son radiotaxis, porque ahora todo el mundo se quiere asegurar de no correr riesgos.
Hay un Peugeot 504 sin radio que maneja un viejito que escucha tangos y se parece a Sabato. Cuidado, es muy peligroso. ¡Pero no porque te asalte! el viejito te lleva al destino que vos le indiques, sólo que en otro tiempo. Tiempo pasado, para más datos. Cuando me llegó el rumor que me pasó un amigo "tachero" me causó gracia, pero luego hablé con algunos de sus pasajeros, y se me fue la risa. Nadie me quiso dar su nombre del miedo que tenían.
El Sr. "G." le indicó al viejito que lo llevara a Nogoyá y Bermúdez, frente a la cárcel de Devoto. Y ahí lo dejó. Nomás bajarse empezó a escuchar un barullo de motores y cadenas. Un celular estaba llegando con los nuevos "huéspedes", custodiados por unos penitenciarios. Pensó que estaban filmando una película de época por lo antiguo de los uniformes, pero no. En un kiosco vio el diario del día: 23 de julio de 1.934...

La Sra. "F." me dijo que se subió al taxi en Chacarita, y le pidió que la llevara hasta Quintana y Junín, plena Recoleta. Se dio un susto bárbaro cuando vio el cortejo fúnebre. Estaban enterrando a Remedios de Escalada de San Martín en el "Cementerio del Norte". Era el año 1.823 y el Gral. San Martín, no estaba.

Más delicado fue el caso del Sr. "H.", que lo único que hizo fue pedirle al doble de Sabato que lo llevara a su casa. Y a su casa lo llevó, sólo que en 1.950, y se vio a sí mismo jugando a la pelota con los chicos del barrio, en la vereda. Lo habían puesto de arquero contra su voluntad y llorando llamaba a su mamá.

Los tres terminaron sus relatos en forma abrupta, como avergonzándose, y me dejaron cada uno de ellos sin contarme como hicieron para volver.
Cuando terminé la última entrevista, me tomé un taxi. Era un 504 sin radio conducido por un viejito que escuchaba tangos, pero me quedé tranquilo porque lo veía parecido a Borges. Pero era él. Claro, los tres testigos no tenían por qué saber de literatura.
Yo iba a "La Viña del Abasto" en Jean Jaurés y San Luis, pero me bajé antes porque era una noche de verano espléndida, y quería caminar un rato.
Estaba tan oscuro que no me di cuenta al principio. De una casa salía la voz del Mudo cantando "Soledad". Me sorprendió la calidad de la grabación porque no se escuchaba ningún refrito en el piso del disco. Es que era él, el mismísimo Charles Romuald Gardés en su casa de Jean Jaurés 735.
Cuando me di cuenta no me asusté. Los muchachos estaban en el patio, tomando fresco, y el Zorzal Criollo, de buen humor, cantaba unos tangos rodeado de un silencio respetuoso.
Me vio detrás de la puerta entreabierta y me invitó a pasar. Me preguntó:
-¿Quién te viste, pibe?Esa noche cantó todo lo que le pidieron y me quedé a comer con ellos. Doña Berta, cuando terminó de planchar, hizo ravioles.
A las cinco de la mañana me fui de la casa y empecé a caminar por el Abasto, sin saber bien adonde ir.
Y de repente por Corrientes apareció el 504. Ahora sí, mirándolo bien, me pareció igualito a Don Ernesto. Sonriente me llevó hasta mi casa, y no me quiso cobrar.
En el estéreo sonaba Carlitos cantando "Silencio en la noche"
Así que ya sabés. Si ves un 504 sin radio, conducido por un viejito que se parece a Sabato, pensalo dos veces antes de subirte. Por mi parte voy atento y si lo veo, ya sé bien adonde iré. Jean Jaurés 735. La casa de un amigo

Francis Oliverio Recúpero

Relatos FM

Escondite


Esa mañana bajaron por una estrecha calle empedrada, vigilados atentamente por  paredes blanquísimas solo manchadas por algún ventanuco agrietado y oscuro. Giraron a la derecha y desembocaron en una plaza casi abandonada, donde la naturaleza ya había comenzado a retomar lo que era suyo. Era un lugar aparentemente olvidado por sus habitantes y cuyo suelo parecía más antiguo que el del resto de las calles.

           - Esto, Daniel, solía ser una plaza... escucha... ¿oyes algo? - Su nieto paseó la mirada por las esquinas y se quedó callado.- Nada... porque a esta plaza ya no se le puede llamar plaza. Dejó de serlo hace muchos años. Fíjate que ni siquiera los pájaros se atreven a acercarse. Pero eso no es lo más triste, porque una plaza no es una plaza si no se escuchan los gritos de los niños en sus paredes.- Hace una pausa contemplando los árboles- Ya te habrás dado cuenta de que en este pueblo no hay niños suficientes para llenarlas todas. -

          Daniel siguió guardando silencio, sin entender muy bien lo que estaba diciendo. Escuchó primero un suspiro y acto seguido una voz ronca y anciana.- "Soy el único niño que queda en esta plaza".

           Daniel recordaba haber oído aquello mismo otras veces de boca de su abuelo, sobretodo cuando estaba especialmente triste y dejaba fluir las horas en su sillón, frente a la estufa. No le gustó ese recuerdo, por lo que prefirió imaginárselo de niño, jugando en aquella plaza cuando todavía lo era, cuando aún se podía establecer el límite entre la hierba y la piedra. Vio a muchos niños jugando con él, y escuchó gritos retumbando en las paredes, y las voces de las madres viajando por las calles repitiendo los nombres de sus hijos, que tenían que comer, que vinieran ya; y también el canto de los pájaros.

   Sintió entonces la necesidad de vivir aquella infancia, y con la intención de unirse al juego de aquellos niños, dio varios pasos hacia delante. Hizo descansar su brazo en el alcornoque que tenía más cerca, apoyó sus ojos ya cerrados contra éste y comenzó a contar hasta diez en voz alta, lenta y pesada. El uno quebró el silencio. El dos y el tres rebotaron en los bancos oxidados.  El cinco se deslizó por la cal desgajada de las paredes. El ocho hizo vibrar las ramas de los árboles. El diez hizo abrir los ojos de Daniel.

          Su abuelo había desaparecido.

Stanjov

Relatos FM

Estar seguro


Cuando aquel tipo mató a mi hermano Franco yo estaba viéndolo con mis propios ojos. Lo estaba viendo a escasos metros de ellos, desde el suelo, mientras sujetaba por el cuello al pobre infeliz que no había cometido más agravio que acompañar al asesino para saldar su deuda. Mientras mi mano derecha adosaba la cabeza de aquel desconocido al suelo a la altura del cuello, la izquierda dejaba entrever la posibilidad de aplastarse en su cara convertida en furioso puño. Y mis ojos se levantaron para posarse en ellos dos. Fue como por ensalmo, ante una motivación irracional y ajena a mí. Y se fueron a fijar en la indeleble escena que presenciaron sin poder hacer nada. ¿Sin poder evitarlo en realidad? El asesino de Franco aún no había sacado el cuchillo que posteriormente incrustaría en el costado izquierdo de mi hermano. En ese momento seguía buscándolo en el interior de su cazadora marrón imitación de ante, a la par que evitaba como buenamente podía la lluvia feroz de golpes a la que le estaba sometiendo Franco. Y todo por el cochino dinero. Más aun, por una cantidad nimia de cochino dinero. Y yo no me moví de mi sitio. Ni tan siquiera le avisé cuando del bolsillo derecho de la maldita cazadora marrón imitación de ante refulgió la hoja que acabaría con mi hermano. Sólo fui capaz de susurrar "cuidado" con un hilo de voz que apenas oyó mi contrincante, y eso que permanecía a centímetros de mí, atenazado por mi mano tanto como por el miedo atroz que le inundaba. Fue un grito ahogado que apenas logró salir de mi garganta en un porcentaje ridículo en comparación a la violencia con la que se gestó en mi estómago y mis pulmones. El muy cobarde-mi grito-alcanzó la plenitud cuando Franco yacía ya en un charco de sangre. Cuando ya no era válido para avisarle de que le iban a matar y era tarde. Cuando de advertencia se trocó en dolor, incredulidad, pánico y horror. Cuando ya no servía para nada. En ese momento mi grito cobró vigencia. Entonces reaccioné. Pero ya era demasiado tarde.

Entre el estupor general de los viandantes que paseaban a nuestro alrededor y que se vieron sorprendidos por una pelea de barrio como tantas otras que acabó con mi hermano Franco en un frigorífico metalizado, el asesino y su compañero se difuminaron con celeridad ayudados por el morboso corrillo que se formó a nuestro alrededor. Las personas que aguardaban en la cercana parada de autobús se arremolinaron en torno nuestro, pero nadie movió un solo músculo para ayudar. El vendedor de cupones dejó de cantar los números que aún le quedaban pues al instante supo sin ver lo que había acaecido. Nunca podré olvidar esa escena. Como tampoco los ojos del asesino. Ni el brillo de la hoja del cuchillo instantes antes de encajarse en fatídica armonía con el hígado de mi hermano. Ni por supuesto la cara de mi pobre madre al contarle lo referido. De nuestra pobre madre. Nunca podré olvidar todo eso.

Nosotros vivimos en una buena zona de Madrid, donde apenas queda algún vestigio de las bandas callejeras de los noventa. Vivimos a tres manzanas de la plaza de Manuel Becerra. Los incidentes en nuestro barrio no pasan de insignificantes escarceos juveniles. Como en cualquier otra zona normal de una gran ciudad que les acoge con indiferencia y cierto desdén general. Y a mi hermano Franco no se le podía considerar un delincuente, ni mucho menos. Trapicheaba de vez en cuando con marihuana y hachís pero a baja escala. Y cada vez menos. Si hasta se había echado una medio novia que iba a la universidad y todo. Nunca se metía en líos serios y era conocido por su legalidad a la hora de manejar mercancía y de realizar los correspondientes pagos. Yo lo puedo atestiguar pues siempre iba con él. A donde él fuera, su hermano Marco, el pequeño, estaba pegado a su espalda. Y ahora sólo puedo pegarme a la espalda de su recuerdo. A la negritud de su espalda. Y a la búsqueda de su asesino. Porque por mucho que cambie su aspecto, aunque llegase a modificar su fisonomía, siempre le reconocería por los ojos. Por el brillo de sus ojos tras hundirle el perverso cuchillo en el costado. Y por mirarme con una mueca bañada en el horror, preámbulo de su huida del lugar. Esa mueca se reflejó en el mismo horror en el que mis facciones dibujaron al presenciar la escena. Y eso no se puede borrar de un rostro, no se puede camuflar bajo ningún disfraz. Lo sé. Por eso afirmo con toda rotundidad que cuando me cruce con él, seré capaz de reconocerle. Porque también sé que me cruzaré con él, al menos otra vez en mi vida. Y entonces estoy seguro de saber reaccionar a tiempo y actuar. Seguro.
                     
            ***

Han pasado cinco meses. Dejé el instituto. Llevo trabajando tres semanas. He tenido bastante suerte con que me hayan contratado en esa ferretería. Además de contrato legal, tengo trece pagas, un mes de vacaciones y lo mejor de todo, está en la misma plaza de Manuel Becerra. Al lado de casa. Evidentemente, le debo todo esto a mi madre, que logró convencer al gerente que yo era un buen chico y que merecía esa oportunidad. Yo creo que lo que le hizo darme el puesto fue la manera en que mi madre le tocó la fibra, ya que le hizo ver que después de todo lo sucedido, si no me convertía en alguien de provecho podría acabar como Franco. Y eso a mi jefe le llegó. Su hija murió hace años en el asiento trasero de un coche que se estrelló contra un muro y en el que encontraron cocaína, y debió pensar que a lo mejor podía redimir en parte, por ínfima que fuera, el dolor hueco y sordo que le dejó esa pérdida. Mi madre estuvo muy lista ahí. Por eso no puedo fallarle, porque en verdad le fallaría a mi madre. Lo único malo de mi trabajo no es la miseria que me pagan, ni que todos los sábados me toca trabajar, sino que tengo que pasar por el sitio exacto donde aquel malnacido acabó con las esperanzas de Franco. Y con las mías. Y por supuesto, con las de mi madre. Ella dice que ya es vieja y que si no fuera por mí se habría quitado de en medio, que ese cuchillo sesgó sus ganas de vivir. Pero que yo soy joven y me repondré. Que conseguiré guardarlo en algún cajón apartado de mi memoria y ser feliz. Aunque yo sé que no. Al menos hasta que le vengue.

Como digo, paso todos los días por ese maldito lugar. Cuatro veces al día. Dos camino de la ferretería y dos de vuelta a casa, una al mediodía y otra por la noche. Además de las dos del sábado. Ya no queda nada de todo lo que pasó. No hay rastros de la sangre que Franco se dejó en aquella fatídica acera. La gente sigue pasando por allí como si tal cosa, cada uno enfrascado en sus vidas. En sus asuntos particulares. La parada de autobús sigue bullendo de personas esperando. El vendedor de cupones sigue intentando atraer a alguien para que le compre el premio que sale cada noche. Pero yo sigo escuchando los lamentos de mi hermano. Sigo viéndole palidecer lenta e inexorablemente en aquel charco sangriento. Sigo presenciando aquel brillo en los ojos de ese asesino. Continúo embadurnado por la impotencia y por el asco a mí mismo de no haber sido valiente ni siquiera para chillar, como hubiera hecho cualquiera en mi lugar. Sé que debo hacer caso a mi madre y no pensar en todo esto tan horrendo, pero en el fondo de mí mismo la opción de no olvidar lo ocurrido arquea la balanza a su favor. De mantenerlo fresco y vivo dentro de mí. Para que también una pequeña parte de Franco siga viva, y también para que nunca se me borre ese brillo en aquellos ojos. Creo que nunca podría olvidarlo, pero por si acaso me entreno cada día para seguir fijándole en mi mente. Esa es mi motivación para no estallar cada vez que piso aquella espantosa acera.   

            ***

Hoy le he vuelto a ver. Iba camino de la ferretería después de comer en casa con mi madre. Me aproximaba al lugar donde todo cambió de repente y para siempre. Donde nos cerraron el paso aquel fatídico día para solventar una deuda de Franco. Deuda que sigo sin creerme que fuera cierta, aunque ese es otro debate. El día en el que ni fui capaz de avisar a mi hermano, no ya defenderle. A la altura del vendedor de cupones se ha parado por culpa del tráfico de esas horas un autobús, próximo a llegar a la parada donde como de costumbre muchas personas ya buscaban su posición para subir en él. Y entonces le he visto. Iba enfundado en un traje. Llevaba una corbata roja y algo en su mano izquierda, algo así como un maletín de trabajo. Iba a bajarse en esa parada, pero sus ojos se han cruzado con los míos y se ha quedado perplejo. Paralizado dentro del autobús. Igual que yo en la acera. Aunque él no se hubiera fijado en mí, no podría haber pasado desapercibido para mí. Mi ejercitación diaria e incansable ha dado sus frutos. Reconoceré ese brillo en esos ojos mientras me quede un resto de lucidez.

Se ha quedado inmovilizado como digo. Agarrotado. Ha dado un par de pasos para atrás y no se ha bajado del autobús. Le temblaba levemente el labio inferior, podía verlo. Incluso he podido percibir el miedo en sus ojos, el mismo miedo pavoroso que compartimos los dos después de que él regalara una puñalada en el costado a Franco aquel día. La puñalada. El autobús ha tardado bastantes segundos en volver a arrancar. Seguro que para él se han convertido en minutos. A mí se me han pasado enseguida, aunque ahora lo piense y reconozca que han sido suficientes para haber reaccionado. Porque no me he movido de mi sitio. Y eso que entre él y yo no nos separaba ni la puerta trasera, pues seguía abierta a la espera de algún viajero rezagado que quisiera bajarse en Manuel Becerra. Pero ya lo habían hecho todos los interesados, y la puerta no era sino una invitación a restañar esa herida. La que se produjo en el costado de Franco y le mató. La misma herida que, cual cuchillo brillante, se introdujo al mismo tiempo en el costado de mi alma y me dejó muerto en vida. Y a mi madre. Pero nunca he sabido aceptar las pocas invitaciones que me han hecho. Y la proposición de esta tarde también la he rechazado. Ya no sé si soy un cobarde sin más o es que aún no era el momento de reparar mi dolor. Ya no sé qué pensar sobre cómo reaccionaré la próxima ocasión en que vuelva a cruzarme con él. Porque hoy la vida me ha demostrado que me falta una vez más. Al menos otra más durante mi presencia entre los vivos. Y entre los muertos. Y entonces espero por fin estar seguro de saber reaccionar a tiempo y actuar. Ya sólo espero eso. Estar seguro.

La mala suerte

Relatos FM

Las nubes nacen de los árboles

                 
Inhalo la humedad del aire y esta me trae ecos del pasado aunque lo único que recuerde de mi infancia sean los cielos nublados y a Lucía. Poco más había entre aquellas paredes de hormigón que nos encerraban, más allá el humo de las fábricas y el olor a asfalto. Muy lejos queda eso ya y ahora más que nunca, metida en este diminuto establecimiento de pueblo con olor a libro, siento aquello como parte de un sueño muy alejado de la realidad pero que existió y forma parte de mi vida, tanto como la pluma que ahora sujeto entre mis manos.
No había conocido otra cosa hasta que logré salir de allá muchos años después, a veces pensaba que yo misma había sido engendrada por cemento a pesar de que el cuerpo se me quebraba con cada paliza. Palizas de las monjas, palizas de mis compañeras. Cuando las llegas a confundir con caricias, tu cuerpo ya es de titanio y apenas siente tan siquiera humillación
Cuando Lucía llegó al orfanato yo tenía 12 años, era una época convulsa, aunque había conseguido muchos logros. Ahora era yo quien daba las palizas y quien ordenaba robarle el tabaco que la madre superiora guardaba en su despacho para pelearnos luego a escondidas por cada cigarrillo. Lucía era un ser pequeño y diminuto, frágil como las semillitas de un diente de león, pero aún así la saludé con un buen ostiazo que la mandó a la enfermería con la nariz rota. Fue mi manera de decirle quién mandaba allí. Más aquella niña flacucha, en vez de temerme, comenzó a seguirme a todos los lados y a cada paliza que le daba, ella más se arrimaba. No supe cómo pasó pero sin darme cuenta se había convertido en la única amiga que yo había tenido en la vida.
-Es mentira – dijo un día, estábamos acostadas en la tierra que conformaba el pequeño patio del orfanato dónde las niñas teníamos un pequeño rincón para jugar y hacer las clases de gimnasia. Su rostro estaba tan serio que por primera vez desde que la había conocido tuve la impresión que dentro de ella habitaba algo más que un espíritu débil y asustadizo, era el rostro de quien está totalmente seguro de algo.
-¿Lo qué? – pregunté yo sin apartar el rostro de ella, la cual oteaba el cielo como si fuese lo último que fuera a ver en su vida.
-Lo que dicen las monjas.
- ¿Pero lo qué?
-Las nubes no nacen del cielo.
- ¡Anda ya! Eres una trolera. Está claro que las nubes las crea Dios, y por tanto nacen del cielo – dije alzándome y tirándole pequeñas piedrecitas sin conseguir que se inmutara lo más mínimo.
-Las nubes nacen de los árboles – Su voz emergió tan tajante, que no tuve para mí más que creerla.
Su cuerpecito extendido en la tierra, inmutable al viento que comenzaba a soplar con fuerza y a las gotas que mojaban el polvo convirtiéndolo en barro.
-¿Cómo sabes tú eso? – Mis palabras rebotaron en el aire como si lo que ella me estuviera contando fuera la revelación de un secreto de orden universal.
-Porque las miraba de pequeña, allá en el bosque, las miraba elevarse desde los árboles.
Nada le pude rebatir pues jamás había visto un árbol, a no ser el esquelético pino que utilizábamos en la Natividad para aparentar un poco de felicidad. Y allí nos quedamos las dos viendo el cielo gris escupiéndonos en la cara y tuve para mí que no había visto nada más hermoso en mi vida, imaginando como podía aquello surgir de una planta.
Lo recuerdo y un nudo me atraganta, pero aguanto, mis lectores comienzan a entrar por la puerta de la pequeña librería, es un pueblo con pocos habitantes pero la firma parece tener éxito, sin percatarme estampo mi nombre en cada ejemplar con una sonrisa en la boca y un brillo de desconexión en mis ojos que añoran aquel recuerdo una y otra vez.
-Las nubes nacen de los árboles – Y con la melodía de las palabras comienza a llover. A pesar de los años noto el mismo olor, el mismo aura. Levanto la vista y no me equivoco, es ella que me sonríe desde el otro lado de la mesa, ella que sujeta mi libro entre sus manos. –No podías escoger mejor título para un libro, querida amiga.
Firmé en su piel con la tinta de un abrazo, y ambas envueltas entre las sorprendidas miradas de los allí presentes, nos reencontramos con nosotras mismas y con lo bueno de aquel triste pasado que nos había tocado vivir.
Cuando escapé del orfanato con 17 años, Lucía ya se había ido mucho tiempo atrás. Me aventuré a encontrarla sin éxito buscando los árboles de los que tanto me había hablado, los árboles con sus bebés las nubes. Y fue un día de febrero diez años después cuando la presentación de mi primer libro me llevo hasta Galicia y fue allí dónde lo vi. Sí, allí en medio del bosque, pequeños hilillos blancos se alzaban hacia un cielo ennegrecido, como recién salidos de un parto. Era algo mágico.
Fue esa magia la que me despertó el impulso de escribir Las nubes nacen de los árboles, la misma que hace que hoy, abrazadas Lucia y yo en ese mismo pueblo perdido de Galicia, veamos desde el escaparate como las nubes nacen una vez más de los árboles.

Susana Ons

Relatos FM

#523
Preludio de un fin sin razón


   Suenan las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. Nunca fui muy devoto y nunca entendí porque se tocaban y mucho menos lo que significaba, mi mama si. Ella si era devota, mujer creyente y comprometida con lo todo lo que se refiere al mundo de la iglesia y siempre me intento acercar, a ese mundo, pero yo siempre me resistí, no porqué no creyera, bah no se, nunca me intereso. Siempre le prometí que iría y la acompañaría pero siempre fueron promesas.
   El calor de la tarde se hacía más intenso por el sonido de las campanas, que lo sentía más metálico y seco que otras veces, un ruido perturbador y triste que cortaba la siesta y se entremetía en tu cuerpo, lo inundaba y llegaba a tocar tus huesos, más que un toque, un roce, una caricia que te estremecía y te hacía olvidar lo que pensabas.
   El sudor recorría mi frente, se deslizaba furtivamente hacia mis mejillas, hacía una curva para confluir siniestramente en la comisura de mis labios, produciendo, en mí, ese sabor salado que tanto detestaba. Esa confluencia era producto de mis cachetes, símbolo familiar, irresistibles a ser apretados y sacudidos, delatadores a la hora de estar avergonzado o furioso, siempre cobrando su rojo característico que evitaba cualquier intento mío de ser tomado en serio en cualquier discusión.
   Las campanadas evitaban que pensara y por momentos olvidaba la herida, aunque cuando veía la sangre era difícil no pensar. Nunca había tenido mucho contacto con la muerte, solo la de mi abuela pero cuando era un niño pequeño, pocos recuerdos me quedan de ella. Domingos, en su casa, que compartía con mis tíos y primos, sus famosas pastas, su jardín bien cuidado, las paredes con humedad, los pisos un poco percudidos por el paso del tiempo, era una casa de principios del siglo pasado, construida por el padre de mi abuelo. Pero no pudo llegar a cumplir sus 100 años y fue destruida, después de la muerte de mi abuela, rematada por mi mama y sus hermanos por una miseria, pero algo era algo, y más en esos tiempos.
   El frío se apoderaba de mí, y las campanadas continuaban, estaba mareado, quizás por la perdida de sangre. Evitaba ver el tajo, me producía nauseas. ¿Sera por las campanas que nadie oyó mis gritos? ¿Por las campanas nadie oyó el disparo?. No la remataron por gusto, sino por necesidad, días difíciles nos toco vivir al comienzo de este tercer milenio. No creo que haya sido por gusto propio, perder lo último que les quedaba de mi abuelo, que murió mucho antes de que yo naciera, y de mi abuela que tan ricas pastas hacía. El dinero de la venta nos ayudo mucho, nos pudimos estabilizar hasta que mi viejo encontró trabajo, ahora las cosas están mejor, puedo estudiar, me gusta, siempre me gusto leer, una salida el estudiar. El primero de la familia en ir a la universidad, ¡que orgullo! ¿Desde hace cuanto suenan las campanas? ¿Seguirán sonando? ¿O solo resuenan en mi cabeza?
   Todo es tan irreal; repetía en mi cabeza la serie de acontecimientos que acontecieron este trágico final, ¿trágico? ¿Final?; campanada, sudor, frio. Mi mamá, ¿por qué le pasa esto a ella?, que es tan devota y creyente, yo no soy devoto, no creo en dios, nunca se lo dije, ¿para que? Tan orgullosa de mí, el primero en ir a la universidad. Campanadas. Se acerca alguien. El frio. Las pastas de mi abuela, ¡que delicia! Extraño esos días, extraño esa casa. Todo era tan simple, ¿era simple? Lo era para mí, para mi papa no, mi mamá lloraba mucho en esos días, ¿fue por la muerte de mi abuela? ¿O por otra cosa?, mi papa no estuvo en casa varios días en esa época. No me gusta verla llorar. Campanadas. Cada vez se vuelve más difícil abrir los ojos, ¿por qué tarda tanto en llegar?, ¿no me habrá visto? Campanadas, frio, cierro los ojos. Ya no siento frio, no los puedo abrir ya, ¿los quiero abrir? Intento no ver la sangre, me da nauseas. Campanadas, frio, fin.

Traveler

Relatos FM

La dama de blanco y las tres habitaciones de mármol


La vi correr entre las calles vestida de blanco, su brillo quebraba el oscuro manto de la noche  como un lucero en el horizonte. Reía,  y momentáneamente me miraba mientras sus manos me llamaban invitándome a seguirla. Su trote se detuvo frente al esplendor de unas blancas escaleras y su risa se apago. Sobre ellas se erguía, no menos brillante, un impetuoso mausoleo de blancas  paredes, sostenida por gruesas columnas de mármol. En silencio se acercó a un par de enormes puertas del más oscuro ébano que contrastaba con las doradas incrustaciones que la adornaban, giró el pomo y volvió la mirada para llamarme; en sus ojos la tristeza dibujaba un mar de lágrimas y con cautela entró al recinto mientras la puerta se cerraba a sus espaldas.
Corrí presuroso tras ella pero las grandes puertas se habían estrechado en un abrazo impidiendo mi avance. Suavemente giré el pomo y empujé la negra puerta que se abrió hacia adentro, mientras el brillo de una luz me cegó por un instante. Al disiparse la luz pude ver el interior de la habitación. Era un gran salón de blancas paredes y piso de losa, la blancura de este chocaba con el tierno marrón de las hojas de almendra que yacían secas por toda la habitación, excepto por un delgado sendero que llevaba al  otro extremo del salón, donde ella esperaba inmóvil junto a otra puerta, más pequeña que las anteriores pero cuidadosamente adornada con piezas doradas. Sin la menor prisa empecé a caminar hacia ella y antes de llegar a la mitad fui sorprendido por la gran puerta que se cerró tras de mí, fue allí que note que el gran mausoleo no se encontraba cubierto, dejando ver un cielo azul, brillante y puro, limpio de toda nube; la oscura noche había quedado atrás después de cerrar la puerta y un día prometedor se levantaba en el horizonte. Volví la mirada al frente para encontrarme con su espalda, había abierto la segunda puerta y avanzaba sin musitar palabra, corrí nuevamente pero la puerta se cerró en mis narices. Baje la mirada para tomar el pomo pero me detuve un segundo a admirar su figura. El pomo tenia la complexión de un cangrejo con sus patas fijas sobre la puerta, como si estuviera posado verticalmente sobre una de las piedras de la costa, y de su coraza emergía un par de alas, la derecha estaba inmóvil mientras la segunda hacia de manigueta y con un movimiento hacia abajo crujió para dar acceso a la siguiente habitación.
A diferencia de la anterior esta puerta no abrió hacia adentro sino que lo hizo hacia afuera dejando filtrar una cascada de luz, que me arrastro en su cauce nuevamente al mundo de la ceguera. Al recuperar la lucidez miré la habitación en la que me encontraba, que para sorpresa mía resultaba exactamente igual a la anterior: las mismas paredes, el mismo piso, las hojas en el suelo, la senda, la puerta de ébano y la misma belleza vestida de blanco junto a ella. Lo único diferente era la temperatura, esta había descendido al menos diez grados y un escalofrió recorría mi nuca. Una suave brisa movía delicadamente las hojas en el suelo sin levantarlas y me sumergía en una historia de Lovecraft. Sin embargo no podía demostrar temor y menos frente a ella, no sabía quién era y que hacia exactamente allí, pero por alguna extraña sensación sentía que su presencia allí albergaba más de lo que yo imaginaba. Cerré la puerta tras de mí para evitar luego ser sorprendido y caminé por la senda hacia ella, mientras lo hacía le pregunté: ¿Quién eres? Y ella, con los ojos aun empapados de lágrimas, solo sonrió; al hacerlo una fuerte brisa envolvió el salón y un millar de alas se estremecieron. Mis ojos no daban crédito a lo que veía e inmóvil me quede a observar cómo, las que creí hojas, volaban en la forma mágica de cangrejos alados, iguales  al del pomo. Quise retroceder pero la siguiente puerta estaba más cerca y lleno de temor me escondí tras ella. La cerré tan duro que el ruido mermó por completo el crepitar de las extrañas criaturas, mi respiración se aceleró y el sudor empezó a bañar mi cuerpo pero mi pecho estaba tranquilo, tan sereno que podría decir que en él nada residía.
Levante rápidamente la mirada para encontrarla a casi un metro de mi, el tenerla tan cerca me lleno de una extraña sensación, la mire a los ojos y me perdí en su belleza. En su rostro nuevamente se dibujaba la agónica tristeza que reflejaba cuando atravesó las grandes puertas de ébano.  Se acerco y puso sus manos sobre mi rostro, la sangre se me subió a la cabeza y una calor se apodero de mis orejas, un nudo se formaba en mi garganta y de mis manos pululaban como hormigas gotas de sudor, sin embargo mi corazón yacía tranquilo, inmóvil y sereno; tanto que ni si quiera podía sentir un solo latido.
Ella se acerco mucho más y casi en un abrazo rompió su silente personalidad. Aquello que buscas esta allá arriba –dijo-  y volvió su mirada atrás para percatarme de la negra colina de tierra que al final de la habitación se levantaba. Las paredes seguían igual de blancas y relucientes, contrastando con el fuliginoso cielo que se alzaba sobre el mausoleo, profetizando una horrible tormenta. Podía escucharlo, en la cima de la colina algo me llamaba con fuerza y curioso deje a la mujer que hace rato perseguía para subir la cuesta. El accenso fue complicado, la tierra húmeda hacia de cada paso una trampa fangosa que me arrastraba hacia abajo, no había partes solidas de las cuales sostenerme y el peso del barro en mis zapatos hacia más lenta mi travesía. Cansado llegue a la cúspide y atónito  me quede al ver lo que en ella se hallaba.
Un gran árbol alzaba sus ramas secas y quebradizas, sin una sola hoja, sin embargo sus horribles frutos cubrían gran parte de su cuerpo, corazones humanos yacían colgados mediante venas y arterias de las ramas, como si estos fueran parte de él. Rozagantes palpitaban componiendo las notas de una sinfonía macabra y perturbante que amenazaba con consumirme en la locura. Y entre ellos, con una herida abierta se hallaba el mío, bañando con su sangre la rama y el tronco que lo sostenía, descendiendo hasta alimentar las raíces de aquella abominación, abonada por los cadáveres pútridos de otros corazones. Por ello ya no lo escuchaba, no se agitaba y mucho menos palpitaba, cuando la puerta se cerro, cuando los cangrejos volaron y cuando ella se me acerco. Se hallaba fuera de mí, herido, lacerado, doliente y agónico; alimentando la pesadilla de la cual me desperté horrorizado en mi cama y a la que espero no volver nunca más.

Daco